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dimecres, 4 de febrer del 2015

Un mundo lleno de santos.

José Miguel Marinas (2014) El poder de los santos. Valor político de las imágenes religiosas. Madrid: La Catarata (158 págs.)
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Interesante libro sobre un tema que, no por tratado, pierde interés. Al contrario, lo gana cuando se le aportan nuevos enfoques, cosa inevitable en algo tan vasto a nada que el interpretante peirceano, que Marinas sitúa en el comienzo de este viaje semiótico, tenga algo que decir. Si de decir se trata, el autor trae el zurrón lleno. Y, por cierto, en un estilo muy personal, de notable originalidad, de referencias cruzadas, como al desgaire, que el lector va encontrando aquí y allá como ventanas que se abrieran y cerraran de pasada. Un estilo hecho de complicidades y sugerencias que lo obligan a mantenerse alerta y no dejarse adormecer por una narrativa que, por resultarle quizá familiar, pudiera arrullarlo.

No es una obra de lectura fácil y quienes busquen un  prontuario o vademécum al estilo de los años cristianos o las leyendas áureas en la tradición del bendito Jacopo da Voragine tendran que desistir ya en las primeras páginas. Quienes, al contrario, busquen originalidad, novedad y frescura, verán recompensados sus esfuerzos.

La actitud de la Iglesia cristiana en sus primeros siglos frente al culto a las imágenes fue oscilante entre la iconolatría y la iconoclastia, cuestión decidida finalmente en el Concilio de Nicea (787) que condenó la iconoclastia, uno de los vestigios del monofisismo previamente condenado en el de Calcedonia (451). Desde entonces hasta hoy, la Iglesia ha ido acumulando santos de los que se cuentan actualmente, según Marinas, unos 10.000 (p. 41), lo cual implica un inmenso caudal iconológico al que podrían dedicar sus vidas, de hecho así sucede, cientos de hagiógrafos  pero también investigadores con un espíritu secular, como el autor de la obra, en diálogo con las cuestiones mundanas o, más exactamente, políticas. No es que sea un tratado sobre la relación entre el poder (y, por ende, el conflicto político) y los santos, pero se le acerca. Marinas se detiene especialmente en cinco aspectos del tema: los patronos, las reliquias, los niños jesuses, el corazón de Jesús y la historia de Cristo Rey y la cuestión de la religión y el consumo.

Tratándose de la relación entre imágenes religiosas y políticas, la referencia a los patronos es obligada. En Occidente todos los Estados aparecen amparados por alguna potencia celestial: España, Santiago Apóstol; Francia, San Luis; Alemania, el arcángel San Miguel; Inglaterra, San Jorge, como Cataluña, etc. Si alguien señala que los Estados Unidos no tienen santo patrón, debe recordar que  con una hybris que muchos considerarán típicamente americana, el país se sitúa bajo la protección de Dios mismo, patrón de patronos. Así queda reflejado en el emblema de los billetes de dólar, In God we Trust. Poner la moneda bajo la protección del Dios tiene su tela. Incidentalmente, la autora de culto neoliberal, Ayn Rand, atea neitzscheana y militante, se hizo enterrar poniendo en la lápida como imagen, un dólar en lugar del habitual crucifijo o el sagrado corazón en llamas o el compás masónico. No debió de ocurrirsele que, al poner el dólar, estaba situándose bajo el amparo del Dios que rechazaba.

Quien dice Estados, naciones, dice jerarquías, organizaciones, cauces del poder en todas sus manifestaciones. Biopoder. Los santos patronos se multiplican. Marinas se detiene aquí y allá en algunos para nuestro solaz. Santa Bárbara, patrona de los mineros  (p. 45) cuya leyenda, por cierto, trae a la memoria la de Dánae, aunque obviamente con muy distinto alcance.  San José, patrono de los carpinteros. Santa Apolonia, de los dentistas, relación de patronazgo derivada más de su condición de paciente que de profesional. Cosme y Damián, de los médicos, que no en balde la dinastía dominante en Florencia, se llamaba de los Medici, razón por la cual abundaban los Comes y Damianes.
 
De los santos, sus huellas y las más frecuentes, las reliquias. Al autor le falta tiempo para reconocerlas como fetiches y recordar la audacia de Karl Marx en su tratamiento del fetichismo de la mercancía (p 53), una expresión que no ha hecho sino mostrarse más y más pertinente con el paso del tiempo, aunque moleste reconocerlo, por la fuerza que tiene para explicar comportamientos colectivos cotidianos. Basta ver la moda de la marcas. Su equivalente individual procede del uso freudiano también mencionado por Marinas, aunque no hasta sus últimas consecuencias, que no pueden ser sino conjeturales. Pero muy reales. Una visión a lo diablo cojuelo de Vélez de Guevara, de lo que las apariencias ocultan a la vista, nos mostraría la importancia del fetichismo en las relaciones humanas, sobre todo las relaciones de poder, que tantos aspectos sadomasoquistas muestran.  El genocida Francisco Franco se hacía acompañar a todas partes, al parecer, por el brazo incorrupto de Santa Teresa. Hace falta estar literalmente para los cochinos para hacer algo así.

Las reliquias están en el corazón mismo de la simonía y otras prácticas nefandas de la Iglesia que acabaron produciendo la Reforma. Al ser su compraventa lucrativo negocio, era lógico que acabaran acumulándose e inundando los mercados por la misma razón por la que hoy no hay vendedor callejero que no te ofrezca un nummulites de cincuenta millones de años por dos cuartos. En algunos casos, la acumulación, a diferencia de lo que sucede con los fósiles, efectivamente muy comunes, mueve a risa por su naturaleza misma. Es imposible determinar cuántos santos prepucios andan rodando por las iglesias de Europa y América y, en cuanto a las reliquias de la Crucifixión, los trozos de madera de la cruz, el lignum crucis (p. 81), Eça de Queiroz, creo recordar, aseguraba que se podría llenar un navío con ellos.

El capítulo dedicado a los niños jesuses es un verdadero hallazgo porque no suele tener tratamiento iconográfico independiente fuera de la imagen habitual de la Virgen con el Niño, que domina toda la imagineria católica hasta el día de hoy. Sin embargo el niño aislado, independiente, como adelanto o personificación diminuta del Cristo adulto, el pastorcito que aparece ya en las imágenes más edulcoradas de Murillo, tiene una gran importancia en el  mundo católico y un destinatario muy claro en la familia cristiana (p. 83).

El Niño Jesús goza de amplísimo arraigo en la cultura popular por razones evidentes que, por cierto, también están oscuramente relacionadas con el fetichismo si bien este crítico no quiere ser malévolo y remite sinceramente a la recomendación de San Mateo de hacerse como niños para entrar en el reino de los cielos. Entre tanto, aquí en la tierra, las devociones infantiles son numerosísimas y están llenas de ejemplaridades. El autor detecta  y comenta el santo Niño de Atocha en España y América, el Niño Cebú en Filipinas, el Divino Niño en Colombia, el Niño Jesús Cieguito, el Niño Jesús Doctor o el Niño Jesús Cubanito, una verdadera legión celestial que tiene el limbo en ascuas.

Más político y militar (o militar a fuer de político) es el capítulo sobre la devoción al corazón de Jesús, un legisigno peirceano (p. 117), cuya devoción se inicia con su aparición y mandato a Santa Margarita de Alacoque (p. 121) a la que hizo portentosas revelaciones. Milagroso, sí, pero, aunque parezca contradictorio, muy lógico y de esperar, teniendo en cuenta que el confesor de Margarita era San Claudio de la Colombière, perteneciente a la Compañía de Jesús y que venera en grado sumo el corazón de aquel a cuya defensa se ha consagrado.

Si el Corazón de Jesús es el símbolo de la orden religiosa con espíritu militar consagrada a su mayor gloria, lo natural era que, de pura víscera, pasara  a configurarse como Cristo Rey, a quien todos los creyentes y poderes de la Tierra deben someterse, como quiere la disparatada encíclica Quas Primas, de aquel fanático, Pío XI, según la cual "el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no solo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes" (. p. 131). De este dislate teocrático derivan directamente la estatua de Cristo Rey del cerro Cubilete en Guanajuato, México y la del cerro de los Ángeles en Madrid, que para tanta leyenda ha dado (p. 126). Así que si a alguien ha llamado la atención el grado de imbecilidad y barbarie que exhiben los llamados "guerrilleros de Cristo Rey" o "legionarios de Cristo Rey", ya sabe a dónde mirar.

El último capítulo, quizá el menos trabajado y un poco escrito a vuelapluma sobre un tema que carece de límites como es lo santo y el consumo (con nuevos ecos fetichistas) tiene, sin embargo, un muy feliz acierto al traer al recuerdo esa extraña reliquia que es el autoicono de Jeremy Bentham, conservado en una vitrina en el University College de Londres (p. 150), algo parecido a la idea de la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética de preservar para la posteridad la momia de Lenin en la Plaza Roja, convertido en lugar de respeto, culto y peregrinación de los rusos, lo que le da ese uso de "mercado de lo santo" (p. 155) si bien, al tratarse del revolucionario marxista, firme defensor del materialismo, el asunto tiene su ironía.

Un libro erudito, a veces difícil, pero muy interesante.

divendres, 30 de gener del 2015

¿Memoria o raíces?

Jeremy Treglown (2014) La cripta de Franco. Viaje por la memoria y la cultura del franquismo. Barcelona: Ariel/Planeta. Traducción de Joan Adreano Weyland.

