dimecres, 4 de febrer del 2015

Un mundo lleno de santos.

José Miguel Marinas (2014) El poder de los santos. Valor político de las imágenes religiosas. Madrid: La Catarata (158 págs.)
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Interesante libro sobre un tema que, no por tratado, pierde interés. Al contrario, lo gana cuando se le aportan nuevos enfoques, cosa inevitable en algo tan vasto a nada que el interpretante peirceano, que Marinas sitúa en el comienzo de este viaje semiótico, tenga algo que decir. Si de decir se trata, el autor trae el zurrón lleno. Y, por cierto, en un estilo muy personal, de notable originalidad, de referencias cruzadas, como al desgaire, que el lector va encontrando aquí y allá como ventanas que se abrieran y cerraran de pasada. Un estilo hecho de complicidades y sugerencias que lo obligan a mantenerse alerta y no dejarse adormecer por una narrativa que, por resultarle quizá familiar, pudiera arrullarlo.

No es una obra de lectura fácil y quienes busquen un  prontuario o vademécum al estilo de los años cristianos o las leyendas áureas en la tradición del bendito Jacopo da Voragine tendran que desistir ya en las primeras páginas. Quienes, al contrario, busquen originalidad, novedad y frescura, verán recompensados sus esfuerzos.

La actitud de la Iglesia cristiana en sus primeros siglos frente al culto a las imágenes fue oscilante entre la iconolatría y la iconoclastia, cuestión decidida finalmente en el Concilio de Nicea (787) que condenó la iconoclastia, uno de los vestigios del monofisismo previamente condenado en el de Calcedonia (451). Desde entonces hasta hoy, la Iglesia ha ido acumulando santos de los que se cuentan actualmente, según Marinas, unos 10.000 (p. 41), lo cual implica un inmenso caudal iconológico al que podrían dedicar sus vidas, de hecho así sucede, cientos de hagiógrafos  pero también investigadores con un espíritu secular, como el autor de la obra, en diálogo con las cuestiones mundanas o, más exactamente, políticas. No es que sea un tratado sobre la relación entre el poder (y, por ende, el conflicto político) y los santos, pero se le acerca. Marinas se detiene especialmente en cinco aspectos del tema: los patronos, las reliquias, los niños jesuses, el corazón de Jesús y la historia de Cristo Rey y la cuestión de la religión y el consumo.

Tratándose de la relación entre imágenes religiosas y políticas, la referencia a los patronos es obligada. En Occidente todos los Estados aparecen amparados por alguna potencia celestial: España, Santiago Apóstol; Francia, San Luis; Alemania, el arcángel San Miguel; Inglaterra, San Jorge, como Cataluña, etc. Si alguien señala que los Estados Unidos no tienen santo patrón, debe recordar que  con una hybris que muchos considerarán típicamente americana, el país se sitúa bajo la protección de Dios mismo, patrón de patronos. Así queda reflejado en el emblema de los billetes de dólar, In God we Trust. Poner la moneda bajo la protección del Dios tiene su tela. Incidentalmente, la autora de culto neoliberal, Ayn Rand, atea neitzscheana y militante, se hizo enterrar poniendo en la lápida como imagen, un dólar en lugar del habitual crucifijo o el sagrado corazón en llamas o el compás masónico. No debió de ocurrirsele que, al poner el dólar, estaba situándose bajo el amparo del Dios que rechazaba.

Quien dice Estados, naciones, dice jerarquías, organizaciones, cauces del poder en todas sus manifestaciones. Biopoder. Los santos patronos se multiplican. Marinas se detiene aquí y allá en algunos para nuestro solaz. Santa Bárbara, patrona de los mineros  (p. 45) cuya leyenda, por cierto, trae a la memoria la de Dánae, aunque obviamente con muy distinto alcance.  San José, patrono de los carpinteros. Santa Apolonia, de los dentistas, relación de patronazgo derivada más de su condición de paciente que de profesional. Cosme y Damián, de los médicos, que no en balde la dinastía dominante en Florencia, se llamaba de los Medici, razón por la cual abundaban los Comes y Damianes.
 
De los santos, sus huellas y las más frecuentes, las reliquias. Al autor le falta tiempo para reconocerlas como fetiches y recordar la audacia de Karl Marx en su tratamiento del fetichismo de la mercancía (p 53), una expresión que no ha hecho sino mostrarse más y más pertinente con el paso del tiempo, aunque moleste reconocerlo, por la fuerza que tiene para explicar comportamientos colectivos cotidianos. Basta ver la moda de la marcas. Su equivalente individual procede del uso freudiano también mencionado por Marinas, aunque no hasta sus últimas consecuencias, que no pueden ser sino conjeturales. Pero muy reales. Una visión a lo diablo cojuelo de Vélez de Guevara, de lo que las apariencias ocultan a la vista, nos mostraría la importancia del fetichismo en las relaciones humanas, sobre todo las relaciones de poder, que tantos aspectos sadomasoquistas muestran.  El genocida Francisco Franco se hacía acompañar a todas partes, al parecer, por el brazo incorrupto de Santa Teresa. Hace falta estar literalmente para los cochinos para hacer algo así.

Las reliquias están en el corazón mismo de la simonía y otras prácticas nefandas de la Iglesia que acabaron produciendo la Reforma. Al ser su compraventa lucrativo negocio, era lógico que acabaran acumulándose e inundando los mercados por la misma razón por la que hoy no hay vendedor callejero que no te ofrezca un nummulites de cincuenta millones de años por dos cuartos. En algunos casos, la acumulación, a diferencia de lo que sucede con los fósiles, efectivamente muy comunes, mueve a risa por su naturaleza misma. Es imposible determinar cuántos santos prepucios andan rodando por las iglesias de Europa y América y, en cuanto a las reliquias de la Crucifixión, los trozos de madera de la cruz, el lignum crucis (p. 81), Eça de Queiroz, creo recordar, aseguraba que se podría llenar un navío con ellos.

El capítulo dedicado a los niños jesuses es un verdadero hallazgo porque no suele tener tratamiento iconográfico independiente fuera de la imagen habitual de la Virgen con el Niño, que domina toda la imagineria católica hasta el día de hoy. Sin embargo el niño aislado, independiente, como adelanto o personificación diminuta del Cristo adulto, el pastorcito que aparece ya en las imágenes más edulcoradas de Murillo, tiene una gran importancia en el  mundo católico y un destinatario muy claro en la familia cristiana (p. 83).

El Niño Jesús goza de amplísimo arraigo en la cultura popular por razones evidentes que, por cierto, también están oscuramente relacionadas con el fetichismo si bien este crítico no quiere ser malévolo y remite sinceramente a la recomendación de San Mateo de hacerse como niños para entrar en el reino de los cielos. Entre tanto, aquí en la tierra, las devociones infantiles son numerosísimas y están llenas de ejemplaridades. El autor detecta  y comenta el santo Niño de Atocha en España y América, el Niño Cebú en Filipinas, el Divino Niño en Colombia, el Niño Jesús Cieguito, el Niño Jesús Doctor o el Niño Jesús Cubanito, una verdadera legión celestial que tiene el limbo en ascuas.

Más político y militar (o militar a fuer de político) es el capítulo sobre la devoción al corazón de Jesús, un legisigno peirceano (p. 117), cuya devoción se inicia con su aparición y mandato a Santa Margarita de Alacoque (p. 121) a la que hizo portentosas revelaciones. Milagroso, sí, pero, aunque parezca contradictorio, muy lógico y de esperar, teniendo en cuenta que el confesor de Margarita era San Claudio de la Colombière, perteneciente a la Compañía de Jesús y que venera en grado sumo el corazón de aquel a cuya defensa se ha consagrado.

Si el Corazón de Jesús es el símbolo de la orden religiosa con espíritu militar consagrada a su mayor gloria, lo natural era que, de pura víscera, pasara  a configurarse como Cristo Rey, a quien todos los creyentes y poderes de la Tierra deben someterse, como quiere la disparatada encíclica Quas Primas, de aquel fanático, Pío XI, según la cual "el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no solo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes" (. p. 131). De este dislate teocrático derivan directamente la estatua de Cristo Rey del cerro Cubilete en Guanajuato, México y la del cerro de los Ángeles en Madrid, que para tanta leyenda ha dado (p. 126). Así que si a alguien ha llamado la atención el grado de imbecilidad y barbarie que exhiben los llamados "guerrilleros de Cristo Rey" o "legionarios de Cristo Rey", ya sabe a dónde mirar.

El último capítulo, quizá el menos trabajado y un poco escrito a vuelapluma sobre un tema que carece de límites como es lo santo y el consumo (con nuevos ecos fetichistas) tiene, sin embargo, un muy feliz acierto al traer al recuerdo esa extraña reliquia que es el autoicono de Jeremy Bentham, conservado en una vitrina en el University College de Londres (p. 150), algo parecido a la idea de la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética de preservar para la posteridad la momia de Lenin en la Plaza Roja, convertido en lugar de respeto, culto y peregrinación de los rusos, lo que le da ese uso de "mercado de lo santo" (p. 155) si bien, al tratarse del revolucionario marxista, firme defensor del materialismo, el asunto tiene su ironía.

