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diumenge, 7 de setembre del 2008

Latinoamérica y el ruido.

México es una ciudad inmensa, tumultuosa, abigarrada, llena de contrastes y por muchas razones fascinante. Pero es tremendamente ruidosa. Ayer anduvimos dando un paseo por el centro en torno a la Avenida Madero en el cruce con Lázaro Cárdenas, en torno al Palacio de Bellas Artes y la famosa Torre "Latino". En la foto el bloguero en el mirador de la torre; abajo puede verse el Zócalo con la banderaza que inspiró al señor Aznar para hacer algo parecido en la madrileña plaza de Colón; la señorita de la derecha es circunstancial. Después merodeamos por la incomparable plaza Garibaldi a la observación del mariachi. Y, en efecto, el estrépito y más que estrépito, el fragor es insoportable. Los autos, los pitidos de los guardias, los claxons y esa maldita costumbre de toda Latinoamérica de tener música altísima en todas partes a todas horas del día que no escucha nadie pero que todos tienen que oír quieran que no convierten un simple paseo en un suplicio inimaginable.

Los lectores que conocen la inquina que Palinuro profesa al ruido, valorarán el sacrificio que le supone deambular por estos lugares tan absurdamente estruendosos. Parece ser que Madrid es la segunda ciudad del mundo en ruido después de Tokio. Ignoro cómo se hacen estas mediciones pero afirmo que, al lado de México, Madrid es un convento trapense. Es más, creo que el ruido es la maldición de toda América Latina. Imagino que este factor no cuenta a la hora de medir el subdesarrollo pero debiera; estoy seguro de que tiene notable incidencia en él. Es imposible concentrarse en nada o ser medianamente productivo con ese estrépito permanente en todas partes, esas musicangas que los dioses confundan en los coches, los bares, los chiringuitos, las casas de vecinos.

El segundo rasgo que suele mencionarse de México, y más recientemente, es su inseguridad. Este es asunto muy subjetivo y no me atrevo a pronunciarme porque supongo que habrá datos incontrovertibles pero tengo la impresión de que también hay mucha exageración. No me parece que México sea especialmente insegura. Supongo que habrá zonas y barrios peligrosos; pero ¿en dónde no? Téngase asimismo en cuenta que parte del negocio de la industria turística consiste en asustar a la clientela para que no se desplace por la ciudad haciendo uso del metro, los taxis, etc y tenga que contratar sus carísimos servicios especiales.

A cambio debo insistir en el atractivo de una ciudad tan gigantesca, en su extrordinaria variedad por barrios, su abundantísima vegetación tropical, su disparatado y sorprendente diseño urbano. Luego del Zócalo anduvimos por la colonia Roma, sobre la calle Durango, a la búsqueda de una librería de lance a la que soy muy aficionado en la calle Mazatlán, una zona de calles amplias con bulevares, rebosantes de palmeras, ceibas, buganvillas, jacarandas y plagada de estatuística clásica, con Apolos, Dianas cazadoras, Venus... Lo que se ve en la segunda foto, además de Celia y Ramoncete, es una réplica exacta de la madrileña Cibeles, en la plaza de su mismo nombre, que produce un efecto bien curioso.

divendres, 5 de setembre del 2008

La fuerza del odio.

Aprovechando la hora de comer y un vacío en los exámenes ayer dimos un salto hasta Coyoacán, a recorrer la zona, una de las más pintorescas del Distrito Federal y visitar las casas de Frida Kahlo y León Trotsky. La primera se ha puesto imposible desde que se hizo la película con Salma Hayek pues se ha llenado de turistas. La de Trotsky en cambio sigue en el bendito semiabandono en que ha estado siempre. Semiabandono porque, aunque esté bien atendida, no es un negocio como lo es la de Frida Kahlo y los pocos visitantes que hasta ella se acercan (estuve observándolos un buen rato) son como peregrinos, como iluminados por una luz interior. La casa está más o menos según la dejó Trotsky al morir a manos de Ramón Mercader. En el pequeño pero frondoso jardín luce la estela que labró Juan O'Gorman en memoria de Lev Davidovich Bronstein, que descansa en la parte de atrás, junto a su esposa Natalia Sedova.

El caso Trotsky invita a una reflexión sobre el alcance del odio, la envidia, el miedo, la inseguridad y otros rasgos de la naturaleza humana. ¿Por qué persiguió Stalin con tanta saña a Trotsky y a su familia, después de derrotarlo en las intrigas internas del Partido Comunista? Hacia más de quince años que Lev Davidovich ya no tenía poder político real en la Rusia soviética, quince años en que anduvo perseguido y hostigado por el totalitarismo estalinista hasta que éste consiguió acabar con él. La pregunta es siempre la misma: ¿por qué? Y la respuesta también ha de serla misma: por el ejemplo moral de Trotsky. Stalin no podía permitir que un solo hombre, un hombre exiliado, perseguido, acorralado, se enfrentara al aparato estatal de la Unión Soviética y ordenó asesinarlo al tiempo que lo vilipendiaba, estigmatizaba su persona y trataba de eliminar toda memoria de su paso por la historia.

