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dilluns, 16 de març del 2015

El conferenciante desdoblado.


Nunca he tenido muy claro lo de la identidad y la dualidad, por no decir la multiplicidad. Por eso frecuento la tertulia de Luigi Pirandello, en donde suelo encontrar a Italo Calvino y Franz Kafka tomando café y charlando animadamente sobre esa nueva promesa de Paul Auster. Son magos del "yo" que te ayudan a no tomarte muy en serio el tuyo.
 
Es el caso que el proper dijous 19 de març, doy dos conferencias el mismo día en dos lugares distintos pero cercanos de Barcelona. En uno, el centro de la UNED, Av. Río de Janeiro 56-58, a las 17:00, sobre el tema del cartel de la izquierda. La otra, sobre la pervivencia del franquismo en España en la Biblioteca de Singuerlin-Salvador Cabré, Plaça de la Sagrada Familia s/n en Santa Coloma de Gramenet, sobre el tema del cartel de la derecha.
 
Todavía no he conseguido estar en los dos sitios al mismo tiempo, que es lo que mola. Tengo que frecuentar más la tertulia, a ver si aprendo cómo se hace.

Estaré encantado de encontrar a l@s amig@s que quieran asistir y de firmar mi último libro, La desnacionalización de España .

diumenge, 15 de març del 2015

La risa de los dioses o el verdadero creyente.

En lo alto del Olimpo, a veces se escucha el atronador reír de los dioses. Se ríen sobre todo de sí mismos. Pero los mortales, más endiosados que los dioses en su soberbia, piensan que se ríen de ellos. Y, en efecto, al reparar los dioses en que los mortales creen que los tienen en cuenta, redoblan sus carcajadas. La risa sana, atronadora, de los olímpicos. Entre ellos no hay malicia. Y, si la hay, es inocente. Recuérdese el ridículo que Vulcano creyó infligir a Venus y Marte del que, según leyendas, Mercurio dijo cuando la risa le permitió hablar, que él daría cualquier cosa por hacer el mismo ridículo con Venus.

Los mortales llevan mal la risa de los dioses, sobre todo porque ni siquiera tienen el consuelo de reír los últimos ya que sus criaturas los sobrevivirán. Por eso se curan en salud y se hacen creyentes. Y no unos creyentes cualesquiera, sino "creyentes verdaderos", fieles hasta el sacrificio. La fe los salva de lo más angustioso, lo más difícil y más humano que tiene la naturaleza humana: la duda, la inseguridad, la incertidumbre, la contradicción. El verdadero creyente no padece estos flagelos. Él es fuerte en su fe, como una roca. Los dioses se ríen, sí, pero no de él. En absoluto. Se ríen de los otros, de los no creyentes, de los infieles y hasta de los dubitativos. El verdadero creyente vive en paz su fe y solo se le molesta cuando hay que salir al campo a ajustar cuentas con los descreídos.

Erich Hoffer lo dejó escrito mucho mejor que yo en un libro extraordinario de 1951, época en la que todavía se respiraba totalitarismo. Más que hoy. Pero no cunda el desánimo entre los verdaderos creyentes: con tesón, esfuerzo y la típica contumacia humana en adueñarse de la verdad y excluir a los demás, a lo mejor lo igualamos:

“Todos los movimientos de masas consiguen que sus seguidores estén dispuestos a morir y a acometer una acción común. Todos ellos, con independencia de la doctrina que prediquen y el programa que presenten, alimentan el fanatismo, el entusiasmo, la esperanza ferviente, el odio y la intolerancia. Todos ellos suscitan gran actividad en ciertos aspectos de la vida; todos exigen fe ciega y lealtad absoluta.” Eric Hoffer, “El verdadero creyente”. (The True Believer).

Añado: no solo disposición a morir; también a matar. Aunque esa aparece más tarde. En el entusiasmo inicial y, mientras se consolidan, se limitan a insultar.

dimecres, 11 de març del 2015

La paz de Franco.

Pues sí, parece que la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre ha sacado dos monedas conmemorativas, una de plata (de 10 €) y otra de oro (de 200 €) con la efigie de Felipe VI y la leyenda 70 años de paz que ha puesto las redes en ebullición. Señalan el innegable eco del lema franquista, tan lejano que muchos lo recuerdan mal. Unos como "35 años de paz"; otros como "25 años de paz española". No no. Fue en 1964 y se llamó XXV Años de Paz, con numeros romanos y sin añadir el "española". No hacía falta. Aquí era española hasta el hambre.

¡Qué mal pensadas las redes! ¡Qué ignorantes! Claro, están infestadas de rojos. Lo que se conmemora son los 70 años de paz en Europa. De 1945, fin de la contienda, hasta hoy. ¿Comprendido, beocios?

No saben ni mentir. España no pertenecía a esa Europa de 1945 que hoy se conmemora. Al contrario, era su enemiga. Aquella, esta Europa, se edificó sobre las ruinas de sus aliados. España estuvo fuera hasta 1986 y siendo generosos. La FNMT no tiene 70 años de paz europea que conmemorar sino, todo lo más, 39. Los otros 41 fueron la paz de Franco. Pero como esta en 1945 contaba ya seis años triunfales, los 70 que conmemora la FNMT debieran ser 76. No solo no saben mentir. Tampoco saben sumar ni restar, como ha demostrado palmariamente el candidato andaluz, Moreno Bonilla, en la tele.

En todo estos años, una de las disciplinas políticas que más se han desarrollado es la Polemología o estudio científico de las guerras. Los nórdicos han hecho grandes avances y también los franceses y los alemanes. No es cosa de entretenerse, pero parece haber acuerdo en una definición de paz que supera la vieja mentalidad mecanicista que la considera ausencia de guerra, cese de hostilidades, de conflicto armado. No basta. La paz requiere determinadas condiciones sociales, económicas, políticas: justicia, desarrollo equilibrado, democracia. Una dictadura no es paz, sino un estado de guerra latente, permanente, hasta el final. El muy católico dictador español murió fusilando. En medio de su paz, que es la de estos.

La paz solo es posible en democracia. Y aun así, si es una democracia vigilante.

Sobran las mujeres.

Ayer murieron tres mujeres supuestamente a manos de sus parejas masculinas. Dos españolas y una inglesa. Una, asesinada ayer mismo; otra fallecida ayer pero atacada hace ocho días; el cadáver de la tercera, muerta a raíz del ataque en septiembre, también apareció ayer. Dos jóvenes; una anciana. Uno de los detenidos está siendo interrogado; los otros, han confesado.

Si un grupo terrorista hiciera algo parecido, tendría a todas las policías del mundo tratando de identificarlo y persiguiéndolo. Estos otros terroristas están perfectamente identificados: son, somos, los hombres. Todos. Los asesinatos machistas vienen normalmente precedidos de violencia de género, incluso aunque no haya denuncia previa. Y la violencia de género está extendida en la sociedad, toda la sociedad, arriba, abajo, ricos, pobres, curas, seglares, analfabetos, letrados,  profesores o comerciantes. Está legitimada por siglos de literatura,  de códigos legales, religiones, sagradas tradiciones. A las mujeres hay que maltratarlas, violarlas, enseñarles su lugar en la vida y, si se empeñan en ignorarlo o cambiarlo, se las mata. Son crímenes cometidos por individuos, desde luego, o grupos de ellos, pero instigados, fomentados, justificados, tolerados y encubiertos por la colectividad, siendo cómplices, para mayor ignominia, muchas potenciales víctimas.

Bueno, ya se sabe, el machismo es un un vicio atávico, producto del patriarcado, que se irá corrigiendo con el paso del tiempo, con paciencia, con mucha paciencia. Los viejos y condenables hábitos (¡oh, sí, muy condenables!), no se cambian de la noche a la mañana, no es tan fácil, no hay que aburrir ni ser tan políticamente correcto, hombre. En el PP, por ejemplo, según Cospedal, no necesitan cuotas, porque ahí se muere y se mata al ritmo habitual.

Tres asesinatos de mujeres culpables de ser mujeres. Y no es noticia de primera. Las portadas se las llevan l@s polític@s, l@s banquer@s,  l@s corrupt@s y otr@s delincuentes. Y ningun@ ha encontrado un hueco, ni dos minutos, para condenar los tres nuevos casos de feminicidio. Están tod@s absorbid@s en otros menesteres que suponen, erróneamente, más importantes. Vamos bien.

¿Es exagerado resaltar el reciente ocho de marzo, el último terrible y magnífico Salvados y este triple crimen para pedir un momento de reflexión, un compromiso de tod@s por hacer algo en serio?

divendres, 6 de març del 2015

El valor y la cobardía en política.


