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dimarts, 17 de març del 2015

La enésima calumnia de los GAL.

Ayer, un tal Enrique González Duro se metió en mi muro en Facebook y dejó escrita la calumnia siguiente (tengo captura de pantalla por si alguien quiere verla): “Ramon fue contertulio de la SER donde defendió a capa y espada el GAL” (sic).

Le respondí que es un miserable mentiroso y un sinvergüenza por calumniador y le advertí de que, si insistía, lo bloquearía. Insistió. Lo bloqueé.

Ahora, vamos a los hechos. Jamás he sido contertulio en la SER. Lo fui en Onda Cero. Se dirá que da igual. Contertulio de radio fui. Pero de Onda Cero, de donde, por cierto, me echó Luis del Olmo por orden del gobierno de Aznar. En la SER, jamás. Nunca me quisieron. Da igual y no da igual porque, si uno acusa a otro de un delito (defender a capa y espada los GAL, una organización criminal, es un delito), lo menos que se le puede pedir es veracidad. Salvo que, claro, el acusador sea un calumniador. O sea, un tipo que acusa a otra de un delito sabiendo que es falso. O sea, un delincuente.

Para no ser conceptuado como tal deberá presentar una prueba de que yo haya defendido alguna vez a los GAL. Una sola. Y, por cierto, suficiente para levantar esta otra que aquí aporto: un artículo publicado en el hoy extinto El Independiente el 18 de noviembre de 1988, titulado “GAL, GANE, gatos”, en el que, entre otras cosas, se pedía que se investigara el asunto de los GAL judicialmente, hasta el final, cayera quien cayera.  




Era el año 1988. Todavía no se habían iniciado las acciones judiciales pertinentes. Gobernaban los socialistas y Garzón –que luego sería gran azote del terrorismo de Estado- se presentaría en las listas del PSOE en las elecciones de 1993.
 
1988. En aquellos años, muy pocos se atrevían a escribir en contra de los GAL y menos relacionándolos con el gobierno socialista, salvo en el País Vasco. Al contrario: aun resonaban los aplausos a esta forma de terrorismo de Estado de Pedro J., Ramírez, por entonces gran amigo y compadre de Julio Anguita, esa pareja que después se desgañitó denunciando los GAL. Pero eso fue después.
 
Ignoro en dónde estaba el señor González Duro en 1988 y qué decía, pero si decía o escribía algo en contra de los GAL, me gustaría verlo. Por supuesto, siempre después de ver las pruebas que tiene de que yo los defendiera. Estará el lector de acuerdo en que tiene gracia que uno de los pocos que dio la cara en los años duros en contra de los GAL haya de ver cómo un cuarto de  siglo después llega un difamador a acusarlo de defender lo que atacaba.
 
Esos son los hechos. Ahora vamos a las interpretaciones.
 
Desde luego, jamás defendí los GAL y probado queda que pedí que se investigaran cayera quien cayera. Pero sí defendí al gobierno socialista en la primera mitad de los noventa, cuando comenzó lo que después todo el mundo ha reconocido que fue una conspiración en contra. Paradójicamente también me quedé solo porque, cuando arreció la campaña de la derecha y la izquierda anguitista en contra del “felipismo”, los socialistas, hasta entonces abundantes como las flores en la primavera, desaparecieron de golpe y alguno, especialmente sincero y cobarde, incluso me aconsejó que no me significara mucho, que venían tiempos duros.
 
Por supuesto, mi defensa del gobierno socialista siempre excluyó el terrorismo de Estado y la corrupción, dos lacras del gobierno del PSOE. La prensa de entonces está sembrada de artículos de servidor haciendo esta distinción. Siempre pensé –y sigo pensando- que era mentira que González fuera el Mr. X de los GAL y no hay una sola prueba de ello. Y siempre dije igualmente que, si los socialistas habían organizado el terrorismo de Estado y la corrupción, debían pagarlo con todo el peso de la ley. Pero no quería que, a causa de los GAL o la corrupción, el PSOE fuera substituido por el PP, que fue lo que pasó.
 
No era por entonces, ni lo soy ahora, miembro del PSOE y no pienso que hiciera entonces nada que no debiera hacer un ciudadano de izquierda. Pero, por si hay alguna duda: jamás nadie del PSOE, personal o institucionalmente, me agradeció en público (en privado era otra cosa, había miedo) una defensa obviamente desinteresada. Jamás. Al contrario: cuando todos los valientes socialdemócratas que, a partir de 1993, se escondieron debajo de las piedras, volvieron al poder en 2004, ninguno tuvo un mínimo gesto de reconocimiento. Ni yo lo esperaba. Como tampoco lo espero ahora cuando sigo defendiendo que el PSOE es un partido de izquierda y es injusto y estúpido equipararlo a la derecha. Ni falta que me hace.
 
Pero en este asunto está la explicación de esta calumnia que el tal González Duro reproduce y reitera. Las izquierdas anguitistas, las del “sorpasso”, las visceralmente antisocialistas, no podían soportar que alguien de izquierda defendiera al PSOE, así que fieles a su más acendrada tradición de encanallamiento estalinista, trataron entonces de calumniarme con esta infamia de los GAL, como lo intentan ahora de nuevo porque otra vez me niego a aceptar la estúpida patraña de que el PSOE sea igual al PP, y estos no se andan con chiquitas. Van directos a la calumnia, la acusación falsa, la mentira. Y no van más allá como en tiempos del glorioso camarada Stalin porque no pueden, no porque no quieran.
 
Alguien les ha dicho que se atengan al apotegma de “calumnia, que algo queda”.
 
Pero, a veces, esto es un error y de la calumnia lo único que queda es la basura que vierte el calumniador más estúpido y que solo lo califica a él.

dimarts, 24 de febrer del 2015

El odio al PSOE.

No es cosa de demagogias, pero el PSOE se acerca ya a los 140 años de existencia. Es el partido más antiguo de España, con excepción del Partido Carlista fundado en 1833 aunque reconvertido en otra cosa. Y eso se nota. El PSOE es parte de la historia del país. A partir del restablecimiento de algunas libertades en 1978, ha gobernado casi 20 años, con González y Zapatero. En ese tiempo, España avanzó en bienestar, progreso, libertades, derechos e integración europea como no lo había hecho nunca antes. Ni durante la breve II República. Por supuesto, su mandato (sobre todo en las dos legislaturas finales de cada uno) también fue pródigo en elementos negativos y hasta crímenes: la dura reconversión industrial, las privatizaciones a voleo, los GAL y la corrupción rampante en el mandato González y la desastrosa política económica anticrisis así como la reforma del art. 135 CE en el de Zapatero.

Unos gobiernos con luces y sombras, como siempre, pero globalmente positivos para el país. Es absurdo negarlo. Y, sin embargo, se niega. Hay una especie de voluntad cerrada de reñir todo acierto al PSOE ahora y antes, esgrimir siempre sus aspectos negativos y ocultar los positivos, al extremo de que, si se escucha a voceros de derecha e izquierda, casi parecería que el responsable único del desastre y la postración actuales de España sea el PSOE. Tanta falta de objetividad y ponderación invita a preguntarse por su razón profunda. Los hechos, los datos, las pruebas desmienten tan cerrada visión negativa. Quizá nazca esta de otra parte distinta del entendimiento; por ejemplo, de la pasión. Quizá tenga poco que ver con la razón y mucho más con el odio. Y, en efecto, uno de los rasgos más llamativos del debate político español es el odio a los socialistas.

Los odian por ser el partido más antiguo, por seguir siendo un partido, por haber ganado elecciones limpiamente, por haber gobernado, por haber sabido perder en unos casos y triunfar en otros. Es decir, los odian por lo que se suele odiar a mucha gente en España: por hacer cosas.

El odio de la derecha es palpable. Es un odio histórico, de clase. Y hasta personal. Que los aristócratas se enfrenten en política a un partido de advenedizos fundado por un tipógrafo pero que tiene más solera y antigüedad que todos ellos, que son los verdaderos advenedizos, los saca de quicio, los pone enfermos. ¡Qué insolencia, los seguidores de un tipógrafo aprobando leyes! La derecha es profundamente patrimonialista y cree que el gobierno le pertenece como sus fincas, sus casas, sus tierras. España entera es de su propiedad por derecho divino y no tiene perdón que lleguen unos plebeyos a reñirles ese derecho a gobernar, desgobernar, robar y saquear lo público que vienen disfrutando desde hace siglos y para conservar el cual hicieron una guerra civil e impusieron una dictadura militar de cuarenta años. El odio de la derecha al PSOE es profundo, casi genético.

¿Y la izquierda, los comunistas, asimilados y neocomunistas? Una falta de objetividad muy similar y un odio todavía más acendrado. Esta izquierda procede de la escisión comunista de 1919/1920 que nunca, en casi 100 años de historia, ha conseguido prevalecer sobre los socialistas salvo cuando establecían dictaduras de partido y prohibían y perseguían a estos, como hicieron en los países del bloque soviético durante buena parte del siglo XX. No siendo mediante la dictadura, el proyecto comunista de derrotar a los socialistas no ha triunfado en ningún país democrático del mundo. Salvo las experiencias dictatoriales, esta izquierda no ha gobernado nunca excepto algún brevísimo lapso de frente popular aquí y alla. Nada.

Pero no ha dejado de considerarse la "verdadera", la "auténtica" izquierda frente a una socialdemocracia oportunista que se encaramaba a los gobiernos y se aburguesaba traicionando a los trabajadores. Esos gobiernos en España y otros países de Europa fueron los únicos de izquierda real que hubo en el siglo XX y, dicho sea de paso, cambiaron sustancialmente la cara del capitalismo. Tanto que hoy hasta la "auténtica" izquierda los propone como modelos a los que hay que volver. Pero sin reconocer un ápice el mérito de los socialdemócratas. Al contrario, culpándolos no solo de sus culpas sino, en un frenesí de odio, también de las ajenas. Para esta izquierda "verdadera", que lleva cien años hablando sin hacer nada, el verdadero enemigo no es la derecha; es la socialdemocracia. En España, el verdadero enemigo no es el PP; es el PSOE.

