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dimarts, 29 de març del 2016

Hamelin está en la otra dirección

Javier López (2015) Más allá de Podemos. Veinte cartas de un inconformista frente a los cantos de sirena del populismo Sekotia: Madrid.
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El mejor modo de resistir la tentación de escribir un libro sobre Podemos es leer los que escriben los demás. Que son muchos, voto a tal. No sé si habrá algún otro fenómeno social comparable que haya hecho correr más tinta o acumular más bits. Quien más, quien menos se ha sentido obligado a dar su opinión sobre la formación morada y con un porcentaje amplísimo de visiones críticas y/o negativas. Dado, además, el eclecticismo que se adjudica a sus promotores en cuanto a su querencia por la izquierda o la derecha, los ataques les vienen por la derecha o la izquierda con admirable simetría. He leído repasos más o menos duros desde enfoques anarquistas, espontaneístas, marxistas, comunistas, socialistas, liberales (genuinos), liberales (de pacotilla neo) y conservadores. Me faltaba leer uno también conservador desde una perspectiva próxima al falangismo y este es un buen ejemplo, por cierto escrito en el acrisolado estilo epistolar. 

Resulta curioso porque el ensayo de Javier López parte de dos juicios negativos de Podemos que no sé si dicen tanto sobre el fenómeno en análisis como sobre el analista. Sostiene este ya desde el comienzo que Podemos es una pseudorrevolución propia de una "izquierda fascistizada" (p. 23). Cuando se dice de alguien que es "pseudo"algo viene a decirse que el algo (en este caso la revolución) es bueno y que lo malo es que sea "pseudo", o sea, falsificado. La calificación de "izquierda fascistizada" se entiende, pero más bien intuitivamente. Ignoro qué relación guarde el sintagma con la idea poulantziana de la "fascistización" del capitalismo tardío, pero alguna tendrá.

Desde una perspectiva conservadora inclusiva que parece admitir postulados tradicionales con criterios innovadores, cierto nacionalcatoliocismo con un neoliberalismo al uso, Javier López señala lo que a su juicio son las insuficiencias de Podemos y, al paso, contrapone sus propuestas.

La democracia podemista es insuficiente y, si hay que regenerar esta  "monarquía republicana, sin pompa ni corte y especialmente amable con el socialismo emergente" (p. 32), lo oportuno es reformar el sistema electoral e implantar la circunscripción uninominal (p. 43), lo cual saneará el sistema político a base de debilitar a los partidos políticos que deben quedar reducidos a meros instrumentos del "sentir popular, nada más" (p. 45). Simpatizo poco con la idea de achicar y/o reprimir y/o suprimir los partidos políticos. Detrás suele haber un intento de menoscabar la democracia que, lo siento, pero sin partidos políticos no existe. Ignoro de donde saca el autor la idea de que la circunscripción uninominal rompe la disciplina de voto (p. 44). En unos casos (EEUU), sí; en otros (Gran Bretaña), no. Igualmente, la idea de incluir en el Congreso a los representantes de las regiones, que ahora están en el Senado (p. 46) resulta sorprendente porque ya están (eso son las minorías nacionalistas catalana, vasca, valencian, gallega, canaria) y porque, además, en principio, no debieran estar según la teoría ya que el Congreso es una cámara de representación personal frente al Senado que lo es territorial.

En el ámbito económico, López parece propugnar un sindicalismo "genuino" (p. 56) que suena a falangismo y por tanto algo todavía más visto y manoseado que las tendencias que atribuye a Podemos. Por si hubiera alguna duda, acude al bueno de Salvador de Madariaga para hacer aceptable una sociedad ordenada de forma "orgánica" (p. 62). Madariaga traía su liberalismo de la tradición inglesa, en donde estas bromas no levantan suspicacias. Por estos pagos, cuando alguien habla de la concepción "orgánica" de la sociedad es imposible no recordar la democracia orgánica del Caudillo. A propósito de este, López -que cuestiona el paralelismo capitalismo = derechas y anticapitalismo = izquierdas, con el fin obvio de dar una colleja a Podemos- incurre en ese curioso calembour, al que tan aficionados son los discípulos de Pedro Schwarzt (por ejemplo, Esperanza Aguirre) de acusar a Franco de socialista porque diz que era muy intervencionista (p. 69). En fin...

En un terreno filosófico, López consigue relacionar el personalismo de un anarquista singular como Heleno Saña con el pensamiento de  Primo de Rivera (p. 85). Desde luego la Falange y el anarcosindicalismo compartieron algo más que los colores de la bandera, pero no sé si tanto. Se entiende su crítica al psedurrevolucionarismo de Podemos al contraponer el valor de la persona a las proclamas a favor del consumismo, pues la mortadela no es revolucionaria, lo cual tiene gracia. Pero enseguida se vuelve a lo trascendental y se aplaude a un izquierdista como Correa, de Ecuador (p. 91) y otros caudillos latinamericanos por su brava defensa de la vida frente al aborto.  Lo que no sé es si interpreta correctamente a los de Podemos que, en este espinoso asunto, son más escurridizos que de costumbre, como sabe todo el que escuchó decir a Carolina Bescansa que el aborto "no es una prioridad en nuestra sociedad". Este crítico, que es un correoso feminista, sí cree que es una prioridad absoluta porque están en juego los derechos de las mujeres.

Aunque Podemos no lo sepa, entiendo que señala López, querer a España también es de izquierdas (p. 101). En esto el autor se da la mano con mi amigo Miguel Candelas, autor de un  apreciable libro con el provocador título de Cómo gritar ¡viva España! desde la izquierda. No tengo opinión definida sobre este asunto. En mi ya larga experiencia he escuchado a tanto sinvergüenza vendepatrias gritar ¡viva España! mientras la humilla que me tomo la sugerencia a beneficio de inventario.

López cree que hay un más allá de Podemos. Yo también. Estos muchachos le parecen muy intervencionistas (p. 116). No sé si tanto como Franco. A mí me parecen la ambigüedad personificada. Para él la "izquierda fascistizada" es un híbrido entre el fascismo y el comunismo (p. 120) y hasta una "socialdemocracia fascistizada" (p. 132). Regreso al comienzo. No estoy muy seguro de si ese "fascistizado" tiene que ver con la "fascistización" que los poulantzianos creían descubrir en nuestro tiempo. Supongo que algo habría ayudado a esclarecer el concepto un análisis del populismo del que se habla en la portada del libro. 

La pena es que solo aparece en la portada.

dilluns, 7 de març del 2016

La teoría política de hoy

Gary S. Schaal y Felix Heindereich (2009) Einführung in die Politischen Theorien der Moderne Colonia, Weimar, Viena: Barbara Budrich UTB (323 págs.)
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Es el último libro que he traducido y que estará en la calle dentro de unos meses con el título Introducción a las teorías políticas de la modernidad. Los autores son dos profesores alemanes, uno de ellos, Schaal, profesor en la Universidad Helmut Schmidt, la Universidad del ejército, en Hamburgo, y el otro, Heidenreich, en la universidad de Stuttgart. Es un texto sistemático, ordenado, muy pedagógico y todo lo exhaustivo que se puede ser en este proceloso campo de la teoría y la filosofía políticas. Nos servirá de manual el año que viene en la Universidad.

Los autores sientan el principio de que la modernidad es el origen de la teoría política contemporánea y entienden que esta se caracteriza por unos rasgos decisivos, aunque de distinto alcance: la Reforma, el conflicto entre el poder espiritual y el secular (en contraposición a la idea del Ordo medieval), los descubrimientos geográficos, el poder subversivo de las utopías, las nuevas estructuras económicas y el ascenso de la burguesía, el humanismo, el racionalismo y el escepticismo metodológico. De todo ello surge una teoría política que, a diferencia de la dominante en la Edad Media, se plantea nuevas estrategias de legitimación del poder, una concepción  distinta de este en la dialéctica entre el individuo y la colectividad, el origen de la Ilustración como autoconciencia del ser humano, con un espíritu del tiempo orientado a la emancipación aquí y ahora. No hace falta que señale, pues ya lo he hecho en alguna obra mía anterior, que la circunstancia de que España tomara posición contra la Reforma y fuera la abanderada de la Contrarreforma, selló nuestro destino como país extraño a Europa, al margen de su desarrollo espiritual. Situación que se agravó y se convirtió ya en irremediable cuando también se opuso al siglo de las luces, la Revolución francesa y los derechos humanos, pues siguió siendo adalid del oscurantismo católico hasta el día de hoy. El regreso a Europa que se inició con las generaciones del 98 y del 27 quedó sangrientamente truncado con la guerra civil y la dictadura genocida posterior; el regreso que se reinició mal que bien con la Transición, muy probablemente esté frustrándose otra vez. Es el destino. 

Lo anterior es una digresión que me permito como crítico. El libro no trata de España ni de autores españoles, como casi todos los libros que se publican en Europa y América hace ya unos doscientos años. Nos guste o no, llevamos una temporada fuera del mainstream del pensamiento contemporáneo mundial.

Los autores hacen cuatro grandes grupos de teorías políticas. De dos de ellos afirman que se trata de paradigmas, en concreto el paradigma liberal y el republicano-comunitarista. Añaden otros dos grupos que llegan hasta nuestros días y no se dejan clasificar en los paradigmas: las teorías deliberativas y las postmodernas. Aunque el tratamiento de escuelas y autores es muy minucioso, muy germánicamente minucioso, es siempre muy claro y, lo más importante, vinculan todas las teorías a los contextos histórico-políticos en que se han dado y nos ayudan a entender su eficacia e impacto.

Los dos grupos paradigmáticos se abren con un examen de sus respectivos autores clásicos. Para el liberalismo, Hobbes, Locke y Kant. Para el republicanismo/comunitarismo, Rousseau, Marx y Arendt. El primer trío puede parecer un poco extraño, sobre todo por la presencia de Kant, pero no lo es tanto si se ve que lo que de él se analiza es la crítica de la razón práctica y sus ideas sobre la paz perpetua. Igualmente en el otro trío, el vínculo entre Rousseau y Marx, que no suele subrayarse, tiene aquí oportuna relevancia y la presencia de Arendt, una alemana nacionalizada estadounidense, se explica por su concepción de la vida en la esfera pública como participación, frente a los elementos totalitarios.

