dijous, 30 d’abril del 2009

Mientras zumbaban las balas

He leído bastantes libros sobre la transición democrática en España y algunos sobre la intentona del 23 de febrero de 1981, momento crítico de aquel proceso de transición. Habitualmente los escriben politólogos, historiadores, juristas, sociólogos, periodistas o los propios protagonistas en forma de memorias. Yo mismo tengo algo garabateado sobre el asunto en forma de recopilaciones y alguna monografía. En la abundante bibliografía se encuentra de todo, desde obras muy estimables hasta verdadera basura. Pero nunca había leído una versión escrita por un literato. El libro de Javier Cercas (Anatomía de un instante, Barcelona, Mondadori, 2009, 463 págs) sobre la intentona del 23 de febrero no es una novela; antes bien, parece ser que, habiendo escrito una pero no considerándola suficientemente buena, el autor se decidió a dar otra forma a su relato. ¿Cuál? Es difícil de decir: la obra es una mezcla de géneros, en parte reportaje, en parte investigación histórica, en parte relato, narración con inventiva literaria. Sin duda difícil de etiquetar y que probablemente estará levantando ronchas en los distintos campos académicos que operan con un criterio de enclosures disciplinarias y que acusarán a Cercas de intrusismo, cuando menos.

Por fortuna el valor de las obras de los hombres depende de sus méritos intrínsecos y los de la obra de Cercas brillan muy altos. El novelista ha pintado un cuadro de la situación del país en aquellos meses de 1980 y 1981 que vieron la acelerada descomposición de la UCD, la dimisión de Suárez y la intentona golpista, una reconstrucción minuciosa tras una intensa labor de documentación. Al mismo tiempo nos ofrece una interpretación del sentido de aquel tiempo en su conjunto y de las motivaciones, intenciones, proyectos y justificaciones de los principales protagonistas de los hechos, una tarea de investigación psicológica en los personajes que revela un conocimiento profundo de sus personalidades y una gran calidad de creador y novelista.

Sirva lo anterior como un desahogo antes de añadir que Anatomía de un instante me parece una obra fascinante, de una calidad fuera de duda y que se lee con el interés y la intriga de una novela de aventuras siendo así que mantiene una muy convincente estructura de ensayo historiográfico. Pero no es historia en algún hipotético sentido académico lo que hace Cercas sino una interpretación del sentido de una época que consigue lo que pocas obras consiguen ya y menos en un tema tan trabajado como la transición, esto es, abrir perspectivas nuevas, proponer interpretaciones originales y que, al mismo tiempo, al menos para mí, son convincentes.

La obra está dividida en cinco partes de las cuales dos (la primera y la cuarta) describen pormenorizadamente los mecanismos de aquel golpe militar tan complejo y las otras tres cuentan los acontecimientos bien desde el punto de vista bien de las circunstancias de cada uno de los tres protagonistas que para Cercas tuvo aquel instante: Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. Los tres únicos miembros de la Cámara que no se tiraron al suelo ante la actitud conminatoria de los asaltantes sino que se mantuvieron sentados en sus escaños, imperturbables, mientras las balas zumbaban a su alrededor. Aparte de la mecánica propia de la intentona, el libro extrae su significado de ese encuentro casual de tres personas que comparten un destino y sus comportamientos así lo atestigua. Esa coincidencia de los tres personajes, en paralelo con los otros tres del otro bando, Alfonso Armada, Milans del Bosch y Antonio Tejero le permite hacer un tratamiento simétrico extraordinariamente subjetivo y que da al libro mucha de su prestancia.

En la Primera parte, que se titula La placenta del golpe, dice el autor que en el 23 de febrero se engarzan dos cosas distintas: una operación contra Adolfo Suárez pero no contra la democracia y otra contra Adolfo Suárez y contra la democracia. No son independientes pero tampoco son solidarias (p. 39). Por aquellos meses había un clima como previo a un golpe de Estado por cuanto, como señalaba el Paris Match de la época, se acumulaban la crisis económica, el terrorismo y el escepticismo ante las instituciones. Todo Madrid era un hervidero de conspiraciones contra Suárez. Recuerda el autor un artículo de Pilar Urbano en el Abc titulado "Todos estamos conspirando" (p. 46).