Es el caso del reaparecido Anguita cuyo odio a la socialdemocracia está adquiriendo los niveles psicóticos de un capitán Ahab, tan obsesionado con Moby Dick que no le importa hundir su Pequod, IU, si con ello extermina a su archienemigo. ¡Por fin el ansiado sorpasso! La hora de la venganza. La posibilidad de que ese orgulloso PSOE muerda el polvo gracias a esa organización, Podemos,  que, merced a una sabia combinación de liderazgo carismático, pragmatismo y ambigüedad conceptual, parece haber deshecho el maleficio que lleva cien años agarrotando a los comunistas y promete llevarlos ahora, siempre que no se les note mucho el tinte neocomunista, a  una impensada victoria.
 
Palinuro lamenta que no vaya a producirse una alianza de las izquierdas, de todas las izquierdas. En verdad, no siendo militante de partido alguno, no se siente personalmente afectado, pero este asunto suena al más sobado y ramplón quítate tú para que me ponga yo y, encima, con plumas ajenas, desde los nombres a las ideas y desde las ideas a los nombres.
 
La promesa del sorpasso que tiene encandilados a estos novísimos "de abajo" procede del triunfo de Syriza en Grecia.. Si los Podemos griegos se imponen a la Troika, la Syriza española, hundirá al PSOE en la miseria de un PASOK, dejándolo en un 4,2% del voto. Tres inconvenientes se alzan ante este rosado futuro:

Primero: es posible que Syriza no se imponga y, al contrario, tenga que ceder ante la UE y Alemania. Tiene toda la pinta. Eso supondrá un golpe para Podemos que, una vez pasados los fuegos de artificio, tendrá que recomponer su discurso con un crédito rayano en cero. Esa Estaca con la que quiere derribar el "sistema del 78" puede acabar hundida en su corazón.

Segundo el PSOE no es el PASOK; no es una empresa familiar como la de los Papandreu, fundada en 1974. Forma parte de la historia de España en estos 140 años y tiene mucho eco y, sobre todo, apoyo en Europa, cosa más fácil de rentabilizar en interés del común que todas las propuestas bienintencionadas, sin duda, pero de una inconcreción celestial.

Tercero la repentina aparición de Ciudadanos, un partido con una parafernalia análoga a la de Podemos, con similar pragmatismo posmoderno, pero con un talante que se intuye más conservador, más centrado, sin necesidad de marear la perdiz con la izquierda, la derecha, lo de arriba y lo de abajo, apunta en un sentido de consolidación de la opción de la derecha. Predecir coaliciones en un contexto multipartidista (que, a veces, dependen de uno o dos escaños) es perder el tiempo pero no es exagerado vaticinar un reforzamiento de la derecha. O sea, del PP.
 
Con estos tres datos presentes, ya da un poco igual lo que se diga. La evolución apunta a que tampoco esta vez prosperará el intento neocomunista del sorpasso. Lo pintoresco del asunto será ver si, como cabe barruntar, se conseguirá mantener al PP en el poder otros cuatro años. Algo muy español. De perdidos, todos al río. El odio nos hará flotar.

La única parte de España en que no se observa odio al PSOE, en que no es factor de movilización porque la gente está en otros horizontes, Cataluña, tampoco parece ser tierra de promisión para Podemos. Obvio.  

divendres, 6 de febrer del 2015

La izquierda, el pluralismo y la teoría del ascensor.


Llena de asombro la capacidad de ruido mediático de una formación de tan escaso impacto real como IU. No suele ser noticia por sus actividades de gobierno, que apenas las tiene, pero sí por su abigarrado historial de enfrentamientos, escisiones, separaciones y expulsiones. IU es cualquier cosa menos unida.
 
Sus miembros y militantes viven en un permanente clima de confrontación y mutuas exclusiones con el fatalismo con que los héroes de las tragedias clásicas caminan hacia su destrucción como arrastrados por una terrible Ananké. Los hitos de esa pendiente son las elementales doctrinas maniqueas de un personaje como Anguita, cuya reaparición en esta crisis prueba lo hondo que pueden calar en las almas simples las dicotomías elementales.
 
Porque esta es la doctrina que vuelve a estar presente: nada de complejidades, medias tintas, matices o posiciones intermedias. El maniqueísmo de los fanáticos: la doctrina de las dos orillas, convertida hoy en Podemos, trasunto del anguitismo, en la teoría del ascensor: arriba y abajo.
 
Arriba –o en una orilla- el PP-PSOE; abajo, en la otra orilla, en la buena, claro, los puros que siempre son los menos pero ahora, gracias a la “ventana de oportunidad” de la crisis, según la jerigonza de los teóricos de Podemos, pueden aspirar a ser mayoría. A propósito y de pasada, esa “ventana de oportunidad” no es otra cosa que la “oportunidad” de toda la vida y la oportunidad es la base del oportunismo.
 
Esta mentalidad simple, dicotómica, es la responsable del desastre mantenido por esa izquierda, la comunista, la poscomunista y la neocomunista, desde hace decenios, incapaz de comprender que la realidad es siempre compleja, matizada, contradictoria, sutil. Y, de paso, incapaz de comprenderse a sí misma. Porque, precisamente la izquierda es discutidora, matizadora, crítica por naturaleza.
 
La izquierda es plural, cosa que IU, Anguita y, según se ve, Podemos, no entienden ni, al parecer, entenderán nunca. Por eso el PSOE se mantiene con vida aun en sus peores momentos y no desaparecerá por más que sus sepultureros quieran enterrarlo bajo toneladas de infamia. Porque es un partido plural, en el que caben gentes que piensan de formas distintas en un montón de asuntos, pero son capaces de convivir porque practican las virtudes del diálogo, el respeto mutuo, la tolerancia, la democracia. Algo de lo que los demás presumen porque carecen de ello.
 
Si el PSOE no existiera, habría que inventarlo.
 
Enfrente, en la otra orilla, el erial de las organizaciones piramidales, jerárquicas, autoritarias, basadas en la unanimidad y coincidencia o en la desbandada, incluso cuando afirman funcionar con respeto a la opinión libremente expresada por las asambleas de democracia de base lo cual, a la vista está, no es cierto: IU, Frente Cívico, Podemos, Unidad Popular.
 
Puro sectarismo que cree posible presentarse como lo que no es.

Enésima manifestación de este absurdo sectario que se presenta como la razón en marcha: esa tránsfuga que rompe la ficticia unidad de Izquierda Unida so pretexto de buscar la "verdadera" unidad con otra fuerza que, a su vez, no quiere la unidad con la primera, y todo ello por razones personales. 

La mona y la seda.

Según parecer generalizado, el gran éxito de Podemos se ha debido a su magistral empleo de los medios y las redes y a la novedad de su discurso. Lo primero es importante, pero lo segundo lo es más. Podemos habla un lenguaje nuevo, de ruptura, regeneracionista. Trae un espíritu orteganiano de lucha contra la "vieja política". El "régimen del 78" está en descomposición por numerosas razones. Se necesita gente nueva, discursos nuevos, ideas nuevas.

Podemos los aportaba y por eso se ganó la confianza de mucha gente. La de todos los que no se sentían representados en las instituciones y querían encontrar un espacio en la vieja política, sobre todo uno entre las dos opciones tradicionales de la izquierda. Por eso Podemos armó un partido casi de la nada, obtuvo un resultado brillantísimo en las elecciones y se dispuso a asaltar los cielos impulsado por el fervor popular.

Pero, de tanto mirar al cielo, comenzó a dar tropezones en la tierra. En el mitin de Vista Alegre, en el de Barcelona, en el de Sevilla y por distintas razones, hubo gestos, expresiones, ademanes del pasado, de la vieja política. Palinuro los puso en evidencia, en especial el insulto a la izquierda, llamándola "trilera". Lo hacía de buena fe, pero ello no le evitó las habituales acusaciones de criticar por fastidiar o por razones inconfesables. Paciencia.

Esta bronca de IU en Madrid y su impacto en Podemos ya no es solo un tropezón. Es un caerse por el barranco y con todo el equipo. Lo de menos es si IU da el enésimo espectáculo de confusión, enfrentamiento, faccionalismo y cainismo. Business as usual. Lo de más es que afecte directamente a Podemos y revele en este proyecto un trasfondo hasta ahora oculto.

La señora Sánchez que, en definitiva, es una tránsfuga, por las razones que sean, ha decidido renunciar a su acta, abandonar su partido, si es que solo pertenece a IU y no también al Partido Comunista, y fundar uno propio con un proyecto de convergencia asambleario y de democracia de base con Ganemos y quien sabe si también Podemos. Se trata de alguien que puede calificarse como política profesional pues lleva toda su vida laboral en cargos públicos y/o de partido. Su carácter se refleja en esa rotunda afirmación de No, punto. No vamos a entrar en Podemos. No por la verosimilitud del contenido, que es escasa, sino por la atribución de sujeto. ¿Quiénes son esos nosotros que no vamos a entrar en Podemos? Obviamente, quienes la siguen. Pero entre estos hay quienes han roto con IU, como ella y quien, como Garzón, quiere la convergencia pero no ha roto con IU. En este lío, ¿no sería conveniente preguntar cuando se quiere converger con gente asamblearia? Y sobre todo porque entre quienes la acompañan, según leo, está el Partido Comunista de Madrid, que anhela la convergencia (aunque manteniendo cada cual sus siglas) por lo que ha roto con IU. Una IU que, al decir de un lacrimógeno Cayo Lara. se siente huérfana y abandonada por Tania a quien siempre ha respaldado.

¿Cómo, cómo? ¿Que el PCM ha roto con IU? Ha roto, entonces, con su criatura, con su disfraz. ¿Y de qué se disfrazará ahora? Está claro, de Podemos.

