dilluns, 20 d’octubre del 2014

Plazas y plazas.


A raíz de que Mas renunciara a la realización de la consulta del 9N en los términos previstos en la Ley catalana de consultas y el decreto de convocatoria, la Assemblea Nacional Catalana y Ómnium Cultural, las dos organizaciones soberanistas de la sociedad civil, convocaron una manifestación para ayer, domingo, en petición de que, de una u otra forma, los catalanes sean llamados a votar en una consulta. Como quiera que los nacionalistas españoles habían aprovechado la festividad del 12 de octubre para hacer una exhibición de fuerza y unidad en la plaza de Catalunya en Barcelona, las dos entidades soberanistas convocaron en el mismo punto. El resultado ha sido el que cabía esperar: mientras aquellos no conseguían ni de lejos llenar la plaza a pesar de contar con muchos recursos, apoyos oficiales, tiempo de preparación y acceso a los medios, estos otros, en condiciones peores y con una semana escasa de antelación han superado expectativas y conseguido una concentración que dobla o triplica fácilmente la de los nacionalistas españoles y deja claro quién tiene y es mayoría en Cataluña.
 
Con todos mis respetos hacia Podemos, organización naciente, nueva, original, prometedora, el destino inmediato de España se juega en Cataluña. La confrontación entre el movimiento soberanista y el gobierno central está enquistada en una negativa absurda del segundo a toda posibilidad de negociación con el primero. Es cierto que Rajoy afirma que esta dispuesto a negociar lo que sea siempre dentro del marco de la ley y la Constitución y siempre, también, que Mas renuncie a la convocatoria de toda consulta. Está suficientemente claro. Qué entienda Rajoy por "ley" y "Constitución" si no es exclusivamente la ley del embudo, ya se ha analizado en Palinuro en días anteriores. La pretensión de que Mas renuncie a la convocatoria si quiere negociar da una idea de la agudeza mental del presidente español que exige a su adversario prescindir de la consulta antes de negociar sobre ella y que se despoje de todo lo que pueda servirle en una eventual transacción. Es obvio que el gobierno no quiere consulta ni negociación ni acuerdo alguno y solo aceptará una rendición completa del soberanismo catalán. Se trata de lo que se llama el espíritu dialogante de la derecha española.
 
Es la fórmula más segura para el desastre. El movimiento catalán por la autodeterminación tiene un enorme respaldo popular, es transversal, posee una fuerza movilizadora muy grande y hace realidad esta idea tan propia de nuestra época de que las masas, las multitudes, que ahora son "multitudes inteligentes", deciden. Rajoy no solamente es incapaz de entender la cuestión catalana en abstracto, a la que llama algarabía, con una falta absoluta no solo de tacto sino de perspicacia, sino que tampoco la entiende en concreto. Se echa de ver en su creencia de que basta relacionarse con Mas, como si este fuera el dueño de Cataluña como él lo es de España y como si Mas pudiera desentenderse del sentir colectivo de la sociedad catalana como él lo hace del de la española. Es un error de cálculo garrafal. Mas es el principal responsable del nacionalismo catalán, pero este es un movimiento social muy amplio, denso, plural y muy activo, que toma sus propias decisiones y se las plantea al líder como los puntos de referencia a que este ha de adherirse. Mas no puede decir una cosa, pensar otra y hacer otra, como Rajoy; es un gobernante democrático al frente de un movimiento popular socialmente organizado, no un dirigente deslegitimado, que ganó unas elecciones mintiendo y que gobierna en contra de la mayoría social, habiendo convertido el embuste y la huera retórica en principios de gestión.
 
De ahí que fuera tan importante esperar a ver cuánta gente acudía a la convocatoria de la ANC y Ómnium Cultural y qué mensaje salía de la concentración. La asistencia ha sido, de nuevo, un éxito, que empequeñece hasta el ridículo la convocatoria de los nacionalistas españoles en el mismo sitio una semana antes, lo cual no impidió que sus intelectuales más o menos orgánicos, pero siempre a sueldo, la describieran como el punto de encuentro de un profundo y maridado sentimiento español a la par que catalán. El mensaje de ayer es rotundo: el movimiento soberanista quiere unidad y elecciones anticipadas a ser posible con una lista única. Mas prefiere seguir adelante con la consulta, si bien concebida y articulada de otra forma. Lo que el soberanismo le pide desde la calle es que continúe haciendo política y trate de articular ambas reivindicaciones.
 
Entre tanto y a la chita callando, el ministerio del Interior está ya preparando las fuerzas para proceder a la represión de la consulta el día 9 por la violencia si llegara el caso que, si llega, seguramente planteará una situación insólita y causará un gran impacto internacional. En otros términos, el nacionalismo catalán sigue llevando la iniciativa política mientras que el gobierno español solo tiene la represiva.

Definitivamente, y sin desmerecer a nadie, los destinos inmediatos de España se juegan en Cataluña.

La nación incierta.


Carlos Taibo (2014) Sobre el nacionalismo español Madrid: la catarata, 110 págs.
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Uno de los rasgos más característicos del nacionalismo español es la vehemencia con que lo niegan quienes lo practican. Escucha uno hablar a los políticos castellanos, andaluces, murcianos, extremeños y sale convencido de que en España no hay nacionalistas. Los nacionalistas son los catalanes, vascos y gallegos. El resto de los españoles está libre de esta terrible tara, de forma que debe de ser el único pueblo del mundo exento de ella.  Tanto es así que Taibo comienza su libro con una pregunta, "¿existe el nacionalismo español?" a la que dará respuesta dejando patente que, en efecto, existe como una concepción hegemónica dominante, excluyente, monopólica. Es, pues, una obra dedicada a desvelar una de las supercherías más características, esto es, la de que en España no hay nacionalismo y que los nacionalismos que en ella se dan son los "periféricos".
Coincido con el autor en este punto y no es el único en el que coincido. Practicamente lo hago con el conjunto de la obra, de forma que casi podría ahorrarme la reseña porque bastaría con decir que no tengo gran  cosa que añadir a lo que en ella se expone. No obstante, como hasta en las coincidencias hay matices, no será ocioso comentar los rasgos más interesantes de este breve trabajo que, según explica el propio Taibo, es una ampliación y profundización del prólogo que escribió en su día para un libro colectivo sobre este apasionante tema del nacionalismo español hace unos años.
Una vez refutada la idea de que España sea la única tierra del mundo libre de nacionalismo y asentada la de que es cuna de una de sus formas más agresivas, obstinadas y autoritarias, Taibo hace un recorrido por sus manifestaciones y rasgos. Distingue así un nacionalismo español esencialista y otro "pragmático", esto es, el que se postula por mor de la estabilidad política del país. No coincidente con esta división, pero muy relacionada con ella, se da la distinción entre nacionalistas ultramontanos y liberales, algo que la historiografía española señala con frecuencia. Es mérito del autor, que este crítico aplaude, señalar que, en realidad, ambos nacionalismos coinciden en su idea de la nación española como "invención de la tradición" (p. 39). Y me atreveré a decir que se queda corto. El nacionalismo español por antonomasia, el que siempre triunfa, se impone, coarta las posibilidades de expansión social de España es el más brutal y retrógrado, el nacionalcatolicismo, y el de estirpe liberal no pasa de ser otra invención de una historiografía llena de buenos deseos, porque, siempre que hay un problema, el sedicente nacionalismo liberal hace causa común con el nacionalcatolicismo, se funde con él, como sucede hoy día cuando, ante el llamado "órdago" catalán, Pedro Sánchez afirma estar con el gobierno de la derecha sin fisuras.
Una de las funciones de ese timorato y claudicante nacionalismo liberal es elaborar la doctrina puramente ideológica de que el desarrollo de España no tiene nada de excepcional y que, al contrario, es normal y homologable con el de las naciones del entorno. Atinadamente, Taibo pone en solfa esta cuestión (p. 46) y por parte de este crítico solo cabe señalar que se trata de un discurso legitimatorio de una realidad nacional como la española que solo ha podido mantenerse a lo largo de la historia mediante el empleo de la fuerza.
En la perspectiva actual, Taibo analiza el hecho de que la Constitución vigente española sea, en realidad, el principal baluarte de la concepción más obtusa y cerrada del pais como una única nación y la negación de todas las demás. El alambicado artículo 2, en conexión con el 8, que confía la integridad territorial de España al ejército, es muestra de una retórica redundante que prueba cómo el núcleo mismo del orden constitucional es la obsesión con el peligro de la fragmentación de España. Esto es suficientemente conocido. Menos lo es el tema que aborda el autor a continuación, el de la consulta en Cataluña que los nacionalistas españoles -esos que no son nacionalistas- rechazan al entender que no es aceptable se reduzca solo a Cataluña, ya que son todos los españoles quienes tienen derecho a votar en un asunto que a todos afecta. Aparte de señalar el absurdo de que quienes sostienen este punto de vista no saben cómo explicarse los casos de Escocia y Quebec, Taibo hace ver que esta posición, en realidad, es un cerrojazo a la posibilidad del ejercicio del derecho de autodeterminación de los catalanes, que el sistema político español niega de raíz (pp. 79). Negación de ese derecho es también la propuesta sucedánea socialista de reformar la Constitución en un sentido federal. Por mi parte he sostenido siempre igual punto de vista. Afirmar que no puede haber una consulta catalana sino que han de participar todos los españoles es una prueba de mala fe evidente ya que se presume que los españoles negarán la autodeterminación catalana por abrumadora mayoría. Dado que los catalanes son una minoría estructural en España, que jamás llegarán a ser mayoría, obligarlos a aceptar la decisión de la mayoría es llamar democracia a lo que no es otra cosa que la tiranía de la mayoría.
Analiza luego Taibo cinco argumentos que el nacionalismo español ha esgrimido en contra del catalán: 1º) si Cataluña es o no una comunidad política propia, que es obvio; 2º) si fue independiente en el pasado, que es irrelevante; 3º) si la autodeterminación tiene un tope en cuanto a las unidades territoriales que la ejerzan, que es razonablemente claro; 4ª) de quién sea la soberanía, ya tratado; 5º) si el independentismo catalán es algo más que la insolidaridad de los ricos, que quieren quitarse de encima los deberes para con los pobres (p. 81). Todos los argumentos, y algunos otros, como los rasgos del derecho de autodeterminación, su titularidad, la temporalidad de su ejercicio, etc, han sido ya debatidos y ninguno tiene especial consistencia. Por cierto, respecto al de que, siendo una nación rica, Cataluña quiere la independencia por razones insolidarias, cabe replantear la cuestión en otros términos. El problema no está en que haya zonas ricas en una entidad política; el problema reside en porqué las hay pobres. Sobre eso es sobre lo que hay reflexionar.
Dos capítulos más de la obra merecen reseña especial por lo atinado de su punto de vista: el del trasfondo económico del nacionalismo español frente a Cataluña y el muy interesante de la cuestión lingüística que, más o menos, sigue como en los tiempos de Nebrija: a una única nación en España corresponde una única lengua.
En resumen: no solo hay nacionalismo español sino que es tan agresivo, autoritario y excluyente como siempre y, en gran parte, impulsor del soberanismo catalán.  

diumenge, 19 d’octubre del 2014

Asaltar los cielos.