Es curioso: poco antes del hundimiento del comunismo, el Partido Comunista de la Unión Soviética rehabilitó a todos los perseguidos del estalinismo, a los Zinoviev, Kamenev, Bujarin, etc... pero no a Trotsky. Cuando pregunté a los comunistas soviéticos el porqué de esta anomalía, me contestaron que porque Trotsky nunca fue procesado y condenado. Trotsky fue un caso de venganza personal de Stalin; la venganza del soberbio, del todopoderoso frente al débil y, sin embargo, ahí está, erguido en su derrota. Que si el odio tiene fuerza, más fuerza tiene la moral.


ACTUALIZACIÓN DÍA 5 DE SEPTIEMBRE

Este post ha merecido el honor de ser reproducido en el número de hoy del estupendo periódico digital de izquierda

InSurGente con el que Palinuro mantiene excelentes y fraternales relaciones sazonadas con una actitud mutua de vigilante crítica, necesaria siempre para el logro que ambos reconocemos común: la emancipación del ser humano.

dijous, 4 de setembre del 2008

El peregrino intermitente.

Julio Llamazares ha emprendido un largo y peculiar viaje a través de los años y de la vida, uno que tiene un destino pero no fijo en un punto en el horizonte sino diseminado por la geografía nacional: el de visitar todas las catedrales de España, un viaje que ha iniciado bajo la doble advocación de Fulcanelli y Georges Duby ya que empieza su periplo con sendas citas de ambos como una mezcla premonitoria entre el espíritu científico y el místico que viene a ser como un programa del itinerario. Es un viaje que se irá completando con los años. Empezó en 2000, cuando los cálculos monetarios se hacían en pesetas (p. 46) pero ya en Zamora, ochenta y cuatro páginas más adelante, se calcula en euros (p.130). El viajero pasa por el tiempo igual que el tiempo pasa por su viaje en el que también hacen su aparición las nuevas tecnologías casi como introduciéndose sin avisar ya que el autor no parece gran amigo de ellas; escribe con pluma en un cuaderno y en un par de ocasiones dice, parece que con orgullo, que no tiene máquina de fotos lo que no empece para que el lector encuentre algunas reproducciones de bajísima calidad desperdigadas por el libro pero que dan una idea bastante certera de los ambientes que gustan al autor para sus fines. No obstante las nuevas tecnologías aparecen de pronto en la página 558 y en la catedral de San Feliu de Guixols cuando Llamazares se hace con un modesto folleto explicativo no pidiéndoselo a un encargado más o menos agradable cual tiene por costumbre sino, dice, bajándoselo de internet", notable evolución desde luego si bien se nota que a regañadientes pues escribe internet con mayúscula, signo indubitable de que sigue siendo algo extraño para él.

El propio autor declara el sentido profundo de la obra: "viajar y contar su viaje, aunque a nadie interese salvo a él" (p. 145). Típica modestia porque un viaje de Llamazares, que es un gran escritor, interesa a mucha gente y la prueba es que esta obra Las rosas de piedra, Alfaguara, Madrid, 598 págs) a pesar de su considerable extensión, va por su segunda edición en un año. Es un libro curioso, impregnado de una especie de misticismo laico. El autor no es religioso, me parece que ni siquiera creyente, pero se siente atraído y espiritualmente movido por el sentido trascendental que emana de las catedrales románicas, góticas (ambas sus preferidas) y renacentistas. No tanto por el estilo neoclásico, al que odia sin que me quede claro el porqué, aunque lo intuya: escaso misterio.

El libro está formado por dos tipos de narrativas: de un lado la descripción de las catedrales y de otro los percances del recorrido por las tierras de España. Éste es al mismo tiempo un libro sobre catedrales y un libro de viajes. Por lo que hace al primer relato, la descripción de los templos es liviana y no muy técnica, cosa de agradecer aunque a veces se le vea algo la estameña de los resúmenes de las guías. A este respecto hay de todo.Una de las conclusiones que se obtienen de este peregrinar de Llamazares es que el régimen general de las catedrales en España es como la casa de Tócame Roque: los horarios son irregulares; unas tienen guías (a su vez de muy distinta calidad); otras, no; otras, simples fotocopias. Las instalaciones dependientes de los edificios (criptas, claustros, museos) están sometidas al mismo principio caprichoso y aleatorio. Salvo que se tenga la suerte de dar con algún canónigo amable (cosa rara) o algún lugareño aficionado a mostrar el templo, como le sucede a veces a Llamazares, las catedrales carecen de personal capacitado para mostrarlas a los visitantes con conocimiento de causa.