Un libro erudito, a veces difícil, pero muy interesante.

Esto es lo que hay.

Ese pacto necesitado de "buena" explicación ha servido para que ayer todas las portadas de los periódicos trajeran la foto de los dos líderes en ese momento histórico y no los gráficos del paro, con un aumento de este de 78.000 personas en enero, que es la noticia importante, la que desmiente rotundamente la propaganda del gobierno sobre la salida de la crisis.

¿Qué hay que explicar de este pacto perfectamente inútil y cuyo contenido quiere anular uno de los firmantes por medio del Tribunal Constitucional? Nada salvo que se trata de un intercambio de legitimaciones: la oposición mayoritaria legitima a un gobierno con el índice de aceptación popular más bajo de la historia y el gobierno legitima como su alter ego a una oposición que siente el aliento de los galgos de Podemos en su cogote electoral. ¿Quién gana más? El tiempo lo dirá. De momento queda abierta la hipótesis de la gran coalición como se demuestra por el interés de los barones en que se repudie expresamente. Y, por supuesto, para el gobierno, el pacto ya ha cumplido su función esencial: que los socialistas ayuden a ocultar a la opinión pública los desastrosos datos del paro y, al contrario, prediquen como doctrinos la patraña de la recuperación económica. Hace falta ser tonto. Hubiera bastado una demora de 24 horas para que todo esto quedara en evidencia.

Pasadas las elecciones griegas Sánchez explicó, por si había dudas, que "Grecia no es España". Quizá quisiera decir que el PASOK no es el PSOE. Y no lo es. O no debiera serlo. El PASOK oficial se quedó en un 4,2% del voto y la escisión de Papandreu ni siquiera consiguió representación parlamentaria. El PSOE, en cambio, aspira a mucho más; a la mayoría. O eso dice. Pero le aterra la perspectiva del PASOK. Y los rumores en la corte sobre el próximo barómetro del CIS apuntan en esa dirección descendente. El pase a la irrelevancia.

¿Es justo? El PASOK se fundó en 1974. El PSOE es más que centenario, el partido más antiguo de España y ha sido esencial en diversos momentos de su historia. Fue importante en el último decenio de la Restauración, durante la dictadura de Primo, en la IIª República, con abundancia de ministros y hasta presidencias del gobierno, por supuesto en el exilio, ha tenido el gobierno más prolongado de la segunda Restauración y ha repetido más brevemente en las legislaturas de Zapatero. En tan larga vida hay luces y sombras más o menos admitidas por unos y otros. El balance de los gobiernos de la segunda Restauración, globalmente positivo para Palinuro, aunque las sombras se hicieron tinieblas en la segunda legislatura del Zapatero y, con ellas, el PSOE pareció haber perdido el Norte.

Además, llegó la crisis y lo desbarató todo. Con la crisis, el 15M y del 15M, directo, Podemos. Una sacudida tremenda del hasta entonces plácido sistema de partidos, que enfilaba como enemigo el bipartidismo. La crítica, sin duda, era a los dos partidos dinásticos pero el que se resiente más es el PSOE. La prueba, el PP mantiene la base de sus votantes mientras el PSOE teme la desbandada de los suyos.

La crítica al bipartidismo, al ignorar a IU, tuvo el efecto colateral probablemente no querido de dinamitarla. Y con IU va otro histórico, el Partido Comunista, por cuyo futuro nadie apuesta gran cosa. Al final, la candidatura de convergencia popular de Madrid contará con Podemos o no, pero, si no lo hace, se formará por su cuenta con Ganemos, Equo y los escindidos de IU de Madrid, que han procedido a quemar sus naves para evitar todo retroceso, como Juliano el Apóstata en la guerra persa. Esto tiene su miga y merece la pena seguirlo, pero la bronca en firme viene por el lado del PSOE.

En efecto, ¿por qué se hundió el PASOK? Porque se achantó ante la troika y se comió su propuesta de referéndum. Inútilmente porque, al final, el referéndum se ha celebrado en forma de elecciones. Lo mismo que pasa en Cataluña: se impide el reférendum de los catalanes y estos no solamente hacen uno oficioso el 9N sino que ahora tienen otro convocado en forma de elecciones en septiembre. Y el PASOK se hundió. Y subió Syriza, que son los del referéndum y, mira por donde, no cediendo, sino envidando fuerte, Bruselas se ablanda, la Troika se disuelve en humo verde como la bruja mala del Oeste del Mago de Oz y puede llegarse a una solución satisfactoria, un win-win, que celebra hasta la bolsa.

Todo esto habla a favor de Podemos, la Syriza española, y en contra del PSOE que no será el PASOK pero cedió igual que él con la reforma del art. 135 y la convocatoria de elecciones anticipadas en lugar de someter el asunto a referéndum. Aquí eso ni se mencionó. La pasokización del PSOE es una posibilidad. Justa o injusta es cosa de juicio de parte.

¿Cómo puede evitarla? En principio parece haber dos vías, lo cual es molesto, porque es fuerza elegir. O el PSOE se orienta al centro o se orienta a la izquierda. Si se va al centro hace bien en firmar acuerdos con el Gobierno, cuantos más, mejor. Y en hacerse fotos con el poder. Pero corre el peligro de que lo confundan no con un aliado sino con un rehén y sus votos sigan yéndose bien al PP, que es the real thing o a Podemos, seducidos por su melopea populista del ni izquierda ni derecha.

Si se va a la izquierda hace bien en seguir por las asambleas abiertas en mangas de camisa, predicando el retorno del Estado del bienestar como la segunda venida del Mesías, cuando todos los derechos y libertades difuntos resucitarán a la voz de la Justicia. Pero corre el riesgo de no resultar verosímil frente a un discurso más radical de Podemos que, además, tiene una actitud frente a Europa más estilo Syriza, esto es, triunfante.

Son ventajas e inconvenientes. Y la elección, inevitable. Lo que no conviene es tener a Pedro Sánchez predicando la izquierda puño  en alto en Valencia el domingo, e identificando al PP como el "adversario", y firmando un pacto inútil, innecesario e inconstitucional en La Moncloa con el gobierno del PP el lunes. Parece una forma de disociación patológica de la personalidad.

Hay, sin embargo, algo que el PSOE puede y debe hacer tanto si opta por presentarse como partido de centro como de izquierda y es tomarse en serio su tarea de oposición. Oposición a un gobierno que carece de legitimidad (no de legalidad, desde luego) de origen y de ejercicio. Sobran motivos para presentar una moción de censura. Se pueden firmar pactos y presentar una moción de censura. Se puede formular un programa de izquierda y presentar una moción de censura. Censurar es un deber de una oposición a la que no se permite el ejercicio de su derecho a controlar, pedir rendición de cuentas y exigir responsabilidades.

Es también lo único que puede hacer el PSOE sin temor a que le gane Podemos.

Quizá por eso no lo hace.

dimarts, 3 de febrer del 2015

Gestas y gestos.


Acabar con el terrorismo etarra fue una gesta de la sociedad española, que lo había heredado del franquismo. Costó treinta y cinco años y muchos muertos pero, al final, las instituciones democráticas, con todos sus defectos, y duramente puestas a prueba, lo consiguieron. Fue una gesta colectiva en la cual la sociedad tuvo que madurar. También de los políticos. Aunque, como siempre, no de todos por igual. Los socialistas entendieron siempre que lo básico era la unidad de las fuerzas democráticas y por eso propusieron, lo hizo Zapatero, el primer pacto antiterrorista, el Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo en 2000. Los populares no lo querían y, con su habitual inteligencia, el señor Rajoy lo calificó de conejo que se saca de la chistera Zapatero. A pesar de todo, firmaron porque estaban en el gobierno y podían rentabilizarlo. Con protestas y abstenciones de otros grupos (a veces muy puestas en razón), pero firmaron.

Lo cual no impidió que, cuando la derecha pasó a la oposición, utilizara siempre la lucha antiterrorista como arma para desgastar al gobierno. El mismo señor Rajoy llegó a acusar a Zapatero de traicionar a los muertos y revigorizar a ETA moribunda a cuenta de su política antiterrorista, exclusiva competencia suya que los demás debían respetar. A pesar de la falta de colaboración e incluso el boicoteo de la derecha, el terrorismo etarra acabó durante el gobierno de Zapatero, quien tuvo el buen gusto de no reclamar para sí solo el mérito. Lo hizo gracias al tesón del ministro del Interior, Rubalcaba, quizá el mejor del ramo que haya habido en España.

Fue una gesta y fue obra de tod@s.

Lo de ayer fue un gesto y fue obra de dos.

