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dilluns, 3 de juny del 2013

El dret a decidir.


Xavier Vidal-Folch (2013) ¿Cataluña independiente?. Madrid: La catarata (142 págs.)



Xavier Vidal-Folch es un reconocido periodista, abogado y licenciado en Historia Contemporánea que ha desarrollado su labor publicística en distintos puestos de El País, edición catalana. Todas ellas condiciones idóneas para tratar con conocimiento de causa esta "cuestión catalana" cuya repentina recrudescencia actual muestra que, como siempre, es un problema irresuelto y acaso hoy más acuciante que nunca. El autor lo hace con competencia, mesura, objetividad y con cariño para ambas partes de este sempiterno contencioso.

Se abre el libro con una introducción magnífica, probablemente lo mejor de la obra, en la que se sintetizan los momentos claves del siempre problemático encaje de Cataluña en España en los últimos doscientos años. Tiene una prosa excelente y hace acopio de referencias a fuentes clásicas y modernas, demostración de que se trata de algo que el autor viene estudiando cuidadosamente hace bastante tiempo con sensibilidad para los aspectos jurídicos e historiográficos. De este modo Vidal-Folch nos sitúa ante los antecedentes y en el marco general del problema en cuyas aristas de actualidad entrará luego en su condición de periodista. El meollo de su exposición parte del supuesto indudable de que el contencioso catalán no es flor de un día, ni capricho de nacionalistas o de populistas delirantes, ni mera pantalla para escamotear otras cuestiones como las políticas de derecha, la corrupción, etc.

La introducción contiene ya la formulación de la hipótesis de Vidal-Folch, muy bien expuesta por él mismo: "de forma que ni España ha logrado domar (o seducir) a Cataluña, ni Cataluña ha tenido suficiente fuerza (ni deseo) para marcharse de España. Ni España ha podido convertir el hecho diferencial catalán en elemento político puramente residual, ni Cataluña ha logrado, pese a distintos intentos, federalizar España" (p. 9). El resto del libro es una demostración más al detalle de esta mutua impotencia, este callejón sin salida, este laberinto que condiciona la historia de España decisivamente desde fines del siglo XIX. Y lo hace examinando los acontecimientos que han venido dándose, sobre todo, a partir de la famosa Diada de 2011, que se entendió como un giro copernicano del nacionalismo burgués tradicional hacia el soberanismo a raíz del disgusto producido por la sentencia del Tribunal Constitucional del 28 de junio de 2010, por la que este órgano -entonces en horas bajas de prestigio por diferentes motivos- desactivaba los elementos políticos más importantes del proyecto de nuevo Estatuto que había sido aprobado por el Parlamento catalán, el español y el pueblo de Cataluña en referéndum (pp. 32, 85). Esa Diada llevó a un Mas entusiasmado a adelantar las elecciones autonómicas a 2012 y a cosechar un resultado bastante frustrante para él porque, si bien dieron como resultado un ascenso notable del independentismo (ERC y CU), también trajeron una merma sensible del nacionalismo moderado (pp. 21-27). La opción soberanista perdía puestos pero se radicalizaba.

Si alguien cree que esa radicalización es injustificada y solo refleja la obsesiva (e injustificada) queja de los catalanes por lo que consideran el maltrato español, que reflexione sobre el hecho, debidamente subrayado por el autor en varias ocasiones de que algunos de los artículos del Estatuto anulados por el Tribunal Constitucional, están sin embargo en vigor en otros textos fundamentales autonómicos (en Andalucía y Valencia, por ejemplo) que los habían tomado casi al pie de la letra del catalán. 

Para Vidal-Folch, la sentencia fue el detonante de un aumento de la desafección catalana hacia España que se agudizó merced a lsas "operaciones recentralizadoras del PP" (p. 41) que el autor enumera una a una: descenso de las inversiones, corredor del Mediterráneo, normativa sobre aeropuertos, hospitales, impuestos, tasas y cajas de ahorros (pp. 50-56). La culminación de estas operaciones fue el infausto propósito del ministro Wert de "españolizar a los niños catalanes" (p. 56). Ciertamente, una intención inepta en grado sumo para formulada por alguien que dice partir del principio incontestable de que los catalanes son españoles y, por lo tanto, también los niños catalanes. Querer españolizar a los españoles se me antoja algo absurdo, pero no insólito en nuestro país en donde, en tiempos de la última dictadura la España que "españolizaba" era la nacional-católica. La que ahora vuelve a querer "españolizar".

