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diumenge, 2 de novembre del 2008

Segundos fuera.

En dos días se deciden las que probablemente sean las elecciones estadounidenses más importantes desde el triunfo de Franklin D. Roosevelt en 1932. Casi todas las predicciones hablan de una participación nunca vista, en torno a ciento treinta millones de votantes, con una gran movilización de los sectores jóvenes y las minorías negra e hispánica. Esa movilización se aprecia ya en quienes han hecho uso del voto anticipado, por cierto, mayoritariamente demócrata. El país ha seguido con inusitado interés tanto el proceso de las primarias, en especial la batalla entre Mrs. Clinton y Mr. Obama, como la campaña propiamente dicha, desde las convenciones de los partidos hasta mañana. Y no solamente el país, esto es, los EEUU, Gringolandia; también se ha seguido fuera, en Europa, en Asia, en todas partes y en todas, como en los EEUU mismos, hay una aplastante mayoría a favor de M. Obama.

El viento en las velas del señor Obama viene de varios puntos. En primer lugar su propia condición de mulato, an African-american con perspectivas reales de ganar la Casa Blanca y ser el primer presidente no blanco de un país que hace cincuenta años todavía tenía leyes segregacionistas en vigor y en el que abundan los racistas, supremacistas y otros retrasados mentales. Además su condición de demócrata de izquierda (para los gustos gringos), no excesivamente contaminado con la corrupción política tradicional de Washington y en posición imponer un cambio en el estilo del país que la mayoría desea desde hace tiempo. ¿Pruebas? Ha sido capaz de recaudar 640 millones de dólares, mucho más que McCain y Hillary Clinton y sólo su campaña tiene 2.200.000 seguidores en Facebook ya que ha conseguido configurarla con pleno uso de las posibilidades de internet y las nuevas tecnologías en general. En tercer lugar, del otro lado, la desastrosa campaña del Senador Republicano McCain que, en todo el tiempo no ha podido remontar en los sondeos, no ha encontrado un punto débil en la trayectoria de su adversario a pesar de haber intentado todo tipo de juego sucio y, por último, ha cometido el garrafal error de buscar como candidata a la vicepresidencia a una mujer a todas luces inapropiada para el cargo. En cuarto lugar la catástrofe sin paliativos de los ocho años de presidencia de ese increíble inútil del señor Bush que no solamente ha metido al país en una guerra de rapiña de la que no puede salir, sino que ha implantado un régimen de ataque a las libertades civiles de los EEUU desde la práctica de la tortura hasta los secuestros de personas, para terminar provocando la mayor crisis financiera y económica del país desde la de 1929, una que amenaza con ser la mayor del capitalismo mundial. Un necio convencido de que Dios le habla y al que ya están colgándole el sambenito de haber sido el peor Presidente de la historia de los EEUU, un hombre que sólo encuentra simpatía en gente como el señor Aznar.

En conclusión, un conjunto de circunstancias que hacen prever una landslide, un triunfo abrumador del candidato demócrata que irá asimismo acompañado por la victoria del partido del burro en ambas cámaras legislativas, dando pues a los demócratas carta blanca para poner en práctica sus muchas promesas. Victoria por landslide.

¿O no?

El tramo final de la campaña se ha visto oscurecido por el incidente de la tía de Obama, residente ilegal en Gringolandia. La tía contribuyó a la campaña de su sobrino con doscientos sesenta dólares que ahora el señor Obama tendrá que devolver ya que las donaciones de extranjeros están prohibidas. Además puede hacerle mucho más daño que esta futesa económica pues el asunto de los inmigrantes ilegales (de los que se calcula que hay diez millones) es tan sensible en el país como en cualquier otro y con él puede hacerse mucha demagogia.