En este terreno de las cuestiones propias de las catedrales, sus estilos, arquitecturas y tesoros artísticos el libro es una mina; muy subjetiva, como debe ser todo criterio artístico pero una mina. Resalto de él lo que más me ha interesado con una idea tan subjetiva como los juicios del autor: la exaltada valoración de la catedral de León, la suya, hecha con un ánimo contenido pero emocionado; la admiración ante la rica pintura acumulada en el museo de la de Palencia (el Greco, Berruguete, Zurbarán, Mateo Cerezo) (p. 206); la apreciación del gótico tardío de las de Valladolid y Segovia, ambas obras de Juan Gil de Hontañón (p. 240); el asombro ante la de Burgo de Osma, la quinta de España en tamaño tras las de Santiago, León, Burgos y Toledo y depósito de las ilustraciones de Beato de Liébana (255); la comprobación de que la de Gerona es la única catedral de España cuya nave central carece de columnas y se asienta solamente sobre las paredes (p. 520); la sorpresa ante los frescos de José María Sert en la de Vic (p. 538).

En un terreno no artístico sino de organización eclesiástica es interesante reseñar la distinta dignidad de los templos. Aragón constituye un verdadero galimatías: Barbastro es catedral junto a una concatedral en Monzón y una excatedral en Roda de Isábena. Calahorra y La Calzada constituyen una catedral con dos sedes y en Zaragoza conviven dos catedrales, la Seo propiamente dicha y la basílica delPilar (p. 403).

No me resisto a consignar una respuesta a un interrogante que plantea el autor en relación al cimborrio de la catedral de Zamora de clara influencia bizantina vía Francia. Se pregunta Llamazares: "Pero ¿cómo llegaría hasta Zamora? ¿Por qué caminos? ¿En qué momento?" (p. 129). Si hacemos caso a mi amigo el abogado y escritor Javier Sáinz Moreno, el único que ha propuesto una teoría alternativa a la de don Ramón Menéndez Pidal sobre la autoría del Poema del Mío Cid en un libro titulado Jerónimo Visqué de Périgord, autor del Mío Cid, esas preguntas están contestadas: viene de la mano del obispo Visqué de Périgord que anduvo con las mesnadas del Cid y llegó a obispo de Toledo. Por cierto, el propio Llamazares se encontró después con Visqué al pasar por Salamanca en donde había una exposición sobre él (p.155).

Respecto al segundo tipo de narrativa el libro es más que nada un libro de viajes, ya se ha dicho, aunque se trata de un viaje entrecortado ya que el viajero lo interrumpe y lo reanuda cuando lo tiene a bien, acometiendo su empeño por grupos de diócesis territoriales: Galicia, Castilla la Vieja, el reino astur-leonés, Vascos/navarros y riojanos, Aragón y Cataluña. Se lee de corrido o saltando de una parte a otra porque está escrito en una prosa sencilla, tersa, escueta, que recuerda la de Cela en el Viaje a la Alcarria y lleno de observaciones pertinentes, muchas veces implícitas, en forma de understatements sobre las gentes y tierras de España por las que Llamazares profesa una devoción prudentemente oculta. Es pintoresco el personaje de Merlín, un hombre que no está muy en sus cabales en la catedral de Mondoñedo (p. 74). No creo que sea extraño que a la sombra de estos grandes templos cristianos abunden gentes de peculiar compostura. Así tampoco será raro que, al visitar la catedral de Teruel, un borracho se le presente como "fabricante de ojos", mereciendo la muy sobria pregunta de Llamazares de "¿Qué habrá querido decir?" (p. 478). A mí, menos sobrio y más dado a la ensoñación romántica que el autor, me sonó como aquel inquietante personaje de E.T.A.Hoffmann en Elhombre del saco y su expresión "¡bellos okos!" ("schöne Öken!"). Algo parecido a ese curioso y extraño episodio del grupo de turistas ciegos que visitan la catedral de Ciudad Rodrigo (p.70).

¿Quién no ha tenido alguna vez la impresión al visitar alguna catedral, algún claustro silencioso, de que el tiempo se hubiera quedado colgado de los capiteles de las columnas, venerables piedras, y de que a la vuelta de algún pilar, de alguna columna podría uno toparse con el arcediano de Nôtre Dame o el magistral de Vetusta? Y, hablando de Vetusta, Llamazares recala en Oviedo, ciudad a la que iban a estudiar los leoneses de su generación, toma un café en la cafetería Logos, enfrente de la facultad de Derecho, en donde también lo stomaba yo cuando daba clases allí más o menos en el tiempo en el él estudiaba (p.89) y me hizo gracia.