Contiene el libro un par de capítulos aclaratorios sobre la situación económica actual de Cataluña, la crisis y la petición de rescate (p. 60), así como un examen desapasionado de la muy enconada cuestión de la balanza fiscal y el supuesto "expolio" de Cataluña por España (p. 75) a raíz del fracaso del encuentro entre Mas y Rajoy en el que el primero no obtuvo del segundo su objetivo de un "pacto fiscal" al estilo vasco-navarro (p. 87). No hubieran estado de más aquí mayores datos y estadísticas que ilustraran sobre lo cierto o incierto de la petición del nacionalismo catalán.

Vidal-Folch estudia con mucho acierto los argumentos que se debaten en torno a la posible independencia de Cataluña, la situación en la Unión Europea, los distintos aspectos jurídicos y políticos del hipotético referéndum, del dret a decidir, etc (p. 96). Presta asimismo atención a los argumentos del nacionalismo español, el renacimiento del "síndrome centralista" (p. 113) con sus concomitantes rumores de reacciones violentas y más o menos soterradas amenazas de intervención militar. Su inteligente examen de las propuestas de reforma constitucional en sentido federalista, tanto de dentro como de fuera de Cataluña, muestra una vez más que la del federalismo (una de las opciones que el mismo autor considera) es una solución muy difícil de implantar por razones de todo tipo, empezando por la de que, en el mejor de los casos, los nacionalistas solo aceptarían un federalismo asimétrico, generador, sin duda, de nuevos agravios.

En definitiva, un libro sucinto, claro, bien argumentado, en el que no hay nada nuevo, salvo un intento de exponer en sus justos términos un problema que afecta como ningún otro al futuro de España. Al respecto no es de echar en saco roto que el autor, de quien cabe colegir que en la famosa matriz identitaria se considera a sí mismo "tan catalán como español",  dé a entender resignadamente, aunque lo formule entre interrogantes que, según van las cosas, un choque de trenes pueda ser inevitable.

dijous, 16 de maig del 2013

El paso del tiempo.


Extraigo la imagen del twitter de Ramón Tremosa, eurodiputado de Convergència i Unió, y profesor de economía en la Universidad de Barcelona. Obviamente se trata de un montaje que circula por la red. Una foto de un jovencísimo Pérez Rubalcaba, casi adolescente, flanquea un texto entrecomillado, cuya autoría se le adjudica, con una declaración de principios sobre el derecho de autodeterminación que se da de trompadas con lo que el fotografiado dice casi cuarenta años después. La intencionalidad parece bastante clara: poner a Rubalcaba ante su propia incoherencia conceptual.

Por supuesto no se trata de lo que en las redes se llama un fake, una falsificación. La imagen probablemente sea auténtica. Carezco de medios para comprobarlo y, en realidad, es irrelevante. Su función es accesoria, consiste en cargar de sentido el texto adjunto y para eso valdría aunque el fotografiado fuera otro siempre que se le pareciera.

Lo importante es el texto y este sí es reproducción fidedigna del apartado 1º de la resolución sobre Nacionalidades y Regiones aprobada en el Congreso del PSOE, en Suresnes, en 1974. Por entonces, Rubalcaba tenía veintitrés años y estaba en la primavera de la vida. Un poco pronto para ir soltando doctrina por los congresos. Además, ese fue el año de su ingreso en el partido. Aunque el joven Rubalcaba hubiera ido de delegado al congreso, que no lo sé de cierto, habría que demostrar que el tenor de esa declaración fuera de su estricta autoría porque eso es lo que se da a entender al entrecomillar el texto y atribuírselo sin más al hoy secretario general. Sin embargo, las resoluciones de los congresos no llevan firma personal y, en lo que se me alcanza, Rubalcaba pudo haber asistido al congreso, haber votado en contra de esta proposición y, no obstante, haber sido esta aprobada. De ser este el caso, no sería cierto ni, por lo tanto, justo, adjudicar a Rubalcaba un pronunciamiento tan contrario a lo que hoy dice. El señor Tremosa haría bien en revisar esta cuestión y cerciorarse de que lo que atribuye a Rubalcaba es, en efecto, de Rubalcaba.