Es el efecto sifón. Un exitazo. Si más del 40% del electorado de IU vota a Podemos, nada tiene de extraño que los elegibles también se hagan Podemos incluido el Partido Comunista. Pero esto es precisamente lo que menos interesa a los novísimos. El cuadro que se quería para España reproducía el de Grecia: Syriza se presentaba a las elecciones como una fuerza de izquierda auténtica, pero no comunista. La prueba, que también se presentaba el KKE, el Partido Comunista griego, cuya misión era perder las elecciones. En España, lo mismo: por un lado Podemos, una izquierda nueva, sin compromisos ni ataduras, nada que ver con los partidos del régimen, incluido el comunista e IU. La misión de estos es seguir presentándose como una opción distinta, aunque se hayan quedado sin electores. ¡Pero no converger, por favor, porque entonces no hay modo de distinguirse!

La convergencia, a la que Pablo Iglesias dice tener tendida la mano, significa que desembarca en Podemos un contingente de vieja política de comunistas y militantes de IU (siempre tan difíciles de distinguir), de esos de zancadillas, conflictos, escisiones y práctica profesionalización de la política de cargo público en cargo público como el resto de los beneficiarios del "régimen". Políticos, a la vista está, de un insufrible personalismo. A consecuencia de ello, el crédito de Podemos en su discurso de innovación, regeneracionismo y ruptura con la llamada casta se vendrá abajo. Al final podría ser que hubiera intentado vestirse con la seda del nuevo espíritu de pueblo empoderado jamás será engañado, apareciendo luego el feo rostro de la mona bolchevique.

Ponderando lo que llevaba escrito más arriba, Palinuro cayó en el timeline de FB de su amigo Joaquim Pisa, en donde leyó que, al parecer el periodista Ricardo Martín había explicado en 24h de TVE que todo el asunto de la convergencia era una maniobra del PCE para hacerse con el control de Podemos y añadía que detrás de esta maniobra se encuentra una vez más un personaje incombustible y conspirador nato, el hombre que maneja a Alberto Garzón como a una marioneta y por el cual Pablo Iglesias dice sentir devoción: Julio Anguita.

De ser así el asunto, la decepción de la gente es para imaginarla, sobre todo contando con que, con estas joyas "convergentes", hasta es posible que el partido no llegue ni a mayo. Y, desde luego, se trata de una típica operación de entrismo que no sé cómo sentará a los de Izquierda Anticapitalista, quienes se han disuelto en Podemos.

Según esto, con Podemos, Anguita conseguiría lo que nunca consiguió con IU, la niña de sus ojos, el ansiado sorpasso, su victoria sobre la traidora soialdemocracia, su venganza. De ser Anguita, en efecto, uno de los muñidores de estos planes, lo que llama la atención de Palinuro es el hecho de que quienes han llenado campos y plazas predicando el relevo generacional tengan como referente a quien podría ser su abuelo. Salvo que no se dé el caso porque en realidad sean coetáneos.

dilluns, 2 de febrer del 2015

Overkill.


Dicho está: el éxito de Podemos es incuestionable pues todo el mundo habla de ellos. Son noticia hasta cuando no lo son. Uno de los rasgos señalados por los periodistas que han cubierto la Convención del PSOE es que Sánchez no se haya referido a Podemos. Todo el mundo habla de ellos, pero no todos dicen lo mismo. Probablemente un tercio los odie (los votantes del PP), otro tercio los admire (los de Podemos) y el otro los envidie pues los odia y los admira al mismo tiempo (los votantes del PSOE).

No sabemos cuánto durará este terremoto, pero, mientras dure, tendrá efectos dramáticos. En el post de ayer Palinuro recordaba los dramas familiares de Ibsen. Hemos visto llorar a lágrima viva a Cayo Lara, un dirigente bregado en mil luchas, y ahora lo vemos casi grogui, abrumado, desfondado por el problema al que se enfrenta. IU de Madrid se escinde irremediablemente por el efecto sifón de Podemos y el conjunto de la organización hace aguas como un galeón español acosado por los bucaneros. En términos de mercado, siempre fríos, es poco probable que la marca IU resista. El problema viene después, cuando el Partido Comunista, a su vez, tenga que adoptar una decisión entre dos amargas formas de irrelevancia: en solitario o compartida.

Podemos tiene overkill. Me gusta el término. En una palabra se concentra algo que en español suena confuso: exceso de capacidad mortífera. La idea es clara. Podemos ha entrado en IU como un elefante en una cacharrería. Ignoro si Anguita, de probada lealtad a la organización, saldrá en defensa de los cacharros rotos. Podría hacerlo si estos cacharros tomaran vida como en un cuento de Andersen.

Con su antiguo rival comunista prácticamente desmantelado, el PSOE trata de resistir el overkill de Podemos recabando los viejos principios y cerrando filas. Veremos si lo consigue. Cuentan los mentideros entre asustados susurros, que el próximo barómetro del CIS trae las advertencias del banquete del Rey Baltasar, Mane, Tekel, Fares o "tus días están contados".

diumenge, 1 de febrer del 2015

Izquierda Unida y el efecto sifón de Podemos.


Mandan votos, mandan rostros, mandan imágenes.

En IU lo llaman convergencia con candidaturas y programas de izquierda a los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas, pero en la cruda realidad es el efecto sifón que Podemos ejerce sobre la Federación. Casi de golpe y para general asombro, la joven guardia heredera del 15M se alzó con un millón doscientos mil votos y cinco escaños en las elecciones europeas gracias a su nuevo estilo y la carismática imagen del líder, impresa en las papeletas. A cambio, a IU se le echaron encima no siete meses, como al señor Valdemar en el cuento de Poe, sino setenta años. De pronto el rojo y el verde, el punto sobre la i, los informales jerseys y los mojitos cubanos parecieron reliquias de siglos pasados.
 
Desde entonces, ese desequilibrio cruel de la historia no ha hecho más que agravarse. El vástago de una respetable organización, Izquierda Unida, cuyo corazón era el de otra más venerable, el Partido Comunista de España (PCE), se alzaba con un triunfo electoral que la fortuna siempre le negó a esta, pero con sus ideas fundamentales, si bien es cierto que convenientemente aggiornate a esta época más cosmopolita, bolivariana a la vez que posmoderna.
 
Era cosa de breve tiempo que Podemos acabara absorbiendo gran parte de la izquierda en torno suyo, especialmente la que se llamaba IU, con la que compartía relaciones, amistades, compromisos, ideas, experiencias, fracasos y triunfos. Sin querer o queriendo, pues el alma humana es contradictoria. Las reiteradas ofertas a Julio Anguita para que se incorporara a Podemos no pueden ser inocentes. La respuesta de este de que él se debe a Izquierda Unida (al fin y al cabo, su creación) es numantina.
 
Al final, ¿cuál es la razón de ser de IU existiendo Podemos con mucha más pegada electoral si no es el interés de mantener duplicidad de cargos? Si ya de antes la verdadera izquierda tenía problemas de identidad, ahora se le han agravado al descubrir que, de ser algo, es el reflejo de una identidad ajena.
 
Lo llaman convergencia. Es efecto sifón. Podemos absorberá a IU con la misma indiferencia natural e inocente con que el pez grande se come al chico.
 
Algún matiz a esta consideración. El alma de IU es el PCE y este todavía no ha dicho nada. Debe de ser duro para los camaradas fieles a la memoria de Pepe Díaz, el 5º Regimiento o Pasionaria aceptar que el heroico partido de vanguardia de la clase obrera se diluya en la amalgama de una ideología líquida en la que ni de izquierdas ni republicanos pueden reconocerse, al menos en público.
 
Por otro lado, y ello es más grave, el efecto sifón incluye una posibilidad letal para Podemos. La organización ha roto, aparentemente, el maleficio tradicional de las izquierdas auténticas, de perder siempre las elecciones, todas las elecciones, en todas partes salvo contadísimas excepciones irrelevantes. Lo ha conseguido a base de articular un discurso de izquierda libre de toda vinculación con el comunismo, el eterno cenizo de todas las consultas democráticas. Si la absorción (o convergencia) de IU es vista de nuevo por el electorado como de hecho ve a la propia IU, esto es, como una cobertura del Partido Comunista, es posible que las halagüeñas perspectivas electorales de Podemos se desinflen, entre otras cosas porque faltará tiempo a los adversarios para descubrir el lobo bolchevique bajo la piel de cordero socialdemócrata/bolivariana.
 
Es una situación difícil. Volveremos sobre ella porque, aparte de un dilema kantiano, encierra un conflicto muy en el estilo de un drama familiar de Ibsen.

dimarts, 20 de gener del 2015

Último vuelo de Sevilla.


Palinuro dejó pasar un día desde el mitin de Podemos en Sevilla para reflexionar, considerar las reacciones y reflexionar sobre las reacciones. La acusación directa a Susana Díaz de ordenar a la televisión andaluza la censura al coletas parece ser falsa. La misma televisión ha probado documentalmente que lleva meses solicitando una entrevista. Cierto, ello no demuestra que no haya habido una llamada desde San Telmo ordenando la censura. Pero eso debiera probarlo quien formula la acusación y, si no puede, retractarse. No sé por qué nadie espera nada. Palinuro espera que la acusación se pruebe o la retractación se produzca.

Los socialistas andaluces andan por las redes comentando que Iglesias fue a Andalucía a insultar a los de allí y "mirarlos por encima del hombro". Suena un poco a manía persecutoria, pero ya es casualidad que en las comunidades recientemente visitadas por el secretario general de Podemos haya una reacción más o menos generalizada de gente que se siente insultada, menospreciada. En fin, uno de los recursos partidistas es invocar agravios imaginarios para dañar el prestigio del adversario/enemigo.

El insulto a las izquierdas llamándolas trileras sentó a Palinuro ante el teclado para subir un post titulado El casuismo de los trileros que, en el momento de escribir esto había tenido 4.165 visitas únicas, tanta gente como fue a escuchar a Sevilla a Pablo Iglesias. En él se postula la idea de que la explicación del aparentemente errático comportamiento de Podemos está en su casuismo jesuítico. Esto equivale a reconocer que en un primer momento Palinuro se tragó el anzuelo de "aquí hay una izquierda nueva"´y que además aplaudió ingenuamente la aparición de otro discurso, innovador, crítico, libre, independiente, espontáneo, democrático, horizontal. Era un aplauso con alguna reserva sobre factores como la espontaneidad o la horizontalidad, muchas veces simuladas o inducidas más que reales. Pero era aplauso, conjuntamente con el de muchos otros ciudadanos hastiados de una institucionalidad política acartonada, hueca y cobijo de corrupción y granujería.