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Los españoles estamos tan absortos en nuestro tumulto que, cuando alguien llega con una visión desde fuera, paramos un instante para escucharlo y acogemos con simpatía sus opiniones. Agradecemos mucho la mirada del otro, primero porque somos un buen pueblo, consciente de nuestro apasionamiento, siempre necesitado de la ponderación que solo puede proceder de fuera. Y, en segundo lugar, porque esa mirada del exterior suele venir de personas muy competentes, que investigan España y lo español con genuino interés y que, más arriba o más abajo, forman la ya secular dinastía de los hispanistas. Los ingleses y los franceses son legión. Algo menos los estadounidenses y los alemanes, pero también los hay. Muchos de ellos son más conocidos aquí que en sus países. Algunos hasta se nacionalizan españoles o viven en España. Se funden en un abrazo intelectual con los autóctonos y rivalizan con estos en su principal afición, casi obsesión colectiva: el misterioso ser de los españoles. Ya nos gustaría que entre nosotros hubiera gentes que tuvieran el conocimiento de Inglaterra, Francia, Alemania equivalente al que los hispanistas de estos países tienen del nuestro. De hecho, lo que hay es españoles especialistas en el estudio de los ingleses especialistas en España.

Treglown encaja en el esquema. Por su doble condición de literato en su tierra y residente regular en España de espíritu nómada pertenece a las dos corrientes dominantes del inglés viajero, estilo Borrow, aunque con otras aficiones, y el inglés erudito, estilo Balfour, aunque más atento a las cuestiones artísticas que a las históricas. Tiene razón Molina Foix en una brillante reseña en El País, titulada Abrir la cripta de Franco cuando dice que es como si Treglown hubiera intentado fundir dos libros en uno solo: una visión plástica, impresionista de España y otra más de crítica literaria, incluido aquí el cine en su faceta narrativa. El libro responde a la personalidad del autor quien a su vez ya lo divide en dos parte: una primera titulada "lugares y vistas" y otra "narraciones e historias".

¿Tiempo? Básicamente el franquismo (con ocasionales incursiones en la guerra civil) y la transición que, por cierto, sostiene que no ha acabado y sigue viva en los años posteriores a 2010 (p. 227). [Las citas y páginas corresponden a la edición de Farrar, Strauss y Giroux, Nueva York, ya que no dispongo de la edición española. Las traducciones son mías]. Franquismo/Transición o sea, franquismo y lo de después. Lo curioso es que esta cesura temporal lo sea también temática. Aunque haya referencias a la literatura en el franquismo, el estudio se hace propiamente literario en la segunda parte. Y, a la inversa, la exposición plástica se limita al franquismo y, salvo alguna referencia aislada, no hay consideración especial a lo escultórico, lo arquitectónico o incluso lo pictórico. La pintura, ampliamente tratada en la primera parte, acaba con Millares, Zóbel. Pérez Villalta, Barceló, ni aparecen, aunque otros artistas, singularmente literatos vivos, por ejemplo, Javier Marías, acerca de quien se dicen cosas muy interesantes (pp. 251/257) sí lo hace. En resumen, todo esto es para señalar que el libro es sobre la memoria pero, mientras la primera parte es memoria plástica, visual, la segunda es conceptual. Sin duda las dos son simbólicas pero de formas muy distintas y Palinuro confiesa descaradamente su predileción por la primera.

¿Grado de haughtiness? Se trata de la tradicional altanería o desdén que los españoles creen detectar enseguida en los ingleses hispanófilos y los ingleses se desviven por evitar con lo cual suelen enconarlo más, al estilo del círculo vicioso de todo prejuicio que se hace tanto más hondo cuanto más se lucha contra él. Un grado bajísimo, por no decir inexistente, aunque a veces sea inevitable alguna gota. Refiriéndose a la miseria en la España de Franco y la película Los golfos, de Carlos Saura, habla del último plano con los ojos sin vida de un toro muerto sin sentido y, dice, lo que es peor desde un punto de vista español, de un modo chapucero (p. 212). En verdad ¿hay un "punto de vista español" sobre algo? ¿Y, específicamente sobre el modo de matar toros? Sospecho que no.

El autor es increíblemente perspicaz y administra muy bien sus sentimientos. Es una rara habilidad porque, dados los conflictos de los que habla, no puede ocultarlos, pero los justifica muy bien. El libro arranca con un intento de exhumación del cuerpo de un republicano asesinado y enterrado en algún lugar perdido de la provincia de León. Esto nos introduce en el mundo de las fosas comunes y la Ley de la Memoria Histórica, con sus vaivenes y queda pendiente para cerrarse en el epílogo cuando, unos años después, el autor contacta de nuevo con la bisnieta del asesinado para interesarse de cómo iban los trámites y se entera de que acaba de tener un hijo y ha perdido el interés en buscar al bisabuelo. Y con esta nota simbólica se cierra la obra.

El capítulo siguiente es un hallazgo desde el punto de vista plástico: "Los pantanos del caimán". La inauguración de pantanos era un rito. La estética franquista descansaba sobre un modelo cesarista, ciclópeo, de carácter religioso como el conjunto del Valle de los Caídos y su cripta que da título a la obra, y la ingeniería civil, cuyo ejemplo más destacado eran los pantanos. Muchos llamaban a Franco a este propósito Paquito el rana, por andar de embalse en embalse. No falta, claro, la observación de que se trata de planes de obras públicas y desarrollo hidráulico anteriores. Pero lo original del tratamiento es su versión literaria, al poner la atención en el vaciamiento de los pueblos, los cambios de los paisajes, reflejados en la literatura de algunos de los novelistas llamados "leoneses", sigularmente Llamazares con su Lluvia amarilla. Podría coronarse el símbolo con la imagen que el autor evoca de Juan Benet en las largas tardes de invierno a cargo de la construcción de alguno de estos pantanos perdidos en los montes de León escribiendo Volverás a región.

Hay algunas referencias más al legado monumental de la dictadura hasta recaer en el Pazo de Meirás, que tiene especial significación porque pocos puntos concentran con tanta claridad el significado de aquel gobierno basado en la guerra, la victoria, la rapiña, la brutalidad, la arbitrariedad y el despotismo. Especialmente porque sigue siéndolo. El palacio de Meirás, antigua propiedad de Pardo Bazán, pasó a propiedad de Franco. El gobernador de A Coruña y un próspero industrial, Pedro Barrié de la Maza, se lo regalaron al dictador adquiriéndolo mediante una colecta en la que se tomaba buena nota de cuánto tenían que aportar "voluntariamente" los contribuyentes y que el régimen presentó como una suscripción popular. Barrié de la Maza montó luego un emporio energético gracias a los tratos de favor del Estado (Fuerzas Electricas del Norte de España, FENOSA) y el dictador, que no tenía el menor sentido del ridículo, lo nombró Conde de FENOSA.

Los avatares posteriores de la propiedad y el éxito de la familia Franco en impedir que esta propiedad se administrara según la normativa vigente en materia de Patrimonio Nacional, que obliga a abrirla al público en fechas acordadas, demuestra hasta qué punto sigue presente en España la huella del franquismo (p.80), como lo hace asimismo la abundante estatuística glorificadora de la dictadura y sus episodios más significativos. Quizá sea este el aspecto más concreto en que se concentra la siempre viva cuestión de la memoria histórica. Viva y complicada porque sigue enfrentando dos mentalidades con recuerdos que chocan, tan complicada que el autor advierte que quizá eliminar un pasado incómodo no sea la forma mejor de dar cuenta de él (p. 81) pero sin que tampoco a Treglown se le ocurra nada más positivo ni constructivo. La consideración viene a propósito de la estatuta ecuestre de Franco en El Ferrol, y los problemas que planteó. Y eso que no se ha parado a pensar en la estatua a pie firme del comandante Franco en Melilla y que fue erigida en 1977, dos años después de la muerte del dictador. Es inevitable pensar en las dos Españas, por más que la transición haya traído la fábula de su superación.

El último capítulo de esta primera parte de la memoria plástica está dedicado a la pintura y su contenido trata de probar lo que, por lo demás, viene a ser la tesis general del libro, esto es que, siendo justos, debe reconocerse que, durante el franquismo no se extinguió la actividad creadora en el interior de España, sino que, aun con dificultades esta prosiguió. Ello es en buena parte cierto, efectivamente, tratándose de la artes plásticas y también de la música, a la que el autor no dedica atención alguna. Pero no lo es tanto de la creación literaria, como viene a decir en la segunda parte. Algo que, obviamente, tiene que ver con la muy distinta naturaleza de estas actividades artísticas. El análisis de la pintura en la España franquista (los grupos Pórtico en Zaragoza, Dau al Set en Barcelona, El Paso en Madrid y el Equipo Crónica en Valencia) y el estudio de los creadores concretos, especialmente Chillida (para la escultura), Tàpies, Millares y Saura, muestra familiaridad, conocimiento y apreciación de la obra de estos grandes maestros. Dos de las escasísimas reproducciones en blanco y negro que contiene el libro son El peine de los vientos, (1952/1977) de Chillida y el retrato imaginario de Brigitte Bardot (1958), de Antonio Saura. La extensa referencia a la labor de la Academia Breve, creación de Eugenio D'Ors va en la misma dirección de romper prejuicios y sectarismos en el juicio estético y apuntar a la complejidad de una conciencia que, teniendo una visión ideológica y cerradamente doctrinaria de la sociedad, era capaz de reconocer y fomentar la obra creativa ajena y opuesta a sus cánones (p. 106). Esta visión, conjuntamente con la valoración de la obra de Fernando Zóbel en el empuje del abstracto español y la creación del celebrado Museo de Arte Abstracto de Cuenca en 1966, es lo que le permite suscribir la idea de Juan Benet de que , en realidad, la cultura española había empezado a ser antifranquista mucho antes del fin de la dictadura (p. 112).