Ese es el asunto, el fondo del asunto, el derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones de España. El mismo Rubalcaba de la imagen, con cuarenta años más, sostiene que el derecho de autodeterminación no existe. Dudo mucho de que haya defendido personalmente jamás el derecho de autodeterminación, ni siquiera cuando era más joven y tenía pelo, ni siquiera aunque fuese un poco transgresor y libertario, como se usaba por entonces.

En fin, si no Rubalcaba, el PSOE reivindicaba un derecho de autodeterminación que ahora niega. Señalar esa aparente contradicción posee su lógica en la refriega política, pero tiene una valor relativo. Las gentes, los partidos, cambian con el paso del tiempo. Quienes antaño defendían un criterio, hoy defienden otro. Las circunstancias puede haber cambiado o ellos se lo han pensado mejor. O peor. Pero todo cambia. La eficacia  de emplear los cambios como arma arrojadiza está en relación inversamente proporcional al tiempo que haya pasado. Un cambio en menos de veinticuatro horas será siempre más llamativo y escandaloso que otro acaecido a la largo de cuarenta años. Lo escandaloso aquí, probablemente, sería que no hubiera cambios.

A mediados de los años setenta del siglo pasado, a punto de morirse el Invicto, la izquierda era más radical que ahora y más doctrinaria. El PSOE era marxista, hablaba de lucha de clases y se apuntaba a todas las reivindicaciones que sonaran a revolucionario y el derecho de autodeterminación así lo hacía. Con el paso de los años y la experiencia de gobierno, el Partido Socialista se ha convertido al nacionalismo español y el derecho de autodeterminación se ha quedado por el camino. Las razones por las que ha procedido así están muy bien expuestas en una artículo de Txiqui Benegas titulado Las confusiones sobre el derecho a decidir, aunque a Palinuro no le resulten convincentes.

dijous, 18 d’abril del 2013

Algo de lo que me quedó en el tintero en Singulars.


Estuvo bien el programa de TV3 Singulars. Jaume Barberá lo hace de cine. Consigue que te sientas en casa, pero mantiene un tono de exigencia y calidad al que hay que adaptarse. En resumen, bien. Una buena ocasión para exponer un discurso que, la verdad, encuentra exigua audiencia. Al terminar comenté a Barberá que me quedaba con algo del llamado "síndrome de la escalera", esto es, la sospecha de que me había dejado algunas cosas por decir y algunos puntos por matizar. Lo he meditado un poco y la mayoría puede quedarse por posteriores intervenciones o debates. Pero hay cinco precisiones que me gustaría haber hecho y hago ahora:

1ª.- El buen nacionalismo. Claro, es siempre el de uno. No soy excepción. Todos los nacionalistas necesariamente abrazamos un "buen" nacionalismo. Excepto, supongo, esos nacionalistas españoles que suelen decir que no son nacionalistas. En mi caso, me gusta pensar que mi nacionalismo es parecido al de cierto liberalismo español, empeñado en rescatar una idea de nación no tributaria de la tradicional, oligárquica y nacional-católica. Pero solo parecido porque, en último término el nacionalismo liberal se rinde al tradicional. La nación no se discute. El liberalismo español no confía en su idea de nación y no se atreve a ponerla a prueba. Sin embargo, la experiencia muestra que las grandes (y pequeñas, pero sólidas) naciones liberales se basan en el deseo de los pueblos que las componen de constituirlas. Esas naciones surgen de la fuerza centrípeta de la propia idea nacional.