También conspiraba la Iglesia. La buena relación del Cardenal Tarancón con A. Suárez se rompe en el otoño de 1980 a causa del proyecto de ley del divorcio a tal punto que la Conferencia Episcopal, que estaba reunida el día 23, se disolvió sin decir nada, ni un gesto, ni una palabra en espera de ver cómo se resolvían las cosas tras la ocupación del Congreso. De todas formas, señala asimismo el autor, debe recordarse que los obispos no hicieron nada distinto de lo que hizo el conjunto del país: callarse, refugiarse en su casa y esperar a ver qué sucedía.

Por otro lado quien más conspiró contra Suárez fue su propio partido. Cercas tiene aquí tres explicaciones del desmoronamiento de Suárez que se produce en esos años: a) Suárez, que sabe hacer fácilmente lo difícil (desmontar una dictadura), no sabe hacer lo fácil (administrar una democracia); b) Suárez, hasta entonces un político de acero, se derrumba psicológicamente; c) los celos, rivalidades y traiciones en el interior de su propio partido (p. 68). A la altura de abril de 1980, Suárez se encuentra con que todos los jefes de la UCD lo desprecian, cosa que se pone de manifiesto en la época en una reunión extraordinaria de los jefes de la UCD tres días en Manzanares el Real, en donde hay una especie de sublevación, de fronda de los barones del partido.

Fuera de España la situación no era mejor pues mientras Suárez giraba a la izquierda en política exterior, el mundo lo hacía a la derecha (p. 74). Señala Cercas que los Estados Unidos estaban informados del golpe, cosa que deduce de una entrevista de Alfonso Armada con el embajador estadounidense, el ultraderechista Terence Todman el 13 de febrero en una finca cerca de Logroño(p. 76).

En los últimos meses de 1980 y primeros de 1981 todo el mundo conspira contra Suárez (p. 77). Sólo hay dos personajes que no lo hacen, Santiago Carrillo y Gutiérrez Mellado. Acerca de esta situación de universal conspiración había un informe del CESID de noviembre de 1980 y titulado Panorama de las operaciones en marcha. Este documento, el más útil, llega al Rey, a Adolfo Suárez, a Gutiérrrez Mellado y al ministro de Defensa, Agustín Rodriguez Sahagún. Según la primera parte del documento hay cuatro operaciones políticas, tres de la UCD y una del PSOE. La segunda parte cuenta tres operaciones militares en marcha, la de los tenientes generales, la de los coroneles y la de los "espontáneos" (p. 81). Y finalmente se registraba una conspiración cívico-militar, concebida como un "golpe blando", destinado, en teoría a impedir los otros. No se trata de eliminar la democracia sino de limitarla. Con todo, el informe no es del CESID. ¿Intervino el CESID en el golpe? El autor avanza un dato: intervino en dos de los cuatro movimientos de los golpes y en uno de ellos la intervención no fue anecdótica. (p. 87).

La segunda parte se titula Un golpista frente al golpe. Analiza con criterio y estilo literarios el gesto del general Gitiérrez Mellado de no dejarse tirar al suelo (como luego hará también con los de Carrillo y Suárez). Entiende que el gesto de Gutiérrez Mellado está lleno de furia, pero no contra los guardias civiles que lo zarandean sino contra sí mismo, a modo de contricción por su sublevación cuarenta años atrás contra el poder civil legítimo cuando él hacía lo que ahora hacían los guardias civiles que lo atacaban mientras que él estaba defendiendo la misma democracia que ayudó a liquidar cuarenta años antes.(p. 106) Según un cliché la transición fue posible gracias a un pacto de olvido pero Cercas entiende que, al revés, lo fue gracias a un pacto de recuerdo (p. 108) Quienes hicieron la transición supieron que no había que hacer ajuste de cuentas a quienes habían ajustado las cuentas durante cuarenta años, pero lo recordaban muy bien y no quisieron repetirlo (p. 109). Esta es una de mis escasas discrepancias con el autor: esta equidistancia entre unos y otros "ajustes de cuentas" no es acertada. Un posible "ajuste de cuentas" de la democracia sería siempre algo legal, a diferencia de lo que hicieron los sublevados, que fue establecer un régimen de delincuentes.

