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dilluns, 25 d’agost del 2008

Cultura de guerra.

El último número de la revista Historia social vol II, nº 61, 2008, FIHS, UNED de Alzira-Valencia, 174 págs.) es semimonográfico dedicado a la cuestión de la cultura de guerra, un territorio relativamente nuevo de la historiografía consagrado al estudio de las pautas culturales en tiempo de guerra o, por decirlo con términos más definitorios de Annete Becker y Stéphane Audoin-Rouzeau, citados por Eduardo González Calleja en su trabajo introductorio, La cultura de guerra como propuesta historiográfica: una reflexión general desde el contemporaneísmo español, "el modo en que los contemporáneos del conflicto han representado y se han representado la guerra, como conjunto de prácticas, actitudes, expectativas, creaciones artísticas y literarias" (p. 71). Está claro, la forma en que la gente habla y se habla de la guerra; o sea el viejo concepto de cultura en sentido antropológico aplicado a los conflictos armados. Para el caso de los países europeos el asunto es extraordinariamente relevante en las dos guerras de 1914/1918 y 1939/1945. Basta con recordar su impacto en la producción literaria, artística, cinematográfica. Es abrumador. El caso de España, sin embargo, por su neutralidad en ambas (más clara en la primera, menos en la segunda) presenta perfiles propios. No obstante, González Calleja echa mano de la propuesta de José Álvarez Junco para señalar la importancia de cuatro períodos bélicos en la historia de España para ver nada menos que el proceso de construcción de la identidad española: la guerra de la independencia, el expansionismo militar de la Unión LIberal a mediados del XIX, la derrota de 1898 y la guerra civil de 1936/39 (p. 75), aunque no sé yo si tomada así, en un arco de ciento cincuenta años, no se desdibuja la propuesta del impacto de la "cultura de guerra" para pasar a hablar simplemente de la "historia de España" que, como la de todos los países, tiene sus guerras y sus paces. Me parece más interesante -y es lo que hace el número de la revista- centrarse en la cultura de la guerra civil del 36/39, a la que González Calleja propone aplicar el concepto de brutalización, prestado de la obra del alemám George Mosse acerca de las dos guerras europeas y que da cuenta de los fenómenos de diabolización y deshumanización del enemigo y de agresión sin límites a la población civil (p. 81), todo para dar cuenta de la extraordinaria crueldad de la contienda que Sebastian Balfour, por su lado, atribuye a la herencia de la tradición de las guerras coloniales de Marruecos (p. 83).

A este terreno concreto se orienta el muy interesante trabajo de Maud Joly Las violencias sexuadas de la guerra civil española: paradigma para una lectura cultural del conflicto, en el que se aborda un asunto que apenas está empezando a despuntar incluso en la crónica de los conflictos armados de ahora mismo: el empleo del cuerpo de la mujer como territorio de combate para humillar y doblegar al adversario mediante la mutilación, la violación y el escarnio. La práctica del rapado de mujeres (que luego reaparecería después de la liberación en Francia con las acusadas de colaboracionistas), la administración de aceite de ricino, la exposición pública, el desnudo, la marcación de los cuerpos (también practicada en ambos sexos en los campos nazis) y las violaciones, todo lo considerado como "arma falangista" (p. 95) fue moneda corriente durante la guerra y en la inmediata posguerra. Cierto que hubo casos de brutalización de mujeres en la zona republicana pero en la facciosa este recurso tuvo (como lo tiene hoy en muchos conflictos en los Balcanes, en África, etc) carácter de táctica deliberada de combate. Tiene su importacia que Joly mencione, aunque no se extienda sobre ello, cosa que podemos hacer los lectores, el hecho de que la práctica del rapado de las mujeres reapareciera en los primeros años sesenta en tiempos de las huelgas de mineros asturianos como represalia contra estos.