Hasta aquí, correcto, aunque optimista en exceso a juicio de este crítico. Pero, ¿sucede lo mismo con las narraciones y las historias, con la "memoria conceptual" del franquismo? Aun con la buena voluntad de tratar amortiguar el efecto del enfrentamiento entre las dos Españas, el autor aborda el campo minado de la historia en el que no se siente muy seguro. Pero tiene el valor de Daniel en la cueva de los leones abordando el Diccionario biográfico español, publicado por la Real Academia de la Historia, obra que, a pesar de sus muchos méritos, pues son miles de voces encomendadas a los más competentes especialistas, muestra su intención legitimatoria de la Dictadura y, por lo tanto, continuadora de la tradición de las dos Españas, al encargar la redacción de la entrada Francisco Franco a un acérrimo franquista, cuya única función es embellecer la figura del dictador. El Diccionario, dice Treglown, es un microcosmos del legado de Franco en la cultura española (p. 130). Es decir, carece de autoridad. No menos interés tiene que el autor dedique considerable atención a la obra de Pío Moa, de quien admite que es cierto que, en algunos aspectos España floreció con el régimen (p. 141). Hablar de Moa es, precisamente, señalar la persistencia de los enfrentamientos de los relatos españoles y, aunque también hay referencia a algún historiador de seria consideración, como Santos Juliá (aunque no estoy seguro de que interprete en su complejidad el pensamiento de este autor) la total ausencia de otros de gran alcance que elaboran relatos contrarios, como Julián Casanova o el británico Preston, debilita mucho la argumentación del capítulo.

Restan otro tres sobre la narrativa española, fundamentalmente novelística y uno intercalado sobre el cine. No hay mención del teatro, tampoco de la poesía y de la música no se dice nada, casi como si la obra careciera de banda sonora. Sin embargo, los dos primeros son los campos en los que más evidente resulta la cesura entre la España del exterior ("el exilio y el llanto") y la del interior. No en cuanto a la calidad sino al de la pura escisión. El teatro de Max Aub, Casona hasta su regreso o el del exiliado posterior Arrabal, tiene su pendant en el de Pemán, pero también Buero o Sastre. Igual que la poesía de Juan Ramón, Cernuda o Guillén, lo tienen en la de Dámaso Alonso, Hierro o Rodríguez. La relación entre una cultura y sus obras es endemoniada, sobre todo si, además, está escindida y es en parte ella contra sí misma. Se añade que la cultura española no solo aparece escindida sino también como desflecada y entreverada de otras. El cosmopolita Aub acabó siendo más mexicano que español y Jorge Semprún, ampliamente tratado como español en el libro y vástago de ilustre familia española, escribìa en francés, jamás renunció a su nacionalidad francesa ni para ser ministro de España. Una de las películas más importantes para entender la cultura española de la resistencia y que aquí no se menciona, La guerra ha terminado, dirigida por Alain Resnais e interpretada por Yves Montand, llevaba guión de Semprún. Para complicar las cosas, en la cultura española del franquismo hay que contar con el "exilio interior", difícil de aquilatar pero que el autor conoce bien como demuestra su consideración de la figura emblemática de este, Julián Marías (pp. 248/251).

El capítulo dedicado al cine tiene mucho interés. Un acierto tratar con detenimiento Raza, sobre la novela de Franco, dirigida por el director del régimen, José Luis Sáenz de Heredia, primo del fundador de la falange e interpretada por Alfredo Mayo cosa que, teniendo en cuenta el carácter autobiográfico de la obra, sí que era embellecer al dictador. Hay luego un tratamiento muy apreciable de los dos directores típicos del franquismo profundo, Berlanga y Bardem y alguna atención a la Viridiana de Buñuel, lo cual pone de manifiesto la ausencia de referencia a su otra filmografía. El resto observaciones penetrantes sobre algunos de los directores más significativos del franquismo tardío y la primera transición, Saura, Patino, Erice, continuados luego con muchas referencias a Almodóvar. Lógicamente, tratamiento abundante de la colección de películas acerca de la guerra civil y la postguerra. El juicio es libre y respetable aunque alguno suscita perplejidad. Encuentro injusto el adjetivo preposterous dedicado a Tierra y libertad, (1995), de Ken Loach (p. 196). Como no se fundamenta habrá que creer que se origina en un conocimiento intuitivo del autor por tratarse de un cineasta británico, pero más parece proceder de falta de familiaridad con el conflicto interno al bando republicano entre anarquistas/poumistas y comunistas.

Finalmente, los tres capítulos de crítica literaria forman la parte más cohesionada del libro y suponen casi un ensayo por derecho propio sobre la literatura española de los últimos 80 años. Es obra de un literato, plena de subjetividad y personalismo. Pero, por eso mismo, tiene un gran interés. Abre con Cela y el olvidado Fernández Flórez (p. 158) y tiene páginas muy acertadas sobre los del exterior, Aub, Sender y Barea, otro casi olvidado, cuya Forja de un rebelde fue muy influyente. Palinuro recuerda haberlo leído emocionado. Del interior so recogen Gironella, Laforet y Sánchez Ferlosio, cuyo El Jarama es puesto en relación con la famosa batalla del sitio y su escuetísimo tratamiento en la obra tomado como símbolo de una memoría "minimalista" del interor (p. 190).

Un grupo formado por Martín Santos, Delibes y Semprún subraya de nuevo la imposibilidad de encontrar elemento unificador común en obras tan dispares. Todo es literatura, claro. Pero es que la literatura es el mundo. En el último capítulo, siendo más amplia la muestra con los autores actuales, es más variada, por supuesto, también más subjetiva y le ofrece la posiblidad de encontrar alguna muestra de obra que apunte más a la tesis del mayor eclecticismo en la memoria de la guerra, como se ve en las observaciones sobre los Soldados de Salamina de Cercas, novela y película. Los demás, todos imprescindibles y tratados con mucho tino: Muñoz Molina (Sefarad), Javier Marías que recibe trato de favor pues su obra viene introducida por la consideración de la biografía paterna que tanto influye en aquella, en las claves de aquella. Juan Marsé irrumpe de forma marsiana, si así puede hablarse y hay unas páginas muy bien puestas sobre la obra mínima/máxima de Alberto Méndez, de quien Palinuro a veces se siente como un heterónimo pessoano. Se cierra con Manuel de Lope y, algo antes con Almudena Grandes y su Corazón helado. Por cierto, si no ando equivocado, la única mujer, junto a Carmen Laforet de las que se habla en este panorama de la cultura española, excepción hecha de Maria Blanchard que solo aparece circunstancialmente al hablar de pintura.

Se agradece una nueva visión fresca y externa de la cultura española del franquismo. Y una visión inteligente e informada. No está de más señalar que española quiere decir castellanohablante pues no hay sino referencias ocasionales a las otras culturas nacionales, gallega, vasca y catalana.

divendres, 23 de gener del 2015

La cuestión candente.


Xavier Vidal-Folch (2014) Cataluña ante España. Madrid: La catarata (143 págs.)

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 En 2013 Palinuro reseñó otro libro del mismo autor y la misma editorial en un post titulado El dret a decidir. Gran parte de lo que allí se decía podría repetirse de este nuevo trabajo de Vidal-Folch. Gran parte, pero no todo y menos aun en cuanto al ánimo o espíritu que rezuma el texto. Desde aquella obra hasta esta ha pasado aproximadamente año y medio y, la verdad, es que es poco lo que ha cambiado la naturaleza del problema o conflicto objeto de estudio, esto es, las relaciones de Cataluña y España. Parece haber cambiado algo más el propio autor. Si en su libro anterior mantenía una actitud relativamente equilibrada entre los dos nacionalismos enfrentados, el español y el catalán, aun propugnando una solución unionista al conflicto bajo la forma del federalismo, en este parece haberse descompensado un poco. No es que haya aumentado su simpatía por el nacionalismo español, con el que sigue siendo muy crítico, pero sí parece haber crecido su animadversión al catalán, que presenta no solamente como equívoco, ambiguo, proclive a la ilegalidad, sino también, lo más grave, inepto, fracasado y empecinado en seguir fracasando a toda costa, con desprecio hacia los perjuicios que su obstinación provoca.

En realidad, con esta segunda obra, parece como si el autor respondiera a la pregunta de la primera (¿Cataluña independiente?), no porque se haya producido un mejor encaje de aquella en España ya que, por el contrario, viene a decir que las cosas están peor que nunca; no tampoco porque el gobierno y el partido que lo sostiene hayan sido capaces de reconducir la cuestión catalana y tratarla con la habilidad y la capacidad de gestión que requiere, sino porque las circunstancias no lo permiten y el nacionalismo catalán, fracasado en su  intento, no ha hecho otra cosa que empecinarse, enrocarse, mantenella y no enmendalla, huir hacia delante. Hacia la catástrofe o el choque de trenes que el autor decía en su primera obra que había que evitar.

En  esta otra, parece haber subido algunos puntos la hostilidad de Vidal-Folch hacia el independentismo catalán y también su impaciencia. Dedica un primer y largo capítulo a desgranar con detalle y competencia los aspectos económicos del problema y revisar algunos prejuicios: España ya no es una ruina y Cataluña tampoco tan eficaz y próspera como se suponía y, por supuesto, con la independencia no le iría mejor sino peor (p. 35). Esta idea recorre el libro, predicada no solamente del comercio sino de otros aspectos, como las relaciones bancarias (p. 108) y, desde luego, las posibilidades de supervivencia en la Unión Europea (pp. 112 y ss.).

La independencia, viene a decir el autor, no interesa a los catalanes y el independentismo, sea el burgués y moderado de CiU o el más radical de ERC, deja mucho que desear en punto a responsabilidad política, sentido común, honradez de actuación y conciencia democrática. La idea básica viene a ser que el objetivo independentista, perversamente disfrazado para no asustar, pero calculado, llevado adelante con medios demagógicos, estilo Assemblea Nacional Catalana (p. 139), descansa asimismo en la demagogia del "España nos roba", propagada por "unos medios subvencionados" (p. 122). Y, la verdad, suena un poco a soga en casa del ahorcado. ¿No podría decirse que el discurso antiindependentista es de esperar en un medio como El País, en el que trabaja el autor y que está, a su vez, según mis noticias, sostenido financieramente por el gobierno central?

El planteamiento general del libro produce cierta incomodidad. Vidal-Folch conoce a fondo la cuestión, es competente y está documentado. Pero algo no encaja. Sin duda critica el centralismo y la cerrazón del obtuso nacionalismo español que este gobierno representa (p. 69 y ss) y no hace concesiones. Pero da la impresión de cargar injustamente toda la culpa del desencuentro sobre el catalán que, por las razones que sean (básicamente ignorancia y demagogia) ha abandonado su viejo y productivo anclaje español para lanzarse a una aventura sin sentido.

