La historia de España en sus últimos cuatrocientos años es la de su decadencia. Buena prueba de ello: el libro que publica en 1854 un joven e impetuoso Cánovas del Castillo, luego primer ministro del Reino, se titula
Historia de la decadencia de España.
Pero en los últimos cuatro años, la decadencia se ha convertido en una degeneración galopante, sin remedio, a manos de un gobierno de incompetentes, retrógrados, presuntos corruptos y meapilas. Lo preside otro presunto corrupto, político profesional que lleva, al parecer, toda su vida política cobrando sobresueldos de una caja B en el partido del cual él es también presidente pero, según se ve, no responsable. Por ello es popularmente conocido como “el sobresueldos”.
La degeneración es total. El gobierno carece de todo prestigio. Su presidente, del que desconfían ocho de cada diez ciudadanos, de todo crédito. Nadie escucha lo que dice. Nadie se fia de él, ni de su gobierno. Todo el mundo sabe que mienten, que solo piensan en sus intereses personales, en hacer negocios y favorecer a sus amigos y a sí mismos.
En el extranjero, España es objeto de las habituales chirigotas. Ya era increíble que el ministro de industria de uno de los países más soleados del planeta impidiera la explotación de la energía solar con el fin de favorecer a la industria eléctrica en detrimento de los intereses de los usuarios. Eso se ha quedado chiquito al saberse que el exvicepresidente del gobierno de Aznar, autor del “milagro español”, ha sido detenido acusado de varios graves delitos de los de pasta gansa y probablemente es un ladrón de cuidado. Presunto ladrón y compañero de Rajoy. Presunto ladrón y nombrado presidente de Caja Madrid con la aquiescencia del sobresueldos. La marca España campea en todos los círculos de hampones internacionales.
Dos ejemplos entre cientos posibles del abuso institucionalizado e impune:
la televisión pública de Castilla La Mancha no dio la noticia de la detención de Rato; ni cuando se produjo, ni al día siguiente. Es decir, Cospedal y el esbirro que tiene al frente de la TV ocultaron a la población una noticia en un medio audiovisual que, sin embargo, paga esa misma población. Un caso más de estafa y escarnio, algo mucho peor que un robo: una violación del derecho a la información. Otro ejemplo, el ministro de Justicia, Catalá, se permite
unos comentarios públicos sobre una materia subiúdice en el Supremo, dudando de la veracidad de las declaraciones de dos imputados del partido contrario al suyo. Bueno, llamarlo ministro es excesivo. Sería más propio, quizá, llamarlo correveidile del partido gobernante y su jefe, cuya afición a saltarse los límites del Estado de derecho es notoria.
Un par de semanas atrás, la vicepresidenta del gobierno hacía unas observaciones críticas sobre los asuntos fiscales de un ciudadano al que nombraba por su apellido. Ayer, preguntada por el presunto delito fiscal de su compadre de partido Rato, contestaba que el gobierno no comenta asuntos personales de los ciudadanos. Para esta cuadrilla, gobernar, mentir y difamar al adversario son sinónimos. Y la categoría "asunto personal" se estira y encoge a conveniencia: lo de Rato es un asunto personal, lo de Pujol es cosa de la Generalitat, de CiU y de todos los catalanes, especialmente los independentistas.
La degradación de la cosa pública con semejante administración esta garantizada. Y así un día y otro. En España no hay libertad de información, ni división de poderes, ni Estado de derecho, probablemente ni Estado a secas. Es un ente con un gobierno de presuntos de todo tipo, pertenecientes a un partido imputado en un delito por un juez y presidido por el sobresueldos que lleva cuatro años mintiendo, engañando, ocultándose, no compareciendo en público, balbuciendo incongruencias, inventando fábulas y cargando con maniobras y juego sucio contra sus adversarios.