De mucho interés también el estudio de Mercedes Yusta Rodrigo, Una guerra que no dice su nombre: los usos de la violencia en el contexto de la guerrilla antifranquista (1939-1953), un enfoque novedoso en la aproximación al fenómeno guerrillero en el que se hace hincapié en la heterogeneidad de las guerrillas, su mezcla de combatientes venidos del extranjero y "huidos" de la represión en España, las complejas relaciones con la población civil que las apoyaba y la espiral de represión-respuesta guerrillera-represión incrementada. Revelador el último párrafo de Yuste: la guerrilla antifranquista "es un fenómeno violento surgido de una sociedad "brutalizada" desde la guerra civil, inmersa en una guerra de las fuerzas represivas contra un sector importante de la población civil, víctima de una cultura de la represión que impregnaba insidiosamente todos los aspectos de la vida cotidiana" (p. 126). Lo suscribo en principio porque refleja lo que para mí ha sido siempre el aspecto más imperdonable del régimen franquista en toda su existencia, esto es, el hecho de que tratara al país entero como territorio ocupado y no mostrara jamás no ya clemencia hacia los vencidos, a los que tuvo siempre a su (falta de) merced, sino el menor atisbo de reconciliación. Mi única salvedad a la cita de Yuste es que no se trataba de "un sector importante de la población civil" sino de toda ella; de toda. Incluso la que apoyó siempre al franquismo porque, si no lo hizo por miedo, fue cómplice del crimen general, permanente y obvio del genocidio y la represión; es decir, se encenagó en la miseria moral en la que sigue. Porque si malo es asesinar y torturar, no menos lo es beneficiarse de ello, aplaudirlo o condonarlo. Y eso es lo que explica que en buena medida la derecha española actual no pueda saldar su responsabilidad con ese infame pasado.

El último trabajo del semimonográfico es el de Francisco Sevilla Calero, Cultura de guerra y políticas conmemorativas en España del Franquismo a la transición, en el que hace un buen análisis de la administración política del calendario y las festividades, mostrando cómo el franquismo barrió el republicano e impuso sus festividades, las religiosas, las propias suyas y las mezclas: el "año triunfal", la "Fiesta nacional del Caudillo" el primero de octubre, el "Día de la Raza", (que ya venía de antes) el doce del mismo mes, el día de Santiago como día de la "santa cruzada" (una cruzada, por cierto, en la que los moros luchaban con los cristianos contra otros cristianos) el veinticinco de julio, el día del "Alzamiento Nacional", el dieciocho de julio, el "día de la unificación" (de FET y de las JONS) el diecinueve de abril, entre los más señalados. Frente a esta política de festividades y recuerdos avasalladora Sevilla sostiene que la transición y subsiguiente democracia ha sido olvidadiza y poco contundente. Bueno, se ha restaurado el primero de mayo, se ha suprimido el dieciocho de julio, el veinticinco de ese mes tiene un estatuto algo vergonzante, se mantiene el 12 de octubre como "Fiesta Nacional de España" por aquello de América, se conserva casi todo el calendario religioso y se ha añadido un día de la Constitución. No está del todo mal. Yo restauraría la fiesta del dos de mayo, después de que tanto se habla de la nación española vinculándola a esta insurrección, pero sólo por razones biográficas personales: de mozo viví enfrente de la calle de Daoíz, cabe la plaza del Dos de mayo y lo pasaba muy bien en las festividades.

Los otros artículos de este número de Historia social son más desparejos, pero tienen mucho interés. Especialmente el primero de Antonio Gil Ambrona, La violencia contra las mujeres: discursos normativos y realidad, que centra su investigación en los procesos de divorcio entablados ante los tribunales eclesiásticos en algunas partes de España (como Barcelona) en los siglos XVI y XVII. No es que fueran muy copiosos (entre 1565 y 1654 el tribunal diocesano de Barcelona entendió de 191 procesos de este tipo, 177 entablados por mujeres y 14 por hombres) (p. 11), pero sí muy interesantes porque se prueba que las mujeres acudían a los tribunales en busca de protección acusando a los maridos de malos tratos y aquella se dispensaba en dos momentos: en el primero procediendo al "secuestro" de la esposa en casa de algún familiar o en un convento (lo que equivalía a una separación de facto o alejamiento) y en segundo lugar pero en contadas ocasiones anulando el contrato y concediendo el divorcio. Para examinar estas circunstancias, el autor se basa en los trabajos del jurista de la época Tomás Sánchez y contrapone estos hechos a la doctrina acrisolada entonces acerca del ideal de la mujer casada y cómo ésta debía sobrellevar los malos tratos maritales que se encuentra entre otras en la obra de Luis Vives De institutione feminae christianae. No me parece que haya extraído todas las consecuencias posibles de esta contraposición pero ello no empece el gran interés que tiene el trabajo en cuanto documentación acerca de la longevidad de una detestable práctica que muchos creen sea reciente. De hecho, ¿acaso no es violencia doméstica, de sexo, de género, machista o como quiera llamársela la que se glorifica en un subgénero de literatura occidental habitualmente muy celebrado hasta el día de hoy con nombres como La doma de la bravía o La fierecilla domada?