Todo el mundo está familiarizado con el apotegma del pesado prusiano von Clausewitz, de que "la guerra es la continuación de la política por otros medios". Menos gente conoce el retrúecano del efervescente poitevino Foucault de que "la política es la continuación de la guerra por otros medios", conclusión que Palinuro tiene por tan cierta como la del teutón.
La política es guerra de otra forma ¿Qué cualidades debe tener un líder, un caudillo, un dirigente? Clarividencia, desde luego, y carisma, mucho carisma, esto es, encanto personal, crédito y atractivo de masas. ¿Y qué más? Valor. Sobre todo valor. El valor es lo esencial porque, siendo la única virtud que, como dice Napoleón, no se puede fingir, debe estar presente en el líder militar y el civil, en el general y el político. ¿Y qué es el valor? La capacidad de enfrentarte a lo difícil, quizá lo desconocido, lo que puede vencerte y poner en peligro tu supervivencia, tanto en el orden físico como en el intelectual. La capacidad de jugártela con quien puede vencerte. Quien puede demostrar que eres peor estratega en el campo de batalla, que no tienes ideas militares ni civiles, que no tienes recursos, que defiendes teorías inferiores o falsas. O mentiras.
Por eso no es infrecuente que los líderes escurran el bulto, se nieguen a los enfrentamientos o debates, o solo los quieran amañados, con diálogos preconvenidos o debatientes de segunda o tercera.
¿Es valor enfrentarse a enemigos inferiores o que no pueden defenderse? No; es cobardía y, si el valor no puede fingirse, la cobardía no puede ocultarse.
¿De quién se habla aquí?
Juzgue el lector.
De tod@s los dirigentes que se den por aludid@s. Ell@s saben quiénes son.  

dijous, 5 de març del 2015

Los vientos de la historia
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La poética imagen es de Fernández Toxo. Él habla de un solo viento, pues tiene una concepción unitaria de la meteorología y la aerodinámica. Palinuro, que presume de pluralismo, habla de los vientos. En la historia no hay un solo viento, como no rige una sola ley. Hay muchos, desde la suave brisa al huracán; y muchas leyes, desde la divina a la del más fuerte, y todas batallan entre sí. Los vientos son varios, plurales, hasta para un sujeto colectivo, pero unitario, como el pueblo: Vientos del pueblo me llevan,/vientos del pueblo me arrastran,/me esparcen el corazón/y me aventan la garganta, decía el poeta de Orihuela.
 
A Palinuro también le aventan la garganta los vientos que soplan en la historia de España. Vientos sobre los que nos advierte Toxo sin caer quizá en la cuenta de que él mismo es candidato señalado a ser barrido por ellos. El viento de las renovaciones y reinvenciones. Se necesita un cierzo potente que sacuda las estructuras burocratizadas, plúmbeas,  de los dos sindicatos que empiezan por no ser capaces de unirse. Por eso sus dirigentes van a todas partes juntos, como Hernández y Fernández, o Tweedledum y Tweedledee, o Balin y Balan, objetos de críticas y chirigotas. Sindicatos que pactan con gobiernos, patronales, bancos, que hacen negocios, chanchullos y tienen un problema real de corrupción. El viento de la historia.
 
Al PP, una galerna. Ese bunker de corrupción tiene que volar por los aires y aterrizar en el patio de alguna cárcel de seguridad para que quienes llevan años haciendo trapacerías, llenándose los bolsillos, forrándose con el dinero de todos, con auxilio de algunas sanguijuelas de la oposición, no tengan ya de dónde seguir robando. Pueden montar un máster de cómo privatizar lo del común en beneficio de los amigos y allegados. La enseñanza será buena en la teoría pero algo deficiente en la práctica ya que a ellos los ha barrido el viento de la historia. Presentar o no presentar a Aguirre y González como candidatos es un problema angustioso. En principio, los dos son impresentables. Pero, si no los presentan, ¿con qué cara presentan luego a Rajoy de candidato a la presidencia del gobierno?
 
Los vientos son favorables a Podemos y Ciudadanos, las materializaciones de la renovación, la reinvención y la regeneración, que prosperan sostenidos por un levante suave y húmedo. La historia, piensan, es suya. Pero ya empiezan a mirarse de reojo porque se ven cabalgando un impulso con elementos en común y eso es mal asunto cuando se está en una carrera con un objetivo común: ganar. IU, en cambio, se agosta con un poniente achicharrador. Por más vueltas que le dé, la parrilla siempre está al fuego y Garzón tiene cada vez más figura de San Lorenzo. De Convocatoria por Madrid no va a dejar ni las briznas porque recuerda aquella pintoresca Internacional Segunda y Media, entre la aburguesada IIª y la revolucionaria IIIª Internacionales. Unas gentes realistas que creían que la vida entre dos ruedas de molino puede ser cómoda.
 
El terral sopla sobre el PSOE. Le es favorable, pero provoca mucho trastorno en el interior. Vuelan las vajillas. Sánchez ha dado dos golpes de autoridad en Madrid. Gómez, fuera; Gabilondo, dentro. Con ello ha logrado suficiente influencia para acordar una fórmula razonable con la taifa andalusí: dos actos electorales con el mando federal; el resto, cosa de la presidenta Díaz. Compárese con Rajoy, quien parece tener la intención de mudarse a la calle de las Sierpes, a ver si consigue que alguien identifique a su candidato. El gesto de Sánchez tiene que amigarlo con la izquierda de su partido que, es muy protestaria y un pelín faltona porque también viene con el viento de la historia pero que, entre otras cosas, puede detener la hemorragia de votos del PSOE por la izquierda. Lea Sánchez el artículo de Bea Talegón en El Plural y júntese a hablar con estas hierbas del abandonado patio trasero de la izquierda del PSOE.
 
A UPyD no la barre el viento de la historia sino la falta de él. Está fuera de las corrientes, rumiando su amargura de haber acertado en las propuestas sin que nadie se lo reconozca y, menos que nadie, el electorado. El objetivo no se alcanza, la flota está en calma chicha, sin poder arrancar, como los griegos en Áulide. No hay ni viento de la historia. Y ver quién le dice a Rosa Díez que su destino, si quiere salvar el proyecto, es el de Ifigenia.
 
Los catalanistas vienen completamente pertrechados para la batalla final. Septiembre se perfila como la avalancha de guerreros que los nacionalistas españoles consideran tribus hiperbóreas  y los catalanistas ordenadas y gloriosas legiones al mando de Sant Jordi en combate contra el dragón castellano/borbónico. Allí chocarán  ambos con fragor metálico entre el que rugirá furiosa la tramontana, que quizá nos lleve a otro tiempo. Y otro país.

dissabte, 14 de febrer del 2015

Contrapodemos


Asís Tímermans (2015) ¿Podemos? Madrid: última línea. (194 págs).

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Según reza la portada, este libro va por la segunda edición. Podemos está de moda. Es negocio escribir sobre este novísimo. Y acertado hacerlo rápidamente porque, como están las cosas, quizá dure poco. Un ascenso tan vertiginoso e inesperado puede agotarse con la misma celeridad porque no se sostiene sobre bases firmes, sino sobre ilusiones muy vivas y sinceras, pero momentáneas. En otras palabras: la revelación de mayo de 2014 puede no llegar a la nueva temporada de septiembre de 2015. Se dirá que Podemos tendrá más votos que IU, UPyD, o Equo. Es posible, pero, al haber planeado una estrategia basada en la mayoría, no alcanzarla será perder. Y los sondeos empiezan a mostrar señales de inflexión en la curva. No es solamente que la intención directa de voto se haya estancado o que (sondeo de Metroscopia de hace unos días) la cantidad de quienes jamás votarían a Podemos sea ya superior a la de quienes sí lo harían, sino también que la aparición del fenómeno ha dado lugar, sin duda como fenómeno no querido, a una recuperación del PSOE. 

Pero todo esto son vaticinios. Entre tanto, las librerías hierven de ensayos sobre Podemos, la mayoría, rendidos, a favor; algunos otros en contra, generalmente infumables. Pero también hay excepciones. El de Asís Tímermans está más documentado que la media, tiene mayor trabajo de investigación, más distancia crítica y, por tanto más interés. Tiene también el tono doctrinario típico neoliberal de estar dando lecciones de mercado libre continuamente. Pasa mucho con los seguidores de esta idea. Recuerdan a los saintsimonianos, que no podían abrocharse solos los mandilones y debían ayudarse unos a otros formando círculos y no de Podemos precisamente. 

Estas narrativas neoliberales son siempre miríficas. El libre mercado es todo: panacea, elixir de la eterna juventud, néctar, ambrosía, crecepelo, bálsamo de Fierabrás y poción mágica de los druidas. Todos los bienes proceden de ella, único orden racional, humano, benéfico, equitativo, justo. Y todos los males son siempre, siempre, culpa de los demás. Si la derecha fracasa en sus políticas desreguladoras, la culpa es suya por no ser suficientemente desreguladora. Si lo hace la izquierda, se pasó de frenada en la regulación. Es un modo de razonar prepopperiano porque la cuestión no es si las hipótesis se falsan o se validan. La cuestión es que las hipótesis se convierten en conclusiones y no se pueden falsar, por lo cual la teoría prueba claramente no ser teoría sino ideología. Y funciona como tal.

Salvado ese primer escollo, sin embargo, el libro es de lectura interesante y provechosa. Está bien escrito, es ameno y, en ocasiones, tiene gracia. Su idea fundamental y reiterada a la hora de explicar el éxito de Podemos es que han rescatado y emplean conceptos necesarios, imprescindibles pero que los políticos al uso han abandonado o pervertido como "decencia", "Patria", "democracia", "libertad" y "derechos humanos" (pp. 23, 30, 88). Tímermans tiene buen olfato porque, aunque ahora es ya claro que las relaciones entre Podemos e IU son tormentosas, cuando él escribió el libro no daban esa impresión. Sus líderes habían militado en la federación y asesorado a sus grandes figuras (p. 38). No se veían como competidores y Pablo Iglesias llegó a afirmar que quienes verdaderamente le preocupaban eran los de UPyD (p. 48)

Y ¿de dónde sale esta fresca y potente corriente de renovación de la izquierda? Según Tímermans, Monedero y un grupo de profesores de Políticas parten de la idea de la Transición como traición, una derrota de la izquierda (p. 53) que ahora corresponde remediar acabando con el sistema que instauró, llamado el Régimen. Son un grupo de amigos: Ariel Jerez, Heriberto Cairo (p. 58), Cotarelo, Verstrynge (p. 61). Supongo que está en lo correcto pero, por lo que hace al caso de Cotarelo, autor de Palinuro, no puede ser más errado. Al margen de la amistad o no amistad, que es un libre sentimiento humano, Cotarelo no solo no sostiene la tesis de la Transición como traición (más bien la tiene como una componenda dictada por el miedo y la incompetencia de las partes y que ha entrado en crisis) sino que es señalado por algunos de los teóricos de la traición como el fabulador y embellecedor de esa teoría legitimatoria de la transición a los auténticos objetivos de izquierda. Y no solo eso sino que se encuentra tachado de franquista de acuerdo con la explicación de Tímermans acerca del fenómeno desde el punto de vista de los ideólogos de Podemos: la transición fue un proceso diseñado por el franquismo para perpetuarse (p. 107). No está mal el hallazgo: Palinuro/Cotarelo tachado de "franquista". Ya advertí que el libro de Tímermans tenía momentos divertidos.