La crítica consistía en señalar que esa innovación era un disfraz, puro trabajo de comunicación y el mecanismo era el permanente recurso a la casuística. Esto es, las cosas no son como son o como yo creo que deben de ser sino como me interesa que sean. Así se vicia de raíz todo discurso de la izquierda. Por eso dicen en Podemos no ser de izquierda ni de derecha sino ambicionar la centralidad del tablero, una expresión rimbombante y cursi para no decir centro porque les da vergüenza. Quieren ser el centro pero también la izquierda inequívocamente y esto solo pueden conseguirlo con el casuismo.
La parte más dura y virulenta del discurso de Iglesias en Sevilla le tocó al PSOE, a Susana Díaz y a Pedro Sánchez a quien vilipendió, tachándolo prácticamente de pelele. Es un aria favorita de su público que está convencido de que el PP y el PSOE son lo mismo, como dos bueyes que tiran del único carro del capitalismo. Desde un punto de vista de izquierda este juicio es injusto. Durante los años 80 y primeros 90, el PSOE fue decisivo en la modernización de España, su integración en Europa y su desarrollo como una sociedad más abierta, libre e igualitaria, con sanidad, educación, seguridad social universales. Muchos de quienes hoy reniegan de la socialdemocracia estudiaron gracias a las medidas socialdemocrátas. Reducir las legislaturas socialistas a los GAL, la corrupción (por lo demás nimia en comparación con lo que hay hoy y estaba entonces fraguándose en la derecha) y otras pifias del PSOE, ignorando los demás factores solo puede hacerse de mala fe. Como mala fe indica enjuiciar las legislaturas de Zapatero por su desastrosa gestión de la crisis, la reforma del 135 y sus políticas neoliberales ocultando que fuimos una de las sociedades más avanzadas en igualdad en Europa y más libres y en donde se respetaban derechos que en otros lugares no se reconocían. Mala fe. Casuismo.

Pero, además, caramba, el PSOE no gobierna sino que está en la oposición, como Podemos. Y ¿a quién se opone Podemos? A la oposición. No al gobierno, sino a la oposición. Para zanjar sin miramientos esta cuestión Iglesias aseguró enfáticamente que ellos sí que no pactarán en ningún caso con el PP. Énfasis el que se quiera, pero hay que creerle bajo palabra en un país en el que sus primos hermanos de IU tienen una alianza con el PP en Extremadura que permite el gobierno de la derecha.

O sea, sin monsergas: el enemigo es el PSOE. Suena, ¿verdad? ¿A qué? Al viejo contencioso comunistas-socialdemócratas de toda la vida, a la visceralidad, al anticomunismo visceral y el odio visceral a la socialdemocracia; suena a la quimera anguitiana del sorpasso de los socialistas que se interpretó en su día como la pinza. Aquí hay mucho anguitismo y mucho anhelo de sorpasso, animado por la buena acogida popular que ha tenido la innovación del discurso político a base de recoger las reivindicaciones del 15M.

Pero todo esto era pura fachada. La organización complementa el casuismo jesuítico con férreo estilo bolchevique que lucha por imponerse a los sectores más asamblearios, más de de tendencia de grass roots politics, como puede verse en los conflictos orgánicos que afrontan en Cataluña, esos que Carolina Bescansa llama con notable estro poético el "Podemos para protestar".

Pero no puede olvidarse: el Podemos fetén es el Podemos para ganar. Ganar es la palabra mágica, el criterio último moral. Lo que sirve para ganar vale; lo que no, no. Estamos hartos del martirologio de la izquierda europea, siempre de perdedora. No queremos ser losers como el pobre Sánchez. Queremos ser winners. ¿Para qué? Para gobernar. Para gobernar ¿cómo? Eso ya se verá. Lo importante antes de nada es ganar y si, para conseguirlo hay que decir que no somos de izquierdas porque el rollo de izquierdas derechas es cosa de trileros, se dice, que ya Dios después distinguirá a los suyos.

Claro que nosotros, la cúpula, el mando, la vanguardia, los que después seremos la Nomenklatura, somos de izquierdas, sin duda. Pero necesitamos el voto de mucha más gente y ahí, en la gente, hay de todo y una determinación de izquierda es negativa porque resta votos. Así que no somos de izquierda ni de derecha, no somos autodeterministas ni centralistas, laicos o confesionales, republicanos o monárquicos. Somos lo que nos interese ser en cada momento. Y desde luego no comunistas; tampoco anticomunistas. Como con todo, no somos nada.

Lo del comunismo trae un punto de sarcasmo. De sarcasmo mefistofélico, prueba evidente de que en Podemos tienen el relato tan estudiado y medido como el hilo las Parcas. ¿Por qué motivo no se ha producido una convergencia entre Podemos e IU a pesar de las súplicas insistentes de esta que ha llegado a prescindir de su venerable líder para poner a un sosias de Iglesias en la esperanza de que se entendieran? Exactamente, ¿por qué no se han fundido dado que su programa, en el que tienen una fe anguitista, es idéntico? Sobre todo teniendo en cuenta que ninguno de ellos propugna un cambio radical del modo de producción sino que se limitan a administrar de otra forma, más justa, proclaman, el capitalismo. Vamos, que están dispuestos a sustituir al buey socialdemócrata por un buey de verdadera izquierda para tirar del carro capitalista. ¿Por qué no ha habido fusión ni la habrá?

Porque a Podemos no le interesa aparecer contaminada por el comunismo de los losers, porque si se alía con él, retrocederá a sus habituales porcentajes de intención de voto, perdiendo sus halagüeñas perspectivas. Así que a los herederos de la tradición comunista de IU les queda interpretar el papel del payaso que recibe las bofetadas para que sus ingratos descendientes puedan alcanzar su sueño: gobernar al precio que sea, jibarizando a IU y hundiendo en la miseria al PSOE. Si tal cosa llegara a suceder, merecido se lo tendría este porque ha sido incapaz hasta ahora de elaborar un relato claro y creíble, explicando y valorando lo que ha hecho bien, señalando y criticando lo que ha hecho mal y presentando propuestas para profundizar en los aciertos, enmendar los yerros y abrir puertas nuevas.

dijous, 18 de desembre del 2014

El reñidero de la izquierda.


En España hay tres fuerzas de izquierda mayoritarias con grandes diferencias cuantitativas. También las tienen cualitativas pues a veces se enzarzan sobre la cuestión de la autenticidad de sus respectivos izquierdismos. Además de ellas hay algunas otras de espacio territorial más reducido, las izquierdas nacionalistas o de menor relevancia electoral.

No es un panorama de desunión sino de fragmentación, casi atomización. Todo el mundo, por supuesto, está convencido de que la unidad es la única fórmula de imponerse electoralmente a la derecha y "unidad" y sus variantes es la palabra que más aparece en los discursos de esta fuerzas. Pero está claro que no le dan el mismo significado y no lo hacen porque sus circunstancias internas las tienen tan absorbidas que no pueden acomodarse en un entendimiento común ya que ni ellas mismas se entienden.

El PSOE se debate en procesos de renovación interna en los que nadie anda muy seguro. La sustitución del líder se ha hecho propulsada por un delicado equilibrio entre tradición rubalcabiana y modernidad pietrina, entre respetabilidad institucional y necesidad de salir a la calle con un discurso más de izquierda para atajar la sangría de votos por ese lado. Sánchez tiene que ungirse de legitimidad democrática en unas elecciones abiertas y no en unas primarias de más o menos chanchullos. Si no lo consigue tiene el reto de la señora Díaz, cuya legitimidad es tan flaca y enteca como la suya.

En IU el panorama es aterradoramente idéntico al de siempre: una bronca permanente en distintos ámbitos y niveles por asuntos tan enrevesados que cuesta creer los entiendan quienes por ellos se enfrentan tan agriamente. La sustitución del maduro Cayo Lara por el joven Garzón, presentada como una prometedora renovación, está empañada por luchas, amenazas, expulsiones que transmiten una imagen de lamentables enfrentamientos en una organización que, autocalificándose de "unida", es incapaz de presentarse como tal ante su electorado.

Podemos se encuentra en el sobresaltado periodo del primer vagido. Habiendo obtenido un resultado tan espectacular en mayo pasado, ha puesto el listón muy alto, incluso para sí mismo, tiene que encontrar el modo de revalidarlo y superarlo en el mayo que viene y no dispone de mucho tiempo. Sus vacilaciones, oscilaciones, ambigüedades y rectificaciones, sus cambios de actitud en la carrera a las municipales transmite una imagen de confusión que no es recomendable en campaña electoral. Y el permanente llamado a criterios asamblearios no contribuirá a reducirla.

En esta situación es probable que las tres fuerzas de la izquierda lleguen a mayo de 2015 desunidas y enfrentadas al grito de unidad. Y también lo es que el resultado sea decepcionante.

En realidad es preciso reconocer que esa unión no es nada fácil. Hay unas diferencias profundas que son además permanentemente aireadas por los medios de comunicación. Eso no sucede en la derecha. Esta tiene también enfrentamientos pero, no siendo por asuntos de principios sino de intereses, se mantienen siempre discretamente ocultos tras una muy eficaz fachada de unidad.

La exposición a los medios es un factor determinante en el predicamento de la izquierda. Pero tanto para bien como para mal. Eso depende de cómo se enfoque en cada caso. Por ejemplo, es evidente que el ascenso de Podemos tiene una clave explicativa (aunque no única, claro) en lo que sus críticos consideran con envidia mal disimulada su sobreexposición mediática, lo que reputan un privilegio inmerecido. Ahora bien, los medios son empresas, buscan  audiencia y Podemos la garantiza. Muy probablemente por su componente de innovación que resulta muy atractivo para un público cansado de un espectáculo político en el que los actores llevan decenios en el escenario y, además, no están dotados de cualidades o ingenio que cautive a los espectadores.