Miguel Cabo Villaverde publica un interesante trabajo Leyendo entre líneas las elecciones de la restauración: la aplicación de la la ley electoral de 1907 en Galicia, en el que sostiene la muy innovadora tesis de que el famoso artículo veintinueve de esta ley, generalmente considerado como el epítome de las prácticas electorales corruptas, caciquiles y de consagración del dominio de los dos partidos dinásticos también tuvo la funcionalidad contraria: "...si bien en la mayor parte de los casos el 29 venía a sellar efectivamente un dominio claro sobre el distrito o un pacto entre notables dinásticos, en un porcentaje difícil de precisar pero en todo caso significativo representa exactamente lo contrario de lo que se asume automáticamente, es decir, la debilidad del grupo de poder dominante hasta el punto de reconocer a los opositores (en el caso gallego siempre de matiz agrarista) como interlocutores legítimos y firmar un acuerdo sobre la base del reparto de esferas de influencia." (p. 41) En su justa medida. No se sabe cuánto de significativo fue pero no conviene olvidar que no hay regla sin excepción.

Carlos Arenas Posadas publica un estudio sobre Concepto y teoría del capital social: una aplicación a la sociedad sevillana del primer tercio del siglo XX. El "capital social" es, efectivamente, un concepto muy útil y prometedor de las ciencias sociales, aunque de compleja cuantificación y el autor hace una presentación satisfactoria de él en su escisión entre una perspectiva "micro" (las relaciones sociales, las influencias que tienen los agentes sociales individualmente considerados) y la "macro" (la densidad del asociacionismo, las redes existentes en una sociedad y su funcionamiento) que, a su vez, son complementarias. La aplica después en concreto al caso de Sevilla en los treinta primeros años del siglo y aceptando la idea de que el capital social es el "eslabón perdido" en la teoría del desarrollo, especialmente el económico, diagnostica que la pérdida de posiciones de Sevilla en la ordenación de riqueza de las ciudades españolas se debe a la endeblez de su capital social y al hecho de que éste estuviera monopolizado por la oligarquía terrateniente que no permitía que se abriera a sectores sociales más dinámicos y emprendedores.

Finalmente el número de la revista trae un último trabajo de Roberto Ceamanos, De la ruptura a la convergencia. La historiografía social obrera española y francesa (1939-1982) que es como una especie de estado comparativo de la cuestión. Útil para quienes pretendemos orientarnos en un campo que no es estrictamente el nuestro. Ceamano divide el periodo en dos subperiodos: en el primero, después del erial en que quedó la investigación historiográfica española tras el triunfo de los sublevados en 1939, el intento de recuperación en los años sesenta y setenta del terreno perdido frente a los avances muy notorios de la historiografía francesa que, a su vez se había renovado notablemente. Es decir, una especie de reelaboración del sempiterno atraso español, pieza fundamental de nuestro "excepcionalismo"; el segundo cuando, una vez, por así decirlo, homologados nuestros estudios, nos encontramos con que vuelve a haber un décalage (la expresión es suya) con la producción foránea, que ha vuelto a pegar un salto incorporando nuevos enfoques y una perspectiva multidisciplinar que obligan a la historiografia patria a seguir tratando de recuperar el terreno perdido. Mientras no se trate de un ejemplo de la aporía de Aquiles y la tortuga...

Las imágenes son: la primera de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, Portada de Atila en Galicia (1937) (Museo de Pontevedra, Pontevedra); la segunda, José Gutiérrez Solana, Recogiendo a los muertos (1937) (Blog Urban Idade); la tercera, Eduardo de Vicente, Pasaron los fascistas (1937) (Dibujos de guerra, Ciudad de la Pintura).

diumenge, 20 de juliol del 2008

La fuerza de la ironía.