2ª.- Las naciones no pueden -no deben- basarse en la fuerza. En todo caso, no me gusta pertenecer a una nación que obliga a otra a reconocerla como propia y única. Porque la nación es un sentimiento y sobre los sentimientos nadie está legitimado para legislar. Cuadrar el círculo sigue siendo imposible. Es imposible admitir una realidad plurinacional y hacerla compatible con la primacía de una de las naciones, ni siquiera utilizando logomaquias como la de nación de naciones. Siendo así, la nación solo es capaz de contrarrestar las fuerzas centrífugas mediante la represión y lo fuerza armada. Pero las naciones, dicho está, no pueden -no deben- basarse en la fuerza sino en la lealtad voluntaria a un acuerdo común. Si el celebérrimo plebiscito cotidiano de Ernest Renan quiere decir algo es esto. Como lo son casi todas las definiciones de nación al uso: el pacto entre los que fueron, los que son y los que serán, de Burke, aunque él, claro, no habla de nación -término que no le gustaba por ser abstracto- sino de la historia; la comunidad imaginada, de Benedict Anderson, etc.

3ª.- ¿Por qué no ha de estar basada la nación en el acuerdo? ¿Por qué el tema de la nación y su posible escisión o fragmentación ha de ser algo vidrioso, violento, irracional? ¿Por qué no pueden hacer todos los pueblos civilizados lo que ya han hecho otros como los noruegos y los suecos en 1905, los checos y los eslovacos en 1993, en la llamada "separación de terciopelo" o se aprestan a hacer ingleses/galeses y escoceses? ¿O la reunificación alemana -un proceso inverso- en 1990? Hasta la fecha era imposible reclamar este clima de sosiego y debate civilizado a causa de la actividad terrorista de ETA, que fue durante decenios el mayor obstáculo al objetivo que decía perseguir. Pero ETA ya no está, los partidarios de la autodeterminación que, al principio, eran todas las izquierdas pero luego se han ido descolgando, pueden ya exponer sus argumentos sin que los acusen de ser filoetarras, aunque nunca se sabe. En todo caso debe ser posible debatir estos asuntos como gentes civilizadas. ¿Por qué no empezar por preguntar a la gente qué quiere en vía referendaria y, con ese dato, convocar una Convención de la que salga una propuesta de acuerdo que se someta luego a decisión popular? Es una idea. Pero hay muchas otras. Merece la pena explorarlas. No podemos condenarnos a la repetición de la discordia, a la falta de entendimiento, al conflicto permanente.

4ª.- El debate debe ser de juego limpio, sin mala fe. Cuando los nacionalistas españoles descalifican el nacionalismo catalán, vaticinan que será incapaz de gobernar Cataluña y que esta va al desastre, deben tener cuidado porque lo mismo puede decirse de España en su conjunto, en especial hoy, con un país literalmente esquilmado, corroído por la corrupción, incapaz de proveer de trabajo a sus habitantes y de conseguir que no emigren. Y aun hay algo peor: un punto de vista de principio. Es muy ilustrativa la anécdota entre el general DeGaulle, presidente de Francia y Ahmed Ben Bella, secretario general del Frente de Liberación de Argelia en las conversaciones de Evian, en 1962, cuando Francia reconoció la independencia de Argelia: "¿Para qué quieren ustedes la independencia", preguntaba el general, "si no saben ustedes gobernarse?" "Mi general", contestó el líder rebelde, "reclamamos el derecho a gobernarnos mal".

5ª.- Y si no se quieren los aparentemente buenos consejos, mucho menos las amenazas. Suele el nacionalismo español -que no tiene un discurso elaborado, sistemático, coherente frente al soberanismo catalán- avisar de que, si Cataluña se independiza (posibilidad que, en otro contexto, ni considera sino que amenaza con el empleo de la violencia) España vetará su ingreso en la UE. Al margen de que España consiga o no hacer tal cosa en términos de poder, quiero creer que mi país no incurrirá en la ruindad de dificultar el camino de Cataluña como nación y Estado independiente ya que solo podría hacerlo por afán de venganza, cosa inadmisible. ¿No dicen los nacionalistas conservadores (españoles y catalanes) que los catalanes son españoles? ¿Y no merecen a los españoles respeto las decisiones de otros españoles? ¿O es que, en efecto, como sostienen muchos nacionalistas catalanes, los catalanes no son españoles?

dimecres, 17 d’abril del 2013

Picasso y Els quatre gats.


