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De todos los libros que llevo leídos recientemente sobre la cuestión catalana, y llevo unos cuantos, este es uno de los mejores. No está escrito por alguien de los distintos gremios a quienes se nos reconoce, no siempre con razón, competencia para tratarlo, esto es, historiadores, politólogos, constitucionalistas, sociólogos, economistas, lingüistas, políticos o turistas. Su autor es, en cierto modo, un "afuereño", pues tiene formación de ingeniero, si bien es cierto que parece haberse dedicado fundamentalmente a cuestiones conexas sociales y económicas, de desarrollo local en Cataluña y en diversos países de América Latina. Aporta tres elementos de gran importancia aquí: la vision "exterior", esto es, no contaminada con los saberes convencionales y servidumbres conceptuales de aquellas disciplinas, lo que le da una gran frescura y agilidad. Añade un inmenso caudal de experiencia práctica en la gestión de problemas colectivos. Y manifiesta una actitud abierta, ponderada, equilibrada, en la que se mezcla un intenso amor nacional por su tierra con una vision de España asimismo comprensiva y no tópica ni teñida de animadversion o agresividad hacia ella.
Antes al contrario, puede decirse que su vision rezuma la melancolía producida por el fracaso de lo que podemos llamar el proyecto nacional español. Es más, si tuviera que describir brevemente el meollo de la obra lo haría en dos tiempos: diría que se trata de una exposición serena y minuciosa enhebrada con argumentos, políticos, históricos y fiscales, y vivencias personales. Y añadiría que refleja una trayectoria existencial que ha convertido a un español educado como un nacionalista cultural catalán en un catalán nacionalista politico a quien los españoles no dejan seguir sintiéndose español.
Es también un hombre sincero, llano y... valiente. Dedica su obra a Felipe González, de cuyo liderazgo se siente orgulloso. Esas no son palabras que encuentren hoy día oídos favorables en España y menos en Cataluña. Completa la dedicatoria con otra, dice él mismo, "de última hora" indirectamente a favor de Podemos. A primera vista podrían parecer excluyentes, pero no lo son: ambas son referencias españolas. España es la gran preocupación de Centelles en un libro sobre Cataluña y en el que, en realidad, se nos pide a los españoles que la entendamos. Solo para comprobar que no lo hemos hecho nunca, ni llevamos camino de hacerlo.
España. La eterna obsesion de los españoles. En el Introito, Centelles, considerando el problema catalán se pregunta con cierta retórica: ¿no será que el problema es español? Efectivamente y así lo ha reconocido mucha gente, sobre todo, los de 98, si bien en estos no se da una sinonimia de problema catalán/problema español sino que amplían el angular del problema español e incluyen en él el catalán. El problema español tiene más facetas. Un ejemplo viene aquí al dedo. Este introito de la obra es, si no me equivoco, la única voz que remite aunque sea indirectamente a la Iglesia. La ausencia de toda referencia de entidad a la cuestión religiosa, como se la llamaba en la IIª República, en un libro cuyo extenso tercer capítulo de casi 100 páginas versa sobre la historia de España desde la Reconquista no deja de ser un hándicap muy considerable para cualquier interpretación. Me refiero a una valoración a fondo de la función que la tradición católica ha tenido en la historia de España y su comportamiento, no a menciones más o menos pasajeras sobre la Inquisición o Torquemada de quien, por cierto, lo que más subraya Centelles es el hecho de que ejerciera su siniestra jurisdicción a ambos lados de la raya Castilla/Aragón.
El autor acuña el término estatocracia como resumen de las relaciones de poder y dominación de las élites del poder central frente a la(s) periferia(s), singularmente Cataluña. Se vale del concepto de élites extractivas y del paralelo de capturas de rentas, ambos referidos a César Molinas que es quien con más brillantez los ha aplicado en nuestro país. Que esos comportamientos, analizados como fallos del mercado en la teoría económica actual, tienen gloriosos antecedentes en España no lo ignora nadie que haya leído algo del Siglo de Oro y sobre el Siglo de Oro, que fue el de las bancarrotas. A veces da la impresión de reducir en exceso el foco de su análisis a las élites madrileñas (altos funcionarios, empresarios captores de rentas cuyo capital básico es el BOE, cortesanos, políticos y logreros), lo cual suele explicarse por comodidad del relato. Convertir a "Madrid" en sujeto de la acción social es intuitivo, siempre y cuando no ignoremos que ese sustantivo incluye una alianza secular con la aristocracia terrateniente del sur, el capital financiero e industrial vasco y el comercial, también industrial, catalán. En resumen, la "oligarquía" de que hablaba Costa. ¿Que queremos sustituir la oligarquía por la estatocracia? No hay problema. España ha estado gobernada de siempre (salvas las dos efímeras repúblicas) por una clase política u oligarquía incompetente, codiciosa, represiva, sin ningún verdadero espíritu nacional español. Primero bajo los Austrias, volcados a los asuntos e intrigas del Imperio y luego bajo los Borbones, entregados a la voluntad de Francia.
