Si hace unos 60 años el Comité de Actividades Antinorteamericanas de la Cámara de Representantes de los EEUU (HUAC) te llamaba a declarar y te hacía esta pregunta: "¿es usted comunista?", tenías tres opciones: decir que sí y aceptar una pena de cárcel variable; acogerte a tu derecho a no declarar, bajo la Vª enmienda de la Constitución; o decir que no. Las dos últimas podían librarte de la cárcel, pero no del ostracismo social o laboral. Se calcula que, de las cien personas de Hollywood llamadas a declarar, menos del 10% recuperó su empleo después. A esta práctica durante la guerra fría se la llamó McCarthysmo, si bien es cierto que el senador McCarthy no intervino en la actividades del HUAC, aunque sí de un subcomité posterior del Senado y fue decisivo para mantener un clima de persecución de rojos y comunistas en los años cincuenta.
Si en los años setenta del siglo XX te llamaba a declarar una comisión del Parlamento de la República Federal de Alemania, te hacía la misma pregunta, respondías que sí y eras funcionario publico se te había caído el pelo. Nueva persecución de comunistas en la Republica Federal, muy en guardia frente a las supuestas actividades de espionaje de la República Democrática.
En ambos casos se habló de caza de brujas y, aunque en los dos hubo abundante histerismo y se cometieron abusos que la propaganda comunista magnificó para desacreditar las investigaciones, lo cierto es que, en los episodios más sonados (como el caso de Whittaker Chambers o los esposos Rosenberg en los EEUU) estas permitieron descubrir y procesar a una serie de espías y agentes soviéticos. Porque, como sabemos hoy día, cuando se han abierto los archivos del Kremlin, el Partido Comunista de los EEUU funcionaba como una agencia de espionaje soviético. Como el de Gran Bretaña.
Si en los años diez del siglo XXI en España alguien te hace esta pregunta en público, no se seguirán consecuencias penales tan desagradables pero, desde luego, trata de crearte un problema y de ponerte en un brete.
El comunismo nunca ha tenido una buena imagen por entero sino, en el mejor de los casos, entreverada. Para unos, sus seguidores, era la promesa de la emancipación y la tierra prometida; para otros, sus adversarios, una conspiración para esclavizar el planeta entero bajo tiranías férreas. Para la inmensa mayoría de la gente, una ideología y un partido que habían escrito páginas heroicas en la lucha por la libertad, en Alemania, 1918; Rusia, 1921; España, 1936; Francia, 1945. Pero también páginas siniestras de la tiranía, en Cataluña, 1937; Rusia, 1936, 37, 38; Hungría, 1956; Checoslovaquía, 1968, etc. El parti des fusillés era también el parti des fusilleurs.
Con el hundimiento de la Unión Soviética y sus satélites europeos, el comunismo perdió su ambivalencia y, a la vista del desastre de todo tipo que dejó tras de sí en sociedades sometidas a la tiranía de un solo partido, su imagen se deterioró tanto que los antaño orgullosos partidos comunistas, prácticamente desaparecieron de la noche a la mañana. Unos se disolvieron sin más y otros, como en España o Italia, se camuflaron detrás de otras siglas, más inocentes, menos rechazadas que las comunistas. Izquierda Unida no es, ni ha sido nunca, algo substancialmente distinto del viejo Partido Comunista de España, salvo en el nombre.
Los nuevos revestimientos, las nuevas siglas, trataban de resolver el problema que ha aquejado al comunismo desde sus mismos orígenes: el hecho de que, salvas contadísimas ocasiones, que se cuentan con los dedos de una mano, ningún partido comunista ha ganado jamás unas elecciones democráticas en ningún país del mundo en casi cien años. La gente simplemente no vota a los comunistas. Nunca.
El intento de Podemos de articular un discurso político radical, de origen comunista o poscomunista, en un contexto demócratico y de ganar así unas elecciones, tiene el precedente de la Syriza griega y tanto en el caso de esta como de Podemos, su éxito depende de que, en efecto, no se los confunda con una marca comunista. Por eso ambos prefieren que haya un partido comunista más o menos tradicional a su vera que apenas coseche votos para diferenciarse de él y guardar distancias. Y ganar.
Así que la pregunta insistentemente dirigida a Pablo Iglesias (la última vez, en en el bochorno de TVE24h) de si es comunista trata de desbaratar su estrategia, descubrir su supuesto doble juego y hacerle perder las elecciones. No es el espíritu McCarthysta pero no le anda lejos y, conociendo la falta de escrúpulos de la derecha española y su jauría mediática, de obtener una respuesta afirmativa o ambigua, aprovecharían para echar sobre Podemos la responsabilidad por la matanza de Paracuellos.
Nada pues de medias tintas ni sentimentalismos inmerecidos en todas partes. La respuesta a esa pregunta debe ser un claro, rotundo e inequívoco "No".
(La imagen es una foto de Vilaweb, con licencia Creative Commons).