Y aquí está, a mi entender, el meollo de la cuestión, apenas esbozada en la obra, pero que no escapará a quien tenga experiencia y sepa de qué se trata. Veamos: la independencia de Cataluña es un dislate, un enorme perjuicio económico, un desatino desde el punto de vista de las relaciones internacionales, es inconveniente y desaconsejable porque, además, en nuestro moderno mundo de hoy "la independencia no existe" (p. 118). Los catalanes debieran entenderlo así entre otras cosas porque, en último término, se enfrentarían a "una resistencia numantina". Está dicho como al desgaire en la página 120, pero está dicho y también insinuado en otras partes. Lectura real: catalanes, no os molestéis porque España no va a dejaros marchar. Punto.

Vidal-Folch tiene la mejor opinión de la tercera vía, entendida como un modelo de federalismo desarrollado por el PSOE, un federalismo asimétrico que las gentes, en lugar de ignorar, harían bien en estudiar y aplicar porque es muy prometedor (pp. 80-85). No siendo eso, el autor rechaza todos los demás argumentos a favor de la secesión (el Canadá, Escocia, las recientes independencias europeas, etc) y, si bien reconoce el derecho de los catalanes a votar (o sea, el derecho a decidir) (p. 137), cree que los independentistas han puesto "el carro delante de los bueyes" (p. 129) y el gobierno y el nacionalismo españoles son incapaces de arbitrar una solución viable si no es la federal (p. 142).

En resumen: aunque con altibajos e insuficiencias, Vidal presenta una argumentación profederalista de la cuestión catalana (que, en realidad y con razón, considera cuestión española), pero, a juicio de este crítico, tiene una visión localizada, parcial, insuficiente, incluso tecnocrática del problema. Habla de bancos, organismos, partidos, gobiernos, autoridades, tribunales, parlamentos, medios, empresas, comercios. Sus razones están mejor o peor traídas y sus argumentos suelen llevar marchamo de experto. Pero falta algo esencial en su reflexión: la gente.

El nacionalismo catalán ha desembocado en un amplio movimiento popular, cultural, transversal, general. Se ha convertido en una reivindicación social ampliamente compartida que ha generado un imaginario colectivo de construcción nacional de carácter emancipatorio. Empeñarse en que un movimiento de este tipo tenga en cuenta cuestiones de contabilidad bancaria, de balanza de pagos, de interpretaciones jurisperitas y de interpretación de las normas positivas equivale a intentar calmar la furia del mar con una espumadera.

dimecres, 14 de gener del 2015

Las ideas claras.


Íñigo Errejón Galván (2014) Populismo y hegemonía. El gobierno de Evo Morales y la transformación estatal en Bolivia. Vicepresidencia del Estado Plurinacional. Bolivia (52 págs.)
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En abril de 2014, antes, pues, de las elecciones europeas en España, Íñigo Errejón pronunció una conferencia en la sede del Centro de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia del Estado en Bolivia. La intervención puede considerarse como una especie de planteamiento teórico-programático de Podemos antes de pasar de ser una posibilidad a ser una realidad tangible que infunde ilusión y espanto a veces entremezclados en mucha gente y frente a la que todos se sienten obligados a pronunciarse. Ahora esa conferencia aparece publicada enriquecida con unas consideraciones complementarias del autor que recogen sus respuestas a las cuestiones que le planteó una audiencia muy interesada y muy competente. Se trata de un texto teórico que fue primero debatido a miles de kilómetros de España y corroborado luego en la práctica de una confrontación electoral con unos resultados espectaculares. Merece alguna atención y comentario.
El conferenciante se mueve en un terreno de resonancias gramscianas. Algunos términos, como hegemonía o guerra de posiciones pertenecen al canon del filófo sardo. Otros están emparentados con él, como la visión patrimonial del Estado de las clases dominantes o la idea, central en el discurso, de pueblo que, si no interpreto mal el sentido que Errejón le da, viene a ser el principio activo de lo nacional popular gramsciano. Y en sus precauciones con el término "populismo" resuenan los ecos de Laclau.
Pero esto es solo la introducción. En su versión de la hegemonía, el autor aduce como ejemplo de triunfo rotundo del empeño el thatcherismo que consiguió lo que los teóricos del framing consideran que es la imposición del "encuadre": los adversarios vienen a tu campo a discutirte y polemizar contigo, en tus términos, con tus reglas. Cualquiera que considere el debate público español desde el mes de mayo pasado verá que ese ha sido su primer resultado. Podemos ha subvertido el orden discursivo e impuesto un nuevo marco en el que los demás se sitúan a favor, en contra o buscando convergencias. Y siempre en su campo.
Pero esto sigue siendo la introducción de la conferencia. En su última parte, el autor apunta a otras perspectivas, en donde pisa terreno menos seguro pero que lo acreditan como un analista y un teórico de vuelo. Considero tal a quien es capaz, cuando menos, de plantear con claridad las preguntas o formular los problemas que los demás meramente y confusamente intuimos. Aunque no dé respuestas o solo lo haga tentativamente o estas sean insatisfactorias. El pensamiento empieza a rendir frutos a partir de preguntas bien formuladas.
Cuatro son las cuestiones que Errejón plantea, entiendo, como algo abierto. Las cuatro están diferenciadas, aunque interrelacionadas. Alguna de ellas es nueva en el debate político y otras, no, pero se plantean en una perspectiva distinta. Dicho en otros términos: los gobiernos progresistas o revolucionarios o cívicos o populares o como quiera llamárselos deben hacer frente a las cuestiones de: la irreversibilidad, las clases medias, la transitoriedad democrática y la técnica. Son de distinto peso pero obviamente forman un entramado y responden a una preocupación esencial: cómo triunfar, como mantenerse y cómo asegurar la permanencia de lo conseguido.

Viene a ser un Maquiavelo completado por el Lenin de ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? Con la salvedad de que Errejón quiere ir más allá. Pero, reconoce, en política no hay nada irreversible. Además, la democracia que, en el discurso errejoniano no es un medio sino un fin, implica la transitoriedad de los programas políticos. Luego hay un problema con las "clases medias" que, por así decirlo, se desclasan, problema que ya detectaron los teóricos socialdemócratas a fines del siglo XX, cuando vieron que perdían la base social de su fuerza electoral por ascenso de aquella. Y, por último, ningún gobierno puede permitirse el lujo de confundir la gestión técnica con la ideología porque ya decía Espinoza que la libertad está en el conocimiento de la necesidad. Pero ese conocimiento, en cuanto conocimiento técnico, puede intentar sustituir al otro, al especulativo e incluso, convertirlo a su vez en técnico, lo que es la base de la tecnocracia.
Podríamos seguir discutiendo estos aspectos porque, al ser futuribles, están en el aire. El propio Errejón reconoce que el concepto de "socialismo del siglo XXI" está desdibujado. Así, ¿qué se puede hacer? Esperar y, llegado el momento, actuar. Y ver qué sucede. Ya se sabe: la prueba del pudin consiste en comer.

divendres, 26 de desembre del 2014

Sobre la independencia de Cataluña.


Roser Pros-Roca (2014) 20 converses sobre la indepèndencia de Catalunya. Maçanet de la selva: Gregal (610 págs.)

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Hace unos meses, concretamente en febrero de este año, la periodista Roser Pros-Roca se puso en contacto conmigo con el fin de hacerme una entrevista para un libro que estaba redactando a base de conversar con una serie de gentes sobre el tema de la posible independencia de Cataluña. Como es un asunto sobre el que tengo opinión muy definida, contrastada, largamente meditada y apenas compartida por nadie en el medio en que me muevo en un radio de 600 kilómetros, accedí de inmediato a la petición.
Quienes defendemos el derecho de autodeterminación de los catalanes aquí y ahora no tenemos muchas posibilidades de expresar en público nuestro punto de vista fuera de Cataluña. Para ser más realista y exacto: no tenemos ninguna. Los medios, radios, televisiones, periódicos, incluidos los digitales que alardean de más progres, los periodistas inquisitivos e inquietos, los tertulianos más parlanchines, todos nos dan la espalda y procuran silenciarnos. Me importa poco pues estoy acostumbrado a ello. No sé cómo siempre acabo defendiendo causas que despiertan pasiones masivas, casi unánimes... en sentido contrario al mío. Y, claro, debo contar con la muy dialogante política de aislamiento, ninguneo y cuarentena que se gastan los democráticos centinelas de las libertades en la derecha, centro y la izquierda. Y así lo hago. Me echa una mano en ello Palinuro con su blog, que tiene una muy confortable y difundida audiencia dividida entre una mayoría que lo sigue, lo respeta y a la que agradezco sinceramente su deferencia y una minoría que también lo sigue, no lo respeta, lo silencia pero en el silencio lo copia y saquea y a la que no solamente no agradezco nada sino que comunico mi más profundo desprecio.  
Con una puntualidad catalana, Roser se presentó en mi despacho el día acordado, puso una grabadora sobre mi mesa y me dejó hablar cuanto quise. Más tarde ordenó el texto, le dio forma y una gran  agilidad y elegancia y me lo envió por si quería precisar o matizar algo. Con excepción de alguna pequeña inexactitud en asuntos de hecho, no había nada que cambiar. Devolví el texto a Roser con mi agradecimiento y ahora me lo encuentro ya en este magnífico libro.
Vuelto a leer en el día de hoy, no tengo nada que modificar. El capítulo refleja mi perfectamente mi punto de vista de entonces. Dado, sin embargo que la realidad catalana, la única viva en España, evoluciona a gran velocidad, sí tendría algunos asuntos y criterios que añadir. Esos están ya contenidos en mi próximo libro, a punto de salir. Los que me vayan surgiendo de momento, seguro estoy, tendré ocasión de exponerlos y debatirlos la próxima vez que vaya a Barcelona.
Agradezco a Roser el trabajo meticuloso que ha realizado y no solamente por haber reflejado fidedignamente mi punto de vista sino asimismo el de una veintena de personas más: Santiago Niño Becerra, Màrius Serra, Suso de Toro, Javier Nart, Javier Mariscal, Jordi Basté, Patrícia Gabancho, Josep M. Gay de Liébana, Eudald Carbonell, Rosa Regàs, Irene Rigau, Magda Oranich, Juanjo Puigcorbé, Josep-Lluís Carod-Rovira, Eduardo Reyes, Enric Sopena, Carlos Taibo, Amando de Miguel y Ferran Mascarell. Tod@s ell@s de muchos más merecimientos que el infeliz de Palinuro, razón por la cual mi agradecimiento es doble. Es una recopilación magnífica y quien quiera tener una visión ajustada de las razones de los partidarios y los adversarios de la independencia catalana deberá consultar este espléndido libro que, además, por su carácter de transcripción de conversaciones, es muy grato de leer.

dimarts, 9 de desembre del 2014

¿Cuánta democracia admite la democracia?