El bloque liberal tiene un extraordinario tratamiento de las dos principales obras de John Rawls (Teoría de la justicia y Liberalismo político), que fue el gran centro de referencia mundial de la teoría política en el último tercio del siglo XX y en buena medida sigue siéndolo. Aquel exitazo de vincular el ideario liberal con el programa socialdemócrata que casi parece una síntesis del Zeitgeist finisecular, ha sufrido desde entonces fuertes andanadas desde las baterías neoliberales, pero la nave, aunque muy dañada, sigue navegando, en espera de que alguien restaure los elementos de una justicia distributiva y redistributiva que vuelva a ser hegemónica; en definitiva, de alguien que restablezca el discurso político a partir de una nueva concepción del contrato social en unas condiciones de contexto muy cambiadas.

Los capítulos sobre los libertarianos y los teóricos de la elección racional esclarecen los tiempos que vivimos bastante mejor que los pastiches propagandísticos de los poderosos think tanks en los que medran sus epígonos.

En el territorio republicano/comunitarista es muy de agradecer que los autores no se queden en la consideración de aquellos teóricos que agotan sus energías en una crítica razonable, sí, pero inane, al estilo de Pateman y Bachrach. Su exposición de las aportaciones de Benjamin Barber (un estadounidense poco conocido en Europa) y Michael Walzer, son muy de agradecer. La propuesta de Barber de instaurar una "democracia fuerte" a base de posibilidad de participación y debate universales es de sumo interés, como lo es la de Walzer de configurar una teoría de la justicia vinculada a las peculiaridades culturales de cada civilización. Un territorio sumamente peligroso en el que sin embargo es preciso entrar si queremos que la cosmópolis multicultural en la que estamos embarcados tenga algún sentido.

Los dos grupos últimos de teorías son muy desiguales. El de las teorías deliberativas está casi en su totalidad dedicado a la exposición de la de la acción comunicativa de Habermas. Es lógico: es alemán y es el imperator de la teoría política y social contemporánea. Su importancia como padre de la Patria alemana (unser Kritik) es indudable, pero también lo es su enorme influjo en muy diversos ámbitos académicos en todo el mundo. Se echa en falta, sin embargo, una contrastación de la teoría de la democracia dialógica con su hincapié en la comunicación y el enorme desarrollo que, desde la implantación de internet, está teniendo todo lo relativo a la comunicación humana.

El último grupo, dedicado a las teorías postmodernas es una especie de cajón de sastre en el que, desde luego, por derecho propio, entran todas las formulaciones que se han hecho después de los enunciados iniciáticos del padre de la criatura, Jean-François Lyotard. Encuentro especialmente brillantes  los capítulos dedicados a Foucault y a Luhmann. De Foucault porque profundiza en la vinculación con Nietzsche y reflexiona acertadamente sobre su visión sobre la Ilustración y de Luhmann porque por fin unos autores más inclinados a la vertiente crítica, hacen justicia a un pensador realmente brillante, capaz de rescatar la teoría general de sistemas de las simplezas pragmáticas y darle un contenido explicativo y predictivo en la época de la cibernética avanzada y la inteligencia artificial. 

Traducir la obra ha sido una interesante experiencia. Espero que también lo sea su lectura.

(En el momento de publicarse la obra, en septiembre siguiente, publiqué una segunda crítica que en complementa esta: Teorías y conflictos). 

divendres, 26 de febrer del 2016

Hacerse visible es peligroso

Judith Butler (2015) Notes Toward a Performative Theory of Assembly Londres: Harvard University Press. (248 págs.)
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Un libro nuevo de Judith Butler se agradece siempre porque siempre trae juicios interesantes, puntos de vista originales, visiones personales que se integran en la tradición del mejor pensamiento crítico. De señalar es que no solo se integran en ella, sino que en buena medida, la cuestionan, la subvierten y, por tanto, la fortalecen. Porque ese es un privilegio del pensamiento avanzado, progresista, no conservador: que vive negándose. Butler se inserta en la línea del feminismo, pero no es feminista en un sentido habitual. Al contrario, expresamente lo niega porque cuestiona algunos de los postulados feministas clásicos. Y también se inserta en la tradición del pensamiento radical, revolucionario, aunque al mismo tiempo lo contraría por su casi total ausencia de dogmatismo y referencias conceptuales de escuelas, de esas que lo esquilman todo, como plagas de langostas.

Este libro es una recopilación de trabajos con un tema común: las nuevas formas de manifestación y movilización, las asambleas espontáneas y las ocupaciones de los espacios públicos en los casos de ls movimientos de los indignados, por ejemplo y sus consecuencias. Sigue habiendo en sus consideraciones puntos de vista de su feminismo postfeminista (por decirlo así), que se había desarrollado en algunas de sus obras anteriores, especialmente la esencial distinción entre "sexo" y "género" (en El género en disputa) y las consideraciones sobre el sentido actual de la condición humana y las situaciones de precariedad y vulnerabilidad de los espacios acotados por la biopolítica de los señores de la guerra actuales (en Marcos de guerra) . Ahora da un paso más: la vida de precariedad que llevamos no se debe a nuestra frágil condición sino a los fallos y desigualdades de las instituciones socioeconómicas y políticas, puesto que las cuestiones económicas vienen siempre acompañadas de otras éticas (p. 23).

En "Política de género y el derecho de aparecer" (o sea de ser visible y de manifestarme), se parte de la idea de que la precariedad es hoy una condición casi universal, pero adquiere un carácter más agudo en relación con el género porque, quienes no viven su género de forma socialmente aceptada, están sujetos a persecución. (p. 34). Obsérvese que ya no se trata de la sola visión femenina tradicional, sino que se apunta también a todos los fenómenos "trans", incluso, a los casos asexuados. En Marcos de guerra sostenía que, aunque ella no fuera a la guerra ni muriera en ella, el hecho de que los otros lo hagan viene a ser algo parecido porque algo de su vida se destruye cuando se destruyen las de los demás (p. 43). Este tema, al que podríamos llamar ética trascendental en un sentido inmediato, no kantiano, reaparece en los otros trabajos de este libro y su importancia para la orientación moral del pensamiento crítico contemporáneo es difícil de exagerar.  Crítica la división que hace Hannah Arendt entre la esfera privada y la pública y exige que estemos en situación de optar todos por la esfera pública, y hablando de los desposeídos recuerda de nuevo a Arendt en "The Decline of the Nation-State and the End of the Rights of Man", reclamando el derecho de los apátridas a tener derechos (pp. 48-49) El derecho a aparecer en el espacio público debe afectar también y sobre todo a los transexuales y, aquí, Butler rinde tributo al avance que mostró en su día el gobierno español de Rodríguez Zapatero en el reconocimiento de estos derechos (p. 54) y que contrasta agudamente, añadimos nosotros, con el siniestro secuestro del ámbito público organizado por la derecha franquista gobernante desde 2011, así como las actividades de apropiación cuasifascista de los espacios públicos por la policía a las órdenes de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, por entonces delegada del gobierno, es decir, en lo esencial, la encargada de reprimir el ejercicio público las libertades. Hacer que la cuestión del género y su manifestación sea cosa de la policía es algo criminal en sí mismo en lo que el criminal es la propia policía. (p. 56) y, por supuesto, el derecho a la sexualidad como cada cual quiera es performativo (p. 57)

En "Cuerpos en alianza y la política de la calle", parte del supuesto, reelaborado a partir de la obra de Gilles Deleuze, de que cada uno de nosotros es una alianza, un conjunto, un "ensamblaje" y queremos acceso al espacio público como ámbito de manifestación que está muy disputado (p. 71). El estudio se refiere ahora no ya a los manifestantes en la vía pública sino a otro fenómeno que está conmoviendo los cimientos de nuestra satisfecha autoconciencia europea y occidental, esto es, los refugiados. La condición de estos pareciera ajustarse a la definición que Agamben destila de biopolítica de Foucault, es decir, los refugiados aparecen reducidos a la "nuda vida". Las ocupaciones de los espacios públicos por estos vienen a ser manifestaciones contra el capitalismo y el neoliberalismo, con ayuda de los medios, que ya no son informantes, sino parte de la noticia misma que reflejan (p. 91).  Es obvio y, aunque Butler no lo mencione en su obra, basta con pensar en los asesinatos de periodistas en muchas partes del mundo, de forma que la profesión de los medios es hoy una de riesgo dentro de un conflicto entre la democracia y la opresión, que toma nuevas formas. Y en donde los periodistas no son asesinados, son perseguidos, multados y apaleados, como en España por una policía empleada como la guardia pretoriana de la oligarquía reaccionaria gobernante.

En "Vida precaria y la ética de la cohabitación", Butler desarrolla de forma muy convincente la idea que señalábamos más arriba de nuestra preocupación de carácter trascendental. Partiendo de la afirmación de Hannah Arendt (a la que, por otro lado critica reiteradamente por su muy insatisfactoria distinción entre la esfera privada y la pública, reservando esta a los hombres) de que estamos condenados a cohabitar, o sea, convivir con quienes no hemos escogido, tira de Lévinas y su concepción del "otro", a partir de la cual se afirma mi obligación moral no solamente frente a quienes forman mi comunidad, sino también a quienes se encuentran fuera de ella. No hace falta señalar que la relación entre esta elaboración y la realidad cotidiana de Israel es fuente de contradicción latente y manifiesta. Para Lévinas nuestro deber de preservar la vida de los demás es dominante. De Arendt destila Butler la misma convicción, aunque en un sentido, por así decirlo, más público y cosmopolita en la medida en que, como dice la filósofa estadounidense, todo lo que pasa "allí", pasa "aquí" (p. 122).