Vaya la que ha liado Iglesias con su intención de asaltar los cielos. El País reproduce el cartel de la película de López-Linares y Javier Rioyo de ese título y, rastreando el origen de la expresión en Marx, muestra luego su uso en la retórica comunista, pero recuerda que la figura procede de la mitología griega, vía romanticismo alemán. Si no yerro, está al menos en Schiller, y es una referencia colateral a la titanomaquia o guerra de los titanes contra los olímpicos. Pero los titanes perdieron y volvieron al averno mientras los olímpicos, la casta de la época, se alzaron con la victoria. Menos conocida es otra derrota. Al parecer, Hitler llegó a decir que, con el 6º ejército, quería tomar el cielo al asalto, lo lanzó contra Stalingrado y se quedó sin él. Mi ilustración, el famoso cuadro con autorretrato de Delacroix, la libertad guiando al pueblo no es de la revolución de 1871 sino de la de 1830, otra en donde también se iba al asalto del cielo.

Antiguo anhelo de la humanidad, nunca realizado, siempre renovado, época tras época, generación tras generación, hay que entender la expresión como broche de oro de la retórica de Podemos. Es una licencia poética y no hay que tomársela al pie de la letra cual si fuera un apunte contable, como hace un enfurruñado editorial de El País de hoy titulado Podemos se organiza en el que se arremete contra los dirigentes de la reciente formación, acusándolos de populismo, personalismo y manipulación, ignoro si a fuer de manipuladores o de manipulados o quizá de ambas tristes condiciones.

Tiene Podemos algo de populismo, sin duda, y de populismo patriótico, pero es nada comparado con el populismo que se gastan los demás partidos. Populista hasta dar grima es UPyD; populistas innumerables políticos del PP; populista Susana Díaz y hasta algunos ribetes populistas muestra Pedro Sánchez. Y populismos, además, la verdad, bastante vistos. Parece mentira que El País ni lo mencione. Y ya del populismo de la subclase delictiva y corrupta del sistema político no hace falta hablar. Toros, fiestas, jolgorios, procesiones, congregaciones y fútbol, mucho fútbol.

¿El personalismo? Igualmente inevitable. Diré más, como Hernández y Fernández, con su punto de narcisismo. Sin duda. Estoy tentado de añadir que a quien Dios se la da, san Pedro se la bendiga, porque no veo qué valor ni mérito tiene una crítica que no se dirige a las ideas sino a las personas. Argumenten en buena hora sobre las propuestas y dejen en paz a quienes las hacen.

En cuanto a la acusación de manipulación, si uno consigue superar el pasmo que produce escucharla en boca de El País, preciso es solicitar alguna explicación complementaria. ¿Exactamente en qué consiste la manipulación? ¿Cómo se prueba? ¿En qué distorsiona Podemos la verdad, la veracidad, la realidad o la sinceridad? ¿En qué miente? Claro que quizá El País no quiera decir que Podemos manipula sino que está manipulado. El desván conspiranoico guarda una teoría según la cual Podemos es una invención del PP para fastidiar al PSOE. Más o menos.

Cierto, con algo más de razón se pide a Podemos que haga el favor de precisar sus propuestas en términos inteligibles, verosímiles y que puedan compararse con otras. Pero la petición es prematura. Precisamente esta Asamblea tiene ese cometido. Así que habrá que esperar a ver qué dicen antes de ponerse nervioso y presumir que no van a decir más que disparates.

Más importante me parece una cuestión que anduve rastreando todo el día; en concreto, cuál fue la asistencia al acto de Vista Alegre. No había fotos en las redes, lo cual era sospechoso. Finalmente fueron filtrándose algunas, que mostraban vacíos muy considerables. Ninguna panorámica. Por último, salieron los datos: unos siete mil asistentes. A los socialistas les faltó tiempo para colgar en Twitter y FB fotos de Vista Alegre en sus mítines con lleno hasta la bandera y la de ayer con mucho espacio vacío. Tampoco he visto referencias a este dato en las crónicas y noticias, como si no fuera relevante. Y lo es. Los socialistas, a quienes los de Podemos quieren derrotar en las elecciones, llenaban Vista Alegre y los de Podemos, no. Se quiera o no, es algo significativo, porque contradice la tendencia ascendente que reflejan las encuestas y permite augurar la masiva presencia mediática de los líderes, e ignorarlo no conduce a nada. Conozco tres razonamientos de consolación:

Primero: los sociatas llenaban Vista Alegre en otros tiempos. La cuestión es si lo llenarían ahora. Seguramente tampoco, pero eso no borra los vacíos de ayer.

Segundo: en realidad, este es el precio que se paga por no fletar autobuses de todos los puntos y pagar el bocata al pasaje. Quizá. Pero Podemos, que es una fuerza predominantemente madrileña, obtuvo en Madrid casi 250.000 votos. La asistencia a Vista Alegre es el 2,8 por ciento de esa cantidad y suponiendo que los 7.000 asistentes sean madrileños. Un porcentaje muy bajo, demasiado bajo para una opción nueva, dinámica, muy abierta, con mucha proyección pública y que levanta tantas expectativas. ¿Es posible que la ubicuidad mediática de Podemos y sus dirigentes actúe en contra de su faceta presencial? Lo es, desde luego, y no está claro si es bueno o malo. Por si acaso, convendría pensar sobre ello e interpretarlo.

Tercero: lo presencial en un partido fuertemente implantado en las redes y que tiene un funcionamiento telemático no es tan relevante como antaño. También es argumento digno de consideración. Pero no hace mucho al caso. Sin duda Podemos tiene la más alta proporción de internautas entre los partidos. Pero, justamente por eso, la asistencia debió haber sido mucho mayor  pues los internautas ya no están amarrados a los sobremesa y pueden seguir navegando mientras se desplazan a interaccionar con los otros presencial y virtualmente al mismo tiempo. Entre otras cosas, hoy habrá otra interesante comparación: la que permita ver a cuánta gente movilizan los soberanistas en la Plaza de Catalunya en Barcelona.
 
Definitivamente, siete mil para asaltar los cielos son pocos. Las legiones angélicas, al mando de San Miguel y a las órdenes de la casta de hoy, son mucho más poderosas.

El ocaso del imperio.


Con motivo del viaje a Barcelona, a participar en un seminario de la Fundación Josep Irla sobre el derecho a decidir, nos hemos dado una vuelta por la exposición de fotos de Ryszard Kapuczinski que hay en el Palau de la Virreina, en la Rambla, titulada el ocaso del imperio. Son 36 instantáneas tomadas entre 1990 y 1991, en un largo viaje por la entonces todavía Unión Soviética. El famoso fotoperiodista y escritor polaco, fallecido en 2007, recorrió todo el país, de Este a Oeste y de Norte a Sur, tomando fotos que luego conservó celosamente, no expuso nunca, pero son el telón de fondo de su célebre libro Imperio, publicado en 1993, en el que reflexiona sobre el hundimiento de la URSS. Las fotos salieron a la luz en 2010 y se expusieron primeramente en Varsovia; después, algo disminuidas en número, empezaron su gira. La exposición ya había pasado por Madrid, pero no llegué a verla. No sé porqué, pues es muy interesante.

Puede decirse que Kapuczinski fotografió el fin del comunismo. La Unión Soviética comenzó su colapso acelerado en 1990, pasó por el intento de golpe de Estado del vicepresidente Guennadi Yanáiev en agosto de 1991, el encumbramiento de Boris Yeltsin y el fin de la URSS. Es decir, estuvo presente y dejó testimonio de lo que suele llamarse un hito histórico. Sobre eso reflexiona después lúcidamente en Imperium que, además, tiene una fuerte carga personal porque, a diferencia de otros testimonios, el de Kapuczinski tiene el interés de que se trata de alguien muy cercano al fenómeno, que habla ruso, que es eslavo, que ha sido comunista y polaco.
 
Y esas reflexiones nos vuelven en la visión de estas fotografías que dan testimonio de dos circunstancias que el autor sabía tratar muy bien pues se había especializado en ellas en sus correrías por el mundo, sobre todo por el África: la pobreza, la miseria y las turbulencias políticas. La Unión Soviética que Kapuzcinski visitó en 1990 esra un imperio andrajoso, miserable, atrasado, excepto en las grandes ciudades. En estas también se vivía un tiempo de intensa agitación política. La Perestroika había abierto las compuertas a la expresión democrática y hubo un estallido de pluralismo social y político, hasta entonces tan oculto como la pobreza de la gente por la propaganda oficial.

Son fotos que muestran un país en estado decrépito: monumentos vandalizados, campos yermos, carreteras descuidadas, cementerios abandonados, ruinas por doquier y, al mismo tiempo, en plena efervescencia política, mítines antigolpistas, protestas sindicales, manifestaciones democráticas, procesiones zaristas y de popes, actos contra la represión en Rusia y en las repúblicas. A medida que el comunismo moría, la sociedad iba despertando del letargo, reviviendo, recuperando las calles. Un tiempo en verdad interesante. Hubiera podido pasar cualquier cosa. Y, de hecho, pasó. La presidencia de Yeltsin, que este se ganó, por cierto, parando el golpe de Estado en contra del infeliz de Gorbachov, inaugura la era de los gobernantes que rompen el modelo de los de la guerra fría. Yeltsin es el precedente de Berlusconi. Y pudo pasar mucho más. Una de las fotos, la ilustración de este post, muestra un manifestante pidiendo la presidencia de Solzhenitsyn, a quien se había devuelto la ciudadanía en 1990 pero que no regresó a Rusia hasta 1994. Es casi un ejercicio de fantasía literaria imaginar qué hubiera sido de Rusia bajo la presidencia del autor del archipiélago Gulag.

dissabte, 18 d’octubre del 2014

Los dos Pablos.