Aun así cabe suponer que el entusiasmo que el señor Obama ha despertado, el apoyo que ha levantado durante los meses de la campaña podrá barrer este último obstáculo y empujarlo definitivamente hacia la Casa Blanca. Confieso que es lo que me gustaría. Ya he dicho en alguna ocasión que por pocas que acaben siendo las diferencias entre ambos senadores (que tampoco serán tan escasas, espero) estoy firmemente a favor de Obama y en contra de McCain. Y sobre todo, como muchos otros millones de personas, estoy contra ese insoportable insulto a la inteligencia humana que es Mr. Matorral-pato-cojo. Recuerdo haber aplaudido desde el principio con la campaña de Anybody but Bush y ahí sigo y me fastidiaría que saliera elegido un Bush II (que sería Bush III), en la persona de este neocon desdentado con sus batallitas de Vietnam y su estúpida decisión de quedarse ¡diez mil años! en el Irak. Pero...

Puede pasar. No se olvide que por mucho que se diga antes de las elecciones y por mucho más que se explique después de éstas (que en eso de "posdecir" hay verdaderos genios) toda elección política tiene una fuerte carga de incertidumbre y en unas tan críticas como éstas con mayor razón. Durante la campaña, los sondeos han venido dando una diferencia consistente a favor de Obama de entre cinco y once puntos porcentuales. Sin embargo, las proyecciones de ayer mismo, publicadas por John Zogby, al frente de una empresa de sondeos de prestigio, que ha hecho un seguimiento de tres días, acortaba las distancias entre ambos a cinco puntos y hasta daba ganador a McCain en el último día por un punto. ¿Podría estar produciéndose un corrimiento subyacente de opinión a favor del republicano y darse al final una sorpresa como las que hubo en los años 2000 (Al Gore) y 2004 (John Kerry) cuando los sondeos daban ganadores a los demócratas y venció Mr. Matorral ahora Pato Cojo? Podría. Por supuesto, los demás sondeos siguen vaticinando victoria demócrata por una media de siete puntos. Pero la derrota no es descartable. El llamado efecto Bradley está en el ánimo de todos: los electores dicen ir a votar por el candidato negro pero luego votan por el blanco.

Curiosamente ambos campos etán interesados en afirmar que las distancias se achican y que Mr. McCain está recuperando territorio a toda velocidad. El campo republicano, como es obvio, para animar a sus votantes y movilizar hasta el último sufragio en la esperanza de que, además, funcione la tradicional simpatía yankee por el underdog. Al fin y al cabo, he aquí un auténtico héroe gringo hoy en el tramo final de su vida con la ilusión de ser útil a su país una vez más. No conviene tocar mucho esta tecla porque, de ganar McCain, sería el presidente que empieza mandato más viejo de la historia del país y la posibilidad de que haya de substituirlo una pava como Mrs. Palin pone la carne de gallina. Por otro lado, en el campo demócrata temen que la conciencia de ganadores opere como desmovilización del electorado, así que les interesa asegurar que nada está ganado y que todos deben ir a votar. Por cierto se calcula que los negros lo harán en masa y los hispanos también pues el señor Obama cuenta con cerca de un 70 por ciento del voto de este segmento de la población. Pero su auténtico peligro está en los trabajadores blancos. De ahí que, si no consigue generar un efecto bandwagon, le interese cuando menos mantener la angustia de la incertidumbre para que sus seguidores no se confíen.

Incertidumbre nada difícil de mantener dado que es lo que hay. El martes puede pasar cualquier cosa. Obviamente hay más probabilidades de unas que de otras. Por ejemplo, es más probable que gane el señor Obama por escaso margen que el señor McCain; algo menos probable pero aun así probable que gane por avalancha; todavía menos probable es que gane el señor McCain por escaso margen y lo más improbable de todo es que gane por gran diferencia. Pero no es imposible.

Como dicen los gringos: todas las opciones están abiertas. La mía es que gane Mr. Obama por mayoría aplastante y que los demócratas dominen la Cámara y el Senado. Ya se sabe que los demócratas es lo más a la izquierda que puede llegar al Gobierno en los Estados Unidos. Pero tampoco hay que ponerse muy estupendos a la vista de la izquierda que llega al Gobierno en los países europeos, empezando por el nuestro.