Exactamente, ¿qué han firmado estos dos? Nadie lo tiene muy claro. Algunos dicen que un nuevo pacto antiterrorista. ¿Para qué, si ya hay uno? Otros que una renovación del existente o, incluso, uno nuevo en contra del nuevo terrorismo yihadista. Y ¿en qué consiste? En endurecer las penas por terrorismo y en reintroducir la cadena perpetua con un subterfugio lingüístico al estilo de la neohabla gallardoniana.

Como los socialistas están en contra de la figura, dicen que firman pero recurren la perpetua al Tribunal Constitucional. Al tiempo han obtenido la promesa del PP (por lo que pueda valer) de no oponerse si en el futuro la condena revisable es derogada. Subterfugio sobre subterfugio para justificar un gesto de contenido simbólico: estamos unidos frente al terrorismo. Lo dijo Rajoy, el mismo que llamaba al pacto antiterrorista por el que ahora daría la vida, el conejo de la chistera de Zapatero.

Estamos unidos frente al terrorismo. Pero si no hay terrorismo y el llamado yihadista aun no se ha materializado. Es igual, razonan los socialistas, tenemos que dar imagen de ser partido con sentido del Estado. Tenemos que firmar pactos de Estado para demostrar que somos estadistas y no perroflautas acampados en Sol. Aunque sea a costa de hacerle el juego a la derecha, sabiendo que el sentido del Estado de esta es inexistente ya que solo mira por sus intereses de partido y en los bolsillos. Es un gesto, desde luego. Absolutamente estúpido.

Su explicación está en la herencia de Rubalcaba quien, preso del síndrome del Coronel Nicholson en el Puente sobre el río Kwai, está dispuesto a sacrificar su objetivo estratégico por conservar su obra, aunque esta, como es el caso ahora, ya no sirva para nada salvo para legitimar un gobierno que ha perdido todo justo título a seguir gobernando.

El PSOE debiera haberse librado de esa tutela paralizante. No hay nada que pactar con un gobierno que ha roto todos los consensos, faltado a todas las promesas, dinamitado todos los puentes, ignorado la institución parlamentaria, manipulado los medios de comunicación, interferido en la acción de la justicia, legislado en contra de la ciudadanía, recortado o suprimido sus derechos, amparado, encubierto la corrupción y provocado un conflicto territorial de consecuencias imprevisibles.

Al contrario. Hay que marcar las distancias. El domingo, Sánchez daba pruebas de una nueva resolución, un nuevo estilo que todos detectaron: somos socialdemócratas, somos de izquierda, no hablamos de Podemos, nuestro adversario es el PP. Y lo primero que hace al día siguiente es firmar un pacto con su adversario. Bueno, pero hay "líneas rojas". Los socialistas llevan días hablando de líneas rojas, pero solo para saltárselas. Como los enfermos de alguna adicción, que se ponen plazos y límites para no respetarlos. Y ahora vienen con un harapiento gesto de estadistas cuando en realidad son comparsas de la escenificación gestual de la derecha. Si de verdad quieren trazar una línea roja presenten ya una moción de censura. Es insólito que no lo hayan hecho. Pero no lo harán. ¿Por qué?

Porque el mensaje no es estamos unidos contra el terrorismo, sino estamos unidos. Punto.

Gesto eres y en gesto te quedarás. En nuestra época la imagen cuenta mucho. El Sánchez que anunciaba el cambio de actitud e identificaba al adversario no llevaba corbata, al estilo de los nuevos políticos, los de Podemos o los griegos de Syriza. El Sánchez que firmó el pacto con Rajoy llevaba corbata. España no es Grecia. En España, los estadistas llevan corbata cuando hacen gestos.

Luego, al mezclarse con la gente de la calle, a la que se puede decir cualquier cosa, ya no hace falta.

Luego, ya tal.

dilluns, 2 de febrer del 2015

Disputare aude!


Leo que Pedro Sánchez cambia de discurso, estrategia y asesores. Hace muy bien porque los anteriores, quienes fueran, lo estaban llevando al desastre. Los nuevos parece que traen ideas nuevas.

Pero no lo suficiente. Si rompe, que rompa de verdad.

Sánchez concentra su discurso en criticar el de Rajoy. Y lo hace a distancia, al estilo tradicional de esta política de hipócritas, mequetrefes y cobardes instaurada por el presidente del gobierno que, como no sabe hablar, ni leer, ni decir nada con un mínimo de dignidad que no sea mentira, prefiere el plasma, el monólogo, el silencio o las alusiones a otros a distancia, durante las inauguraciones de la fiesta del pepino. 
 
Pero si Sánchez quiere cambiar realmente, además de atender a las alusiones de corrala, debe escenificar su ruptura. Ese nuevo pacto, firma, acuerdo o chanchullo es un disparate suicida. Rompa ya con la corrupción. Presente una moción de censura de una vez y ponga fin a esta farsa de un gobierno que no gobierna y un legislativo que no legisla porque están todos concentrados en ver cómo salvan al sobresueldos de su horizonte judicial. Lo único que Rajoy tiene ya que decir es cuándo se va. Y, aunque parezca imposible, sin mentir.
 
Sánchez no puede ignorar a Podemos. Simularlo luego de haberle copiado con el mismo descaro con que Podemos ha copiado a otros, demuestra debilidad y atolondramiento. Ignorar a quien te interpela directa a indirectamente es tan perjudicial como pasarse el día hablando pestes de Pablo Iglesias.
 
Ni pestes ni rosas. Quede con él en un debate abierto en la televisión. Vayan los dos a un programa sin más condiciones previas que las de la buena educación y el juego limpio. ¿No son ustedes políticos de la nueva generación, cercanos a la gente? ¿No abominan ambos de la falsedad, el acartonamiento, la mentira institucionalizada que representa Rajoy y toda la vieja política? ¿No piensan que la política debe ser intercambio civilizado de propuestas por el bien común, defendidas públicamente para que un electorado mayor de edad y crítico pueda optar informadamente?
 
Si ese debate televisado Iglesias - Sánchez se produjera alcanzaría una audiencia sin precedentes y tendría una importancia inmensa. Algo parecido al famoso debate Kennedy/Nixon aunque en otra escala. Abriría una época y dejaría a Rajoy descolocado en el rincón de las antiguallas porque, aunque quisiera, no podría hacer lo mismo por falta de categoría. Ese sería el signo obvio de cambio de época y de que el PSOE tiene algo que pintar en ella.
 
Atrévase a debatir, hombre. No pasa nada. Ambos saldrán fortalecidos y quién sabe si amigos.

Overkill.


Dicho está: el éxito de Podemos es incuestionable pues todo el mundo habla de ellos. Son noticia hasta cuando no lo son. Uno de los rasgos señalados por los periodistas que han cubierto la Convención del PSOE es que Sánchez no se haya referido a Podemos. Todo el mundo habla de ellos, pero no todos dicen lo mismo. Probablemente un tercio los odie (los votantes del PP), otro tercio los admire (los de Podemos) y el otro los envidie pues los odia y los admira al mismo tiempo (los votantes del PSOE).

No sabemos cuánto durará este terremoto, pero, mientras dure, tendrá efectos dramáticos. En el post de ayer Palinuro recordaba los dramas familiares de Ibsen. Hemos visto llorar a lágrima viva a Cayo Lara, un dirigente bregado en mil luchas, y ahora lo vemos casi grogui, abrumado, desfondado por el problema al que se enfrenta. IU de Madrid se escinde irremediablemente por el efecto sifón de Podemos y el conjunto de la organización hace aguas como un galeón español acosado por los bucaneros. En términos de mercado, siempre fríos, es poco probable que la marca IU resista. El problema viene después, cuando el Partido Comunista, a su vez, tenga que adoptar una decisión entre dos amargas formas de irrelevancia: en solitario o compartida.

Podemos tiene overkill. Me gusta el término. En una palabra se concentra algo que en español suena confuso: exceso de capacidad mortífera. La idea es clara. Podemos ha entrado en IU como un elefante en una cacharrería. Ignoro si Anguita, de probada lealtad a la organización, saldrá en defensa de los cacharros rotos. Podría hacerlo si estos cacharros tomaran vida como en un cuento de Andersen.

Con su antiguo rival comunista prácticamente desmantelado, el PSOE trata de resistir el overkill de Podemos recabando los viejos principios y cerrando filas. Veremos si lo consigue. Cuentan los mentideros entre asustados susurros, que el próximo barómetro del CIS trae las advertencias del banquete del Rey Baltasar, Mane, Tekel, Fares o "tus días están contados".

La España negra.

Rajoy no acepta la España negra que pintan los adanes. España es una gran nación y una gran nación no puede ser negra. Menuda chafarrinada. Tiene que ser azul celeste; o celestial, más apropiado. El hombre sigue leyendo sus discursos y al que se los escribe le falta fuelle. ¿Cómo que pintan una "España negra"? Eso es muy flojo. Acúseles directamente de ser los propaladores de la leyenda negra. Venga, son la Antiespaña de la señora Aguirre que cada vez se parece más a Millán Astray. Total para el nivel del debate, tanto da.

