Es mostren les entrades ordenades per data per a la consulta Un héroe de nuestro. Ordena per rellevància Mostra totes les entrades
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dissabte, 28 de juliol del 2012

WikiLeaks

La designación de Garzón como director del equipo jurídico de defensa de Assange habla mucho en favor del activista y del juez. Del activista por haber elegido a un juez que combina su respeto por las garantías legales con una firme voluntad de lucha política en pro de causas justas, entendiendo por tales aquí las que afectan a los derechos fundamentales de los individuos. Del juez porque el nombramiento demuestra el gran prestigio mundial del nombrado que sus oscuros colegas de profesión no han conseguido aniquilar condenándolo por un delito; al contrario, lo han magnificado. La persecución injusta ennoblece las causas ya de por sí nobles. La combinación es perfecta. Son dos personajes extraordinariamente mediáticos situados en el centro de un huracán mundial en el que intervienen los más diversos actores, desde grandes potencias hasta organizaciones radicales secretas y servicios de espionaje de lo más variado, incluido, probablemente, el Vaticano.
Al comienzo de la aventura de WikiLeaks, Palinuro, dejándose llevar por su atávico optimismo, calificó a Julian Assange como un héroe de nuestro tiempo, una especie de caballero andante de la era digital, enfrentándose a los poderosos, deshaciendo entuertos, revelando maquinaciones, amparando a los débiles. La organización es una especie de estado mayor de un movimiento difuso de masas ilustradas que tienen acceso privilegiado a informaciones sensibles por muchos conceptos. Las fuentes de WikiLeaks son los miles de ojos de los internautas que, como si fueran cien Argos, todo lo ven, lo escanean y se lo hacen llegar a la organización. Ningún servicio secreto estará seguro mientras exista WikiLeaks que se nutre de informaciones de multitudes anónimas. De ahí que sea una organización sometida a persecución implacable por los poderes de la tierra y del cielo. Se observa en las cuatro afirmaciones que hace la página y que, traducidas al español, dicen:
  • WikiLeaks: 602 días de bloqueo bancario - sin decisión judicial
  • Assange: 599 días de detención - sin cargos
  • Manning: 796 días en la cárcel - sin proceso
  • Gran Jurado: 682 días de Tribunal secreto estadounidense - sin transparencia.
Es muy fuerte: tribunales secretos, penas de prisión prolongadas sin juicio. Es un asalto a los derechos fundamentales casi de carácter absolutista. Tratan de esfixiar la organización económicamente y por eso esta pide donaciones. El que pueda hacerlas que las haga. La causa merece la pena. Es acabar con el secreto en el poder político antes de que el poder político acabe con las libertades.
Leo en Twitter, en @wikileaks"El opio de los Juegos Olímpicos encubre un caso de corrupción de la policía británica, los disparos contra manifestantes saudíes y otro robo de tierra de Israel. ¿Qué viene después?" Se me ocurren varios temas más que podrían ocultarse tras las competiciones deportivas, por ejemplo, una posible guerra entre la China y el Vietnam o una crisis bancaria de la India o el efecto de la pérdida del hielo en Groenlandia.
WikiLeaks se ha convertido en una pieza esencial del edificio de las libertades humanas.
(La imagen es una foto de R_SH, bajo licencia Creative Commons).

dimarts, 10 de juliol del 2012

Bajo la lupa.

Los siete años y medio de gobierno de Rodríguez Zapatero, sus dos legislaturas, han sido trepidantes, repletas de acontecimientos, de crisis, de confrontaciones, crispaciones y sobresaltos. La primera legislatura enfrentó a un gobierno a la ofensiva reformista con una calle literalmente tomada por la derecha de la derecha de la derecha. La segunda, un gobierno ahora a la defensiva pero también reformista con una calle tomada por la izquierda de la izquierda de la izquierda. ¿Qué había pasado? Que los tiempos habían cambiado radicalmente y, llegado el momento de la decisión suprema, teniendo que optar entre perserverar en las políticas de izquierda, de expansión tímidamente keynesiana o girar 180º y abrazar las de la derecha, Zapatero eligió lo segundo. ¿Por qué?
Según pasen los años habrá más y más estudios sobre este periodo porque la respuesta a esa pregunta quizá encierre la clave del retroceso de la izquierda. En realidad, es lo que dice el autor de este libro (Ignacio Sánchez-Cuenca (2012) Años de cambios, años de crisis. Ocho años de gobiernos socialistas, 2004-2011. Madrid: La Catarata/Fundación Altenativas. 108 pp.) en un artículo de El País de 8 de abril de 2012, titulado Un problema de impotencia, cuya tesis viene a ser que el problema de la socialdemocracia es que, cuando tiene el poder, no acierta a poner en práctica sus ideas. Es posible. Conviene empezar por saber cuáles sean esas ideas y quizá quepa concluir que, siendo las ideas practicables, a lo mejor el problema es que se está en el poder pero no se tiene el poder, que es también una explicación frecuente del fenómeno aunque no necesariamente cierta. También cabe pensar que los dirigentes de la izquierda suelen ser de izquierda hasta cierto punto tanto cronológico como intelectual. Una experiencia frecuente en la vida cotidiana a la vista de la cantidad de gente que pasa de la izquierda a la derecha.
En todo caso interesa leer análisis sobre el periodo, sobre todo si son de autores que hablan con autoridad, como es el caso de Sánchez-Cuenca. Esta virtud le viene de su larga dedicación al asunto. Tiene otro libro colectivo compilado con Anna Bosco y publicado simultáneamente en Italia y aquí, titulado La España de Zapatero. Años de cambios, 2004-2008 (Fundación Pablo Iglesias), alguno de sus libros anteriores, aun siendo más teóricos, apuntan en la misma dirección del desarrollo de una teoría política socialdemócrata. Por último colabora con la Fundación Alternativas y en la redacción de su informe anual sobre la calidad de la democracia en España. Así que si alguien puede hablar con autoridad sobre los gobiernos de Zapatero, es Sánchez-Cuenca.
Y quizá lo haga con demasiada. Hay una excesiva cercanía entre el autor y su objeto de estudio, una implicación personal que todo estudioso de ciencias sociales sabe que está llena de peligros. Quizá no sea yo el más adecuado para señalarlo pues coincido en bastantes puntos con el análisis de Sánchez-Cuenca. Pero no en todos. Y en esas discoincidencias es en donde puede estar el interés de una confrontación de opiniones.
Sin duda el libro de S-C está lleno de datos y hechos verificables, a veces con profusión. Hay cuadros que llegan a hacerse pesados a fuerza de meticulosos. Pero son méritos, desde luego. Que quedarían realzados si el autor abordara un terreno más explicativo que descriptivo. Por ejemplo, en el primer capítulo, que relata el proyecto de ZP en términos teóricos a cuenta de su republicanismo, superador de la "Terceraª Vía" a través de la casi homófona "Nueva Vía", no hay mención al momento en que nuestro héroe hace una manifestación de un profundo calado teórico que provoca un terremoto. Preguntado por el problema nacional catalán, responde Zapatero que la nación "es un concepto discutido y discutible", como ha pensado siempre cierto sector de la izquierda que se piensa cosmopolita. Y aquí salta la derecha, hacen erupción los fuegos del averno y se acusa a Zapatero de traicionar a la Patria. El concepto de nación (española) es indiscutible. Es el comienzo del fin de la izquierda que no se atreve a defender su opinión sobre la relatividad de la nación porque, si lo hiciera, se escindiría y quedaría aniquilada en unas elecciones. Aceptado esto, se explican bastantes cosas de lo sucedido después.
El capítulo sobre los gobiernos de Zapatero es apabullante: ministr@ por ministr@ y ministerio por ministerio. Viene a concluir que la política de organización ministerial del PSOE fue algo caótica, sobre todo en cuestiones de educación, cultura, materias sociales, etc. Dudo de que eso sea peculiar de los gobiernos de Zapatero o de todos. No sé si hay más de uno o dos ministros de Educación en los últimos 50 años que no haya reformado por ley el conjunto de la enseñanza. El de ahora está en ello. Lo que más me gustó fue la creación del ministerio de la Igualdad que puso a los machistas del Reino a cien por hora y lo que más me entristeció fue que lo degradaran y lo "desaparecieran" en la segunda legislatura fruto, en mi opinión, del choque de Zapatero con el principio de la realidad, personalizada en la iglesia. Ahí S-C entra a saco. Luego de analizar con todo detalle el grado de cumplimiento de los dos programas de 2004 y 2008, levanta acta de los incumplimientos más clamorosos pero no me parece que indague con interés en las razones. No es lo mismo dejar sin regular el consejo de EFE que meter en un cajón el plan de separación de la iglesia y el Estado y la ley de laicidad.
La segunda legislatura fue un caos. La primera parte, de lucha contra una crisis declarada inexistente con unos instrumentos que después se juzgarían totalmente equivocados y la segunda, con un giro de 180º en la Noche de Walpurgis en que Zapatero regresó de Bruselas convertido en otro y, habiendo decidido sacrificarse para salvar a la Patria, como un nuevo Marco Murcio, ("me cueste lo que me cueste" se lo oyó decir en hora trágica), se lanzó a la sima del neoliberalismo. Pero a diferencia de lo sucedido con Marco Murcio, la sima no se cerró y aquí seguimos nosotros, asomados a ella, reforma tras reforma, recorte tras recorte.
En fin, está muy bien el libro de S-C; se lee con provecho y agrado y sin poder evitar un sentimiento de nostalgia cuando el autor concluye diciendo que si la izquierda socialdemócrata aspira a algo tiene que resolver "la cuestión de cómo las instituciones políticas pueden cambiar las relaciones de poder económico existentes. Este parece un reto inexcusable para el futuro." Sí, el reto de la revolución.

dissabte, 10 de setembre del 2011

Fraga contesta a Bono.

Estimado Bono: me ha divertido su carta con motivo de mi prematura y transitoria retirada de la vida pública, debida a la falta de adhesión de quienes me lo deben todo al proyecto que encarno desde los tiempos del invicto caudillo de cuya gloriosa presencia estará el Señor disfrutando en este momento. Desde que lo conozco he dicho que a pesar de ser usted un híbrido de falangista y rogelio, tenía algo aprovechable, probablemente heredado de su padre, razón por la cual, siempre propuse que, si había que volver a alzarse por el bien de España a usted lo fusiláramos el último.