(La segunda imagen es una foto de Mr. Wright y la tercera es de de Stevegarfield, ambas bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 28 de juny del 2008

¿Por qué no se puede andar por ahí matando? (II)

Tu rostro mañana es una novela de espías, muy sui generis pero espías al fin y al cabo y espías británicos. En realidad toma pie en aquella coyunda tan pintoresca y significativa, quizá en el fondo específicamente británica entre el MI6, el Partido Comunista británico y las universidades de élite, Oxford y Cambridge. Sir Peter Wheeler, un personaje real que Marías ha convertido en personaje de su relato es una especie de trasposición de dos de estos datos, espía y erudito hispanista, profesor de Oxford. Le falta el ser comunista, pero se le añade algo también con mucho bouquet británico para una generación y un tiempo, esto es, la experiencia de la guerra civil española. A propósito de si en las novelas de Marías pasan cosas o no merece la pena reseñar que en esta se habla en un par de ocasiones y con conocimiento de causa y detenimiento del secuestro y asesinato de Andreu Nin, posiblemente el momento culminante de la influencia soviética en España.

Pero la novela de Marías también quiere ser más cosas. Lo observamos en algunas de sus infrecuentes y muy prudentes referencias literarias. En primer lugar, por la provincia espionaje tiene aquí una aparición estelar Ian Fleming, el creador de 007, quien también tuvo una aventura española que lo puso en relación con sir Peter Wheeler. El asunto dará para sorpresa en el libro y entre lo que Marías dice y lo que da a entender, sorpresa mayúscula, hasta el punto de que quizá estemos cerca de saber quién torturó y parece que despellejó vivo a Nin. Las otras referencias indican otras vías de entretenimiento de lo británico: el nombre de Woodehouse, hoy casi desconocido en España, a propósito del nombre de Tupra, Bertie, y el mucho más valorado de Laurence Sterne a propósito del nombre del hermano de Sir Peter Wheeler, Toby Rylands y, de paso, otro elemento de incertidumbre: dos hermanos que no se llaman igual por lo que nuestro narrador, que los trató durante largos años, siempre ignoró que fueran hermanos, como lo eran el tío Toby el padre de Tristram Shandy. No se olvidará que Marías es traductor de la novela de Sterne al español.

Ya en el primer tomo de la trilogía se conectó el extraño empleo de Jaime Deza (esa organización sin nombre en un edificio sin nombre) con la campaña que pusieron en marcha las autoridades británicas durante la guerra para contrarrestar el espionaje entre la población civil en Gran Bretaña, campaña que se ejemplifica por los carteles en los que, de forma muy gráfica, se invita a la población a evitar el careless talk, esto es, conversaciones en las que hubiera algún tipo de información que los espías enemigos que están en todas partes podían emplear luego para causar muerte y destrucción entre las tropas británicas. Se trataba de conseguir que la gente no hablara de nada con nadie, que no contara nada ni al novio, ni a la madre, a nadie porque la sociedad estaba llena de espías. Fascinado por esta situación (como también lo estuvo y sigue estándolo Sir Peter Wheeler) Marías vincula esta perversión suma de romper toda forma de comunicación con el carácter totalitario y último de la guerra, actividad en la que vale todo y toda consideración moral está de más. Aquí estamos en el terreno de la violencia y del Mal de que hablaba en la entrega anterior.

Una pequeña digresión iconográfica. Marías reproduce algunos carteles ingleses del careless talk en el primer volumen y otros también británicos y de otros países en el tercer volumen donde igualmente aparecen algunos españoles de la guerra civil, lo que da pie a Sir Peter para hacer una interesante reflexión sobre cómo la guerra civil española mostró más odio entre los contendientes que entre estos en la Segunda Guerra. En todo caso, añado por mi cuenta un par de carteles de idéntica temática pero en alemán, prueba de que aquella guerra fue muy simétrica y todos recurrían a procedimientos similares. En el primer cartel alemán se lee: "¡Atención! ¡Espías! Tened cuidado con las conversaciones" y se ve a un hombre en primer plano semioculto detrás de un periódico pero escuchando lo que un oficial nazi está comentando en un café a un amigo suyo. En el otro, un cliente enjabonado está diciendo al barbero; "Cuando yo se lo digo..." mientras se dibuja una sombra humana de alquien que está escuchando y las autoridades advierten de que; "¡El enemigo está escuchando!" Más adelante se perfeccionará esta interpretación de la guerra cuando veamos que durante la contienda no solamente hay que saber callarse y no hablar ante nadie sino que, si hay que hablar, es preciso hacerlo de forma que cause el peor mal al enemigo, mintiendo, engañando o asesinando. No hay marco moral para el patriotismo belicoso.

