Todos esto lo sabe el autor, empedernido amante del género quien, averiguado que este es inabarcable, renuncia a las grand theories, incluso las de middle range, para concentrar su atención en los casos específicos de una decena de films, analizándolos por separado. Lo que se pierde en visión de conjunto se gana así en consideración más pormenorizada. Aplica Iglesias una interpretación política crítica que, a veces, pone en solfa la presentación de un tema en una película, a veces arremete contra la realidad que la película refleja, pues coincide con su enfoque. Tanto deconstruye como reconstruye. Hay variedad. Casi todos los análisis se dan en el marco de algún teórico de su preferencia: Gramsci, Zizek, Agamben, Fanon, Brecht, Butler. El libro se lee como una sucesión de agudas y brillantes críticas de películas
dimecres, 19 de febrer del 2014
El cine y la verdad de la política.
Todos esto lo sabe el autor, empedernido amante del género quien, averiguado que este es inabarcable, renuncia a las grand theories, incluso las de middle range, para concentrar su atención en los casos específicos de una decena de films, analizándolos por separado. Lo que se pierde en visión de conjunto se gana así en consideración más pormenorizada. Aplica Iglesias una interpretación política crítica que, a veces, pone en solfa la presentación de un tema en una película, a veces arremete contra la realidad que la película refleja, pues coincide con su enfoque. Tanto deconstruye como reconstruye. Hay variedad. Casi todos los análisis se dan en el marco de algún teórico de su preferencia: Gramsci, Zizek, Agamben, Fanon, Brecht, Butler. El libro se lee como una sucesión de agudas y brillantes críticas de películas
divendres, 31 de gener del 2014
Destino de mujer
Este año es el centenario de su nacimiento en 1914. Como Palas Atenea, una diosa del conocimiento y señora de la guerra.
dimecres, 22 de gener del 2014
El lobo de la cocaína.
dijous, 16 de gener del 2014
La ladrona de libros. El mal y la ñoñería.
divendres, 3 de gener del 2014
El santo grial.
dilluns, 2 de setembre del 2013
Claro de tierra.
Para grandes y chic@s, niñ@s y adult@s, hij@s, padres, madres y abuel@s. Si tienen un momento, pasen a ver la exposición que CaixaForum Madrid hace de la obra del genio Georges Méliès con los inmensos fondos de la cinemateca francesa. Es completísima y, además de gozar de la obra del mago de Montreuil, asistirán a los comienzos del cine, el arte más completa y representativa del siglo XX. Y XXI. La peli de 2011 en 3D de Martin Scorsese, Hugo es un extraordinario homenaje a Méliès. El arte que, de haberla conocido, Wagner consideraría, seguramente, más integral que la ópera.
Parte de la información de esta entrada la he sacado del estupendo catálogo Georges Méliès, casi todo él escrito por Laurent Mannoni.
diumenge, 26 de maig del 2013
Los que no pueden morir.
dilluns, 8 d’abril del 2013
Maggie y Sarita.
dimarts, 5 de març del 2013
El contar de las historias.
dissabte, 2 de febrer del 2013
Vampira.
dimecres, 15 de febrer del 2012
La mirada de fuera.
En los años setenta del siglo pasado el Nepal y su capital, Katmandú, eran lugares de peregrinación preferida de la tribu psicodélica. Los jóvenes occidentales de clase media, atiborrados de contracultura y misticismo, tenían que llegar como fuera a aquel remoto y atrasado reino del Himalaya entre la China y la India, pasar allí una temporada, tener algún tipo de revelación interior y retornar a casa vestidos como hare krishnas, con los atuendos védicos de la "kurta" y el "dhoti" y un zurrón de vasta tela con algún abalorio y unos rábanos frescos. Lo importante era la purificación. Los peregrinos vivían de lo que podían, aprendían habilidades manuales, se buscaban a sí mismos, rompían el velo Maya, despertaban del sueño platónico o eso creían. Pero no veían nada del país que habitaban, no veían que aquel silencioso aislamiento, presidido por la serenidad de las montañas, ocultaba el atraso y la miseria de un pueblo sometido a un régimen feudal y de castas.