Dejamos a nosa terra galega con harto dolor de nuestro corazón y nos trasladamos a Teruel, capital del mudéjar, en el ánimo de participar en unas jornadas de la Fundación Aragón XXI sobre las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) en la comunicación política, y de dejarnos caer después por la Expo de Zaragoza. Pero antes visitamos algunas exposiciones en A Coruña de las que me gustaría dejar cumplida cuenta y así iré haciendo en sucesivas entregas. La primera fue una de dibujos de Castelao, de su época de as cousas da vida, que recogen sus aportaciones satíricas, costumbristas, críticas, un poco amargas, para las publicaciones de los años veinte, más o menos contemporáneas de su época macabrista del olho de vidrio.

En el fondo de mi educación, no galleguista, pero sí de culto familiar al galleguismo de mi abuelo Armando hay dos gallegos que ocupan un lugar preferente: Rosalía y Castelao; la poética de la primera, cuyos versos rezuman la magia de un paísaje exterior que reproduce la melancolía del interior y el valor, la crítica, la sátira y sobre todo la ironía fatalista del segundo con sus dotes de publicista que participó activamente en la guerra civil del lado republicano y le costó morir en el exilio.

Los dibujos de Castelao son siempre de trazo limpio y simple, en la línea modernista con claras aportaciones expresionistas. Me recuerda mucho a Bagaria con algunos toques de Penagos y la influencia de las vanguardias de la época, singularmente la catalana de los Rusiñol y Casas, la más abierta a Europa. Eso en cuanto a la forma. En cuanto al fondo Castelao reedita aumentada la tradición ilustrada española de crítica al atraso de la patria a causa de sus defectos de gobierno y organización, a causa de la desigualdad, los abusos, el caciquismo, la desidia económica, la desorganización hacendística, la incuria administrativa, la mano alta del clero. Se refleja así un panorama de abandono y decadencia cuyos resultados son la miseria, la ignorancia, la opresión y, como único modo de escapar a todo ello, la emigración, recurso muy típico de la Galicia de su tiempo y que tanto contrasta con la situación actual de la inmigración en España. El dibujo de la derecha (Aprende, Xan, de 1923) del señoritingo cacique que habla español mientra que el otro fala galego, casi parece una continuación del "vuelva Vd. mañana" de Larra, socialmente empeorado. Toda la serie de as cousas da vida se lee como un largo lamento del regeneracionismo español y específicamente el gallego de cuya profunda esencia resignada y fatalista da cuenta el autor con ironía, a veces dramática, a veces festiva pero siempre con carga social.

Al estallar la guerra civil Castelao se radicalizó, como si el conflicto le hubiera insuflado una nueva fe en la posibilidad de revertir aquel secular e injusto estado de cosas que llevaba años denunciando. Por ello, aunque Galicia cayó pronto en las garras de los sediciosos, él siguió la lucha y puso su fogosa publicística y su arte al servicio de la República y de la denuncia de las barbaridades de los fascistas. Algunas de sus obras más célebres y de mayor fuerza (por ejemplo, A derradeira lección do mestre que nadie me quita de la cabeza que inspiró la magnífica La lengua de la mariposa) datan de esta época. No están en la exposición que sólo versa sobre los fondos de As cousas da vida que tiene la Caixa Galicia, a quien hay que felicitar por esta exposición, pero aprovecharé la primera oportunidad que tenga para dar cuenta de ellas.

diumenge, 27 d’abril del 2008

En Salamanca o en Berlín.