Es Sir Peter Wheeler quien pone en contacto a nuestro narrador con Bertram Tupra en esa fiesta en su casa y que tan bien descrita está en la obra de Marías como aprecia cualquiera que haya asistido a las parties británicas, sobre todo de académicos. Tupra contratará a Deza para las funciones de interpretación de rostros de que se habló en la entrega anterior. En definitiva, una actividad que ya empezó a hacerse en el contexto del contraespionaje británico durante la Segunda Guerra mundial, cuando se enviaban muchos hombres a Alemania y Europa en general encargados de la información y con cometidos de resistencia y sabotaje para ayudar al esfuerzo de guerra, y se trataba de saber cuánto podría aguantar uno o qué sería capaz de hacer otro en tales y tales condiciones. En una de sus primeras y confusas explicaciones sobre su quehacer, Tupra dice a Jacobo que, al fin y al cabo, se trata de un "servicio a la patria" y que, en definitiva, "nunca nos libramos del patriotismo completamente" (III, pág. 249). Esto da pie a Deza para embarcarse en sutiles distinciones entre la "Patria" española y el "Country" británico pero, al tiempo, podemos ver que Tupra entiende su misión como una especie de licencia 007, esto es, estar más allá del juicio moral ordinario. Cosa que se echa de ver en la ya mencionada, inverosímil pero muy literaria escena de la paliza que Tupra propina al imbécil del agregado cultural (especialista en poesía medieval española) De la Garza. A propósito de ello se inicia un debate entre Tupra y Deza sobre los aspectos morales del violencia y la guerra que el español trata de zanjar recurriendo a lo que le parece un pronunciamiento ético incuestionable: que no se puede ir por ahí matando a la gente y ese es el momento en que Tupra le hace la pregunta que parece decisiva y la que pone el asunto en los exactos términos del debate moral, algo que Deza no se espera: "¿Por qué", pregunta Tupra, "¿por qué no se puede ir por ahí matando?", a lo que Deza, sorprendido sólo puede responder que porque moriríamos todos, lo que es una respuesta inconsecuente.

Ciertamente, el debate está montado sobre un equívoco elemental, el que se deriva siempre de la confusión entre el ser y el deber ser. Lo que Deza quiere decir es que no se debe ir por ahí matando. De esa forma la cuestión está delimitada y Tupra no puede jugar más a la confusión entre ser y deber ser con lo que su contraargumento de mostrarle (que, ya se sabe, no equivale a demostrar) que matar, asesinar y torturar es lo que hace todo el mundo en todas partes carece de fuerza.

La cosa tiene un giro apreciable cuando es nuestro héroe quien, de viaje a España, ante la sospecha de que su ex-mujer está siendo maltratada por el hombre con el que se relaciona (otro retrato de un español tipo ideal muy bueno, aunque no tanto como el De la Garza), recurre a los mismos métodos que Tupra. Es decir, en definitiva, claro que se puede ir por ahí matando. A veces hasta conviene. Es la guerra, donde vale todo. En la guerra "total", el servicio del espionaje británico tuvo como norma ser peores que los nazis, superarlos en destructividad y maldad (p. III 615), hasta el punto de que se decía que cuanto más sucia fuera la guerra, mejor (p. 627). Lo que ahora viene a decirse en la novela es que ya no hay diferencia entre los tiempos de paz y los de guerra y que la paz es la continuación de la guerra. Podríamos decir que tocamos el fondo de la novela de Marías: toda la vida humana es guerra, de una forma u otra, con unos u otros dioses, pero guerra.

No obstante, al tratarse de un escritor tan inteligente y sutil, la conclusión anterior sería insuficiente puesto que en la obra hay mucho más que eso: hay varios ambientes, la historia de un par de familias, un tiempo, unos lugares, y un lugar y varios tiempos; hay un bullicio permanente del que nos da cuenta Marías casi sin avisarnos y a través del estilo indirecto que ya comentamos. El relato de la guerra -cualquier guerra y una o dos en concreto- y el de la paz -también cualquier paz y alguna en especial- se reconduce ahora como venero de otro más amplio y noble, a donde conduce la novela con gran maestría narrativa: al relato de la vida y la muerte..