Las cosas han cambiado. En la peli recién estrenada de Iciar Bollaín (que, al parecer relata un hecho real aunque libérrimamente interpretado, según reconoce la directora), la mirada de fuera está representada por una joven voluntaria y voluntariosa maestra catalana, imbuida del espíritu de solidaridad, sacrificio y entrega a los demás que trata de sacar adelante una escuela en un zona de chabolas en Katmandú y entre intocables. También será una experiencia de introspección (incluso hay un personaje que actúa como un gurú) pero no a través del aislamiento, como los hippies de los setenta, sino de la implicación directa y personal. A través de esta la protagonista, Laia, descubre los recovecos de la sociedad nepalí, toma conciencia del abismo cultural que hay entre una occidental emancipada y una gentes sujetas a costumbres y prejuicios tradicionales que las mantienen en la misería, el analfabetismo y la discriminación por razón de casta o sexo. Por cierto, por el tiempo de rodaje de la película, este debio de coincidir con el mandato del primer ministro Madhav Kumar Nepal, que había sido Secretario General del Partido Comunista nepalí (marxista-leninista, es decir, maoísta) luego de la conversión de Nepal en una República. Pero, extrañamente, no se habla de política en la peli. Si de la corrupción, la venalidad de los cargos públicos, la burocracia y la arbitrariedad, pero nada más.
Si esta historia se hubiera quedado aquí, habría sido una peli simpática, un poco como un documental con espíritu de ONG y de las dificultades de llevar el desarrollo, los derechos humanos, a las zonas más atrasadas del mundo, aunque estén gobernadas por comunistas o quizá por eso mismo. Pero no se queda ahí. Al fin y al cabo, es Katmandú y la leyenda de lo trascendental. Así que también se pretende ir más al fondo de las cosas y exponer el choque de dos culturas, de dos sistemas de creencias, de dos morales, una que se piensa más avanzada y que trata de ayudar a la atrasada, al tiempo que la comprende.
Esto de los encuentros de culturas los ingleses lo bordan. Llevan decenios haciéndolo. Un pasaje a la India, de E. M. Forster, es la obra más lograda a mi juicio, pero ha habido muchísimas otras, desde las bohemias de Orwell hasta las jingoístas de Kipling. Y lo han hecho con muchas culturas; con la española también. Basta recordar al Borrow de La Biblia en España en el siglo XIX o al Brenan de Al Sur de Granada en el xx, libros que los españoles jamás podrán escribir de Gran Bretaña.
A partir del momento en que la peli toma este derrotero se hace falsa y acartonada. No hay en verdad un encuentro de dos culturas sino de tres ya que la acción de Laia se hace en inglés, una tercera cultura que tiene relaciones propias con las otras dos. Esa perplejidad que a veces muestra la protagonista frente a la irracionalidad de los usos y costumbres nepalíes (sin ir más lejos, la discriminación femenina) resulta algo impostada cuenta habida de su origen. Y eso que Laia es catalana, si llega a proceder de otra zona más atrasada de la Península resultaría hasta cómico. Ese intento de crear una especie de clase "universal" occidental, haciendo caso omiso del hecho de que, en muchas cosas, la distancia cultural entre la española y los nepalíes puede ser menor que entre ella misma y la cultura inglesa en cuya lengua se ve obligada a expresarse convierte la película en una imitación de un género en el que los españoles no pueden sobresalir por razones obvias.
dimarts, 7 de febrer del 2012
El cine de Eastwood.
Clint Eastwood produce y dirige y por desgracia ya no interpreta sus propias películas. Lo hacía muy bien. Desde los tiempos de los inolvidables spagetti westerns con música de Ennio Morricone. Como director no se anda a sí mismo en zaga; sigue siendo él: épica del lugar y mucho tiroteo. Pasaba en Gran Torino y pasa aquí, en esta biopic de John Edgard Hoover, el sempiterno y todopoderoso jefe de la Oficina de Investigación Federal, del FBI, el origen de una leyenda contemporánea. El lado "bueno" de la investigación y la inteligencia estadounidenses. El malo es la CIA.
La peli es un largo (más de dos horas) relato desestructurado, muy rápido, a veces fugaz de la vida de uno de los hombres más poderosos de su tiempo, uno que acumulaba ingente cantidad de información sobre medio mundo y que tenía chantajeados a los sucesivos presidentes, Roosevelt, Kennedy, Nixon.