Permítame que no lo tutee, como hace usted atolondradamente conmigo. Eso, joven, sólo se acostumbra entre camaradas y, usted, aunque apunte maneras, todavía no lo es. Le ruego que no se moleste. Las cosas tienen sus tiempos y no hay que forzarlas porque pueden torcerse y se hace luego preciso enderezarlas y llevarlas por el recto camino lo que no siempre es agradable.

En una visión superficial, ñoña, inficionada de machadismo como la suya, los españoles tenemos algo de cainitas, pero no le admito que eso nos empequeñezca. Ni siquiera a usted, que más pequeño no puede ser. Ya el Alzamiento, el postalzamiento y el postpostalzamiento dieron cuenta de los caínes marxistas que había en España, sembrándolos por las cunetas del solar patrio que lleva más de 70 años de gloriosos abeles reciamente imperiales, así que déjese de monsergas, joven, y vayamos al grano, que no estoy yo para perder el tiempo con sensiblerías izquierdistas.

Dice que a usted y a mí nos une mucho más que lo que nos separa. Puede ser, mi querido amigo. Lo que no entiendo es qué une a usted con la morralla socialista, seguidora de aquel semianalfabeto de Pablo Iglesias por más que, según me cuenta el camarlengo Bertone, pretende usted que el Papa canonice al tipógrafo, aprovechando su apellido. ¿Será, pues, cierto, que aspiraba usted a la Secretaría General del PSOE para convertirlo en PCOE, Partido Católico Obrero Español? No me extrañaría, ya que observo en usted una marrullería albaceteña y, por tanto, morisca, un centrismo afeminado que no me gusta un pelo, como cuando hizo usted desfilar hombro con hombro a un héroe de la División Azul con un criminal de las brigadas internacionales. ¡Cual si fueran lo mismo! Si hubiera estado allí le hubiera arreado dos guantazos por muy ministro que fuera usted, porque nunca me han gustado las medias tintas ni los pasteleos, típicos de seudoespañoles sin nervio y sin tirantes.

Mire usted, Bono, no me importa que diga en esa carta que escribe como presidente del Congreso de los Diputados y, por lo tanto, en representación de todos los españoles, (razón por la cual hay gente muy molesta con usted) que colaboré a "que llegase la democracia" porque, al fin y al cabo, en ese recinto se han dicho estupideces mayores. ¡Si lo sabré yo que allí me sentaba con mi camisa azul a escuchar al Caudillo de quien aprendí la verdadera democracia! Usted mismo las dice de a kilo. No me importa pero, caramba, Bono, no sea usted pelota. Lo que yo hice fue oponerme con todas mis fuerzas a su democracia y, aunque no conseguí eliminarla por completo, sí la demedié bastante. La mejor prueba es que está usted en donde está. Así que, para decirlo con mi llaneza habitual, no me toque usted las narices. Mi democracia la puse en práctica en Vitoria pero, por desgracia, al no estar el horno para bollos, no pude cargarme suficientes rogelios, fallé la memoria del invicto en el campo de batalla y hube de hacerla respetar en algunas sabias disposiciones de la Constitución que, como sabe usted muy bien (y, en el fondo, celebra) mantienen en lo esencial el gran legado de aquel hombre clarividente.

Dice usted también que colaboré a que "los extremismos se encauzaran en medida muy relevante". Mire que es usted cursi, caballerete: no había ni hay más extremismo (gloriosa pasión joseantoniana) que el nuestro, el de los herederos del 18 de julio, encauzado primero en Alianza Popular y luego en el PP, en donde estamos los hombres de verdad, las mujeres-mujeres y los sanos regionalistas. En ese otro batiburrillo de soplagaitas, maricones, vegetarianos, ecolotontos, marimachos, beatorros, pacifistas, bolleras, sudacas y separatistas en el que milita usted nadie tiene lo que hay que tener para ser extremista de Santiago y cierra España. Ni siquiera usted que en esto de cerrar unagrandelibrearribaejpaña trata usted de imitarme cuanto puede pero sin conseguirlo porque no tiene agallas para giñarse en la ikurriña y limpiarse el trasero con la cuatribarrada como hacemos los hombres.

Sabe usted que lo aprecio Bono pues, a pesar de sus años, parece usted un curita misacantano y tiene gracia, pero no me llame "patriota de bien" porque eso supone que hay "patriotas de mal", los que nosotros llamamos "antiespañoles", que abundan en su partido. Es comprensible que ande usted buscando otro arrimo, ahora que ya no lo quieren ni los suyos. Pero, canastos, no haga más el ridículo y menos invoque usted el nombre de Dios en vano. Camino y vida... Lo que tengo que oír a mis ochenta y nueve años. Camino y vida...

(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 1 de setembre del 2011

Ulises nunca llegó a Ítaca.

Aprovecho que inicio septiembre con una imagen que me ha cedido el gran Juan Kalvellido (¡gracias, Juan!) para salirme por la tangente que, a veces, es la forma más segura de llegar a alguna parte sobre todo porque esa parte no está fija en parte alguna. En la imagen, las gentes corremos hacia la utopía, que está en la izquierda, aunque no se sabe si por el interés de encontrarla o por el de huir del baño de sangre que está en la derecha (este Juan...) La utopía, lo que está en ninguna parte. Por eso hay que tomar la tangente.

El mejor símbolo de la utopía es Ítaca adonde hay que llegar, sí, pero lo más tarde que se pueda, según Cavafis ("Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca/debes rogar que el viaje sea largo,/lleno de peripecias, lleno de experiencias.") O sea, que lo mejor es no llegar, morir en el camino o en el intento y soñar, quizá, que se ha llegado. Porque llegar y tener que ponerse a matar pretendientes que casi son de la casa porque llevan veinte años haciendo el ganso, es desagradable. Así que sospecho que es lo que le sucedió a Ulises, el de las mil estratagemas, que pasó de largo y se perdió en el jardín de las Hespérides, en donde sigue acumulando sabiduría y experiencia con las que algún día retornará, como Arturo de Avalon, y salvará a la humanidad. ¿Por qué no? Si puede hacerlo un nazareno, también podrá un príncipe griego o un rey anglo.

Eso de los pretendientes es llamativo. En La hija de Homero Graves lo ve como un añadido de mano femenina en la Odisea; ese y la historia de Nausicaa. Tomó la idea de Samuel Butler quien, allá por 1892 dió en la de atribuir la Odisea a una mujer. Se lo sugirió la lectura del episodio de Circe que, según él, no podía haberlo escrito un hombre mayor sino una mujer joven y creía saber que fuera una princesa siciliana porque, de estar en algún sitio, Ítaca estaría en Sicilia. (Saco estos datos de una biografía de Butler escrita por Peter Raby y publicada en 1991 por The Hogarth Press).

La idea de que la historia de Ulises la cuenta una mujer es brillantísima. Las mujeres son determinantes en la Odisea. No sólo está Penélope, símbolo de la leal, casta y sumisa esposa, sino también Calipso, a la que Ulises no puede resistirse y lo tiene secuestrado siete años, liberándolo luego por intercesión de terceros; y Nausicaa, a la que Ulises cuenta su historia, su auditorio; y Circe, la bruja contra cuyos hechizos tiene Ulises un antídoto que le diera Hermes; la madre del héroe y las sirenas. El destino de Ulises, protegido de Palas, mujer, depende de las mujeres.

¡Ah, pero en la Odisea hay muchas más cosas! El viaje a Ítaca es el viaje de la memoria. Al contárselo en pasado a Nausicaa, Ulises recuerda y, dentro del recuerdo, aparecen otros recuerdos, como los de Troya, el caballo, sus relaciones con Aquiles. Esos recuerdos traen información sobre lo acaecido a otros, como cuando Tiresias en el infierno le cuenta el destino de Agammenon o Menelao. Y el reencuentro final se funde con la memoria del tiempo que fue, su mujer, su hijo, su casa. ¡Ítaca, la felicidad, la dicha! "Dichoso el que, como Ulises, hizo un bello viaje, y después regresó lleno de experiencia y sabiduría a vivir entre los suyos el resto de su edad!" decía Du Bellay, él mismo desterrado.

Dichoso o desgraciado, que regresa al desprecio, al sufrimiento. En El desprecio (1954), Alberto Moravia contrapone tres versiones de la Odisea sobre el trasfondo europeo de aquellos años: la de un complicado director de cine alemán, Rheingold; la de un productor italiano, Battista, que está allí por la pasta y la mujer del protagonista; y el intelectual, Ricardo, que es el guionista de una película sobre la Odisea que están rodando en algún lugar de la costa italiana. En 1963, Goddard pasó la novela al cine ¡y qué cine! Sustituyó al productor italiano por uno gringo (más apropiado) y le dio el papel a Jack Palance; para intelectual, puso a Michel Piccoli y de Rheingold, al mismísimo Fritz Lang; la chica, el objeto del deseo (Emilia/Camille), era Brigitte Bardot. Lo que no cambia son las tres interpretaciones del viaje a Ítaca. La del millonetis estadounidense es de aventuras. Quiere acción, mucha acción, peligro, emoción, persecuciones. Lo de Polifemo le encanta. Es la visión de la peli de Mario Camerini (1954), Ulises, con Kirk Douglas derrochando ingenio, audacia, desafiante de los dioses. El hombre que se hace a sí mismo.

El alemán tiene una visión retorcida, freudiana, del viaje. Ulises no quiere llegar a Ítaca y se entretiene por el camino porque sabe que Penélope lo desprecia por haberla dejado a merced de los pretendientes, por haberse entretenido olvidando sus obligaciones de esposo y padre. Es un viaje de culpa, sufrimiento y expiación; calvinista. No hay olvido posible del deber, salvo que se haya perdido la memoria en el país de los lotófagos, y no es el caso.

El intelectual franco-italiano (Ricardo/Paul) ve en la Odisea el canto al luminoso Mediterráneo, al sol en un cielo de inabarcable azul, la vida a borbotones; y se emborracha de su propia visión y pierde la de su miserable existencia; se ha olvidado de su presente, ha emprendido el viaje a Ítaca sin saber que lo que va buscando es lo que ha abandonado y que lo mejor será que no lo encuentre.