Así que los partidos de la  competencia han entendido el mensaje y han procedido a sendos procesos de renovación pero, para su decepción, no alcanzan el impacto que esperan. Descubren que no basta cambiar los rostros, que no innova quien quiere sino quien puede, que es preciso tocar intereses creados, rutinas, compromisos del pasado. A las izquierdas parlamentarias las ata su historia. De ahí que su discurso no pueda ser absolutamente innovador y deba buscar el citado equilibrio entre la institución y el movimiento. La marca es un activo; pero también un lastre. Adaptarla al servicio de una innovación que suscite adhesión y apoyo en un electorado invadido por el hastío y la desconfianza solo es posible articulando un discurso nuevo y convincente.
 
Y en eso el panorama no es halagüeño.






(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).



dilluns, 8 de desembre del 2014

¿Es usted comunista?

Si hace unos 60 años el Comité de Actividades Antinorteamericanas de la Cámara de Representantes de los EEUU (HUAC) te llamaba a declarar y te hacía esta pregunta: "¿es usted comunista?", tenías tres opciones: decir que sí y aceptar una pena de cárcel variable; acogerte a tu derecho a no declarar, bajo la Vª enmienda de la Constitución; o decir que no. Las dos últimas podían librarte de la cárcel, pero no del ostracismo social o laboral. Se calcula que, de las cien personas de Hollywood llamadas a declarar, menos del 10% recuperó su empleo después. A esta práctica durante la guerra fría se la llamó McCarthysmo, si bien es cierto que el senador McCarthy no intervino en la actividades del HUAC, aunque sí de un subcomité posterior del Senado y fue decisivo para mantener un clima de persecución de rojos y comunistas en los años cincuenta.

Si en los años setenta del siglo XX te llamaba a declarar una comisión del Parlamento de la República Federal de Alemania, te hacía la misma pregunta, respondías que sí y eras funcionario  publico se te había caído el pelo. Nueva persecución de comunistas en la Republica Federal, muy en guardia frente a las supuestas actividades de espionaje de la República Democrática.

En ambos casos se habló de caza de brujas y, aunque en los dos hubo abundante histerismo y se cometieron abusos que la propaganda comunista magnificó para desacreditar las investigaciones, lo cierto es que, en los episodios más sonados (como el caso de Whittaker Chambers o los esposos Rosenberg en los EEUU) estas permitieron descubrir y procesar a una serie de espías y agentes soviéticos. Porque, como sabemos hoy día, cuando se han abierto los archivos del Kremlin, el Partido Comunista de los EEUU funcionaba como una agencia de espionaje soviético. Como el de Gran Bretaña.

Si en los años diez del siglo XXI en España alguien te hace esta pregunta en público, no se seguirán consecuencias penales tan desagradables pero, desde luego, trata de crearte un problema y de ponerte en un brete.

El comunismo nunca ha tenido una buena imagen por entero sino, en el mejor de los casos, entreverada. Para unos, sus seguidores, era la promesa de la emancipación y la tierra prometida; para otros, sus adversarios, una conspiración para esclavizar el planeta entero bajo tiranías férreas. Para la inmensa mayoría de la gente, una ideología y un partido que habían escrito páginas heroicas en la lucha por la libertad, en Alemania, 1918; Rusia, 1921; España, 1936; Francia, 1945. Pero también páginas siniestras de la tiranía, en Cataluña, 1937; Rusia, 1936, 37, 38; Hungría, 1956; Checoslovaquía, 1968, etc. El parti des fusillés era también el parti des fusilleurs.

Con el hundimiento de la Unión Soviética y sus satélites europeos, el comunismo perdió su ambivalencia y, a la vista del desastre de todo tipo que dejó tras de sí en sociedades sometidas a la tiranía de un solo partido, su imagen se deterioró tanto que los antaño orgullosos partidos comunistas, prácticamente desaparecieron de la noche a la mañana. Unos se disolvieron sin más y otros, como en España o Italia, se camuflaron detrás de otras siglas, más inocentes, menos rechazadas que las comunistas. Izquierda Unida no es, ni ha sido nunca, algo substancialmente distinto del viejo Partido Comunista de España, salvo en el nombre.
 
Los nuevos revestimientos, las nuevas siglas, trataban de resolver el problema que ha aquejado al comunismo desde sus mismos orígenes: el hecho de que, salvas contadísimas ocasiones, que se cuentan con los dedos de una mano, ningún partido comunista ha ganado jamás unas elecciones democráticas en ningún país del mundo en casi cien años. La gente simplemente no vota a los comunistas. Nunca.
 
El intento de Podemos de articular un discurso político radical, de origen comunista o poscomunista, en un contexto demócratico y de ganar así unas elecciones, tiene el precedente de la Syriza griega y tanto en el caso de esta como de Podemos, su éxito depende de que, en efecto, no se los confunda con una marca comunista. Por eso ambos prefieren que haya un partido comunista más o menos tradicional a su vera que apenas coseche votos para diferenciarse de él y guardar distancias. Y ganar.
 
Así que la pregunta insistentemente dirigida a Pablo Iglesias  (la última vez, en en el bochorno de  TVE24h) de si es comunista trata de desbaratar su estrategia, descubrir su supuesto doble juego y hacerle perder las elecciones. No es el espíritu McCarthysta pero no le anda lejos y, conociendo la falta de escrúpulos de la derecha española y su jauría mediática, de obtener una respuesta afirmativa o ambigua, aprovecharían para echar sobre Podemos la responsabilidad por la matanza de Paracuellos.
 
Nada pues de medias tintas ni sentimentalismos inmerecidos en todas partes. La respuesta a esa pregunta debe ser un claro, rotundo e inequívoco "No".

(La imagen es una foto de Vilaweb, con licencia Creative Commons).

dimecres, 3 de desembre del 2014

Mundos aparte.


Ahora mismo España es un rompecabezas. O un puzzle, como dicen quienes celebran Halloween porque son unos cracks. Hay piezas nuevas imposibles de encajar en el dibujo. Incluso hay dos dibujos distintos. Muy distintos. El de tema catalán y el de tema español. Son como dos realidades diferentes, cada vez más separadas, mundos aparte.

Cataluña muestra un sistema político de hegemonía soberanista con una dinámica propia, decididamente orientada a la construcción de un Estado independiente y en conflicto, relativamente controlado de momento, con el Estado. El proceso prescinde de la dinámica del sistema político español desde el momento en que se postula por igual frente al inmovilismo del PP o el cauto reformismo más o menos federalizante del PSOE, dándoles a ambos por superados en Cataluña. La hegemonía es patente. El bloque soberanista debate sobre las formas electorales, pero no sobre la decisión de convocar elecciones anticipadas. Sin duda estas no son inevitables, dado que CiU todavía puede mantenerse en el gobierno en alianza con un PSC que estaría encantado con ello. La cuestión es si al nacionalismo burgués le merece la pena retrasar un año las elecciones a cambio de una pérdida de imagen soberanista fuerte. La opción conservadora, la lista única, quiere acentuar el carácter nacional al estilo bismarckiano, garibaldino; la nación por encima de sus facciones. La opción de izquierda, las listas separadas, quiere subrayar más el carácter social. Es republicana, pues lo lleva en el nombre, y decididamente radical. El gobierno de concentración, se entiende nacional, es una figura conocida aplicada en situaciones de emergencia. Y ¿qué emergencia hay mayor que la del nacimiento de un Estado? Por otro lado, es difícil imaginar qué gobierno podría constituirse a partir de una lista única trufada de nombres personales sin traducción partidista.

Lo que está claro es que ese debate es puramente catalán. En Cataluña hay también otras fuerzas políticas. Es la comunidad autónoma con mayor índice de pluripartidismo. Hay siete partidos en el Parlament, frente a cinco en el País Vasco y menos aun en las demás comunidades autónomas. La hegemonía es catalanista. Las fuerzas puramente españolas, el PP y Ciutadans, son minoritarias, marginales. Las dos intermedias, PSC y ICV-EUiA, eso, intermedias; más inclinada al soberanismo la segunda que la primera. Nada que pueda oponerse con eficacia a la mayoría absoluta soberanista en la cámara. Esta tiene fuerza de atracción pues sus resoluciones suelen ir firmadas también por alguna de las fuerzas intermedias y hasta por las dos. Mientras que lo contrario no se da. Cataluña no se mueve en clave española. Pero España sí se mueve en parte en clave catalana.

La posibilidad de una gran coalición, lanzada ayer como una pedrada en el estanque por mi señora Aldonza Lorenzo de La Mancha para garantizar, dice, la gobernabilidad ha puesto a croar a todas las ranas. Nada de gran coalición rechazan indignados los socialistas, cuyo secretario general acaba de afirmar que podía llegar a acuerdos puntuales con el PP y con un sentido de la diplomacia que los dioses le conserven. En todo caso, de grosse Koalition, ni hablar. Se entiende el escándalo en un partido al que se presenta en la izquierda como la otra pata del banco de la restauración, la transición y el fementido "régimen", como PPPSOE. Sin embargo, Alemania se gobierna con una grosse Koalition y no parece haber un descontento masivo marcado. Aquí, se argumenta, eso es imposible porque las diferencias entre PP y PSOE son antagónicas. Véase por si había dudas el artículo 135. No, no y no a la gran coalición. ¿Se mantendrá ese criterio si, complicándose los asuntos catalanes, el PP hace a su vez una llamada al patriotismo del PSOE y propone otro gobierno de concentración como el catalán? Dos gobiernos de concentración en España y enfrentados entre sí. El SPD alemán, además, no tiene un Podemos pisándole los talones. Pero Cataluña es decisiva.

De Cataluña no hay discurso claro en Podemos. A falta de ver qué resultado obtendría en unas elecciones y qué actitud adoptaría en la política específicamente catalana, a día de hoy, según sus declaraciones, Podemos se situaría en el campo intermedio, obstaculizando o apoyando la opción hegemónica, pero sin capacidad de configurar una propia.