Hugo Aznar y Jordi Pérez Llavador (Eds.) (2014) De la democracia de masas a la democracia deliberativa. Barcelona: Ariel (204 págs.)
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Hugo Aznar, uno de los editores de esta recopilación de textos explica su origen  en la introducción. Se remonta al IV Seminario interdisciplinar Crisis y revitalización de la ciudadanía: ¿de la democracia de masas a la democracia deliberativa? celebrado en la Universidad CEU Cardenal Herrera (Valencia), al que los organizadores tuvieron le gentileza de invitar a Palinuro. El volumen recoge las ponencias que en él se presentaron y algún otro escrito y, como se ve por el título del libro, al haber desaparecido el interrogante del del seminario, parece damos por bueno que la democracia de masas deviene democracia deliberativa. Los trabajos aquí referenciados son muy interesantes y abonan esa impresión. Pero, antes de considerarlos por separado, tengo una querella previa con los nombres y cierta perplejidad que no afecta a los contenidos de aquellos sino a los términos que empleamos y no parecemos cuestionar. ¿Es acertado contraponer "democracia de masas" a "democracia deliberativa"? Esta última, ¿no es también de masas? Las masas ¿no deliberan? Se presume que no, y el término "democracia de masas", en realidad, quiere decir "democracia de élites" y, al llamarse "de masas", entiendo, está empleando el término en un sentido ideológico, de masas como rebaños. Esas masas aquí referidas presuponen las élites y como estas son las dirigentes y decisivas, la contraposición bien podría ser "de la democracia elitista a la democracia de masas deliberantes". De hecho me da la impresión de que es el espíritu que reina en el libro.

Los editores abren la recopilación con la ponencia de Palinuro, titulada Pasado y presente de una ciudadanía pendiente, sin duda por lo de poner el burro delante para que no se espante. No hablaré de ella por ser autoría de mi doble, quien siempre dice que no le gusta hablar bien de sí mismo y que, para hablar mal, ya están los amigos. Baste decir que se trata de entender la ciudadanía no como un estado o condición, sino como un proceso. La etapa en que encuentra ahora es la de las "muchedumbres inteligentes" y el reto siguiente, que ya se perfila, es el de la ciudadanía mundial, cosmopolita.

Jordi Pérez Llavador tiene un trabajo, "La no ciudadanía en la comunicación: opinión pública y propaganda" en el que traza de modo sintético y ágil el origen de los "muchos" como sujeto histórico en el desarrollo del capitalismo industrial del siglo XIX, con la extensión del sufragio universal, la aparición de unas masas que pusieron nerviosa a la burguesía, como se prueba por las teorías del liberalismo doctrinario que acabarían fraguando en las teorías de las élites de los primeros decenios del siglo XX. Hay un paso de la comunicación grupal de los antiguos públicos habermasianos a la comunicación de masas. Y, a partir de aquí, la propaganda. Aborda Pérez Llavador este asunto con especial referencia a Walter Lippmann. Lo mismo sucede con más autores del libro, pues participan en un proyecto de investigación que, entre otros asuntos, estudia la figura de este gran publicista estadounidense. Por el periodo que le tocó vivir, el de la Gran Guerra la entreguerra y los años posteriores a la segunda mundial, Lippmann comprobó cómo los medios de comunicación se convertían en vehículos de propaganda. Hablando del periodismo de guerra, Lippmann avisaba "el trabajo de los reporteros ha terminado así por confundirse con el de los predicadores, los misioneros, los profetas y los agitadores". La cita es de Pérez Llavador, pero la tentación salta de inmediato: ¿se habla de la guerra del 14 o de ahora mismo? A esa pregunta parece dar respuesta el párrafo de conclusión del autor: "El ciudadano, ante la propaganda, pliega su voluntad a designios ajenos. Muta para convertirse en súbdito de imágenes, sentimientos e ideas" (p. 66).

Rodrigo Fidel Rodríguez Borges tiene un interesantísimo capítulo titulado "las relaciones entre prensa, ciudadanía y democracia en Walter Lippmann. Un liberal en su laberinto", dedicado específicamente a desentrañar el sentido y contenido de la compleja, prolongada y muy influyente obra del afamado columnista. Entiendo que Borges explica la insistencia del Lippmann tardío en una forma de gobierno de técnicos y expertos, procedente de la idea platónica del filósofo rey (p. 87), como una especie de contradicción, si bien recuerda que  se defendía de la acusación de tecnocracia reafirmando su condición de "demócrata liberal" (p. 88), lo cual no le libraba de la acusación de Dewey de pretender despojar al ser humano de su dignidad en cuanto ser autónomo (p.91). Lippmann era un liberal en el sentido estadounidense del término, es decir, progresista. También lo era, a mi entender, en el sentido español, el del Siglo de Oro, como hombre magnánimo. Su conocimiento y gran admiración por Platón estuvieron presentes en su vida. La teoría del filósofo rey o el mito de la caverna. Jugando con ambos desarrolló su vida este gran periodista que intervino y definió momentos hitóricos decisivos, como los catorce puntos del presidente Wilson o la guerra fría en los cuarenta. Comenzó con unas expectativas éticas muy elevadas y, poco a poco, los acontecimientos lo fueron llevando a una actitud que sus defensores llaman "realista" y presupone un eclecticismo ético. Pero aquella actitud crítica y de principios se dio y sigue siendo un buen espejo de la profesión periodística.

El trabajo de Hugo Aznar, "De masas a públicos: ¿cambios hacia una democracia deliberativa?" me ofrece poco tema para considerar porque estoy de acuerdo en casi todo lo que dice. La desafección democrática (Norris et al.) es anterior a las NTICs (p. 97) y estas, internet, son una revolución similar a la de la imprenta, pues han traido un aumento exponencial de la autonomía individual (p. 99). Se añaden otras novísimas tecnologías, como la web 2.0 o el tráfico con dispositivos móviles y estamos en una era que Aznar caracteriza minuciosamente en doce factores, todos determinantes y entre los cuales subrayo como muestras la bidireccionalidad, la interconectividad, la intercreatividad y la velocidad (p. 102). Yo le añadiría "redes distribuidas" y "nubes", pero no sé qué nombres les daría. El tema central del trabajo es una comparación de caracteres de las masas (en su concepción tradicional) y los públicos en red. Equipara tres rasgos antropológicos, cuatro psicosociales y otros cuatro sociopolíticos y todos son pertinentes, desde la aparición de los prosumidores (p. 106) hasta la formulación de una ciberutopía (p. 118). La última parte del ensayo es una especie de visión metafórica de lo que las otras argumentan y así Aznar contrapone la célebre teoría de la aguja hipodérmica (p. 119), que suena un poco al huso y la rueca, a la posibilidad de una "especie de cerebro digital planetario" que suena otro poco a la máquina del tiempo (p. 120).

Manuel Menéndez Alzamora, en "Repensar la democracia: los retos de una ciudadanía cosmopolita", aborda el espinoso y huidizo tema de la globalización. La vieja raíz de la nación cívico-política y la nación cultural asoma en la polémica entre cosmopolitismo y comunitarismo (p. 131) y, aunque da la impresión de simpatizar más con el primero, siendo ambos formas del liberalismo, su máximo interés es que la democracia global sea deliberativa y superadora de su naturaleza "constitucional y normativa" (p. 134). Se apoya para proseguir en los importantes trabajos de Pogge y Nussbaum, pero sin duda es un territorio en el que queda mucho por indagar sobre todo en términos de factibilidad.

El estudio Pedro Jesús Pérez Zafrilla, "Génesis y estructura de la democracia deliberativa", es un buen trabajo introductorio al origen y situación actual de la democracia deliberativa. Frente a la hegemonía de la teoría elitista se alza en un momento dado una corriente "participacionista" (Bachrach, Macpherson, Pateman) (p. 145) que desemboca en la teoría de la democracia deliberativa con tres corrientes: a) republicana; b) rawlsiana; y c) discursiva (p. 150/152). Analiza luego sus elementos característicos que son participación, consentimiento y deliberación (pp. 155/157) y aclara las indudables ventajas de la deliberación. El autor concluye que la democracia deliberativa se revela como un nuevo modelo de acción política necesario para regenerar la vida democrática..., (p. 159). Y está en su derecho. Pero no acabo de ver que esos tres elementos de participación, consentimiento y deliberación sean ajenos a la democracia representativa tradicional. Otra cosa es que sean lo que nosotros quisiéramos que fuesen. La democracia es compromiso. 

El trabajo de Víctor Sampedro, "democracias de código abierto y cibermultitudes" es un muy estimulante ensayo, hecho con conocimiento de causa más que sobrado, para quienes creemos que el avance de lo digital no solo aumenta exponencialmente las fuentes de información, la capacidad y autonomía de los individuos sino que trabaja en un sentido progresivo de emancipación de la especie. El cambio social es impredecible y más con internet que, de nuevo, rememora a Gutenberg (p. 164) y lleva la imprevisibilidad al límite. Concibe el proceso en términos de guerra, con un intento de control estatal-corporativo del ciberespacio que amenaza la democracia (p. 169). Es el viejo dicho del complejo militar industrial actualizado. La resistencia viene hoy de los prosumidores o, mejor, de los tecnociudadanos que se valen del software libre o código abierto (p. 170). La lucha en la sociedad red, cuyo adelantado es WikiLeaks, aborda procesos "destituyentes" de los regímenes económicos y de representación (p. 173). La opinión pública digital y las cibermultitudes imponen hoy sus principios en la política (p. 178). Son todos postulados los de este análisis que pueden aplicarse con provecho al fenómeno de Podemos y sería interesante hacerlo porque así es como funcionamos en una dialéctica permanente de teoría y praxis.