¿Hay algo más audaz y contrario a la idea general que embutir el largo, largo periplo de Cavafis en un día en la vida de Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly Bloom en el Dublín de Joyce? Los episodios del viaje a Ítaca, tan refinadamente alegóricos en la narración original, estallan aquí en el chorro de la conciencia que va paralelo al chorro de la vida, sin parar, sin detenerse un segundo, mezclados ambos y separados en tiempo y lugar. De lo más insignificante crecen episodios complejos, fantasmagóricos y rutinarios que se suceden sin interrupción, hasta la llegada a Ítaca, en donde desaparecen hasta las interrupciones de puntuación. La vida es el viaje de regreso al punto de partida.

Ítaca la llevamos dentro. También lo llaman utopía. Ilumina nuestro camino, cosa necesaria porque a veces los nubarrones ocultan el cielo, los clamores en torno no nos permiten escucharnos, los vientos nos trastornan. Para entonces hay que recordar que nuestro norte es Ítaca, la que habita nuestro interior y que no podemos vender porque perderíamos la brújula, algo imprescindible para saber a dónde queremos llegar y a dónde no queremos llegar.

No sé si esto tiene mucho que ver con post de actualidad; temo que no. Aunque todo es cosa de ponerse a buscar. Me extraña que ningún comentarista haya dicho que el gobierno socialista se encuentra entre Escila y Caribdis.

(La primera imagen es un cuadro de Waterhouse titulado Circe envidiosa, de 1892. La segunda un vaso griego del siglo V a. C. que representa a Circe convirtiendo en animales a los compañeros de Ulises. La tercera, un cuadro de Böcklin titulado Ulises y Calipso (1882). La cuarta un cuadro de Turner titulado Ulises burla a Polifemo, de 1829).

dimarts, 7 de desembre del 2010

La realidad no soporta la realidad.

Este de la izquierda, Julian Assange, a quien Palinuro considera Un héroe de nuestro tiempo, resulta ser el enemigo público número uno. Un enemigo público global, como corresponde a la época. No es raro que los enemigos públicos sean vistos como héroes.

Pero ¡qué cacería! Hay verdadera furia. Quieren declarar terrorista a Assange, WikiLeaks, lo que sea; asesinar al hombre; expulsarlo de la red; ahogar el portal; terminar con esta pesadilla. El mundo no soporta verse como es. Todos los actores políticos de todos los países quedan muy por debajo de la imagen que les gusta proyectar de sí mismos. Todos los equilibrios internacionales, hechos de pactos, chanchullos, componendas están saltando en explosión incontenible. Por eso, cuando se escucha al Fiscal General de los EEUU, Eric Holder, decir que están haciendo lo que pueden para contener este flujo de información a uno le suena a una situación mucho peor que lo de las fugas de petróleo en el Golfo de México. Mucho peor porque este "flow of information" ya no hay quien lo pare. Está en la red y multiplicándose por miles cada minuto a través de los mecanismos P2P. Así que ese planteamiento es erróneo.

A su vez, la señora Clinton ya dijo en su día que la difusión de los cables fatídicos era un ataque a la Comunidad Internacional. Es pintoresco que hable de ataque a la Comunidad Internacional quien supuestamente ordenó que se espiara al Secretario General de las Naciones Unidas. En fin, espiar no es atacar; sólo es prepararse para hacerlo. El que ataca es quien revela el espionaje y con él no debe haber piedad. Lo que suena algo ridículo.

En el frente de la persecución personal del australiano la cosa parece decidida: hoy lo tendrá Scotland Yard en aplicación de una orden europea de extradición y lo llevará de inmediato al juez. La causa en Suecia es muy sospechosa: se presentó, se retiró y volvió a presentarse por otro lado. Acusaciones de violación y abusos sexuales. Tiene toda la pinta de un montaje, pero hecho en un terreno muy delicado para la sensibilidad de la época. Con ello no solamente parece pretenderse encarcelar a Assange sino desprestigiarlo también. Eso de la violación tiene muy mala prensa. Es de esperar que el activista salga bien librado de ésta.

Porque en el mundo no parece que haya lugar para él. Ha atacado todos los Estados descubriendo sus secretos y los Estados están coaligándose en su contra. Como quiera que los Estados ocupan todo el planeta, va a serle difícil encontrar un hueco. De momento se trata de si el Reino Unido lo extradita a Suecia; pero puede haber más demandas de extradición y el propio Reino Unido puede abrir una causa penal contra él invocando siempre el principio del secreto oficial y la defensa nacional. No es difícil. Otros están haciéndolo, por ejemplo Australia, su país de origen.

Se trata del primer objetor de conciencia a escala global, un objetor en nombre de la conciencia del mundo. Es una objeción que los Estados, especialmente los Unidos, no van a tolerar. Assange tiene pinta de ser la primera víctima de la guerra digital entre internet y los Estados.

Así que lo que interesa es entender esa guerra. El Guardian, que está haciendo una cobertura del WikiLeaks extraordinaria, publica hoy dos artículos que representan los dos polos entre los que se juega esta guerra; porque es una guerra y va en serio. Uno de ellos es de John Bolton, titulado Cables de WikiLeaks: Barack Obama es un peligro mayor. Suena un poco a discurso de Rajoy en España: Zapatero es culpable de todo. No es de extrañar. Este Bolton, a quien le parece que sobra la ONU y que fue, claro, embajador en la ONU en tiempo de Bush, dice sin ambages que hay que perseguir penalmente a Assange, cerrar WikiLeaks y sacar de la red todo el material dañino. Lo que sucede es que el gobierno de Obama, que es como un Zapatero, no tiene agallas. Discurso típico de halcón.

El The Guardian publica asimismo otro artículo de John Naughton titulado Vivid en un mundo wikilikeable o cerrad la red. Depende de vosotros. Se dirige a los políticos, claro. No se da punto medio, como no se da entre la libertad y la tiranía para un alma noble: si hay red, es libre. Lo mejor es que no la haya. Pero ¿puede haber un mundo sin red? Me parece que no. Y si es que no, está claro que nadie podrá contener ese condenado flood of information. Es imposible que los Estados prevalezcan en un mundo de trasparencia total. Así que si quieren sobrevivir tendrán que reinventarse porque las cosas ya no son como antes.

(La imagen es una foto de biatch0r, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 4 de desembre del 2010

Revelaciones y revoluciones.

Cuando Reagan militarizó a los controladores aéreos

(Gracias, Félix)

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Los papeles de Assange son como esos almacenes de productos de pirotecnia que un buen día se incendian y los artificios empiezan a estallar uno tras otro con los más diversos efectos. Hoy te enteras de que la vicepresidenta del Gobierno socialista, la que parecía levitar en presencia de los dignatarios de la Iglesia, se comprometía a intervenir en procesos judiciales para favorecer a los Estados Unidos y mañana de que el señor Aznar no desecha la idea de volver. Necesita, sin embargo, que España lo necesite. No es para menos en quien dio en considerarse a sí mismo como un milagro. Son tracas, petardazos. No llegará la sangre al río; pero lo curioso es comprobar la mentalidad providencialista del personaje cuyo altísimo concepto de sí mismo no conoce límites. Ni los del ridículo.

En fin los papeles de WikiLeaks suponen tal sacudida de los pilares del mundo que la imagen más apropiada es la de Sansón derribando el templo, pero no vista como se acostumbra desde el lado de Sansón, que está ciego, sino del de los filisteos, a los que se les cae el templo encima. Assange viene a ser Sansón, aunque no dé mucho el tipo.

Por cierto que ya se ha puesto en marcha el procedimiento legal y Scotland Yard, que tiene localizado a Assange o eso dice, espera que los suecos cursen la orden de extradición. Seguramente sea el primer paso del final para este hombre al que Palinuro, en una entrada del 24 de octubre calificaba de Un héroe de nuestro tiempo. De Suecia lo extraditarán a los Estados Unidos y, una vez ahí, desaparecerá en alguna prisión federal del interior. O quizá no porque provoca auténtico entusiasmo en amplios sectores de la opinión y habrá escándalo. Lo que nos jugamos aquí es la libertad de expresión.

Porque los cientos de miles de cables filtrados son una revolución.Tanto que ya han comenzado a aparecer explicaciones por la habitual vía conspirativa. WikiLeaks y Assange están, dicen algunos, al servicio del Imperio, son hechura de la CIA o quizá algo peor: un intento de Israel y el Pentágono de azuzar contra sus enemigos, acabar con ellos y alcanzar el control absoluto de internet, eliminando toda opinión crítica. Este tipo de disparates son muy frecuentes, sobre todo dada la paranoia de cierta izquierda dizque pensante. Siempre hay alguien que sabe que el atentado de las torres gemelas lo perpetró el Pentágono o algo así. A esto suele llamarse teoría de la conspiración, lo que es injusto para las conspiraciones, de las que ha habido muchas y muy sonadas en la historia, desde la que acabó con la vida de Julio César hasta la que estuvo a punto de hacerlo con la de Hitler con la Operación Valkiria. Estas otras no son conspiraciones; son disparates, generalmente producidos por alucinados.

En España se producen también otras revelaciones sensacionales al haberse levantado el resto del secreto del sumario de Gürtel. Por lo que se sabe ahora, los imputados hasta la fecha parecen haber tenido montada una empresa para realizar sus latrocinios. Una empresa con una contabilidad minuciosa que ha ayudado mucho a la investigación. Lo más llamativo a la par que condenable es que la red empresarial estaba imbricada en la del partido. Que no solamente se beneficiaban presuntamente los empresarios civiles sino también los cargos públicos y, por último, el propio partido, al que se le financiaban las campañas electorales en dinero negro. Debajo de cada tarima a la que se haya subido la sandunguera señora Aguirre a mitinear en unas elecciones había jugosas operaciones mercantiles que luego repecutían en los generosos mecenas en forma de muchos contratos con la administración pública, otorgados a dedo por el procedimiento fraudulento del troceado de presupuestos. De ser cierto este relato, la imagen que proyecta es la de la España eterna.