Palinuro grabó ayer por la mañana el programa Singulars en TV3 en Barcelona que se emitirá esta noche. En él trata de explicar su punto de vista de por qué los españoles deben reconocer el derecho de autodeterminación de los catalanes. Básicamente porque cuando tanta gente pide el derecho a decidir hay que reconocérselo. El derecho a decidir no prejuzga la decisión. Lo que la prejuzga es negarlo; pero ya hablaremos de eso en otro momento. Negar el derecho a decidir porque se supone que es decidir la independencia, aparte de mostrar muy escasa confianza en la nación que se defiende, carece de grandeza. El derecho de autodeterminación debe reconocerse especialmente cuando puede ejercerse en contra de quien lo reconoce. Lo otro no tiene mérito. En fin, que agradezco a TV3 la oportunidad que me ha dado de explicarme un poco más y sobre todo a su conductor, Jaume Barberá, un gran periodista.


En un par de horas distraídas entre TV3 y el AVE en Sants, zas, museo Picasso al canto. Los cinco magníficos palacios góticos corridos del carrer Montcada (siglos XIII y XIV) son tan dignos de contemplar, con sus ojivas góticas, sus trifolios a patios interiores, como la colección. Aunque esta es estupenda. Se compone de piezas de la época inicial de Picasso en Barcelona, con los comienzos de la época azul y rosa y el cubismo que aquí se ve nacer. Resulta sorprendente comprobar que algunas de las obras más celebradas del artista proceden de su etapa más juvenil, en torno a los veinte años y no necesariamente tan clásicos y naturalistas como Ciencia y caridad, sino el loco por ejemplo, de la época azul o el Autorretrato con peluca, con apenas 17 años. Hay un primer arlequín y un caballo corneado que reaparecerá años después en el Guernica. El segundo lote, donación del propio Picasso en 1968, son Las meninas (obra de mediados de los 50) y el más de medio centenar de piezas que son como el gran acompañamiento preparatorio de la reproducción acabada de la obra cumbre de Velázquez. Es curioso observar qué elementos de la composición del artista sevillano resalta el malagueño: el hombre del fondo en el dintel de la puerta que sirve para dar profundidad a la escena, la Maribárbola (que a mí siempre me ha recordado a Charlie Brown) y la figura del pintor en la que lo más relevante es la cruz de Santiago. Un genio interpretando a otro genio siempre da qué pensar. Entre los dos lotes hay alguna obra también celebérrima, como el Retrato de Sabartés, ilustrado aquí con fotografías del amigo del pintor, gracias a las cuales uno adquiere una más cabal comprensión de la interpretación picassiana de su rostro.


De camino al AVE, escala a tomar un café en Els quatre gats, en donde también paraba mucho Picasso y donde realizó sus dos primeras exposiciones individuales. Es un café-restaurante modernista de la calle Montsió, siempre en el barrio gótico. El lugar era el centro de la vanguardia artística barcelonesa de primeros del siglo XX, fundado por eso, por cuatro gatos: Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Miquel Utrillo y Joaquim Mir. El propietario era Pere Romeu, el segundo en el tandem que aparece en el fresco de Ramón Casas que adorna el comedor de entrada del establecimiento hoy día. El primero, con la pipa de fumar puros como si fuera una locomotora, el propio Casas. Qué tipos tan simpáticos los del tandem, qué lugar tan agradable quatre gats, literalmente abarrotado de recuerdos y testimonios gráficos de aquellos estupendos pintores en su vida bohemia.

La imagen es una foto de Wikimedia Commons en el dominio público).

dimarts, 27 de novembre del 2012

Próxima convocatoria: elecciones catalanas.