Guillermo López Garcia titula su trabajo "Del 11M al #15M. Nuevas tecnologías y movilización social en España". Curioso título. Habrá colegas a quienes sea preciso explicar qué es un hashtag y qué función cumple. Los otros, los de las nntt, no lo necesitan pero podrán preguntarse por qué el 11M no lleva hashtag. Y la cosa tiene miga: porque el 11M no fue trending topic y el 15M, sí. Y no lo fue por falta de redes sociales, no por su importancia intrínseca como fenómeno. En marzo de 2004 hacía un mes que se había creado Facebook y Twitter no comenzó a funcionar hasta 2006. En términos de redes, el 11M pertenece a la edad de la piedra en comparación con el 15M. Y aun así uno de los aspectos más señalados de aquella fecha es que la movilización social contra el PP se convocara por SMS. Hoy, con Whatsapp, la cosa se habría triplicado. Con esto se da cuenta ya del contenido del trabajo, que está implícito en el título. Es curioso leer la observación de que en cuanto al movimiento del #15M, lo más llamativo es que surge "de la nada" (p. 196). Lo mismo que suele decirse de Podemos. Pero hay algo hasta ahora incontrovertible: de la nada no surge nada. Salvo el Ser, pero ese es otro asunto.

dilluns, 24 de novembre del 2014

El nacionalismo español vergonzante


Ricardo Fernández Aguilá (2014) Un Fernández entre banderas. Cuando ser catalán y español es una apuesta posible. Barcelona: Península. (182 págs.).
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Es casi una ley social. En todo conflicto polarizado hay mayorías que huyen de los extremos y se agolpan en un centro acogedor, que no se adhieren a ninguno de los extremos ni lo rechazan, que pretenden integrarlos, aunque sean excluyentes, tomando algo del uno y del otro para hacer un gazpacho centrista en el que sentirse cómodas. Tienen también sus teóricos, los del justo medio de la virtud aristotélica frente a los "vicios" de los extremos, que defienden bravamente esta posición ante a los ataques de la intransigencia extremista, como en los ejercicios de lógica escolástica en los que hay que elegir entre dos opciones porque las terceras están excluidas.

 De esta forma se justifica la aurea mediocritas frente a las atribuladas ambiciones y vanidades del mundo y se vive cómodamente, sin tener que tomar partido, que siempre es incómodo, sobre todo porque puedes equivocarte y pronunciarte por el perdedor. Aquellos teóricos fabrican el relato y el héroe de estas supuestas mayorías moderadas, acomodaticias, centristas. Es la figura del ciudadano anónimo, del hombre de la calle, el protagonista del famoso panfleto de W. Reich, Listen, little man, el hombre del montón, la figura anodina en la que nadie repara pero que, constituida en masa, tiene todos los derechos y es... soberana. Por supuesto, acaece siempre, también casi como ley social que, cuando la polarización escala hasta el conflicto abierto, esas masas de hombrecillos, esas "mayorías silenciosas", se escoran de golpe a favor de uno de los bandos y se convierten en muchedumbres de fanáticos, capaces de las mayores atrocidades si cuentan con un líder que las motive; y de la moderación y el centrismo, como del Templo de Jerusalén, no queda piedra sobre piedra.

El libro de Fernández Aguilá está escrito en ese espíritu del hombre del traje gris, anodino (su portada es ya una clave; carece de rostro), perplejo entre opciones antagónicas ante las que se quiere equidistante, entre el nacionalismo catalán y el español. Ambos luchan por su corazón que se resiste a dividirse. ¿Por qué hay que elegir? ¿No puede uno ser, sentirse, catalán y español al mismo tiempo? ¿No hay lugar para la doble identidad? Es un libro de queja, de agravio resignado de un español/catalán que se siente maltratado, zarandeado injustamente por español entre catalanes y por catalán entre españoles, y aboga por el entendimiento.

Su origen inmediato es más bien tristón. Siendo catalán y apellidándose Fernández, el autor estaba acostumbrado a oírse llamar "Fernandes", como si fuera portugués. Pero las cosas parecen haber llegado a un punto en el que hasta este Fernandes don Nadie se siente obligado a tomar la pluma y salir en defensa de su identidad "mestiza" y su derecho a vivir tranquilo en una sociedad plural. Toda una hazaña. Cuando la ha terminado, en agosto de 2013, tiene unas ochenta páginas que no le dan para publicar un libro en serio pero sí una especie de panfleto que hace llegar a José Antonio Zarzalejos, uno de esos teóricos de la mezcla, el arreglo y la conllevancia. Será este quien le anime a escribir una segunda parte (más que nada por dar algo de empaque a la obra) y le pone un sucinto prólogo alabándola cuando esta se termina en marzo de 2014. Digo alabándola porque, en el fondo, responde al programa definido en favor de una partes del conflicto, el nacionalismo español,  so pretexto de no inclinarse por ninguna.
 
Porque, de centrismo y equidistancia, nada, aunque se predique hasta la saciedad. Este infeliz Fernandes con su alma desgarrada, cuenta sus aventuras en dos tandas de capítulos deshilvanados en los que se mezclan anécdotas, experiencias personales, reflexiones más o menos interesantes y bastante doctrina disfrazada de temperancia. Su Leitmotiv es la desazón ante una realidad social polarizada en la que todo conspira para hacer inviable su beatífico deseo de que convivan pacíficamente dos comunidades nacionales sin amargarle el pastel.

Sin embargo, su relato tiene dos feos defectos semiocultos que lo invalidan y lo hacen aparecer como lo que en el fondo es, una apología de la Cataluña española. De un lado, aunque somete a crítica algunos excesos del nacionalismo catalán, son los menos, los menores y de carácter más genérico, como esa queja (que se encuentra en todas las diatribas nacionalespañolas) sobre el uso de la expresión el Estado español (p. 37), mientras que los más, los mayores y, sobre todo, los que él experimenta en sus propias carnes, son los desplantes del nacionalismo español frente a lo catalán. En segundo lugar, si bien su visión de Cataluña acentúa la problemática de la falta de entendimiento del otro y su recurso al agravio permanente y el victimismo, la que ofrece luego de España en su segunda parte, hace hincapié en la comprensión de los españoles, su desconocimiento del enfado catalán, su indiferencia y su asombro: ¿qué les pasa a estos catalanes? (p. 139).

Aquí no hay equidistancia ninguna, ni juste milieu, ni fair play ni nada que se le parezca. Lo que hay es un intento lacrimógeno de vender como aceptable una situación que no lo es por cuanto en la confrontación entre dos naciones, una es poderosa porque tiene un Estado y la otra no porque no lo tiene y ha de aceptar las condiciones que la otra dicte, que las dicta, aunque el autor crea que son tan naturales como el agua de las fuentes. En esa situación entre el poder y la falta de poder, toda equidistancia es prestidigitación, todo juste milieu, falsedad al servicio del poderoso, y el libro del anodino Fernandes, un escrito de propaganda a favor del nacionalismo español. Por eso le ha puesto el prólogo Zarzalejos.

Palinuro también cree que ser catalán y español es posible. Pero no así, sino reconociendo a los catalanes sus derechos, entre ellos el de la autodeterminación y la independencia.

diumenge, 23 de novembre del 2014

El derecho a marcharse.


Joan Ridao (2014) El derecho a decidir. Una salida para Cataluña y España. Barcelona: RBA. (188 págs.).
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El autor del libro, Joan Ridao i Martín, me ha hecho el inmerecido honor de pedirme que presente su libro este próximo miércolas, 26 de noviembre, en el centre cultural Blanquerna en Alcalá 44, en Madrid. Por mi cuenta he decidido que esta reseña tenga el valor de un guión.

Joan Ridao es una autoridad teórica y práctica en el tema de este ensayo: profesor de derecho constitucional de la Universidad de Barcelona y de la Universitat Oberta de Catalunya es también miembro del Consejo de Garantías Estatutarias de Cataluña y fue ponente del Estatuto de 2006, el que el Tribunal Constitucional español, con gran tacto y diplomacia dejó desplumado como un pollo. En cuanto a la actividad política, Ridao fue diputado en el Parlamento catalán y en el Congreso de los Diputados por Esquerra Republicana de Catalunya, en la que ocupó el cargo de secretario general entre 2008 y 2011. O sea, que sabe de lo que habla y habla bien, aunque a veces se ponga algo profesoral y otras se enrede en distingos y matices de los que tanto gustan los letrados de instituciones.

Un pequeño comentario sobre el subtítulo que tiene su carga de ironía: salida para Cataluña y España es deliberadamente anfibológico pues el término salida no puede tener el mismo significado para una y otra entidad territorial. "Salida para Cataluña" puede y debe entenderse en el sentido inmediato en que se rotulan como "salida" las puertas que dan a la calle; pero, para España, no puede entenderse del mismo modo sino en el metafórico de que se trate de una "salida" al modo en que se dice que hay una "salida" a un lío, un problema, una situación complicada.

Lío, problema, situación complicada, la del contencioso entre el principado y el Estado.   No pierde mucho tiempo el autor con los antecedentes que condensa en dos primeros capítulos sobre "El porqué de Cataluña" I y II, demostrando que, a pesar de los esfuerzos, ha sido imposible encontrar un encaje de Cataluña en el Estado, cosa que culminó con la sentencia del TC por la que este emasculó el Estatuto de 2010. No obstante, Ridao que ante todo es un jurista con un respeto casi reverencial por el contenido y la letra de la ley positiva, sostiene que dicha sentencia abre "la posibilidad de una 'interpretación constitucional' del 'derecho a decidir' que lo entiende como una 'aspiración política a la que se llegue mediante un proceso ajustado a la legalidad constitucional', que debe respetar los principios de 'legitimidad democrática', 'pluralismo' y 'legalidad'" (p. 43).