Capítulo aparte merecen los personajes. Algunos son verdaderos hallazgos. Por supuesto, el más interesante, el protagonista, el narrador que curiosamente habla de todos los demás y de sí mismo, pero no queda claro que se conozca mejor que a aquellos a los que "cala". Por eso cita Marías un informe sobre él hecho en la organización, por alguno de sus colaboradores, no sabe por cuál, pero en el que se asegura que no se conoce a sí mismo (III, p. 500). Los demás personajes forman una fabulosa galería no muy poblada pero en la que algunos tienen la curiosa distinción ser personajes reales y literarios al mismo tiempo. Es muy curiosa la aparición de don Francisco Rico en el relato. De Sir Peter Wheeler ya sabemos que fue importante personaje en la vida del autor y la figura del padre, dibujada con infinito cariño y escueta referencia a su integridad moral en tiempos de encanallamiento colectivo es emocionante.

Hay muchos otros aspectos por tratar en una obra tan rica en matices como ésta, pero sería cuento de nunca acabar. Merece la pena seguir al autor en esa forma tan peculiar de interpretarlo todo: la realidad, a los demás, a sí mismo y a sí mismo a través de los demás.

dilluns, 26 de maig del 2008

El juego de la literatura.

Las novelas de Ruiz Zafón son éxitos de ventas. Pero no éxitos de ventas a escala española sino mundial. Se venden por millones de ejemplares y encuentran eco en los más diversos medios de comunicación en los cinco continentes. Es lo que mis colegas llaman un "fenómeno sociológico" y del ciberespacio. Literario sociológico precisaría yo.

Porque la obra de Ruiz Zafón es literatura sin mezcla de ningún otro aditamento. Nada de experimental, nada de "mensaje", nada de acertijos o laberintos lingüísticos sino narraciones de intriga y misterio situadas en la Barcelona de comienzos del siglo XX, siguiendo la infalible fórmula de las novelas por entregas a lo Dickens o Alexandre Dumas a los que hay referencias en los textos. Ésta en concreto (Carlos Ruiz Zafón (2008) El juego del ángel, Barcelona, Planeta, 667 págs) se abre tomando pie en Grandes esperanzas de Dickens con cuyo héroe, Pip, se presume que tiene parecido el de la de nuestro autor al menos en sus inicios en la vida. Igualmente presentes están los scritores de folletines franceses del XIX como Eugène Sue y Paul Feval. Si el primero cosechó un gran éxito con sus Misterios de París y el segundo con sus Misterios de Londres, David Martín, el héroe de esta novela lo cosecha tempranamente en la vida con otra novela por entregas, Los misterios de Barcelona, en un estilo tan gótico como la propia obra de Ruiz Zafón y la Barcelona en que transcurren.

La novela en comentario es la segunda parte de lo que parece será una tetralogía cuya primera parte apareció hace ya algunos años (Carlos Ruiz Zafón (2001), La sombra del viento, Barcelona, Planeta, 569 págs.) Desde luego esta primera "entrega" estaba muy lograda con una complicada e interesante trama relativamente verosímil acerca del joven hijo de un librero de viejo cabe Las Ramblas, Daniel Sempere, a quien su padre inicia en el apasionante mundo del "Cementerio de los Libros Olvidados", un imponente y misterioso almacén, especie de catedral de libros extraños sito en el barrio gótico de Barcelona. Esta iniciación deja paso después a una extraordinaria narración mezcla de Bildungsroman, novela de misterios, intriga y crímenes sobre un fondo muy bien dibujado de la sociedad española, catalana, barcelonesa de los años treinta y cuarenta del siglo XX hasta el desenlace final de una historia fascinante y compleja llena de referencias literarias.

Si algún defectillo hubiera que sacar a aquella primera entrega sería la escasa verosimilitud del protagonista. La narración es en primera persona pero una primera persona que razona y habla como el autor, poseedor de una vasta cultura, y no como un chaval de dieciocho/diecinueve años.