Las elecciones catalanas del pasado domingo estuvieron cargadas de emoción, sentimentalismo y mucho odio y conflicto. El envite soberanista de Mas encontró primero el habitual desprecio castellano y, luego, cuando se vio que la cosa iba en serio, una actitud de hostilidad que fue agravándose con el paso de los días y que culminó cuando el gobierno amparó y alentó una de las habituales campañas de calumnias y mala baba de El Mundo que, tomando pie en un papel apócrifo, vertió serias acusaciones de corrupción sobre Mas, Pujol y otros convergentes, con la torcida pero clara intención de que perdieran las elecciones.
CiU no perdió las elecciones pero sí las ganó con menos de lo que pedía. El PSC pagó las culpas propias y las ajenas del PSOE y, si se mantuvo frisando la raya de los 20 diputados, fue por su propuesta de consulta referendaria en Cataluña, cosa que le enfrenta con el PSOE. La rama catalana de IU aumenta tres diputados que, a sus militantes, les parece un subidón extraordinario y ya ven la emancipación universal al alcance de la mano. El PP aumenta un diputado, pasa de 18 a 19 pero, para lo que pintan estos españolazos, podía haberse quedado en uno.
ERC, el partido independentista triunfa y duplica sus diputados, probablemente con votantes de Mas entusiasmados y del PSC aburridos. Pero la revelación será Ciutadans, que multiplica por tres sus escaños y también las CUP, que aparecen por primera vez en el Paralement con tres diputados.
Ahora está por ver cómo se compone gobierno y qué políticas sigue. Para analizarlas y suscitar algo de debate, hemos organizado una mesa redonda el próximo lunes, en el salón de actos del Rectorado de la UNED (c/ Bravo Murillo, 38, Madrid) con los intervinientes, todos ellos de gran nivel, que figuran en el cartel ut supra.
La entrada es libre. Todo el mundo bienvenido.

dimecres, 21 de novembre del 2012

Tous azimuts

Cataluña saca de sus casillas al nacionalismo español. Cataluña o la "cuestión catalana" o el "problema catalán" o el nombre que quieran darle. En definitiva, el nacionalismo catalán. En parte eso se debe a que no lo entienden. Ningún nacionalista puede entender un nacionalismo distinto al suyo sobre el trozo de territorio que considera de su natural pertenencia. Lo curioso es que muestra esa incomprensión a base de tildar de nacionalista al otro, como si él no lo fuera. En España no hay más partidos nacionalistas que los catalanes, vascos, gallegos y quienes pretendan asimilárseles. Los nacionalistas españoles se llaman a sí mismos constitucionalistas. Los más avispados de ellos dicen que el suyo es un patriotismo de la Constitución, aunque de este hace ya algún tiempo que no se oye hablar.