Se apunta aquí lo que, a juicio de Palinuro es el tema contrapuntístico que caracteriza todo este interesante libro: el punto es una incesante escudriñar los textos legales y jurisprudenciales en busca de los intersticios que permitan proceder a materializar el derecho a decidir, la consulta, un hipotético referéndum, el derecho de secesión y hasta la declaración unilateral de independencia (DUI), con muy entecos resultados. El contrapunto, una conclusión que se reitera una y otra vez acerca de que, en el fondo, la cuestión no es tanto jurídica como política, que no tiene solución en el campo del derecho positivo sino, en todo caso, en el del derecho natural y, por descontado, en el de la acción política que invoque el poder constituyente que anida en cada nación de modo iusnatural, como viene a reconocer ya al final de la obra cuando sentencia que: "En una sociedad democrática no es la Ley la que determina la voluntad de los ciudadanos, sino que la legalidad es la que se crea y modifica a partir de la voluntad ciudadana" (p. 158).

A partir del tercer capítulo, el libro de Ridao es una minuciosa búsqueda de las formas en que pueda manifestarse y hacerse real el derecho a decidir de los catalanes que, para él, es algo incuestionable. Se abre la pesquisa con unas consideraciones generales sobre el referéndum como teoría y práctica y se concluye el excurso con unas atinadas y algo amargas reflexiones sobre las limitaciones de los referéndums en España que son escasos, mal regulados y prohibitivos de hecho. Nada, supone el autor, costaría modificar la Lay Orgánica Modificadora de las distintas Modalidades de Referéndum" de 1980, para dar cabida al tipo de consulta que hiciera realidad el derecho a decidir. Pero no hay voluntad de hacerlo. Suena de nuevo el motivo contrapuntístico "cuando existe voluntad política, las leyes no constituyen un obstáculo" (p. 70). Desde luego y, dado que el autor no lo hace, corono yo la conclusión, pero habitualmente se usan como eso, como obstáculos políticos, sobre todo en el caso catalán.

Frustrada la vía referendaria, dedica Ridao otros dos capítulos a desmenuzar la relación entre la UE, de cuya naturaleza se ocupa en uno de ellos, y el derecho de secesión, cosa que ha afectado a algún Estado comunitario ocasionalmente (Dinamarca /Groenlandia) y bastantes más exteriores, como los países bálticos o la antigua Yugoslavia. Por mucho que se quieran extraer criterios o normas  vuelve a imponerse la práctica de que "al final se han adoptado posturas de gran pragmatismo para dar plena efectividad a los procesos de secesión acaecidos" (p. 118). Esta conclusión ha de entenderse útil para el caso español, a los efectos de dejar constancia de que la amenaza de una Cataluña independiente forzada a mantenerse décadas fuera de la UE "no tiene el respaldo de ningún argumento jurídico" (p. 127).

Consagra Ridao la última parte del libro a explorar las vías de hecho, no sin insistir en buscarles encaje jurídico. Así, ampara el derecho de secesión en la celebérrima ruling de la Corte Suprema del Canadá en el caso quebequés, que llevaría una evolución del derecho de autodeterminación al derecho a la secesión (p. 137), pero no puede ignorar que la opinión consultiva del citado tribunal, en realidad, consiste en legitimar jurídicamente una situación de hecho: la reiterada, persistente, democrática, voluntad de muchos quebequeses de separarse del Canadá. Como los catalanes de España.

Un capítulo dedicado a examinar las distintas DUIs que se dieron en los 90 en los países bálticos y la antigua Yugoslavia en mitad de unas relaciones internacionales tormentosas, preparan el camino para la consideración de una hipotética secesión catalana que, llegado el caso, podría culminar en una DUI que el autor considera legítima en el caso de que el gobierno central respondiese con una situación de bloqueo (p. 161).
En resumen, un buen estudio sobre el problema más acuciante a que se enfrentan hoy España y Cataluña.

dimecres, 29 d’octubre del 2014

¿Es posible otro mundo?

Acaba de aparece en Akal. Es el último libro de Erik Olin Wright, un estudio que le llevó diez años y tiene considerable carga teórica y empírica. Se recuerda que, cuando interrumpí Palinuro, allá por marzo pasado, aduje que tenía sobrecarga de trabajo. No es frecuente, al menos en aquella intensidad, pero a veces pasa. Ahora se comprueba. Este libro de Erik O. Wright lo he traducido yo. Es el segundo de los mentados trabajos que ve la luz; el primero es el libro editado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales del que ya di noticia sobre la democracia del siglo XXI. Ahora sale esta traducción de Wright. En un par de semanas aparecerá otra cosa que no adelanto porque es una sorpresa por lo aparentemente alejado de mi quehacer y, en un par de meses, otra que es, sin duda, la que más trabajo me dio. Con ello habré convencido, espero, a los escépticos que decían que detenía Palinuro para tomarme un descansito. De eso nada.

Estoy muy contento de tener en la calle el libro de Wright. Es una aportación fundamental al pensamiento político-social contemporáneo. A lo mejor le hago una reseña posteriormente pero, por ahora, puedo decir que evidencia el doble interés que señalaba al principio. Wright, reconocido analista de clases de formación marxista, aporta una pieza muy valiosa al intento de reconstrucción del marxismo como filosofía crítica en el contexto del capitalismo actual, el que ha sobrevivido al comunismo. Mantiene una línea independiente y original en su interpretación; por eso me gusta especialmente. Y de todos los epígonos del viejo profeta con los que se codea, los que más frecuenta y parecen interesarle son los analíticos. Por otro lado, desmenuza con sosiego, distanciamiento y comprensión (en el sentido del verstehen alemán) las distintas propuestas de superación de este modo de producción con un enfoque de flexibilidad teórica y rigor empírico que convierten el trabajo en una buena guía sobre las posibilidades que se abren a los intentos emancipadores en el mundo contemporáneo. El resultado era el que ya anunciara el poeta en su día: Hay otros mundos; pero están en este. La obra de Wright sirve para identificarlos y saber a qué atenernos en nuestras esperanzas.

dilluns, 20 d’octubre del 2014

La nación incierta.


Carlos Taibo (2014) Sobre el nacionalismo español Madrid: la catarata, 110 págs.
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Uno de los rasgos más característicos del nacionalismo español es la vehemencia con que lo niegan quienes lo practican. Escucha uno hablar a los políticos castellanos, andaluces, murcianos, extremeños y sale convencido de que en España no hay nacionalistas. Los nacionalistas son los catalanes, vascos y gallegos. El resto de los españoles está libre de esta terrible tara, de forma que debe de ser el único pueblo del mundo exento de ella.  Tanto es así que Taibo comienza su libro con una pregunta, "¿existe el nacionalismo español?" a la que dará respuesta dejando patente que, en efecto, existe como una concepción hegemónica dominante, excluyente, monopólica. Es, pues, una obra dedicada a desvelar una de las supercherías más características, esto es, la de que en España no hay nacionalismo y que los nacionalismos que en ella se dan son los "periféricos".
Coincido con el autor en este punto y no es el único en el que coincido. Practicamente lo hago con el conjunto de la obra, de forma que casi podría ahorrarme la reseña porque bastaría con decir que no tengo gran  cosa que añadir a lo que en ella se expone. No obstante, como hasta en las coincidencias hay matices, no será ocioso comentar los rasgos más interesantes de este breve trabajo que, según explica el propio Taibo, es una ampliación y profundización del prólogo que escribió en su día para un libro colectivo sobre este apasionante tema del nacionalismo español hace unos años.
Una vez refutada la idea de que España sea la única tierra del mundo libre de nacionalismo y asentada la de que es cuna de una de sus formas más agresivas, obstinadas y autoritarias, Taibo hace un recorrido por sus manifestaciones y rasgos. Distingue así un nacionalismo español esencialista y otro "pragmático", esto es, el que se postula por mor de la estabilidad política del país. No coincidente con esta división, pero muy relacionada con ella, se da la distinción entre nacionalistas ultramontanos y liberales, algo que la historiografía española señala con frecuencia. Es mérito del autor, que este crítico aplaude, señalar que, en realidad, ambos nacionalismos coinciden en su idea de la nación española como "invención de la tradición" (p. 39). Y me atreveré a decir que se queda corto. El nacionalismo español por antonomasia, el que siempre triunfa, se impone, coarta las posibilidades de expansión social de España es el más brutal y retrógrado, el nacionalcatolicismo, y el de estirpe liberal no pasa de ser otra invención de una historiografía llena de buenos deseos, porque, siempre que hay un problema, el sedicente nacionalismo liberal hace causa común con el nacionalcatolicismo, se funde con él, como sucede hoy día cuando, ante el llamado "órdago" catalán, Pedro Sánchez afirma estar con el gobierno de la derecha sin fisuras.
Una de las funciones de ese timorato y claudicante nacionalismo liberal es elaborar la doctrina puramente ideológica de que el desarrollo de España no tiene nada de excepcional y que, al contrario, es normal y homologable con el de las naciones del entorno. Atinadamente, Taibo pone en solfa esta cuestión (p. 46) y por parte de este crítico solo cabe señalar que se trata de un discurso legitimatorio de una realidad nacional como la española que solo ha podido mantenerse a lo largo de la historia mediante el empleo de la fuerza.
En la perspectiva actual, Taibo analiza el hecho de que la Constitución vigente española sea, en realidad, el principal baluarte de la concepción más obtusa y cerrada del pais como una única nación y la negación de todas las demás. El alambicado artículo 2, en conexión con el 8, que confía la integridad territorial de España al ejército, es muestra de una retórica redundante que prueba cómo el núcleo mismo del orden constitucional es la obsesión con el peligro de la fragmentación de España. Esto es suficientemente conocido. Menos lo es el tema que aborda el autor a continuación, el de la consulta en Cataluña que los nacionalistas españoles -esos que no son nacionalistas- rechazan al entender que no es aceptable se reduzca solo a Cataluña, ya que son todos los españoles quienes tienen derecho a votar en un asunto que a todos afecta. Aparte de señalar el absurdo de que quienes sostienen este punto de vista no saben cómo explicarse los casos de Escocia y Quebec, Taibo hace ver que esta posición, en realidad, es un cerrojazo a la posibilidad del ejercicio del derecho de autodeterminación de los catalanes, que el sistema político español niega de raíz (pp. 79). Negación de ese derecho es también la propuesta sucedánea socialista de reformar la Constitución en un sentido federal. Por mi parte he sostenido siempre igual punto de vista. Afirmar que no puede haber una consulta catalana sino que han de participar todos los españoles es una prueba de mala fe evidente ya que se presume que los españoles negarán la autodeterminación catalana por abrumadora mayoría. Dado que los catalanes son una minoría estructural en España, que jamás llegarán a ser mayoría, obligarlos a aceptar la decisión de la mayoría es llamar democracia a lo que no es otra cosa que la tiranía de la mayoría.
Analiza luego Taibo cinco argumentos que el nacionalismo español ha esgrimido en contra del catalán: 1º) si Cataluña es o no una comunidad política propia, que es obvio; 2º) si fue independiente en el pasado, que es irrelevante; 3º) si la autodeterminación tiene un tope en cuanto a las unidades territoriales que la ejerzan, que es razonablemente claro; 4ª) de quién sea la soberanía, ya tratado; 5º) si el independentismo catalán es algo más que la insolidaridad de los ricos, que quieren quitarse de encima los deberes para con los pobres (p. 81). Todos los argumentos, y algunos otros, como los rasgos del derecho de autodeterminación, su titularidad, la temporalidad de su ejercicio, etc, han sido ya debatidos y ninguno tiene especial consistencia. Por cierto, respecto al de que, siendo una nación rica, Cataluña quiere la independencia por razones insolidarias, cabe replantear la cuestión en otros términos. El problema no está en que haya zonas ricas en una entidad política; el problema reside en porqué las hay pobres. Sobre eso es sobre lo que hay reflexionar.
Dos capítulos más de la obra merecen reseña especial por lo atinado de su punto de vista: el del trasfondo económico del nacionalismo español frente a Cataluña y el muy interesante de la cuestión lingüística que, más o menos, sigue como en los tiempos de Nebrija: a una única nación en España corresponde una única lengua.
En resumen: no solo hay nacionalismo español sino que es tan agresivo, autoritario y excluyente como siempre y, en gran parte, impulsor del soberanismo catalán.  