Llamazares es un escitor de ánimo leonés. No estoy seguro de saber expresar lo que a mi entender se encierra en esta determinación intuitiva, quizá una fe laica (ya lo he dicho) que lo lleva a respetar a los demás de una forma tan obsesiva que no parece española a pesar de que el hombre es radicalmente español, que lo lleva a luchar contra su forma de ser, como se prueba por el hecho de que, padeciendo claustrofobia, se encierra en las criptas y sufriendo de vértigo, sube a las torres y los campanarios. No menos significativa me parece su acendradísima circunscepcción que nos habla mucho de su carácter amable y tímido. Por ejemplo, en la catedral de Valladolid se queda dormido en un banco (una experiencia que hemos tenido todos los que hemos visitado templos a veces en jornadas agotadoras), hasta que se despierta con un sobresalto y, muy preocupado, se dice: "Menos mal que nadie me ha visto" (p. 225) Y¿cómo sabe él que nadie lo ha visto si estaba dormido? Su reflexión, pues, no es decir que el asunto sea baladí sino el bochorno de que lo vean durmiendo, es decir, de no poder escenificarse, como los viejos hidalgos castellanos.

Lo que hace más español al autor y lo integra de modo casi esencial, civilizatorio, con los ámbitos en los que circula y deambula casi como si fuera un marciano, el momento en que se descubre su identidad de raíz con el paisaje cultural y los usos y costumbres patrios es el del almuerzo a mediodía. Jamás cuestiona el hecho de que los templos, siguiendo inveterada costumbre hispánica en el terreno religioso (como si Dios también se retirara a almorzar) y en el del siglo cierren a mediodía para cumplir con la sacrosanta costumbre de la copiosa mesa, quizá la amada sobremesa y puede que hasta la muy hispánica siesta. De todo ello participa nuestro autor sin cuestionarlo ni una sola miserable vez, como el que se adapta a un movimiento telúrico. En ningún momento se le ocurre que los templos podían estar abiertos a mediodía (cosa que ya va calando en el comercio, siempre el más adelantado, sobre todo las "grandes superficies", que pueden permitírselo) en beneficio de quienes, como quien esto suscribe hace años que se ha declarado en rebeldía de mesa, sobremesa y siesta, se ha desnacionalizado y emplea el tiempo entre las 14:00 y las 16:00/17:00 horas en algo distinto que llenar la andorga. Llegado a esas horas Llamazares se funde con el paisaje, inquiere en dónde se puede comer "bien" y, de serle posible, se sienta ante una bien provista mesa que lo sirvan y a llenar bien el estómago con independencia del tiempo del año al extremo de que, a veces le cuesta levantarse de la mesa y hasta, ya se ha visto, se queda traspuesto en algún crucero.

Cuídese señorLlamazares que aún le queda seguir con este interesante viaje para dar cuenta de la otra mitad más o menos de las catedrales de España, esos refugios del alma de piedra y silencio.

dimarts, 2 de setembre del 2008

Las pirámides de Teotihuacán.

Son una de las atracciones rabiosamente turísticas de México que más me gustan. Desde la primera vez que las visité, allá por 1984, en mi primer viaje al país, creo haber estado en el lugar unas cuatro veces y siempre hago lo mismo: subo a la dos, la del Sol y la de la Luna, oteo el paisaje desde arriba junto a tropecientos turistas más, todos fotografíandose, me extasio ante la calle de los muertos que indefectiblemente me recuerda los Campos Elíseos o la Luitpoldarena en Nürnberg y procedo luego al descenso, más problemático que la subida, como saben todos los que han estado aquí y han visto a alguien bajando de nalgas. Ramoncete se portó. Subió y bajó, cierto que ayudado por sus padres, entre grandes risas y disfrutó muchísimo. Arriba corría una agradable brisa y el tiempo ayudó. Es verdad que Teotihuacán ya no es lo que fue. Hay pocos turistas, a los que ya no importunan tan densos grupos de vendedores de ponchos o puñales de obsidiana, bastantes tiendecitas de recuerdos están cerradas, ya no se celebran espectáculos de luz y sonido. Entre la crisis y la escalada de México en el índice de sociedades violentas a la colombiana el negocio turístico anda muy desangelado.

Contraté la excursión en una oferta de grupo, cosa que no hago nunca pero en estos tiempos de "freno económico" no está el horno para dispendios de taxi. La oferta incluía una visita a la inevitable basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, hace unos años elevada a la extraña categoría de "Emperatriz de América". En cuanto al edificio lo tengo por uno de los más feos del planeta, pero es el centro de una devoción firmísima y multitudinaria del pueblo que lleva a algunos de sus hijos a cruzar el enorme atrio de rodillas o, incluso, a venir ya arrodillados desde mucho antes, quien sabe si desde su pueblo, y a otros a rellenar de exvotos las paredes de las capillas o los pies de los altares. Nos concentramos en las otras iglesias que hay en el complejo guadalupano que no son tampoco maravillas pero muestran un barroco colonial la mar de atractivo frente a la pretenciosidad universalista de la basílica moderna y allí pudimos comprobar que, en la polémica sobre el aborto no es solo que el obispo de Guanajuato amenace con la excomunión ipso facto a toda aquella que proceda a una interrupción voluntaria del embarazo sino que la Iglesia está poniendo a los curas en pie de guerra en contra de la nefanda práctica, como se prueba con esa foto de la horrible vitrina que nos encontramos a la entrada de la antigua basílica y que por cierto no se puede visitar porque, como siempre, está en obras para rescatarla del hundimiento a causa del carácter pantanoso del terreno en el que está construida, lo mismo que le sucede a la catedral de la Plaza del Zócalo.