La interpretación de Leonardo di Caprio es fantástica al dar vida a un personaje mezcla de fanático anticomunista, autoritario, con una visión mesiánica de su función en el mundo y, al mismo tiempo, un carácter desequilibrado, dominado por su madre y que lleva una vida torturada por su relación homosexual con su ayudante en una época en la que la homosexualidad se considera como una mezcla de enfermedad y delito. No está verificado por entero que esta relación existiera pero Eastwood opta por el camino más razonable de suponer que así era. Hoover está muy bien caracterizado. Los demás, fatal, sobre todo su secretaria y su amante que, al envejecer, parecen momias.
Asistimos a algunos episodios históricos como la masacre de policías de Chicago, el juicio y deportación de Emma Goldman, la captura del asesino del hijo de Charles Lindbergh, por entonces un héoe nacional y, sobre todo, a la creación de una Oficina central de investigación criminal dotada de medios científicos (creación de un registro centralizado de huellas digitales).
Pero, finalmente, la figura de Hoover, su inestabilidad, su carácter contradictorio acaban absorbiendo el relato.
dimarts, 17 de gener del 2012
Propaganda mezclada de melodrama
¡Menuda decepción la película de Phyllida Lloyd sobre Margaret Thatcher! ¡Qué forma de destruir un personaje que, a su modo, tuvo cierta grandeza, convirtiéndolo en una estúpida leyenda acartonada! Sin duda la interpretación de Meryl Streep es estupenda. Gran trabajo de impostación de la voz por el que una yanqui de New Jersey habla un perfecto Queen's English con acento de oxbridge. Seguramente le darán un Óscar. Pero la película tenía que haber sido algo más que una ocasión de lucimiento de una actriz.
Abreviando, porque irrita hablar de un producto tan detestable: más de la mitad de las dos horas de La dama de hierro se van en confrontarnos con la miserable existencia cotidiana de una enferma de Alzheimer. Eso quiere decir que queda otra hora para embutir a ritmo de caballo once años de una historia que vio momentos tan excepcionales como la derrota de los otrora poderosos sindicatos británicos, la alianza con Ronald Reagan para destruir el Estado del bienestar, el atentado del IRA en Brighton, la guerra de las Malvinas, la caída del muro de Berlín, el enfrentamiento con la Unión Europea y la conspiración del Partido Conservador para deshacerse de su lideresa aprovechando el fracaso de su intento de desmantelar el servicio nacional de salud (cosa que no se menciona en la peli) y de establecer un injusto impuesto de capitación.
Como esta pretensión es tan disparatada se resuelve con un guión absurdo en el que vivimos los episodios más impactantes de esa trayectoria como confusos fogonazos en reiterados flash-back de una mente enferma de Alzheimer. La lamentable condición de Thatcher se muestra ya en las primeras escenas. Hubiera bastado con eso y un único flash back para contar toda la historia en lugar de interrumpirla continuamente con episodios típicos de esta enfermedad de forma que no se sabe si lo que se quiere es colocarnos un documental sobre el Alzheimer en el marco de una historia de ocaso de los dioses o enardecernos con la leyenda de una férrea personalidad. Lo primero carece de sentido y lo segundo es un fracaso.
Afortunadamente para ella y para todos, Margaret Thatcher fue mucho más que una Iron Lady, especie de mezcla de Isabel I y Golda Meir. Thatcher representaba una mentalidad, una ideología neoliberal y conservadora que tenía y tiene mucho más fondo que la admiración de una jovencita por la integridad moral de su padre, honrado tendero, convencido de que son los tenderos quienes han hecho grande a Inglaterra. Una mentalidad de las clases medias y altas en el mundo anglosajón que se impuso arrolladoramente en el planeta desde los años ochenta y que ha traído la catástrofe de la actual crisis.
Thatcher tenía convicciones que aún hoy inspiran a muchos polític@s de la derecha. Me limito a citar una de sus más célebres expresiones que dan la medida de esta ideología: "La sociedad no existe". De eso, como de muchas otras cosas, no se dice nada en la película. Sí, en cambio, de la contrapartida: lo que existen son las familias y los individuos. La finalidad es clara: presentar únicamente los aspectos positivos del personaje (es vergonzosa la forma en que se caricaturiza la oposición laborista), convirtiéndolo en una especie de muñeco de cartón completamente inverosímil.
Cuanto de público hay en la película es propaganda y cuanto de privado, melodrama "explicativo" de acompañamiento.
diumenge, 8 de gener del 2012
Este Sherlock no es Holmes.