Para Tímermans no hay duda de que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, está dentro de la más acrisolada tradición comunista, pero es un comunista avanzado, neotecnológico, mediático, habitante del siglo XXI y no del XIX como sus antecesores y en nada se nota más esa diferencia que en la seguridad de que quien no tenga clara la función esencial de la TV en nuestra sociedad para los fines revolucionarios no tiene nada que hacer (p. 76). Con ese concepto nació la Tuerka (p. 79). Únicamente el asalto a los medios, la colocación del discurso a través de los medios la izquierda "verdadera", haría realidad aquella llamada a conseguir un sorpasso que solo el infeliz gutenberguiano de Anguita había pretendido a través de IU sin levantar un palmo del suelo. Había que superar el vuelo de la gallina, entrar en los bastiones de articulación ideológica de derecha, en programas como, el Gato al agua o el cascabel al gato o Intereconomía (p. 86). Para ganar.

Ganar es la gran misión histórica de esta renovación de la izquierda que, a su vez, se ve como la solución de la crisis actual del capitalismo. Ganar, ¿qué? Javier Iglesias, padre de Pablo, fue de la FUDE, relata Tímermans (p. 100) y sostiene que en Iglesias "confluye la frialdad del experto en comunicación con la emotividad del que está librando una batalla. Estrictamente hablando, una guerra: la que perdieron sus padres y sus abuelos. La que él está dispuesto a ganar" (p. 105) Sus abuelos es posible pero, si el padre era de la FUDE, organización, por cierto, a la que perteneció el franquista Cotarelo desde sus orígenes, no perdió guerra alguna porque ambos nacimos después de ella y sospecho que Javier bastante después que yo, para fortuna suya. La idea esencial, matriz, inspiradora es ganar y la bestia que tira de su carro, el pragmatismo (p. 123) que a Tímermans escandaliza sobremanera pero no tanto a este crítico que, quizá erróneamente, suele avecinar el pragmatismo no con la madurez o el cinismo de la vejez sino, contrariamente a un parecer extendido, con un impulso juvenil recocido con los años.

Tímermans presta atención a los desencuentros internos en Podemos entre el mainstream y las gentes procedentes de la antigua Liga Comunista Revolucionaria (p. 108). Esta aparece reconvertida hoy en la Izquierda Anticapitalista que Jaime Pastor, Miguel Urbán y otros (p. 160) han importado en España procedente de Francia. Les sirve para reproducir las consigna litúrgicas de estos sacerdotes de la pureza bolchevique al grito de "¡todo el poder a los círculos!"  (p. 160). Son ecos de los sucesores de los soviets, lo cual es muy posible que acabe provocando cierto conflicto en el interior de la organización.

El asalto al paraíso vendrá con un partido hegemónico (p. 170), capaz de aplicar un programa que Tímermans considera en todo similar a la estrategia del judoka (p. 119/120), consistente en dar a la gente básicamente lo que pide:  Estado del bienestar (p. 123); reparto trabajo (129); banca pública, el Estado empresario, derecho a la vivienda contra propiedad privada (p. 139); fiscalidad de los ricos (p. 141); renta para todos (p. 143); expropiaciones (p. 145); libertad de información (p. 149); control de la educación (p. 151); y derecho a decidir (p. 153). No es preciso que el autor se esfuerce mucho en demostrar el carácter quimérico, la imposibilidad de estas medidas. Le basta, a su juicio, con hacer una pregunta que considera definitiva: ¿con qué dinero va a hacerse todo eso? Imposible olvidar que Tímermans procede de una escuela de pensamiento económico que venera como dogma irrefutable el principio de TINSTAFL o There Is Not Such A Thing As A Free Lunch.

Ahí reside la verdadera discrepancia, al menos con Palinuro. Todo depende de lo que se considere "gratis". Los ricos Epulones que en el mundo han sido y son han almorzado siempre gratis a costa del trabajo de los demás. No sé si esto convierte a Palinuro en simpatizante de Podemos, pero sí muestra que no comulga con ruedas de molino. No comulga con nada.

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divendres, 23 de gener del 2015

La cuestión candente.


Xavier Vidal-Folch (2014) Cataluña ante España. Madrid: La catarata (143 págs.)

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 En 2013 Palinuro reseñó otro libro del mismo autor y la misma editorial en un post titulado El dret a decidir. Gran parte de lo que allí se decía podría repetirse de este nuevo trabajo de Vidal-Folch. Gran parte, pero no todo y menos aun en cuanto al ánimo o espíritu que rezuma el texto. Desde aquella obra hasta esta ha pasado aproximadamente año y medio y, la verdad, es que es poco lo que ha cambiado la naturaleza del problema o conflicto objeto de estudio, esto es, las relaciones de Cataluña y España. Parece haber cambiado algo más el propio autor. Si en su libro anterior mantenía una actitud relativamente equilibrada entre los dos nacionalismos enfrentados, el español y el catalán, aun propugnando una solución unionista al conflicto bajo la forma del federalismo, en este parece haberse descompensado un poco. No es que haya aumentado su simpatía por el nacionalismo español, con el que sigue siendo muy crítico, pero sí parece haber crecido su animadversión al catalán, que presenta no solamente como equívoco, ambiguo, proclive a la ilegalidad, sino también, lo más grave, inepto, fracasado y empecinado en seguir fracasando a toda costa, con desprecio hacia los perjuicios que su obstinación provoca.

En realidad, con esta segunda obra, parece como si el autor respondiera a la pregunta de la primera (¿Cataluña independiente?), no porque se haya producido un mejor encaje de aquella en España ya que, por el contrario, viene a decir que las cosas están peor que nunca; no tampoco porque el gobierno y el partido que lo sostiene hayan sido capaces de reconducir la cuestión catalana y tratarla con la habilidad y la capacidad de gestión que requiere, sino porque las circunstancias no lo permiten y el nacionalismo catalán, fracasado en su  intento, no ha hecho otra cosa que empecinarse, enrocarse, mantenella y no enmendalla, huir hacia delante. Hacia la catástrofe o el choque de trenes que el autor decía en su primera obra que había que evitar.

En  esta otra, parece haber subido algunos puntos la hostilidad de Vidal-Folch hacia el independentismo catalán y también su impaciencia. Dedica un primer y largo capítulo a desgranar con detalle y competencia los aspectos económicos del problema y revisar algunos prejuicios: España ya no es una ruina y Cataluña tampoco tan eficaz y próspera como se suponía y, por supuesto, con la independencia no le iría mejor sino peor (p. 35). Esta idea recorre el libro, predicada no solamente del comercio sino de otros aspectos, como las relaciones bancarias (p. 108) y, desde luego, las posibilidades de supervivencia en la Unión Europea (pp. 112 y ss.).

La independencia, viene a decir el autor, no interesa a los catalanes y el independentismo, sea el burgués y moderado de CiU o el más radical de ERC, deja mucho que desear en punto a responsabilidad política, sentido común, honradez de actuación y conciencia democrática. La idea básica viene a ser que el objetivo independentista, perversamente disfrazado para no asustar, pero calculado, llevado adelante con medios demagógicos, estilo Assemblea Nacional Catalana (p. 139), descansa asimismo en la demagogia del "España nos roba", propagada por "unos medios subvencionados" (p. 122). Y, la verdad, suena un poco a soga en casa del ahorcado. ¿No podría decirse que el discurso antiindependentista es de esperar en un medio como El País, en el que trabaja el autor y que está, a su vez, según mis noticias, sostenido financieramente por el gobierno central?

El planteamiento general del libro produce cierta incomodidad. Vidal-Folch conoce a fondo la cuestión, es competente y está documentado. Pero algo no encaja. Sin duda critica el centralismo y la cerrazón del obtuso nacionalismo español que este gobierno representa (p. 69 y ss) y no hace concesiones. Pero da la impresión de cargar injustamente toda la culpa del desencuentro sobre el catalán que, por las razones que sean (básicamente ignorancia y demagogia) ha abandonado su viejo y productivo anclaje español para lanzarse a una aventura sin sentido.

Y aquí está, a mi entender, el meollo de la cuestión, apenas esbozada en la obra, pero que no escapará a quien tenga experiencia y sepa de qué se trata. Veamos: la independencia de Cataluña es un dislate, un enorme perjuicio económico, un desatino desde el punto de vista de las relaciones internacionales, es inconveniente y desaconsejable porque, además, en nuestro moderno mundo de hoy "la independencia no existe" (p. 118). Los catalanes debieran entenderlo así entre otras cosas porque, en último término, se enfrentarían a "una resistencia numantina". Está dicho como al desgaire en la página 120, pero está dicho y también insinuado en otras partes. Lectura real: catalanes, no os molestéis porque España no va a dejaros marchar. Punto.

Vidal-Folch tiene la mejor opinión de la tercera vía, entendida como un modelo de federalismo desarrollado por el PSOE, un federalismo asimétrico que las gentes, en lugar de ignorar, harían bien en estudiar y aplicar porque es muy prometedor (pp. 80-85). No siendo eso, el autor rechaza todos los demás argumentos a favor de la secesión (el Canadá, Escocia, las recientes independencias europeas, etc) y, si bien reconoce el derecho de los catalanes a votar (o sea, el derecho a decidir) (p. 137), cree que los independentistas han puesto "el carro delante de los bueyes" (p. 129) y el gobierno y el nacionalismo españoles son incapaces de arbitrar una solución viable si no es la federal (p. 142).