En "Vulnerabilidad del cuerpo y la política de coaliciones", la autora supera los Marcos de guerra. Reconocemos la vulnerabilidad de los cuerpos que, ciertamente, ya no se limita a los de las mujeres sino a los de todas las personas. Queremos un espacio público libre de amenazas y reconocemos la cuestión de la vulnerabilidad, que caracterizó el primer feminismo. Ahora pretendemos establecer coaliciones como búsqueda de seguridad, para que no nos maten (p. 151)
 
En "'Nosotros el Pueblo'- Ideas sobre la libertad de reunión", Butler actúa más en los cánones de la teoría y la filosofía política clásicas con uno de los temas eternos: el alcance de la libertad de reunión. Butler lo deja claro desde el principio: esta libertad no depende de que sea protegida por los gobiernos, sino de que lo esté frente a ellos, que son la verdadera amenaza al derecho de reunión, asamblea y, en último término, la libertad de expresión. Volviendo a título de ejemplo a la política de represión de las libertades aplicada por la delegada del gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, la finalidad de las privatizaciones por un lado y los asaltos de todo tipo de la policía a la libertad de reunión es arrebatarnos el ámbito público. Un recuerdo a la forma en que la señora Cifuentes utilizaba a la policía como matones y agresores para hostigar a la gente en uso de su derecho de manifestación y para negar ese derecho, revela claramente el talante fascista de la derecha franquista y de la neoliberal que en esto vienen a ser lo mismo. El mercado y la prisión colaboran para reducir y eliminar el ámbito público (p. 174). Todo esto viene a propósito de uno de esos análisis y estudios más complicados. Somos "nosotros", somos el pueblo quienes tenemos derecho a ocupar el ámbito público porque es nuestro, el de la soberanía popular. ¿Queda alguna duda de que, quienes coartan la libertad popular en la vía pública son derechistas más furiosos que Orlando? ¿Quién es el pueblo? Tema tratado por Derrida, Bonnie Honig, Balibar, Laclau y Jacques Rancière: todos aceptan que cualquier designación del "pueblo" tiene un límite en términos de inclusión y exclusión (p. 164) que es una forma innecesariamente oscura, en mi opinión de referirse a lo que la teoría política define con ejemplar claridad: antes de que el pueblo decida, hay que decidir quién sea el pueblo. Sin duda, pero eso es mucho menos difícil de lo que pueda parecer a primera vista.  El conjunto de cuerpos en opinión de Butler, cuando se manifiesta y como se manifieste, es un acto performativo: la soberanía popular es un acto performativo. Y, por supuesto, siempre que la gente quiere ir al ámbito público corre el peligro de que la hostiguen y repriman (p. 185), como hizo sistemáticamente la señora Cifuentes en Madrid en manifestación de su patente franquismo. En todo caso es de recordar que el ámbito público es un derecho colectivo (no individual) y debe defenderse mediante la resistencia no violenta que también es performativa.
 
Termina el libro de Butler con una pregunta muy característica: ¿Puede un@ llevar un buena vida en medio de la mala vida? La respuesta es un decidido sí. Demasiado decidido para el gusto de este crítico. Recurre la autora de nuevo a Arendt en busca de apoyo y le parece haberlo encontrado cuando la autora alemana sostiene que, para Arendt, la supervivencia no puede ser un fin en sí mismo ya que la vida no es un bien intrínseco (p. 203). Tengo la idea de que esto es fácil de decir, pero contiene poco de verdad. Por eso, quizá inconscientemente Butler, relaciona esta idea con la amarga meditación de Primo Levi y su muy revelador suicidio. Supongo que es una buena forma de poner un punto y seguido, no un punto final, en espera de una reflexión posterior.
 
Una última observación respeto al estilo de Butler. Es sencillamente detestable. Hay párrafos enteros con tales anacolutos y destrozos de la sintaxis que se queda uno pensando si habrá entendido bien lo que a duras penas ha leído. Ignoro cómo habrán resuelto los traductores las otras obras de Butler porque solo la he leído en el original, como el libro en comentario. Pero tengo el firme propósito de que la versión española, que publicaremos en la colección de pensamiento político que dirijo en Tirant Lo Blanch, esté en un castellano legible. 

dimarts, 26 de gener del 2016

Europa y el ascenso de Alemania

Matthias von Hellfeld (2015) Das lange 19. Jahrhundert. Zwischen Revolution und Krieg 1776 bis 1914Bonn: J. H. W. Dietz Nachf. (285 págs).
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De vez en cuando conviene dar un repaso a la historia para mejorar nuestro conocimiento del presente. Así se sigue de la inteligente observación de Karl Marx sobre el presente histórico. Somos el resultado de la acumulación de aciertos y errores de nuestros antepasados y nuestra época, al igual que las demás, hunde sus raíces en los siglos anteriores. Asimismo conviene refrescar nuestras ideas al respecto pues la historiografía es una ciencia y, como todas las ciencias, no se está quieta, sino que avanza, cambia de perspectivas, acumula nuevos hallazgos y nos obliga a rehacer nuestras convicciones. La obra en comentario de Matthias von Hellfeld, obra de un competente historiador con vision periodística, cumple estos requisitos y nos aporta una visión renovada del siglo XIX europeo, concebido como una unidad.

Una unidad... europea. El mundo, apenas cuenta más que como comparsa u objeto de colonialismo y explotación. Y, dentro de Europa... Alemania. El resto del continente aparece, sí, algo más, pero tampoco mucho y siempre en sus relaciones con Alemania. En realidad, la obra, muy interesante, desde luego, es una historia de Alemania en el siglo XIX. Pero como Alemania en el siglo XIX no existía como Estado unitario sino que estaba troceada entre las dos grandes unidades de Prusia y Austria y un par de centenares de pequeños entes políticos de todo tipo, las abigarradas relaciones de ese mundo germánico, verdadero corazón de Europa, con sus vecinos más característicos, Francia, Inglaterra, Rusia, Italia y, algo más lejos, Turquía, opera como una historia del continente con una clara delimitación de los términos a quo  (la revolución francesa) y ad quem  (la primera guerra mundial) y una conclusión territorial dolorosa para los españoles: en todo ese tiempo, España está ausente de Europa, no existe, nadie la tiene en cuenta sino es como un territorio con el que las potencias juegan en sus relaciones.

Von Hellfeld entiende el siglo XIX como época de sentido, caracterizada por la aparición de los derechos fundamentales universales, la separación de la iglesia y el Estado, el gobierno constitucional, y la primacía del individuo frente al Estado. Sus dos elementos esenciales fueron la industrializacion y la formación de Estados nacionales. Y el siglo fue un siglo liberal (p. 13). Coincido con el juicio, que es una buena síntesis..

El rasgo esencial, el detonante de esta evolución fue la Revolución francesa. Como buen europeo, Hellfeld reconoce que esta vino importada de los EEUU, pero se olvida pronto de este pecadillo de juventud. Le interesan sus efectos en toda Europa.  El terror. El Imperio. El fin del Sacro Imperio Romano Germánico de la nación alemana. De la revolución vienen las reformas de Prusia con Federico Guillermo III a iniciativa de los ilustrados Heinrich von Stein y August von Hardenberg: ejército popular permanente (frente a soldados pagos); supresión del Estado estamental y la servidumbre; administración estatal; reforma de la justicia; emancipación de los judíos, libre comercio y gobierno de gabinete (p. 43). Derrotada por Francia, la influencia francesa, unida a la Leistungsfähigkeit germánica, haría de Prusia una potencia. En la lucha contra Napoleón surgieron los nacionalismos europeos. Johann Gottlieb Fichte, en su Discurso a la nación alemana (p. 47), es ejemplo señero de ello.

El Congreso de Viena y la restauración de 1815 echan el péndulo hacia la derecha. Inglaterra, Francia, Rusia, Austria, Prusia son el quinteto encargado de restaurar el viejo orden de alianza del trono y el altar. Es significativo que Francia, derrotada definitivamente en Waterloo, se siente en la mesa de los vencedores con Talleyrand (p. 54), mientras que España, una de las vencedoras, no está en Viena, aunque sí padecerá luego sus  consecuencias, con los 100.000 hijos de San Luis. Hellfeld considera con tino que, después de la paz de Westfalia (1648), Viena fue la segunda conferencia de seguridad en Europa (p. 57). Insisto, con España fuera. Allí se creó la Federación Alemana (Der deutsche Bund) junto a Prusia y Austria, para poner algún concierto en el abigarrado mundo de la Deutschtum. El orden en Europa no lo decidirían los Estados ni las naciones, sino los tronos y las coronas (p. 59). De Viena sale como punta de lanza de la reacción la Santa Alianza (Rusia, Prusia, Austria, Francia), de la que la liberal Inglaterra se mantiene avisadamente al margen (p. 64). Primeros vagidos del nacionalismo alemán (que luego tendrá tan mala fama): la  reunión de Burschenschaften (esto es, asociaciones de estudiantes) en 1817 en Karlsbad en recuerdo de 300 aniversario de Martin Luther, padre de la patria alemana, y la consolidación de los colores nacionales:  negro-rojo-oro (p. 68).

La época de la restauración es el reinado del orden conservador: la esfera pública alemana reprimida y retirada a la intimidad que caracteriza el famoso estilo artístico Biedermeier  (p. 73). El centro de la vida es ahora la familia. Una de sus más felices consecuencias será la fundación del primer Kindergarten en 1841 (p. 78). En paralelo al Biedermeier, el romanticismo que Hellfeld, con escasa originalidad, pero correctamente, simboliza en la búsqueda de la "flor azul"  en el Heinrich von Ofterdingen del gran Novalis (p. 80).

En el orden material, pobreza e industrialización en típica relación causal de la época de la acumulación de capital. La mayor parte del siglo ve una epidemia de pobreza y emigración. La vida en las ciudades se compone de slums, miseria, trabajo femenino e infantil, jornadas interminables y salarios de hambre. Es la pauta de la industrialización europea. Su elemento simbólico, los ferrocarriles. Inglaterra : 1840 (1.348 km de trazado) y 1880 (29.000 kms). Alemania : 1840 (549 kms), 1880 (34.000 kms) (p. 97). Un desarrollo explosivo en todas ramas de la industria, empezando por la textil.  En 1834 se funda la  Zollverein alemana (p. 100) que, en el fondo, es el primer intento de unificación nacional. Conjuntamente con el desarrollo industrial y comercial y la acumulación de capital, como su antítesis, la organización del movimiento obrero en el que son decisivas dos figuras alemanas,  Marx y Engels.

En el ámbito ideológico, el siglo XIX es el del nacionalismo y el liberalismo. Resulta interesante que en la citada fiesta de Karlsbad (Wartburg) (1817), los estudiantes quemaran varias docenas de libros "reaccionarios", entre ellos, el Code Napolèon (esto de quemar libros no es solo cosa de la Inquisición y los nazis) y redactaran un programa nacionalista, considerado el "primer programa de partido alemán" (Huber, 1991) (p. 109). Este tiempo fue el de surgimiento del sentimiento nacional alemán. Hellfeld profundiza con delectación teutónica en el desarrollo de ese espíritu germánico: Friedrich Carl von Moser redactó en 1765 un estudio según el cual los alemanes tenían "conciencia nacional" sin ser una nación (p. 112).  Como siempre, el nacionalismo se estimula con el enfrentamiento: a raíz del conflicto con Francia, cuando Thiers quiso anexionarse la orilla izquierda del Rin,  Max Schneckerburger escribe el famoso poema Die Wacht am Rhein, (1840) y Heinrich Hoffmann von Fallersleben, en visita a Helgoland (1841), la Lied der Deutschen, cuya 3ª estrofa (Deutschland, Deutschland über alles) es hoy parte del himno nacional (p. 120). Desde la revolución francesa de 1830 hasta la de 1848/49, en Alemania hay una agitación nacionalista permanente. Se suceden la fundación de La joven Alemania, el movimiento democrático, decenas de constituciones en los pequeños estados de la Federación alemana, hasta desembocar en el espíritu del Vormärz (p. 129). 