La excursión comprendía, además de nosotros, dos chicas argentinas muy jóvenes, un matrimonio gringo ya talludito y un japonés acompañado de un señor de unos cuarenta años y nacionalidad para mí indescifrable. Pronto se estableció la dinámica de grupo en estos casos sólo rota por nosotros que no estábamos interesados en las explicaciones ramplonas y fabulosas del guía, ni en la visita a un taller de platería y otro de obsidiana sólo pensada para que la gente pique y se lleve a casa objetos perfectamente inútiles a precios fabulosos y mucho menos en un almuerzo típico "amenizado" por algún mariachi, y solamente queríamos saber en qué lugar era preciso quedar para que nos recogiera la furgoneta chevrolet hasta la siguiente parada.

Fue inevitable asistir a algunos intercambios de grupo en el interior del vehículo especialmente animados después de un almuerzo que debió de estar bien regado de alcohol. De ellos sólo quiero reseñar algo que tengo por una de mis experiencias más acrisoladas: creo que sólo conozco algo más estúpido e ignorante que un gringo diciendo a un argentino, chileno u otro latinoameriacno eso de "nosotros en América hacemos tal y cual", y es que esos interlocutores no pregunten al gringo en dónde diantres piensa él que esté la Argentina o Chile o cualquier otro país latinoamericano.

dilluns, 1 de setembre del 2008

México.

Acabamos de llegar a México, a donde me ha tocado venir a examinar por la UNED. Ha sido un trayecto agradable dentro de lo que cabe. Digo esto porque, aunque son más de doce horas de vuelo, para mi sorpresa el airbus era relativamente espacioso en clase turista y se podía estirar las piernas, cosa imposible en otros tipos de airbuses, verdaderas fábricas de tromboflebitis. Y un vuelo apacible a pesar de Gustav. En los trayectos Madrid-México D.F. normalmente los aviones entran en Norteamérica a la altura de Nueva York y luego tuercen al sur a través de Tennessee, Alabama y Louisiana, cruzan el golfo de México y llegan al Distrito Federal. En Louisiana pasan entre Baton Rouge y Nueva Orleans, muy pegados a ésta pero hoy se ha desviado como cosa de seiscientos kilómetros, pasando muy al oeste de Baton Rouge, supongo que evitando el huracán, aunque a once mil metros no sé yo si el fenómeno se hará sentir mucho. Ramón se portó ejemplarmente.

El aeropuerto Benito Juárez sigue siendo el escaparate de la eficiencia caótica. En la recogida de equipajes, había un perro amaestrado husmeando entre las maletas; pero no buscaba drogas sino comida. Nos requisaron un bocadillo de tortilla. Luego de pasar por el scaner de salida, una máquina de inspección aleatoria decidió que nos tocaba abrir todas nuestras pertenencias para que nos las revisaran por enésima vez.

El servicio de "taxi autorizado" con el que en teoría se combate el expolio a que el servicio libre era tan proclive se fundamenta en una racionalización de ese mismo expolio. Si dos visitantes que van a hoteles muy cercanos en el centro pretenden que un solo taxi pase primero por uno y luego por el otro con el consiguiente ahorro descubren que eso no es posible. El taxi hace en efecto el recorrido de los dos hoteles pero hay que pagar como si fueran dos trayectos completos y distintos desde el aeropuerto al centro.

La capital nos recibió con un cielo de plomo. Nos alojamos en un hotel residencia con un aire colonial, en régimen de apartohotel muy cómodo en Chapultepec, a tiro de piedra del Museo Antropológico y la Alameda Central. Y tiene un servicio de wi-fi en abierto fenomenal. No como en España donde el Meliá-Coruña cobra por la conexión algo así como cuatro euros la hora. Otro expolio.

Como mañana (hoy en España) tengo libre, he planeado una excursión a Teotihuacán, a ver cómo se porta Ramoncete.

(Las imágenes son sendas reproducciones del famoso grabador hidrocálido José Guadalupe Posada, primera la magnífica calavera catrina y la segunda el famosísimo Fandango y francachela de todas las calaveras.)

dimecres, 23 de juliol del 2008

La Expo de Zaragoza.

