Las reiteradas amenazas a la diputada de IU en la Asamblea de Madrid, Tania Sánchez, son la muestra evidente del sentimiento de impunidad con que actúan sus autores. Están perfectamente identificados a pesar de que, como buenos cobardes, las profirieran anónimas y la denuncia está presentada, pero no se ha hecho nada porque no hay la menor voluntad política de acabar con el fascismo, que es el trasfondo ideológico de la derecha española, desde el falangista Aznar al nacionalcatólico Wert.
Al no salir ipso facto a condenar las últimas amenazas de Tomás Santos, visitante ocasional de Intereconomía. Aguirre se hace cómplice de ellas. Y no en un sentido figurado sino real y penalmente relevante. Como diputada de la Asamblea de Madrid, Tania Sánchez está bajo el amparo y la responsabilidad de la presidenta Aguirre. Cuando esta no condena las amenazas las está condonando y quién sabe si no animando. Aguirre, como toda esta derecha heredera de Franco cuyo régimen les parecía a los más tontos de ellos de una "extraordinaria placidez", tiene un rasgo fascista muy acusado. Si no fuera así no habría nombrado director de TeleMadrid a ese animal que se dirige a una diputada del PSOE en masculino porque es transexual. El fascismo es eso: meterse con las cosas íntimas y privadas de los demás y hacerlo en el estilo de este menda: rebuznando. Menos mal que no pueden ya detener arbitrariamente, dar palizas, pelar al cero, hacer tragar aceite de ricino o simplemente asesinar. Ganas no les faltan.
Aguirre todavía no ha dicho nada sobre las amenazas a Sánchez no solamente porque, en el fondo, las comparta sino como actividad estratégica. Sabe que si los poderes púiblicos callan ante las provocaciones fascistas, estas aumentarán y sabe también que las víctimas, sintiéndose desamparadas cederán. Y eso es lo que buscan los dos: los fascistas rabiosos que amenazan y los oficiales de cargo público que, al no condenar, toleran y amparan.
(La imagen es una foto de quapan, bajo licencia de Creative Commons).