En resumen: aunque con altibajos e insuficiencias, Vidal presenta una argumentación profederalista de la cuestión catalana (que, en realidad y con razón, considera cuestión española), pero, a juicio de este crítico, tiene una visión localizada, parcial, insuficiente, incluso tecnocrática del problema. Habla de bancos, organismos, partidos, gobiernos, autoridades, tribunales, parlamentos, medios, empresas, comercios. Sus razones están mejor o peor traídas y sus argumentos suelen llevar marchamo de experto. Pero falta algo esencial en su reflexión: la gente.

El nacionalismo catalán ha desembocado en un amplio movimiento popular, cultural, transversal, general. Se ha convertido en una reivindicación social ampliamente compartida que ha generado un imaginario colectivo de construcción nacional de carácter emancipatorio. Empeñarse en que un movimiento de este tipo tenga en cuenta cuestiones de contabilidad bancaria, de balanza de pagos, de interpretaciones jurisperitas y de interpretación de las normas positivas equivale a intentar calmar la furia del mar con una espumadera.

dimecres, 14 de gener del 2015

Las ideas claras.


Íñigo Errejón Galván (2014) Populismo y hegemonía. El gobierno de Evo Morales y la transformación estatal en Bolivia. Vicepresidencia del Estado Plurinacional. Bolivia (52 págs.)
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En abril de 2014, antes, pues, de las elecciones europeas en España, Íñigo Errejón pronunció una conferencia en la sede del Centro de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia del Estado en Bolivia. La intervención puede considerarse como una especie de planteamiento teórico-programático de Podemos antes de pasar de ser una posibilidad a ser una realidad tangible que infunde ilusión y espanto a veces entremezclados en mucha gente y frente a la que todos se sienten obligados a pronunciarse. Ahora esa conferencia aparece publicada enriquecida con unas consideraciones complementarias del autor que recogen sus respuestas a las cuestiones que le planteó una audiencia muy interesada y muy competente. Se trata de un texto teórico que fue primero debatido a miles de kilómetros de España y corroborado luego en la práctica de una confrontación electoral con unos resultados espectaculares. Merece alguna atención y comentario.
El conferenciante se mueve en un terreno de resonancias gramscianas. Algunos términos, como hegemonía o guerra de posiciones pertenecen al canon del filófo sardo. Otros están emparentados con él, como la visión patrimonial del Estado de las clases dominantes o la idea, central en el discurso, de pueblo que, si no interpreto mal el sentido que Errejón le da, viene a ser el principio activo de lo nacional popular gramsciano. Y en sus precauciones con el término "populismo" resuenan los ecos de Laclau.
Pero esto es solo la introducción. En su versión de la hegemonía, el autor aduce como ejemplo de triunfo rotundo del empeño el thatcherismo que consiguió lo que los teóricos del framing consideran que es la imposición del "encuadre": los adversarios vienen a tu campo a discutirte y polemizar contigo, en tus términos, con tus reglas. Cualquiera que considere el debate público español desde el mes de mayo pasado verá que ese ha sido su primer resultado. Podemos ha subvertido el orden discursivo e impuesto un nuevo marco en el que los demás se sitúan a favor, en contra o buscando convergencias. Y siempre en su campo.
Pero esto sigue siendo la introducción de la conferencia. En su última parte, el autor apunta a otras perspectivas, en donde pisa terreno menos seguro pero que lo acreditan como un analista y un teórico de vuelo. Considero tal a quien es capaz, cuando menos, de plantear con claridad las preguntas o formular los problemas que los demás meramente y confusamente intuimos. Aunque no dé respuestas o solo lo haga tentativamente o estas sean insatisfactorias. El pensamiento empieza a rendir frutos a partir de preguntas bien formuladas.
Cuatro son las cuestiones que Errejón plantea, entiendo, como algo abierto. Las cuatro están diferenciadas, aunque interrelacionadas. Alguna de ellas es nueva en el debate político y otras, no, pero se plantean en una perspectiva distinta. Dicho en otros términos: los gobiernos progresistas o revolucionarios o cívicos o populares o como quiera llamárselos deben hacer frente a las cuestiones de: la irreversibilidad, las clases medias, la transitoriedad democrática y la técnica. Son de distinto peso pero obviamente forman un entramado y responden a una preocupación esencial: cómo triunfar, como mantenerse y cómo asegurar la permanencia de lo conseguido.

Viene a ser un Maquiavelo completado por el Lenin de ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? Con la salvedad de que Errejón quiere ir más allá. Pero, reconoce, en política no hay nada irreversible. Además, la democracia que, en el discurso errejoniano no es un medio sino un fin, implica la transitoriedad de los programas políticos. Luego hay un problema con las "clases medias" que, por así decirlo, se desclasan, problema que ya detectaron los teóricos socialdemócratas a fines del siglo XX, cuando vieron que perdían la base social de su fuerza electoral por ascenso de aquella. Y, por último, ningún gobierno puede permitirse el lujo de confundir la gestión técnica con la ideología porque ya decía Espinoza que la libertad está en el conocimiento de la necesidad. Pero ese conocimiento, en cuanto conocimiento técnico, puede intentar sustituir al otro, al especulativo e incluso, convertirlo a su vez en técnico, lo que es la base de la tecnocracia.
Podríamos seguir discutiendo estos aspectos porque, al ser futuribles, están en el aire. El propio Errejón reconoce que el concepto de "socialismo del siglo XXI" está desdibujado. Así, ¿qué se puede hacer? Esperar y, llegado el momento, actuar. Y ver qué sucede. Ya se sabe: la prueba del pudin consiste en comer.

dijous, 1 de gener del 2015

Una nueva revista.

De humor y de papel. Todavía queda gente brava en el mundo porque el papel da ya para poco y su destino parece sellado. El churro ilustrado nace para sobrevivir en un mundo hostil y quizá por eso viene sonriendo, en clave humorística. Sus redactores se ven como continuadores de La codorniz, nombre al que suele acompañar el adjetivo de "mítica". Palinuro es muy fiel a su memoria porque la única medalla que tiene le fue concedida, precisamente, por sus continuadores, y con ella le reconocían el mérito de ser luchador de causas perdidas. Desde luego, jamás cometeré la vulgaridad de apuntarme a una causa ganadora.

Lo del papel es inevitable signo de los tiempos. La revista tiene una especie de página web, Panini Comics, en la que se da cumplida información de sus propósitos. Estos se resumen en uno: hacer reír, cultivar el humor, la sátira. También aquí el panorama parece abigarrado. Hay dos publicaciones más de ese género en el mercado de papel el Jueves, la revista que sale los miércoles y Mongolia. ¿Es mucho? Los lectores dirán, pero sí cabe señalar algo colateralmente: es una ley política y sociológica que, cuando los sistemas democráticos se convierten en dictaduras, como está pasando en España con el gobierno de los sobresueldos, la corrupción y la Ley Mordaza, la opinión pública busque salida por la vía del humor. Los mejores chistes de la edad contemporánea salían de la Unión Soviética y la dictadura del genocida Francisco Franco a quien Dios, acojonado, tendrá a su diestra y, sobre todo, a su vista, por si los golpes de Estado celestiales. Que está este Papa sacando demasiado los pies del tiesto.

Mucha suerte a los del Churro ilustrado.

dimecres, 19 de novembre del 2014

Toque de atención.


¡Qué antiguo suena todo y qué típico! Ya están los espadones haciéndose oír. Pero no a la antigua usanza, con el cornetín de órdenes y la consigna del día. Ahora lo hacen de un modo infinitamente más peligroso: con razones. El Jefe del Estado Mayor del Eército (JEME), general Jaime Domínguez Buj ha hecho unas declaraciones que han levantado una polvareda de tuaregs entre los políticos y, supongo, sus coros tertuliescos.
 
 El PSOE quiere que esas declaraciones "se rectifiquen"; el PP las ve "difíciles de comprender"; a IU le parecen una "barbaridad" que "aviva el fuego"; ICV, que "son más propias de la legión que del XXI", como si la Legión fuera los Tercios de Flandes y no del siglo XXI, habiendo desfilado hace escasas fechas con su aguerrida cabra. No quiero ni imaginar lo que dirán los nacionalistas gallegos, vascos y catalanes. Ni los intelectuales que creyeron haber "nivelado" España con la Transición.

Pues ¿qué? ¿Qué ha dicho el general? ¿Santiago y cierra España? ¿Por Dios, por la Patria y el Rey? ¿Viva España con honra? ¿Viva la muerte? ¿Arriba España? ¿Todo por la Patria? ¿Se sienten, coño? ¿O no ha dicho nada y se ha limitado a berrear subido a un caballo?

Nada de eso. Todo lo contrario. Un señor pulcro, bien uniformado, ha expuesto con mesura y tino una serie de juicios y consideraciones del presente y del pasado sumamente puestas en razón. Y lo ha hecho no en el patio de armas de un cuartel, sino ante un selecto auditorio en un desayuno convocado por un Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior, un organismo de tinte conservador, pero civil, que no tiene su página web muy actualizada, pues no se refiere al desayuno concreto aquí en consideración. Un desayuno no es un seminario de máster, desde luego, pero tampoco es un acuartelamiento de las afueras.