La revolución europea de 1848/49 pone fin al período de la restauración. Luego de la revolución de Viena de 1848, se convoca la Asamblea Nacional alemana de Frankfurt el 18 de mayo de 1848 (p. 138). Por primera vez se promulga una declaración de derechos fundamentales y se plantea la "cuestión alemana" (gran-pequeña Alemania) que atenazará al país hasta la guerra austro-prusiana de 1866. Por fin, el 3 de abril de 1849, más de 30 parlamentarios de Frankfurt viajaron a Berlín, a ofrecer la corona constitucional a Federico Guillermo IV (147). Este no la reconoció y la revolución acabó por represión, con muchos alemanes prisioneros o exiliados sobre todo en los EEUU (p. 152). Un desarrollo parecido al de España en 1814-1820-1823.

Llega el tiempo de la Nation-building, en Europa, del que, como siempre, España está ausente. Es la época de Otto von Bismarck. La guerra de Crimea rompe el equilibrio de Viena. La "nueva era" con la fundación de la Deutsche Nationalverein y el trabajo conjunto de Bismarck y Guillermo I (p. 160). El Deutsches Reich nacerá en tres sobresaltos: 1º) la cuestión del ducado de Schleswig-Holstein (30 octubre 1864) en que Prusia y Austria fueron juntas contra toda previsión y se quedaron con la posesión en administración común. 2º) Guerra austro-prusiana, terminada con la batalla de Königgratz, 3 de julio de 1866. Por primera vez se usó el ferrocarril para traslado de grandes cantidades de tropas (p. 164). De esa guerra salió la Liga de Alemania del Norte y el comienzo de la emancipación de Italia. El conde Camillo Cavour fundó el periódico Il Risorgimento, que dio nombre al movimiento, con el cual avanzó mucho la unidad de Italia gracias a la ayuda de Napoleón III (p. 168). Es imposible dejar de lamentar que en España no hubiera estadista alguno con la misma conciencia nacional que Cavour en Italia. 3º) Guerra franco-prusiana de 1870 a raíz del "telegrama de Ems". De nuevo aparece España en las relaciones entre las potencias europeas como una mera presa, un territorio sin voluntad propia con el que los Estados europeos juegan en sus juegos de poder. La guerra acaba con la victoria de Sedan en la que tiene enorme importancia el uso militar de la telegrafía y los ferrocarriles y la fundación del Imperio alemán en Versalles. La contrapartida para la historia será la Comuna de París de 1871 (p. 172), considerada por Marx como el primer gobierno obrero de la historia.

La política del siglo con sus partidos, movimientos y asociaciones es muy complicada. El mundo bismarckiano está muy bien expuesto. El ascenso de los católicos provoca la Kulturkampf, que lleva a la separación Iglesia-Estado, auspiciada por Bismarck. El resultado, el Zentrum, fue contraproducente a corto plazo, pues los diputados católicos en el Reichstag aumentaron, como sucedería luego con los socialistas, si bien el asunto no quitaba el sueño al Canciller de Hierro, dado que la cámara apenas tenía competencias. Pero es muy significativa y esencial en el proceso de construcción del Estado alemán la lucha de Bismarck y Pio Nono (el del Syllabus) (p. 183). El conservadurismo estilo Junckertum de Bismarck lo lleva a promulgar la ley contra los socialistas del 21 de octubre de 1878 (p. 186). Lo pintoresco es que de ahí vino asimismo la primera formulación del Estado povidencial en su forma de Obrigkeitstaat, pionero del Estado del bienestar, con la legislación social prusiana de 1883-1889, la más avanzada del mundo: invalidez, pensiones, enfermedad, pagadas por igual por empresarios y trabajadores (p. 188). En esta época se generaliza también en Alemania (en paralelo con la Inglaterra victoriana), el movimiento feminista: (la primera mujer doctora, Ricarda Huch, se graduó en 1896) (p. 193), el movimiento juvenil, la nueva pedagogía de la mano del pedagogo checo Johann Amos Comenius (p. 198) y, a primeros de siglo, con la recepción de la  influencia de Maria Montessori (p. 200). Al final de la era bismarckiana, Alemania es un Estado autoritario pero tan avanzado como Francia o Inglaterra. La comparación con España es deprimente.

Convertida en potencia europa, Alemania ejerce. Es la época del imperialismo y el reparto del África se decide en los dos congresos de Berlín (1º, 1778, 2º, 1884), así como el trabajoso tejer y destejer de las alianzas europeas (p. 208). Después  de 1888, el "año de los tres emperadores (Guillermo I, Federico III y Guillermo II), se produce el despido de Bismarck (p. 212) quien ve cómo el joven emperador revierte toda su delicada política exterior. Avanza la industrialización y el nacionalismo agresivo alemán. Alemania no solo quiere "un lugar al sol" como en tiempos del Canciller de Hierro, sino mucho más: quiere dominar Europa; quizá el mundo. La "Asociación Pangermánica", surge con el fin de crear el III Reich. Significativo del tiempo y lo que vendría después, este espíritu es el programa de los medios de comunicación. Uno de los fundadores de la Asociación Pangermánica, Alfred Hugenberg, un magnate de los medios al estilo de William R. Hearst en los EEUU, fue el vocero del expansionismo europeo y africano de Alemania (p. 219). La conciencia de la verspätete Nation se acuñaba en un espíritu imperialista y antisemita.

El milagro alemán llevaría al país a la rivalidad industrial y marítima con Inglaterra y, en definitiva, a la guerra. Todo el sistema de alianzas en Europa, la triple entente y las potencias centrales, apuntaban a la inevitabilidad del conflicto. Los antecedentes fueron la guerra de Crimea, ("primera guerra total") (237) y los conflictos de los balkanes. El Imperio alemán se basaba en un nacionalismo agresivo que había "germanizado" sus orígenes en una lucha nietzscheana entre la Kultur y la Zivilisation (p. 246). El resto, camino del desastre, fueron puras contengencias: el atentado de Sarajevo y la crisis de julio de 1914.

Un gran resumen de la historia europea del siglo XIX desde una perspectiva germánica. escrito con una distanciada empatía hacia el surgimiento de la Alemania contemporánea.

dijous, 14 de gener del 2016

¿De qué sirve quemar libros?

Louis Sébastien Mercier (2016) El año 2440. Un sueño como no ha habido otro. Madrid: Akal (326 págs). Traducción y notas de Ramón Cotarelo.
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Palinuro empieza bien el año. Akal acaba de sacar este extraño e interesante libro de Louis S. Mercier, traducido y anotado por él. El año 2440, se publicó por primera vez en 1770 y llegó a tener numerosísimas ediciones que, por cierto, el autor -un prolífico Tostao francés, verdadero adicto a la pluma- fue alargando de edición en edicion, de forma que lo que empezó siendo un volumen, acabó en tres. Es uno más de los numerosos rasgos peculiares de esta obra. Otro es que no solamente es una utopía sino una ucronía. De hecho, la primera ucronía de la historia pues, aunque se conocen otras dos oscuras anteriores (una de ellas del siglo XVII), son de muy inferior calidad. Mercier puede llevar con orgullo este título de ser el príncipe de un género nuevo o subgénero de la utopía que luego ha tenido muy ilustres cultivadores (como Washington Irving, Mark Twain, Herbert G. Wells, Edward Bellamy, George Orwell, Ray Bradbury, Edmund Abot, etc) hasta la pléyade de escritores de ciencia-ficcion, pues este género es básicamente ucrónico.

La base argumental es sencilla: un escritor francés ilustrado, amigo de ilustrados, seguidor acérrimo de J. J. Rousseau, se duerme en el París de 1770 y se despierta en la misma ciudad 670 años más tarde. Las cosas han cambiado un poco y él va tomando conocimiento de ellas al modo canónico que el género utópico estableció ya desde la primera obra que dio nombre al género, la Utopía, de Tomás Moro y que, en realidad, es una adaptación del verdadero origen poético y filosófico de esta forma narrativa: la Divina comedia, de Dante: un hombre visita un espacio extraño, desconocido, imaginario, nuevo, de la mano de un nativo o un guía que conoce el lugar (o no-lugar), como Virgilio lleva a Dante. Así observa los cambios de lugares, de personas, ideas, costumbres y va desplegando ante nuestros ojos ese mundo nuevo que él lleva en la cabeza y pretende proyectar en la realidad para que, como sucede siempre con las utopías, porque tal es su espíritu, podamos comprender qué insatisfactorio es el nuestro, cuán criticable, cuán absurdo e injusto. 

Para hacer justicia a otra característica de la cultura francesa, se trata de una obra perfectamente parisina, de forma que quienes, además de amar la literatura utópica y la específicamente ucrónica, sean aficionados a París, gozarán con el detallado conocimiento que de esta ciudad tenía Mercier, un verdadero cronista de la villa de la que sabe todo y así lo refleja en su libro: los puentes sobre el Sena, la Conciergérie, el Louvre, la Académie, el Colegio de las cuatro naciones, etc. Las calles, las costumbres, los lugares, como eran en el siglo XVIII y como las recreaba él 670 años más tarde.

Y, junto a las calles, las gentes, los oficios, las clases sociales, la nobleza, el clero, los literatos, poetas, dramaturgos, filósofos. Y Rousseau, mucho Rousseau, así como Cesare Beccaria, cuyo libro sobre los delitos y las penas está muy presente en esta obra a la hora de reflexionar sobre la justicia, los procesos, las condenas y la pena de muerte. Todo muy relacionado con el tiempo en que vivio, la época pre y postrevolucionaria. Mercier entró en La Bastilla al asalto el 14 de julio y, siendo luego girondino y no favorable a la ejecución de Luis XVI, estuvo preso por el Terror y a punto de ser guillotinado por su amigo Robespierre, destino aciago del que se salvó porque la cuchilla segó antes la vida de aquel. Un hombre rebelde, revolucionario, se decía, en tiempos conservadores y conservador en tiempos revolucionarios.  

Y, de París, al amplio mundo. Mediante un ardid literario, Mercier informa a sus contemporáneos de cómo serían las otras naciones y continentes 670 años más tarde: Inglaterra, Alemania, Rusia, España, la China, el Japón, la India, el África y América entera, en donde un esclavo negro, en valiente insurrección, emanciparía el continente entero, en una especie de premonición de la obra de Toussaint L'Overture.