No sé por qué me perdí la primera versión de Sherlock Holmes que hizo Guy Ritchie en 2009. Hice muy mal porque, seguramente, de haberla visto, me habría ahorrado ver esta secuela que es verdaderamente aburrida. Retiro en parte lo dicho en un post anterior sobre la 3D. Sin duda se impondrá pero sería muy de agradecer que los directores dejaran de abusar de los efectos especiales que acaban convirtiendo todas las películas en series de Chuck Norris. O bien, que hagan dos versiones de cada peli, una para los amantes del 3D y otra para el común de los mortales.
Esta versión cuenta con los personajes de Conan Doyle, Sherlock, el doctor Watson, el malvado Moriarty, su ayudante el coronel Sebastian Moran y el hermano de Sherlock, Mycroft, que se comportan de un modo muy distinto a los originales de las novelas. En realidad, todo el espíritu de la obra es ajeno al de las historias del famoso detective. Éste es un hombre eminentemente cerebral, dotado, como todo el mundo sabe, de un poderoso intelecto deductivo y una extraordinaria clarividencia, a la que ayuda su consumo de cocaína a veces hasta por vía intravenosa. No es un hombre de acción, aunque sí es buen boxeador, pero suele estar metido en aventuras extrañas. De hecho hay un caso que Sherlock resuelve sin moverse de su habitación en Baker Street, solamente atando cabos con las historias que le cuenta Watson. Ritchie, en cambio, teje un relato trepidante, de violencia que no cesa, explosiones, bombazos, tiroteos, cañoneos, palizas, torturas, precipicios, trenes a toda velocidad (¡ay la maldita 3D!) en el que los diálogos son fulgurantes y no hay tiempo para labor alguna de metódica deducción.
Nada que ver con la tranquilidad de Sherlock que, además, es de familia. Sabemos que Mycroft es aun mejor que su hermano menor (según él mismo reconoce el alguna ocasión), pero es tan indolente e incapaz de esfuerzo físico alguno que, pudiendo ser mejor detective que Sherlock, no ejerce y dedica su vida a su misteriosoo quehacer de alto funcionario del gobierno británico. Aquí lo interpreta el gran Stephen Fry que probablmente sea lo mejor de toda la película.
Lo más llamativo es la presentación de un Sherlock Holmes, interpretado por Robert Downey, que no recuerda en nada al detective; ni siquiera en la edad y mira que es fácil de resolver esta cuestión. Era mucho más convincente Peter Cushing. La ambientación está sobrecargada, un poco al estilo de Sweeney Todd. Pero lo peor es la trama. Tomando pie en que Moriarty, ese Napoleón del crimen, según Sherlock, dirige una organización internacional, Ritchie monta un relato en el que se mezclan los anarquistas, los espías y el peligro de una guerra europea para contar una historia que tiene elementos de Batman y de 007.
Sólo el final es verdadero aunque no en la escenificación. En La solución final, Sherlock y Moriarty mueren al caer por la cascada de Reichenbah, en los Alpes suizos. Y está bien que haga reaparecer a Sherlock para poner un signo de interrogación en la palabra "Fin" del relato de Watson. Es lo que le pasó a Conan Doyle: el público no aceptó que matara al héroe y presionó para que lo resucitara, cosa que el novelista se vio obligado a hacer. Siempre me ha llamado la atención que nadie quisera que también resucitara Moriarty. Es un caso en que no se cumple el principio de Barrabás.
La banda sonora es notable y, en la medida en que, entre el estruendo de los bombazos, pueden escucharse un par de arias de Don Giovanni y La trucha, de Schubert, resultan deliciosos.
dissabte, 31 de desembre del 2011
Victoriana.
Cary Fukunaga, Jane Eyre, 2011.-
Las novelistas inglesas de fines del XVIII y el XIX, Jane Austen, las hermanas Brontë, George Elliot (Mary Ann Evans), como las mujeres libertinas e ilustradas francesas del XVII y XVIII Mme de Sevigné, Mlle. de Scudéry, Mme. de Châtelet, Mme de Staël, son tradiciones muy peculiares desconocidas en otros lugares y constituyen casi géneros literarios y epistolares en sí mismas. Y entre ellas sobresale el caso de las Brontë, Charlotte, Emily y Anne. Hijas de un modesto pastor de la Iglesia de Inglaterra cuya mujer falleció tras dar a luz seis hijos, recibieron una cuidada si bien no lujosa educación en un severo espíritu metodista. Las tres murieron jóvenes. Únicamente Charlotte pasó de los treinta años y falleció a los 39, dejando cuatro novelas, una de ellas Jane Eyre. Emily sólo escribió una, Cumbres borrascosas, y Anne dos, una de ellas, La inquilina de Wildfell Hall, considerada una de las primeras novelas feministas y un ataque a la sociedad victoriana tan escandaloso que su propia hermana, Charlotte, prohibió que se reeditara a la muerte de la autora.
