Clint Eastwood produce y dirige y por desgracia ya no interpreta sus propias películas. Lo hacía muy bien. Desde los tiempos de los inolvidables spagetti westerns con música de Ennio Morricone. Como director no se anda a sí mismo en zaga; sigue siendo él: épica del lugar y mucho tiroteo. Pasaba en Gran Torino y pasa aquí, en esta biopic de John Edgard Hoover, el sempiterno y todopoderoso jefe de la Oficina de Investigación Federal, del FBI, el origen de una leyenda contemporánea. El lado "bueno" de la investigación y la inteligencia estadounidenses. El malo es la CIA.
La peli es un largo (más de dos horas) relato desestructurado, muy rápido, a veces fugaz de la vida de uno de los hombres más poderosos de su tiempo, uno que acumulaba ingente cantidad de información sobre medio mundo y que tenía chantajeados a los sucesivos presidentes, Roosevelt, Kennedy, Nixon.
La interpretación de Leonardo di Caprio es fantástica al dar vida a un personaje mezcla de fanático anticomunista, autoritario, con una visión mesiánica de su función en el mundo y, al mismo tiempo, un carácter desequilibrado, dominado por su madre y que lleva una vida torturada por su relación homosexual con su ayudante en una época en la que la homosexualidad se considera como una mezcla de enfermedad y delito. No está verificado por entero que esta relación existiera pero Eastwood opta por el camino más razonable de suponer que así era. Hoover está muy bien caracterizado. Los demás, fatal, sobre todo su secretaria y su amante que, al envejecer, parecen momias.
Asistimos a algunos episodios históricos como la masacre de policías de Chicago, el juicio y deportación de Emma Goldman, la captura del asesino del hijo de Charles Lindbergh, por entonces un héoe nacional y, sobre todo, a la creación de una Oficina central de investigación criminal dotada de medios científicos (creación de un registro centralizado de huellas digitales).
Pero, finalmente, la figura de Hoover, su inestabilidad, su carácter contradictorio acaban absorbiendo el relato.