Comienza la asamblea estructuradora de Podemos, la reunión que decidirá qué forma ha de tener la fuerza Podemos, a la que sus mismos militantes se resisten a llamar partido. Y lo hace en un clima de controversia u oposición entre varias concepciones orgánicas de las que dos tienen por ahora mayor respaldo colectivo: las de los Pablos, Echenique e Iglesias. No han conseguido, aunque lo han intentado, consensuar una única que lógicamente sería ganadora. Y se mantienen opuestas ambas opciones. Los medios, siempre tremendistas, hablan de conflicto, buscan el toque dramático. Así abre hoy El Plural: Fin de semana clave para Podemos: el liderazgo de Pablo Iglesias y su presencia en las municipales, en entredicho. ¡En entredicho! Vieja institución de la Guerra de las investiduras y de antes. Grave advertencia. Al reconocer la divergencia de criterios, los de Podemos ya avisan de que muchos medios están muy interesados en informar de disensiones, conflictos, enfrentamientos. Por diversas razones. Sin embargo, aseguran, son discrepancias lógicas, democráticamente ventiladas y que desembocarán en una unidad fortalecida. Claro; no van a decir que piensan liarse a mojicones.

La divergencia u oposición de criterios es de fondo, de mucho fondo, un fondo con ecos de viejas polémicas del movimiento obrero, de la izquierda. Los medios que, además de tremendistas, son muy iconográficos, le dan los dos nombres y les ponen los rostros de Echenique e Iglesias, aunque son decisiones colectivas, porque la política, hoy, la vieja y la nueva, es mediática y está personalizada. Y, en este caso, personalizada en estos dos dirigentes que toman sobre sí una especie de tarea de paladines en combate singular, método tradicional de decidir muchas veces batallas en guerras antiguas. Las tesis de los dos Pablos se enfrentan en la arena y los demás jalean.

Desde luego, el ejemplo es una metáfora. Pero toda metáfora define a su modo una realidad. La divergencia de criterios no es una batalla, por supuesto, pero es un conflicto en el sentido más aséptico y sencillo posible. Y los conflictos, todos, solo pueden resolverse de dos modos: vence una de las partes o llegan a un acuerdo que, por supuesto, incluye el de tablas o empate. Todo acuerdo, todo pacto implica concesiones. Las diferencias entre pactos radican en la cantidad y calidad de las concesiones de unos y otros. De eso viven los asesores.

¿Qué cabe esperar en el combate singular entre los dos Pablos? La Asamblea decidirá. Las tesis del uno y el otro, de Claro que Podemos, CP, (Iglesias) y Sumando Podemos (SP) (Echenique) sobre todo en el aspecto orgánico son muy dispares y difíciles de casar. CP es más jerárquico, tiene una estructura de partido de liderazgo y, aunque los nombres tratan de apelar a la tradición consejista, viene a reproducir la de un partido bolchevique: secretariado, con un secretario general y unos secretarios sectoriales que aquí se llaman portavoces; una especie de comité central, llamado consejo ciudadano y un comité ejecutivo o politburó, llamado consejo de coordinación. Por su parte, el plan de SP es una concepción más asamblearia y genuinamente consejista. No hay secretario general sino una troika, la Asamblea se reúne cada dos años, los círculos son autónomos y muy importantes y el consejo ciudadano se provee en parte por sorteo. Pues sí, dos modelos.

El primero, el del liderazgo, cuenta con la gran sinergia del de Iglesias, que es apabullante. Y si, al fin y al cabo, aquí de lo que se trata es de ganar las elecciones y gobernar como repiten los de Podemos a quienes quieren escucharlos con tan descarnado cuanto ingenuo pragmatismo, resulta estúpido prescindir de esa vis atractiva poderosa que se desprende del carisma, mediáticamente multiplicado, de Iglesias. El segundo, el modelo más colectivista, horizontal, asambleario, desconfía del culto a la personalidad del liderazgo y espera el triunfo electoral de una movilización y participación ciudadanas crecientes porque esa es la base misma de la democracia.

Me temo que, por muchas concesiones que se hagan las partes con afán de conservar la unidad, los dos modelos no sean compatibles y que prevalecerá uno u otro. Que el lector barrunte.

Las demás propuestas orgánicas ofrecen elementos de acuerdo porque tienen muchas coincidencias: limitación temporal de los mandatos, revocabilidad de cargos, transparencia financiera. La dificultad sin duda no radica aquí en el acuerdo sino en su posterior factibilidad. La bondad del principio de limitación de mandatos no es evidente por sí misma. Se basa en la natural desconfianza hacia la esencia corruptora del ejercicio del poder. Y, sí, algo de eso hay en la historia. Pero también es cierto que, si alguien, por la razón que sea, no se corrompe y la gente lo elige una y otra vez democráticamente, no hay razón para frustrar ese deseo de los electores. Recuérdese, a Robespierre lo llamaban el "incorruptible" y hubo que desalojarlo a tiros. De hecho, la práctica moderna, que se implantó en tiempos de F. D. Roosevelt en los EEUU, obedeció al deseo de los republicanos de quitarse de encima un presidente demócrata al que no ganaban en las elecciones. A lo mejor lo más razonable no es limitar mecánicamente los mandatos sino impedir que los mandatarios se corrompan y tomar medidas cuando eso suceda, y no porque sí. Recuérdese que algunos presidentes latinoamericanos precisamente de izquierda tuvieron que reformar las constituciones para prolongar la cantidad de mandatos. Así que, en efecto, a lo mejor es más prudente aplicar la revocación a todos los casos y nos ahorramos limitar nada.

Pero la revocación tampoco es cosa tan sencilla como parece. Si se establece, ¿cómo se garantiza que no la van a usar unas facciones para derribar a los cargos de otra con motivaciones poco confesables? Fiar todo a un infalible olfato del electorado para detectar fraudes quizá sea ingenuo. No cabe olvidar que, como regla general, es más fácil conseguir que la gente vote en contra de alguien o algo que a favor.

Aplaudo a rabiar que haya una coincidencia, casi unanimidad, en imponer un criterio de igualdad completo, movido por un colectivo feminista de Podemos. Pero quizá quepa añadirle algo. A lo mejor ya está propuesto pero, por si acaso, consiste en aplicar siempre, de modo obligatorio, una perspectiva de género en todos los debates, todas las discusiones, todas las decisiones y propuestas. Es inadmisible, pero muy frecuente, sostener que, como se está animado del más noble y radical espíritu feminista igualitario y no se concibe un futuro en que esa igualdad no sea tan natural que ni se mencione, cabe ahorrarse preocuparse por ella ahora. Incluso se puede transigir con ciertas desigualdades tan inevitables como transitorias y en las que no cabe invertir energías y recursos, siempre escasos, porque de lo que se trata es de conquistar el futuro.
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Es muy interesante y decisivo para la izquierda y el conjunto del sistema político español lo que está discutiéndose en esa Asamblea. La visión convencional y tópica de los medios, sobre todos los que quieren meter cizaña, que son muchos, no vale para nada. Y los ataques y críticas procedentes de los otros partidos, algunos de los cuales se sienten amenazados por la existencia de Podemos, aun valen menos. Eso sin contar con que ocuparse de ellos significa, en realidad, ocuparse de asuntos cuyos vuelos teóricos y conceptuales suelen ser gallináceos. Cito tres. El primero, la pelea entre Sosa Wagner y la dirección de UPyD o, mejor dicho, Rosa Díez, con la rabieta del primero que dice abandonar la organización para recuperar su libertad. Ahora nos enteramos de que militar en un partido y representar a los ciudadanos en un órgano como el Europarlamento es no tener libertad.

El segundo, la recuperación que ha hecho Pedro Sánchez del espíritu de Suresnes en el cuadragésimo aniversario. No está mal en la medida en que es parte de la campaña del neófito líder por adquirir relevancia pública. Reunir en torno suyo a glorias decrépitas como González y Guerra tiene un aroma camp pero no parece muy eficaz para su propósito. El tándem González-Guerra fue a revitalizar un partido moribundo, apagado, mortecino, vencido, sin más ilusión que sobrevivir en los asilos del exilio. Sánchez, hoy, tiene que impulsar, vigorizar una maquinaria apelmazada, burocratizada, corroída por los intereses creados, las rutinas, las banderías y lealtades y acostumbrada a vivir bien.

El tercero, en el PP vuelve a reinar la amnesia. Aznar no ha dicho nada respecto a Blesa y Rato, dos de sus hombres de máxima confianza; no se acuerda de ellos. Y Rajoy ha olvidado el nombre de Rato como en su día olvidó el de Bárcenas. Pero, sea por lo verbal o lo gestual, por lo explícito o lo implícito, la crónica del PP es tangencial siempre a la de los tribunales.

Así que los dos lugares de España en los que el debate político tiene mayor altura, aunque por razones distintas, son la Asamblea de Podemos y Cataluña. Es una pena que no se crucen.

(La foto de Pablo Iglesias es de un artículo de Antonio Álvarez Solís en Insurgente, con el permiso de mi amigo Iñaki Errazkin. La de Pablo Echenique es de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).

divendres, 17 d’octubre del 2014

La doctrina Aznar.


Estaba muy callado José María Aznar en estos agitados tiempos de comparecencias judiciales de sus hombres de máxima confianza, aquellos a quienes nombró presidente del Consejo de Administración de Caja Madrid, Blesa, y ministro así como vicepresidente del gobierno, Rato. Los dos están implicados en el escándalo de las tarjetas negras. Parecería adecuado que explicara qué sabía él de las actividades de las gentes tan cercanas a su persona; pero, en lugar de eso, su reaparición ha sido más como la de un predicador de multitudes que viene a recordar los peligros que se ciernen sobre el depravado mundo contemporáneo, empeñado en enviciarse y abandonar los caminos de la recta doctrina, la que él sermonea desde la presidencia de la FAES, think tank de la derecha neoliberal más descarnada, cuyas simplezas teóricas se revisten luego del puro nacionalcatolicismo hispano para dar lugar a la extraña excrecencia del mundo moderno que es la derecha española y su disparatada ideología.