Las tres novelas mencionadas son obras maestras, siguen leyéndose hoy y conocen muchas adaptaciones al cine y a la TV. Sólo de Jane Eyre debe de haber más de veinte. Y con razón porque son extraordinarias. Las tres hermanas lo eran (asimismo un solo hermano que tuvieron, Branwell, quien las retrató en el cuadro de la derecha antes de morir a los 31 años alcoholizado y adicto a las drogas) y en los estrechos márgenes que la sociedad victoriana permitía a las mujeres, tuvieron unas breves pero agitadas existencias, unas relaciones muy estrechas entre sí y dejaron obras cumbre de imaginación y calidad literaria.
La prolongada era victoriana ejerció una fuerte impronta sobre la literatura de forma que, en realidad, hablamos de novelas victorianas queriendo con ello decir algo más que "novelas escritas durante la época victoriana". Muchas de las novelas victorianas se ven como ataques al espíritu y las instituciones del tiempo, singularmente la fundamental, la familia. Es fácil de entender porque la época era tan estricta, rígida, artificiosa y opresiva que bastaba su mera descripción para que el resultado fuera una crítica.
Es más o menos lo que sucede con Jane Eyre, la novela autobiográfica de Charlotte, una pieza literaria de primer orden, creadora de un personaje, Jane, que goza de proyección universal. La historia, una especie de Bildungsroman, tiene un elemento gótico muy fuerte. Y no sólo gótico; incluso hay un episodio de un aproximado vampirismo. Desde que Polidori publicara su narración El vampiro, la primera del género en los años veinte, los vampiros frecuentaron la literatura hasta la llegada de Bram Stoker. El argumento es encendidamente romántico pero está encajado en un rígido mundo de valores victorianos. La propia Jane Eyre es una heroína cuya vida está marcada por unos principios de sujeción de la mujer que no comparte y contra los que se rebela (es el elemento de feminismo que se le subraya) pero, al mismo tiempo, representa valores victorianos en estado puro. Jane es un personaje denso, activo, que lucha por afirmarse en condiciones de igualdad a los hombres pero lo hace invocando los valores típicamente victorianos de independencia económica, autoayuda y trabajo productivo con el que ganarse la vida.
La peli de Cary Fukunaga narra la historia de modo aceptable, recogiendo todos los elementos de los conflictos que se plantean, aunque a veces le puede el texto literario y en un par de ocasiones los diálogos son prolijos e innecesarios y en otras no atina a explicar del todo las peripecias porque el guión deja algo que desear a fuerza de deslavazado. Plantea el relato con un larguísimo flashback que desestructura la narración tanto que se ve obligado a repetir escenas para que el espectador pueda saber en dónde está.
Pero a cambio ha traducido muy bien en imágenes el mundo mental de la autora. Los exteriores -y hay muchos- son extraordinarios y las ambientaciones imponentes; las mansiones, las residencias, los carruajes, los jardines. Los personajes están muy bien caracterizados, sobre todo los hombres, que eran los que se le daban bien a Brontë. Lo que ya no es tan claro es que se ajusten a sus papeles. El más logrado, a mi entender, St. John Rivers, el del primo pastor que quiere ser misionero en la India, aquí casi figura secundaria cuando en la obra es un elemento crucial pues, al pedir en matrimonio a Jane, fuerza en esta un proceso de introspección que la hace encontrarse a sí misma y definirse como persona al negársele como esposa pero ofrecérsele como hermana. Rochester está bien, pero no acaba de encontrar el punto. Y el caso más llamativo es el de Jane, interpretado por Mia Wasikowska. Es muy buena actriz y borda el papel, pero es demasiado guapa. Jane tiene un semblante vulgar, anodino (plain es la expresión que usa), que es lo que explica las continuas distinciones entre la belleza exterior y la interior. Pero el rostro de Wesikowska es muy bello y, al presentarla sin maquillaje, sin acicalar, aun lo es más, lo que no se compadece con la historia.