La España negra es otra cosa. Si alguien viene pintándola es de casa seguro. La negrura es tan consustancial a España en los últimos doscientos años que la expresión España negra suena redundante. Desde siempre la pintura es tenebrista. Ribera y Zurbarán lo son y, de Goya en adelante, predomina el negro. Zuloaga, Gutiérrez Solana, que pintaba expresamente la España negra. En la literatura romántica, la negrura de España se redobla con la propia del estilo y, al pasar este se mantiene en el modernismo. Las Comedias bárbaras, de Valle-Inclán, son España negra, como lo es el cine de Buñuel y el de Berlanga; como la literatura de Cela.
 
España es la España negra, así que los de Podemos pintan lo que hay. Lo que ha habido siempre. En 1899 -año siguiente al del desastre- el poeta belga Emile Verhaeren y el pintor español Darío de Regoyos publicaban un curioso librito al alimón con textos del uno e ilustraciones del otro titulado España negra. Es un viaje de ambos por distintos puntos de España y el ánimo que trasmite el del siguiente apunte de uno u otro sobre El Escorial: "Inolvidables aquel crepúsculo de sangre y aquella noche estrellada de hierro que pasamos en aquel siniestro sitio". El Escorial, centro imperial de la España negra, "siniestro sitio", fue el emblema del franquismo. La revista de sus intelectuales se llamaba Escorial, el dictador escogió las inmediaciones para edificar su particular Walhalla. En el Escorial se reunió alguna vez la Sección Femenina de la Falange y también lo hacían sus machos y en el Escorial, entre memorias falangistas, casó el señor Aznar a su hija. En ese "siniestro sitio".

A la boda asistió un buen puñado de representantes de la otra negrura de España. La de Goya, Verhaeren, Regoyos es la del fanatismo y la crueldad; la de Buñuel, Cela, la del atraso y la ignorancia; la de algunos asistentes a la boda, la de la corrupción y el latrocinio, esencialmente española, igual que las otras. Y esta última, que ofrece episodios tan alucinantes como la gestión de Caja Madrid en los últimos veinte años, no la pinta Podemos sino los telediarios. Considere el señor presidente si no pertenece a la más rancia España negra el elenco siguiente:
  • Comunistas, socialistas y sindicalistas derrochando dinero ajeno con las tarjetas B todos portadores de relojes de 12.000 euros o su equivalente a tocateja en sus bolsillos.
  • Profesores, teóricos y expertos que predicaban las virtudes del libre mercado mientras cobraban de uno intervenido.
  • Empresarios sin pelos en la lengua a la hora de pedir recortes salariales en las nóminas de los demás al tiempo que tarjeteaban por los clubs deportivos de medio mundo.
  • Políticos capaces de demostrar la necesidad patriótica de los sacrificios de sala de fiestas en sala de fiestas.
  • Periodistas dispuestos a reproducir la doctrina de la Caja con brillante pluma, de oro.
El señor Rajoy no querrá aceptar la España negra pero es la que él ha conservado y ennegrecido aun más.

diumenge, 1 de febrer del 2015

Izquierda Unida y el efecto sifón de Podemos.


Mandan votos, mandan rostros, mandan imágenes.

En IU lo llaman convergencia con candidaturas y programas de izquierda a los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas, pero en la cruda realidad es el efecto sifón que Podemos ejerce sobre la Federación. Casi de golpe y para general asombro, la joven guardia heredera del 15M se alzó con un millón doscientos mil votos y cinco escaños en las elecciones europeas gracias a su nuevo estilo y la carismática imagen del líder, impresa en las papeletas. A cambio, a IU se le echaron encima no siete meses, como al señor Valdemar en el cuento de Poe, sino setenta años. De pronto el rojo y el verde, el punto sobre la i, los informales jerseys y los mojitos cubanos parecieron reliquias de siglos pasados.
 
Desde entonces, ese desequilibrio cruel de la historia no ha hecho más que agravarse. El vástago de una respetable organización, Izquierda Unida, cuyo corazón era el de otra más venerable, el Partido Comunista de España (PCE), se alzaba con un triunfo electoral que la fortuna siempre le negó a esta, pero con sus ideas fundamentales, si bien es cierto que convenientemente aggiornate a esta época más cosmopolita, bolivariana a la vez que posmoderna.
 
Era cosa de breve tiempo que Podemos acabara absorbiendo gran parte de la izquierda en torno suyo, especialmente la que se llamaba IU, con la que compartía relaciones, amistades, compromisos, ideas, experiencias, fracasos y triunfos. Sin querer o queriendo, pues el alma humana es contradictoria. Las reiteradas ofertas a Julio Anguita para que se incorporara a Podemos no pueden ser inocentes. La respuesta de este de que él se debe a Izquierda Unida (al fin y al cabo, su creación) es numantina.
 
Al final, ¿cuál es la razón de ser de IU existiendo Podemos con mucha más pegada electoral si no es el interés de mantener duplicidad de cargos? Si ya de antes la verdadera izquierda tenía problemas de identidad, ahora se le han agravado al descubrir que, de ser algo, es el reflejo de una identidad ajena.
 
Lo llaman convergencia. Es efecto sifón. Podemos absorberá a IU con la misma indiferencia natural e inocente con que el pez grande se come al chico.
 
Algún matiz a esta consideración. El alma de IU es el PCE y este todavía no ha dicho nada. Debe de ser duro para los camaradas fieles a la memoria de Pepe Díaz, el 5º Regimiento o Pasionaria aceptar que el heroico partido de vanguardia de la clase obrera se diluya en la amalgama de una ideología líquida en la que ni de izquierdas ni republicanos pueden reconocerse, al menos en público.
 
Por otro lado, y ello es más grave, el efecto sifón incluye una posibilidad letal para Podemos. La organización ha roto, aparentemente, el maleficio tradicional de las izquierdas auténticas, de perder siempre las elecciones, todas las elecciones, en todas partes salvo contadísimas excepciones irrelevantes. Lo ha conseguido a base de articular un discurso de izquierda libre de toda vinculación con el comunismo, el eterno cenizo de todas las consultas democráticas. Si la absorción (o convergencia) de IU es vista de nuevo por el electorado como de hecho ve a la propia IU, esto es, como una cobertura del Partido Comunista, es posible que las halagüeñas perspectivas electorales de Podemos se desinflen, entre otras cosas porque faltará tiempo a los adversarios para descubrir el lobo bolchevique bajo la piel de cordero socialdemócrata/bolivariana.
 
Es una situación difícil. Volveremos sobre ella porque, aparte de un dilema kantiano, encierra un conflicto muy en el estilo de un drama familiar de Ibsen.

Los socialistas enseñan los dientes.

El PSOE celebra este finde en Valencia una convención política de baronías. Reúne a sus candidatos a las elecciones autonómicas. Y parece dispuesto a recuperar iniciativa, recomponer fuerzas, redefinir espacios, formular un discurso y redactar un programa para las elecciones.
 
El primer paso ha sido desenfundar la vieja bandera de la socialdemocracia. Vieja, pero no antigua y que conserva un gran prestigio. Por eso se la apropian los de Podemos. Socialdemocracia y su equivalente, socialismo democrático, siguen siendo vacas sagradas. La prueba es que la crítica a los socialdemócratas, generalmente radical, no es por serlo sino por haber dejado de serlo, por haberla traicionado.
 
Ahora solo falta llenar de contenido ese venerable atavío. Es fácil en un primer envite pues basta con reclamar la reparación, consolidación y expansión del Estado del bienestar en su doble acepción de economía social de mercado y protección de los derechos, especialmente los económicos y sociales y para todos. Conviene hacerlo en el doble frente práctico y teórico, esto es, arbitrando las políticas necesarias y generando teoría, doctrina, capaz de oponerse a la abrumadora hegemonía de la doctrina neoliberal, tanto más asfixiante cuanto que es un cadáver. Una ocupación esta teórica que los socialistas abandonaron hace mucho tiempo, víctimas de un practicismo ciego.
 
Y ojo al practicismo, que vuelve. Lo hace bajo fórmulas aparentemente realistas que el PSOE comparte con la derecha y son puras vaguedades del tipo de "ocuparse de los problemas reales de los ciudadanos", estableciendo un orden de prioridades sin consultar a esos mismos ciudadanos. La Convención puede decidir y seguramente lo hará en el anunciado programa, reducirse a las políticas prácticas y olvidarse de los asuntos de principios, siempre incómodos, como los fastidiosos temas de Estado.
 
Pero es un error porque deja a los ciudadanos una opción entre extremos: el inmovilismo en todos los terrenos de la derecha, incluso una posterior involución, y el proceso constituyente de Podemos en el que se podrá discutir de todo porque todo está abierto y en cuestión. Entre ambos hay un espacio amplio ocupado por gente que quiere cambios sustanciales pero acotados. Acotados ¿a qué? Pues a la cuestión de la Iglesia y el Estado, la de la Monarquía y República y la del carácter plurinacional de España. No se trata de que se saquen una fórmula del caletre, aunque con la federal ya lo han hecho, pero sí de que no se nieguen en redondo a abordar la cuestión llegado el caso.
 