Las gentes de Viento Sur han sacado un número 93, correspondiente a septiembre de 2007 que ha llegado ahora a mis manos y he leído con gran interés. Está dedicado a Andreu Nin y los sucesos de mayo de 1938 en Barcelona, de cuando la "revolución dentro de la guerra", el momento en que los comunistas al frente de las fuerzas republicanas vencieron una especie de insurrección anarquista apoyada por el POUM y decidieron así el destino de la guerra y de la República dos años después. Del asunto de Andreu Nin, lo que siempre me ha dejado estupefacto es el descaro con el que, al parecer, se contestaba por las paredes a la pregunta de ¿En dónde está Nin? con un En Salamanca o en Berlín. Al final ya parece claro que sus restos están enterrados en algún lugar de Alcalá de Henares. Y lo que ha terminado por desconcertarme y deprimirme bastante es la noticia que he leído en alguna parte de que el chalet en el que estuvo secuestrado, donde probablemente fue torturado (se dice que lo despellejaron vivo, lo cual suena espantosamente) y todavía con mayor probabilidad asesinado, era propiedad de Constancia de la Mora, una comunista a quien tenía yo en aprecio tras haber leído hace muchísimos años unas memorias suyas que se llamaban Doble esplendor, en donde no recuerdo que hablara de Nin.

El número de Viento Sur está muy bien concebido porque agrupa textos de protagonistas de los hechos con otros de estudiosos, que no son coetáneos pero sí tienen una orientación política trotskista. El resultado es una mezcla muy grata de leer por más que los numerosos trabajos, aunque breves, sean bastante densos y requieran concentración. Entre los protagonistas son muy impresionantes los testimonios de María Teresa García Banús y su marido Juan Andrade, la primera fundadora del Secretariado Femenino del POUM y el segundo miembro de su Comité Ejecutivo. Ambos cuentan cómo los detuvieron "policías de Madrid", de las Juventudes Socialistas Unificadas, las que fundó Carrillo, por cierto, en compañía de agentes del Komintern, húngaros, etc. Los escritos proceden de unas memorias de García Banús y de un inédito de Andrade que la revista data a fines de 1937. De testimonio también, el trabajo de Marta Brancas, que parece redactado ahora, habla de lo que hizo el Secretariado Femenino del POUM. Acompaña a este aspecto una especie de introducción de Wilebaldo Solano, como un recuerdo de la época y un par de trabajos sobre otros protagonistas, en concreto uno de Llum Quiñonero Hernández sobre Lucía Sánchez Saomil y las otras mujeres que crearon la revista y asociación Mujeres Libres. Se centra en Sánchez Saomil porque tiene singular interés ya que, al no exiliarse y regresar a España, pasó el resto de su vida durante el franquismo callada y sin hacerse notar, pero viviendo con otra mujer, según he creído entender, lo que da al caso una especial singularidad. El otro trabajo de esta característica es el de Flavio Guidi sobre los asesinatos de Berneri y Barbieri, dos anarquistas italianos, en España; especialmente, Berneri, que era el más visible de los dos.

Los demás trabajos son doctrinales y, generalmente de gran interés. Hay dos de Jaime Pastor, uno que parece actual sobre el accidentado nacimiento y tortuosa existencia del POUM y otro que es un texto de 1993 sobre Andreu Nin en Moscú. Tal como lo dibuja Pastor, una estancia que acabó convertida en una sensación como de aprisionamiento, del que Nin se liberó regresando a Barcelona. Lo más curioso de este apunte biográfico de Nin es que éste formara parte del Soviet de Moscú, lo que prueba que en sus primeros momentos, la revolución bolchevique fue verdaderamente internacionalista

Hay un interesante texto de Reiner Tosstorff, que es una ponencia de un congreso de 1986, dedicado exclusivamente a la cuestión sindical catalana en relación con el POUM. En lo esencial, el POUM practicaba el "entrismo" en la UGT en toda España excepto al principio en Cataluña, donde tuvo su propio sindicato (FOUS) el cual, a raíz de la sublevación militar (que los autores de esta revista suelen considerar el momento de "la revolución") se disolvió para que los afiliados se sumaran a la UGT. Después de los sucesos de mayo, por descontado, los poumistas fueron depurados de la UGT. En España, los comunistas procedieron contra los trostkistas (en los que el mismo Trotsky no confiaba) como los estalinistas estaban haciendo en la Unión Soviética: detención, torturas, juicios farsas, largos años de cárcel y destierro o fusilamiento, condena pública, detención de allegados y simpatizantes.