Por último, unas palabra sobre la supuesta sedición de los controladores aéreos que obligó a cerrar el espacio aéreo al comienzo del largo puente de la Constitución. El gabinete de comunicación de la organización de estos presuntos huelguistas, que más parecen extorsionadores, debe de estar de vacaciones. La opinión que merecen los controladores es muy mala y, con esta agresión a los usuarios y a los intereses generales seguramente no va a mejorar. Lo de meter a los militares es una prueba más de la importancia que el Gobierno da a la decisión en el actuar. Ha sido una enseñanza de la crisis: que hay que proceder con contundencia frente a la prepotencia de los privilegiados y aplicar la ley sin miramientos cuando, además de la prepotencia se cometan delitos como parece ser el caso con esta sedición que está perjudicando a medio país.

(La imagen es una foto de Gobi, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 24 d’octubre del 2010

Un héroe de nuestro tiempo.

A estas alturas está ya claro que Julian Assange es más peligroso para los intereses de la gran potencia imperial y sus aliados que el mismo y oculto Ben Laden. Y si detrás de éste hay miles de soldados, mercenarios, cazarrecompensas, agentes dobles y triples y, supongo, rivales que aspiran a sucederle, no es difícil imaginar qué no se habrá ya puesto en marcha para capturar y/o neutralizar al hombre que ha revelado los documentos más secretos de las guerras del Afghanistán y el Irak. O quizá sí sea difícil imaginarlo porque, a la vista de lo que hay, es claro que el establishment de la seguridad de los EEUU y Occidente en general (incluido, claro es, Israel) es capaz de lo inimaginable.

Lo que sí podían hacer y parece que no se les ha ocurrido es acusar formalmente a Assange de terrorista en virtud de la doctrina de Seguridad Nacional de los EEUU, según la cual la guerra contra el terrorismo es de tipo nuevo porque no tiene territorios ni frentes definidos ni los combatientes se identifican formalmente como tales por medio, por ejemplo, de un uniforme. De acuerdo con esto no sólo Assange, cualquier ciudadano es un terrorista potencial. En el caso de Assange se le podría aplicar además la curiosa doctrina penal estalinista de la culpabilidad objetiva, de acuerdo con la cual un reo era culpable de delito por cuanto, aun contra su intención, de su comportamiento se derivaba un apoyo objetivo a la causa del enemigo. ¿Y no ayudan a los terroristas de la Yihad en todas sus manifestaciones las revelaciones de Assange?

El joven científico australiano dice haberse esperado juego sucio del Departamento de Defensa, pero no la acusación de abusos sexuales en un juzgado de Suecia. El asunto tiene, desde luego, toda la pinta de ser un montaje. Pero pudiera ser cierto. En Suecia la justicia no es un cachondeo. Y no hay ser humano perfecto. Si lo fuera sería lamentable para la imagen pública personal de Assange. Pero no empañaría el valor inmarcesible de su hazaña, consistente es revelar los secretos de la guerra del imperio. Robar el fuego, la luz, a los dioses para entregárselo a los mortales, como Prometeo. Prometeo, el héroe filosófico por excelencia, el portador de la máxima de que "la verdad prevalece". Por eso es Assange un héroe de nuestro tiempo. Y si, como Prometeo, ha de pasar el resto de sus días entre crueles tormentos, ello será lamentable, pero seguirá siendo un héroe. Como lo seguirá siendo aunque la asechanza que contra él maquinen los servicios secretos tome otro derrotero.

Un héroe de nuestro tiempo. Oigo emplear mucho por ahí, sobre todo entre la izquierda, una terminología belicosa. Hay quien habla de trincheras y dice estar en lucha permanente y en batalla contra el enemigo. Pero todo el rastro que queda de esas lides ciclópeas son parrafadas en los comentarios a tal o cual articulo de tal o cual opinante en la guerra digital. La izquierda "transformadora" tiene tendencia a parecerse a la filosofía de la que un pragmático inglés decía que "es una cosa con la cual, sin la cual, el mundo permanece tal cual",. ¡Ah! se dice entonces, es que en el estado de fraccionamiento y atomización de la izquierda, ante la falta de unidad, no cabe hacer nada. Julian Assange es una minoría de uno y tiene en jaque el sistema.

En fin, eso no es lo más interesante. Para mí lo es la posición ética desde la que Assange ha lanzado su ataque a las guerras imperiales y que se resume en su cita de la famosa máxima de Hiram Johnson de que "la primera baja en la guerra es siempre la verdad". No es extraño que la recoja: Johnson era aislacionista y senador progresista de California, progre que dicen por aquí. Lo que Assange quiere es revelar la verdad de la guerra, en lo que se detecta cierta contradicción porque ya ha empezado por decir que es la primera baja en ella.

¿Será entonces que pretende que haya guerras en la que los combatientes digan siempre la verdad? Cualquiera sabe que el bando que diga siempre la verdad en la guerra la perderá. Si hay guerra vale todo, digan lo que digan las Convenciones de Ginebra y, si no vale todo y las Convenciones se respetan, el bando que lo haga perderá la guerra. No estoy inventándome nada. Es doctrina estratégica militar clásica y la consecuencia de la teoría de John Yoo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de California según la cual, en estado de guerra la prerrogativa del Presidente como comandante en jefe de la Fuerza se expande hasta soslayar las convenciones de Ginebra. El presidente de la prerrogativa en cuestión era Bush jr. y la guerra, la del terrorismo.

Visto el asunto así, pretender que la verdad reine en la guerra es ir contra la naturaleza misma de ésta. Y ya puestos, lo lógico es pedir la abolición de las guerras. Para esa finalidad las revelaciones de Julian Assange son preciosas porque ¿de verdad queremos seguir apoyando dos guerras, la del Afghanistán y la del Irak, en las que se está devastando dos países, saqueando sus riquezas, aniquilando sus culturas, diezmando a su población civil, aterrorizándola? ¿No sería mucho mejor poner fin a esas guerras de inmediato y llevar a sus responsables ante los tribunales?

(La primera imagen es una foto de espenmoe, la segunda de R_SH, ambas bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 8 de juliol del 2009

La estética del héroe.

Reposición de una peli de hace más de veinticinco años pero que mantiene todo su interés tanto cinematográfico como literario. Trata de profundizar en la tormentosa biografía de este extraordinario escritor, dramaturgo, poeta. La historia se narra en cuatro capítulos que se construyen de un modo similar: en un primer momento (y, por lo tanto, ya desde el comienzo del film y hasta su final) se cuenta minuto a minuto el último día de la vida de Mishima cuando, acompañado por cuatro hombres de absoluta confianza suya, entró en una academia militar/cuartel, retuvo al general al mando, lanzó una arenga a la tropa y luego se suicidó por la técnica tradicional en el Japón de la evisceración, el seppuku, que incluye además la decapitación del suicida. Después se recurre a algunas de las mejores obras del autor en la medida en que tienen algo de autobiográfico, en unos momentos que el director, Paul Schrader considera determinantes en la vida de Mishima. Por último, los episodios se cierran con alguna reflexión de la también abundante y original obra ensayística presidida por esa pretensión del diálogo entre la pluma y la espada que es característica de la moral caballeresca de los samurai y el autor de El mar de la fertilidad hizo suya y en la que brillan como gemas incrustadas sus diversas obsesiones con la pureza, la belleza, el arte y el mundo y, sobre todo, la muerte, tan heideggerianamente presente en la obra de Mishima que acabó coronando su vida con la suya dada por propia mano. Esta estructura narrativa sólo se rompe en el cuarto capítulo o episodio que versa exclusivamente sobre el "incidente" de aquella mañana del veinticinco de noviembre de 1970 en que el mundo se negó a recibir el mensaje de Mishima y éste llevó su fe en sus convicciones de vida de sacrificio, deber, patriotismo y lealtad al Emperador a sus últimas consecuencias.

Las obras de las que Schrader escoge los elementos narrativos de los tres primeros episodios son las Confesiones de una máscara, El pabellón de oro, Caballos desbocados y La casa de Kyoko con los que documenta con gran elegancia estilística y belleza narrativa (flash backs en blanco y negro y relatos en escenografías oníricas y surrealistas) algunos de los elementos que se reiteran en la vida y la obra de Mishima y forman la urdimbre de su atormentada y compleja personalidad: su formación y educación a manos de su abuela y el pronto reconocimiento de su homosexualidad, vivida en parte como un problema pero que no le impidió casarse con una mujer y tener dos hijos, todo ello extraído de las Confesiones de una máscara, el relato más típicamente autobiográfico de nuestro autor. De esta época es también esa ambigua imagen de Mishima convertido en una copia del San Sebastián de Guido Reni, a cuya visión siendo niño y según cuenta el mismo Mishima, tuvo su primera eyaculación.

No menos importancia tiene su manifiesto erostratismo (evidente hasta en el hecho simbólico del incendio del templo en El pabellón de oro) que es en buena medida lo que explica su aparatoso suicidio en presencia de todo el mundo a los cuarenta y cinco años y siendo ya por entonces un autor de considerable éxito y reconocimiento mundial. Él, que había cortejado el favor del público, que había escrito novelas baratas para satisfacerlo, afirmaba así, en el último momento, el valor de sus convicciones pues tenía el de predicar con el ejemplo que es justamente lo que por lo general falta en los casos de otros autores con parecidas inclinaciones tempranas a las de Yukio Mishima que hablan pero no hacen.

De Caballos desbocados, por cierto la tercera parte de su magnífica tetralogía, El mar de la fertilidad cuya última novela entregó Mishima al editor el mismo dia del incidente se recoge ese espíritu tradicionalista, exaltado, nostálgico del espíritu japonés puro que late en la conjura de la novela por acabar con la elite capitalista japonesa y restituir el valor del emperador en el último momento y que será lo que empuje a Mishima a fundar su Sociedad del escudo que acabó siendo un ejército privado suyo con uniformes que él mismo diseñó.

Tengo un gran respeto por la obra de Mishima y mayor admiración aun por su forma de enfocar su vida y su muerte porque, aunque difiero radicalmente de algunos de sus planteamientos (los de carácter autoritario, jerárquico, imperial, nacionalista, patriótico) coincido plenamente en otros como la autenticidad del artista, su obsesión por transformar el mundo con pautas estéticas, su valor y su integridad personal. Mishima representa un caso más de esa mezcla extraña entre literatura y mentalidad conservadora, incluso reaccionaria, que caracteriza también a otros autores importantes como Jünger o Céline entre otros; gentes a los que una crítica literaria generalmente de izquierda, ha mantenido acalladas hasta ahora.