Con estos elementos no se construye un Estado ni una nación. No se construye nada. Pero es que, además, tanto al concepto de oligarquía como al de estatocracia les falta un ingrediente esencial, sin el cual es imposible entender la evolución de España: el enorme peso de la Iglesia católica. En España no ha habido nunca (exceptuadas las dos repúblicas otra vez) separación entre la Iglesia y el Estado. Y sigue sin haberla. El trono y el altar han ido siempre juntos y la Iglesia es tan parte del Estado como el Estado de la Iglesia. Las historias políticas dan cuenta de la serie de constituciones españolas, pero no suelen señalar que en todas el catolicismo es religión de Estado (incluida la muy liberal Pepa) y los curas, en realidad, funcionarios. Menos suelen señalar que, junto a las Constituciones, el orden social aparece regulado por los Concordatos con la Santa Sede, también constitución del Estado, al menos en sentido material. El catolicismo parece ser tan inherente a la mentalidad de los historiadores y estudiosos españoles como el agua a la del pez, tanto que no lo perciben. Pero está. Y actúa. Y cómo. Así que admita el autor que junto a la estatocracia situemos la hierocracia o gobierno de los curas. Al día de hoy.
Admitiendo el carácter hierocrático del Estado español, algunos aspectos del libro de Centelles adquieren un significado más matizado. Por ejemplo, el citado capítulo tercero es un recorrido de la historia de las relaciones entre España y Cataluña. Es comprensible y digno de aplauso que esté vista en buena medida como una historia de buenos y malos. El propio autor honradamente se cura en salud advirtiendo que toda historiografía es interpretación y toda interpretación jerarquía de valores y que la suya es tan subjetiva y defendible como la de cualquiera. Correcto. Simplificando diremos que en esa historia, los primeros, los buenos, los catalanes, muestran ingenio, tolerancia, laboriosidad, inventiva, eficiencia, apego a sus tradiciones y costumbres y tienen muy honrosos antecedentes de gran valor para la humanidad, códigos, instituciones, prácticas, leyes, convenciones. Frente a ellos, los malos, los españoles, apenas tienen conciencia nacional efectiva, aunque blandan el nombre, y son rudos, guerreros, intolerantes, ineficaces, autoritarios, impositivos, dogmáticos y corruptos y prácticamente no han hecho nada salvo descubrir América y, es tal su ineptitud que, con ese descubrimiento, se buscaron la ruina.
Ya sé que es una simplificación grosera del relato, pero la incluyo porque la comparto. Efectivamente, yo ambién creo que las relaciones de España y Cataluña han sido más o menos así, así siguen siendo y esto es lo que ha llevado a la situación actual de una marejada humana en pro de la independencia. Pero, al mismo tiempo, creo que estos asuntos presentan muchos otros elementos que no deben olvidarse, no porque un prurito de minuciosidad historiográfica nos obligue a ello sino porque influyen y decisivamente en las opciones presentes, e ignorarlos solo puede inducir a error. Por ejemplo, el relato de la evolución del nacionalismo catalán a partir de la Renaixença, se lee como un despliegue ininterrumpido de la conciencia nacional catalana, sin mencionar aquellos factores de la realidad, incluso originariamente nacionalista, que pasaron a alimentar el nacionalismo español más agresivo, incluso delictivo, como es el caso de Cambó por no citar más que a uno. Pero hay más: la elaboración doctrinal del nacionalcatolicismo, la calificación de la sublevación fascista de 1936 como cruzada fue obra de los obispos catalanes, singularmente Pla y Deniel.