El trabajo de Pelai Pagès, que es un reputado historiador de quien recuerdo haber leído un interesante trabajo sobre el POUM hace muchos años, es un trozo de un prólogo que ha escrito para un libro sobre el espionaje en España que estará saliendo ahora. Para Pagés está claro que los hechos de mayo, el aplastamiento del POUM por el Partido Comunista (PSCU/PCE) se planificaron detalladamente en Moscú. Todo se hizo en España por orden de los soviéticos.

Andy Dogan que es un historiador miembro de la Fundación Andreu Nin escribe sobre las relaciones entre el POUM y Trotsky así como entre Nin y Trotsky. Nunca fueron buenas, ninguna de ellas. Trotsky se mostró siempre crítico con el empeño de sus supuestos seguidores en España y, a raíz del alzamiento (la revolución), pasó a considerarlos traidores por haberse integrado en el Gobierno de la Generalitat en lugar de sublevarse contra él.

En este capítulo doctrinal se cuenta también un interesantísimo texto de Andreu Nin sobre El problema de los órganos de poder en la revolución española que se publicó en París en francés en junio de 1937, el mismo mes en que mataron a su autor. En él me da la impresión de que Nin quiere justificar el hecho de que el POUM no hubiera llevado adelante la revolución a uso bolchevique para lo cual se ampara en la ausencia en Cataluña (por no hablar ya de España) de una "dualidad de poderes" al estilo de la que se dio en Rusia (o sea, Petrogrado y Moscú en lo esencial), cosa que se reputa conditio sine qua non para el proceso revolucionario.

El artículo de Miguel Romero, periodista, redactor de Viento Sur y militante de espacio Alternativo, está escrito desde la militancia crítica. Romero no entiende qué llevó a Nin a entrar en el Govern de la Generalitat cuya tarea fue desmantelar las infraestructuras de la revolución puesta en marcha el 19 de julio de 1936; vamos, no entiende lo mismo que no entendía Trotsky. Por eso habla del enigma de Nin, de quien no sabemos ni en dónde está enterrado ni qué pensaba en concreto.

Por último, el texto de Chris Ealham (un historiador especialista en movimiento obrero) sobre el anarquismo y los "hechos de mayo", que también parece escrito para la revista, pone de relieve cómo los anarquistas no supieron defenderse frente a los comunistas (estalinistas), entendieron mal la pugna PSUC/PCE-POUM, pensando que era un litigio entre hermanos, un asunto interno de los comunistas "autoritarios" y después se dejaron arrinconar por la política comunista de militarización de la revolución y restablecimiento de las instituciones de la IIª República.

En mayo de 1937 se dilucida con las armas en la mano la cuestión de quién manda en el lado republicano de la contienda, ya que en el lado faccioso eso estuvo claro desde los primeros meses. Los anarquistas, los poumistas y algunos socialistas de izquierda creían que era preciso llevar adelante la revolución para así ganar la guerra. Los comunistas, los socialistas de derecha, los republicanos y moderados en general que no estaban con Franco, creían que lo principal era ganar la guerra y que luego ya se verían las cosas en el bando de cada cual. Ganaron los comunistas que, además, acabaron con los trostkystas por orden de Moscú a través de una farsa de procesos judiciales y establecieron su dominación sobre casi todos los aspectos de la vida en la República. Pero la pregunta, se ve venir, es siempre inevitable: ¿qué hubiera pasado si hubieran ganado los anarquistas y poumistas? La cuestión es típicamente contrafáctica y a ella contesta cada cual según le dictan sus apetencias.

dimecres, 16 d’abril del 2008

La infame posguerra (y II)

Termino el comentario del libro de Eslava Galán. Decía que trata otros dos asuntos, la política nacional y la internacional. No lo hace por separado, sino que los entrevera, pero tiene sentido comentarlos aisladamente.