Ahora, provisto de nuevo con las habituales patrañas sobre su gestión para salir de la crisis, en las que tampoco cree nadie, excepto la prensa adicta, que es toda la de papel, el sobresueldos ha ido a contar a los alicantinos esa sinsorgada de que España es una “gran nación”. Ojo: a los alicantinos. Hace unos días estuvo en Barcelona y de “gran nación” allí no dijo nada porque, obviamente, no se atreve.
Llevan cuatro años saqueando España mediante sus expolios, sus privatizaciones y el recurso a lo que los anarquistas llamaban
la acción directa, aunque con muy otros medios y fines. Y van a escándalo diario. Hoy, uno más: la junta de Castilla y León, del PP, metida hasta las cejas en
otro escandalazo de cientos de millones de comisiones en el negocio de la industria eólica. No es decadencia. Es degeneración. La propia de un Estado gobernado por unos presuntos mangantes sin decoro ni dignidad, a los que el país como tal importa un pepino y solo tratan de evitar que los pillen. Si los pillan, pretenden que no los juzguen. Si los juzgan, que no los condenen. Y si los condenan, que los indulten. Pues en todos esos puertos tiene vara alta la corrupción institucional que goza de impunidad, como se prueba por los casos Cautrecases, Blesa y Rato.
Entre tanto, este gente, impropiamente considerados "políticos", tiene dos corrientes de oposición. A la izquierda del todo, una confusa amalgama de comunistas de IU con excomunistas y neocomunistas de Podemos, más otros partidos y grupúsculos de diferentes preocupaciones. Su objetivo real no es ganar las elecciones. En un primer momento, los sondeos recibieron alborozados la llegada de Podemos augurándole resultados espectaculares, quizá el ansiado sorpasso a los socialistas, pero, una vez visto que se trataba de un bluff y de una nueva añagaza de los neocomunistas, la tendencia flexiona de nuevo a la baja y poco a poco acabará en los porcentajes que antaño tenía IU, quizá algo superiores. Así cumplirá su objetivo que no es tanto ganar las elecciones y gobernar como que no las gane y no gobierne el PSOE. Esa es su finalidad objetiva y práctica y para asegurarla ha vuelto a aparecer en escena el furibundo enemigo del socialismo democrático con toda su cómica prosopopeya, ese Anguita que los jefes de Podemos tienen como referente intelectual, inmediatamente por debajo de Juego de Tronos.
¿Consecuencia obvia de este proceder? Con el voto de izquierdas dividido es muy difícil que gane el PSOE y muy fácil que siga gobernando la derecha.
A su vez, ese PSOE que aspira a gobernar, a reconstruir todo lo que esta derecha corrrupta y cerril ha arrasado, ¿qué oposición hace? Ninguna. Cero. Todavía bajo la influencia de Rubalcaba, un reaccionario centralista y monárquico, cae en la trampa de llegar a “acuerdos de Estado” con esta manga de presuntos y contribuye a legitimarla, como si fuera un gobierno.
Y, no siendo esto, nada. De vez en cuando alguna protesta cuando los abusos son muy evidentes, alguna petición de comparecencia parlamentaria que de sobra saben no se producirá, un par de advertencias y quejas, y nada más. Bueno, nada más, no: a seguir legitimando con su participación esta farsa de un Estado de derecho sin derechos y una democracia sin libertades.
Ni siquiera tienen el valor de plantarse parlamentariamente ante las mayores muestras de arbitrariedad y despotismo de quienes hacen política por decreto. El país está en manos de desaprensivos capaces de cualquier cosa, literalmente de cualquier cosa, y estos socialistas de pacotilla ni se atreven a levantarles la voz. Recorren las provincias dirigiendo humillantes ruegos a Rajoy para que haga o deje de hacer lo que le parece. No se atreven a presentar una moción de censura. La podredumbre de la degeneración los cubre también porque, con su complicidad, muestran estar mucho más cerca de los presuntos corruptos que de la gente honrada que los ha votado y no tiene nada que esperar de ellos.
(La imagen es una foto de
La Moncloa en el
dominio público).