Con motivo de la entrega de unos premios de la libertad -ese tesoro que la FAES venera en teoría pero hace imposible en la práctica- Aznar ha vuelto al mundo de los pecadores a deshacer entuertos, enderezar caminos, y recordar las ordenanzas de rigor. Los peligros que acechan a la democracia moderna, de la que Aznar es custodio distinguido, los que acechan asimismo a la feliz vigencia de la Constitución española, de la que él es igualmente esforzado paladín, a pesar de haberse opuesto a ella en sus orígenes desde sus profundas convicciones juveniles falangistas, son el nacionalismo y el populismo. Sobre todo el nacionalismo.

Todos los topicazos, las falsedades, las imposiciones conceptuales del más rancio nacionalismo español en la vertiente nacionalcatólica se han dado cita en la admonición aznarina. Con verbo cortante, agresivo, mordiente, el gran profeta del conservadurismo y la nación española, ha conminado a Rajoy, sin dignarse nombrarlo (al fin y al cabo, tampoco este había asistido al akelarre "faésico", como era su deber en otros tiempos), a no ceder ni un ápice al órdago independentista, a no darle ni agua ni ocasión alguna, a negarlo y combatirlo por todos los medios. Y, cuando Aznar habla, todos los medios quiere decir todos los medios. Quien puso fin por la vía armada a la amenaza terrorista iraquí, no se andará con contemplaciones con un puñado de sediciosos, empeñados en trocear la nación española en banderías, en taifas; obsesionados por hundir la gloria de España y humillar la soberanía nacional de todos, todos los españoles, incluidos aquellos, por supuesto, que lo son sin saberlo e incluso en contra de sus absurdas convicciones ideológicas nacionalistas que, de ser el mundo un lugar más sano, no se tratarían con leyes sino con medicamentos.

Aznar, obviamente no es nacionalista. Siendo la nación española como él la imagina, una realidad natural, casi telúrica, indubitable, permanente, eterna, indiscutible, no es preciso declararse partidario de ella, como no se es partidario del aire que se respira. Uno respira sin más. No se puede no respirar. No se puede no ser español. Nacionalistas son los demás, los que niegan la evidencia y se empeñan en realizar quimeras de campanario. Y, por supuesto, para sus criminales fines necesitan acabar con la democracia de la que todos hoy disfrutamos por igual gracias a la preexistencia de esa nación española.

Mas no es solamente el nacionalismo etnicista, excluyente, totalitario, antiespañol el único enemigo de la democracia. A su vera surge el espectro del populismo, azuzado por esta crisis que padecemos y de la que solo la sana doctrina neoliberal que nos ha llevado a ella podrá sacarnos. Y viene, precisamente, a impedirnos la recuperación, a hundirnos en el caos, el desgobierno, el colectivismo, el libertinaje a extirpar la democracia y la verdadera libertad que solo pueden basarse en los pilares del orden y la autoridad.

Hay quien, animado de torva intención, sostiene que si uno anda buscando populismos los va a encontrar precisamente en el discurso de la derecha española. El actual presidente del gobierno ganó las elecciones de 2011 por mayoría absoluta con un programa populista del que se sirvió para ocultar el real, consistente en hacer todo lo contrario de lo que aquel decía: no iban a tocarse las pensiones, ni la educación, ni la sanidad, ni se daría un euro público a los bancos, ni se impondría el despido libre ni se subirían los impuestos, ni habría copagos, se reduciría el desempleo como por ensalmo y se atarían los perros con longanizas. Votar masivamente esta sarta de embustes no dice mucho sobre el discernimiento de los electores pero no hay duda de que lo votado es un ejemplo redondo del populismo más acrisolado.

Aunque él crea ser original y audaz como un profeta bíblico, sus truenos y advertencias son perfectamente inútiles y podía habérselas ahorrado y, quizá, aprovechar para decir algo sobre sus relaciones con Blesa y Rato, asunto de mucho más interés público que sus desmelenados avisos tonitronantes. El providencial gobierno de que disfrutamos los españoles, ya da por descontados los nubarrones que Aznar otea en el horizonte y toma medidas contra sus efectos. La democracia debe ser fuerte, estar protegida para hacer frente a esos dos enemigos del nacionalismo y el populismo, no hace falta que Anar venga del pasado para ponernos en guardia. Ayer se debatía en el Congreso el proyecto de Ley de Seguridad Ciudadana del ministro Fernández Díaz, muy acertadamente calificada por la oposición como Ley Mordaza. Esa ley impone un Estado policial, otorgando a la fuerza pública casi impunidad en el ejercicio de sus funciones y a la vía sancionadora administrativa un poder amedrentador y disuasorio a base de multas que substituya la protección de los derechos de los ciudadanos por la vía judicial por la mera represión. Es una ley para criminalizar todo tipo de manifestación y protesta y que atenta contra los derechos de las personas, como manifestación, reunión, expresión etc. Es una ley para defender la democracia a base de suprimirla.

Hicieron muy bien los diputados de la oposición saliendo ayer a la calle amordazados en señal de protesta. Pero con ello dejan planteada la pregunta: si no pueden hablar en el Parlamento, que no pueden, ni tampoco a las puertas de este, ¿por qué siguen yendo a él? ¿Por qué siguen legitimando con su presencia la clara deriva del sistema político español hacia formas dictatoriales?

(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).

dijous, 16 d’octubre del 2014

Un desabarajuste como Dios manda.


Cuando los analistas políticos más radicales se enfadan suelen llamar a España "país tercermundista" o "república bananera". Hacen peyorativa referencia a dos modelos imaginarios y, por supuesto, extranjeros y señalan cuánto se les parece nuestro país. No son expresiones muy afortunadas porque a quien verdaderamente se parece España es a ella misma, cuyas rarezas y peculiaridades dejan muy chicas las de aquellos. España es un desbarajuste secular y sus raíces se encuentran en su propio y genuino ser; es la heredera de la corte de los Austrias, pobladas por frailes, monjas, enanos y bufones; la de los Borbones y sus francachelas; la de la Corte valleinclanesca de los milagros; la de la Celtiberia Show del llorado Carandell.
Las tarjetas negras están afiladas como guadañas que van segando gañotes de gente respetable. Como títeres de guiñol caen exministros y vicepresidentes del gobierno, decanos de colegios profesionales, notorios empresarios, representantes políticos. Gentes que hasta ayer predicaban moderación a los demás, sacrificios, trabajar más y ganar menos, renunciar al salario mínimo, al digno, al subdigno y al ínfimo; pechar con todo tipo de subidas y recortes. Ciudadanos ejemplares, puentes entre el pueblo y unas autoridades que hacen cuanto pueden. Compatriotas a quienes ahora quema el dinero obtenido de las mágicas tarjetas que eran como genios serviciales de las mil y una noches, y andan devolviéndolo en donde pueden. Coge el dinero y corre... a la ventanilla de Hacienda.

Las comparecencias parlamentarias de ayer. El nuevo ministro de Justicia, Catalá, quien tuvo que encajar a barba firme una intervención demoledora de un diputado de Amaiur, acusando a la policía española de torturar y con documentos internacionales, aclaró modestamente que solo queda un año de legislatura y que quizá no le dé tiempo a deshacer el desbarajuste que ha organizado su predecesor Gallardón en todos los ámbitos de la justicia. Forma parte del desgobierno más acrisolado: tres años para desbaratarlo todo y uno para recomponerlo. De la comparencia de la ministra de Sanidad ya se ocuparán las revistas Mongolia y El Jueves, que son sus espacios naturales, y el Gran Wyoming por supuesto. De sus tareas se ocupa la vicepresidenta. Va a ser el primer caso de la historia de ministra con cartera sin cartera. Algo único, como Dios manda.

En los medios atruena el desbarajuste en marcha. Suspende el ánimo escuchar en el 74 aniversario del asesinato de Lluís Companys a un tertuliano que fue portavozarrón del gobierno de Aznar diciendo que a Mas le falta un fusilamiento. Añade este fino comentarista de la actualidad que lo han "malinterpretado". Y no lo dudo. Pero no porque lo hayan interpretado mal sino porque él no sabe hablar. Seguramente quería decir que, a fuerza de buscar protagonismo y huir hacia delante, a Mas le vendría de miedo que lo fusilaran para poder decir luego: "Aquí estoy, fusilado, por amor a la Patria". Pero le faltan recursos literarios para dibujar su imagen y dice lo que dice. No dudo de que no quiere que fusilen a Mas. Entre otras cosas, porque, si se le hubiera ocurrido, lo habría dicho. España y yo somos así, señora.

Y, cómo no, la ebullición catalana. Al tiempo que el sistema político catalán digiere el cambio de escena impuesto por Mas, el movimiento soberanista ha convocado una manifa pro consulta, independentista, para el próximo diumenge en la Plaza de Catalunya. Es un reto directo lanzado a los nacionalistas españoles que se manifestaron hace cuatro días en el mismo punto. Esperan los catalanistas que las comparaciones sean abrumadoras. ¡Con lo fácil que hubiera sido sentarse hace meses a negociar una consulta democrática que permitiera saber de cierto qué piensan los distintos sectores de la sociedad catalana! Hubiera evitado al gobierno y, de paso, al Estado estos espectáculos lamentables en los que la negra honrilla del nacionalismo español aparece en toda su miseria: manifas escuálidas, fascistas brazo en alto, arzobispos que piden a los independentistas que pasen por el confesionario o la cabra de la legión.

Se oyen algunas tímidas voces intentando cambiar la melodía. Hasta El País, convertido en buena parte en vocero del gobierno, reconoce que la sola invocación de la legalidad no es suficiente y reclama medidas políticas, es decir, que se negocie y no al modo de Rajoy, negándose a toda negociación, si no de verdad. Seguramente es el criterio de sus accionistas extranjeros quienes, no estando inmersos en el desbarajuste general, ven las cosas con algo más de ese sentido común del que Rajoy presumía tanto como, según se ve, carece de él.

Al tiempo, El País, creyéndose heredero de sí mismo, analiza en el citado editorial la situación política interna de Cataluña e insiste en el enfrentamiento abierto en el bloque soberanista sin dar ni una. Claro que hay enfrentamiento y división y los aliados discuten agriamente. Pero mantienen una unidad estratégica, no porque las partes sean prudentes, sino porque no pueden hacer otra cosa. ERC acepta lista única en unas elecciones anticipadas siempre que Mas no la encabece, que dimita. Pero Mas sigue siendo el líder, el que toma las decisiones, el que manda en Cataluña, aunque Rajoy no se haya enterado o quizá por eso. Suya es la iniciativa, la que El País suplica al gobierno central que tome, porque tiene opciones coaliciones y alianzas parlamentarias alternativas para seguir gobernando, aplazar las elecciones y recuperar el terreno perdido. Los dos partidos dinásticos están locos por pactar con él, juntos o por separado. A ninguno de los sectores soberanistas interesan esas posibles alternativas; a ERC porque postergan el momento de la confrontación y clarificación final y el posible sorpasso; a CiU porque la presentan bajo una luz poco favorecedora a su perfil nacional catalán. Así que lo lógico será que hagan cuanto puedan para evitarlas y mantener la unidad de acción. Será además lo que probablemente les exigirán los manifestantes del diumenge.