Podemos es una fuerza decididamente española e inserta en la dinámica del sistema político español. Una vez fagocitado el apoyo electoral de IU y mantenido esta como opción perdedora con la sola función de evidenciar que Podemos no es una fuerza comunista o poscomunista, toca ahora absorber la base electoral del PSOE hasta pasokizarlo. La declaración de Pablo Iglesias de que su programa económico y supongo que todo él es socialdemócrata revela astucia. La utilización de un término denostado hasta la fecha a base de precisar que se trata de la verdadera socialdemocrcaia, la que el PSOE ha abandonado vergonzosamente por un plato de lentejas de las migajas capitalistas. Podemos recoge bravamente una bandera abandonada en el fango y la enarbola, al tiempo que empuja a la derecha a su abanderado tradicional, el socialismo democrático, el PSOE. Esa es la gran apuesta, la misma que había hecho Carrillo en lo años setenta del siglo XX, cuando se sacó del magín el eurocomunismo, que era el viejo progama comunista dulcificado y aplicado mediante elecciones democráticas.

La cuestión es si la socialdemocratización de Podemos tiene mayor éxito que el eurocomunismo del PCE.

dilluns, 24 de novembre del 2014

De mayo a mayo, la izquierda.


Las elecciones europeas de mayo pasado fueron un terremoto. El anquilosado sistema político español sufrió tremenda sacudida, sobre todo la izquierda. Un partido surgido de la nada dejaba atrás lo que no fuera el bipartidismo y colocaba cinco diputados en Bruselas, respaldados por 1.250.000 votos. ¿De dónde salieron estos? Andan los especialistas rastreando sus orígenes, que parecen ser variados. Pero algo es claro: traducen un creciente sentimiento colectivo de hartazgo con el sistema porque han confluido en el partido que propugna acabar con él sin más. Y seguramente muchos de ellos vienen de la abstención, a la que quizá se hayan ido otros tantos de los votantes de partidos tradicionales.

Lo sabe todo el mundo. En mayo se inició a la fuerza un nuevo ciclo de la política española. Uno que tendrá en mayo de 2015 su primera prueba de fuego. A ver cómo fragua en las municipales y autonómicas que, a su vez, servirán para fijar la estrategia en las generales de noviembre, las importantes. Entre tanto se producen sobresaltos en todos los partidos de la izquierda en sentido amplio, que son las más directamente afectados por Podemos. Hay renovaciones personales más o menos dramáticas, relevos generacionales, reestructuraciones, reorientaciones. Se trata de llegar a mayo de 2015 recuperando el electorado perdido y ganando para la causa esa inmensa bolsa de decepción y desafección, ese 80% que, según el último barómetro del CIS, juzga la situación política mala o muy mala, ese 86% que confía poco o nada en Mariano Rajoy o ese 77% en el caso de Pedro Sánchez, quien ha remontado el realmente catastrófico 89,9% con el que coronó su mandato Rubalcaba.

Y eso, ¿cómo se hace? Con discursos. Hay que armar discursos nuevos para abordar una situación nueva con un interlocutor nuevo, muy seguro, muy hábil y muy peligroso porque juega en nuestro campo. El PSOE, teniendo bien asentada su credencial dinástica, apunta a formulaciones más de izquierda y factibles, para lo cual pone en manos de expertos la confección del programa y toca a rebato por la izquierda con una fórmula mixta: Sánchez quiere liderar la renovación del pacto de 1978, dice en Twitter, que es donde se dicen hoy las verdades. Fórmula del estilo lampedusiano que, en realidad, es una mala imitación del epigrama de Jean Baptiste Alphonse Karr, plus ça change, plus c'est la même chose. Muy bien. Volverá Palinuro sobre el asunto. Lo interesante ahora es la dialéctica en la otra izquierda, IU y Podemos. Dialéctica heracliteana y oscura por cuanto Podemos se zafa del carné de la izquierda.

El discurso por armar de IU es especialmente difícil. El rechazo de Podemos a la convergencia la obliga a mantener la trinchera y atacar, pero sin perder el espíritu fraterno. No compartimos barricada pero no nos ataquemos, pues somos hermanos. Por eso no cabe dejar la articulación del discurso al dolido Cayo Lara, quien respira por la herida de su repentino apartamiento al museo de la historia asegurando que Podemos se hará de centro. Es un futurible de cascarrabias y un golpe bajo. Por fortuna, el encargado de elaborar discurso de IU es Alberto Garzón y la entrevista de eldiario.es es de muy recomendable lectura. Tiene mucho interés, es seria, profunda, matizada y muy completa. Un discurso muy acabado. Enfrente encuentra, sin embargo, un interlocutor temible por ser de la misma casta (dicho sea bajo la autoridad del DRAE), pero rebelada contra el padre, en una especie de relación edípica. Blandir la etiqueta de izquierda sirve de poco con unas gentes que la cuestionan. Pero, curiosamente, sirve examinar un conflicto más profundo, no en el orden nominal sino en el real: la común herencia marxista y leninista. Los de Podemos no se dejarán etiquetar en público de leninistas pero, de puertas para dentro, están convencidos de interpretar mejor a Lenin que los adocenados comunistas y poscomunistas de IU que, hasta ahora, no han hecho más que perder elecciones. De lo que se trata es de comprender la situación concreta para conseguir el poder. ¿Cómo? Ganando las elecciones. Justo lo que IU no hace. De ahí el Edipo.

Horrible pragmatismo, se escandaliza IU. No se aclaran los principios, se mantiene la ambigüedad en asuntos cruciales, no se conocen los verdaderos objetivos, ni las medidas, ni... ¿A santo de que invoca Iglesias el sacrosanto lábaro anguitiano de programa, programa, programa si no solamente carece de uno sino que se niega a tenerlo para no comprometerse? Además, razona prudente Garzón, se cometen errores garrafales como renunciar a concurrir a las municipales y hacerlo a las autonómicas pero sin convergencia. Quizá sea un error, nunca se sabe, pero ¿para quién? Podemos cuenta con desplazar a IU; IU no cuenta con desplazar a Podemos. Haga Garzón una prueba: pida a Podemos que, pues no se presenta a las municipales, sugiera a sus votantes que elijan listas de IU. A ver qué pasa.

No concurrir a las municipales es astuta decisión de Podemos. Carece de estructura para integrar la miriada de variantes de los 8.000 ayuntamientos y no cabe destinar a minucias recursos imprescindibles en otra estrategia. Incluso la comparecencia a las autonómicas puede ponerse en cuestión. Varias CCAA son auténticos focos de corrupción y también necesitarán de una atención que se quiere monopolizar y dirigir como una flecha hacia el verdadero objetivo: el gobierno. El Poder. A ese objetivo se supedita todo lo demás. La reciente estructuración jerárquica y monolítica de una organización que asegura ser medio partido, medio movimiento va hacia lo mismo. La dosificación de la exposición mediática, igual. El objetivo es el Poder y no quieren entretenerse en escaramuzas. Y menos quieren arriesgarse a perder las elecciones por aparecer de la mano de la izquierda perdedora clásica.

Esta gimotea al paso del carro de la historia porque se reconozcan sus méritos de luchas pasadas, sus trienios, su tradición, su compromiso. Así se esfuma la gloria del mundo. También maldice a los dioses al ver cómo un puñado de advenedizos le roba el programa y lo vende con éxito como propio, queja que contradice la acusación a Podemos de carecer de programa.

Lo cual demuestra que eso de "programa, programa, programa" no pasa de ser una jaculatoria califal. Pura retórica huera.

dissabte, 22 de novembre del 2014

Espasmos en la izquierda.


IU está de parto. Un veinteañero procedente del 15 M toma las riendas. La momia de Lenin se remueve en su mausoleo o en dondequiera se halle ahora. El viejo PCE mira con nostalgia su larga historia y se pregunta en qué se equivocó. El que se lo pregunta porque los hay convencidos de ser portadores de la razón histórica.
 
Con el dinámico Garzón en IU, la izquierda aparece liderada por una trinidad de figuras de similar porte y estilo, entre cristológico y populista. Para la trinidad perfecta faltan Dios padre y el espíritu santo. El relevo del venerable Cayo Lara deja expedito el escenario en el que van a actuar las tres figuras, cuyos parlamentos consisten en hablar continuamente sobre unos programas que o no tienen (caso de Podemos), o esperan establecer de la mano del nuevo dirigente (caso de IU) o, según en qué casos, lo aplazan hasta ver qué decisiones adoptan los demás (caso del PSOE).

En realidad hablan de programa porque de algo es preciso hablar, pero los tres fían su tirón electoral al aspecto mediático/iconográfico de su líder en un caso palmario de "americanización de la política". Con flujos y reflujos. Sánchez y Garzón van de ida; los de Podemos, de vuelta. Hacen una finta táctica de replegarse para preparar el siguiente asalto. Han calibrado el peligro de la sobreexposición a los medios y han decidido economizar imagen para reducir riesgos y conservar su fuerza. Con tanto en que pensar, ¿quién se acuerda del programa?
 
 Es probable que la reciente dimisión de Pérez Tapias al frente de la corriente Izquierda Socialista que se hará efectiva hoy en una asamblea, obedezca también a esa ola de relevo generacional de la izquierda. Aunque la carta en la que la formaliza es tan confusa, tan críptica, que permite otras interpretaciones, más de contenido. En IS se produce un convulso proceso de revisión interna que apunta a la existencia de una red de intereses creados en una típica oligarquía michelsiana de partido. El petardazo de Parla puede poner a IS en trance de refundación. De darse esta, veo la federación socialista madrileña al comienzo de otro proceso de examen interno. Va siendo hora. No hace falta ser de Podemos para preguntarse para qué sirve un partido que lleva veinte años perdiendo elecciones.  

diumenge, 19 d’octubre del 2014

El ocaso del imperio.