Además, ahora ya no se habla; se dispara. En cuanto el nacionalismo catalán ha formulado el objetivo secesionista, las baterías del nacionalismo español lo han enfilado desde todos los ángulos, todos los azimuts. Sobre Mas llueven los más diversos proyectiles. Se le hace un reproche muy frecuente, esto es, que invoca el independentismo para desviar la atención de su gobierno de recortes y ajustes. Un reproche que también puede hacerse a Rajoy y en los mismos términos. Por cierto, hablando de Rajoy, vaya ojo el del presidente cuando se le ocurrió tildar displicente y despreciativamente de algarabía el nuevo ímpetu del nacionalismo catalán. Porque la verdadera algarabía es la que están montando los nacionalistas españoles. No hay político español, especialmente en la derecha, que no se crea obligado a largar un sopapo a Más por vender humo, perjudicar la marca España, embarcar a los catalanes en una aventura a lo desconocido, buscar la ruina de Cataluña, su exclusión de la UE. No le dejan hueso sano. Sáez de Santamaría llega a decir que no se ganan elecciones con mañas de telepredicador. Probablemente las que a ella le van son las de los tertulianos. 
La ofensiva general contra Mas y, de paso, Pujol, a fin de deslegitimar el nacionalismo catalán, se hace también, como dice el candidato catalán, "desde las cloacas del Estado". Las acusaciones de El Mundo están pensadas para influir en las elecciones catalanas en un sentido negativo para CiU. Se calcula que, en el día de la votación, los dirigentes de CiU estarán bajo sospecha, sin que haya tiempo para que demuestren su inocencia. Tiene toda la pinta de un montaje y una alta probabilidad de conseguir lo contrario de lo que se propone, esto es, de provocar un cierre de filas nacionalista y un aumento del voto independentista. 
Desde un primer momento se ha enfocado a Mas y Pujol, dando por supuesto que las acusaciones son ciertas. Hasta los socialistas han entrado al trapo pidiendo a los convergentes que den explicaciones. ¿Qué explicaciones puede dar alguien acusado de algo imaginario? No más que negar la acusación de plano, que es lo que Mas ha hecho. Pero eso no bastaba. La negativa debía ir acompañada de una querella por injurias y calumnias contra El Mundo. De otro modo se daría pábulo a la sospecha de que algo habría. Las correspondientes querellas están ya presentadas. Queda ahora por ver cómo se encara la cuestión en su conjunto. Se ha empezado por suponer que eran los acusados quienes debían probar su inocencia y no el acusador su culpabilidad. ¿Cómo prueban los acusadores sus acusaciones? En primer lugar, y a ello están obligados por ley, presentando la correspondiente denuncia en sede judicial. Así como se exigía a Mas y Pujol que se querellaran para dar crédito a su negativa, así y con mayor razón es exigible a El Mundo que presente la correspondiente denuncia y aporte las pruebas que la respalden. En caso contrario estará incurso en un posible delito de calumnias y por esta razón son muy convenientes las querellas ya interpuestas. Ahora, que cada palo aguante su vela.
No solo de posibles calumnias, Mas y Pujol también son objeto de manifiestos, declaraciones, protestas y hasta dictámenes jurídicos, todos orientados a demostrar la inconveniencia, injusticia, la ilegalidad, la barbaridad y la imposibilidad de la independencia. Tiene razón Rajoy cuando dice que las elecciones del 25 N son más importantes que las generales. Caramba con la algarabía.
(La imagen es una foto de Convergència Democràtica de Catalunya, bajo licencia Creative Commons).