En definitiva, el problema mayor de los socialistas es el crédito. Lo tienen bajo mínimos. Recuperarlo no va a serles fácil. Y menos si siguen colaborando con un gobierno que se niega a dar cuenta de sus actos en el Parlamento y no asume responsabilidad política alguna por prácticamente nada. Y muchísimo menos si son incapaces de cumplir con su deber de oposición y presentar una moción de censura ya.
 
Por eso, mucho dependerá del discurso de hoy de Sánchez en la Convención. Si anuncia la moción de censura, reconstruye la opción socialdemócrata, tanto en el plano práctico, factible, como en el teórico o de principios y anuncia políticas de socialismo democrático estará en la senda de la recuperación y además se hará un favor a sí mismo, consolidando su posición con el apoyo de los barones que han hecho una exhibición de unidad.
 
La unidad es mandato de supervivencia. Unidad interna. Es suicida que haya gente conspirando por los rincones y malmetiendo. Al PSOE le interesa terminar con eso sin perjuicio, naturalmente, de la libertad de los militantes para ir por ahí haciendo su vida. Combinar ambas cosas es muestra de sabiduría. Unidad con libertad. Es hermoso ver la libertad en compañía de la lealtad; pero no es imprescindible. Si la libertad no permitiera la deslealtad no sería libertad.
 
Pero esa unidad debe ser incluyente, aglutinante. Está bien que en el PSOE haya una corriente organizada, Izquierda Socialista. Pero estaría mejor que tuviera mayor relevancia y peso. Ahora, además, hay muchos socialistas pasándose a Podemos y otros están ocupados montando puentes y pasarelas que apuntan a posteriores trasvases. No haría mal el PSOE ofreciendo acomodo en su seno a esos grupos de protestones de la izquierda. A lo mejor podía invitarlos a la redacción del programa. Sería un gesto.
 
Los socialdemócratas españoles podían recordar el caso del laborista británico Ken Livingstone, llamado Ken el Rojo, un trotskista que fue dos veces alcalde de Londres entre 2000 y 2008, creo, bien es cierto que la primera como independiente porque los laboristas lo expulsaron. Lo readmitieron para la segunda porque los trotskistas han sido siempre una fuerza en el Partido Laborista. Eso aquí es impensable. ¿Por qué?

dissabte, 31 de gener del 2015

La marcha por el cambio de marcha.


Todas las expectativas desbordadas.

Jornada, efectivamente histórica llena de enseñanzas para tod@s, incluid@s l@s organizador@s superad@s por la respuesta popular, aunque no tanto como quienes anhelaban que fracasara.

Se ha cerrado el ciclo del 15M de hace tres años. Quienes, instigados por la indignación, pusieron en marcha aquella movilización social, han cubierto una etapa y comienzan otra. Han vuelto, pero organizados, con un objetivo, con un lider indiscutible. Ya no levantan las manos vacías. Ahora las traen llenas de votos.

Quienes se reían de la indignación achacándola  a las alucinaciones de un viejo francés gagá han descubierto que los gagás son ellos, mercenarios ridículos de la pluma y el plató.

Quienes decían que, si los del 15M querían hacer política se presentaran a las elecciones, han perdido las pasadas del Parlamento europeo, temen perder las municipales y no saben cómo frenar el avance electoral de estos frikies antisistema, si encargar otro sondeo preelectoral o dejarse crecer la coleta.

La calle es de Podemos. En Vista Alegre no llenaron el aforo y votó menos del 50% de la militancia, a pesar de que el voto era bien sencillo, telemático. Quedaba por mostrar que un partido hecho a base de redes, virtual, era capaz de ocupar la realidad tridimensional. Y lo ha conseguido, sin publicidad, sin propaganda, casi sin medios. Hace un par de semanas los de UPyD se cubrían de ridículo en este mismo sitio reuniendo a menos de cien personas para protestar contra el gobierno. Y no es agudo achacar el fracaso a la desagradable figura de Rosa Díez. Si el PP o el PSOE, con un líder reciente y de buen ver, convocaran en Sol no reunirían mucha más gente, ni siquiera haciendo trampas y trayendo funcionarios con doble paga y parados con bocata como hacen los sinvergüenzas del PP.

Reunir ese gentío sin un motivo específico, como un acto abstracto de protesta contra el Todo de un sistema corrupto es un gesto filosófico de hondo alcance. Refleja el hastío de la gente con esta banda de ladrones y parásitos del gobierno, su partido y buena parte del resto de formaciones  e instituciones políticas. Podemos ha dado la señal y la gente ha tomado la iniciativa, que es suya desde el 15M. Porque, como señalaba ayer Palinuro, en línea con sus reflexiones de hace tres años, esta movilización social es autopoiética. Aquí viene todo el mundo, incluso quienes lo hacen desobedeciendo las órdenes implícitas o explícitas de los dirigentes cuando dicen, por ejemplo, que no haya banderas porque no quieren signos de división o faccionalismo. Y hubo banderas: banderas de Podemos, de la FGTLB y, sobre todo, de la República. Comprenderá el lector que Palinuro, viejo y correoso republicano, siguiendo la manifa desde el plató de la tele de elmundo.es, aplaudía fervorosamente.

Hicieron bien los líderes en ponerse detrás de la cabecera de la manifa para demostrar con hechos (única forma real de demostrar algo) eso de que no son ellos, no es Pablo Iglesias, quienes convocan sino que es la misma gente la que lo hace. Y, claro, entre la gente hay mucho republicano. Decía un vecino mío que no había banderas españolas. Lo de siempre. No había banderas borbónicas pero, al haberlas republicanas, ya había banderas españolas. Es más, para algunos, como el abajo firmante, las únicas banderas españolas.

Tiempo nuevo, época nueva, gente nueva. Mañana hablaremos sobre las reacciones de los demás, singularmente PSOE e IU. Ahora terminaremos con los líderes. Estos son muy importantes. Forman una piña en torno a la figura indudablemente carismática de Pablo Iglesias. Es bueno que sea así. Como lo será igualmente si alguno o algunos de ellos deben retirarse por comportamientos presuntamente irregulares. Si han de hacerlo, que lo hagan cuanto antes. La movilización, el interés general es muy superior a estas cuestiones de poca monta. Los hechos ya los han desbordado. Incluido el mismo Pablo Iglesias. Ya no son ellos. Son el país.

Ahora no pueden equivocarse, ni distraer, ni esconderse, ni repetirse, ni mucho menos, seguir copiándolo todo. Léanse los discursos. Abrumados por algo que los ha superado, todos fueron vacíos, reiterativos, pomposos e imitados, cuando debieran ser genuinos, espontáneos, auténticos, originales y creativos. Pablo Iglesias no puede subir a la tribuna delante del país entero a recitar una variante del discurso de Martin Luther King sobre el sueño.
 
Si el tiempo es nuevo, las palabras deben ser nuevas.   

La vorágine.

Cuatro elecciones en este año. Las primeras, las municipales y autonómicas que, por cierto, en donde coinciden, van a ser muy distintas, si bien eso no se advierte. Las del ayuntamiento de Madrid capital son pura efervescencia. El modelo viene de Barcelona. Allí Podemos se ha fundido con Guayem en candidatura única. En Madrid lo han hecho con Ganemos. Para que luego digan que lo de Cataluña no influye en la capital.

La confluencia madrileña carece de nombre único. Unos hablan de Frente Popular y otros de Candidatura de Unidad Popular. Aparte de las reminiscencias históricas, la dualidad parece encerrar una controversia conceptual. El frente es unidad de siglas y partidos, la CUP, pura unidad popular, unidad de los ciudadanos, que las ignoran. Es el contenido del alegato de Pablo Iglesias hoy en Público, llamando a la manifa, Es ahora. No convoca Iglesias, no convoca Podemos. La gente, la ciudadanía sin distinciones se convoca a sí misma. Es una autopoiesis, que dirían Varela y Maturana. Es unidad popular. Y, se quiera o no, asoma la oreja el populismo.

A la suma se ha sumado el sector mayoritario de IU en Madrid. Queda el sector minoritario. A ver qué hace. IU muy tocada con esta enésima escisión que ya anima a El País a hablar de desaparición. Un titular con sabor a deseo. En todo caso, teniendo en cuenta la situación de Andalucía, a la que hay que hacer frente en marzo, o sea, ya, IU tiene un serio problema de supervivencia.

Como el PSOE, aunque quiera disimularlo. Dice un segundo que las bases del partido apoyan a Pedro Sánchez. A veces es mejor callarse porque eso quiere decir que los dirigentes, los barones, el aparato, no lo apoyan. El partido se debate entre quienes quieren mantenerse puros, con su organización aparte y quienes tratan de tender puentes con esa especie de magma a su izquierda que tiene fuerza de atracción.