En El juego del ángel la narración en primera persona corre a cargo de David Martín, un hijo de un veterano de la guerra de Filipinas abandonado por su esposa y asesinado a tiros por equivocación en una especie de "ajuste de cuentas" de pistoleros cuando el chaval es un crío. Posteriormente David se abre camino con las Grandes esperanzas dickensianas y cuando tiene ya conseguida cierta posición como escritor de literatura de cordel se mete en un extraño pacto con un misterioso personaje de rasgos luciferinos que lo lleva a cambiar de vida y correr insospechadas aventuras en las que pulula todo tipo de personajes desde los más bajos a las más empinados escalones de la sociedad.

Al igual que en la novela anterior ésta saca mucho partido de la ciudad Barcelona y algunos de sus barrios, el Parque Güell, Pedralbes, el barrio gótico, etc pero no me parece que tenga deuda alguna con las obras de Eduardo Mendoza como tengo oído dado que su tratamiento de los paisajes urbanos es muy diferente.

El estilo es extraordinariamente fluido y su trasfondo como de guión cinematográfico (el autor fue guionista en Hollywood) lo hace muy rápido, casi trepidante con una composición fundamentalmente paratáctica a la usanza de las novelas de detectives tipo Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Con todo ello logra el milagro de mantener muy viva la atención del lector a lo largo de quinientas de las seiscientas y pico páginas que tiene la novela. Es el estilo de un "animal" literario casi en estado puro. Tiene genio para las metáforas: "Mientras cruzaba el Parque de la Ciudadela vi las primeras gotas golpear las hojas de los árboles y estallar sobre el camino, levantando volutas de polvo como si fuesen balas." (p. 370) "El crepúsculo reptaba sobre la ciudad y una brecha de azul y púrpura se había abierto en el cielo." (p. 402).

Esa fuerza del creador, del escritor nato se abre paso a veces en alguna diatriba en contra de los sempiternos enemigos de los literatos, los intelectuales, que tiene bastante gracia. El mefistofélico empleador del héroe, Andreas Corelli, adoctrina al héroe de esta guisa: "Un intelectual es habitualmente alguien que no se distingue precisamente por su intelecto. Se atribuye a sí mismo ese calificativo para compensar la incompetencia natural que intuye en sus capacidades." (p. 260) Y, más tarde, en uno de sus encuentros, se produce el siguiente diálogo:

-¿Cómo ha pasado la semana, Martín?

-Leyendo.

Me miró brevemente.

-Por su expresión de aburrimiento sospecho que no a don Alejandro Dumas.

-Más bien a una colección de casposos académicos y a su prosa de cemento.

-Ah, intelectuales. Y usted quería que contratase a uno. ¿Por qué será que cuanto menos tiene que decir alguien lo dice de la manera más pomposa y pedante posible? -preguntó Corelli-. ¿Será para engañar al mundo o a sí mismo?" (p. 289).

La novela recupera algunos de los personajes, circunstancias y ambientes de la primera lo que resulta muy grato y le da calado a la historia sobre todo porque se trata de los más conseguidos en ambas: la librería de los Sempere y el famoso "Cementerio de los Libros Olvidados" pero muchos de los personajes que le son propios, no todos, resultan escasamente convincentes, apenas pergeñados y estereotipados.

Sin embargo el fallo verdadero de la obra, lo que produce cierta frustración en un lector que ha devorado las nueve décimas partes de la historia sin respirar apenas son las últimas cien páginas en las que se resuelve de modo atropellado e incomprensible una trama complicadísima que se la ha ido de las manos al autor. De hecho, aunque parezca una broma, parte del encanto de esta novela con sus alambicadas ficciones reside en la pregunta que se hace uno según va leyendo acerca de qué explicaciones dará el escritor para tal acumulación de episodios extraños, paranormales o simplemente fantásticos. Ninguna. Ruiz Zafón se libra (iba a decir se "zafa") del enredo por el expeditivo procedimiento de matar a prácticamente todos los personajes de la historia en una serie de apresurados cuanto incomprensibles episodios que parecen el acto final de una sangrienta tragedia shakesperiana. Porque no sólo los mata sino que lo hace de formas tan rebuscadas que en algún caso, perdida ya la esperanza de que aquello se reconduzca a un final literariamente aceptable, al lector le entra la risa.