Con motivo del viaje a Barcelona, a participar en un seminario de la Fundación Josep Irla sobre el derecho a decidir, nos hemos dado una vuelta por la exposición de fotos de Ryszard Kapuczinski que hay en el Palau de la Virreina, en la Rambla, titulada el ocaso del imperio. Son 36 instantáneas tomadas entre 1990 y 1991, en un largo viaje por la entonces todavía Unión Soviética. El famoso fotoperiodista y escritor polaco, fallecido en 2007, recorrió todo el país, de Este a Oeste y de Norte a Sur, tomando fotos que luego conservó celosamente, no expuso nunca, pero son el telón de fondo de su célebre libro Imperio, publicado en 1993, en el que reflexiona sobre el hundimiento de la URSS. Las fotos salieron a la luz en 2010 y se expusieron primeramente en Varsovia; después, algo disminuidas en número, empezaron su gira. La exposición ya había pasado por Madrid, pero no llegué a verla. No sé porqué, pues es muy interesante.

Puede decirse que Kapuczinski fotografió el fin del comunismo. La Unión Soviética comenzó su colapso acelerado en 1990, pasó por el intento de golpe de Estado del vicepresidente Guennadi Yanáiev en agosto de 1991, el encumbramiento de Boris Yeltsin y el fin de la URSS. Es decir, estuvo presente y dejó testimonio de lo que suele llamarse un hito histórico. Sobre eso reflexiona después lúcidamente en Imperium que, además, tiene una fuerte carga personal porque, a diferencia de otros testimonios, el de Kapuczinski tiene el interés de que se trata de alguien muy cercano al fenómeno, que habla ruso, que es eslavo, que ha sido comunista y polaco.
 
Y esas reflexiones nos vuelven en la visión de estas fotografías que dan testimonio de dos circunstancias que el autor sabía tratar muy bien pues se había especializado en ellas en sus correrías por el mundo, sobre todo por el África: la pobreza, la miseria y las turbulencias políticas. La Unión Soviética que Kapuzcinski visitó en 1990 esra un imperio andrajoso, miserable, atrasado, excepto en las grandes ciudades. En estas también se vivía un tiempo de intensa agitación política. La Perestroika había abierto las compuertas a la expresión democrática y hubo un estallido de pluralismo social y político, hasta entonces tan oculto como la pobreza de la gente por la propaganda oficial.

Son fotos que muestran un país en estado decrépito: monumentos vandalizados, campos yermos, carreteras descuidadas, cementerios abandonados, ruinas por doquier y, al mismo tiempo, en plena efervescencia política, mítines antigolpistas, protestas sindicales, manifestaciones democráticas, procesiones zaristas y de popes, actos contra la represión en Rusia y en las repúblicas. A medida que el comunismo moría, la sociedad iba despertando del letargo, reviviendo, recuperando las calles. Un tiempo en verdad interesante. Hubiera podido pasar cualquier cosa. Y, de hecho, pasó. La presidencia de Yeltsin, que este se ganó, por cierto, parando el golpe de Estado en contra del infeliz de Gorbachov, inaugura la era de los gobernantes que rompen el modelo de los de la guerra fría. Yeltsin es el precedente de Berlusconi. Y pudo pasar mucho más. Una de las fotos, la ilustración de este post, muestra un manifestante pidiendo la presidencia de Solzhenitsyn, a quien se había devuelto la ciudadanía en 1990 pero que no regresó a Rusia hasta 1994. Es casi un ejercicio de fantasía literaria imaginar qué hubiera sido de Rusia bajo la presidencia del autor del archipiélago Gulag.

dimecres, 8 d’octubre del 2014

Podemos: el parto del partido.


Ayer topé con una noticia en eldiario.es que me llamó la atención, según la cual Pablo Iglesias abandonará el liderazgo de Podemos si no prospera su idea de partido. De inmediato me vino a la cabeza que algo parecido había dicho y hecho Felipe González en similar situación allá por 1979. Se me ocurrió tuitearlo y me salieron unos cuantos interlocutores más o menos cercanos a Podemos con tipos distintos de críticas a la comparación. A diferencia de los tuiteros de otros partidos los de Podemos son gente afable, moderada en la expresión, aguda y no está siempre presuponiendo que toda observación sea un ataque a las esencias doctrinales. Es un placer discutir con ellos. Y, al mismo tiempo, me di cuenta del calado del asunto, que el periodista sintetiza de un trallazo en ese su idea de partido. Pues sí, como le pasó a González en 1979, su idea de partido.

Pero reducir esta cuestión al ejemplo citado es muy pobre, de gracianesca austeridad tuitera, y no hace justicia al alcance de la cuestión ni a los asuntos que aquí se ventilan. Podemos está en proceso constituyente, llamado "asamblea fundacional", en la que ha de definirse en qué tipo de ente se constituye, que forma de partido adopta, incluso si quiere ser un partido. Según entiendo, hay tres propuestas sometidas a debate. Una, la propugnada por Pablo Iglesias se inscribe en una tradición de partido con ecos leninistas, esto es, un partido de liderazgo que a su vez ejerce el liderazgo sobre un movimiento más amplio. Todo muy democrático, desde luego a base de empoderar a la gente, un arcaísmo que trata de resucitar reconvertido en barbarismo del inglés empowering. El partido como medio o instrumento para conseguir un fin, no un fin en sí mismo y aprovechando el hecho de que ya está constituido como partido en el pertinente registro del ministerio del Interior.
 
Otra propuesta, apadrinada por Pablo Echenique, trae cuenta de una tradición más espontaneísta, quiere dar más peso, sino todo él, a las asambleas, aquí llamadas círculos. Otro vago eco de todo el poder a los soviets. La democracia radical, revolucionaria, es consejista. O sea, de los círculos. En España repudiamos el término consejo porque, de un tiempo a esta parte, lo asociamos con una cueva de ladrones, truhanes y sinvergüenzas, pero tenemos en aprecio las decisiones colectivas, sobre todo las surgidas de la base, la calle, el barrio.
 
Hay una tercera propuesta, según mis noticias, pero no me ha dado tiempo a documentarme sobre ella. Ahora me concentro en las dos primeras, que llamaremos la leninista y la consejista porque, en buena medida, recuerdan la polémica entre los bolcheviques y los espontaneístas y consejistas, al estilo de Rosa Luxemburg o Anton Pannekoek. Estos, particularmente la primera, venían de pegarse veinte años antes con los revisionistas de Bernstein en defensa del principio de que el fin (la revolución) lo es todo y el movimiento (o sea, las reformas), nada. Y ahora se encontraban con que los soviéticos los llamaban ilusos y cosas peores porque se habían olvidado de que el fin era el poder en sí mismo. Por aquel entonces los bolcheviques habían ganado todas las batallas mediante su pragmatismo y concepción instrumental: desactivaron el potencial revolucionario de los soviets a base de absorberlos y hacerlos coincidentes con los órganos jerárquicos del partido. El resultado se llamó Unión Soviética, pero no tenía nada de soviética. Y, a la larga, ese aparente triunfo, setenta y cinco años de simulacro, fue una tremenda derrota, pues no solamente acabó con la Unión Soviética sino que desprestigió y deslegitimó el ideal comunista.

En diversas ocasiones ha dicho Pablo Iglesias que proviene de una cultura de la izquierda que no ha vivido más que la derrota; que, incluso, ha acabado resignándose a ella, en el espíritu apocado del beautiful looser. Con esta determinación se adhiere a una tradición de la izquierda e ignora otra, la socialdemócrata, que dice haber vivido tiempos de triunfo casi hasta nuestros días. Desde el punto de vista de la izquierda comunista, leninista, bolchevique, no ha habido triunfo alguno, sino traición. La socialdemocracia administró y administra, cuando le dejan, las migajas de la explotación capitalista a la que, en el fondo se ha sumado con lo que no tiene nada que ver con la verdadera izquierda; o sea, la derrotada. Esa es la tradición de derrota que Iglesias cuestiona, la que no le parece aceptable porque piensa que, dados los ideales de la izquierda, de su idea de la izquierda, esta merece ganar, triunfar, llegar al poder, implantarlos. Implantarlos ¿cómo? Sin duda alguna, de la misma forma en que se plantea hoy llegar al poder: ganando elecciones. O sea, el primer paso para ganar es ganar elecciones. Y hacerlo limpiamente. Todos los días pasan a los de Podemos por el más exigente cedazo de legalidad democrática tipos que, a su vez, tienen de demócratas lo que Palinuro de tiburón financiero.

Solo se ganan elecciones consiguiendo el favor de mayorías, lo cual plantea las condiciones de un discurso capaz de conseguirlo en una sociedad abierta en competencia con muchos otros y en la cual la única regla es que no hay reglas porque la política es la continuación de la guerra por otros medios. Y en la guerra no hay más reglas que las aplicadas por los vencedores. Incluso es peor que la guerra porque en esta suele engañarse al enemigo, pero no a las propias fuerzas, mientras que en política puede engañarse al adversario y también a los seguidores de uno, a los electores. El triunfo electoral del PP en noviembre de 2011 es un ejemplo paradigmático. Ganó las elecciones engañando a todo el mundo, incluidos sus votantes.

¿Puede la izquierda recurrir al engaño, a la falsedad, al embuste? La pregunta es incómoda porque la respuesta obvia es negativa pero va acompañada del temor de que, si no se miente algo en una sociedad tan compleja y conflictiva como la nuestra, no se ganan elecciones y, si no se ganan elecciones, no se llega al poder. De ahí la reiterada insistencia de los de Podemos en que no son los tristes continuadores de IU, sino pura voluntad de ganar. Qué discurso haya de articularse para este fin es lo que se debate ahora. 