¿Y qué ha dicho el general que ha soliviantado al personal? Cosas que cualquier persona sensata, leída, aficionada a las citas cultas, los conocimientos históricos y la reflexión sobre el ser de España entiende a la primera: que le duele España por la corrupción y el separatismo catalán; que este, el separatismo, se da siempre que el poder central se debilita; que eso pasó en 1808 en la guerra contra el francés y se perdió el Spanish Main; en 1898 y por eso volaron Cuba, Puerto Rico y ls Filipinas. Aquí parece haber un punto de discrepancia: la prensa habla de 1898 y el general responde que se refería a 1808, como si de 1898 no pudiera hablarse. ¿Por qué? Porque de Cataloniae fabula narratur. Ahí está el delicado busilis del asunto, lo que pone de los nervios a los políticos españoles. Cataluña.

A más mesura y discreción ha dicho que las Fuerzas Armadas "no son garantes de nada", sino meros instrumentos del gobierno para hacer cumplir la ley y la Constitución. Me temo, mi general, que yerra usted. En su artículo 8,1 la CE determina que las Fuerzas Armadas "tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional". Otra cosa es que ese artículo, como otros en la Constitución, sea un dislate. Por eso hace usted bien en señalar que están estrictamente a lo que el gobierno mande.

Corona usted su desmesura diciendo que no cree que la cuestión catalana pueda resolverse por la fuerza o mediante los tribunales, sino que es precisa la política. Exactamente lo que lleva todo el mundo dos años diciéndole a Rajoy, como quien habla a un adoquín. Que haga política, pues es político y para eso le pagamos. Sin contar los sobresueldos, añade Palinuro desde el fondo. El presidente del gobierno dice no ser fiscal ni juez, pero su gobierno y él por tanto azuzan a la Fiscalía para que organice un desaguisado en Cataluña. Eso se llama hipocresía y a los hipócritas les irrita sobremanera que les descubran sus vergüenzas.

No se trata de si los militares tienen o no razón. Se trata de que el Ejército no puede hablar de cuestiones que no le competen. Es tan absurdo que dan ganas de llorar. Los militares no pueden hablar; pero ya lo han hecho. Los catalanes no pueden votar; pero ya lo han hecho. A esto es a lo que el JEME debe de llamar "debilidad del Estado". ¿Sí? Pues se va a enterar el milico. Va a caerle un paquete de órdago. Y a Más una querella como un obús. Y todo seguirá deteriorándose bajo la zigzagueante dirección de un auténtico incompetente e irresponsable.

La escandalera de la oposición refleja sus miedos. Los miedos a eso, a los "tiempos de la legión". No confía en la solidez de las instituciones democráticas y teme que, si hay un movimiento involucionista, cuya primera víctima ella sería, tendría un gran apoyo. Probablemente el del noventa por ciento de los votantes del PP que ahora pide al general aclaraciones sobre sus palabras.

Ese es el drama de España: que medio país sigue sin ser demócrata.

dimarts, 18 de novembre del 2014

Los relevos.


Los de Podemos dicen que van a cambiar el sistema político al que llaman régimen, con indignación de "El País" y círculos aledaños. Discutir por palabras es poco productivo. Vamos a los hechos. En realidad, el sistema político está cambiando aceleradamente gracias, sobre todo, a la intención podémica. Es posible que a las elecciones de 2015 no se presente ninguno de las candidatos de los grandes partidos que lo hicieron en las de 2011. Renovación a base de relevos.

El primero, Rubalcaba, quien hizo un mutis tan triste y desangelado como había sido su mandato. Con los resultados de las europeas de mayo, su marcha era inevitable, imprescindible si el PSOE quería recuperar algo de su identidad, su electorado, su influencia y sus esperanzas, pues todo lo había perdido con él. El relevo, Sánchez, tiene una tarea difícil: recomponer el partido, que corre peligro de acabar como el PASOK, y llevarlo al triunfo electoral, sino con mayoría absoluta, sí con minoría mayoritaria. Su baza fuerte es fabricarse una centralidad entre la dos propuestas más radicales, del PP y Podemos. En situaciones de polarización, el saber convencional atribuye al centro vocación mayoritaria. Y el electorado ha de visualizar alianzas posibles y sostenibles.  El PSOE tiene que explicar a la ciudadanía en qué coincide con los otros dos y en qué discrepa.  Todo el mundo tiene claro en qué coincide el PSOE con el PP; pero no en qué dicrepa. Ese adelanto de un proyecto de reforma constitucional dará una pista. Y el PP la completará. Floriano dice estar receptivo a la propuesta reformista a la espera de conocer su alcance. A Cospedal no le hace falta conocer el alcance pues ya sabe que Sánchez pretende dinamitar las reglas del juego en España. A ella, como a la justicia de Peralvillo, no le hacen falta pruebas sino que las fabrica después de ajusticiado el reo. Tanto Sánchez como sus colaboradores han dejado claro en qué discrepan de Podemos. Prácticamente en todo, lo que no impide que hagan un verdadero plagio de estilo de comunicación. Pero no se sabe en qué coinciden. Y, si no hay coincidencias, es difícil imaginar alianzas. Con lo cual, de momento, los vaticinios se cargan del lado de una gran coalición a la que también empuja en cierto modo Podemos igualando PP y PSOE. La justificación ideológica parece clara; la pragmática, no tanto. Y eso, tratándose de Podemos, es un handicap.

Después de Rubalcaba, se retira Cayo Lara. No es frecuente ver llorar a un político honrado. A los otros, sí; lo hacen de cine. Por eso, un respeto para Lara, un hombre sencillo, honrado al que los acontecimientos han rebasado. Su retirada todavía lo honra más. En su lugar parece llegará Alberto Garzón. Nuevo efecto Podemos, pero más difícil de desentrañar que el del PSOE, precisamente porque entre estos e IU hay una relación de familia política e, incluso, personal. Garzón es partidario de la fusión y, siendo realistas en las circunstancias actuales, tal cosa no puede darse sino es dejando a IU en una posición de subalternidad frente a Podemos y a Garzón jerárquicamente por debajo de Iglesias. La única alternativa sería una coalición bicéfala entre iguales y eso es poco probable. Es una situación endiablada porque ambas partes comparten cultura política pero no pueden coexistir. Añádase que el núcleo, la espina dorsal de IU es el PCE, muchos de cuyos viejos militantes están ya rezongando. Aceptaron de mala gana sumergirse en IU mientras fueran ellos su estructura. Pero no aceptarán desaparecer sin más con sus históricas siglas en un movimiento que les ha robado su discurso, lo ha pulido y ahora lo vende como suyo. Sí, situación endiablada y triste, sobre todo triste. IU no tiene fuerza alguna para negociar nada con Podemos porque, si este atiende a su interés, preferirá que no haya fusión e IU se presente con sus siglas a las elecciones, para hacer visible la "nueva política" en todos los horizontes.

El tercer relevo está aún por producirse y es posible que no lo haga. Rajoy debiera haber dimitido ya al comienzo de su mandato y, desde luego, en el momento en que se materializaron las acusaciones de haber cobrado sobresueldos y hubo de comparacer en sede parlamentaria para reconocerlo, aunque llamándolos algo así como complementos de productividad, un concepto típico de la picaresca. Pero no lo ha hecho ni tiene, al parecer, intención de hacerlo. Igual que los sobresueldos no existen sino que son complementos de productividad, la consulta catalana del 9N no se ha producido porque él ya había dicho que el referéndum no se iba a celebrar y no se celebró el referéndum, sino otra cosa, un guateque o algo así. El mismo hombre que ha cobrado sobresueldos y preside el que probablemente sea el partido más corrupto de Occidente, cuyos dirigentes tienen cuentas bancarias en todo el mundo, dice a los otros líderes que se debe impedir la existencia de paraísos fiscales. Es, más o menos, la misma caradura que se requiere para presentar en el Parlamento un proyecto legislativo de lucha contra la corrupción firmado por gentes que han cobrado en negro.

No solamente no piensa en dimitir sino que quiere ir a Cataluña a explicar "mejor" sus razones. Ahorro al lector la sarta de gansadas que se apresta a soltar a los catalanes (muy en la línea de "en Cataluña hay más catalanes que independentistas"), pero si alguien quiere solazarse, están aquí. Realmente, quizá sea bueno que Rajoy no opte por el relevo, como los otros. Si continúa para desgracia de los españoles, al menos estos tendrán la posibilidad de echarse unas risas de vez en cuando.

dilluns, 20 d’octubre del 2014

La nación incierta.