A Rajoy se le rompe España y ni se entera o hace como que no se entera. Aplica su conocido ardid de ignorar cuanto no le interesa. Así como las gentes primitivas piensan que aquello que no se nombra no existe, Rajoy silencia lo que lo incomoda. Pasó meses sin pronunciar el nombre de Bárcenas pues de esta manera lo desmaterializaba, lo "descreaba", lo borraba del mundo de los vivos. Y no, Rajoy no es un primitivo; es el expresidente de la Diputación de una pequeña capital de provincia de la que el saber popular gallego dice que "duerme". Ese es el espíritu que ha trasladado al gobierno del Estado. Así, sale a la calle como el que sale a la Alameda por la tarde, y va diciendo a sus convecinos que "España es una gran nación". Sus asesores, alguno de los cuales debe de haberse enterado de cómo han procedido los británicos con su referéndum, le han hecho decir que en España todos queremos mucho a los catalanes. Lo cual ya tiene mérito y papo para alguien que, estando en la oposición, encabezó una recogida de firmas por toda España en contra del Estatuto catalán y se hizo fotografiar muy orgulloso a la vera del Congreso de los Diputados con enormes valijas en las que, decía, había cuatro millones de firmas en contra del estatuto de esos catalanes a quienes tanto quiere; tanto que no los deja votar, no sea que se envicien.

La gran nación como Dios manda, espléndidamente representada en su presidente, cruzó la frontera para explicar a los europeos nuestro exitazo en materia de lucha contra el ébola. Estos aprovecharon para felicitar al presidente, según afirmó él a su regreso a España. Al día siguiente, Obama convocaba una videoconferencia con los líderes de Italia, Francia, Alemania y el Reino Unido, ignorando al héroe del momento, el de la gran nación. Pero sin duda no le importará pues sabe que los europeos transmitirán a Obama las sabias consejas que él les dio. ¿No lo habían felicitado por ellas?
Nada de país tercermundista ni república bananera. Puro desbarajuste, desgobierno como Dios manda, caciquil y corrupto en el estilo clásico de la primera restauración, irresponsable y ciego ante la magnitud de los problemas a los que se enfrenta.


(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

dimecres, 15 d’octubre del 2014

¿Es Cataluña España?

¡Qué peligrosas son las imágenes! No valen solo por mil palabras, sino por millones, por discursos, por libros y tratados. Ahí está España amputada de Cataluña en los televisores de los alemanes. Lleva dos días navegando por twitter. Imagino que las autoridades habrán protestado aunque, como el jefe no habla idiomas, quizá no la hayan visto. Según parece, la televisión alemana ha asegurado que se trata de un error. Ignoro en qué se pueda errar aquí. España figura sin Cataluña. ¿O es una forma algo germánica de decir que el perro, el ébola y el frasco son cosas españolas pero no catalanas? Sería una ofensa a la autoestima española, además de un error. Si es un error, responde a una percepción creciente en Europa de que la cuestión catalana es honda y puede acabar en separación porque, en definitiva, Cataluña no es España. Llevan años viéndolo en muchas grandes competiciones deportivas internacionales en un idioma universalmente comprendido menos en La Moncloa: Catalonia is not Spain y, poco a poco, va tomando cuerpo la idea, va visualizándose, hasta que, por fin, se fija en una imagen. Así se forman las ideas, los conceptos, al menos algunas y algunos. Cataluña no es España, cosa que los españoles no parecen entender y, por lo tanto, no saben refutar.

Tómense las cuestiones que monopolizan el ámbito público, la discusión colectiva, la controversia en los medios, los debates parlamentarios, las polémicas de intelectuales y comunicadores, la opinión pública. En España estas son los casos de las tarjetas opacas de Caja Madrid y el ébola. En Cataluña, la cuestión nacional.

Las tarjetas, muy oportunamente bautizadas black, como el príncipe de las tinieblas, son una mezcla de picaresca tradicional y latrocinio de guante blanco que abarca la totalidad del espectro social, político, profesional. Afecta a sindicalistas, políticos, bancarios de alto copete, abogados, profesores, empresarios, hombres y mujeres, socialistas, comunistas, conservadores y gentes del buen vivir. Por supuesto en proporciones adecuadas al talante capitalista y patriarcal de los cerebros que idearon esta especie de sociedad de aprovechateguis. Todo ello, muy pintoresco, es un filón para aceradas plumas periodísticas que sacan chispas a los gastos de estos 86 tarjeta-men. Pero además tiene mucha importancia por dos razones: en primer lugar porque apunta a un comportamiento ilícito o no, eso se verá, pero en todo caso inmoral y organizado, con muchos vínculos con las instituciones; en segundo lugar porque estalla en un momento en que el gobierno anda agitando por enésima vez el cartel de regeneración y la transparencia democráticas y ya le ha restado el escaso crédito que merecía.

Incidentalmente, sirve para mostrar que la izquierda no es la derecha, ni siquiera esta izquierda socialdemócrata tan vilipendiada. El PSOE ha expulsado a sus militantes cardcarriers y Comisiones Obreras abierto expediente a los suyos. El PP no ha hecho absolutamente nada. Media docena de cargos públicos ha presentado la dimisión y a alguno lo han puesto en la calle en circunstancias verdaderamente escandalosa. El resto, y son como cincuenta o sesenta, ni pío. Nadie ha señalado a Rato el camino de la puerta. Pero hay más, en pleno ejercicio de transparencia, el partido del gobierno impide que se constituya una comisión parlamentaria de investigación sobre los plásticos manirrotos y, ya puesto, también ha bloqueado una comparecencia pedida del presidente para explicar el asunto del ébola. El señor Arturo Fernández, presidente de la patronal madrileña y miembro de la CEOE, dice que dimitirá de sus cargos cuando Dios sea servido o, como diría la inimitable Cospedal, en diferido. Y los economistas pueden pedir a gritos la dimisión de su decano de Madrid, Juan Iranzo. Para un hombre que, pillando los euros a decenas de miles, argumenta que se debe suprimir el salario mínimo, las peticiones de dimisión se dan en frecuencias que su oído no capta.
 
Las tarjetas son como haces de luz sobre un mundo hasta ahora oculto y tan negro como ellas, no ya de mangoneo, de despilfarro, sino directamente de cachondeo, con fotos incluidas preferentemente en fines de semana que habrán sido inolvidables. El mundo en que vivían los responsables de gestionar la cuarta entidad financiera del país puesta al servicio de sus caprichos. Los que la han quebrado, arruinando a miles de gentes y expoliando a la colectividad 22.000 millones de euros. Es una metáfora de la crisis/estafa y ha acabado con la esperanza del gobierno de recuperar algo del terreno perdido en la estima popular.

Se añade a las tarjetas el increíble episodio del ébola, el conjunto de disparates que una manga de inept@s y prepotentes ha perpetrado al enfrentarse a un problema del que no sabían nada y para el cual precisaban de unos recursos que no tenían o que, habiéndolos tenido, malvendieron por ahí en cumplimiento de sus dogmas de privatización, o sea, apropiación privada de lo público, una confiscación a la inversa. De la clamorosa incompetencia de la ministra no cabe decir nada que no se haya dicho ya en todas partes, salvo maravillarse al ver que una persona en esa situación no haya dimitido ya y se haya disipado en el aire de la sierra. Pues ahí va del brazo con ese consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid que parece una mezcla del capitán Haddock de Tintín y Oliver Hardy y cuyo comportamiento está en línea con el de sus antecesores: todo lo que toca, lo desbarata.

En verdad el episodio del virus mortal, parece que de evolución prometedora, pudo ser catastrófico y, si no lo ha sido, se debe a la santa Providencia, siempre amparadora de los pobres de espíritu. Pero, como tiene esa fuerte repercusión internacional, con todos los países mirando a la Península por si se reproduce una epidemia al estilo de la mortífera gripe española, no hay más remedio que hacer como que se hace algo, aunque no se sepa qué, tener a las autoridades haciendo declaraciones y echando pasto a los medios como si fuera información para tranquilizar al personal dentro y fuera del país. De la tarea se ha encargado la vicepresidenta, decisión que la propia ministra desplazada ha considerado muy acertada. A su vez, la vicepresidenta hace lo que mejor sabe hacer: contar trolas, para lo cual reúne con frecuencia a los medios de comunicación y les coloca sus fábulas sobre lo que están haciendo. Es típico. El gobierno no hace sino que dice que hace.

En las dos cuestiones se concentra casi toda la acción de las autoridades españolas.

En Cataluña la situación es muy otra. El debate público está monopolizado por la cuestión nacional, que Palinuro viene analizando con frecuencia. Aquí se habla de derechos, autodeterminación, independencia, democracia, nación y otros conceptos abstractos en discusiones apasionadas sobre legitimidad, legalidad, desobediencia, historia, identidades colectivas, etc. Cierto, de vez en cuando aparece un elemento del realismo esperpéntico hispánico, no exclusivamente español, y se descubre que el Molt Honorable Pujol pudiera ser otro pillastre. Pero queda enseguida superado por la agitada vivencia nacionalista en la que se barajan pros y contras de decisiones como la consulta o la declaración unilateral de independencia. Todas ellas mezcladas en un proyecto bastante unitario de los soberanistas, a los que aglutina un objetivo estratégico común: la independencia, la construcción de una Estado nuevo en Europa, un objetivo de amplia base social, muy transversal, con apoyo institucional y que tiene una tremenda fuerza movilizadora.