Obviamente, todas las alianzas que se hayan hecho o se hagan estarán presididas por la premura y el cálculo electoral. Sería absurdo que pensaran en otra cosa quienes se llaman "ganemos". Serán alianzas pendientes de pasar la prueba de fuego en dos momentos.

Para empezar, la campaña electoral de hecho será de tres terribles meses. En esos tres meses incidirá el PP, cuya táctica parece ya clara: vender el discurso de la recuperación y, como nadie lo cree, cargar sin descanso contra los adversarios, especialmente los adanes de podemos. Montarles escándalo tras escándalo, difamarlos, llevarlos a los tribunales, acusarlos de lo que sea, tratar de destrozarlos.

Influencia tendrán en la campaña las elecciones andaluzas de marzo en las que también figura Podemos. Lo importante en ellas será el resultado del PSOE. Ya hay quien quiere llevar a Susana Díaz en andas a La Moncloa. Parece un cálculo algo pintoresco teniendo en cuenta que, para el mes de julio, cuando Díaz haya de reñir las primarias del PSOE, estará dando a luz. Puede ser, desde luego, pero parece poco probable. Lo indudable, sin embargo es que este plan andaluz muestra que hay gente en el PSOE (cuánta y cuál está por ver) que da a Sánchez por amortizado y está loca por encontrar un sustituto.

El PSOE en Madrid tiene poca relevancia mediática. Han buscado un alcaldable tertuliano, pero es evidente que no tiene el tirón de algunos de sus rivales en los medios. Hay un factor que ninguno de los dos candidatos cuenta y es que la gente no los ve como candidatos ganadores porque su partido lleva veinte años perdiendo. Determinante sin duda será quien personifique la candidatura llamada popular  que a su vez, se enfrentará a la de la derecha asimismo llamada "popular". En distinto sentido, se entiende.

¿Y Grecia? La influencia de Grecia será formidable. Si Syriza se sale con la suya de un modo u otro, Podemos recibirá un gran impulso. Si, por el contrario, muerde el polvo o claudica, también de una u otra forma, la decepción minará el impulso de aquellos. También serán muy importantes las señales que mande la UE a nuestro país directamente o a través de Grecia. Porque Grecia no es España, según nuestros ilustres líderes, pero España sí es Grecia. Y lo primero que ha hecho la España oficial es recordar que los griegos nos deben más de veinte mil millones de euros. En algún sitio he leído que cada español es acreedor de Grecia por 555 euros. Todos los días se lo van a recordar.

Resistir esta campaña electoral tendrá su mérito.

Y luego llegará la segunda parte del bautismo de fuego. Realizadas las elecciones, vistos los respectivos porcentajes, hay que repartirse los puestos, los cargos, las responsabilidades. Viene aquí a la memoria una de esas pruebas de la sabiduría de los notarios, cuerpo con un profundo conocimiento de la naturaleza humana por razón de su experiencia. Cuando en una sucesión en la que se cuenta más de un heredero o legatario se dice que no hay problema porque se llevan muy bien, los notarios aconsejan esperar a redactar el cuaderno particional  para ver si se llevan bien o no.

Aquí lo mismo. Los gobiernos municipales no se improvisan. La vida de los ayuntamientos es, como solía decir el fallecido juez Joaquín Navarro, "municipal y espesa" y pondrá duramente a prueba la capacidad de gestión de unas asociaciones y coaliciones inestables, más hábiles en debates teóricos que en la administración cotidiana en condiciones, además, presumiblemente hostiles.

Y según se esté lidiando con los resultados de las elecciones de mayo, se echarán encima las catalanas en las que, irónicamente, Podemos puede tener mejor resultado que los dos partidos dinásticos juntos, haciendo quizá honor al grito de alarma del independentismo para el cual, los de Pablo Iglesias son la nueva formación españolista. O quizá no. No se debe subestimar el notable eclecticismo de Podemos.

Todo para llegar a noviembre con la lengua fuera. Y eso si no prospera una nueva intriga interna por ahora minoritaria en el PP de quienes consideran que Rajoy debiera adelantar las elecciones generales para coger a los socialistas desarbolados y a los de Podemos en ciernes. O si no se monta una plataforma de apoyo a un retorno de Aznar. 
 
Tales eventos son muy poco probables. Si se dieran, habría que reescribir entero este post. Y no sé si las cuadernas de Palinuro lo aguantarían.

divendres, 30 de gener del 2015

Podemos y la Historia.


Por una vez Palinuro está de acuerdo con Julio Anguita. En parte. Él no lo expresa así. Cuando leyó la entrevista con el excoordinador de IU ya tenía redactado el título Podemos y la Historia. Para Anguita la historia ha dado la oportunidad a Pablo Iglesias. Para Palinuro, a Podemos. La discrepancia no es menuda, pues se refiere al sujeto. Anguita, con una visión más caudillista, se refiere a la personalidad; Palinuro, más colectivista, a la multitud. Marx enseña que la historia la hacen los hombres pero, añade, en condiciones determinadas. Determinadas... y determinantes. Anguita, que es noble, se identifica con Pablo Iglesias. Y la historia ¿no le dio la oportunidad? Lo que no le dio fue las condiciones. No le dio las multitudes, mediante las cuales la personalidad hace la historia. Y sí se las ha dado a Pablo Iglesias. La historia de la razón no tiene por qué coincidir con la razón de la historia.

Pero bueno, lo esencial es que aparece la conciencia de que la Historia está a la puerta. Los de Podemos la tienen y la irradian. Por eso han convocado esa Marcha del cambio que ven como un hito más en un proceso de cambio histórico y, si este término resulta en exceso vago, de cambio de época, de nuevo giro copernicano en el que la democracia, en lugar de pivotar sobre los poderes no electos, lo haga sobre la ciudadanía.

Si un giro copernicano no es historia, no sabemos qué lo será. Pero sí lo sabemos. Lo sabemos tod@s. No solo l@s de Podemos. Tod@s. Especialmente los dos partidos dinásticos y el conjunto de instituciones oficiales y oficiosas en el que han amurallado. En ese baluarte hay la misma conciencia de giro histórico que en el exterior y desde él ha comenzado a armarse un poderoso frente anti-Podemos que frene su avance y, a ser posible, destruya la empresa. A ese frente, en el que, bien se ha visto, se recurre literalmente a todas las armas, ardides, triquiñuelas, provocaciones y mentiras en un espectáculo diario de juego sucio indignante, se han sumado en los últimos días dos unidades combatientes de distinto peso. De un lado, El País, del otro el presidente del gobierno.

El País no desdeña ya sumarse a las denuncias de escándalos no suficientemente probados y con tintes de amarillismo. Además, ha decidido emplearse a fondo en una especie de deconstrucción de Podemos. Parece habérselo encargado a sus columnistas más brillantes. Así, ha publicado tres piezas seguidas de John Carlin, la última de las cuales se titula La religión por otros medios, tan inteligente y brillante como su título y como las otras dos. Es una acertadísima disección de Podemos, con sus virtudes y defectos, abundancia de defectos, cierto. Pero deja de lado algo importante: Podemos es una realidad (hace un año todo lo más era una quimera) viva, cambiante, on the go, in fieri. Se está haciendo, está ocupando el espacio público. El mediático y la calle. El 31 se verá. Pero lo importante es que, frente a él, no hay nada. Carlin lo reconoce al no dar papel al partido socialista y admitir que Rajoy no es adversario.

Pero se ha sumado. Mejor fuera que no lo hiciera. Vino hablando de adanes, un término pintoresco que delata una mentalidad momificada. Y ahora se enfrenta a la amenaza de giro copernicano, cambio histórico, subrayando el valor de la estabilidad, la paz, la quietud, la vida cotidiana y la seguridad de que mañana habrá pan en los supermercados. El discurso del miedo al caos. Aparte de su cobardía y necedad, ese discurso tiene un defecto mortal: que es falso. No hay una contraposición de la estabilidad al caos sino del caos real al caos imaginario.

Hace ya siete años que los ciudadanos vivimos en una situación de caos, disfrazado de crisis económica para difundir la idea de que es transitorio cuando es permanente y estructural. Sin duda hay una crisis económica, probablemente provocada por la codicia y la ineptitud de las élites económicas. Pero esto no hace al caso. Nada tienen que ver con la crisis económica la corrupción generalizada, los abusos de los políticos, la venalidad de la administración, la perversión de la justicia o el uso de los medios como aparatos de propaganda. Si los ciudadanos no saben si los medios los manipulan, los gobernantes les mienten, los funcionarios les roban o los jueces prevarican, la sensación es de desamparo y caos. Como, además, no llegan a fin de mes, esa sensación se torna en indignación. Y las multitudes salen a la calle.

Así lo hicieron el 15M. Y si, en ese momento, hay alguien capaz de encarnar la indignación, darle un sentido, convertirla en un instrumento de acción, ese alguien puede cambiar la historia. Ahí es donde está la personalidad de Iglesias, a quien nadie da nada, sino que es capaz de convertir las ideas -o la indignación- en una fuerza material. Algo que los demás no consiguen hacer y la prueba es que el país está lleno de aspirantes a hacerlo, presentes y pasados, Anguita el primero. Pero no saben. O no pueden.