Mishima, una vida en cuatro capítulos es una estupenda síntesis del sentido de la vida de un artista, un creador, un héroe de la batalla (aunque se libró del servicio militar a base de mentir, cosa que lo atormentó depués toda su vida) y un príncipe de las letras. Y una película que no ha envejecido en modo alguno, como se prueba, entre otras cosas por esa banda sonora fabulosa que es ya una historia en sí misma.

dijous, 30 d’abril del 2009

Mientras zumbaban las balas

He leído bastantes libros sobre la transición democrática en España y algunos sobre la intentona del 23 de febrero de 1981, momento crítico de aquel proceso de transición. Habitualmente los escriben politólogos, historiadores, juristas, sociólogos, periodistas o los propios protagonistas en forma de memorias. Yo mismo tengo algo garabateado sobre el asunto en forma de recopilaciones y alguna monografía. En la abundante bibliografía se encuentra de todo, desde obras muy estimables hasta verdadera basura. Pero nunca había leído una versión escrita por un literato. El libro de Javier Cercas (Anatomía de un instante, Barcelona, Mondadori, 2009, 463 págs) sobre la intentona del 23 de febrero no es una novela; antes bien, parece ser que, habiendo escrito una pero no considerándola suficientemente buena, el autor se decidió a dar otra forma a su relato. ¿Cuál? Es difícil de decir: la obra es una mezcla de géneros, en parte reportaje, en parte investigación histórica, en parte relato, narración con inventiva literaria. Sin duda difícil de etiquetar y que probablemente estará levantando ronchas en los distintos campos académicos que operan con un criterio de enclosures disciplinarias y que acusarán a Cercas de intrusismo, cuando menos.

Por fortuna el valor de las obras de los hombres depende de sus méritos intrínsecos y los de la obra de Cercas brillan muy altos. El novelista ha pintado un cuadro de la situación del país en aquellos meses de 1980 y 1981 que vieron la acelerada descomposición de la UCD, la dimisión de Suárez y la intentona golpista, una reconstrucción minuciosa tras una intensa labor de documentación. Al mismo tiempo nos ofrece una interpretación del sentido de aquel tiempo en su conjunto y de las motivaciones, intenciones, proyectos y justificaciones de los principales protagonistas de los hechos, una tarea de investigación psicológica en los personajes que revela un conocimiento profundo de sus personalidades y una gran calidad de creador y novelista.

Sirva lo anterior como un desahogo antes de añadir que Anatomía de un instante me parece una obra fascinante, de una calidad fuera de duda y que se lee con el interés y la intriga de una novela de aventuras siendo así que mantiene una muy convincente estructura de ensayo historiográfico. Pero no es historia en algún hipotético sentido académico lo que hace Cercas sino una interpretación del sentido de una época que consigue lo que pocas obras consiguen ya y menos en un tema tan trabajado como la transición, esto es, abrir perspectivas nuevas, proponer interpretaciones originales y que, al mismo tiempo, al menos para mí, son convincentes.

La obra está dividida en cinco partes de las cuales dos (la primera y la cuarta) describen pormenorizadamente los mecanismos de aquel golpe militar tan complejo y las otras tres cuentan los acontecimientos bien desde el punto de vista bien de las circunstancias de cada uno de los tres protagonistas que para Cercas tuvo aquel instante: Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. Los tres únicos miembros de la Cámara que no se tiraron al suelo ante la actitud conminatoria de los asaltantes sino que se mantuvieron sentados en sus escaños, imperturbables, mientras las balas zumbaban a su alrededor. Aparte de la mecánica propia de la intentona, el libro extrae su significado de ese encuentro casual de tres personas que comparten un destino y sus comportamientos así lo atestigua. Esa coincidencia de los tres personajes, en paralelo con los otros tres del otro bando, Alfonso Armada, Milans del Bosch y Antonio Tejero le permite hacer un tratamiento simétrico extraordinariamente subjetivo y que da al libro mucha de su prestancia.

En la Primera parte, que se titula La placenta del golpe, dice el autor que en el 23 de febrero se engarzan dos cosas distintas: una operación contra Adolfo Suárez pero no contra la democracia y otra contra Adolfo Suárez y contra la democracia. No son independientes pero tampoco son solidarias (p. 39). Por aquellos meses había un clima como previo a un golpe de Estado por cuanto, como señalaba el Paris Match de la época, se acumulaban la crisis económica, el terrorismo y el escepticismo ante las instituciones. Todo Madrid era un hervidero de conspiraciones contra Suárez. Recuerda el autor un artículo de Pilar Urbano en el Abc titulado "Todos estamos conspirando" (p. 46).

También conspiraba la Iglesia. La buena relación del Cardenal Tarancón con A. Suárez se rompe en el otoño de 1980 a causa del proyecto de ley del divorcio a tal punto que la Conferencia Episcopal, que estaba reunida el día 23, se disolvió sin decir nada, ni un gesto, ni una palabra en espera de ver cómo se resolvían las cosas tras la ocupación del Congreso. De todas formas, señala asimismo el autor, debe recordarse que los obispos no hicieron nada distinto de lo que hizo el conjunto del país: callarse, refugiarse en su casa y esperar a ver qué sucedía.

Por otro lado quien más conspiró contra Suárez fue su propio partido. Cercas tiene aquí tres explicaciones del desmoronamiento de Suárez que se produce en esos años: a) Suárez, que sabe hacer fácilmente lo difícil (desmontar una dictadura), no sabe hacer lo fácil (administrar una democracia); b) Suárez, hasta entonces un político de acero, se derrumba psicológicamente; c) los celos, rivalidades y traiciones en el interior de su propio partido (p. 68). A la altura de abril de 1980, Suárez se encuentra con que todos los jefes de la UCD lo desprecian, cosa que se pone de manifiesto en la época en una reunión extraordinaria de los jefes de la UCD tres días en Manzanares el Real, en donde hay una especie de sublevación, de fronda de los barones del partido.

Fuera de España la situación no era mejor pues mientras Suárez giraba a la izquierda en política exterior, el mundo lo hacía a la derecha (p. 74). Señala Cercas que los Estados Unidos estaban informados del golpe, cosa que deduce de una entrevista de Alfonso Armada con el embajador estadounidense, el ultraderechista Terence Todman el 13 de febrero en una finca cerca de Logroño(p. 76).

En los últimos meses de 1980 y primeros de 1981 todo el mundo conspira contra Suárez (p. 77). Sólo hay dos personajes que no lo hacen, Santiago Carrillo y Gutiérrez Mellado. Acerca de esta situación de universal conspiración había un informe del CESID de noviembre de 1980 y titulado Panorama de las operaciones en marcha. Este documento, el más útil, llega al Rey, a Adolfo Suárez, a Gutiérrrez Mellado y al ministro de Defensa, Agustín Rodriguez Sahagún. Según la primera parte del documento hay cuatro operaciones políticas, tres de la UCD y una del PSOE. La segunda parte cuenta tres operaciones militares en marcha, la de los tenientes generales, la de los coroneles y la de los "espontáneos" (p. 81). Y finalmente se registraba una conspiración cívico-militar, concebida como un "golpe blando", destinado, en teoría a impedir los otros. No se trata de eliminar la democracia sino de limitarla. Con todo, el informe no es del CESID. ¿Intervino el CESID en el golpe? El autor avanza un dato: intervino en dos de los cuatro movimientos de los golpes y en uno de ellos la intervención no fue anecdótica. (p. 87).

La segunda parte se titula Un golpista frente al golpe. Analiza con criterio y estilo literarios el gesto del general Gitiérrez Mellado de no dejarse tirar al suelo (como luego hará también con los de Carrillo y Suárez). Entiende que el gesto de Gutiérrez Mellado está lleno de furia, pero no contra los guardias civiles que lo zarandean sino contra sí mismo, a modo de contricción por su sublevación cuarenta años atrás contra el poder civil legítimo cuando él hacía lo que ahora hacían los guardias civiles que lo atacaban mientras que él estaba defendiendo la misma democracia que ayudó a liquidar cuarenta años antes.(p. 106) Según un cliché la transición fue posible gracias a un pacto de olvido pero Cercas entiende que, al revés, lo fue gracias a un pacto de recuerdo (p. 108) Quienes hicieron la transición supieron que no había que hacer ajuste de cuentas a quienes habían ajustado las cuentas durante cuarenta años, pero lo recordaban muy bien y no quisieron repetirlo (p. 109). Esta es una de mis escasas discrepancias con el autor: esta equidistancia entre unos y otros "ajustes de cuentas" no es acertada. Un posible "ajuste de cuentas" de la democracia sería siempre algo legal, a diferencia de lo que hicieron los sublevados, que fue establecer un régimen de delincuentes.

A Gutiérrez Mellado le hicieron la vida imposible. Después de la legalización del PCE (que fue un momento crucial en la transición) ya fue todo el ejército el que lo consideraba traidor, igual que a Adolfo Suárez, que había jurado fidelidad a los principios del Movimiento Nacional (p. 117). En un homenaje a militares asesinados por ETA Gutiérrez Mellado estuvo a punto de ser linchado por oficiales exaltados. A su vez el ultraje que sufrió en el congreso lo grabaron las cámaras. En su muerte Suárez citó unas palabras suyas "Dime la verdad, presidente: aparte del Rey, de ti y de mí, ¿hay alguien más que esté con nosotros?" (p. 132)

El golpe definitivo se lo dio a Suárez el Rey al retirarle su confianza (p. 139) pero como Suárez era un político puro no se fue, sino que lo echaron, lo echó la calle, el Parlamento, Roma, Washington, su partido, su derrumbe personal y, por fin, el Rey (p 148). Suárez dimitió como presidente del Gobierno para legitimarse como presidente del Gobierno (p. 151), pero no se agachó porque, aunque era un pícaro, un falangistilla de provincias y un arribista del franquismo que estaba dispuesto a jugarse el tipo por la democracia.

El CESID (que fue obra de Gutiérrez Mellado) contribuyó a parar el golpe; como lo hizo y lo consiguió el Rey (p. 160). Armada insistió en que la situación era grave pero no desesperada e insistió en que lo recibiera el Rey. Fernández-campo lo obligó a quedarse en el Cuartel General del Ejército con lo que el golpe ya había fracasado.