Por supuesto, un libro explosivo, de crítica mordaz que hubo de editarse en el extranjero, especialmente en Inglaterra porque en Francia estaba prohibido. Y, si en Francia estaba prohibido, en España cabe imaginar: prohibido, encarcelado (sí, sí, encarcelado el libro bajo orden de la Inquisición) y quemado en la plaza Mayor por mano de verdugo, según lo dispuesto en tres reales cédulas. Por si alguien cree que exagero, copio textual del prólogo que le ha puesto María-Luisa Sánchez Mejía que sigue en esto el estudio de J. A. Alejandre "El año 2440: el poder regio y la Inquisición contra la utopía", publicado en 2006 en Dykinson, Madrid, porque se vea qué país hemos heredado: "Y aún hubo una Real Cédula, el 17 de marzo (de 1778), para fijar los castigos a quienes desafiaran la prohibición de comerciar con esa obra y para ordenar la entrega al verdugo del único ejemplar conocido hasta la fecha. Con gran observancia de las normas, el 30 de marzo el libro fue trasladado desde la cárcel real a la Sala de Alcaldes de Corte y, al día siguiente, custodiado por el alcalde hasta la plaza Mayor, entregado al escribano mayor de la Sala que, a su vez, lo puso en manos del verdugo. El pregonero leyó dos veces el texto de la Real Cédula para que todos conocieran las razones del acto que iba a tener lugar a continuación. En presencia del alcalde, de un oficial de la Sala y de dos alguaciles, el libro fue quemado hasta ser reducido a cenizas, según consta en el acta correspondiente."

Una digresión a propósito, esto de quemar libros es vieja costumbre de todas las épocas y condiciones. Todo el mundo se horroriza de las piras que organizaron los alemanes en la Kurfürstendamm en su época de barbarie, pero casi nadie, que yo sepa, ha dicho que la purga de la biblioteca de don Quijote, al comienzo de la novela, es otra penosa muestra de esta peregrina forma de ajustar cuentas con lo que no nos gusta. Es verdad que el episodio cervantino es imaginario y el de las bestias pardas muy real, pero comparten un elemento: el fuego, elevado después a metáfora en Fahrenheit 451. 

Era solo una digresión. Recupero mi narrativa. El libro fue quemado en España porque, entre otras cosas, condena a nuestro país por las barbaridades cometidas en Amèrica y, además, le niega el perdón que, sin embargo, si concede a los otros Estados europeos culpables también de crímenes en el Nuevo Mundo. 

Y no solo fue quemado. Jamás se tradujo ni se editó. Solo se cuenta una traducción publicada en México en los años ochenta del siglo pasado. En España, jamás.

Esta es la primera vez que se publica en España un libro quemado hace 238 años.

Estoy muy contento de haberlo traducido en la colección de utopías que dirijo en Akal.

dimarts, 29 de desembre del 2015

La memoria tiene dueño

Richard Overy (consultor editorial) (2013) El siglo XX. Madrid: Akal. (320 págs).
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Las editoriales suelen obsequiar a sus autores con algún libro suyo, de esos que son adecuados para regalos. Esta año, Akal me ha enviado esta especie de resumen del siglo XX, un buen ejercicio de fotoperiodismo de la centuria pasada, publicado originalmente en inglés, bien documentado, bien concebido y muy grato de leer.

En ocasiones se dice que el siglo XX ha sido el más corto pues, habiendo comenzado en la revolución rusa de 1917, terminó con la caída de la Unión Soviética, también Rusia, en 1991. Se trata, pues, de un siglo monotemático, pero con un tema grandioso: el siglo en que la utopía comunista se hizo realidad y tuvo tiempo para demostrar que en su seno se gestaba una de las más inhumanas y odiosas tiranías que haya conocido el planeta. Disponemos ya de numerosos análisis explicativos de cómo pudo producirse ese repentino derrumbe, pero ninguno, que yo sepa, desde una perspectiva marxista, siendo así que, al menos oficialmente, la URSS era un régimen inspirado en el marxismo. Sin embargo, los marxistas siguen callados. No me refiero a los escritos de los trotskistas que hablaban de la corrupción del régimen soviético, sino de obras de estudio e investigación marxistas. Silencio. El marxismo se creyó capaz de predecir el hundimiento del comunismo, pero no es capaz de explicar el del comunismo que es el que se ha producido. Los pocos partidos comunistas que quedan, seguidores del marxismo y de su curiosa perversión leninista, prefieren ocultar sus siglas y símbolos y, como IU en España, presentarse bajo otra denominación de origen, algo en lo que insisten, pues no les queda otro remedio. El trasvase masivo de miembros de IU a Podemos en España augura una operación  similar y, aunque por ahora, parece tener un relativo éxito, es cuestión de tiempo para que el fondo comunista del experimento acabe revelándose a los ojos de un electorado momentáneamnte embelesado con las apariciones televisivas de sus líderes.

Este fenómeno de unos militantes de una ideología, la comunista, que actúan en el seno de organizaciones que la ocultan es uno de los más curiosos fenómenos de psicología colectiva del siglo XX. El comunismo tiene una autoconciencia enraizada en la clandestinidad y este comportamiento desdoblado (somos de IU pero, en el fondo, somos comunistas; no somos de izquierdas ni de derechas pero, en realidad, sí somos de izquierdas), esquizoide caracteriza todas sus organizaciones y determina su comportamiento individual. Algún día volveremos sobre ello porque es fascinante para entender muchas otras cosas.

El siglo XX es el siglo del comunismo y el del fracaso del comunismo. Pero también es el de muchas otras cosas. Ha sido una centuria abigarrada, llena de sorpresas, invenciones, novedades, glorias y miserias. Como todas. Como lo será el siglo XXI. Pero, para nosotros, es el que encierra las claves inmediatas de muchos de los fenómenos coetáneos y por eso tiene más interés. Esta obra es un buen repaso, completo y documentado... desde un punto de vista inglés. Es decir, no es inocente. Los temas que se tratan evidencian una determinada perspectiva. Si el libro fuera francés, habría habido variantes. Por ejemplo, en lugar de dar importancia a la guerra de los bóers, a lo mejor comenzaba con el triunfo del Partido Radical y la separación de la Iglesia y el Estado en Francia. O daba más importancia al caso Dreyfus, que la tuvo. Algo que cien años después, los españoles aún no han logrado ni llevan camino de hacerlo.

Es más, este "anglicismo" de la visión mundial se observa en otro dato curioso: España no aparece como sujeto prácticamente en las 320 páginas del libro excepto para hablar de la guerra civil que fue el episodio español de mayor proyección internacional en ese siglo. Terminada la guerra civil, silencio; el silencio de la historia, eco del silencio que cayó como un manto sobre el país entero. Ni siquiera la famosa Transición merece una entrada en este repaso. Sí la hay para la Revolución de los claveles en 1974, en Portugal, pero no como preludio al fin de la dictadura en España, que ni se menciona, sino por derecho propio y para subrayar que, desde siempre, ha habido una relación especial de protección entre Inglaterra y Portugal que, de hecho, ha sido casi como una colonia o un "dominion" inconfeso de aquella. 

Es lógica esa perspectiva inglesa. La reina Victoria, epítome de la grandeza del imperio británico, murió en 1901, cerrando un siglo XIX que lleva su nombre y en el que la monarquía británica pasó a ser Imperio oficialmente pues la reina adoptó el título de emperatriz de la India. Lógico, pues, que los británicos comenzasen el siglo XX con una sobredosis de optimismo que los acontecimientos posteriores se encargarían de rebajar: la primera y la segunda guerra mundiales que quizá las democracias europeas no hubieran podido ganar sin la intervención de los Estados Unidos, la descolonización del África, la aventura de Suez en 1956, su tendencia al declive y estancamiento a partir de entonces que la revolución thatcherista de los años 90 no supo frenar, aunque lo prometió; y no solo no frenó sino que le añadió una nueva carga de desigualdad e injusticia social propia del neoliberalismo que otros países hemos padecido después.

Pero esa pérdida de hegemonía económica y militar vino, en parte, compensada por un aumento de su influencia política tanto en el seno de la Commonwealth como en la Unión Europea cuando, por fin, Gran Bretaña pudo ingresar tras la muerte del general De Gaulle que se oponía a su entrada y, como se ha visto luego, con muy buenas y poderosas razones. Compensada también con una enorme influencia cultural: el fenómeno de los Beatles carece de parangón en la historia. Y no solo la música: el cine, la literatura, el teatro, la moda, la ciencia ingleses estuvieron y están en primer plano en el mundo.

El siglo XX fue el del ascenso de los Estados Unidos a potencia mundial. Su intervención en la primera guerra de la mano del presidente Wilson y sus famosos 14 puntos para la paz fue decisiva para configurar el mapa de Europa en la posguerra. Por cierto, esta contienda tiene un tratamiento también típicamente inglés: se abre con dos páginas dedicadas a Gallipoli, episodio que, salvo los especialistas, el público no anglosajón casi ignora por entero. Pero, para los ingleses fue muy importante porque en él entraron en combate por primera vez efectivos de la ANZAC, esto es, tropas de Australia, Nueva Zelanda y el Canadá que sufrieron un desgaste terrible. Y junto a episodios más conocidos como el Somme o Verdun, de nuevo asuntos absolutamente británicos, como la guerra en Arabia y el fascinante asunto de Lawrence.

El resto del siglo, American Way of Life, la gran depresión, la ley seca y, en Europa, el ascenso de los totalitarismos, fascistas, nazis y comunistas. El camino hacia la segunda guerra mundial que, como es de imaginar, tiene un tratamiento detallado, desde Dunkerque hasta Hiroshima y Nagasaki. La guerra en el desierto, Pearl Harbor, el Pacífico. Una guerra verdaderamente mundial. Francia ocupada, De Gaulle, la resistencia, el maquis. Las atrocidades nazis. El Holocausto.

El mundo de la posguerra se inicia con el discurso de Churchill en Fulton sobre el telón de acero y la guerra fría: la contención, el muro de Berlín, la crisis de Cuba (el momento en que el mundo estuvo más cerca de una III guerra nuclear) y sus consecuencias, entre ellas las negociaciones para limitación de armamentos y la doctrina final cuyas siglas, MAD, apuntaban a la fundamental irracionalidad de la carrera armamentística: Mutual Assured Destruction. El mundo de Stanley Kubrick. No he encontrado (quizá se me haya pasado) referencia a la aportación alemana al fin de la guerra fría a partir de la llamada "Política del Este" (Ostpolitik) de la República Federal, origen de la conferencia de Helsinki y de la OSCE hoy activa. Pero sí al cierre de la guerra fría con la Perestroika y la Glasnost.