Dos últimos puntos: 1º) comprendo que a los españoles nos encantará que, si hay un cambio histórico, lo sea en toda España, Cataluña incluida. Pero los signos son que Cataluña -al menos el nacionalismo catalán- ha optado por hacer su propio giro copernicano. Se plantea pues la cuestión de qué tiene que decir Podemos al respecto. Y es difícil porque aquí Podemos sí tiene alguien enfrente, el independentismo, cuyo discurso no es el de las vaciedades del caos o el del atolondramiento del PSOE sino el de la aurora nacional.

El 2º) punto hace referencia al PSOE. No es una buena idea cerrar filas con el frente antiPodemos. No está en su naturaleza ni en su interés actual. La alianza con el PP -ayer se firmó el acuerdo sobre la retrógrada reforma del Código Penal- es suicida porque se basa en el supuesto de que el bipartidismo fucionará cuando lo cierto es que, si lo hace, será a costa de los socialistas. Un caso obvio en el que te buscas la ruina si consigues lo que pretendes. Con un PSOE desdibujado, si hay que votar entre dos, los dos son PP y Podemos.

Encontrar un punto intermedio entre ambos es muy difícil, sobre todo porque no puede ser intermedio o equidistante. El PSOE no puede estar a la misma distancia de Podemos que del PP. Encontrar, sin embargo, un lugar distintivo propio es vital y eso no se hace a base de acuñar consignas de mítines, aunque sus resultados sean consignas de mítines. Los socialistas tienen que reflexionar, pero tampoco con tanta parsimonia que les pase la historia de largo por la puerta de su casa.

¿Memoria o raíces?

Jeremy Treglown (2014) La cripta de Franco. Viaje por la memoria y la cultura del franquismo. Barcelona: Ariel/Planeta. Traducción de Joan Adreano Weyland.

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Los españoles estamos tan absortos en nuestro tumulto que, cuando alguien llega con una visión desde fuera, paramos un instante para escucharlo y acogemos con simpatía sus opiniones. Agradecemos mucho la mirada del otro, primero porque somos un buen pueblo, consciente de nuestro apasionamiento, siempre necesitado de la ponderación que solo puede proceder de fuera. Y, en segundo lugar, porque esa mirada del exterior suele venir de personas muy competentes, que investigan España y lo español con genuino interés y que, más arriba o más abajo, forman la ya secular dinastía de los hispanistas. Los ingleses y los franceses son legión. Algo menos los estadounidenses y los alemanes, pero también los hay. Muchos de ellos son más conocidos aquí que en sus países. Algunos hasta se nacionalizan españoles o viven en España. Se funden en un abrazo intelectual con los autóctonos y rivalizan con estos en su principal afición, casi obsesión colectiva: el misterioso ser de los españoles. Ya nos gustaría que entre nosotros hubiera gentes que tuvieran el conocimiento de Inglaterra, Francia, Alemania equivalente al que los hispanistas de estos países tienen del nuestro. De hecho, lo que hay es españoles especialistas en el estudio de los ingleses especialistas en España.

Treglown encaja en el esquema. Por su doble condición de literato en su tierra y residente regular en España de espíritu nómada pertenece a las dos corrientes dominantes del inglés viajero, estilo Borrow, aunque con otras aficiones, y el inglés erudito, estilo Balfour, aunque más atento a las cuestiones artísticas que a las históricas. Tiene razón Molina Foix en una brillante reseña en El País, titulada Abrir la cripta de Franco cuando dice que es como si Treglown hubiera intentado fundir dos libros en uno solo: una visión plástica, impresionista de España y otra más de crítica literaria, incluido aquí el cine en su faceta narrativa. El libro responde a la personalidad del autor quien a su vez ya lo divide en dos parte: una primera titulada "lugares y vistas" y otra "narraciones e historias".

¿Tiempo? Básicamente el franquismo (con ocasionales incursiones en la guerra civil) y la transición que, por cierto, sostiene que no ha acabado y sigue viva en los años posteriores a 2010 (p. 227). [Las citas y páginas corresponden a la edición de Farrar, Strauss y Giroux, Nueva York, ya que no dispongo de la edición española. Las traducciones son mías]. Franquismo/Transición o sea, franquismo y lo de después. Lo curioso es que esta cesura temporal lo sea también temática. Aunque haya referencias a la literatura en el franquismo, el estudio se hace propiamente literario en la segunda parte. Y, a la inversa, la exposición plástica se limita al franquismo y, salvo alguna referencia aislada, no hay consideración especial a lo escultórico, lo arquitectónico o incluso lo pictórico. La pintura, ampliamente tratada en la primera parte, acaba con Millares, Zóbel. Pérez Villalta, Barceló, ni aparecen, aunque otros artistas, singularmente literatos vivos, por ejemplo, Javier Marías, acerca de quien se dicen cosas muy interesantes (pp. 251/257) sí lo hace. En resumen, todo esto es para señalar que el libro es sobre la memoria pero, mientras la primera parte es memoria plástica, visual, la segunda es conceptual. Sin duda las dos son simbólicas pero de formas muy distintas y Palinuro confiesa descaradamente su predileción por la primera.

¿Grado de haughtiness? Se trata de la tradicional altanería o desdén que los españoles creen detectar enseguida en los ingleses hispanófilos y los ingleses se desviven por evitar con lo cual suelen enconarlo más, al estilo del círculo vicioso de todo prejuicio que se hace tanto más hondo cuanto más se lucha contra él. Un grado bajísimo, por no decir inexistente, aunque a veces sea inevitable alguna gota. Refiriéndose a la miseria en la España de Franco y la película Los golfos, de Carlos Saura, habla del último plano con los ojos sin vida de un toro muerto sin sentido y, dice, lo que es peor desde un punto de vista español, de un modo chapucero (p. 212). En verdad ¿hay un "punto de vista español" sobre algo? ¿Y, específicamente sobre el modo de matar toros? Sospecho que no.

El autor es increíblemente perspicaz y administra muy bien sus sentimientos. Es una rara habilidad porque, dados los conflictos de los que habla, no puede ocultarlos, pero los justifica muy bien. El libro arranca con un intento de exhumación del cuerpo de un republicano asesinado y enterrado en algún lugar perdido de la provincia de León. Esto nos introduce en el mundo de las fosas comunes y la Ley de la Memoria Histórica, con sus vaivenes y queda pendiente para cerrarse en el epílogo cuando, unos años después, el autor contacta de nuevo con la bisnieta del asesinado para interesarse de cómo iban los trámites y se entera de que acaba de tener un hijo y ha perdido el interés en buscar al bisabuelo. Y con esta nota simbólica se cierra la obra.

El capítulo siguiente es un hallazgo desde el punto de vista plástico: "Los pantanos del caimán". La inauguración de pantanos era un rito. La estética franquista descansaba sobre un modelo cesarista, ciclópeo, de carácter religioso como el conjunto del Valle de los Caídos y su cripta que da título a la obra, y la ingeniería civil, cuyo ejemplo más destacado eran los pantanos. Muchos llamaban a Franco a este propósito Paquito el rana, por andar de embalse en embalse. No falta, claro, la observación de que se trata de planes de obras públicas y desarrollo hidráulico anteriores. Pero lo original del tratamiento es su versión literaria, al poner la atención en el vaciamiento de los pueblos, los cambios de los paisajes, reflejados en la literatura de algunos de los novelistas llamados "leoneses", sigularmente Llamazares con su Lluvia amarilla. Podría coronarse el símbolo con la imagen que el autor evoca de Juan Benet en las largas tardes de invierno a cargo de la construcción de alguno de estos pantanos perdidos en los montes de León escribiendo Volverás a región.

Hay algunas referencias más al legado monumental de la dictadura hasta recaer en el Pazo de Meirás, que tiene especial significación porque pocos puntos concentran con tanta claridad el significado de aquel gobierno basado en la guerra, la victoria, la rapiña, la brutalidad, la arbitrariedad y el despotismo. Especialmente porque sigue siéndolo. El palacio de Meirás, antigua propiedad de Pardo Bazán, pasó a propiedad de Franco. El gobernador de A Coruña y un próspero industrial, Pedro Barrié de la Maza, se lo regalaron al dictador adquiriéndolo mediante una colecta en la que se tomaba buena nota de cuánto tenían que aportar "voluntariamente" los contribuyentes y que el régimen presentó como una suscripción popular. Barrié de la Maza montó luego un emporio energético gracias a los tratos de favor del Estado (Fuerzas Electricas del Norte de España, FENOSA) y el dictador, que no tenía el menor sentido del ridículo, lo nombró Conde de FENOSA.