A la vuelta de Teruel nos dejamos caer por la Expo de Zaragoza 2008. Tenía curiosidad por ver cómo es una exposición dedicada al agua; la suficiente para asomarme al pillarme de paso. A propósito no hubiera ido jamás. No me gustan estas exposiciones universales que son siempre lo mismo: gente tratando de vender algo. Supongo que las primeras, aquellas universales de Londres y París en el siglo XIX tenían cuando menos el mérito de la novedad. Desde entonces han ido haciéndose más y más iguales hasta poder ser intercambiables. Ha ocurrido con las exposiciones lo que con los buques que han acabado siendo todos idénticos, esto es, espacios de contenedores. Y eso, hacia el interior; hacia el exterior, el asunto es más claro si cabe. Las ciudades a las que se adjudica uno de esyos eventos (exposiciones, olimpiadas, etc) se forrran. Mejor dicho, se forran los comerciantes en ellas a base de multiplicar los precios de todo durante el tiempo que duren, desde las habitaciones de hotel hasta el coste de los churros en los chiringuitos.

La expo del agua no defraudó: muchos pabellones bastantes de ellos muy originales, de arquitecturas caprichosas y dentro, gente vendiendo cosas. Pero vendiendo en infinidad de casos con los mismos chiriguitos de abalorios y baratijas que montan en cualquier calle de cualquier ciudad. Como sea que los pabellones son nacionales (o plurinacionales), se administran y gestionan con la lógica del poder político en cada caso: la propaganda. Cada pabellón es una exaltación de las glorias nacionales en relación con el agua en cada país. Si se resumen las informaciones país a país se verá que no hay peligro para el abastecimiento de agua potable de aquí a la eternidad, que los recursos hídricos están estupendamente bien repartidos y que los que más disfrutan de ellos para todo tipo de usos son los sectores más pobres de las diversas poblaciones. Magia de los Estados. Es inexplicable que el panorama internacional del agua sea tan desastroso cuando todos los Estados lo hacen de cine.

La entrada a la exposición es una tortura. La distancia que media desde la estación del AVE a la puerta del recinto, unos doscientos metros en línea recta, debió de parecerle muy burguesa al que lo ideó y los doscientos metros se convierten en unos quinientos trepando por pasarelas y puentes batidos por los vientos. Una vez a buen recaudo en el recinto de la exposición, a donde se llega caminando otra jartá desde la puerta o tomando un cómodo funicular, puede uno dedicar sus energías a los pabellones que más guste. Muchos de ellos tienen largas colas en las que la gente pierde el tiempo pacientemente porque dentro regalan algo, un masaje en los paballones asiáticos, algún tipo de representación coral, virtual o no en otro, etc. Si uno decide no machacarse las horas en las colas puede uno entrar en más pabellones, aunque se pierde la emoción del regalito. A partir de cierto momento acaba uno de propaganda oficial hidráulica hasta el cogote, pero sigue peregrinando viendo artesanías populares, recordatorios, souvenirs y reproducciones como en la tiendas especializadas en el asunto que rodean a Picadilly Circus.

Los niños se lo pasaron bien y los adultos tuvimos unas horas de sano ejercicio. Si uno tiene críos, la Expo es un lugar ideal para llevarlos. Prácticamente está pensada para ellos.

dimarts, 15 de juliol del 2008

De la Coruña a Bélgica.

Nos hemos venido a La Coruña, en donde dirijo un curso de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo sobre el ciberespacio y la blogosfera que está siendo muy animado, con intervenciones interesantes de un grupo de diputados mexicanos que se han desplazado a la Madre Patria para debatir estos asuntos. El curso se celebra en la sede de la Fundación Caixa Galicia que es un edificio todo él de diseño elegantísimo, muy confortable y con todos los adelantos precisos para hacer las exposiciones con presentaciones de powerpoint y los demás adelantos tecnológicos.

Por cierto estoy leyendo un libro que ya comentaré en su día, de Núria Almirón y Josep Manuel Jarque sobre El mito digital en el que se hace un ataque en toda línea de lo que los autores consideran el "discurso mítagógico" del digitalismo, una especie de superchería. Es un libro interesante. Los autores no quieren en modo alguno que se los asimile a unos tecnófobos, pero en sus ataques al nuevo mito digital sí parece que hay cierta animadversión a las TICs. Ya lo veremos con mayor detenimiento. En el curso, en todo caso, esztá quedando claro que el ciberespacio y todo lo que tiene que ver con la red está ganando la pelea por KO.

En esta ciudad joven, que se vuelca en las playas cuando hace buen tiempo, me entero de que el Primer Ministro de Bélgica, el democristiano flamenco Yves Leterme, quien llevaba cuatro meses en el cargo después de otros diez en que el país estuvo negociando la composición del gobierno, ha presentado su dimisión al Rey. Parece que la dimisión se debe a un ultimatum de su propio partido.