Carlos Taibo (2014) Sobre el nacionalismo español Madrid: la catarata, 110 págs.
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Uno de los rasgos más característicos del nacionalismo español es la vehemencia con que lo niegan quienes lo practican. Escucha uno hablar a los políticos castellanos, andaluces, murcianos, extremeños y sale convencido de que en España no hay nacionalistas. Los nacionalistas son los catalanes, vascos y gallegos. El resto de los españoles está libre de esta terrible tara, de forma que debe de ser el único pueblo del mundo exento de ella.  Tanto es así que Taibo comienza su libro con una pregunta, "¿existe el nacionalismo español?" a la que dará respuesta dejando patente que, en efecto, existe como una concepción hegemónica dominante, excluyente, monopólica. Es, pues, una obra dedicada a desvelar una de las supercherías más características, esto es, la de que en España no hay nacionalismo y que los nacionalismos que en ella se dan son los "periféricos".
Coincido con el autor en este punto y no es el único en el que coincido. Practicamente lo hago con el conjunto de la obra, de forma que casi podría ahorrarme la reseña porque bastaría con decir que no tengo gran  cosa que añadir a lo que en ella se expone. No obstante, como hasta en las coincidencias hay matices, no será ocioso comentar los rasgos más interesantes de este breve trabajo que, según explica el propio Taibo, es una ampliación y profundización del prólogo que escribió en su día para un libro colectivo sobre este apasionante tema del nacionalismo español hace unos años.
Una vez refutada la idea de que España sea la única tierra del mundo libre de nacionalismo y asentada la de que es cuna de una de sus formas más agresivas, obstinadas y autoritarias, Taibo hace un recorrido por sus manifestaciones y rasgos. Distingue así un nacionalismo español esencialista y otro "pragmático", esto es, el que se postula por mor de la estabilidad política del país. No coincidente con esta división, pero muy relacionada con ella, se da la distinción entre nacionalistas ultramontanos y liberales, algo que la historiografía española señala con frecuencia. Es mérito del autor, que este crítico aplaude, señalar que, en realidad, ambos nacionalismos coinciden en su idea de la nación española como "invención de la tradición" (p. 39). Y me atreveré a decir que se queda corto. El nacionalismo español por antonomasia, el que siempre triunfa, se impone, coarta las posibilidades de expansión social de España es el más brutal y retrógrado, el nacionalcatolicismo, y el de estirpe liberal no pasa de ser otra invención de una historiografía llena de buenos deseos, porque, siempre que hay un problema, el sedicente nacionalismo liberal hace causa común con el nacionalcatolicismo, se funde con él, como sucede hoy día cuando, ante el llamado "órdago" catalán, Pedro Sánchez afirma estar con el gobierno de la derecha sin fisuras.
Una de las funciones de ese timorato y claudicante nacionalismo liberal es elaborar la doctrina puramente ideológica de que el desarrollo de España no tiene nada de excepcional y que, al contrario, es normal y homologable con el de las naciones del entorno. Atinadamente, Taibo pone en solfa esta cuestión (p. 46) y por parte de este crítico solo cabe señalar que se trata de un discurso legitimatorio de una realidad nacional como la española que solo ha podido mantenerse a lo largo de la historia mediante el empleo de la fuerza.
En la perspectiva actual, Taibo analiza el hecho de que la Constitución vigente española sea, en realidad, el principal baluarte de la concepción más obtusa y cerrada del pais como una única nación y la negación de todas las demás. El alambicado artículo 2, en conexión con el 8, que confía la integridad territorial de España al ejército, es muestra de una retórica redundante que prueba cómo el núcleo mismo del orden constitucional es la obsesión con el peligro de la fragmentación de España. Esto es suficientemente conocido. Menos lo es el tema que aborda el autor a continuación, el de la consulta en Cataluña que los nacionalistas españoles -esos que no son nacionalistas- rechazan al entender que no es aceptable se reduzca solo a Cataluña, ya que son todos los españoles quienes tienen derecho a votar en un asunto que a todos afecta. Aparte de señalar el absurdo de que quienes sostienen este punto de vista no saben cómo explicarse los casos de Escocia y Quebec, Taibo hace ver que esta posición, en realidad, es un cerrojazo a la posibilidad del ejercicio del derecho de autodeterminación de los catalanes, que el sistema político español niega de raíz (pp. 79). Negación de ese derecho es también la propuesta sucedánea socialista de reformar la Constitución en un sentido federal. Por mi parte he sostenido siempre igual punto de vista. Afirmar que no puede haber una consulta catalana sino que han de participar todos los españoles es una prueba de mala fe evidente ya que se presume que los españoles negarán la autodeterminación catalana por abrumadora mayoría. Dado que los catalanes son una minoría estructural en España, que jamás llegarán a ser mayoría, obligarlos a aceptar la decisión de la mayoría es llamar democracia a lo que no es otra cosa que la tiranía de la mayoría.
Analiza luego Taibo cinco argumentos que el nacionalismo español ha esgrimido en contra del catalán: 1º) si Cataluña es o no una comunidad política propia, que es obvio; 2º) si fue independiente en el pasado, que es irrelevante; 3º) si la autodeterminación tiene un tope en cuanto a las unidades territoriales que la ejerzan, que es razonablemente claro; 4ª) de quién sea la soberanía, ya tratado; 5º) si el independentismo catalán es algo más que la insolidaridad de los ricos, que quieren quitarse de encima los deberes para con los pobres (p. 81). Todos los argumentos, y algunos otros, como los rasgos del derecho de autodeterminación, su titularidad, la temporalidad de su ejercicio, etc, han sido ya debatidos y ninguno tiene especial consistencia. Por cierto, respecto al de que, siendo una nación rica, Cataluña quiere la independencia por razones insolidarias, cabe replantear la cuestión en otros términos. El problema no está en que haya zonas ricas en una entidad política; el problema reside en porqué las hay pobres. Sobre eso es sobre lo que hay reflexionar.
Dos capítulos más de la obra merecen reseña especial por lo atinado de su punto de vista: el del trasfondo económico del nacionalismo español frente a Cataluña y el muy interesante de la cuestión lingüística que, más o menos, sigue como en los tiempos de Nebrija: a una única nación en España corresponde una única lengua.
En resumen: no solo hay nacionalismo español sino que es tan agresivo, autoritario y excluyente como siempre y, en gran parte, impulsor del soberanismo catalán.  

dissabte, 6 de setembre del 2014

Reflexión sobre Podemos.

La fulgurante aparición de Podemos ha sembrado el desconcierto en el sistema político, lo cual es una muestra de lo lentos que somos en nuestras percepciones y nuestra poca capacidad para explicar las novedades. Hace lustros que se teoriza sobre la "sociedad de la información y la comunicación", la "sociedad mediática", las democracias de los medios. Pero seguimos sin entender cómo funcionan. Los partidos ya no se fundan en modestas tascas de barrio o en los mullidos despachos de abogados y banqueros y en relaciones personales. Surgen de una realidad abigarrada, fragmentada, que llamaría "postmoderna" si supiera qué quiere decir eso. De una comunicación que trasciende el orden personal, mediada por las TICs. Incluso algún adelantado del análisis político académico, como Rospir, propuso llamarlos media parties hace años. Podemos tiene algo de esto, pero no se agota en ello. Ni mucho menos.

Sentado, pues: la reacción mayoritaría del establishment político mediático ha sido hostil. Eso que antes se llamaba el sistema, un término similar al de casta de Podemos y también muy conveniente porque permite identificar un enemigo y hacerlo de un modo suficientemente vagaroso para incluir o excluir de él a quien nos parezca en cada momento. Ese pronombre "nos" es la clave del concepto, la clásica e implícita contraposición entre "nosotros " y "ellos". Aclaro que me refiero a la vieja idea de sistema. Esta reciente que se trasluce de las acusaciones de "antisistema" en boca de gentes conservadoras es un contrasentido que no cuaja, pues usan el término sistema como sinónimo de "orden constituido", el que las beneficia a ellas.

La reacción ha sido muy hostil. La derecha no ha parado en barras y tanto sus políticos, diputados como sus innúmeros portavoces en los medios y tertulias han ido al ataque en todos los frentes, político, ideológico, social, personal. Con tanta saña que algunos se preguntan si no se conseguirá el efecto contrario de ensalzar la formación a ojos de la opinión pública. Porque esa opinión es muy contundente. Pablo Iglesias es el líder mejor valorado en los sondeos; Mariano Rajoy, el peor. Ya no gana ni al socialista.

El PSOE ha sido más moderado, pero su reacción es igualmente hostil. Podemos es antisistema, populista y neobolchevique. Alfonso Guerra propone una alianza entre PP y PSOE frente al resurgir de neofascismos y neocomunismos. Es comedido. No menciona Podemos, pero no hace falta. Felipe González sí se desmelena más y compara Podemos con Chavez, Le Pen, Beppe Grillo y Syriza. Otro que tampoco entiende la sociedad mediática en la que vive y sobre la que teoriza. Si algo tienen en común Chavez, Le Pen, Beppe Grillo y Syriza es que salen por la tele. Pero eso le pasa a él también, así que habría que incluirlo en la lista de no ser porque esta lista es una tontería, con todos los respetos.

La reacción de IU es cautamente ambigua. Los resultados electorales recientes y el sentido común indican que la federación ha sido el principal caladero de votos de Podemos. De ahí esa actitud ambivalente de sí pero no, somos lo mismo pero no somos lo mismo y otros sofismas que no dejan mucha salida a ninguno de los dos porque tampoco Podemos puede permitirse ir a una alianza con una fuerza tradicionalmente perdedora y ahora debilitada precisamente por su presencia. Es una situación cruel, pero no tiene otra salida que la hegemonía de Podemos à tout hazard.

Porque, efectivamente, contra pronósticos, Podemos supone una alteración sustancial del sistema político. Al día siguiente de las elecciones europeas (que hicieron trizas la autoestima de los sondeos) hubo una cascada de dimisiones en otros partidos y fuerzas; hubo primarias, secundarias, terciarias y hasta tercianas. Incluso ha amanecido un proyecto de reforma de la Ley Electoral General, dentro de un plan pomposamente llamado de "regeneración democrática". Lo suficiente para que, al margen de consideraciones más o menos coyunturales, se intente un análisis, siempre provisional, pero imparcial del fenómeno. Confieso de antemano que mi imparcialidad es compatible con mi simpatía por el movimiento y sus dirigentes, a algunos de los cuales conozco personalmente y de los que me siento cercano, especialmente Iglesias, Errejón o Urbán.

Podemos tiene una faceta inmediata, práctica, contingente. A ocho años de una crisis sistémica, aguda y que parece no tener fin; a tres años de un gobierno especialmente antipopular, autoritario y corrupto de la derecha; con una sociedad civil desmoralizada, después de una experiencia de fracaso del último gobierno de Zapatero, el terreno estaba baldío pero en barbecho. La aparición de un movimiento nuevo, fresco, joven, sin vínculos con el oscuro pasado, dirigido por una personalidad fuertemente carismática, popularizada en los medios de comunicación, viralizada en las redes sociales, iconografiada ya hasta en videojuegos, tenía que despertar una oleada de simpatía popular, adhesión y, por supuesto, esperanza. Porque todo eso se da en un contexto social caracterizado por un paro juvenil masivo que hace hablar de una "juventud sin futuro", una contradicción en los términos porque la juventud es el futuro.