divendres, 12 d’octubre del 2012

El 12 de octubre es la Fiesta Nacional de España, el día de España por excelencia. Cosa que se nota por la bronca que tenemos montada.

Al comienzo del 18 Brumario, en un arranque brillantísimo, Marx dictamina que en la historia la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y en algún lugar dice Kant de España que es tierra de antepasados. En ningún momento del año cobra esta condición tanta fuerza como el 12 de octubre. Es una fiesta de turbulenta celebración, por decirlo suavemente y que, a pesar de haber ido cambiando de nombre, Día de la Raza, Día de la Hispanidad y hoy, por ley de 1987, Fiesta Nacional de España, nunca se conmemora pacíficamente sino que siempre hay bronca a cuenta de los muertos, de los antepasados.
"Nada que celebrar" dicen algunas escuelas catalanas que abren hoy sus puertas a los alumnos, esos a los que Wert quiere "españolizar". "Nada que celebrar" es expresión que ya se había acuñado cuando lo que se celebraba era la Hispanidad y se simbolizaba en el llamado descubrimiento de América, considerado como el inicio de un genocidio que duró siglos. Y sigue. Una contestación creciente a la acaramelada doctrina oficial del descubrimiento se plantaba con el "nada que celebrar". Pero también lo hacía el 12 de octubre. Nadie es neutral. Fueron los curas y la derecha quienes pusieron en boga el concepto de Hispanidad para substituir el de Raza que a nadie suena bien.
Durante el franquismo se osciló al principio entre la Raza (al fin y al cabo, Franco era autor de una novela así titulada, Raza) y la Hispanidad. Pero finalmente, con el giro de los años 50, se decantó por la Hispanidad.
Como todo lo que tocaba Franco lo contaminaba, al final la Hispanidad se ha quedado en la curiosa Comunidad Hispánica de Naciones (una especie de Commonwealth o Francophonie de trapillo) y el 12 de octubre es la Fiesta Nacional de España. Y, en efecto, es muy española porque al festejo civil se une otro religioso especialmente señalado ya que es el día de la Virgen del Pilar, patrona de Aragón y también de la Hispanidad, así como de algunos cuerpos del Estado, singularmente la Guardia Civil. Con estos atributos no es de extrañar que se la tenga también por patrona de España, no siéndolo. Añade también a la confusión la leyenda de la aparición de la Virgen a Santiago el Mayor en carne mortal o sea, antes de ser asunta a los cielos, en el año 40.
Así que fiesta reciamente española, fiesta del Pilar, de la Guardia Civil, del Cuerpo de Correos, de la Hispanidad, de la Raza (en varios países latinoamericanos), Columbus Day en los EEUU, del respeto a la diversidad cultural (la Argentina). La Fiesta Nacional de España es la fiesta del Nuevo Mundo y de la muy reñida batalla ideológica acerca del significado y consecuencias de la efeméride.
Es absurdo negar que esa nación, España, es una nación problemática. Casi tan absurdo como el propósito del ministro Wert de españolizar españoles. Y este carácter problemático no es de ahora sino de siempre. Pocas naciones habrá en el mundo que consuman tanta energía intelectual en preguntarse angustiadamente, generación tras generación (que ya es un poco tedioso), si son o no naciones solo para encontrar que sus respuestas nunca gozan de general consenso.
La Fiesta Nacional de España se celebra hoy en un clima de evidente discordia, al borde de tres elecciones autonómicas precisamente en los tres territorios de tendencias separatistas (ya, ya, en distinta proporción), en mitad de una furiosa crisis económica que como un vendaval, afecta a todas las instituciones políticas, incluida la Monarquía. El desafío catalán (a la espera de cómo quede el Parlamento vasco) sostenido probablemente por una mayoría considerable de fuerzas políticas plantea una situación nueva en la que ya se ha materializado una resquebrajadura importante en el PSC-PSOE con la salida de Ernest Maragall para fundar un partido soberanista.
Los partidos dinásticos más UPyD y diversas instituciones del Estado se han manifestado en un sentido rotundamente negativo. Desde el Rey hasta los mandos de la Guardia Civil pasando por los curas el discurso es el mismo: la integridad territorial de España no se toca.
Entre tanto, los británicos se han puesto de acuerdo para dirimir el contencioso escocés mediante un referéndum de autodeterminación que se celebrará en 2014 con una pregunta simple y clara: "Independencia ¿sí o no?". Y se celebrará en Escocia; no en el Reino Unido.
¿Por qué en Escocia sí y en Cataluña no?
Hay quien dice que porque no son lo mismo, como si esto fuera una razón. ¿Por qué no son lo mismo? ¿En qué no lo son? Observaciones como que lo escoceses fueron independientes anteriormente y los catalanes nunca son irrelevantes salvo como peso de las generaciones muertas.
No existen razones en contra del referéndum de autodeterminación en Cataluña, especialmente en una situación en que el 74% de los catalanes quiere que lo haya. ¿Con qué derecho nos negamos los demás españoles a que las tres cuartas partes de los habitantes de un territorio puedan ejercer lo que consideran que es el suyo a decidir?
Tarde o temprano ese referéndum se celebrará. Las previsiones actuales respecto al resultado del escocés es que un 28% de los votantes pedirá la independencia y el resto por abrumadora mayoría la situación actual. ¿Cuáles serían las proyecciones hoy en un referéndum en Cataluña? Ahí es donde verdaderamente está el problema. El nacionalismo español (que, en el fondo, no cree en la nación española) teme que haya un resultado mayoritario a favor de la independencia. Actúa el miedo. El miedo a la desintegración de la Patria. Si ese referéndum se hubiera celebrado hace 25 años, el resultado hubiera sido una abrumadora mayoría a favor de España. Si se celebra hoy, el resultado es incierto, pero no habrá abrumadora mayoría en ningún sentido. Si España sigue obstaculizando la autodeterminación, cuando el referéndum se celebre, que se celebrará, la abrumadora mayoría puede ser a favor de la independencia.