dimarts, 10 de juliol del 2012

Bajo la lupa.

Los siete años y medio de gobierno de Rodríguez Zapatero, sus dos legislaturas, han sido trepidantes, repletas de acontecimientos, de crisis, de confrontaciones, crispaciones y sobresaltos. La primera legislatura enfrentó a un gobierno a la ofensiva reformista con una calle literalmente tomada por la derecha de la derecha de la derecha. La segunda, un gobierno ahora a la defensiva pero también reformista con una calle tomada por la izquierda de la izquierda de la izquierda. ¿Qué había pasado? Que los tiempos habían cambiado radicalmente y, llegado el momento de la decisión suprema, teniendo que optar entre perserverar en las políticas de izquierda, de expansión tímidamente keynesiana o girar 180º y abrazar las de la derecha, Zapatero eligió lo segundo. ¿Por qué?
Según pasen los años habrá más y más estudios sobre este periodo porque la respuesta a esa pregunta quizá encierre la clave del retroceso de la izquierda. En realidad, es lo que dice el autor de este libro (Ignacio Sánchez-Cuenca (2012) Años de cambios, años de crisis. Ocho años de gobiernos socialistas, 2004-2011. Madrid: La Catarata/Fundación Altenativas. 108 pp.) en un artículo de El País de 8 de abril de 2012, titulado Un problema de impotencia, cuya tesis viene a ser que el problema de la socialdemocracia es que, cuando tiene el poder, no acierta a poner en práctica sus ideas. Es posible. Conviene empezar por saber cuáles sean esas ideas y quizá quepa concluir que, siendo las ideas practicables, a lo mejor el problema es que se está en el poder pero no se tiene el poder, que es también una explicación frecuente del fenómeno aunque no necesariamente cierta. También cabe pensar que los dirigentes de la izquierda suelen ser de izquierda hasta cierto punto tanto cronológico como intelectual. Una experiencia frecuente en la vida cotidiana a la vista de la cantidad de gente que pasa de la izquierda a la derecha.
En todo caso interesa leer análisis sobre el periodo, sobre todo si son de autores que hablan con autoridad, como es el caso de Sánchez-Cuenca. Esta virtud le viene de su larga dedicación al asunto. Tiene otro libro colectivo compilado con Anna Bosco y publicado simultáneamente en Italia y aquí, titulado La España de Zapatero. Años de cambios, 2004-2008 (Fundación Pablo Iglesias), alguno de sus libros anteriores, aun siendo más teóricos, apuntan en la misma dirección del desarrollo de una teoría política socialdemócrata. Por último colabora con la Fundación Alternativas y en la redacción de su informe anual sobre la calidad de la democracia en España. Así que si alguien puede hablar con autoridad sobre los gobiernos de Zapatero, es Sánchez-Cuenca.
Y quizá lo haga con demasiada. Hay una excesiva cercanía entre el autor y su objeto de estudio, una implicación personal que todo estudioso de ciencias sociales sabe que está llena de peligros. Quizá no sea yo el más adecuado para señalarlo pues coincido en bastantes puntos con el análisis de Sánchez-Cuenca. Pero no en todos. Y en esas discoincidencias es en donde puede estar el interés de una confrontación de opiniones.
Sin duda el libro de S-C está lleno de datos y hechos verificables, a veces con profusión. Hay cuadros que llegan a hacerse pesados a fuerza de meticulosos. Pero son méritos, desde luego. Que quedarían realzados si el autor abordara un terreno más explicativo que descriptivo. Por ejemplo, en el primer capítulo, que relata el proyecto de ZP en términos teóricos a cuenta de su republicanismo, superador de la "Terceraª Vía" a través de la casi homófona "Nueva Vía", no hay mención al momento en que nuestro héroe hace una manifestación de un profundo calado teórico que provoca un terremoto. Preguntado por el problema nacional catalán, responde Zapatero que la nación "es un concepto discutido y discutible", como ha pensado siempre cierto sector de la izquierda que se piensa cosmopolita. Y aquí salta la derecha, hacen erupción los fuegos del averno y se acusa a Zapatero de traicionar a la Patria. El concepto de nación (española) es indiscutible. Es el comienzo del fin de la izquierda que no se atreve a defender su opinión sobre la relatividad de la nación porque, si lo hiciera, se escindiría y quedaría aniquilada en unas elecciones. Aceptado esto, se explican bastantes cosas de lo sucedido después.
El capítulo sobre los gobiernos de Zapatero es apabullante: ministr@ por ministr@ y ministerio por ministerio. Viene a concluir que la política de organización ministerial del PSOE fue algo caótica, sobre todo en cuestiones de educación, cultura, materias sociales, etc. Dudo de que eso sea peculiar de los gobiernos de Zapatero o de todos. No sé si hay más de uno o dos ministros de Educación en los últimos 50 años que no haya reformado por ley el conjunto de la enseñanza. El de ahora está en ello. Lo que más me gustó fue la creación del ministerio de la Igualdad que puso a los machistas del Reino a cien por hora y lo que más me entristeció fue que lo degradaran y lo "desaparecieran" en la segunda legislatura fruto, en mi opinión, del choque de Zapatero con el principio de la realidad, personalizada en la iglesia. Ahí S-C entra a saco. Luego de analizar con todo detalle el grado de cumplimiento de los dos programas de 2004 y 2008, levanta acta de los incumplimientos más clamorosos pero no me parece que indague con interés en las razones. No es lo mismo dejar sin regular el consejo de EFE que meter en un cajón el plan de separación de la iglesia y el Estado y la ley de laicidad.
La segunda legislatura fue un caos. La primera parte, de lucha contra una crisis declarada inexistente con unos instrumentos que después se juzgarían totalmente equivocados y la segunda, con un giro de 180º en la Noche de Walpurgis en que Zapatero regresó de Bruselas convertido en otro y, habiendo decidido sacrificarse para salvar a la Patria, como un nuevo Marco Murcio, ("me cueste lo que me cueste" se lo oyó decir en hora trágica), se lanzó a la sima del neoliberalismo. Pero a diferencia de lo sucedido con Marco Murcio, la sima no se cerró y aquí seguimos nosotros, asomados a ella, reforma tras reforma, recorte tras recorte.
En fin, está muy bien el libro de S-C; se lee con provecho y agrado y sin poder evitar un sentimiento de nostalgia cuando el autor concluye diciendo que si la izquierda socialdemócrata aspira a algo tiene que resolver "la cuestión de cómo las instituciones políticas pueden cambiar las relaciones de poder económico existentes. Este parece un reto inexcusable para el futuro." Sí, el reto de la revolución.