A Gutiérrez Mellado le hicieron la vida imposible. Después de la legalización del PCE (que fue un momento crucial en la transición) ya fue todo el ejército el que lo consideraba traidor, igual que a Adolfo Suárez, que había jurado fidelidad a los principios del Movimiento Nacional (p. 117). En un homenaje a militares asesinados por ETA Gutiérrez Mellado estuvo a punto de ser linchado por oficiales exaltados. A su vez el ultraje que sufrió en el congreso lo grabaron las cámaras. En su muerte Suárez citó unas palabras suyas "Dime la verdad, presidente: aparte del Rey, de ti y de mí, ¿hay alguien más que esté con nosotros?" (p. 132)

El golpe definitivo se lo dio a Suárez el Rey al retirarle su confianza (p. 139) pero como Suárez era un político puro no se fue, sino que lo echaron, lo echó la calle, el Parlamento, Roma, Washington, su partido, su derrumbe personal y, por fin, el Rey (p 148). Suárez dimitió como presidente del Gobierno para legitimarse como presidente del Gobierno (p. 151), pero no se agachó porque, aunque era un pícaro, un falangistilla de provincias y un arribista del franquismo que estaba dispuesto a jugarse el tipo por la democracia.

El CESID (que fue obra de Gutiérrez Mellado) contribuyó a parar el golpe; como lo hizo y lo consiguió el Rey (p. 160). Armada insistió en que la situación era grave pero no desesperada e insistió en que lo recibiera el Rey. Fernández-campo lo obligó a quedarse en el Cuartel General del Ejército con lo que el golpe ya había fracasado.

La tercera parte, (Un revolucionario frente al golpe) versa sobre el otro gesto, el de otro que tampoco quiso echarse al suelo y se mantuvo sentado mientras las balas zumbaban en torno suyo. Santigo Carrillo es de la generación que hizo la guerra. Como Gutiérrez Mellado, se sublevó en armas en 1934 en contra de la legalidad republicana y, como Gutiérrez Mellado, nunca se arrepintió. (p. 180). Carrillo tampoco quiso ajustar cuentas con quienes llevaban cuarenta años ajustándolas sin piedad (p. 181). Curiosamente, igual que las derechas jamás perdonaron su traición a Suárez ni a Gutiérrez Mellado, las izquierdas no perdonaron la suya a Santiago Carrillo (p. 183). Con la legalización de PCE empezó a fraguar el golpe de un lado y la sublevación comunista del otro. Carrillo había vendido la legalización con la promesa de que atraerían millones de votos (p. 198) porque el viejo político siempre creyó en la viabilidad de un Gobierno de "concentración nacional" con Adolfo Suárez (p. 200). Para todo ello había elaborado el oxímoron del comunismo democrático. En noviembre de 1977, en un viaje por los Estados Unidos, Carrilló anunció que en el siguiente IX Congreso el PCE abandonaría el leninismo y ahí es en donde comenzó la sublevación de la militancia (p. 201). Así, en abril de 1978, en el X congreso del PCE se adoptó el eurocomunismo y se abandonó el leninismo (p. 202). El PCE se dividió en "renovadores" (entre ellos, Tamames), "prosoviéticos" y "carrillistas" y el jefe de estos se enfrentó a una sublevación en el PCE parecida a la que hubo de afrontar Adolfo Suárez en UCD (p. 203). En vísperas del 23 de febrero Santiago Carrillo se aferra a Suárez igual que un náufrago a otro (p. 205). Sostiene el autor que nuestro hombre tuvo algo que ver en la matanza de Paracuellos (pp. 216/217) que la derecha jamás le perdonó.

Conviene recordar que, en el momento del golpe no hubo reacción popular digna de tal nombre. El país entero se encerró en su casa y no reaccionó (p. 209). Doy fe de ello. En aquella tarde recuerdo haberme llegado hasta la Carrera de San Jerónimo donde en el mejor momento llegamos a ser como cien de izquierdas que hubimos de responder a las agresiones de los grupos de la derecha sólo para disolvernos con una carga policial. Nadie defendió entonces el orden constitucional y democrático en las calles, que estaban vacías. La preocupación principal del Rey no fue sino qué harían los capitanes generales, la mitad de los cuales estaba más o menos comprometida con el golpe pero que, como un grupo de militares cobardes y sin honor que eran, se pusieron todos de inmediato a las órdenes del Rey (p. 234). Salvo Milans, ningún capitán general apoyó abiertamente el golpe pero, salvo Quintana Lacaci y Polanco, tampoco se opuso abiertamente a él (p.235).