La parte de política interna viene en dos momentos: las consecuencias de la guerra y la consolidación del régimen y el comienzo de la política de marear la perdiz de Franco con Juan de Borbón, que aspiraba a ocupar el trono de su padre... y se murió sin conseguirlo. Menudo era Franquito, como lo llamaba la aristocracia, esa aristocracia que retrata tan bien José Luis Vilallonga. Aquí lo que hay es la consagración de Franco y la aplicación a mansalva de la Ley de Responsabilidades Políticas por tribunales militares en juicios de guerra sumarísimos. Años de penas de muerte a cientos, de ejecuciones, de conmutaciones por treinta años, un horror. Un horror sobre el que se edificaba la apoteosis del franquismo. Los pintores áulicos, dice, malicioso, Eslava Galán lo retrataban alto y delgado para halagarlo. Doy fe; he visto decenas de retratos de Franco que debe de ser el gobernante más retratado de la historia de españa. Hasta Zuloaga tiene un lienzo con un Caudillo envuelto en la rojigualda mitad soldado, mitad falangista. Los curas lo consagraban.

Entre tanto, Franco escribía un guión de cine de una peli, Raza, claro es, que dirigiría José Luis Sáez de Heredia, primo del Ausente José Antonio. La peli no tiene desperdicio. Pocas cosas tenían desperdicio en aquellos años de hambre en que no se desperdiciaba nada. Fue también el tiempo de la División Azul, la gesta española contra el bolchevismo en las heladas estepas de Rusia. Una historia pintoresca desde el punto de vista militar pues fueron españoles en uniformes alemanes, como parte de la Wehrmacht, pero que tuvo mucha importancia en la política interna posterior. Al regreso de la División Azul bastaba ser veterano para que se abrieran todas las puertas, públicas y privadas.

Al cabo del giro de la guerra, la política española pasó del azul falangista al blanco de las camisas de los católicos y dieron comienzo los alambicados contactos entre don Juan, queriendo recuperar el trono de su familia y Franco, dispuesto a que nadie le moviera el suyo. Cuando Franco se entrevista con don Juan a bordo del Azor y consigue que el pretendiente le envíe a su hijo a España como una especie de rehén, don Juan Carlos, que después será Rey, ya tiene decidido que don Juan, su padre, jamás lo será. Dos manifiestos había firmado el hijo de Alfonso XIII, el de Lausana, para ponerse del lado de los aliados en la guerra y pedir a Franco que se fuera y el de Estoril en contra de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, con la que Franco postponía la Monarquía ad calendas. Los dos manifiestos fueron el pretexto del General para cerrar el paso a don Juan y quedarse sentado en el trono hasta su muerte.

Lo único que tenía que temer Franco era que otros de fuera se lo movieran. Hay que ver cómo se hacía retratar por entonces el General, como se ve en la postal de la derecha, con todos sus amigos y fieles aliados, los generales golpistas, los nazis, los fascistas; entonces estas cosas daban lustre. Años de gloria guerrera que pronto serían pasado cuando empezó a verse que el Eje perdía la contienda y Franco tendría que acomodarse con los vencedores.

La política exterior de Franco está muy estudiada y documentada y de las frecuentes referencias que Eslava Galán hace de ella lo que se sigue es que todos los interlocutores de Franco, primero los nazi-fascistas y luego los aliados, todos, lo despreciaban. La imagen de España estaba bajísima y todo el mundo sabía qué tipo de régimen era el español y de qué calaña sus gobernantes. Hitler, Mussolini, Churchill, todos despreciaban a Franco y sabían que haría lo que le dijeran con tal de permanecer en el poder. Y, en definitiva, la conclusión de la política exterior de Franco es que el dictador se mantuvo en el poder contra toda previsión hasta que se murió. O sea, un éxito. Para ello sacrificó al país y hubiera sacrificado a su madre si hubiera sido necesario. Con todo eso del orgullo español y del "si ellos tienen ONU nosotros tenemos dos", resulta muy ilustrativo el dato que da Eslava acerca (p. 156) de cómo cuando Hitler y Mussolini presionaban a Franco para que entrara en la guerra, Inglaterra tenía sobornados a muchos mandos militares para que informaran al Caudillo sobre el mal estado de las tropas y lo desaconsejaran de entrar en la guerra. Viva la Patria.

Lo mejor de todo, la anécdota que relata el autor de cuando, muchos años después de la División Azul, ya en los tiempos de los arrepentimientos, las confesiones, los descargos de conciencia, se encuentran Pedro Laís Entralgo y José Luis Pinillos, ambos catedráticos, ambos exdivisionarios y Laín pregunta a Pinillos: "José Luis, ¿cómo pudiste ir a la División Azul?" . Contesta Pinillos: "Hombre, Pedro, porque tú decías que había que ir" (p. 460). Nos retrata.