La pregunta hoy es si el Estado belga, una construcción bastante artificial, resiste este nuevo envite sin quebrarse, dado que ya está al límite de sus posibilidades de descentralización. Y, por todo lo que sé, sus próximos avatares se seguirán con mayor interés en España que en la propia Bélgica.

(La imagen es una foto de Fieraz01, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 30 de març del 2008

La vida tranquila.

Mi hija Inés dice que mucho postear sobre el viaje que hice con Andrés por los Estados del Oeste de los EEUU y nada en cambio sobre los tranquilos y felices momentos pasados con ella y con su hija, mi nieta Sofía, en Indianápolis. Es verdad, pero es lo que suele pasar: que sólo prestamos atención a aquellos momentos de la vida en que hay novedad, aventura, imprevisto o, dicho de forma más contundentemente ordinaria, carretera y manta. El resto, la vida cotidiana, el apacible discurrir de los días sin sobresaltos, apenas llama nuestra atención, que es un sentimiento infantil que habita en nosotros y nos encandila porque es el que se presta a las grandes narraciones, las epopeyas, el ruido y la furia como los que conmemora este grupo escultórico a la izquierda, que celebra hazañas bélicas sin cuento al sonido de las trompetas de la fama.

Sin embargo, cuando sabemos mirar con atención, muchas veces la gran aventura está escondida ahí, en el el día a día de la existencia callada, el trabajo bien hecho, el ejercicio de la responsabilidad en un entorno ordinario. Vamos, la hermosa fábula que cuenta la película Shane, vertida al español como Raíces profundas con uno de esos títulos que, además de una traducción, incorporan una interpretación. La fábula del pistolero que hace ver al niño que el trabajo callado y responsable de su padre (Van Heflin) es más meritorio y más digno de la infantil admiración que todas las habilidades y destrezas de un aventurero (Alan Ladd) por muy rápido que sea con el revólver.

Inés vive en un suburb (nosotros diríamos "zona residencial", ya que eso de "suburbio" en español no suena enteramente bien) de Indianápolis, uno de esos tranquilos barrios estadounidenses, de casas bajas, con algo de cesped delante y un jardín con barbacoa en la parte trasera. Ahí cría a su hija, mi nieta Sofía, que es la preciosa niña que se ve en la foto en régimen de familia monoparental, al tiempo que atiende a su trabajo de profesora de español en una escuela pública equivalente al grado medio en España, con chavales que en su mayoría son negros (o "afro-americanos", como resulta más correcto decir en los Estados Unidos) y procedentes en buena parte de estratos sociales desfavorecidos, con familias problemáticas y muchos de ellos no menos problemáticos. Cuento esto porque entiendo que, en el espíritu de Shane, tiene mucho mérito, silencioso, ordinario, nada bombástico, realizar bien tu trabajo en condiciones difíciles, en un país extranjero, al tiempo que crías y educas a tu hija para que crezca feliz, como debieran ser todos los niños del mundo.

El último día de mi visita en Indianápolis fuimos de excursión a uno de los varios parques estatales que hay en Indiana, el Clifty State Park que, aparte de su interés ordinario, por ser unos montes densamente poblados de robles y álamos, tiene algunas cascadas en el curso accidentado de unos ríos que ahora, al comienzo de la primavera, bajan caudalosos. Estuvimos haciendo unas fotos, sobre todo Inés que, a sus actividades ordinarias como profesora y madre sola, ha añadido las complementarias del aprendizaje de alemán, la preparación de unas oposiciones de enseñanza media en España y un curso de fotografía, como se podrá ver en la imagen que adjunto, en la que lleva los aparejos propios de su nuevo oficio. Por cierto, estoy convencido de que, viéndola se puede advertir de dónde ha sacado su hija su mirada.

Considero sin subjetivismo favoritista de padre que la fotografía (en general la imagen) es la "vocación" oculta de Inés, la "Beruf" en el sentido maxweberiano, aquello para lo que ha sido llamada y que muchas veces no advertimos hasta bastante avanzada nuestra vida. Pondría aquí algunas de las fotos que hizo del parque estatal porque realmente merecen la pena. pero alargaría el post excesivamente, aunque quizá lo haga en algún otro momento, con un tema monográfico. De todos modos, quien quiera ver todas las fotos de esta excursión, que vaya al álbum completo. Aquí me limito a poner una foto que, además de demostrar la calidad profesional de la fotógrafa de que estoy hablando, me muestra a mí en actividad favorable en la esperanza de que se me perdone la pequeña vanidad de lucirme saltando charcos. Se reconocerá de todas formas que no es una pose de estudio convencional y, además, permite ver que los parques estatales estadounidenses están en un estado silvestre muy agradable.

Finalizamos ese día con una visita a la cercana ciudad de Madison, una típica población del Mid West que no es ni una acumulación de rascacielos ni un poblachón despanzurrado del Oeste, sino una fórmula intermedia, hecha de curiosos edificios de madera, pintados de colores diversos, muchos de los cuales recuerdan la pintura de Hopper. La calle principal de Madison, la Main Street está repleta de comercios de antigüedades, tiendas de modas y otros servicios, pero todos ellos con un toque de personalidad, cada uno en su estilo, que da un especial encanto a un paseo a través de ella, nervio mismo de la ciudad.