Coincido con las conclusiones del análisis político del primer capítulo y subrayo la importancia que tiene el argumento aducido por Centelles para explicar el desgobierno general del régimen autonómico del café para todos, en concreto, la carencia de responsabilidad fiscal de las CAA. Al querer amarrar en corto el Estado a las Comunidades, impidiéndoles que se autofinancien, las ha convertido en el ejemplo perfecto de lo que los teóricos de la decisión pública llaman crisis fiscal del Estado a causa del despilfarro de unas administraciones públicas que no adecúan el gasto al ingreso sino, por el contrario, el ingreso al gasto. O creen que pueden hacerlo cuando es obvio que no es así. Es un mérito grande de Centelles subrayarlo y debiera ser obligatoria su consideración en todos los análisis. La segunda parte de este capítulo analiza las circunstancias que han llevado en los últimos años a una exacerbación de las posiciones y mi coincidencia también es completa en casi todos los puntos que trata al hilo de su relato: el sistema electoral, la inutilidad del Senado, el federalismo, Europa. Sobre el Senado añado un dato de cómo a veces el derecho constitucional se da la mano con el pensamiento utópico: el Senado de la Constitución de 1978 se lo sacaron los constituyentes de la cabeza como Campanella su Ciudad del Sol de la suya, dado que en 1978 no existían las bases mismas de la realidad territorial que dicha cámara habría de representar. Los estatutos de autonomía de Cataluña y el País Vasco se aprobaron en 1979. Los de los demás, más tarde. El Senado era una cámara de representación territorial de un territorio que estaba por cartografiar.
El libro tiene un segundo capítulo de vivencias personales. Un relato autobiográfico del autor, su niñez, su formación, su adolescencia y algunos aspectos personales posteriores que ha querido incluir. Soy firme partidario de este proceder que choca con la convención de que los libros de ensayo, aunque no tengan pretensiones académicas, si son serios, deben huir de las referencias personales. Eso es un error. Nada ayuda más a comprender el discurso, el relato de un autor sobre cuestiones colectivas, que una referencia a sus vivencias personales. Es posible que el yo no pueda objetivarse, según dice Ortega hablando de las vivencias en la fenomenología, pero el lector agradece que se exponga y se relate. Lo aplaudo porque yo también lo empleé en un libro de hacer un par de años, Rompiendo amarras en el que, además de exponer mis ideas e indagaciones sobre la izquierda, incluí un capítulo con vivencias personales y ha tenido buena acogida. Lo mismo auguro a Centelles. Como lector le agradezco que me haya hecho ver el transfondo de la memoria infantil de quien, andando el tiempo, razonará como razona. Son recuerdos, gentes, paisajes, realidades al borde del industrioso río Llobregat en los años cincuenta y primeros sesenta que, sin embargo, no salía en el mapa de los ríos de su geografía nacional.
Poco que decir del capítulo sobre historia salvo que se lee con delectación, al menos con tanta como la del autor al escribirlo. Está repleto ingenio y de glosas irónicas con un ritornello: "¿A alguien le extraña que los catalanes quieran un Estado propio?" Como si él fuera el primero en querer convencerse. Obsérvese bien: hay que luchar por ser tratados como una nación y nunca lo conseguiremos del todo si no tenemos un Estado que nos la defienda. La nación necesita su estructura político-jurídica, el Estado. El nacionalismo catalán, otrora cultural, como el propio Centelles, se ha hecho político, como el propio Centelles. La industria, el comercio, la sociedad catalana quieren el poder político. Cataluña es la revolución burguesa española doscientos cincuenta años más tarde.
El cuarto capítulo, el más breve, versa sobre infraestructuras y dinero, cosas tangibles, materiales, objetivas, mesurables, como gustan a los ingenieros y no nebulosas ideológicas sobre el amor a la Patria. De hecho dedica un párrafo al comienzo con vagos ecos weberianos sobre el espíritu religioso y el capitalismo. Los españoles, católicos, que viven del dinero ajeno, afectan un desprecio y un horror frente al vil metal, mientras que los protestantes, que saben lo que cuesta ganarlo, lo tratan con más franqueza y respeto. Y, viene a decir, los catalanes son un poco protestantes. Los catalanes, es posible, pero él resulta un poco católico español ya que el capítulo tiene treinta páginas escasas en las que se pasa revista a uña de caballo a las balanzas fiscales, su polémica y resto de los obvios agravios de la política estatocrática de infraestructuras en relación a Cataluña. Es evidente que el tema no le interesa tanto como el hecho del divorcio entre España y Cataluña.
Resumo, un libro espléndido : ayuda a entender Cataluña y, sobre todo, ayuda a entender a un gran catalán, su autor.