Vale, pues, un gran libro sbre la vida cotidiana en la España de Franco

dimecres, 8 d’agost del 2007

Zarpazos.

En los cursos de verano de la UIMP, el señor Ian Gibson ha abogado por la necesidad de que los familiares de los asesinados, paseados, desaparecidos del bando republicano en la guerra civil, así como los de los represaliados en la postguerra, encuentren los restos de las víctimas y ha afirmado que "hasta que los perdedores no busquen a sus asesinados y les den un entierro digno, este país no está en paz". Igualmente, el biógrafo propugna que se incorporen las enmiendas de IU a la Ley de la Memoria Histórica (en su nombre vulgar) que aprobarán las Cortes seguramente en septiembre para que ampare más y mejor los derechos de las víctimas.

Luego, refiriéndose al revisionismo histórico de la derecha sobre la guerra civil, Gibson ha asegurado que los libros de Pío Moa hacen "mucho daño" y que si se venden es porque las derecha los compra en masa.

A su vez, Pío Moa no ha tardado en responderle con un artículo en Libertad Digital, titulado La golfería de Gibson, en el que insiste en su conocida interpretación, consistente e culpar de la guerra civil a las fuerzas obreras revolucionarias durante la República. Dichas fuerzas (socialistas, anarquistas, comunistas) no lucharon por la democracia y la república sino por la revolución. Es conocida esta posición que, en otras elaboraciones, suele sostener que la guerra civil fue ya cosa hecha con la sublevación revolucionaria de octubre de 1934.

Buscar culpables de las tragedias históricas es ocupación bastante inane. Además, si hemos de situar el origen del enfrentamiento en alguna fecha concreta, también valdría la sublevación del general Sanjurjo el 10 de agosto de 1932. Pero no me parece esto lo esencial. Como tampoco lo es, creo, pasar juicio de culpabilidad setenta años después. Lo esencial, en mi opinión, es encontrar una fórmula de entendimiento que permita la reconciliación definitiva. Es muy posible que haya un punto de razón en lo que dice Moa, esto es, que la sublevación militar de julio de 1936 vino movida por una situación insostenible en materia de orden público; en todo caso es lo que siempre sostuvo la propaganda franquista. Pero, aunque eso fuera cierto, la sublevación no se legitima ni un ápice y sigue siendo un acto delictivo, contrario a todo derecho, y así debe considerarse.

Sea de quien sea la culpa material, el hecho es que los asesinatos masivos en la zona rebelde, las "sacas", las ejecuciones extrajudiciales, los "paseos", los fusilamientos de republicanos y militantes y simpatizantes de las organizaciones del Frente Popular todavía están esperando el definitivo esclarecimiento. De las barbaridades cometidas por los republicanos en su campo ya se encargaron los franquistas de resarcir a las víctimas o a sus familiares. Para que la balanza se equilibre es necesario que ahora lo hagan los republicanos.

Y hay más. Terminada la guerra, la dictadura procedió con el país como si de un territorio conquistado se tratara, la represión siguió durante años, primero indiscriminada y masiva, después, "encauzada" a través de consejos de guerra y por último por medio del Tribunal de Orden Público y siempre, siempre, contando con las actividades de la Brigada Político-Social, una rama de la policia especializada en torturas y terror. Es justo que las víctimas de la represión se vean rehabilitadas y compensadas por sus sufrimientos bien ellas directamente, bien a través de sus familiares.

Devolver a la gente su memoria, su dignidad, sus derechos jamás podrá ser, como dice la derecha "reabrir viejas heridas", sino atender a un principio fundamental de la justicia de dar a cada uno lo suyo.

Aquí se criticó en su día por timorato el proyecto de Ley de Memoria Histórica. Es de esperar que lo que salga aprobado del parlamento, con las enmiendas de IU o las que sean necesarias, esté a la altura de la justa finalidad para la que fue concebida.

(Las ilustraciones son de Castelao ("Atila en Galicia", 1937) y Modesto Ciruelos ("Fusilados, 1936).