Pero Podemos tiene una faceta mediata, de más peso teórico, menos transitorio. Tiempo habrá de estudiar hasta qué punto el movimiento se fragua en las asambleas del 15-M, pero la relación entre ambos, 15-M y Podemos es evidente. Es más, hasta cabe decir que esta fuerza es la forma que adquiere el debate algo atascado en el 15-M, acerca de cómo alcanzar eficacia en la acción política, si manteniendo la asamblea u organizándose en partido. De ahí que Podemos tenga todavía pendiente esta cuestión organizativa, que ya se verá cómo se soluciona. 

Al margen de ello, sin embargo, sí parece claro que la organización de los círculos acepta el principio democrático de que al poder se llega ganando elecciones. Eso del neobolchevismo es un golpe bajo. Ahora bien, las elecciones tienen unas condiciones, unos requisitos, formales y materiales que, de siempre, han sido fuerte escollo para las aspiraciones de las izquierdas en todo el mundo. El primero de todos, dictado por la experiencia, es que en las sociedades occidentales (a falta de nombre mejor) la mayoría, que es lo que se precisa para ganar, es centrista. Las opciones, en consecuencia, moderan su lenguaje y sus programas para no verse arrinconadas. Ahí tiene poca cabida la disyuntiva crasa izquierda-derecha que, sin embargo, sigue siendo real, de forma que se multiplican las anfibologías, los eufemismos: clases medias, los de arriba y los de abajo, etc.

Hay más, mucho más en los procesos electorales (listas, escutinios, etc), pero nos quedamos con la cuestión esencial: cómo obtener la mayoría electoral para una opción de izquierda hoy. Hay dos pasos: a) coalición de la izquierda (preelectoral o postelectoral) en sentido estricto; b) coalición de la izquierda en sentido amplio. 

Respecto a a) no es exagerado decir que Podemos se perfila como el eje en torno al cual quizá pueda fraguar una unidad de la izquierda. Si frentista o no es cosa de terminología. El problema no es terminológico, sino de contenido. Se trata de saber si las demás izquierdas, IU y sus constelaciones, aceptarán formar parte de una alianza hegemonizada, quieran o no, por Podemos. Doy por supuesto que esta coalición por sí sola no daría el gobierno a esta unión de la izquierda. Si no fuera así y se la diera, podríamos ahorrarnos considerar el paso b).

Respecto a b) y en el supuesto de que a) salga adelante. Se trata de saber si en la coalición entra o no el PSOE y cómo. Cuestión la más peliaguda por las murallas de reticencias por todas partes. Según unos, es pronto para decidir y conviene esperar los resultados de las municipales de mayo de 2015 y ver cuáles son los del PSOE. Si este va en una senda de pasokización o si mantiene su segundo (y puede que hasta primero) puesto en la dualidad de partidos dinásticos. Desde luego, las proporciones que se decanten serán decisivas para las opciones que adopten los dirigentes. Y es probable que, al final, la decisión recaiga sobre Podemos y el PSOE ex-aequo.  

Y aquí es donde hay que pensar si la sociedad española se merece otros cuatro años de gobierno de esta derecha.

diumenge, 16 de febrer del 2014

Los liderazgos.

Comparando nuestra época con cualquiera otra se advierte un hecho notorio: la ausencia de líderes y el carácter débil y problemático de los que hay. En los tiempos pasados había hombres (y ocasionalmente alguna mujer) con eso que se llama "visión" y, desde luego, la voluntad de imponerla a la sociedad. Suscitaban apoyos mayoritarios, consenso, seguimiento. Dominaban su época y acababan llenando páginas y páginas de los libros de historia. El contraste con la actualidad es evidente. No hay figuras señeras, sino burócratas, personas de partido, muchas veces con largos años de servicio en la sombra que han moldeado sus caracteres para hacerlos acomodaticios, más pendientes de conservar sus puestos que de plantear salidas, proyectos, futuros a unas sociedades desmoralizadas y desconcertadas.

Suele decirse que la tradición de políticas basadas en liderazgos fuertes ha dejado amargas experiencias. La supremacía del hilo de oro de la ley quiere que, quienes la administran, sean seres anodinos, sin rostro, intercambiables. Nada de líderes que llevan inevitablemente al personalismo y la arbitrariedad. El último líder putativo que tuvo el país, Aznar, alcanzó el poder presentándose precisamente como el antilíder, como el hombre normal. Era absolutamente falso. Un hombre normal no casa a su hija en el Escorial. En realidad, un hombre normal no casa a su hija. Hace años que las hijas se casan por su cuenta. Falso porque la normalidad no era genuina, sino una argucia para contrarrestar la fuerza del último líder que tuvo el país, González.

El gobernante actual llegó también a lomos de la normalidad, sosteniendo que era un hombre previsible, caracterizado por una abundante copia de sentido común. O sea, nada de líderes. Y efectivamente, es previsible. Es previsible que haga el ridículo en cuanto se mueva. No es previsble, sin embargo, qué tipo de ridículo en concreto. Nadie se esperaba verlo actuando de telonero en un mitin electoral del partido islamista del primer ministro turco. El irónico, sarcástico, crítico de la alianza de las civilizaciones de Zapatero y Erdogan acaba de jenízaro de un sultán. Absolutamente previsible. De sentido común. Como Alá manda.

De la necesidad, virtud. No tengo claro si hoy no hay líderes porque nadie los necesita o nadie los necesita porque no los hay. Los gobernantes pierden estatura, dimensión, comportándose como administradores afanosos de unas circunstancias que los superan, como Obama, Cameron y no digamos Hollande. Pierden hasta el rostro. Los gobernantes de Portugal, Bélgica, Holanda, Austria, Dinamarca, etc. son gentes desconocidas. Casi nadie sabe distinguir el primer ministro entrante del saliente en Italia. La gente se hace cruces del valor de esos jueces que pretenden procesar al presidente de la República Popular China, pero es incapaz de identificarlo y algunos no saben siquiera si está vivo. Muchos no están seguros de si Europa tiene un presidente o dos o ninguno y, caso de ser dos, cuál manda más, si manda algo. Son políticos sin rostro y, cuando se empeñan en tenerlo, suscitan rechazo, como Merkel; o resistencia, como Putin; o franca hostilidad, como Berlusconi.

¿Qué ha pasado con los líderes? Son tiempos muy duros, de guerras de todo tipo, de ocupaciones, desplazamientos en masa, genocidios y una crisis económica que no cesa ni nadie sabe cómo resolver. Pero precisamente los tiempos duros alumbran los líderes. Los de business as usual dan otro tipo de personas. ¿Por qué no florecen como las cien escuelas de Mao Tse-tung? Siendo el liderazgo de esencia carismática y siendo lo carismático cuanto escapa a la comprensión racional, la pregunta no tiene respuesta. Vaya usted a saber. 

Tengo un remota sospecha, es como una intuición, de por qué los líderes han desertado. O una hipótesis. Los líderes lo son porque las masas los siguen. Por tanto los liderazgos precisan de una masa que quiera ser liderada, esto es, dirigida. En los años treinta se dan los liderazgos fuertes, los correspondientes al Duce, al Führer, al Caudillo, todas denominaciones que han dejado paso a la más neutra de Líder. Aquellos liderazgos se valieron sobre todo de la radio. Luego llegó la televisión y el líder tuvo que cambiar, adaptarse, como habían tenido que hacer los actores de cine cuando llegó el sonoro. La televisión multiplicó por mucho la influencia del líder pero también multiplicó la cantidad de líderes, fabricó todo tipo de ídolos que atacaban la preeminencia que habían tenido los dirigentes políticos por el monopolio de la plabara radiada y, por tanto, rebajó su condición. La gente se cansa mucho antes de lo que ve que de lo que oye y, para sobrevivir, los medios tenían qae multiplicar las imágenes.

Luego llegó internet y la política 2.0. Las masas, llamadas ahora "inteligentes" ya no siguen. Pertrechadas con el acceso al ámbito público, ahora discuten, crean proyectos autónomos, los difunden, postulan opciones, crean información y quieren ser seguidas a través de las redes sociales. Las redes, las importantes, son abiertas y distribuidas. En ellas participan todavía porcentajes relativamente modestos de la ciudadanía pero muy superiores a los que lo hacían en los tiempos de los viejos liderazgos. Parece como si la cuestión fuera similar a los otros momentos de adaptación para sobrevivir. El liderazgo se da en las redes sociales. Quienes se postulen como líderes habrán de adaptarse a ellas o perecer. 

En el caso de la izquierda, el debate del liderazgo tiene una doble vertiente. De un lado, se comparte la desconfianza generalizada hacia la figura producida por la consabida experiencia negativa. De otro, hay un rechazo de fondo hacia la idea misma del liderazgo. La prevalencia del concepto de clase entendido como un factor social, político, incluso epistemológico, hace pensar a los izquierdistas que lo suyo ha sido replantear la función del individuo en la historia. Será así, pero la izquierda ha sido siempre una sucesión de líderes: Robespierre, Marat, Bakunin, Lenin, Stalin, Mao, el Che, Chávez y, por supuesto, el sempiterno Castro. 