En la cuarta parte, (Todos los golpes del golpe) se expone cómo la trama del golpe la urdieron Armada, Milans y Tejero y no existió trama civil alguna (p. 255). La trama civil era lo que Cercas llama "la placenta" del golpe. De los tres golpistas, Armada era el jefe político, Milans el jefe militar y Tejero el jefe operativo del detonante del golpe, esto es, el asalto al Congreso (p. 258). Armada, roído por la inquina a Suárez, que lo había deplazado de la Secretaría del Rey y pretendía recuperar su puesto y su ascendiente sobre el monarca (p. 261). Milans, un fascista que odiaba a Gutiérrez Mellado. Tejero un hombre de ultraderecha que odiaba a Santiago Carrillo (p. 268) El golpe del 23 de febrero fue, en realidad, tres golpes distintos (271). A este hilo desarrolla Cercas su muy brillante, ingeniosa y cierta teoría de la triple simetría: Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo de un lado frente a Alfonso Armada, Milans del Bosch y Antonio Tejero. Esta potente imagen del trío de militares golpistas frente al trío de reformistas (que, a su vez, tenían un pasado del que responder) que se mantienen firmes ante la intimidación y no se agachan cuando el tiroteo, es el punto fuerte del libro, su más ingeniosa explicación, la clave del arco de la interpretación de Cercas del tema eterno de las dos Españas: los golpistas y los defensores del orden democrático-constitucional a los que los golpistas acusan de traición puesto que, en realidad, abandonaron sus postulados primeros, Gutiérrez Mellado el franquismo militar, Suárez el Movimiento Nacional y Santiago Carrillo el leninismo revolucionario. Tiene aquí Cercas una brillante reflexión sobre valor de la traición en política que merece la pena citar in extenso. Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, "... traicionaron su lealtad a un error para construir su lealtad a un acierto; traicionaron a los suyos para no traicionarse a sí mismos; traicionaron el pasado para no traicionar el presente. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje pero otras veces es una forma de cobardía. (...) Quizá no sabemos con exactitud lo que es la lealtad ni lo que es la traición. Tenemos una ética de la lealtad, pero no tenemos una ética de la traición" (p. 274) Una ética de la traición quizá no sea posible pero sí una investigación sobre la conveniencia de la traición en el proceso político. Se la debemos a Denis Jeambar e Yves Rocaute, Elogio de la traición, Madrid, Gedisa, 1984, en la que se sostiene la tesis de que la traición es el mecanismo que posibilita el funcionamiento de los sistemas políticos y entre lo ejemplos que ponen destaca el del Rey Juan Carlos, traidor a los principios del Movimiento Nacional que había jurado defender.

En un momento dado Cercas se pregunta cuándo empezó todo y explica que casi siempre es imposible detectar el momento exacto del nacimiento de algo o su fin. En el caso del golpe, el ambiente en el que fue creciendo fue un conjunto de conversaciones privadas, de confidencias, de rumores, de sobreentendidos que Cercas llama "tejido casi inconsútil" (p. 277). La idea de que la situación exigía un Gobierno de unidad presidido por un militar era entonces la comidilla de Madrid (p. 279). Armada daba a entender que hablaba en nombre del Rey y así se reunió con Mújica en Lleida el 22 de octubre de 1980 y lo convenció para la idea del Gobierno de unidad (p. 281). Actualmente es una cuestión contrafáctica averiguar qué hubiera pasado si el "golpe blando" con apariencia de salvación de la democracia de Armada llega a triunfar, pero está claro que, a raíz del compromiso de Mújica, el PSOE hubiera desempeñado un papel tan poco gallardo como el que tuvo colaborando con la Dictadura de Primo de Rivera. Hay encerrado en la historia del PSOE un ramalazo de oportunismo antidemocrático bastante molesto. Después, Armada habló con Milans del Bosch quien quedó convencido de que aquel hablaba en nombre del Rey (p. 283) del que se suponía que respaldaba el golpe blando que, sin embargo, se deshizo cuando Adolfo Suárez dimitió (p. 290), lo que obligó a adelantar los planes y pasar del golpe cívico político a uno militar.