El momento, desde luego, es óptimo. Táctica y estratégicamente. La crisis del capitalismo y la manifiesta extenuación de la socialdemocracia ofrecen una buena ocasión para el retorno del viejo programa emancipador de la izquierda. ¿En qué términos? En unos que deliberadamente evitan toda reminiscencia de la frase revolucionaria. Aquí no se habla de revolución, sino de cambio; no de clases, sino de casta; no de socialismo, sino de democracia; no de nacionalizaciones, socializaciones o confiscaciones sino de control democrático; ni siquiera se habla de izquierda y derecha, sino de arriba y abajo. Es un lenguaje medido, que trata de ocupar el frame ideológico básico de la democracia burguesa para desviarlo hacia otros fines, para "resignificarlo", como dicen algunos, y llevarlo después a justificar una realidad prevista pero no enteramente explicitada. Alguien podría sentirse defraudado y sostener que esto entra ya en el campo del engaño político, el populismo y hasta la demagogia. Es verdad que el discurso bordea la ficción, pero no incurre en ella por cuanto las cuestiones comprometidas se remiten siempre a lo que decidan unos órganos colectivos que a veces están por constituir. Nadie se extrañe. Si diez días conmovieron el mundo, más lo harán diez meses.

Ahora bien, lo cierto es que semejante discurso requiere una táctica y estrategia meditada, prevista, consecuentemente aplicada y para ello, el sentido común suele preferir una unidad de mando y jerárquico, aunque sea con todos los contrafuertes y parapetos democráticos que se quiera. Un solo centro de imputación de responsabilidad continuado en el tiempo. Un partido y jerárquico, aunque a la jerarquía la llamen archipámpanos. El partido de nuevo tipo, con el espíritu asambleario anidado en su corazón, pero partido, medio para llegar al poder que el propio poder, astutamente, se ha encargado de convertir en único instrumento válido para su conquista y ejercicio. Para eso se redactó el sorprendente artículo 6 de la Constitución. Frente a esta libertad que es necesidad, las asambleas, los círculos, los consejos o concejos, los soviets, etc., incorporan un ideal de democracia grass roots con tanto prestigio como irrelevancia. Cabría pensar que en la época de internet, la de la ciberpolítica, las nuevas tecnologías, debieran resolverse estos problemas de eficacia del asambleísmo que, en lo esencial, según se dice, son puramente logísticos. Estoy seguro de que todos nos alegraremos si lo consiguen. Pero, de momento, no es así.

Sin duda este es el debate. Los asambleístas señalan los riesgos del líder carismático y concomitantes de oligarquía, burocratización, aburguesamiento. Y los leninistas, la función del liderazgo de siempre de la vanguardia que se hace visible en el rostro de ese lider carismático. Es verdad que hay un peligro de narcisismo y culto a la personalidad. Pero, ¿en qué propuesta de acción colectiva en el mundo no hay algún riesgo? En el fondo, esta polémica recuerda a su vez también una del marxismo de primera generación, bien expuesta en la obra de Plejanov, primero maestro y luego archienemigo de Lenin, sobre el papel del individuo en la historia. Un tema perpetuo.  La izquierda, toda, presume de crítica, pero acepta el liderazgo como cada hijo de vecino. ¿Quién puede discutir de buena fe a Pablo Iglesias el mérito de haber llegado a donde ha llegado y haber hecho lo que ha hecho? Ya, ya, había condiciones, un movimiento. Pero alguien se ha puesto a la cabeza, con cabeza y con valor, que diría Napoleón. ¿Con qué razones se pretenderá que no puede ir más allá en su idea de partido?¿Con qué otras que deberá poner en práctica una idea?

Más o menos, entiende Palinuro, es lo que está discutiéndose aquí. Y no es cosa de poca monta.

(La imagen es un montaje con dos fotos de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).

diumenge, 21 de setembre del 2014

El reto de Podemos.


Twitter es parte decisiva del ágora pública digital. Una corrala tecnetrónica en donde las noticias se dan simultáneas a los hechos de que informan. Anoche saltó una: Pablo Iglesias retaba en directo en la 6ª a un debate cara a cara a Pedro Sánchez. Un terremoto. Los tuiteros se enzarzaron. Los socialistas estaban enconados; unos criticando que Podemos fuera la oposición de la oposición, lo cual favorece al gobierno; otros señalando que era el PSOE quien ya había retado a Podemos infructuosamente. Ignoro si Sánchez ha recogido el guante. Supongo que sí.

Iglesias es ante todo un animal mediático. Su capacidad para hacer política a través de los medios tiene al respetable maravillado. Si Guy Debord hubiera alcanzado a ver el auge de Podemos, se sentiría vindicado en su veredicto de la sociedad del espectáculo; y Baudrillard hubiera detectado de inmediato el simulacro. La política se hace valiéndose de los medios de comunicación. En ellos está la llave del poder. No el poder mismo. Con los medios se ganan las elecciones. En ese terreno es donde Pedro Sánchez ha salido también a la reconquista del electorado perdido. El nuevo secretario general del PSOE sigue de cerca a Iglesias, lo imita, al tiempo que lo distingue con sus críticas al populismo y, siguiendo su ejemplo, se multiplica en lo medios.

Casi suena a una historia para etólogos, con dos machos marcando territorio y luchando por la jefatura de la manada. O para politólogos, con dos líderes delimitando campos y compitiendo por la hegemonía sobre el electorado. El reto de Iglesias es el desafío a combate singular de los dos jefes por ver cuál señorea el campo mediático. Eso es lo que más irrita a los socialistas, el hecho de que, como buen táctico, el de Podemos escoja el momento y el lugar de la confrontación. De nada sirve recordarle que los socialistas lo había retado antes o que el deber de la oposición es oponerse al gobierno y no a la oposición. Son consideraciones irrelevantes para el cálculo pragmático que late en el reto.

No estando en el Parlamento, Iglesias tiene escasa base para invitar a un debate televisado a Rajoy que, por otro lado solo se pone delante de una cámara cuando no hay nadie más en kilómetros a la redonda. Ese reto corresponde a Sánchez a quien, aun siendo parlamentario, no se le había ocurrido. O no lo tiene por necesario pues, en principio, ya se mide con Rajoy los miércoles en el Congreso. Aunque esto no sea en nada comparable a un debate de televisión.

El reto llega el mismo día en que, entre noticias contradictorias, parece fijo que Podemos concurrirá solo a las elecciones municipales, dejando las alianzas para después de la votación. En realidad, la organización/movimiento ha fagocitado a IU, pero no le interesa la fusión porque, procediendo de la misma cultura comunista en sentido genérico, no quiere que se la confunda con ella. Esta actitud pretende reproducir el ejemplo de la Syriza griega que, viniendo de la izquierda marxista, no es el partido comunista. Al plantear el reto al PSOE, Podemos ya da por amortizada IU, se sitúa a la par con el PSOE y le riñe el territorio. Convierte de esta forma en acción política los resultados de los últimos sondeos que dan a Podemos como segunda fuerza política en Madrid.

Así se muestra la  iniciativa política pero también se abre cierta paradoja. Iglesias aparece ahora como  el defensor de la plaza mediática frente al forastero que quiere entrar en ella. Justo lo que era él hace un par de años. Los dos están bastante nivelados en edad, formación, actividad política. Pero uno defiende las murallas y el otro las asalta. Son Eteocles y Polinices en la lucha por Tebas y por la herencia maldita de Edipo: el poder. Hay mucho de personal en este enfrentamiento. Pero discurrirá por los cauces dialécticos. Iglesias querrá dejar probado que el aparato del PSOE es pura casta, si bien no así su militancia, mientras que Sánchez probará el peligroso populismo de su adversario quien, por ganarse el favor de las mayorías, arruinará el país. 

Ese reto apunta a un debate con un significado que va mucho más allá de la circunstancia actual. Es un debate en el territorio de la ya casi ancestral división de la izquierda entre, para entendernos, socialistas y comunistas; un debate histórico, interno a la izquierda. Una pelea que los comunistas han perdido siempre cuando la competición era a través de elecciones democráticas. La tradición comunista, queriéndose pura y considerando traidora a la socialista, es la eterna derrotada. De ahí que Podemos, procedente de esa tradición pero con voluntad de triunfo y de representar algo nuevo, evite toda asociación con el comunismo; pero su objetivo principal sigue siendo la socialdemocracia. Pues la miel de la victoria solo se degusta cuando el adversario prueba la hiel de la derrota.

La diferencia entre este enésimo enfrentamiento y los anteriores es que los retadores tienen una voluntad deliberada de dar la batalla en el discurso. En lugar de enfrentarse a la socialdemocracia -a la que previamente relegan al campo de la derecha- mediante el radicalismo de la palabra, ahora se hace mediante un discurso templado, neutro, moderado, relativista para no asustar a nadie, pero con promesa de reformas de calado. Una versión actualizada del reformismo radical a que se apuntó la izquierda alemana posterior a los años sesenta. Si al poder solo se llega por vía electoral, hay que ganar el apoyo de la mayoría, cosa que se hace diciendo a esta lo que esta quiere oír; y oír a través de la televisión. Por eso es imprescindible cuidar el lenguaje, convertirlo en un telelenguaje, que no asuste, ni crispe, que invite a confiar. Un ejemplo llamativo: los marxistas de Podemos no hablan nunca de revolución, sino de cambio. El término con el que ganó las elecciones el PSOE en 1982 y el PP en 2011. La moderación y buenas formas del lenguaje tienen réditos electorales, aunque preanuncien un apocamiento de las intenciones.

Esa división de la izquierda beneficia a la derecha. Pero es inevitable. Y, además de inevitable, de consecuencias muy variadas. El reto a Sánchez se inscribe en la estrategia de lucha por la hegemonía de esta jurisdicción ideológica y trata de provocar una situación en que el enfrentamiento sea entre la derecha y Podemos, para lo cual este encaja al PSOE en el PP con el torniquete de la casta. A su vez, el PSOE puede revestirse de la autoridad que parece dar la moderación frente a los extremismos fáciles de esgrimir: el populismo de los neocomunistas, el neoliberalismo e inmovilismo de los nacionalcatólicos. La amenaza de polarización puede venir bien al PSOE, beneficiario del voto asustado por los radicalismos, para resucitar el centro de la UCD. 

De esas incertidumbres está hecha la política.

(La imagen de Pablo Iglesias es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons, con expresa atribución de autoría. La de Pedro Sánchez es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).