La tercera parte, (Un revolucionario frente al golpe) versa sobre el otro gesto, el de otro que tampoco quiso echarse al suelo y se mantuvo sentado mientras las balas zumbaban en torno suyo. Santigo Carrillo es de la generación que hizo la guerra. Como Gutiérrez Mellado, se sublevó en armas en 1934 en contra de la legalidad republicana y, como Gutiérrez Mellado, nunca se arrepintió. (p. 180). Carrillo tampoco quiso ajustar cuentas con quienes llevaban cuarenta años ajustándolas sin piedad (p. 181). Curiosamente, igual que las derechas jamás perdonaron su traición a Suárez ni a Gutiérrez Mellado, las izquierdas no perdonaron la suya a Santiago Carrillo (p. 183). Con la legalización de PCE empezó a fraguar el golpe de un lado y la sublevación comunista del otro. Carrillo había vendido la legalización con la promesa de que atraerían millones de votos (p. 198) porque el viejo político siempre creyó en la viabilidad de un Gobierno de "concentración nacional" con Adolfo Suárez (p. 200). Para todo ello había elaborado el oxímoron del comunismo democrático. En noviembre de 1977, en un viaje por los Estados Unidos, Carrilló anunció que en el siguiente IX Congreso el PCE abandonaría el leninismo y ahí es en donde comenzó la sublevación de la militancia (p. 201). Así, en abril de 1978, en el X congreso del PCE se adoptó el eurocomunismo y se abandonó el leninismo (p. 202). El PCE se dividió en "renovadores" (entre ellos, Tamames), "prosoviéticos" y "carrillistas" y el jefe de estos se enfrentó a una sublevación en el PCE parecida a la que hubo de afrontar Adolfo Suárez en UCD (p. 203). En vísperas del 23 de febrero Santiago Carrillo se aferra a Suárez igual que un náufrago a otro (p. 205). Sostiene el autor que nuestro hombre tuvo algo que ver en la matanza de Paracuellos (pp. 216/217) que la derecha jamás le perdonó.

Conviene recordar que, en el momento del golpe no hubo reacción popular digna de tal nombre. El país entero se encerró en su casa y no reaccionó (p. 209). Doy fe de ello. En aquella tarde recuerdo haberme llegado hasta la Carrera de San Jerónimo donde en el mejor momento llegamos a ser como cien de izquierdas que hubimos de responder a las agresiones de los grupos de la derecha sólo para disolvernos con una carga policial. Nadie defendió entonces el orden constitucional y democrático en las calles, que estaban vacías. La preocupación principal del Rey no fue sino qué harían los capitanes generales, la mitad de los cuales estaba más o menos comprometida con el golpe pero que, como un grupo de militares cobardes y sin honor que eran, se pusieron todos de inmediato a las órdenes del Rey (p. 234). Salvo Milans, ningún capitán general apoyó abiertamente el golpe pero, salvo Quintana Lacaci y Polanco, tampoco se opuso abiertamente a él (p.235).

En la cuarta parte, (Todos los golpes del golpe) se expone cómo la trama del golpe la urdieron Armada, Milans y Tejero y no existió trama civil alguna (p. 255). La trama civil era lo que Cercas llama "la placenta" del golpe. De los tres golpistas, Armada era el jefe político, Milans el jefe militar y Tejero el jefe operativo del detonante del golpe, esto es, el asalto al Congreso (p. 258). Armada, roído por la inquina a Suárez, que lo había deplazado de la Secretaría del Rey y pretendía recuperar su puesto y su ascendiente sobre el monarca (p. 261). Milans, un fascista que odiaba a Gutiérrez Mellado. Tejero un hombre de ultraderecha que odiaba a Santiago Carrillo (p. 268) El golpe del 23 de febrero fue, en realidad, tres golpes distintos (271). A este hilo desarrolla Cercas su muy brillante, ingeniosa y cierta teoría de la triple simetría: Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo de un lado frente a Alfonso Armada, Milans del Bosch y Antonio Tejero. Esta potente imagen del trío de militares golpistas frente al trío de reformistas (que, a su vez, tenían un pasado del que responder) que se mantienen firmes ante la intimidación y no se agachan cuando el tiroteo, es el punto fuerte del libro, su más ingeniosa explicación, la clave del arco de la interpretación de Cercas del tema eterno de las dos Españas: los golpistas y los defensores del orden democrático-constitucional a los que los golpistas acusan de traición puesto que, en realidad, abandonaron sus postulados primeros, Gutiérrez Mellado el franquismo militar, Suárez el Movimiento Nacional y Santiago Carrillo el leninismo revolucionario. Tiene aquí Cercas una brillante reflexión sobre valor de la traición en política que merece la pena citar in extenso. Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, "... traicionaron su lealtad a un error para construir su lealtad a un acierto; traicionaron a los suyos para no traicionarse a sí mismos; traicionaron el pasado para no traicionar el presente. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje pero otras veces es una forma de cobardía. (...) Quizá no sabemos con exactitud lo que es la lealtad ni lo que es la traición. Tenemos una ética de la lealtad, pero no tenemos una ética de la traición" (p. 274) Una ética de la traición quizá no sea posible pero sí una investigación sobre la conveniencia de la traición en el proceso político. Se la debemos a Denis Jeambar e Yves Rocaute, Elogio de la traición, Madrid, Gedisa, 1984, en la que se sostiene la tesis de que la traición es el mecanismo que posibilita el funcionamiento de los sistemas políticos y entre lo ejemplos que ponen destaca el del Rey Juan Carlos, traidor a los principios del Movimiento Nacional que había jurado defender.

En un momento dado Cercas se pregunta cuándo empezó todo y explica que casi siempre es imposible detectar el momento exacto del nacimiento de algo o su fin. En el caso del golpe, el ambiente en el que fue creciendo fue un conjunto de conversaciones privadas, de confidencias, de rumores, de sobreentendidos que Cercas llama "tejido casi inconsútil" (p. 277). La idea de que la situación exigía un Gobierno de unidad presidido por un militar era entonces la comidilla de Madrid (p. 279). Armada daba a entender que hablaba en nombre del Rey y así se reunió con Mújica en Lleida el 22 de octubre de 1980 y lo convenció para la idea del Gobierno de unidad (p. 281). Actualmente es una cuestión contrafáctica averiguar qué hubiera pasado si el "golpe blando" con apariencia de salvación de la democracia de Armada llega a triunfar, pero está claro que, a raíz del compromiso de Mújica, el PSOE hubiera desempeñado un papel tan poco gallardo como el que tuvo colaborando con la Dictadura de Primo de Rivera. Hay encerrado en la historia del PSOE un ramalazo de oportunismo antidemocrático bastante molesto. Después, Armada habló con Milans del Bosch quien quedó convencido de que aquel hablaba en nombre del Rey (p. 283) del que se suponía que respaldaba el golpe blando que, sin embargo, se deshizo cuando Adolfo Suárez dimitió (p. 290), lo que obligó a adelantar los planes y pasar del golpe cívico político a uno militar.

La quinta parte (¡Viva Italia!) está dedicada a averiguar las motivaciones de Suárez en aquellos meses y, por último, su decisión de no echarse al suelo y mantenerse sentado en su escaño. Sostiene Cercas que si Suárez llegó a presidente del Gobierno fue porque era un chisgarabís servicial y ambicioso, un gallito falangista (p. 353) que carecía del peso personal de algunos otros aspirantes, como Areilza o Fraga. Suárez, por su parte, nunca había querido ser otra cosa que presidente del Gobierno (p. 355).

Según mis noticias, así es. Propuse a Suárez para doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid hacia 1993. La Universidad lo aceptó pero aquellos años fueron muy problemáticos, plagados de escándalos y problemas y, como el Rey quería asistir a la ceremonia, el doctorado se fue aplazando y, entre tanto, yo lo iba tratando, preparando el galardón. En una de nuestras conversaciones me contó que, cuando le presentaron al entonces Príncipe de España, él le dijo algo así como "Juan Carlos, tú serás Rey de España pero te darás una hostia si no me nombras presidente del Gobierno". En lo que conozco al personaje puede ser verdad. Por cierto, este doctorado tuvo su aventura. En 1996, siendo rector Rafael Puyol, se desbloqueó la concesión pero el Rector me llamó y me dijo que finalmente habría concesión del doctorado Honoris Causa a Suárez pero que la Laudatio quería pronunciarla él. Me dio a entender que si yo me negaba (cosa lógica, dado que era el padrino del doctorando) el tema podría volver a empantanarse. Como lo que yo quería era que mi universidad reconociera Honoris Causa a Suárez, acepté, pero no asistí a la ceremonia que se basó en un expolio.

El caso es que aquel chisgarabís tendría que ser el hombre sin principios que pusiera en marcha el astuto plan de Torcuato Fernández Miranda para deshacer las Leyes Fundamentales del Movimiento desde dentro de la legalidad franquista a través de la Ley para la Reforma Política (p. 367). Suárez, en efecto, consiguió que los procuradores de Franco aprobaran la ley que los situaba al margen de la historia y lo consiguió amenazándolos o comprándolos directamente (p. 368). El caso es que a raíz de su éxito, la oposición tuvo que cambiar de táctica que ya no podía ser la ruptura ni siquiera la ruptura pactada sino que habría de ser la reforma pactada. La medida límite de esta vía fue la legalización del PCE (p. 371). A cambio de esta "traición" al espíritu de las Leyes Fundamentales del Movimiento, el PCE aceptó de una andanada la monarquia, la unidad de España y la bandera rojigualda (p. 372).

Cercas, que ha venido comparando al "falangistilla" con algunos conocidos héroes de novelas francesas del XIX, como Julien Sorel (el héroe de Rojo y Negro) Lucien Rubempré, de Balzac o Frédéric Moreau, de La educación sentimental, dedica ahora una especial atención a una semejanza que confiesa haber visto en El País entre Adolfo Suárez y el estafador y delincuente Emmanuelle Bordone a quien las circunstancias sitúan en un lugar heroico a pesar de él mismo: se le ofrece la oportunidad de hacerse pasar por el héroe de la resistencia General della Rovere con el fin de delatar a los alemanes al jefe de los partisanos italianos pero, al final, acaba identificándose con el personaje que interpreta y se redime de su vida de sinvergüenza y estafador, dejándose fusilar como si fuera el verdadero Della Rovere (p. 375) La historia está sacada del film de Roberto Rossellini, Il General della Rovere que interpretaba soberbiamente Vittorio de Sica.