El relato no solo se refiere a asuntos políticos, militares y económicos sino que también trae interesantes resúmenes de corrientes artísticas, culturales y científicas por decenios: la agricultura, el arte y las vanguardias, la arquitectura (especialmente en los años 20), los automóviles de los años 40, el cine de los 50, la música en los 60, la medicina en los 70, la moda en los 80 y la tecnología en los 90.

Además de la visión anglosajona, hay huecos para otros países y partes del mundo muy interesantes de recordar y relacionar: la revolución cubana, la guerra civil del Congo, la guerra del Vietnam (en donde los Estados Unidos sustituyeron a Francia como potencia militar colonial solo para salir derrotados como habían salido los franceses de Dien Bien-Phu), la batalla de Argel, la revolución china y su aftermath, con la revolución cultural. Francia tiene un tratamiento de estrella en los años 60 por la revolución de mayo del 68, Praga por la de agosto del mismo año y Alemania retorna al escenario en los años setenta con el surgimiento de las guerrillas urbanas de la Rote Armee Fraktion, más conocida como "grupo de Baader-Meinhof".

Termina el repaso en los años 90 con la globalización y la apertura de la actual crisis económica.

Una última consideración, mirando el cambiante mapa de Europa en los cien años del siglo XX. En el llamado "viejo mundo", obsesionado con la seguridad de las fronteras, los Estados no han parado de moverse no solo territorialmente, sino también políticamente: Alemania ha cambiado varias veces de tamaño; Polonia ha aparecido, desaparecido y vuelto a aparecer, como el Guadiana; de los Países Bálticos no hablemos; y de los Balcanes, menos aún; Checoslovaquia se ha partido, como Chipre, mientras Alemania se ha reunificado; han desaparecido y aparecido Estados y han cambiado sus formas de gobierno. Compárese con  las Américas: los mismos Estados que accedieron a la independencia a fines del XVIII y el XIX son los que hay ahora, con leves cambios territoriales y frecuentes transformaciones de democracias en dictaduras y dictaduras en democracias. Pero nada más.

Europa es un continente de experimentación. Está vivo.

dilluns, 21 de desembre del 2015

Sinestesia

Michael White (2015) Travels in Vermeer. A memoir Nueva York: Persea Books. (178 págs)

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¡Cómo son los poetas! Pasan días enteros buscando una palabra, pero pueden escribir un libro sin un motivo aparente y sin una idea clara de lo que quieren decir. Pueden hablar y escribir sin parar para esconder sus pensamientos. O incluso para esconderse de sí mismos. O para desdoblarse y tratar de distraer al yo que se han inventado. Quieren ser tan puros en el enunciado, tan cristalinos, directos, inmediatos que nunca acaban de explicar qué van a decir, con lo que todo decir se les convierte en indecible. Quieren transmitir, pero no saben qué, ni cómo y, a veces, se ofenden cuando se les entiende. O se hace como que se les entiende, que también los lectores llevan cierta parte en la ceremonia de lo inefable.

El libro de White Viajes en Vermeer, se subtitula A memoir, que viene a ser algo así como un recuerdo y es muy peculiar porque no se ajusta a ningún género convencional. Es simplemente un relato en prosa, intercalado con algunos, escasísimos poemas pero con un espíritu poético. Sobre ¿qué? Sobre el presente del autor y su pasado. Dado el carácter de este casi parecería un informe (también serviría como acepción de memoir) para un psiquiatra o algo similar. Por el pasado que narra, lo extraño es que este escrito no haya visto antes la luz aunque, claro, no podría tener las dimensiones que tiene y en esto también hay parte de su razón de ser.

Es un relato de una serie de viajes y un trozo de vida del autor a raíz de un divorcio agrio de su segunda mujer, quien le impide ver a su hija y es esta carencia, la que, por así decirlo, inicia la narración. Desesperado, pilla un avión y aterriza en Amsterdam, si saber bien por qué. Ya allí, decide visitar el Rijkmuseum para ver Rembrandts y pintura flamenca. Pero se queda prendado de unos Vermeer que encuentra en el camino. Tan prendado que identifica 23 de los 34 cuadros del maestro de Delft en Museos en Amsterdam, La Haya, Washington, Nueva York y Londres y decide verlos todos, desplazándose a los lugares en vacaciones o tiempos sueltos, al tiempo que se sumerge en la lectura de gente que ha escrito sobre Vermeer, como Edward Snow, Lawrence Gowing, etc.

Los distintos museos serán, por tanto, las etapas de un itinerario espiritual, una peregrinación en busca de consuelo y recuperación, un viaje personal hacia el interior y el exterior. La visión y descripción de algunos de los Vermeer más famosos ante los que uno también se ha quedado muchas veces fascinado, como la joven con pendiente de perla, la lección de música o el arte de la pintura que está en la portada del libro, se entreveran con recuerdos de un pasado verdaderamente intenso oculto bajo la apariencia convencional de un profesor de unos sesenta años, que enseña escritura creativa en la Universidad de Chapel Hill, en Carolina del Norte, un estado sureño.

El relato no sigue un curso cronológico ordinario sino que está cruzado de flash backs, de retornos, solapamientos, razón por la cual, se entiende mejor si se establece el hilo ordinario. Venido de un matrimonio roto, plagado de violencia de género, de padres cultos, ambos profesionales licenciados universitarios, el autor se convierte en alcohólico a partir del servicio militar. Solo consigue salir de la adicción apuntándose a las sesiones de Alcohólicos Anónimos. Esta dinámica de grupo puede ser temporal o permanente y en su caso parece ser lo segundo. Solo un par de recaídas. En el curso de la desintoxicación conoce a su primer mujer, diez años mayor que él, de la que se enamora por entero y a la que pierde por cáncer a los diez años. Tras un período de soledad, un segundo matrimonio con una mujer más joven que él, de la que no está enamorado sino, todo lo más, al parecer infatuated, pero con quien tiene una hija que, esa sí, es su más profundo amor. Este segundo matrimonio termina en desastre.

Durante los trámites del divorcio y los intentos de acercarse a su hija, el hombre va visitando los Vermeer, narrando las historias que rodean las visitas, pequeños detalles y enhebrando luego juicios sobre las diversas composiciones que contempla, así como sus otros quehaceres. Consideraciones a veces prolijas y muy interesantes de leer, como, por ejemplo, las que hace sobre el más famoso paisaje de Vermeer, la vista de Delft, bien acompañadas de curiosas peripecias. Por ejemplo, por consejo de su asesor en asuntos emocionales, entra en contacto sucesivamente con dos mujeres desconocidas a las que llega a través de un portal de citas a ciegas en internet. Son dos intentos de encontrar compañía, de buscar afecto y complicidad con espíritus similares. Fascinantes las descripciones de los dos encuentros con dos mujeres que aparecen de la nada, cobran una interesante realidad, cual si se materializaran a través de la escritura como las mujeres de Vermeer a través de su pintura, para desaparecer luego para siempre. Los encuentros de las citas a ciegas no tienen continuidad.

Se superponen los estilos. Parte del relato tiene la concisión y la brevedad de un reportaje; otra se detiene más en la descripción. Hay trozos novelados, dialogados. En general la prosa es elegante, refinada, distanciada e irónica.  

Los viajes, los juicios sobre los Vermeer, sus reflexiones sobre las mujeres, la soledad, los cuadros de grupo, le refrescan su propio pasado y le hacen escribir sobre él. Vermeer tuvo una vida breve, sembrada de miseria y necesidad, con una familia muy numerosa y murió prematuramente arruinado por el hundimiento del mercado del arte en los Países Bajos de su tiempo. Casi parecería que el maestro de Delft hubiera creado sus fabulosas obras para que sirvieran de consuelo y reparación a un alma destrozada por penas de amor como la suya unos siglos más tarde. White no dice tal cosa, naturalmente, pero yo, sí. Se le nota mucho en las descripciones de los distintos cuadros de Vermeer porque nadie que escriba o hable puede evitar dar pistas no sobre lo que dice sino sobre lo que piensa. Casi todos los comentarios sobre las mujeres de las composiciones de Vermeer se refieren a cómo miran y, en concreto, cómo lo miran a él. Es verdad que en algunas de las composiciones, las mujeres se vuelven hacia el hipotético espectador a lo largo de los siglos. Pero tiene gracia que el autor llegue a preguntar a un especialista holandés si la joven con el pendiente de perla gira la cabeza hacia el espectador o, al contrario, se dispone  a mirar para otro lado.

Poesía, pintura (ut pictura poesis), literatura, solo falta la música para ampliar la sinestesia. Y, en efecto, como era habitual en la pintura flamenca, varias de las obras de Vermeer tienen tema musical y están comprendidas en el peregrinar por el amor y el arte de White: la carta de amor (Amsterdam),  joven con una flauta (Washington), Mujer con un laúd y la lección de música interrumpida (Nueva York), Mujer tocando la guitarra, la lección de música, mujer ante un clavicordio, mujer sentada al clavicordio (todas en Londres). Es curioso que White, quien comenta en detalle y profundidad colores, luces, texturas, brillos, mapas, objetos y hasta vestimentas, prácticamente no preste atención a los aspectos musicales. La variedad de instrumentos evoca sonidos, melodías distintas que pueden imaginarse en sus relaciones con los colores. A veces, la acción interrumpe una ejecución musical, como en la carta de amor y, a veces, la interpretación de una pieza es la acción del cuadro, como en los dos últimos que White comenta, mujer ante un clavicordio y mujer sentada ante un clavicordio, que el autor juzga pendant el uno del otro.




dissabte, 12 de desembre del 2015

Buena noticia.

Siempre hay que aclarar. Buena noticia para Palinuro. Su libro sobre La desnacionalización de España. De la nación posible al Estado fallido va por la segunda edición. Que un libro de este tipo, que salió hace ocho meses, tenga una segunda edición es, en efecto una buena noticia y mueve al autor a expresar su agradecimiento a los lectores. 

He escrito un pequeño prólogo para la ocasión y para advertir de que el texto no ha sufrido variación alguna, entre otras cosas porque los acontecimientos de los últimos meses -aun siendo muchos y tumultuosos con tres elecciones y una en ciernes- no lo hacen obligado.

Algún crítico ha observado que el libro rezuma pesimismo respecto al futuro de España. Muy probablemente. Es un libro de un español sobre España y la historia de este país no invita al optimismo porque parece condenado a vivir una especie de ciclo del eterno retorno de lo más oscuro, retrógrado e inepto de su pasado. Y, si alguna duda cabe, considérese su presente y dígase si no es precisamente una involución al franquismo más estúpido, cutre y sórdido y si acaso no promete otra vuelta de tuerca de ese insoportable nacionalcatolicismo castizo con que los dioses han castigado a este sufrido pueblo.