Definitivamente, la existencia apacible, ordinaria y discreta, tras de la cual se encuentra muchas veces una vida hecha de tesón y esfuerzo; una vida ejemplar.

La primera foto es de Atelier Teee's photos bajo licencia Creative Commons y representa el monumento a los combatientes en las guerras de los EEUU en las que hubo soldados de Indiana. Esta cara celebra las guerras contra los indios y la guerra contra España en 1898. El resto de las fotos excepto una son de Inés y están también bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 29 de març del 2008

A través del desierto.

Salimos de Las Vegas con ánimo de reincorporarnos a la aburrida vida civil y laboral ordinaria por la carretera interestatal 15, que atraviesa lo que queda de la parte del desierto de Mohave que corresponde a Nevada y Utah y al que las gentes del lugar llaman High desert por oposición al Low desert o desierto de Sonora, que se extiende más al sur, hacia Arizona y entra ya en México. Se trata en verdad de una enorme llanura muy seca, un pedregal en donde no crece otra cosa que cactus, yucas y otros matorrales, algunos muy curiosos, como el llamado "té mormón", abundantemente representado en el Gran Cañón. La fauna cabe imaginarla ya que es mejor no verla: coyotes, serpientes, ratas, tarántulas, iguanas, todo tipo de lagartos, etc. La planta más representativa de este desierto, prácticamente exclusiva de él, es el llamado "''árbol de Josué" que puede verse en la foto en la que Andrés disfruta de su sombra, una especie de agave con flores en racimos brillantes y así bautizado por los primeros inmigrantes mormones.


Que la gente tiene clara conciencia de vivir en un desierto lo revelan los nombres que dan a los establecimientos. Véase el "Oasis" de la foto, pegando a otro local de nombre "Casablanca", no menos significativo. Construcciones en mitad del socarral que albergan los últimos casinos ya fuera de Las Vegas y lugares de recreo y vacaciones, incluidos campos de golf cuya presencia entre los pardos, ocres y marrones del lugar casi hace daño a la vista.


No obstante, llegados del empacho urbano, de la locura kitsch de Las Vegas, del vidrio, el neón, las limousinas, el desierto, severo, abrasador, en una planicie que se pierde de vista, es un regalo del espíritu, una reconciliación con lo que la naturaleza tiene de simple y grandioso al mismo tiempo. Es también el ámbito en el que los indios vagaban nómadas en las tierras sagradas de sus antepasados. Los actuales habitantes de estos parajes, que tienen el papo de llamar a tales indios "native Americans", reconociéndose de este modo a sí mismos el carácter de intrusos, cultivan esta mitología con constancia digna de mejor inspiración artística, como puede comprobarse por esa estatua que encontramos en algún perdido lugar cerca de la ciudad de Mesquite, pegando a la frontera con Utah, de un indio que parece saludar al sol naciente y que recuerda mucho las ingenuas representaciones actuales de los valerosos guerreros precolombinos al sur del Río Grande.


Hay en estos desiertos un elemento poderoso, ctónico, primitivo, que se manifiesta de vez en cuando al aparecer algún accidente, algún circo o algún fondo de lo que fuera un mar del cretáceo, lugar habitado por dinosaurios y otras especies que a uno le gusta ver con los ojos de la imaginación, por ejemplo el fabuloso "San Rafel Swell", que nos tropezamos según cruzamos Utah por una carretera que serpentea entre las formas y colores del jurásico y en el que las autoridades han dispuesto algunos lugares de 0bservación desde los que puede verse y fotografiarse tanta belleza mientras los descendientes de los indios de entonces tratan de vendernos su artesanía, algunos abalorios de turquesa o de malaquita, ágatas, ópalos y la sempiterna madera petrificada.


A la salida del desierto de Mohave, cerca de la ciudad de Grand Junction, un apacible enclave provinciano ya en el Estado de Colorado, y como si se tratara de una misteriosa simetría, se repite, aunque en menor escala el fenómeno del Gran Cañón pero con la ventaja de que puede uno verlo de cerca, casi tocarlo, meterse por sus vericuetos y observar las formas caprichosas que la erosión va creando a lo largo de los siglos, de esas que hemos visto tantas veces en las películas del Oeste.


El contraste más agudo de todo el trayecto viene cuando, a la salida del desierto, hay que cruzar las montañas rocosas justo en lo que se llama el Front Range, que va desde el norte de México al norte de Colorado y separa el desierto de Mohave de la ciudad de Denver, a donde nos dirigimos para coger el avión y en donde terminó nuestro viaje por el Oeste de los Estados Unidos.