Judith Butler (2015) Notes Toward a Performative Theory of Assembly Londres: Harvard University Press. (248 págs.)
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Un libro nuevo de Judith Butler se agradece siempre porque siempre trae juicios interesantes, puntos de vista originales, visiones personales que se integran en la tradición del mejor pensamiento crítico. De señalar es que no solo se integran en ella, sino que en buena medida, la cuestionan, la subvierten y, por tanto, la fortalecen. Porque ese es un privilegio del pensamiento avanzado, progresista, no conservador: que vive negándose. Butler se inserta en la línea del feminismo, pero no es feminista en un sentido habitual. Al contrario, expresamente lo niega porque cuestiona algunos de los postulados feministas clásicos. Y también se inserta en la tradición del pensamiento radical, revolucionario, aunque al mismo tiempo lo contraría por su casi total ausencia de dogmatismo y referencias conceptuales de escuelas, de esas que lo esquilman todo, como plagas de langostas.
Este libro es una recopilación de trabajos con un tema común: las nuevas formas de manifestación y movilización, las asambleas espontáneas y las ocupaciones de los espacios públicos en los casos de ls movimientos de los indignados, por ejemplo y sus consecuencias. Sigue habiendo en sus consideraciones puntos de vista de su feminismo postfeminista (por decirlo así), que se había desarrollado en algunas de sus obras anteriores, especialmente la esencial distinción entre "sexo" y "género" (en El género en disputa) y las consideraciones sobre el sentido actual de la condición humana y las situaciones de precariedad y vulnerabilidad de los espacios acotados por la biopolítica de los señores de la guerra actuales (en Marcos de guerra) . Ahora da un paso más: la vida de precariedad que llevamos no se debe a nuestra frágil condición sino a los fallos y desigualdades de las instituciones socioeconómicas y políticas, puesto que las cuestiones económicas vienen siempre acompañadas de otras éticas (p. 23).
En "Política de género y el derecho de aparecer" (o sea de ser visible y de manifestarme), se parte de la idea de que la precariedad es hoy una condición casi universal, pero adquiere un carácter más agudo en relación con el género porque, quienes no viven su género de forma socialmente aceptada, están sujetos a persecución. (p. 34). Obsérvese que ya no se trata de la sola visión femenina tradicional, sino que se apunta también a todos los fenómenos "trans", incluso, a los casos asexuados. En Marcos de guerra sostenía que, aunque ella no fuera a la guerra ni muriera en ella, el hecho de que los otros lo hagan viene a ser algo parecido porque algo de su vida se destruye cuando se destruyen las de los demás (p. 43). Este tema, al que podríamos llamar ética trascendental en un sentido inmediato, no kantiano, reaparece en los otros trabajos de este libro y su importancia para la orientación moral del pensamiento crítico contemporáneo es difícil de exagerar. Crítica la división que hace Hannah Arendt entre la esfera privada y la pública y exige que estemos en situación de optar todos por la esfera pública, y hablando de los desposeídos recuerda de nuevo a Arendt en "The Decline of the Nation-State and the End of the Rights of Man", reclamando el derecho de los apátridas a tener derechos (pp. 48-49) El derecho a aparecer en el espacio público debe afectar también y sobre todo a los transexuales y, aquí, Butler rinde tributo al avance que mostró en su día el gobierno español de Rodríguez Zapatero en el reconocimiento de estos derechos (p. 54) y que contrasta agudamente, añadimos nosotros, con el siniestro secuestro del ámbito público organizado por la derecha franquista gobernante desde 2011, así como las actividades de apropiación cuasifascista de los espacios públicos por la policía a las órdenes de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, por entonces delegada del gobierno, es decir, en lo esencial, la encargada de reprimir el ejercicio público las libertades. Hacer que la cuestión del género y su manifestación sea cosa de la policía es algo criminal en sí mismo en lo que el criminal es la propia policía. (p. 56) y, por supuesto, el derecho a la sexualidad como cada cual quiera es performativo (p. 57)
En "Cuerpos en alianza y la política de la calle", parte del supuesto, reelaborado a partir de la obra de Gilles Deleuze, de que cada uno de nosotros es una alianza, un conjunto, un "ensamblaje" y queremos acceso al espacio público como ámbito de manifestación que está muy disputado (p. 71). El estudio se refiere ahora no ya a los manifestantes en la vía pública sino a otro fenómeno que está conmoviendo los cimientos de nuestra satisfecha autoconciencia europea y occidental, esto es, los refugiados. La condición de estos pareciera ajustarse a la definición que Agamben destila de biopolítica de Foucault, es decir, los refugiados aparecen reducidos a la "nuda vida". Las ocupaciones de los espacios públicos por estos vienen a ser manifestaciones contra el capitalismo y el neoliberalismo, con ayuda de los medios, que ya no son informantes, sino parte de la noticia misma que reflejan (p. 91). Es obvio y, aunque Butler no lo mencione en su obra, basta con pensar en los asesinatos de periodistas en muchas partes del mundo, de forma que la profesión de los medios es hoy una de riesgo dentro de un conflicto entre la democracia y la opresión, que toma nuevas formas. Y en donde los periodistas no son asesinados, son perseguidos, multados y apaleados, como en España por una policía empleada como la guardia pretoriana de la oligarquía reaccionaria gobernante.