La gran obra de Adolfo Suárez en aquellos años con los partidos políticos son los pactos de La Moncloa, la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías (p. 376). Cuando las cosas parecieron salirse de madre y Suárez quiso dar marcha atrás en las Autonomías ya era lo que Cercas llama "un político ortopédico y sin recursos" (p. 379). Adolfo Suárez no se tiró al suelo el 23 de febrero para redimirse a sí mismo y redimir al país por haber colaborado con el franquismo (p. 385). Esa es la ironía de esta historia magistralmente contada por Cercas: en aquel momento el gesto de los tres diputados que no se tiraron al suelo, Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo es la defensa misma de la democracia. Una democracia defendida por tres hombres que no habían sido demócratas en su vida pasada y que, en el caso de dos de ellos, se habían alzado en armas para derribarla. Y este es el gran secreto de la transición: que fue obra de personas que no venían de la democracia pero que, en el proceso, se convirtieron hasta el punto de arriesgar su vida por ella.

diumenge, 1 de març del 2009

Peregrino de la memoria (XLVI)

Una visita de Estado.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLV), titulada Gratos recuerdos).

Aprovecho el momento en que estoy inspirado y sin sueño para contarte una historia que tengo muy presente de aquellos tiempos. Andaba yo por los dieciséis años recién cumplidos y se había anunciado la visita a España del presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, el héroe de la Segunda Guerra Mundial acerca de la cual mis conocimientos eran por entonces un batiburrillo de datos de historia de bachillerato, cosas que me habían contado en casa (los canallas de los alemanes, lo heroicos maquisards franceses, con los que habían colaborado mis padres) y tebeos de Hazañas bélicas en los que las jerarquías eran claras y acentuadas: en la cúspide estaban los estadounidenses, que representaban el bien en todas su formas. Por debajo de ellos se encontraban los nazis alemanes (los fascistas italianos no salían nunca), que representaban el mal, pero no el mal absoluto, como se ha llegado a decir después, sino el mal relativo ya que el absoluto era un honor que quedaba reservado a los soviéticos y a los japoneses, aunque no necesariamente por ese orden. Así veía las cosas entonces. Aquella visita era para mí era una noticia emocionante. Podría ver en carne y hueso a Franco, de quien sólo había oído barbaridades en casa y a Eisenhower, acerca del cual los juicios de mi familia, sin ser encomiásticos, eran más benévolos. El régimen había hecho una gran despliegue propagandístico y tiempo después pude comprender todo el alcance de aquella visita que venía a ser como un espaldarazo internacional del llamado "mundo libre" a la zarrapastrosa dictadura militar en España, a la que Europa y los Estados Unidos habían tratado como apestada desde el fin de la guerra hasta 1953 o 1955.

Para garantizar la seguridad, el Gobierno había ordenado la detención preventiva de todos los rojos y elementos desafectos. Tiene gracia: recuerdo ahora una novela de Manuel Rico que se llama Los días de Eisenhower en que se relata esta visita del mandatario estadounidense con la mirada de un adolescente que podía ser perfectamente yo, que fui a verlo. En la novela de Rico se habla de una conjura de los comunistas para aprovechar la ocasión y matar a Franco. Eso era lo que la policía había pensado mucho antes de que Manolo naciera y, por supuesto, escribiera su magnífica novela. Formaba parte rutinaria del protocolo de preparación de los viajes de Franco a cualquier ciudad. ¿Que se anunciaba la visita del Caudillo a, digamos, Jaén? Los rojos que estuvieran en libertad condicional (lo cual es una forma de decir porque en aquellos años todo el mundo en España estaba en libertad condicional) ya tenían preparado su petate dos días antes porque estaban seguros de que la policía vendría a llevárselos para alejar de ellos cualquier tentación que sólo años después tomaría forma en la imaginación de Manolo Rico. Así vinieron por mi padre y se llevaron una sorpresa cuando les dijimos que se había marchado al extranjero y que vivía en Colombia. Uno de aquellos sujetos, un tipo malencarado con el típico bigotito fascista masculló que ojalá todos los rojos hijos de puta se fueran a freír puñetas al extranjero, mejor que nada a Rusia; y se marcharon por donde habían venido, no sin dejar dicho que volverían cualquier día menos pensado a hacernos una visita. La redada de republicanos, comunistas, socialistas, anarquistas fue bastante completa, según nos contó un viejo militante del PSUC que se había trasladado hacía poco a vivir a Madrid y como la policía no lo sabía no fue a detenerlo.

La visita tuvo lugar los días 21 y 22 de diciembre de 1959 y duró menos de veinticuatro horas, casi una escala técnica para resolver un mal trago diplomático: el dirigente del "mundo libre" abrazando a la criatura de Hitler y Mussolini. Ike aterrizó en la base de Torrejón a donde acudió Franco a recibirlo vestido de militar mientras que el estadounidense llegaba de civil. De allí fueron a Madrid en un helicóptero estadounidense y después se organizó una cabalgata de coches desde la Puerta de Alcalá, pasando por la Gran Vía, subiendo por Princesa y terminando en La Moncloa. Además de escenificar el ascenso internacional del "paria" España, para acallar las críticas nacionales e internacionales, Eisenhower trató de entrevistarse con "la oposición", cosa que no fue posible porque no la había, como le explicó amablemente el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella. El general gringo traía asimismo otra petición que repitió a Franco un par de veces: que el régimen aligerara la represión de los protestantes españoles, sin conseguir otra cosa que sonrisas del Caudillo, católico tridentino de remate, y un par de vagas promesas que jamás se cumplirían. Elló irritó sobremanera al estadounidense e hizo que la visita no diera otro fruto que aquella consagración internacional de España como correveidile y mucama de de los Estados Unidos en relaciones bilaterales, puesto que el resto de Europa seguía sin querer saber nada de Franco.

Estábamos de vacaciones por Navidad. El día 22 los niños de San Ildefonso cantaban los números coincidiendo con la marcha de Ike, quien dijo algo sobre la aportación de España a la defensa del mundo libre pero se negó a una declaración conjunta porque estaba irritado con la resistencia cazurra de Franco a abrir la mano en relación con los protestantes españoles. Poco podía suponer el vencedor de la Segunda Guerra Mundial que, en su fuero interno, el caudillo lo consideraba un repugnante masón. El gordo de la lotería, recuerdo, cayó en Valencia. El 21, cuando estaba prevista la cabalgata, hacía mucho frío. Mi madre me hizo ponerme un abrigo larguísimo, que casi me llegaba a los tobillos, de solapas muy anchas que me hacía parecer el judío Suss, y una bufanda a cuadros con la que nunca sabía qué hacer y que acababa metiendo en un bolsillo. Vino a recogerme mi amigo Ernesto del colegio, al que tú también conoces, igual que conoces a sus hijos y nos fuimos andando para instalarnos con tiempo en el parapeto de la plaza de Cristino Martos que da sobre la calle Princesa, justo pegando al Palacio de Liria y desde el que tendríamos una vista inmejorable. Ernesto llevaba una cámara fotográfica que había comprado su padre de contrabando pero, por algún motivo que no entendimos, las fotos no salieron. Yo me había hecho con unos prismáticos de campaña que habían pertenecido al mío y que nos dieron excelente resultado

Tienes que hacer un esfuerzo para imaginarte el Madrid de 1959 que era todavía una ciudad bastante cochambrosa. En concreto, el trayecto desde San Bernardo a Cristino Martos, yendo por Noviciado, que tenía un mercado churretoso, cruzando Amaniel, una calle estrecha, tortuosa y empinada para ir luego por San Bernardino hasta enlazar con la Travesía del Conde Duque, en donde terminaba un cuartel enorme de ese nombre (Conde Duque) que todavía albergaba por entonces un regimiento de remonta y hoy es un centro cultural de la Villa, era como un trayecto por las secuelas de la guerra civil, pero veinte años más tarde. El tiempo se había congelado en los adoquines de la calle y el forjado polvoriento de las ventanas del cuartel. La Plaza de Cristino Martos era una especie de descampado. Cuando llegamos había ya muchísima gente en los bordes de la calzada, abajo, esperando, pero pudimos coger muy buen sitio en la balaustrada de la plaza. Se oían vivas a Franco, cantos, un rumor poderoso de muchedumbre compuesta sobre todo por gente de paisano detrás de dos filas de soldados en uniforme de gala, una a cada lado de la calle. Se hacía raro no ver el azul de las camisas y el rojo de las boinas de los falangistas. Allí nos apostamos, preparando la cámara, que era un Kodak con estuche de cuero marrón oscuro y que luego nos dejó tirados probablemente por nuestra falta de pericia. Al cabo de una media hora, los sonidos lejanos de los aplausos que iban aproximándose nos indicaron que la comitiva se acercaba. Unos minutos más tarde irrumpían los motoristas formados en triángulo sobre sus máquinas relucientes, detrás venía un par de autos, creo recordar, aunque no estoy muy seguro y, luego, flanqueado por la guardia mora, el Cadillac descapotable en el que iban de pie los dos Jefes de Estado, Ike a la derecha de Franco que caía de nuestro lado, saludaba muy ufano en su uniforme y sonreía con mirada complacida. Estaba muy intrigado por ver sus rasgos de cerca y, gracias a los prismáticos, pude contemplarlo con bastante nitidez. Tenía exactamente el mismo rostro que estaba harto de ver en los sellos de correos y las pesetas llamadas "rubias". Me pareció anodino, sin expresión, con el pelo ralo peinado hacia atrás, el sempiterno bigotito y el belfo algo caído que, no sé por qué, supongo que por prejuicios, siempre identifiqué como de médico de pueblo. Imagino que si lo viera hoy por primera vez tendría una impresión distinta. Pero puedo asegurarte que para un chaval de dieciséis años fue algo emocionante. Ernesto hizo unas ocho o diez fotos a toda velocidad y luego me quitó los prismáticos para mirar a Eisenhower pero después me dijo que sólo pudo verle el cogote. Algo vio, desde luego porque el Presidente iba descubierto, con el sombrero en una mano mientras que Franco llevaba calada su gorra de plato.