En todo caso, reitero las gracias a l@s lector@s.

dimecres, 9 de desembre del 2015

Los cuentos de Eros.

VV.AA. (2014) A l'ombra del Decameró. Catorze relats eròtics. Maçanet de la selva: Gregal. (111 págs).
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  No soy aficionado a la literatura erótica. Probablemente me ocurre con ella como a Obelix con la poción mágica, que absorbí demasiada ya al comienzo de mi afición lectora. Hurgando de adolescente en la biblioteca de casa encontré una preciosa edición del siglo XIX de las Aventuras del baroncito de Faublas, una novela erótica escrita por Jean-Baptiste Louvet de Couvrai en 1787. Creo recordar que la edición española era de cuatro volúmenes en octavo que, por supuesto, leí de un tirón, muy entretenido con sus picantes ilustraciones. Ya más en nuestro tiempo pero siempre del feliz botín de los antepasados, leí algunas novelas de Felipe Trigo y Eduardo Zamacois, a los que había gran afición en casa porque, además de escritores eróticos, eran de izquierda. Luego, ya en la juventud dorada acabé de curarme con la visita al Henry Miller de los Trópicos y La crucifixión Rosa, que no son literatura erótica, pero como si lo fueran y Anaïs Nin, que hablaba mucho de él. Precisamente llegué a ella por su curioso ensayo sobre D. H. Lawrence, cuyo Amante de Lady Chatterley debiera ser lectura obligada para todos quienes, a ciertas edades, sientan nostalgias extrañas y vacíos melancólicos. Más en la actualidad, es poco lo que he leído de este género. Si acaso alguna cosa suelta como Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, quien ganó con ella el premio de la Sonrisa Vertical y hubiera hecho bien manteniéndose en esta línea porque su otra literatura es pavorosa. Por eso he acogido el libro en comentario con la sensación de visitar paisajes familiares.

La obra, una recopilación de cuentos de 14 autor@s simula una situación similar a la que dio origen al Decamerón de Bocaccio. En este caso, 14 personas que, según la introducción, son "aficionadas a las letras", se reúnen en una casa de campo a cierta distancia de Barcelona,  como los del Decameron estuvieron diez días alejados de Florencia para escapar a la peste negra. En este caso, según se dice, es una petición de una desconocida señora que presta su posesión a los narradores para que pasen allí 14 días a condición de que cada día le hagan llegar un  cuento erótico. Los autores bautizarán el lugar como Conyserola, esto es, algo así como Coñoserola. Si non è vero, è ben trovato. Porque se trata, en efecto de 14 aficionad@s a las letras que, en casi todos los casos, ejercen otras profesiones, y tienen muy diversas edades, siendo la más joven de 28 años y la mayor, de setenta. La mayoría, en la cincuentena y, por lo que me malicio, tod@s pudieran ser alumn@s de algún tipo de taller de escritura. O sea, son escritores vocacionales pero casi ninguno o ninguno vive de la literatura, aunque en algunos casos ejercen actividades (periodismo, diseño, etc) relativamente próximas a ella.

Los 14 cuentos, todos muy breves, ninguno de más de 10 páginas, son una muestra muy variada en cuanto a estilos y temas, como es de esperar. Hay algunos factores que se repiten, aunque no con tanta frecuencia que quepa considerarlos característicos. Pero tienen su relevancia. Por ejemplo, varios de ellos giran en torno a cuestiones de cocina o de comidas, (moluscos, sopa de puerros, tortas) probablemente por aquello de que los sentidos van juntos. Otros tienen claves literarias o cinematográficas o de peregrina actualidad: uno relata una historia con un intelectual, un filósofo, propietario de un perro llamado Nietzsche; otro (póquer de reines), trae un cuento dentro del cuento; otro es un juego irreverente con Elizabeth Bennet, la heroína de Orgullo y prejuicio; y otro replica el título de una famosa película (Quatre polvos i un funeral); otro, por fin, es una reconstrucción de la escena que alguien grabó con un vídeo con Pedro J. Ramírez y Exuperancia Rapú, naturalemente con los nombres cambiados. Por lo demás, las cuestiones concretas son también muy diferentes: se tratan cuestiones de fetichismo corporal (el pubis) la inapetencia sexual por aburrimiento en el matrimonio, la promiscuidad, las alucinaciones a cuenta de la muerte, nunca muy lejos del amor en la literatura, los consoladores y objetos eróticos y las fantasías sexuales, como el de una mujer que se trajina el dragón de Sant Jordi o se deja trajinar por él. 

Normalmente son narraciones moderadas, contenidas, incluso cuando describen situaciones que entrañan cierta dosis de violencia. Ninguno plantea esa cuestión tan complicada de la oscura relación que hay  entre el sexo y la brutalidad, aunque alguno hace referencia a prácticas sadomasoquistas. Con una calidad literaria aceptable, se dejan leer con agrado. Y, si este crítico no los encuentra excitantes quizá sea por lo narrado al principio de haber caído de pequeño en las redes del travieso hijo de Venus.

divendres, 4 de desembre del 2015

Todo el mundo miente.

Eduard Puigventós López (2015) L'home del piolet. Biografia de l'assassí de Trotski. Barcelona: Ara Llibres. (620 págs.)
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El asesinato de Trotsky a manos del comunista catalán/español Ramon Mercader es uno de los acontecimientos contemporáneos sobre los que más se ha escrito. Hay memorias, ensayos, novelas, reportajes, películas para llenar una pequeña biblioteca. Se suma ahora esta biografía del asesino, que es la tesis doctoral en Historia del autor. Es un texto académico, minucioso, sistemático y una verdadera biografía, que narra desde el nacimiento a la muerte del biografiado y, por tanto, un documento que quedará como fuente de información para cuantos se sientan atraídos por el episodio en sí y por la personalidad del asesino. Porque 75 años después de aquel crimen en la casa de Coyoacán, México, D. F., el hecho sigue suscitando vivo interés y mucha curiosidad, como si todavía quedara algo por saber, alguna clave oculta, algún dato que permita interpretar algo tan peculiar como anodino a la par que misterioso, intrigante y revelador dentro de su vulgaridad y su miseria. Como si en el momento culminante, de todos conocido y mil veces relatado,  en que un hombre al servicio de la NKVD, entra en el despacho del viejo revolucionario comunista, último opositor de categoría a Stalin, y lo asesina hincándole un piolet de alpinista en la cabeza, hubiera un misterio oculto que todavía quedara por resolver.

Y, en efecto, así es. Este crítico, sin ir más lejos, que ha leído buena parte (no todo, ni mucho menos) de lo que se ha escrito sobre este asesinato, mantiene una teoría sobre el significado y el alcance del hecho que la lectura de la interesante biografía de Puigventós no ha desbaratado, aunque tampoco confirmado. En definitiva, se trata de un libro académico, una acumulación de datos y hechos, pero con escasa, por no decir nula, intención interpretativa. Y lo fascinante de esta archiconocida historia, precisamente, es su significado, si alguno tiene.

Pero no vamos a adelantarnos. Propondremos nuestra interpretación al final, tras dar cumplida cuenta del libro en comentario que, efectivamente, es una magnífica biografía de corte clásico.

Ramon Mercader nació en Barcelona en 1913. Uno de los cinco hijos del acomodado matrimonio de Pau Mercader y Caridad del Río Hernández. La relación familiar fue tormentosa y terminó en divorcio no sin que antes Pau hubiera recluido a su mujer en un manicomio en 1924/1925 en una cura de desintoxicación de drogas, aunque no esté claro de si realmente se trataba de eso o de apartar a Caridad de las relaciones con elementos anarquistas y radicales catalanes de la época. La mujer no debía estar del todo bien porque tuvo un intento de suicidio en 1928 ya en Francia. Siempre se ha dicho que la acción de Mercader fue movida por su madre, que ejercía una enorme influencia sobre él. Y tal cosa queda atestiguada en el libro de Puigventós en varias ocasiones, aunque no con la fuerza de convicción que cabría esperar. De hecho, tras entrar en la cárcel mexicana convicto y confeso Mercader, la madre se esforzó por sacarlo de diversas formas (interfiriendo asimismo en los intentos en igual sentido de la NKVD que quiso recurrir al soborno (p. 455)) sin conseguir otra cosa que empeorar sus condiciones (p. 477). A partir de ahí las relaciones materno-filiales se deterioraron y, en los últimos años de Caridad, ya casi ni se hablaban (p. 527).  

La juventud de Mercader coincide con la guerra civil y, sobre todo, la guerra civil dentro de la guerra civil en Barcelona en 1937, achacada sobre todo a los anarquistas y trotskistas por los comunistas españoles, entre los cuales se contaban los Mercader, madre e hijo que, habiendo contactado con un agente de la NKVD, el bielorruso Nahum Isakovich Eitingon se pusieron incondicionalmente al servicio de Stalin a su través (p. 83) y del jefe de la organización en España, Alexandr Orlov, uno de los responsables directos del asesinato de Andreu Nin (p. 99). Fue la época en que la III Internacional, al servicio de Stalin, ordenó el exterminio de los trotskistas en todo el mundo como agentes de Hitler y Franco, trola que los Mercader jamás cuestionaron. Tras ser herido en el frente de Aragón, Ramon Mercader pasa a Francia, en donde se pierde su pista un tiempo y el autor opina que estaba siendo adiestrado por Eitingon en la incorporación de una personalidad falsa, el belga Jacques Mornard, sin que de momento se pensara utilizarlo como asesino de Trotsky (p. 174).

Puigventós intercala aquí un documentado capítulo sobre la trayectoria de Trotsky, desde su comienzo en la revolución de 1905 hasta su exilio en Alma-Ata primero, Prinkipo después y el comienzo de su errar por el mundo, siempre perseguido por los esbirros de Stalin: Francia (en donde, al parecer, la NKVD asesinó a su hijo Lev Sedov, tras haber asesinado antes a su nieto Serguei en Rusia), Oslo y, por último, México. El trasfondo, la biografía de Trotsky como comisario de asuntos exteriores (paz de Brest-Litovsk), jefe del ejército rojo, enfrentamiento con Stalin y maniobras de este en contra de los bolcheviques (Kamenev, Zinoviev, Bujarin, Radek, etc.) hasta exterminarlos a todos. El destino de Trotsky. 