La quinta parte (¡Viva Italia!) está dedicada a averiguar las motivaciones de Suárez en aquellos meses y, por último, su decisión de no echarse al suelo y mantenerse sentado en su escaño. Sostiene Cercas que si Suárez llegó a presidente del Gobierno fue porque era un chisgarabís servicial y ambicioso, un gallito falangista (p. 353) que carecía del peso personal de algunos otros aspirantes, como Areilza o Fraga. Suárez, por su parte, nunca había querido ser otra cosa que presidente del Gobierno (p. 355).

Según mis noticias, así es. Propuse a Suárez para doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid hacia 1993. La Universidad lo aceptó pero aquellos años fueron muy problemáticos, plagados de escándalos y problemas y, como el Rey quería asistir a la ceremonia, el doctorado se fue aplazando y, entre tanto, yo lo iba tratando, preparando el galardón. En una de nuestras conversaciones me contó que, cuando le presentaron al entonces Príncipe de España, él le dijo algo así como "Juan Carlos, tú serás Rey de España pero te darás una hostia si no me nombras presidente del Gobierno". En lo que conozco al personaje puede ser verdad. Por cierto, este doctorado tuvo su aventura. En 1996, siendo rector Rafael Puyol, se desbloqueó la concesión pero el Rector me llamó y me dijo que finalmente habría concesión del doctorado Honoris Causa a Suárez pero que la Laudatio quería pronunciarla él. Me dio a entender que si yo me negaba (cosa lógica, dado que era el padrino del doctorando) el tema podría volver a empantanarse. Como lo que yo quería era que mi universidad reconociera Honoris Causa a Suárez, acepté, pero no asistí a la ceremonia que se basó en un expolio.

El caso es que aquel chisgarabís tendría que ser el hombre sin principios que pusiera en marcha el astuto plan de Torcuato Fernández Miranda para deshacer las Leyes Fundamentales del Movimiento desde dentro de la legalidad franquista a través de la Ley para la Reforma Política (p. 367). Suárez, en efecto, consiguió que los procuradores de Franco aprobaran la ley que los situaba al margen de la historia y lo consiguió amenazándolos o comprándolos directamente (p. 368). El caso es que a raíz de su éxito, la oposición tuvo que cambiar de táctica que ya no podía ser la ruptura ni siquiera la ruptura pactada sino que habría de ser la reforma pactada. La medida límite de esta vía fue la legalización del PCE (p. 371). A cambio de esta "traición" al espíritu de las Leyes Fundamentales del Movimiento, el PCE aceptó de una andanada la monarquia, la unidad de España y la bandera rojigualda (p. 372).

Cercas, que ha venido comparando al "falangistilla" con algunos conocidos héroes de novelas francesas del XIX, como Julien Sorel (el héroe de Rojo y Negro) Lucien Rubempré, de Balzac o Frédéric Moreau, de La educación sentimental, dedica ahora una especial atención a una semejanza que confiesa haber visto en El País entre Adolfo Suárez y el estafador y delincuente Emmanuelle Bordone a quien las circunstancias sitúan en un lugar heroico a pesar de él mismo: se le ofrece la oportunidad de hacerse pasar por el héroe de la resistencia General della Rovere con el fin de delatar a los alemanes al jefe de los partisanos italianos pero, al final, acaba identificándose con el personaje que interpreta y se redime de su vida de sinvergüenza y estafador, dejándose fusilar como si fuera el verdadero Della Rovere (p. 375) La historia está sacada del film de Roberto Rossellini, Il General della Rovere que interpretaba soberbiamente Vittorio de Sica.

La gran obra de Adolfo Suárez en aquellos años con los partidos políticos son los pactos de La Moncloa, la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías (p. 376). Cuando las cosas parecieron salirse de madre y Suárez quiso dar marcha atrás en las Autonomías ya era lo que Cercas llama "un político ortopédico y sin recursos" (p. 379). Adolfo Suárez no se tiró al suelo el 23 de febrero para redimirse a sí mismo y redimir al país por haber colaborado con el franquismo (p. 385). Esa es la ironía de esta historia magistralmente contada por Cercas: en aquel momento el gesto de los tres diputados que no se tiraron al suelo, Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo es la defensa misma de la democracia. Una democracia defendida por tres hombres que no habían sido demócratas en su vida pasada y que, en el caso de dos de ellos, se habían alzado en armas para derribarla. Y este es el gran secreto de la transición: que fue obra de personas que no venían de la democracia pero que, en el proceso, se convirtieron hasta el punto de arriesgar su vida por ella.