En "Vida precaria y la ética de la cohabitación", Butler desarrolla de forma muy convincente la idea que señalábamos más arriba de nuestra preocupación de carácter trascendental. Partiendo de la afirmación de Hannah Arendt (a la que, por otro lado critica reiteradamente por su muy insatisfactoria distinción entre la esfera privada y la pública, reservando esta a los hombres) de que estamos condenados a cohabitar, o sea, convivir con quienes no hemos escogido, tira de Lévinas y su concepción del "otro", a partir de la cual se afirma mi obligación moral no solamente frente a quienes forman mi comunidad, sino también a quienes se encuentran fuera de ella. No hace falta señalar que la relación entre esta elaboración y la realidad cotidiana de Israel es fuente de contradicción latente y manifiesta. Para Lévinas nuestro deber de preservar la vida de los demás es dominante. De Arendt destila Butler la misma convicción, aunque en un sentido, por así decirlo, más público y cosmopolita en la medida en que, como dice la filósofa estadounidense, todo lo que pasa "allí", pasa "aquí" (p. 122).
En "Vulnerabilidad del cuerpo y la política de coaliciones", la autora supera los Marcos de guerra. Reconocemos la vulnerabilidad de los cuerpos que, ciertamente, ya no se limita a los de las mujeres sino a los de todas las personas. Queremos un espacio público libre de amenazas y reconocemos la cuestión de la vulnerabilidad, que caracterizó el primer feminismo. Ahora pretendemos establecer coaliciones como búsqueda de seguridad, para que no nos maten (p. 151)
En "'Nosotros el Pueblo'- Ideas sobre la libertad de reunión", Butler actúa más en los cánones de la teoría y la filosofía política clásicas con uno de los temas eternos: el alcance de la libertad de reunión. Butler lo deja claro desde el principio: esta libertad no depende de que sea protegida por los gobiernos, sino de que lo esté frente a ellos, que son la verdadera amenaza al derecho de reunión, asamblea y, en último término, la libertad de expresión. Volviendo a título de ejemplo a la política de represión de las libertades aplicada por la delegada del gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, la finalidad de las privatizaciones por un lado y los asaltos de todo tipo de la policía a la libertad de reunión es arrebatarnos el ámbito público. Un recuerdo a la forma en que la señora Cifuentes utilizaba a la policía como matones y agresores para hostigar a la gente en uso de su derecho de manifestación y para negar ese derecho, revela claramente el talante fascista de la derecha franquista y de la neoliberal que en esto vienen a ser lo mismo. El mercado y la prisión colaboran para reducir y eliminar el ámbito público (p. 174). Todo esto viene a propósito de uno de esos análisis y estudios más complicados. Somos "nosotros", somos el pueblo quienes tenemos derecho a ocupar el ámbito público porque es nuestro, el de la soberanía popular. ¿Queda alguna duda de que, quienes coartan la libertad popular en la vía pública son derechistas más furiosos que Orlando? ¿Quién es el pueblo? Tema tratado por Derrida, Bonnie Honig, Balibar, Laclau y Jacques Rancière: todos aceptan que cualquier designación del "pueblo" tiene un límite en términos de inclusión y exclusión (p. 164) que es una forma innecesariamente oscura, en mi opinión de referirse a lo que la teoría política define con ejemplar claridad: antes de que el pueblo decida, hay que decidir quién sea el pueblo. Sin duda, pero eso es mucho menos difícil de lo que pueda parecer a primera vista. El conjunto de cuerpos en opinión de Butler, cuando se manifiesta y como se manifieste, es un acto performativo: la soberanía popular es un acto performativo. Y, por supuesto, siempre que la gente quiere ir al ámbito público corre el peligro de que la hostiguen y repriman (p. 185), como hizo sistemáticamente la señora Cifuentes en Madrid en manifestación de su patente franquismo. En todo caso es de recordar que el ámbito público es un derecho colectivo (no individual) y debe defenderse mediante la resistencia no violenta que también es performativa.
Termina el libro de Butler con una pregunta muy característica: ¿Puede un@ llevar un buena vida en medio de la mala vida? La respuesta es un decidido sí. Demasiado decidido para el gusto de este crítico. Recurre la autora de nuevo a Arendt en busca de apoyo y le parece haberlo encontrado cuando la autora alemana sostiene que, para Arendt, la supervivencia no puede ser un fin en sí mismo ya que la vida no es un bien intrínseco (p. 203). Tengo la idea de que esto es fácil de decir, pero contiene poco de verdad. Por eso, quizá inconscientemente Butler, relaciona esta idea con la amarga meditación de Primo Levi y su muy revelador suicidio. Supongo que es una buena forma de poner un punto y seguido, no un punto final, en espera de una reflexión posterior.
Una última observación respeto al estilo de Butler. Es sencillamente detestable. Hay párrafos enteros con tales anacolutos y destrozos de la sintaxis que se queda uno pensando si habrá entendido bien lo que a duras penas ha leído. Ignoro cómo habrán resuelto los traductores las otras obras de Butler porque solo la he leído en el original, como el libro en comentario. Pero tengo el firme propósito de que la versión española, que publicaremos en la colección de pensamiento político que dirijo en Tirant Lo Blanch, esté en un castellano legible.