En París, Jacques Mornard/Ramon Mercader seducirá a la joven y entusiasta trotskista Sylvia Ageloff, estadounidense de origen ruso, y, tras muchas peripecias, valiéndose de ella, que tenía acceso irrestricto a Trotsky, ya en México, conseguiría llegar hasta él y asesinarlo. En toda esta parte de la vida del revolucionario ruso, ya al final, tiene mucha importancia la rama trotskista en los Estados Unidos, en donde había un Comité de Defensa de León Trotsky y donde también se formó una comisión, presidida por el filósofo John Dewey para examinar las acusaciones de los soviéticos que, por supuesto, llegó a la conclusión de que todas eran maquinaciones de Moscú (p. 215).

El libro concentra el foco sobre este último año de la vida de Trotsky, 1940, para relatar el episodio del primer atentado que sufrió el exiliado a manos de los comunistas mexicanos dirigidos por el pintor David Alfaro Siqueiros. Trotsky tuvo bastante relación con el muralismo mexicano, era amigo de Diego Ribera e incluso tuvo un romance con la mujer de este, la también pintora Frida Kahlo, pues, entre otras cosas, residió una temporada en su casa antes de trasladarse a la de la vecina calle Viena, en Coyoacán, en donde murió y en donde está hoy enterrado junto a su mujer, Natalia Sedova. Este crítico conoce muy bien la casa pues la ha visitado varias veces, siempre en busca de alguna clave que le permitiera entender el crimen que en ella se cometió.

La decisión de asesinar a Trotsky la toma (o la transmite) Eitingon en junio de 1940 en compañía de Caridad Mercader y Ramon (p. 323). Por aquel entonces el Partido Socialista de América, de James Burnham y Max Schachtman se había escindido a raíz de la ocupación rusa de Polonia, Bielorrusia y Ucrania entre la minoría (para la que la URSS había dejado de ser un Estado obrero) y la mayoría, con Trotsky, según la cual la URSS seguía siendo un Estado obrero, aunque hubiera ocupado aquellos países. Burnham y Bruno Rizzi, (en La burocratización del mundo 1939) decían que la URSS había visto una "revolución" de los administradores (la famosa doctrina de Burnham de la managerial revolution)  y le había pasado como a la revolución francesa: había reemplazado una forma de dominación por otra (pp. 334/335). Jacques Mornard que, por entonces se llamaba, Frank Jacson, repentinamente convertido al trotskismo e interesado en esta polémica concreta, se ofreció a escribir un artículo sobre este asunto y enseñárselo a Trotsky. Se titulaba Tercer campo y frente popular (p. 338). Así llegó hasta él y, mientras Trotsky leía la pieza (cuya primera versión no le había gustado nada), lo asesinó. Leonid Eitingon y Caridad Mercader lo esperaban en un auto a poca distancia de la casa, pero tuvieron que irse cuando las cosas se complicaron (p. 373).

El proceso por el asesinato fue largo y estuvo lleno de altibajos y paradojas. Entre otros ejemplos de incidentes y dilaciones, el abogado defensor, Octavio Medellín Ostos, trató de obtener la nulidad de las actuaciones porque, no constando interrogatorio de dos policías que estuvieron en el lugar de los hechos, no se podía saber si, como sostenía la defensa, en realidad el asesinato fue en defensa propia de Mercader, pues fue atacado por Trotsky (p. 430). Siguió siendo Jacques Mornard aunque, según explica Julián Gorkín, su identidad era un secreto a voces, como lo prueba que fuera a verlo a la cárcel Sarita Montiel con su marido, el comunista Juan Plaza (p. 423). La verdadera identidad de Ramon Mercader no se conoció hasta 1950 (p. 445), pero él siguió siendo Jacques Mornard.

El libro vuelve a cambiar de perspectiva cuando Mercader sale por fin de la cárcel en 1960, habiendo cumplido veinte años de prisión, con un pasaporte a nombre de Jacques Mornard, aunque ahora su nacionalidad decía ser checoslovaca (p. 497). Tras una breve escala en Cuba, ya por entonces comunista, Mercader llegó a la Unión Soviética, en donde lo recibió el jefe del KGB,  Alexandr Nicolaievich Shelepin (p. 501). Poco después, el 8 de junio de 1961, se le concedió la medalla de héroe de la Unión Soviética, la Orden de Lenin (p. 503). Al fin al cabo, la NKVD condecoró en 1941 a seis personas que habían tenido directamente que ver con el asesinato de Trotsky, entre ellas, Caridad Mercader, y con el acuerdo de Beria y Stalin (p. 457) 

Mercader seguía siendo un comunista fiel. Las autoridades le dieron un buen piso en una zona residencial y acceso a las tiendas y servicios para cargos importante y extranjeros. Los de PCE también lo acogieron bien y, vista su formación, que había profundizado en la cárcel,  le dieron trabajo en la redacción de la obra colectiva Guerra y revolución en España, 1936-1939 que había de exponer la participación de los comunistas en la guerra civil,  pero su nombre acabó por no aparecer en la redacción final por discrepancias con la dirección del proyecto (p. 513). Para los comunistas españoles, como para los soviéticos, Mercader era un héroe y, al mismo tiempo, un personaje incómodo porque, al fin, era un asesino. El propio Mercader acabó por no sentirse a gusto en la URSS, por distanciarse de su partido, aunque sin articular críticas. Fueron  los años de las purgas en el PCE (Líster, Claudín, Semprún) (p. 532) que dejarían huella. Aunque había adoptado dos niños junto con su esposa, la mexicana Roquelia Mendoza Buenabad, con quien se casó estando aún en la cárcel, suspiraba por marcharse, en concreto a Cuba. 

Fue el propio Fidel Castro quien ordenó que lo autorizaran a ir a vivir allí. La familia lo hizo sin problemas. Al llegarle el turno a su vez, cayó enfermo y estuvo hospitalizado, no pudiendo salir de inmediato. Hubo sospechas de que lo habían envenenado (p. 544). Por último recibió permiso para salir de la Unión Soviética en agosto de 1974. En Cuba le asignaron un chalet en la colonia Miramar, barrio residencial (p. 546). Allí vivió, rodeado de comodidades, complementadas con un trabajo más o menos ficticio de "asesor" en el Ministerio del Interior, a donde iba cuatro horas todos los días. Hasta el final hizo vida bajo el nombre de Ramón López (p. 549). Murió de un cáncer de huesos o de las complicaciones derivadas de él y, lógicamente, resurgió la teoría del envenenamiento, por lo demás poco probable (p. 565). Está enterrado en Moscú.

El autor añade algunas reflexiones finales sobre Ramón Mercader. En su opinión, no fue escogido al azar para su tarea de asesino sino porque en él coincidían elementos que lo hacían idóneo, entre ellos el hecho de ser de lengua española (p. 580) y de estar totalmente entregado a la causa comunista.

Justamente aquí es donde, a modo de colofón, el crítico apuntará su interpretación. ¿Qué sentido tenía, qué beneficio para la oligarquía estalinista asesinar a un hombre huido de la URSS, a más de 10.000 kilómetros, exiliado, derrotado, rechazado de todas partes y que no podía hacer daño alguno? ¿Por qué exponerse a la condena mundial con un crimen cuya autoría intelectual acabaría descubriéndose y acumulando más desprestigio sobre la Unión Soviética como una dictadura cruel, vengativa y sanguinaria? ¿Tanta fuerza tenía el odio de Stalin, su inquina particular hacia una personalidad mucho más brillante que la suya y con una ejecutoria de revolucionario auténtico?

El crítico sostiene que este asesinato quizá pueda explicarse recurriendo a consideraciones sociales y políticas, sin olvidar, por supuesto, los factores personales. Y la primera de todas es el valor simbólico del hecho. Trotsky tuvo siempre fuerza y personalidad propia en la revolución soviética. Sus relaciones con Lenin eran más de igual a igual que las de los bolcheviques, empezando por el propio Stalin. De hecho, en la escisión de 1903, Trotsky se unió a los mencheviques y, al comienzo de la revolución de 1917, es claro que las famosas Tesis de abril, de Lenin, que impulsan la revolución hasta la toma del Palacio de Invierno, siguen la teoría trotskista de la revolución permanente. Trotsky, en realidad, era otro Lenin. Mientras él viviera, a pesar de Kronstadt y a pesar de todo, el espíritu soviético original subsistiría y serviría como espejo en el que podría observarse la degeneración del comunismo estalinista. Solo eliminándolo personalmente se apagaría la luz bolchevique, se legitimaría la dictadura de Stalin y su doctrina del socialismo en un solo país se impondría a la vigencia de la revolución permanente. Por descontado, esa eliminación serviría para dar una lección en el interior de la Unión Soviética y terminar de aterrorizar a cualquier núcleo de oposición que se organizara.

Con su piolet, Ramon Mercader no acabó solo con la vida de Leon Trotsky, sino con su símbolo y su doctrina.

Por supuesto, tiene razón Puigventós al decir que Mercader no fue escogido por casualidad. La influencia de la madre, Caridad Mercader, fue decisiva. Una de las conclusiones de las abundantes pruebas psicológicas y psiquiátricas a que se sometió a Ramon fue que tenía un fortísimo complejo de Edipo (p. 411). No obstante, el mismo autor reconoce que, entre las filas comunistas de entonces se hubieran encontrado abundantes voluntarios para llevar a cabo aquel crimen. Recoge una idea de Teresa Pàmies, comunista estalinista de primera hornada y esposa de Gregorio López Raimundo, el secretario general del PSUC, en el sentido de que, en aquella época cualquier militante comunista se hubiera prestado a la misión de matar a Trotsky (p. 381). El más alto honor de un comunista era obedecer ciegamente las órdenes del camarada Stalin.

La historia se complica extraordinariamente por su origen en el curso de la guerra civil española y su involucración con las actividades del PCE, la NKVD y la Unión Soviética, un sórdido mundo de maniobras oscuras, agentes dobles, espionaje, denuncias, ejecuciones extrajudiciales, secuestros, fusilamientos, juicios farsa, torturas, desapariciones, purgas, expulsiones: la historia del comunismo "realmente existente". Informa el autor de que la investigación de la vida de Ramon Mercader fue difícil porque, como dice Leonardo Padura, (el autor de  El hombre que amaba a los perros),  es una historia en la que todo el mundo miente (p. 584). Un rasgo característico de las muchas otras historias que afectan a los comunistas de la mayor parte del siglo XX, desde la del espía Willy Münzenberg a la de la deposición de Dubcek tras la primavera de Praga, pasando por las fosas de Katyn, la huida de Victor Kravchenko o la destitución de Gorbachov. Historias en las que todo el mundo miente.