Siempre ha habido líderes en la izquierda y parecen volver porque son capaces de adaptarse al mundo digital. Podemos es, básicamente, liderazgo. Los medios hablan de un liderazgo mediático, pero eso no es enteramente cierto. Lo mediático ha sido la coronación de un liderazgo gestado en las redes sociales. Un canal de televisión de escasa audiencia pero que podía verse en streaming y que actualmente está situado en un periódico digital. El liderazgo en red de Podemos tiene su grandeza y su servidumbre pero si los otros pretenden competir con él, tendrán que adaptarse a las nuevas circunstancias. Algo tendrán que hacer y no limitarse a insultar. Y algo, desde luego, intentan hacer, pero el peso de las maquinarias de fabricar líderes antilíderes, gentes normales, burócratas sin rostro, de momento, sigue pesando más.

Queda para otro momento la tarea de averiguar cuál sea el contenido del nuevo liderazgo de forma radicalmente nueva; cuál sea su visión, su proyecto que, me temo, no puede basarse exclusivamente en un factor de tipo negativo. No hay nada nuevo en ser el mal menor.

(La imagen es una foto de Nist6dh, con licencia Creative Commons).

diumenge, 9 de febrer del 2014

La democracia y su defensor.

Casi centenario falleció ayer en una residencia de Connecticut Robert A. Dahl, uno de los padres de la ciencia política contemporánea y figura respetada por encima de querellas doctrinales. Dahl era hijo de inmigrantes noruegos en los Estados Unidos. Recordaba los años duros de la recesión siendo él adolescente, cuando había de recorrer grandes distancias para ir al instituto en mitad de la nieve, pues vivían en Alaska. Andando el tiempo llegaría a ser uno de los grandes teóricos de la democracia en el siglo XX, junto a los Sartori, los Hayek o los Schumpeter. Tengo para mí que esa experiencia vital de los que vienen de abajo, esa voluntad por ascender por méritos propios en un mundo de oportunidades siempre escasas, condicionó el enfoque dahliano del objeto de estudio al que dedicó toda su vida, la democracia.

A veces se le criticó lo que muchos entendían como una función ideológica y justificativa de su teoría de la democracia pluralista, sobre todo frente a los análisis marxistas. El pluralismo era una forma del funcionalismo y no estaba bien visto. Encima, Dahl, que tenía su punto de ironía, reverdeció el concepto hegeliano de poliarquía, no aplicado a la Edad Media sino a las democracias contemporáneas. Este último sigue siendo término de culto en cenáculos, pero el concepto de pluralismo se han expandido entre los estudiosos y la gente en general. La democracia pluralista se ha convertido en staple food de los debates. Casi parece una redundancia pero conveniente en tiempos en que la democracia puede adjetivarse de otras sospechosas maneras, como "socialista" o "popular" u "orgánica" o "islámica".

Desde el punto de vista de la teoría, el enfoque pluralista posibilita otros refinamientos analíticos, como la democracia "neocorporatista" o la "consocional". La categoría de Dahl se mide por la cantidad de vías y perspectivas que abre su obra.  Una obra muy rica porque está edificada sobre bases científicas (expuestas en un temprano texto de 1963, sobre Análisis político moderno), sólidamente empíricas, como sabe todo el que haya leído aquel trabajo pionero que trataba de zanjar en este terreno la espinosa cuestión del poder en ¿Quién gobierna? Democracia y poder en una ciudad norteamericana (1961). Al mismo tiempo, siempre tuvo una visión matizada, pegada a la realidad material. Junto a su cuidadoso y elaborado edificio teórico sobre la democracia política, Dahl argumentaba en favor de una democracia económica, una perspectiva en la que había trabajado con Charles E. Lindblom (1951) y que continuaba con Prefacio a una democracia económica en 1985. O sea, un hombre que alternaba la torre de marfil con la barricada, o más bien la calle, pues eso de barricada es excesivo para Dahl.

En la vida del mundo, Dahl hizo aportaciones importantes en asuntos esenciales del funcionamiento de los sistemas democráticos, siempre entendidos desde la perspectiva pluralista. Su libro ¿Después de la revolución? es una especie de reflexión y balance sobre los años sesenta y las perspectivas que se abrían. Pero sus mayores desvelos los dirigió al funcionamiento de la oposición en la democracia, La oposición política en las democracias occidentales (1966) o Regímenes y oposiciones (1973). La idea es clara: la democracia es democracia si lo es para la oposición.

En 1989 publicó la que, para mí, es su obra principal, el resultado de cuarenta años de trabajos, La democracia y sus críticos, en la que especifica los que considera requisitos básicos de la democracia y polemiza con las visiones críticas de esta. La de Dahl es una teoría democrática de la democracia. En sus obras posteriores pareció ir convirtiéndose poco a poco al campo de esos mismos críticos por cuanto consideraba que la estructura misma de las sociedades capitalistas, especialmente el poder de las grandes corporaciones, impedía y coartaba el funcionamiento de una democracia plena. Esta forma de restricción y falseamiento de la democracia que obstaculiza la participación de la gente en los asuntos públicos ya  venía posibilitada por la propia Constitución de los Estados Unidos. Sin duda una visión crecientemente pesimista que no llegó a imponerse sobre su fidelidad al principio de la democracia como tipo ideal.

dijous, 23 de gener del 2014

Los dineros de los partidos.

Manuel Maroto, Victoria Anderica, Suso Baleato, Miguel Ongil (2013) Qué hacemos con la financiación de los partidos. Madrid: Akal, (70 págs.)

Pues es tiempo de conflictos agudos resulta conveniente acudir a la publicística de combate. Escritos breves, claros, concisos, al alcance de todo el mundo, que traten monográficamente un tema prioritario en la escala de preocupaciones de la ciudadanía, lo analicen, lo critiquen y propongan alguna solución. Siempre que la sociedad se agita y las luchas se enconan, surgen los panfletos. Tienen una injusta mala fama fabricada por quienes no han sabido responderles convincentemente. Los panfletos son compendios argumentados de posiciones políticas (o religiosas, económicas, sociales, etc) opuestas a otras. La revolución inglesa del siglo XVII sería incomprensible sin el alud de escritos en pro o contra del Rey y el Parlamento; la francesa del XVIII, igualmente. Hasta la independencia y la Constitución de los Estados surgieron de un intenso debate animado a base de panfletos. Los papeles del Federalista, ¿qué son sino un puñado de alegatos publicados en la prensa? Eso sí, con un enorme peso filosófico, político y jurídico. El Federalista sintetizó en panfletos la tradición clásica griega, el derecho público romano y la filosofía de la Ilustración. Y ¿qué es el Manifiesto del Partido Comunista, el libro hoy más editado en el mundo entero después de la Biblia, sino un panfleto? Un manifiesto que contiene una filosofía de la historia.

Los panfletos son pieza esencial en la teoría política. Un género muy respetable. El librito en comentario pertenece a una serie de qué hacemos ya con una veintena de títulos. Supongo que también tiene una perspectiva editorial de aumentar las ventas de títulos de crítica en un mercado agónico. La elección del verbo da un tinte leninista a la colección, pues remite al famoso ¿Qué hacer? de Lenin, idéntico al de la novela de Chernichevski. El amarillo elegido para la portada también acompaña. No es el yellow chrome, pero se le acerca

En este caso es una pregunta por el quehacer de la financiación de los partidos políticos, tratada en perspectiva multidisciplinar, con rigor y conocimiento de causa. Consideran los autores el pasado inmediato (¿cómo hemos llegado hasta aquí?), el presente, y aventuran algunas medidas correctoras. La financiación pública es un elemento esencial de la corrupción; esta viene de antiguo, pero no debe considerarse como consubstancial a la cultura española. Mas algo de eso debe de haber cuando las cantidades de financiación de los partidos en 2008 que se dan (p. 14) son manifiestamente desorbitadas y no parecen llamar la atención.

La conclusión obvia del libro es que el sistema político español está por así decirlo gripado a causa de la partidocracia, agravada por el bipartidismo. Los partidos controlan el gobierno, el parlamento e interfieren en la acción del poder judicial. Es inútil esperar de ellos legislación reformista que afecte a sus intereses, singularmente en materia de financiación. La legislación vigente al respecto es inoperante y nada de lo que se ha hecho recientemente en materia de transparencia ha venido a mejorar sino, al contrario, a empeorar las cosas.

La tercera parte, o parte más propositiva, desgrana una serie de medidas perfectamente asumibles en un espíritu de mejorar, democratizar, hacer más transparente y menos corrupta la financiación de los partidos. La cuestión aquí es la fuerza parlamentaria con que se cuente para imponerlas. Y hay una segunda de contenido: la reforma de la normativa corre el mismo peligro de inoperancia que la normativa reformada. Hace diez años, Bruce Ackerman publicaba un libro (Voting with Dollars) en el que proponía una forma de financiación de partidos extraordinariamente sencilla, que podría aplicarse en España con las salvedades precisas: cada elector dispone de un vale de, digamos, 100 euros anuales que puede emplear en favor del partido de su elección. Un país con 22 millones de electores distribuiría en condiciones óptimas 2.200 millones de euros entre los partidos. Con una condición: los partidos acogidos al vale no pueden tener ninguna otra forma de financiación, pública ni privada. Aquellos partidos que renuncien al sistema de vales pueden tener acceso a la financiación privada que deseen. Probablemente la financiación privada estaría siempre por debajo de la pública decidida por la gente. Admitido, es una opción casi idílica. Probablemente no hay otra que seguir reformando la normativa.

En este terreno de propuestas hay al final un proyecto de consolidar y ampliar la democracia, más allá de los límites institucionales, mediante las oportunas reformas que fortalezcan la participación democrática a través de las iniciativas legislativas populares o la creación de órganos ad hoc para que los movimientos sociales tengan acceso relevante al ámbito legislativo. Nada que oponer excepto cierto escepticismo dictado por la experiencia y la realidad cotidiana: la fuerza política que podría apoyar un programa tan sensato como radical está fragmentada en media docena de formaciones.