De todas formas, la narración es tan poderosa, la autobiografía de Charlotte Brontë (quien tuvo que publicarla con seudónimo masculino, así como sus hermanas, incluida una antología poética de las tres) atrapa de tal modo que de cualquier forma en que se cuente es apasionante. Fukunaga puede haberse hecho un lío con el argumento (por cierto mucho más simple y lineal que el de Cumbres Borrascosas que, según una de las frecuentes leyendas sobre las Brontë, también es obra de Charlotte) pero refleja el mundo mental de Jane Eyre y hace que esta se manifieste en su mezcla de moral victoriana y antivictoriana al mismo tiempo, lo que da a la obra su gran atractivo.
dijous, 29 de desembre del 2011
Una Lisístrata moruna.
Muy interesante película de Radu Mihaileanu (La fuente de las mujeres, 2011) sobre un hecho real acaecido hace unos diez años en una aldea perdida de Turquía. Las mujeres tenían que ir a aprovisionarse de agua a una fuente muy alejada y de difícil acceso entre grandes trabajos y fatigas, mientras los hombres estaban sentados en las terrazas de los bares charlando. Un buen día las mujeres deciden negarse a tener relaciones sexuales con sus maridos, hacer una huelga de amor, mientras estos no vayan por el agua. Mihaileanu sitúa la acción hoy, en 2011, en algún país del norte del África en la inteligencia de que estas costumbres sociales (las mujeres, casi todas ellas analfabetas, trabajan como animales de carga mientras los hombres holgazanean) es común en el Islam.
El hecho parece reproducir el imaginado por Aristófanes hace 2.500 años en su comedia Lisistrata y, entrevistado el director, se refiere al comediógrafo griego. Pero ahí se acaba el parecido. La Grecia clásica no tiene nada que ver con el Islam contemporáneo ni las mujeres griegas con estas semiesclavas de las sociedades musulmanas. Además, la motivación es la inversa. Las griegas niegan a sus maridos el lecho para obligarlos a poner fin a la prolongada guerra del Peloponeso. Precisamente Lisistrata se escribió y representó al año siguiente de la derrota de Atenas en la batalla de Sicilia, en la que los atenienses perdieron casi toda la flota (doscientos navíos) y miles de hombres y unos ocho o nueve años antes del desastre final en Egospótamos. En la peli, en cambio, la huelga de sexo se produce porque los hombres, antiguos guerreros, hace ya muchos años que no van a la guerra y viven como parásitos de sus propias mujeres.
Esta explicación, que se repite un par de veces en la película, introduce al espectador occidental o europeo de hoz y coz en un mundo tan extraño, atrasado, injusto, convencional, oscurantista y angustioso que cuesta trabajo darlo por coetáneo. Sin embargo, lo es; es el mundo islámico rural, el más dominado por los preceptos de esa religión que, como todas, es misógina.
Y de eso trata la película que dura más de dos horas pero no se hace pesada porque constituye un verdadero documental de gran valor antropológico y cultural. Está rodada en escenarios naturales, con imponentes paisajes muy bien fotografiados, sin decorados, en las casas en las que vive la gente, sin suelos, sin ventanas, en los comercios, mezquitas, calles, plazas, sin asfaltar, sin luz ni agua corriente, pero con teléfonos móviles, aunque con dificultades de cobertura.
Introducido en esta sociedad tan cercana geográficamente como lejana culturalmente, Mihaileanu refleja diversos conflictos que nos informan de las relaciones de los hombres con las mujeres, de las mujeres y los hombres entre sí por razones de edad, de fortuna, de conocimientos, los lazos de parentesco, las obligaciones familiares, los ritos, las tradiciones, las interpretaciones del Corán. Solo en los dos momentos en que aparece el amor encontramos peripecias que nos son cercanas. Y todo ello apunta siempre al centro del relato: la condición humillada, explotada y escarnecida de las mujeres y sus esporádicos y desesperados esfuerzos por salir de ella. Se aprende mucho con esta película.
Aunque en parte ya lo sabíamos. Hace cincuenta, cien años, en nuestros países, en España, la situación era muy similar y de ello quedan vestigios (ver más arriba el post sobre Ana Mato). Pero había una diferencia notable: las mujeres estaban oprimidas y explotadas, desde luego, pero los hombres no ejercían de zánganos salvo en el hogar; fuera de él trabajaban hasta reventar. Una diferencia importante que, junto a la de la religión, tiene que haber sido decisiva para que nuestras sociedades, injustas como siguen siendo, estén a años luz de este espantoso atraso.