Es una pena pero es también relativamente irritante. Se queda uno con la sensación de que le han tomado el pelo.

divendres, 9 de maig del 2008

El amor como puente.

Está muy bien esta peli de Isabel Coixet. Es una versión de la novela de la serie de Kerpesh de Philip Roth que no he leído pero que pienso hacer en cuanto la reciba, pues ya la he pedido, porque, al explicar Coixet que ha hecho algunos cambios sobre el guión originario y que incluso llegó a rodar dos finales, aunque aquí obviamente sólo se visiona uno, entra la curiosidad por saber cómo se corresponden esos cambios con el espíritu y la trama y la historia de la novela. Porque al personaje central sí que no lo ha tocado: al mismísimo David Kepesh, ya envejeciendo y siempre obsesionado por la literatura y el sexo.

La historia retrata los intensos amores entre un hombre mayor y una hermosa joven con una diferencia entre ambos de treinta y tantos años. Se entiende que la historia me interese porque me toca de cerca pero es que, al margen de esto, está magníficamente bien contada. Hay mucho sexo. Claro, Kerpesh no piensa en otra cosa, hasta que descubre que se ha enamorado como un crío de la joven ex-alumna y ésta lo ha hecho de él como una cría; sólo que ella lo es... o quizá no tanto.

Es el caso que la descarnada se atraviesa en la historia un par de veces y ésta se convierte en una paseo por el amor y la muerte de mucha intensidad emocional. El amor aparece como lo que es (cuando es), como una pasión que enajena a los seres humanos y la muerte también, pero esto lo dejo aquí porque las críticas no deben destripar las tramas .

Penélope Cruz me parece una gran actriz con un rostro sobrio pero de gran patetismo, y es bellísima, con una belleza clásica de armonia de rasgos, ojos grandes y profundos y un cabello negro que encuadra un rostro de una extraña sensualidad. Tiene razón nuestro héroe el intelectual judío Kepesh al enamorarse de sus tetas: son soberbias. Pero, y ello debe de ser resultado de que la peli esté dirigida por una mujer, Kepesh también es un sexagenario muy atractivo: tiene la mirada brillante, se lo ve fibroso, no tiene grasa y los pliegues del rostro no son flácidos, de hecho se pasa un tiempo con el torso desnudo, luciendo vello gris, y su calva tersa y reluciente da la respuesta a la sensualidad del rostro de Cruz. Es como si ambos llevaran el sexo en la cabeza.

Yo hubiera rodado más escenas en exteriores al tratarse de Nueva York, lo que hubiera aligerado la carga de primeros planos en lánguidas escenas pre o postcoitales, aunque eso seguramente casa más con ese mundo densamente erótico en que habita Kepesh. Me hubiera paseado más por Central Park y, entre los numerosos guiños y referencias cultas de que está cuajada la historia (Goya, Velázquez, Shakespeare, Kafka, etc) hubiera ido a pasear junto a la estatua de Alicia en el país de las maravillas, subida a un hongo, a hablar con el Mad Hatter.

Los diálogos son muy buenos siendo densos, y la doble narración que oscila entre el relato directo y lo que Kelpesh cuenta a un amigo, otro viejo como él, laureado poeta con el que se reúne periódicamente a jugar al squash construye un contrapunto narrativo que sin duda en la novela se lleva a sus últimas consecuencias. Porque es una cesura que se presta a mucho: por un lado, el personaje vive y por otro reflexiona en voz alta con su amigo sobre ese vivir suyo. Esto es, al tiempo que construye la historia reflexiona sobre ella hasta que llega un momento en que toma una decisión (o una no decisión) que lo trastoca todo y no es capaz de explicársela.

Uno de los rasgos que distingue el tono suave de Coixet es que cualquier otro director no hubiera deperdiciado la ocasión de hacer algunas tomas con los personajes jugando, dando raquetazos, restando, cortando el saque, saltando de aquí para allá, como ardillas, como hay que hacer en el squash, lo que daría ritmo y movimiento a la historia. Ella no. Los hace hablar en la pista, en la sauna, pero nunca los pone a actuar. La acción es interior, de pasión.