Frente a ello, Palinuro suele señalar que apenas hay discurso o debate español. El nacionalismo español tanto conservador como socialista recurre exclusivamente a una política de aplicación estricta de la legalidad con dos inconvenientes muy visibles: el primero es que la legalidad es siempre materia opinable e interpretable en función de criterios políticos previos; son estos los que determinan una voluntad y si la voluntad es negativa, la legalidad será represiva; el segundo inconveniente es que la instrumentalización de la legalidad es insuficiente cuando se plantea una cuestión de legitimidad y no por un puñado de fanáticos, sino por amplios sectores sociales, quizá muy mayoritarios en su comunidad. Afrontar el debate sobre la legitimidad mediante recurso ciego a la legalidad, implica echarse en brazos del positivismo jurídico, cuyo dominio en el pasado condujo a Europa al desastre.
Así que, resumiendo, si los españoles quieren que ese mapa de su amada España amputada de Cataluña se borre de la retina de los alemanes, si quieren que Cataluña sea España y no solo esté en España, tienen que conseguir que los catalanes quieran de grado. No a la fuerza. Porque nunca la fuerza será derecho.

dimarts, 14 d’octubre del 2014

El leninismo de Mas.


El día 12 de octubre, anteayer, el soberanismo catalán hacía bromas en twitter sobre la escuálida asistencia a la manifa en pro de la nación española convocada en la plaza de Catalunya, sin contar las chirigotas a cuenta del puñado de energúmenos que se reunió en Montjuïc a quemar esteladas. El día 13, el siguiente, ayer, Mas reconocía en público que no habría consulta. Momento de anticlímax. Ahora se entiende la irrelevancia de la manifestacíón de la Plaza de Catalunya. A los nacionalistas españoles les da igual ser pocos porque saben que detrás de ellos está el Estado; está el Rey quien, por cierto, guarda silencio; está el gobierno, blandiendo una legalidad represiva; está el Parlamento, adaptando esa legalidad a las necesidades del gobierno; está el Tribunal Constitucional que legitimaría el uso de la fuerza en caso de desobediencia, a pesar de mostrar él mismo un déficit de legitimidad; están los medios de comunicación, jaleando; está la banca y está la Iglesia, al menos la española.

Será como se dice aquí o no pero la decisión de Mas no solamente cambia el cuadro, sino la escena entera. Hay varias interpretaciones sobre su gesto y será menester escuchar cómo se manifiesta él mismo. Nadie puede negar que ha llevado muy lejos eso que los medios llaman el órdago soberanista. Es cosa de preguntarse si puede exigírsele más cuando empiezan a lloverle querellas por presuntos delitos de prevaricación, sedición o rebelión. Habrá quien diga que sí porque proyecta sobre él un destino heroico, el de Moisés, incluso arrostrando martirio. Habrá quien diga que no, primero porque a nadie puede exigirse que ponga en riesgo su libertad por una causa y, segundo, porque quizá no sea lo más eficiente desde el punto de vista estratégico. Ya ha quedado claro a los ojos del mundo que es el gobierno central el que, basándose en cuestiones de interpretación legal, no deja votar a los catalanes, como dice el editorial del New York Times de ayer.

Ahora sigue la campaña por el dret a decidir, según apunta Mas, y más cargada de agravios y motivos. El presidente de la Generalitat seguramente haría suya la famosa consigna de Lenin en 1904, un paso atrás, dos pasos adelante. El paso atrás está dado, ya lo venden los medios de la derecha como una claudicación, ahora hay que ver cómo se dan los dos adelante.

Una cuestión incidental. Desde luego, Mas es un dirigente de una determinada orientación política y representa también unos intereses específicos, aunque en este asunto goce de una expansión de apoyo. El análisis de este aspecto no es inútil, pero no tenemos tiempo. Asimismo, no es extravagante insistir en el aspecto personal. Solo quienes creen que la historia se mueve como las máquinas, por necesidad, están dispuestos a ignorar el factor personal. No hay que ser un águila para calibrar las presiones a que debe verse sometido Mas; las vacilaciones, las dudas. Cuestión de carácter, se dirá. Pues, eso, de carácter. ¿No es legítimo que el hombre tenga la ambición de llevar a término su proyecto, que no es cosa de poca monta, y hacerlo conservando él el liderazgo? Todo el mundo espera de él decisiones y, cuando estas se toman, agradan a unos y disgustan a otros.

Gran parte de la respuesta a la decisión de Mas ha sido muy vehemente. ERC plantea una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) y los asesores del Consejo recomiendan elecciones anticipadas. La DUI es un instrumento muy delicado. Necesita un razonable refrendo internacional, de otra forma no prospera, y eso puede suceder o no pero, en todo caso, provocaría un conflicto institucional abierto que retrotraería el asunto al momento de la prohibición de la consulta y el uso de la fuerza. Bien es verdad que, de producirse este hecho, la presión internacional sobre el gobierno español en pro de una solución negociada seguramente sería irresistible. Pero es que, además del refrendo internacional, la DUI ha de ser votada en el Parlamento catalán, Palinuro no ve claro que tuviera los 50 votos de CiU y, sin ellos, las cuentas no salen.

Las elecciones anticipadas propuestas por los asesores parecen más verosímiles. Llamarlas plebiscitarias o no es irrelevante. Pues lo serán de hecho, ¿por qué ponerles nombres que justifiquen quizá medidas represivas? Un resultado mayoritariamente favorable a las fuerzas soberanistas, quizá hegemonizadas por ERC, podría dar como resultado una DUI que estaría como la anterior, frente a la legalidad, pero con fuerza parlamentaria y consiguiente legitimidad.

La cuestíón es si Mas disuelve y convoca o no. He aquí que sigue teniendo la llave de la situación, lleva la iniciativa en el mejor estilo leninista mientras Rajoy sigue sin saber "quién manda en Cataluña". Mas no está obligado a convocar elecciones aunque sus actuales aliados parlamentarios le retiraran su voto porque tiene a su disposición otras mayorías parlamentarias. Puede mantener la coalición actual e, incluso, convertirla en un gobierno de concentración cuyo imponente aspecto reside más en el nombre que en la cosa a la que, además, podría invitarse también al PSC, llegándose así a los 107 diputados de la concentración. En todo caso, si quiere, Mas aplazará las elecciones lo que estime pertinente porque eso mismo puede hacer con otras tres coaliciones quizá no probables, pero sí posibles y que, prescindiendo de los problemas y dificultades que se darían en la práctica son: I.la española, esto es, CiU más PP, PSOE y Cs (98 votos) que, además, vendría muy bien a los dos partidos dinásticos para intentar una "gran coalición" en España, vista la gravedad de la situación. II. la confederación de derechas, CiU, PP y Cs (78 votos), cuya mala prensa en Cataluña se compensaría con la relación privilegiada con el gobierno, aunque parece poco verosímil. III. Alianza de izquierdas, CiU, PSC y ICV-EUiA (83 votos), tampoco tan descabellada.

Y ¿qué interés tiene Mas en aplazar las elecciones? Vayamos a la lectura que de los hechos realiza el nacionalismo español: el bloque dinástico ha vencido. El reto, el órdago soberanista se ha disipado. El impulso no era tan firme. La ley y el orden se han impuesto. De momento y ¿a qué coste? Una internacionalización de la cuestión catalana y una deslegitimación del gobierno central que, comparado con el gobierno británico hace unas fechas, es de una cerrazón y un inmovilismo autodestructivos. Es de esperar que el PSOE presione sobre su aliado dinástico para proponer una solución negociada al conflicto. ¿Hasta el punto de proponer lo que Sánchez negaba repetidamente hace un mes, esto es, una gran coalición española? La justificación podría ser la reforma de la Constitución que diera a Cataluña un tratamiento diferenciado con garantías de singularidad cuyo alcance podría negociarse. En definitiva, daría a Mas algo concreto con qué presentarse a unas elecciones en busca de ese voto presumidamente moderado que podría estar agraviado por el maltrato sistemático del gobierno central. Al mismo tiempo, interesaría al PSOE, dándole un marchamo de eje vertebrador entre el nacionalcatolicismo y el soberanismo, de conciliador de posiciones, de eficaz gestor para contrarrestar el peligro emergente por la izquierda con Podemos del que aún no hemos hablado, pero  cuya presencia en el Parlamento catalán se da ya por segura, añadiendo un punto de complejidad a una cámara de por sí muy fraccionada. Por último, aunque parezca mentira, interesa también al PP porque le quita de encima un problema que, como le sucede con casi todos los demás, no sabe resolver si no es a golpe de represión y autoritarismo.

En esta nueva escena, todas las opciones, insisto, están abiertas. Ganará quien juegue con mayor destreza, coraje y determinación. Pero, de momento, Mas ha recuperado su libertad de movimientos, la iniciativa y ha conseguido sobrevivir. ¿Cómo lo sabemos? Nadie hasta el momento ha pedido su dimisión.

No en balde Lenin era un genio de la estrategia política.
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Actualización a las 10:30 del 13.10. Mas sigue llevando la iniciativa. Después de que Rajoy improvisase unas declaraciones felicitándose de que la consulta no se llevara a cabo, comparece el President y dice que sí se hará, pero en condiciones distintas, amparada en normas anteriores al decreto de consulta suspendido por el TC. Una finta florentina que pone al gobierno español en un brete pero plantea el problema de la validez de esa consulta.

dilluns, 13 d’octubre del 2014

Querer no es poder.


Jaime Pastor (2014) Cataluña quiere decidir. ¿Se rompe España? Diez preguntas sobre el derecho a decidir. Barcelona: Icaria. 95 págs.
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Reseñar un libro de un colega y amigo, aunque sea uno breve como este, no es tarea fácil. Todo cuanto se diga será sospechoso de parcialidad, incluso aunque uno recuerde y pretenda seguir al pie de la letra la famosa frase atribuida a Aristóteles de Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad. Dado que el autor no es Platón y el crítico mucho menos Aristóteles, la cita alimentará otra sospecha de que se invoca precisamente para contravenirla y convertirla en su contraria: Soy amigo de la verdad, pero soy más amigo de Jaime. Sospechas fuera. Expresaré mi juicio imparcial sobre la obra. Habiendo confesado la relación entre comentarista y comentado, el lector se hará su juicio. Esta situación de mutuo conocimiento y amistad entre autores y recensionistas es más frecuente de lo que se supone porque suele ocultarse, lo cual vicia muchas reseñas en muchos y muy respetados medios. Y no sigo.

La cuestión España/Cataluña está que arde. Se aceleran los tiempos, se acumulan las propuestas, se calientan los ánimos. Todo el mundo quiere opinar. Y hace bien. Y también lo hacen los estudiosos que facilitan materiales para mantener el debate y ayudar a formarse opiniones. Consciente de esta necesidad, Pastor presenta una contribución sucinta, pero argumentada, exponiendo su punto de vista en un trabajo, poco más que un folleto, con un decálogo de preguntas y sus correspondientes respuestas. Pasaré por alto lo del decálogo, de tan evidente influencia bíblica, y acompañaré al autor en sus respuestas, no sin animarlo a que la próxima vez ponga más de diez preguntas o menos. Hay que secularizarse.

