Acabamos de llegar a México, a donde me ha tocado venir a examinar por la UNED. Ha sido un trayecto agradable dentro de lo que cabe. Digo esto porque, aunque son más de doce horas de vuelo, para mi sorpresa el airbus era relativamente espacioso en clase turista y se podía estirar las piernas, cosa imposible en otros tipos de airbuses, verdaderas fábricas de tromboflebitis. Y un vuelo apacible a pesar de Gustav. En los trayectos Madrid-México D.F. normalmente los aviones entran en Norteamérica a la altura de Nueva York y luego tuercen al sur a través de Tennessee, Alabama y Louisiana, cruzan el golfo de México y llegan al Distrito Federal. En Louisiana pasan entre Baton Rouge y Nueva Orleans, muy pegados a ésta pero hoy se ha desviado como cosa de seiscientos kilómetros, pasando muy al oeste de Baton Rouge, supongo que evitando el huracán, aunque a once mil metros no sé yo si el fenómeno se hará sentir mucho. Ramón se portó ejemplarmente.
El aeropuerto Benito Juárez sigue siendo el escaparate de la eficiencia caótica. En la recogida de equipajes, había un perro amaestrado husmeando entre las maletas; pero no buscaba drogas sino comida. Nos requisaron un bocadillo de tortilla. Luego de pasar por el scaner de salida, una máquina de inspección aleatoria decidió que nos tocaba abrir todas nuestras pertenencias para que nos las revisaran por enésima vez.
El servicio de "taxi autorizado" con el que en teoría se combate el expolio a que el servicio libre era tan proclive se fundamenta en una racionalización de ese mismo expolio. Si dos visitantes que van a hoteles muy cercanos en el centro pretenden que un solo taxi pase primero por uno y luego por el otro con el consiguiente ahorro descubren que eso no es posible. El taxi hace en efecto el recorrido de los dos hoteles pero hay que pagar como si fueran dos trayectos completos y distintos desde el aeropuerto al centro.
La capital nos recibió con un cielo de plomo. Nos alojamos en un hotel residencia con un aire colonial, en régimen de apartohotel muy cómodo en Chapultepec, a tiro de piedra del Museo Antropológico y la Alameda Central. Y tiene un servicio de wi-fi en abierto fenomenal. No como en España donde el Meliá-Coruña cobra por la conexión algo así como cuatro euros la hora. Otro expolio.
Como mañana (hoy en España) tengo libre, he planeado una excursión a Teotihuacán, a ver cómo se porta Ramoncete.
(Las imágenes son sendas reproducciones del famoso grabador hidrocálido José Guadalupe Posada, primera la magnífica calavera catrina y la segunda el famosísimo Fandango y francachela de todas las calaveras.)