dilluns, 13 d’octubre del 2014

Querer no es poder.


Jaime Pastor (2014) Cataluña quiere decidir. ¿Se rompe España? Diez preguntas sobre el derecho a decidir. Barcelona: Icaria. 95 págs.
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Reseñar un libro de un colega y amigo, aunque sea uno breve como este, no es tarea fácil. Todo cuanto se diga será sospechoso de parcialidad, incluso aunque uno recuerde y pretenda seguir al pie de la letra la famosa frase atribuida a Aristóteles de Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad. Dado que el autor no es Platón y el crítico mucho menos Aristóteles, la cita alimentará otra sospecha de que se invoca precisamente para contravenirla y convertirla en su contraria: Soy amigo de la verdad, pero soy más amigo de Jaime. Sospechas fuera. Expresaré mi juicio imparcial sobre la obra. Habiendo confesado la relación entre comentarista y comentado, el lector se hará su juicio. Esta situación de mutuo conocimiento y amistad entre autores y recensionistas es más frecuente de lo que se supone porque suele ocultarse, lo cual vicia muchas reseñas en muchos y muy respetados medios. Y no sigo.

La cuestión España/Cataluña está que arde. Se aceleran los tiempos, se acumulan las propuestas, se calientan los ánimos. Todo el mundo quiere opinar. Y hace bien. Y también lo hacen los estudiosos que facilitan materiales para mantener el debate y ayudar a formarse opiniones. Consciente de esta necesidad, Pastor presenta una contribución sucinta, pero argumentada, exponiendo su punto de vista en un trabajo, poco más que un folleto, con un decálogo de preguntas y sus correspondientes respuestas. Pasaré por alto lo del decálogo, de tan evidente influencia bíblica, y acompañaré al autor en sus respuestas, no sin animarlo a que la próxima vez ponga más de diez preguntas o menos. Hay que secularizarse.

1ª. Los antecedentes históricos. Coincido con Pastor en que el contencioso viene de antiguo y en que la nota predominante de las relaciones España-Cataluña ha sido la hostilidad. Buen comienzo.

2ª. ¿Fue la Transición Política una oportunidad perdida? Para Pastor, el Estado autonómico ha fracasado y la respuesta es que, en efecto, fue una oportunidad perdida. En nuestros días se trata ya casi de un debate historiográfico, pero apunto mi discrepancia. En historia no hay "oportunidades perdidas" que, como cuestiones contrafácticas que son, solo sirven para echar a unos unas imaginarias culpas y quedar otros como príncipes. La transición fue lo que fue y la situación actual se explica, ante todo, por los comportamientos de quienes la administraron subsiguientemente, hasta llegar al día de hoy en que cada cual debe cargar con sus responsabilidades de lo que se hace aquí y ahora. Aquí y ahora.

3ª. ¿Fue la sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto un punto de inflexión? Nueva coincidencia. Claro. Fue la gota que colmó el agitado vaso al privar a Cataluña del derecho a considerarse nación con argumentos jurídicos que, o estaban fuera de lugar, o pretendían adelantarse a los acontecimientos mediante una especie de jurisprudencia preventiva dotada de una intuición profética que de jurídica no tiene nada.

4ª. De si la crisis tiene influencia en la "agravación del conflicto". Me parece una pregunta de relleno. Es palmario que esta crisis influye sobre todo lo conflictivo y lo no conflictivo. Y siempre para mal. Pastor aprovecha el hueco para dar por tardía la posible solución federal y hablar del proyecto "destituyente-constituyente democratizador" que pueda llevar a una "libre unión de los pueblos", según dice Gerardo Pisarello (p. 43),  asunto que confieso no tener muy claro de momento.
5ª. De si el soberanismo/independentismo catalán es un instrumento de la derecha nacionalista catalana. Otra pregunta ociosa. A estas alturas, la cuestión me parece redundante. Suficientemente claro ha quedado ya el apoyo, la raíz popular, del soberanismo. Que la derecha también lo apoye, al menos en parte, ya no quiere decir casi nada.
6ª. ¿De qué van los nacionalismos? Esta pregunta y la siguiente me parecen el obligado tributo que el profesor, el estudioso, el académico que lleva años rumiando tan difícil cuestión ha de rendir para no dar la impresión de hablar a tontas y a locas y mostrar que se ha quemado las cejas consultando tratados y viejos legajos para llegar a alguna conclusión respecto a esa endiablada quisicosa de qué sea una nación. Pastor se remite a la celebrada definición de Benedict Anderson, para quien la nación es una comunidad imaginada y aclara, aunque me parece innecesario, que imaginada no es "inventada". Coincido con él, por supuesto, en la medida en que esta visión desecha todo intento de definición objetiva y se remite al ámbito de lo subjetivo. Pero creo ir un poco más allá al afirmar que esa subjetividad se fundamenta en una voluntad colectiva. La nación es el producto de la voluntad colectiva mayoritaria (no necesariamente unánime) de ser una nación. Por supuesto, los problemas empiezan a partir de este momento. 
7ª. ¿Y el derecho de autodeterminación (DA)? Aquí se explaya el autor, con un recorrido por las vicisitudes del concepto, desde el lejano origen kantiano, pasando por la Iª Guerra Mundial, la descolonización y los casos más actuales en la antigua Yugoslavia y otros lugares. El autor hace tres precisiones en torno a ese derecho con las que coincido pero no creo que se deriven como conclusión de un proceso histórico anterior. En contra de lo que suele pensarse las cuestiones históricas tienen escaso peso substantivo en la viabilidad de las opciones políticas. Estas precisiones son: 1ª  el DA es un derecho colectivo; 2ª está desvinculado ya de su marchamo descolonizador; 3ª puede ejercerlo no toda la población de un Estado sino la parte que, con suficiente fundamento, quiera ejercerlo. Ninguna de las tres propuestas está libre de polémica pero el sentido común y la comprobación práctica reciente indican que son aceptables.
8ª. ¿Qué es el federalismo y por qué no aparece como una alternativa creíble? El federalismo, dice Pastor, tuvo su momento pimargalliano, pero muchos avatares lo hicieron imposible. La resurrección de este zombie en la Declaración de Granada del PSOE, en 2013, no es satisfactoria porque, a juicio del autor, está fuera de la marcha de los hechos. Tiendo a coincidir con esta idea, reputando también inviables las propuestas de federalismo asimétrico, pero, con cierta prudencia, me guardaré de ignorarla alegremente entre otras cosas porque, vistas las demás opciones, quizá sea la única viable, al menos transitoriamente.
9ª. Los argumentos de los contrarios a la consulta. Nobleza obliga. El adversario debe hablar. Pastor identifica cuatro argumentos: 1º) no hay en España más nación que la española y pedir el reconocimiento de otras es un desatino o una cortina de humo para desviar la atención de cuestiones más importantes; 2º) la Constitución no permite consulta alguna de ese tipo; 3º) para hacerla habría que reformar la Constitución, se necesitaría el concurso del PP y eso es imposible; 4º) la consulta fractura la sociedad catalana. Todos estos argumentos se resumen en uno, a juicio de este crítico: la minoría no puede decidir su futuro libremente porque los dirigentes de la mayoría no quieren.
10ª. ¿Podría ser legal la consulta anunciada para el 9 de noviembre de 2014? Los acontecimientos de ayer nos ahorran grandes disquisiciones: no.
En resumen, un pequeño e interesante ensayo que argumenta a favor de una solución que, hoy por hoy, no se dará.