Cuando quisimos darnos cuenta, la comitiva iba ya Princesa arriba y se llevaba con ella, como si los arrastrara, los aplausos, vítores y el inevitable ¡Franco, Franco, Franco! que los de mi generación y tres o cuatro anteriores y posteriores oiremos ya en nuestras pesadillas hasta el fin de nuestros días. Supongo que Franco estaría convencido de haber demostrado al yankee cuánto lo amaba su pueblo. A saber cómo se las habían arreglado la autoridades para concentrar aquel gentío; supongo que trayéndolo en autobuses.

Yo me quedé algo desconcertado porque la emoción, tan intensa unos segundos antes, se desvaneció en un santiamén. Se suponía que acaba de asistir a un acontecimiento histórico de primer orden, pero ya no tenía esa sensación. Mientras volvíamos a casa le pregunté a Ernesto qué creía él que había venido a hacer Eisenhower a Madrid y él me contestó que no tenía ni idea pero que su padre decía que los americanos admiraban a Franco porque había derrotado al comunismo y la verdad es que los dos nos reímos. Luego he de confesarte que habíamos quedado con dos chicas con las que salíamos juntos, dos muchachas que estudiaban en el Instituto femenino Lope de Vega que estaba enfrente de mi ventana en la calle San Bernardo. Todavía me acuerdo de cómo se llamaban y hasta podría describírtelas, pero no es de eso de lo que trata este correo, sino de cómo era el país, la capital, Madrid, la cutrez de la época, las bostas de caballo en la calle del Conde Duque y los tranvias destartalados que bajaban como si fueran a estrellarse por la calle de San Bernardo y la subían renqueando. Madrid en los años cincuenta. Un pueblo polvoriento.

divendres, 14 de novembre del 2008

El arte y los dioses.

Hace más de veinte días que el Museo de El Prado abrió una exposición de cuadros de Rembrandt. No es que sea mucho porque vienen a ser dos docenas de telas de muy desiguales épocas y facturas casi todas centradas en temas bíblicos y mitológicos, pero hay piezas de mucho interés, poco vistas, que hace que la visita sea muy recomendable. Hay por ejemplo un par de autorretratos: el que ilustra el folleto (a la izquierda), muy curioso y poco frecuente en la obra del pintor holandés. Aparece vestido de oriental con un perro. Y cuando digo poco frecuente hay que señalar que es el único entre los autorretratos de Rembrandt que son (al menos que yo conozca) veinticinco. Él mismo fue siempre el tema que más interesó a Rembrandt que estuvo autorretratándose toda su vida, como si quisiera dejar minuciosa constancia del paso del tiempo y de sus cambios personales. Cierto que la vida del artista, sin ser muy larga, conoció muchos altibajos, tuvo dos mujeres, se le murió el hijo Titus ya mayorcito, se arruinó y volvió a salir a flote. Es decir, padeció los altibajos de la fortuna. Pero su afición a observarse venía ya de siempre, desde su primera juventud, antes de saber lo que le depararía el destino. Su primer autorretrato es de 1626 teniendo él escasos veinte años. Aparece empequeñecido frente al caballete y con gesto de perplejidad, como si nos trasmitiera su pregunta de si conseguiría abrirse camino en la pintura. El autorretrato de oriental es de 1631, el año que consigue el reconocimiento en plena juventud y se traslada a Amsterdam, en donde compra una buena casa y monta su taller. Es, como se ve, un hombre confiado, en actitud de cierta arrogancia que se permite el lujo de disfrazarse de un exotismo muy de moda entonces.

Los tres últimos autorretratos datan de 1669, el año de su muerte. Entre ellos el que también se encuentra en la exposición aquí a la derecha en el que aparece como Zeuxis de quien se cuenta que murió de risa mientras retrataba a una mujer muy fea. Una humorada del artista que se siente ya próximo a la muerte y que, además, como se ve, se representa con ese trazo inseguro, discontinuo, que le deshace el rostro que a su vez se confunde con el fondo en la zona de sombra. La expresión una mezcla de hastío y escepticismo. Buena pareja ambos retratos.

La exposición sin embargo se centra como decía en temas bíblicos y mitológicos. Hay alguna cosa interesante y la finalidad de los responsables parece haber sido subrayar los evidentes rasgos de Rubens en la obra de Rembrandt. Claro, obviamente, estos son más palpables si hay comunidad de temas: la Biblia y la mitología son las grandes fuentes en las que bebe Rubens. Hubiera sido mucho más difícil demostrar el parecido si nos centráramos en la pintura "civil", esencial en la obra de Rembrandt e inexistente en la de Rubens, que pinta siempre para la nobleza secular o eclesiástica mientras que el de Amsterdam lo hace también para los gremios y los burgueses. Será difícil encontrar similitudes rubensianas en la Ronda de noche o la Lección de anatomía. No es difícil en cambio encontrarlas en obras como Sansón cegado por los filisteos, aquí a la izquierda y en la exposición), los colores, los escorzos, la violencia de la escena (uno de los filisteos está clavando un puñal en el ojo derecho del caudillo israelita), el apelotonamiento de las figuras, su expresividad (véase el gesto de Dalila huyendo con la cabellera) son completamente rubensianos. No tanto la distribución de luces y sombras que muestra aquí la maestría de Rembrandt en el claroscuro pero sí en la distribución del espacio pictórico, con los cuerpos revueltos, la lucha, en la parte inferior. Y lo mismo sucede con su magnífica Artemis, que también está en la exposición, aunque el responsable muestra su duda de si realmente se trata de Artemis o de Judith preparándose para su hazaña. Asunto interesante. Personalmente me inclino por Artemis más sólo porque me fío de mi intuición. Yo jamás representaría a Judith como una matrona y supongo que Rembrandt tampoco.

Pero me niego a adjudicar a Rembrandt una condición de seguidismo de Rubens. Hay mucha pintura rembrandtiana incluso de temas bíblicos y mitológicos que debe muy poco o nada al pintor católico educado en Amberes. Por ejemplo, considérese su Danae (que no está en la exposición, lo que es una pena) obra también relativamente temprana, llena de fuerza y de vida, pero de expresión contenida, con una versión del famoso mito muy original pues Danae aparece como recibiendo la lluvia de oro en el momento en que ésta anuncia su llegada y alza el brazo derecho en actitud de acogida, como si quisiera acariciar a Zeus, a quien estaría viendo. La parte material de la historia queda relegada a las penumbras del segundo plano donde la criada se apresta a recoger las monedas que caigan en su regazo. Obsérvese que la composición tiene una estructura parecida a la del Sansón solo que aquí la luz no entra por el hueco de la tienda que está en sombras, sino que es una luz dorada cenital que nos pone sobre la pista de su carácter divino y que al alumbrar el cuerpo de Danae, objeto de deseo del rey de los dioses le presta una especial sensualidad. Seguramente por eso hace unos años el cuadro, que está en el Hermitage, sufrió un ataque vandálico de un perturbado que le echó ácido encima y lo acuchilló. Ahora lo han restaurado.

A quien la exposición de Rembrandt resulte insuficiente sólo tiene que pasarse a las otras salas del nuevo edificio de los Jerónimos en las que, al tiempo que la de Rembrandt, hay una exposición de esculturas de la galería del Albertinum en Dresde, que está tempralmente cerrado por reformas. Muy buena idea traerlas a España porque el Albertinum tiene una estupenda colección de esculturas helenísticas y romanas, la mayoría copia de otras muy famosas. En la época helenística, que muchos consideran una de las más importantes etapas del pensamiento humano, la escultura no solamente está lejos ya del carácter rudimentario del tiempo arcaico, sino también del relativo hieratismo de la época clásica. La majestad de las deidades entonces representadas (Palas Atenea, Afrodita, Apolo el propio Zeus criso elefantino) deja paso a figuras más movidas, agitadas, pletóricas, lo que hace que abunden representaciones de ménades, bacantes, así como máscaras de las artes escénicas de acusada expresividad. El panteón también se populariza y, junto a las divinidades tradicionales, los habitantes de siempre del Olimpo, aparecen las más relacionadas con los cultos báquicos, panes y silenos, todo lo cual es testimonio de otro modo de entender la vida, más terrenal, más dado al goce de los placeres, la música, la danza y las fiestas.

De todas formas siempre que tengo ocasión de contemplar esculturas clásicas no puede dejar de pensar que todas (o casi todas) estas estatuas que nosotros vemos del color de la piedra o el marmol, esto es, sin color, estaban policromadas, casi todas tenian pintados labios y ojos y en no infrecuentes casos piedras preciosas incrustadas. EL tiempo y la codicia se lo ha ido comiendo todo y nosotros, viendo estos magníficos restos, elucubramos sobre la sobriedad del arte clásico ajeno, a nuestro equivocado parecer a los colorines. Le ocurre un poco lo que pasa con el cine en color y en blanco y negro. Las pelis que estamos acostumbrados a ver en blanco y negro están bien así y así también las que hemos visto en color. Pero tratemos (hoy es posible) de colorear las cintas en blanco y negro o quitar el color a las que lo llevan. Nos parece que nos han quitado algo en ambos casos. Lo mismo pasa con gran parte de la escultura clásica; lo que sucede es que como la pérdida no ha sido brusca sino a lo largo de los años y de los siglos hemos empezado a teorizar equivocadamente sobre su sobriedad. Realmente la había y si uno mira reproducciones de estas estatuas coloreadas (hay una Universidad en los EEUU, no recuerdo cual, cuyo departamente de arte colorea las estatuas), al principio hay un choque, pero acabo uno acostumbrándose. Parece mentira en cierto modo. A la derecha un busto de la exposión (ésta tiene muchos bustos, algunos francamente exquisitos) que es una copia de uno de Alejandro hacia el 330 a.d.C. que representa al macedonio, hermosísimo, en la plenitud de la vida, con veinte años (Ara que tinc vint anys...), como una mezcla de dios y héroe. Veinte años, como en el caso del primer autorretrato de Rembrandt, pero con una expresión muy distinta pues lo que en el pintor es incertidumbre es serena seguridad en el escultor. El busto es pura manifestación de un espíritu libre que llevaba en sí el canon de la belleza absoluta que luego se impondría en todo Occidente. Este Alejandro de hace veintitrés siglos en infinitamente más de hoy que cualquier cosa que se esculpiera después hasta el siglo XVI. Y los del siglo XVI fueron a buscar en él la fuente de inspiración.