1ª. Los antecedentes históricos. Coincido con Pastor en que el contencioso viene de antiguo y en que la nota predominante de las relaciones España-Cataluña ha sido la hostilidad. Buen comienzo.

2ª. ¿Fue la Transición Política una oportunidad perdida? Para Pastor, el Estado autonómico ha fracasado y la respuesta es que, en efecto, fue una oportunidad perdida. En nuestros días se trata ya casi de un debate historiográfico, pero apunto mi discrepancia. En historia no hay "oportunidades perdidas" que, como cuestiones contrafácticas que son, solo sirven para echar a unos unas imaginarias culpas y quedar otros como príncipes. La transición fue lo que fue y la situación actual se explica, ante todo, por los comportamientos de quienes la administraron subsiguientemente, hasta llegar al día de hoy en que cada cual debe cargar con sus responsabilidades de lo que se hace aquí y ahora. Aquí y ahora.

3ª. ¿Fue la sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto un punto de inflexión? Nueva coincidencia. Claro. Fue la gota que colmó el agitado vaso al privar a Cataluña del derecho a considerarse nación con argumentos jurídicos que, o estaban fuera de lugar, o pretendían adelantarse a los acontecimientos mediante una especie de jurisprudencia preventiva dotada de una intuición profética que de jurídica no tiene nada.

4ª. De si la crisis tiene influencia en la "agravación del conflicto". Me parece una pregunta de relleno. Es palmario que esta crisis influye sobre todo lo conflictivo y lo no conflictivo. Y siempre para mal. Pastor aprovecha el hueco para dar por tardía la posible solución federal y hablar del proyecto "destituyente-constituyente democratizador" que pueda llevar a una "libre unión de los pueblos", según dice Gerardo Pisarello (p. 43),  asunto que confieso no tener muy claro de momento.
5ª. De si el soberanismo/independentismo catalán es un instrumento de la derecha nacionalista catalana. Otra pregunta ociosa. A estas alturas, la cuestión me parece redundante. Suficientemente claro ha quedado ya el apoyo, la raíz popular, del soberanismo. Que la derecha también lo apoye, al menos en parte, ya no quiere decir casi nada.
6ª. ¿De qué van los nacionalismos? Esta pregunta y la siguiente me parecen el obligado tributo que el profesor, el estudioso, el académico que lleva años rumiando tan difícil cuestión ha de rendir para no dar la impresión de hablar a tontas y a locas y mostrar que se ha quemado las cejas consultando tratados y viejos legajos para llegar a alguna conclusión respecto a esa endiablada quisicosa de qué sea una nación. Pastor se remite a la celebrada definición de Benedict Anderson, para quien la nación es una comunidad imaginada y aclara, aunque me parece innecesario, que imaginada no es "inventada". Coincido con él, por supuesto, en la medida en que esta visión desecha todo intento de definición objetiva y se remite al ámbito de lo subjetivo. Pero creo ir un poco más allá al afirmar que esa subjetividad se fundamenta en una voluntad colectiva. La nación es el producto de la voluntad colectiva mayoritaria (no necesariamente unánime) de ser una nación. Por supuesto, los problemas empiezan a partir de este momento. 
7ª. ¿Y el derecho de autodeterminación (DA)? Aquí se explaya el autor, con un recorrido por las vicisitudes del concepto, desde el lejano origen kantiano, pasando por la Iª Guerra Mundial, la descolonización y los casos más actuales en la antigua Yugoslavia y otros lugares. El autor hace tres precisiones en torno a ese derecho con las que coincido pero no creo que se deriven como conclusión de un proceso histórico anterior. En contra de lo que suele pensarse las cuestiones históricas tienen escaso peso substantivo en la viabilidad de las opciones políticas. Estas precisiones son: 1ª  el DA es un derecho colectivo; 2ª está desvinculado ya de su marchamo descolonizador; 3ª puede ejercerlo no toda la población de un Estado sino la parte que, con suficiente fundamento, quiera ejercerlo. Ninguna de las tres propuestas está libre de polémica pero el sentido común y la comprobación práctica reciente indican que son aceptables.
8ª. ¿Qué es el federalismo y por qué no aparece como una alternativa creíble? El federalismo, dice Pastor, tuvo su momento pimargalliano, pero muchos avatares lo hicieron imposible. La resurrección de este zombie en la Declaración de Granada del PSOE, en 2013, no es satisfactoria porque, a juicio del autor, está fuera de la marcha de los hechos. Tiendo a coincidir con esta idea, reputando también inviables las propuestas de federalismo asimétrico, pero, con cierta prudencia, me guardaré de ignorarla alegremente entre otras cosas porque, vistas las demás opciones, quizá sea la única viable, al menos transitoriamente.
9ª. Los argumentos de los contrarios a la consulta. Nobleza obliga. El adversario debe hablar. Pastor identifica cuatro argumentos: 1º) no hay en España más nación que la española y pedir el reconocimiento de otras es un desatino o una cortina de humo para desviar la atención de cuestiones más importantes; 2º) la Constitución no permite consulta alguna de ese tipo; 3º) para hacerla habría que reformar la Constitución, se necesitaría el concurso del PP y eso es imposible; 4º) la consulta fractura la sociedad catalana. Todos estos argumentos se resumen en uno, a juicio de este crítico: la minoría no puede decidir su futuro libremente porque los dirigentes de la mayoría no quieren.
10ª. ¿Podría ser legal la consulta anunciada para el 9 de noviembre de 2014? Los acontecimientos de ayer nos ahorran grandes disquisiciones: no.
En resumen, un pequeño e interesante ensayo que argumenta a favor de una solución que, hoy por hoy, no se dará. 

Un día es un día.


El 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar, es también la fiesta de la nación española. El nombre del día ha cambiado con los años. Anteriormente, en tiempos del franquismo, fue llamado Día de la Hispanidad, ese invento del cura Zacarías de Vizcarra que recogería Ramiro de Maeztu, propagándolo en su Defensa de Hispanidad. Antes, la festividad se llamó "Día de la Raza" en los tiempos de Alfonso XIII, denominación que conservó la República y que todavía hoy se mantiene en algunos países latinoamericanos. El título actual de Fiesta de la Nación Española lleva una clara intencionalidad, situar el origen de la nación española en 1492 con sus dos acontecimientos históricos: de un lado, la toma de Granada, fin oficial de la guerra contra el sarraceno, llamada Reconquista, y perla de la unión de las coronas de Castilla y Aragón. Del otro el descubrimiento de América. Este es la única aportación de España al acervo de la Humanidad. De lo que vino después no hay por qué enorgullecerse y hasta el llamado "descubrimiento" despierta muy duras críticas. Sin embargo, estas no se refieren al descubrimiento en sí, sino a lo que se hizo después con lo "descubierto". Pero, en sí mismo, el hallazgo, el descubrimiento, fue un hecho que cambió la historia del mundo. Si sobre eso y la unión de Castilla y Aragón puede fundarse una idea de nación es asunto siempre discutido. Otros prefieren localizarla en la guerra contra los franceses, llamada "de la independencia".

En todo caso, ya es mala pata que el mismo día se celebre el Pilar y el Día de las Fuerzas Armadas, los dos elementos esenciales del nacionalcatolicismo, concepción de una nación que se ve como la de la espada y la cruz, evangelizadora y aniquiladora de pueblos enteros. Día de la Raza, cómo no, aunque sea un verdadero dislate. Orgullo a raudales. Sostenella y no enmendalla.

La celebración de ayer fue una amarga lección para esa nación española, un baño de realidad en contraste con sus ilusiones, magnificadas por los medios de comunicación a su servicio. Un episodio más de esa fabulosa capacidad de los españoles de no entender el mundo que los rodea. Dado el ascenso del independentismo catalán, las fuerzas políticas y sociales que se oponen a la consulta del 9N, partidarias de una Cataluña española, PP, UPyD, Cs. y una Sociedad Civil Catalana, convocaron un acto de afirmación nacional española en Barcelona, en la Plaza de Catalunya. Lo publicitaron abundantemente en los medios, pusieron autobuses para traer gentes de otras provincias y encima regalaban paraguas con los colores borbónicos. Pero no llenaron la plaza. Las diferencias de cálculo de asistencia son irrelevantes. Da igual que fueran veinte o treinta mil. Nada, comparado con los cientos de miles, millones que arrastran las convocatorias de Diada. No hay ni color. Lo de la Plaza de Catalunya ha sido un bofetón grandioso de la mayoría silenciosa. España tiene poco tirón en Cataluña.

En donde no hubo silencio fue en la concentración/provocación de los grupos fascistas y falangistas en Montjuic, en un acto de bravucones para quemar banderas esteladas, protegidos por los mossos d'esquadra. Ya se sabe que los nacionalistas españoles que se dicen civilizados, por ejemplo, los del PP, no quieren que se identifique su nación con la de estos bestias. Pero algo así es inevitable porque además de hablar un lenguaje parecido, en el PP no son infrecuentes manifestaciones de fascismo, franquismo o falangismo: nuevas generaciones, alcaldes de aquí o allí, concejales, algún diputado muestran esa vinculación sin que el partido haga nada por eliminarla. La presencia de estos energúmenos hizo flaco servicio a la nación por la que dicen estar dispuestos a sacrificar sus vidas y quizá también las ajenas, aunque sin decirlo. Por cada docena de fascistas en Montjuic quemando los colores catalanes y hablando de los "putos catalufos" salen cientos de independentistas.

Pero eso es Cataluña, territorio díscolo. En donde se festeja a modo la nación española es en Madrid, capital del imperio. ¿En dónde, si no? En Barcelona es impensable. Ver el ejército desfilar por la Diagonal seguramente se entendería bastante mal y es muy probable que no fuera nadie a presenciar el desfile. Bien es verdad que ayer tampoco había mucha gente en el paseo de Recoletos y el Prado. Algo más en la plaza de Neptuno que, en realidad, es de Cánovas del Castillo, en feliz coincidencia nacional. Y eso de aguantar a pie firme el marcial desfile de los bravos soldados, la maquinaria de guerra, las armas y hasta la inevitable cabra de la legión, no es algo que encienda en los madrileños el fervor patrio. El propio presidente del gobierno que hoy viste el cargo ante las tropas, consideraba hace unos años que el desfile era un "coñazo".