(La imagen es una foto deWallyg, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 4 de gener del 2008

¿A que pierden las elecciones que tenían ganadas?

¡Qué voluble es la política! ¡Qué veleidosas las fortunas de la gente! Hace un mes pensaba yo que los socialistas iban camino de ganar las elecciones de marzo con la gorra. Eran ya perceptibles sordos rumores de la sentina de la nave del Estado. Pero, a la vista de la increíble estolidez de la oposición del PP, servidor sostenía que algo muy grave había de pasar para que el PSOE perdiera las próximas elecciones. Bueno, pues está pasando. Los últimos datos económicos (tasas de paro e inflación e índice de confianza de los hispanos) no son una ducha de agua fría sobre las cabezas sociatas; son duchas de cyclon B, el gas con el que los nazis despachaban judíos a cientos de miles en los campos de exterminio, digan los negacionistas lo que digan. Es metafórico, claro, pero con dos meses raspadiños antes de las elecciones y la cuesta de enero por medio poco tiempo va a tener el PSOE para arreglar el desbarajuste y conseguir que el nueve de marzo no se cumpla la cruel regla electoral española de que en nuestro país las elecciones no se ganan: las pierde el otro.

El PP se ha lanzado a la yugular del PSOE, afirmando que el legado económico socialista será como el del señor González en 1996. Vaya por Dios. Aquí quiero ver a los adalides del Gobierno, que los hay a niveles de propagandismo institucional, explicando el asunto, justificándolo, desdibujándolo, lo que sea. Son los mismos que llevan dos años diciendo que lo malo del Gobierno del PSOE es que no sabe vender (metafórico por comunicar) sus éxitos. La cara se la dibuja el enemigo y, claro, se la dibuja a guantazos. Es curioso porque los que hablan de "incomunicación" (o "descomunicación", si se permite el neologismo) son los encargados de que eso no suceda.

Y mira que es fácil. Basta una ojeada al gráfico sobre paro en España del Ministerio de trabajo y asuntos sociales (arriba a la izquierda) para ver que, al respecto, España estaba mucho peor en 2003, tercer año triunfal del señor Aznar con mayoría absoluta.

Eso no es difícil de comunicar, vive el cielo. Pero es posible que la dificultad no esté en el objeto sino en el sujeto que ha de comprenderlo.

Más crudo lo tiene el PSOE con la tasa de inflación. Ahí sí que no hay salvación porque con ésta en un 4,3% según El País, cuando en 2004 terminó con un 2,3%, como puede verse en el gráfico que tomo del Real Instituto Elcano, la cosa ha subido dos puntos porcentuales, casi se ha duplicado y la gente lo nota y mucho. (Por cierto, cuando se dice esa simpleza de "los tiempos de Felipe González", obsérvese con qué tasas de inflación se encontró el señor González al llegar al poder, con 12,20%, y cómo lo dejó, con 2,35%, más o menos donde el héroe Aznar tras ocho intrépidos años de lucha por España, que lo dejó con un 2,25%. Ocho años para bajar la inflación una décima, mientras que al señor González le tomó trece para bajarla en diez puntos porcentuales. Bueno, pues la derecha ha vendido a la opinión la idea esa de "los tiempos de Felipe González" como los años del desbarajuste nacional. Eso es habilidad comunicativa estratégica y no la de los genios de la izquierda. Tampoco es tan difícil).

¿O sí? Con el ascenso de los precios (aunque la inflación sea más que esto) y los tipos altos de interés, hay un montón de gente que está empezando a pasarlas canutas y que se pregunta que si el Estado anda dando dinero para que los jóvenes puedan acceder a una vivienda de alquiler, por qué no a las familias ahogadas por las hipotecas. Y la cosa se complica. A ver cómo se defiende esa concepción providencialista de la política social del señor Rodríguez Zapatero, cuyo talante comunicativo ha acabado enfrentándolo con todos con los que se ha sentado a negociar algo: ETA, los nacionalistas catalanes y los ensotanados a los que estuvo haciendo cucamonas los últimos tiempos. Todo el mundo cabreado y las elecciones en puertas. Pues les va bonito o lo llevan claro, que se dice en dos formas castizas.