En lo alto del Olimpo, a veces se escucha el atronador reír de los dioses. Se ríen sobre todo de sí mismos. Pero los mortales, más endiosados que los dioses en su soberbia, piensan que se ríen de ellos. Y, en efecto, al reparar los dioses en que los mortales creen que los tienen en cuenta, redoblan sus carcajadas. La risa sana, atronadora, de los olímpicos. Entre ellos no hay malicia. Y, si la hay, es inocente. Recuérdese el ridículo que Vulcano creyó infligir a Venus y Marte del que, según leyendas, Mercurio dijo cuando la risa le permitió hablar, que él daría cualquier cosa por hacer el mismo ridículo con Venus.
Los mortales llevan mal la risa de los dioses, sobre todo porque ni siquiera tienen el consuelo de reír los últimos ya que sus criaturas los sobrevivirán. Por eso se curan en salud y se hacen creyentes. Y no unos creyentes cualesquiera, sino "creyentes verdaderos", fieles hasta el sacrificio. La fe los salva de lo más angustioso, lo más difícil y más humano que tiene la naturaleza humana: la duda, la inseguridad, la incertidumbre, la contradicción. El verdadero creyente no padece estos flagelos. Él es fuerte en su fe, como una roca. Los dioses se ríen, sí, pero no de él. En absoluto. Se ríen de los otros, de los no creyentes, de los infieles y hasta de los dubitativos. El verdadero creyente vive en paz su fe y solo se le molesta cuando hay que salir al campo a ajustar cuentas con los descreídos.
Erich Hoffer lo dejó escrito mucho mejor que yo en un libro extraordinario de 1951, época en la que todavía se respiraba totalitarismo. Más que hoy. Pero no cunda el desánimo entre los verdaderos creyentes: con tesón, esfuerzo y la típica contumacia humana en adueñarse de la verdad y excluir a los demás, a lo mejor lo igualamos:
“Todos los movimientos de masas consiguen que sus seguidores estén dispuestos a morir y a acometer una acción común. Todos ellos, con independencia de la doctrina que prediquen y el programa que presenten, alimentan el fanatismo, el entusiasmo, la esperanza ferviente, el odio y la intolerancia. Todos ellos suscitan gran actividad en ciertos aspectos de la vida; todos exigen fe ciega y lealtad absoluta.” Eric Hoffer, “El verdadero creyente”. (The True Believer).
Añado: no solo disposición a morir; también a matar. Aunque esa aparece más tarde. En el entusiasmo inicial y, mientras se consolidan, se limitan a insultar.