Un desfile militar en Madrid que, según parece, ha costado 800.000 euros, sin contar los aviones. Registrando en la memoria de Palinuro, encuentro un apunte del 12 de octubre de 2010 titulado El día nacional: la fiesta de la Hispanidad que habla de este asunto de los desfiles militares. Es un modo absurdo, casi estrambótico, de celebrar el día de una nación que no ha ganado una sola guerra internacional de alguna entidad hace más de doscientos años. Franco le daba mucha importancia, pero porque había ganado una guerra civil. Por eso el desfile se llamó siempre "desfile de la Victoria". ¿Cuál es hoy la victoria? ¿Sobre quién? Esta parada militar es un anacronismo absurdo y un dispendio. Propio de un país empeñado en fingir lo que no tiene: una conciencia nacional compartida.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

Una de las dos Españas.

Miguel Candelas Candelas (2014) Cómo gritar viva España desde la izquierda. Estrategia para el combate político. Madrid: Bubok. 217 págs.
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El tema de la temporada es la llamada "cuestion catalana" que, en realidad, es la "cuestión española". El debate inunda las redes, abunda en la prensa, se ha adueñado de las librerías. En los próximos días reseñaré algo de la producción al respecto. Y como la cuestión catalana es la cuestión española, empezaré con este trabajo dedicado a la sempiterna cuestión del ser de España.

Cómo gritar... es obra de una joven promesa que inicia ahora su carrera académica con tanto mérito como compromiso politico. La prueba es que el libro es una autoedición. Adelanto que Palinuro siente gran afinidad con su planteamiento general y el radicalismo de su perspectiva. Su objetivo, explícito en el título, es argumentar en favor de un nacionalismo español de izquierdas. Como nacionalista español de izquierdas, este crítico se siente interpelado y expone sus coincidencias y discrepancias con el autor.

Ante todo, un pequeño mapa del terreno. Hay un nacionalismo español de derechas, hegemónico, cuya forma más acabada es el nacionalcatolicismo, hoy tan vivo como ayer, en tiempos de Franco; tan vivo como anteayer, en los de Menéndez Pelayo; tan vivo como trasanteayer, en los del Empecinado. Coincido con Candelas en que este nacionalismo que, en el fondo, es antinacional, es la rémora principal para el avance y progreso de España. Incluso se queda corto. Es el principal responsable, no un mero freno al desarrollo, de la decadencia de España, de su agónico estado, de su posible ruptura. Luego, hay un nacionalismo español de izquierdas y en su tratamiento discrepo del autor. Para él, este nacionalismo existe, ha sido derrotado varias veces, pero tiene consistencia aunque, últimamente, se ha dejado imponer los símbolos de la nación de la derecha, el himno, la bandera, el nombre de España y la idea de Patria. De lo que se trata es de devolver a la izquierda el orgullo de sus símbolos, tan nacionales como los de la derecha, el himno de Riego, la bandera tricolor, otra idea de España y de Patria, una idea no oligárquica, clasista y autoritaria sino popular, democrática y liberal. Un poco al modo de Gramsci, de lo que este llamaba lo nacional-popular.

Mi punto de discrepancia es que ese supuesto nacionalismo de izquierdas, o liberal o progresista, que muchos autores de estas orientaciones también dan por descontado, aunque algunos reconozcan que no ha conseguido casi nunca ser hegemónico, en el fondo, no es distinto del de derechas, el nacionalcatólico y, llegado el caso, hace causa común con él. El PSOE actual es monárquico, su bandera es la rojigualda y hasta la fecha ha aceptado sin rechistar el punto esencial del nacionalcatolicismo, el que verdaderamente interesa a la Iglesia, esto es, su financiación directa e indirecta con cargo al erario público. Es verdad que estos tres asuntos no están exentos de controversia en el socialismo, que en sus manifestaciones suelen verse banderas republicanas y muchos piden la separación de la Iglesia y el Estado. Pero hay un aspecto decisivo en el que el socialismo y otras fuerzas de la izquierda española se fusionan literalmente con el nacionalismo nacionalcatólico, sin fisuras, y es la cuestión de las naciones no españolas en España y su derecho de autodeterminación. Ahí se hace realidad el famoso dictum de que lo más parecido a un nacionalista español de derechas es un nacionalista español de izquierdas. El derecho de autodeterminación es la prueba del nueve del izquierdismo de un nacionalista.

Así, según Candelas, el nacionalismo español de derechas es hegemónico y "nos ha robado la Patria" (p. 43). Y todo el libro, por cierto, muy bien escrito, en un estilo directo, fresco y culto al tiempo, es un intento de argumentar su recuperación, la recuperación de la Patria española de izquierdas. Frente a esto, detecto tres posibles posiciones: a) quienes dicen que la cuestión es irrelevante porque la izquierda es internaconalista y huye de las patrias; b) quienes dicen que es cuestión de ponernos de acuerdo, de encontrar un terreno común de diálogo y construcción nacional; c) quienes creen que hay materia para articular un nacionalismo español de izquierdas, genuino, progresista, demócrata, etc. El primero me parece una bobada hipócrita, el segundo una muestra de apocamiento. Solo el tercero me interesa. Pero volverá a aparecer la discrepancia. El nacionalismo español es, sobre todo, nacionalcatolicismo y, si la izquierda quiere hacer algo con él, tiene que ajustar cuentas de verdad con el catolicismo y su estúpida pretensión de identificarse con la nación española que es el fondo real del nacionalcatolicismo. Mientras no lo haga, no conseguirá nada. Y mi idea es que no solamente no se ha conseguido tal cosa nunca en la historia de España, salvo los paréntesis de las dos repúblicas, sino que, a día de hoy, la izquierda es solo algo menos nacionalcatólica que la derecha. Gentes como Bono, Jesús Vázquez, Teresa Fernández de la Vega son tan nacionalcatólicos como Escribá de Balaguer. ¡Si hasta el candidato  de izquierdas a secretario general del PSOE en las pasadas primarias, Pérez Tapias, es católico! Cómo pueda hoy un filósofo ser católico me supera, pero allá se las componga. Pero decir que se es de izquierdas y católico en España, simplemente es absurdo. Incluyo todos esos rollos de los "verdaderos" católicos, los del pueblo, el alma evangélica y otras fábulas que son como las de la "verdadera" izquierda, la transformadora y radical.

Además de bien escrito, el libro de Candelas es solvente y está documentado. Analiza el fenómeno nacional, distingue tres ideas de nación, la étnica, la cívica y la que llama nación-plebe, que debe ser la de la izquierda (p. 66) y pasa luego a estudiar cómo armar un relato histórico que nos devuelva nuestra querida Patria española no contaminada con la sangre y la bestialidad del nacionalcatolicismo. Es la parte más endeble del libro porque en 85 páginas pretende elaborar un relato nacional español en clave progresista, liberal, izquierdista. Lo hace apelando a la misma mitología que el nacionalismo español más retrógrado. Obviamente no porque coincida con él, sino con la intención de substituirlo en su línea argumental. Eso es un error. No es verdad que haya nación española desde los tiempos del Imperio romano, ni con los godos de Recaredo, ni con la llamada "Reconquista". El resto de la fábula sigue este tenor y hasta singulariza los nombres de supuestos héroes en la lucha por la libertad en la idea de que los de izquierdas simpatizaremos con ellos como los de derechas con Guzmán el Bueno o Moscardó. Otro error. En la izquierda miramos la historia de otra forma. La intención es buena, no obstante, y un repasito aleccionador y edificante de la del país no hace mal a nadie. Pero tampoco sirve de mucho. La historia de España no existe. Existe la historia de las dos Españas: la dominante y la dominada. La de la izquierda es la dominada y, a fuerza de derrotas, ha acabado creyendo que su posibilidad de supervivencia consiste en sumarse a la dominadora a cambio de uno afeites y maquillajes. Lo que se hizo en la Transición. Lo que se está haciendo ahora mismo. Sánchez es un nacionalista español que rivaliza con Rajoy en su amor a una España unida de grado o por fuerza. Lo demás son aditamentos. Una persona de izquierdas, sin embargo, en mi modesta opinión, no puede aceptar una nación que obliga a otras a formar parte de ella a la fuerza. Si no lucha por la libertad de esas otras naciones y su derecho a decidir aun en contra de los intereses de la propia nación, no es de izquierdas. Y ese es el problema en España. No hay una cuestión catalana, no; hay una cuestión española.

La última parte del libro es un prontuario de recomendaciones que suscribo en su mayoría, aunque no estén muy bien organizadas en criterio clasificatorio. Frente al nacionalcatolicismo reaccionario, monárquico, vendepatrias y autoritario, Candelas propone varias ofensivas: 1ª) republicana; 2ª) federalista; 3ª) laica; 4ª) soberana; 5ª) anticolonial -Gibraltar-; 6ª) bandera tricolor. La 6ª y la 1ª son la misma y la 5ª y la 4ª, también. Al grano: el sector mayoritario de la izquierda, el PSOE, se ha hecho dinástico. El federalismo de Candelas es más audaz que el del PSOE (que lo esgrime sin convicción) pero, aunque él lo argumenta con más audacia, llegando a reconocer el derecho de autodeterminación, cosa que lo sitúa en la misma exigua minoría en que se encuentra Palinuro, lo matiza con un llamamiento al "término medio" (doctrina por la que Palinuro no siente simpatía alguna) entre el "centralismo social liberal de Bono" y una extrema izquierda postmodernista "que niega la idea de España" (p. 177). Y este es el centro, el meollo mismo de mi discrepancia con este excelente libro: no hay más idea de España que la nacionalcatólica, compartida en el fondo por derechas e izquierdas españolas. Negarla es lo único sensato que cabe hacer. ¿Creemos que puede haber otra idea -y realidad- de España? Demostrémoslo: reconozcamos el derecho ajeno a separarse de ella. A partir de aquí podremos empezar a forjar otra idea y realidad de España que está por hacer y, como está por hacer, no existe aún y no será fácil conseguirla. La prueba es que hasta en una obra tan interesante como esta se postula una idea de España como realmente existente aunque subyugada por la hegemónica y que lucha por emerger. Falso. Esa idea de España de izquierdas está por hacer. No cabe recuperarla porque nunca ha sido, excepto en los breves años de la II República.