Los avatares posteriores de la propiedad y el éxito de la familia Franco en impedir que esta propiedad se administrara según la normativa vigente en materia de Patrimonio Nacional, que obliga a abrirla al público en fechas acordadas, demuestra hasta qué punto sigue presente en España la huella del franquismo (p.80), como lo hace asimismo la abundante estatuística glorificadora de la dictadura y sus episodios más significativos. Quizá sea este el aspecto más concreto en que se concentra la siempre viva cuestión de la memoria histórica. Viva y complicada porque sigue enfrentando dos mentalidades con recuerdos que chocan, tan complicada que el autor advierte que quizá eliminar un pasado incómodo no sea la forma mejor de dar cuenta de él (p. 81) pero sin que tampoco a Treglown se le ocurra nada más positivo ni constructivo. La consideración viene a propósito de la estatuta ecuestre de Franco en El Ferrol, y los problemas que planteó. Y eso que no se ha parado a pensar en la estatua a pie firme del comandante Franco en Melilla y que fue erigida en 1977, dos años después de la muerte del dictador. Es inevitable pensar en las dos Españas, por más que la transición haya traído la fábula de su superación.

El último capítulo de esta primera parte de la memoria plástica está dedicado a la pintura y su contenido trata de probar lo que, por lo demás, viene a ser la tesis general del libro, esto es que, siendo justos, debe reconocerse que, durante el franquismo no se extinguió la actividad creadora en el interior de España, sino que, aun con dificultades esta prosiguió. Ello es en buena parte cierto, efectivamente, tratándose de la artes plásticas y también de la música, a la que el autor no dedica atención alguna. Pero no lo es tanto de la creación literaria, como viene a decir en la segunda parte. Algo que, obviamente, tiene que ver con la muy distinta naturaleza de estas actividades artísticas. El análisis de la pintura en la España franquista (los grupos Pórtico en Zaragoza, Dau al Set en Barcelona, El Paso en Madrid y el Equipo Crónica en Valencia) y el estudio de los creadores concretos, especialmente Chillida (para la escultura), Tàpies, Millares y Saura, muestra familiaridad, conocimiento y apreciación de la obra de estos grandes maestros. Dos de las escasísimas reproducciones en blanco y negro que contiene el libro son El peine de los vientos, (1952/1977) de Chillida y el retrato imaginario de Brigitte Bardot (1958), de Antonio Saura. La extensa referencia a la labor de la Academia Breve, creación de Eugenio D'Ors va en la misma dirección de romper prejuicios y sectarismos en el juicio estético y apuntar a la complejidad de una conciencia que, teniendo una visión ideológica y cerradamente doctrinaria de la sociedad, era capaz de reconocer y fomentar la obra creativa ajena y opuesta a sus cánones (p. 106). Esta visión, conjuntamente con la valoración de la obra de Fernando Zóbel en el empuje del abstracto español y la creación del celebrado Museo de Arte Abstracto de Cuenca en 1966, es lo que le permite suscribir la idea de Juan Benet de que , en realidad, la cultura española había empezado a ser antifranquista mucho antes del fin de la dictadura (p. 112).

Hasta aquí, correcto, aunque optimista en exceso a juicio de este crítico. Pero, ¿sucede lo mismo con las narraciones y las historias, con la "memoria conceptual" del franquismo? Aun con la buena voluntad de tratar amortiguar el efecto del enfrentamiento entre las dos Españas, el autor aborda el campo minado de la historia en el que no se siente muy seguro. Pero tiene el valor de Daniel en la cueva de los leones abordando el Diccionario biográfico español, publicado por la Real Academia de la Historia, obra que, a pesar de sus muchos méritos, pues son miles de voces encomendadas a los más competentes especialistas, muestra su intención legitimatoria de la Dictadura y, por lo tanto, continuadora de la tradición de las dos Españas, al encargar la redacción de la entrada Francisco Franco a un acérrimo franquista, cuya única función es embellecer la figura del dictador. El Diccionario, dice Treglown, es un microcosmos del legado de Franco en la cultura española (p. 130). Es decir, carece de autoridad. No menos interés tiene que el autor dedique considerable atención a la obra de Pío Moa, de quien admite que es cierto que, en algunos aspectos España floreció con el régimen (p. 141). Hablar de Moa es, precisamente, señalar la persistencia de los enfrentamientos de los relatos españoles y, aunque también hay referencia a algún historiador de seria consideración, como Santos Juliá (aunque no estoy seguro de que interprete en su complejidad el pensamiento de este autor) la total ausencia de otros de gran alcance que elaboran relatos contrarios, como Julián Casanova o el británico Preston, debilita mucho la argumentación del capítulo.

Restan otro tres sobre la narrativa española, fundamentalmente novelística y uno intercalado sobre el cine. No hay mención del teatro, tampoco de la poesía y de la música no se dice nada, casi como si la obra careciera de banda sonora. Sin embargo, los dos primeros son los campos en los que más evidente resulta la cesura entre la España del exterior ("el exilio y el llanto") y la del interior. No en cuanto a la calidad sino al de la pura escisión. El teatro de Max Aub, Casona hasta su regreso o el del exiliado posterior Arrabal, tiene su pendant en el de Pemán, pero también Buero o Sastre. Igual que la poesía de Juan Ramón, Cernuda o Guillén, lo tienen en la de Dámaso Alonso, Hierro o Rodríguez. La relación entre una cultura y sus obras es endemoniada, sobre todo si, además, está escindida y es en parte ella contra sí misma. Se añade que la cultura española no solo aparece escindida sino también como desflecada y entreverada de otras. El cosmopolita Aub acabó siendo más mexicano que español y Jorge Semprún, ampliamente tratado como español en el libro y vástago de ilustre familia española, escribìa en francés, jamás renunció a su nacionalidad francesa ni para ser ministro de España. Una de las películas más importantes para entender la cultura española de la resistencia y que aquí no se menciona, La guerra ha terminado, dirigida por Alain Resnais e interpretada por Yves Montand, llevaba guión de Semprún. Para complicar las cosas, en la cultura española del franquismo hay que contar con el "exilio interior", difícil de aquilatar pero que el autor conoce bien como demuestra su consideración de la figura emblemática de este, Julián Marías (pp. 248/251).

El capítulo dedicado al cine tiene mucho interés. Un acierto tratar con detenimiento Raza, sobre la novela de Franco, dirigida por el director del régimen, José Luis Sáenz de Heredia, primo del fundador de la falange e interpretada por Alfredo Mayo cosa que, teniendo en cuenta el carácter autobiográfico de la obra, sí que era embellecer al dictador. Hay luego un tratamiento muy apreciable de los dos directores típicos del franquismo profundo, Berlanga y Bardem y alguna atención a la Viridiana de Buñuel, lo cual pone de manifiesto la ausencia de referencia a su otra filmografía. El resto observaciones penetrantes sobre algunos de los directores más significativos del franquismo tardío y la primera transición, Saura, Patino, Erice, continuados luego con muchas referencias a Almodóvar. Lógicamente, tratamiento abundante de la colección de películas acerca de la guerra civil y la postguerra. El juicio es libre y respetable aunque alguno suscita perplejidad. Encuentro injusto el adjetivo preposterous dedicado a Tierra y libertad, (1995), de Ken Loach (p. 196). Como no se fundamenta habrá que creer que se origina en un conocimiento intuitivo del autor por tratarse de un cineasta británico, pero más parece proceder de falta de familiaridad con el conflicto interno al bando republicano entre anarquistas/poumistas y comunistas.

Finalmente, los tres capítulos de crítica literaria forman la parte más cohesionada del libro y suponen casi un ensayo por derecho propio sobre la literatura española de los últimos 80 años. Es obra de un literato, plena de subjetividad y personalismo. Pero, por eso mismo, tiene un gran interés. Abre con Cela y el olvidado Fernández Flórez (p. 158) y tiene páginas muy acertadas sobre los del exterior, Aub, Sender y Barea, otro casi olvidado, cuya Forja de un rebelde fue muy influyente. Palinuro recuerda haberlo leído emocionado. Del interior so recogen Gironella, Laforet y Sánchez Ferlosio, cuyo El Jarama es puesto en relación con la famosa batalla del sitio y su escuetísimo tratamiento en la obra tomado como símbolo de una memoría "minimalista" del interor (p. 190).

Un grupo formado por Martín Santos, Delibes y Semprún subraya de nuevo la imposibilidad de encontrar elemento unificador común en obras tan dispares. Todo es literatura, claro. Pero es que la literatura es el mundo. En el último capítulo, siendo más amplia la muestra con los autores actuales, es más variada, por supuesto, también más subjetiva y le ofrece la posiblidad de encontrar alguna muestra de obra que apunte más a la tesis del mayor eclecticismo en la memoria de la guerra, como se ve en las observaciones sobre los Soldados de Salamina de Cercas, novela y película. Los demás, todos imprescindibles y tratados con mucho tino: Muñoz Molina (Sefarad), Javier Marías que recibe trato de favor pues su obra viene introducida por la consideración de la biografía paterna que tanto influye en aquella, en las claves de aquella. Juan Marsé irrumpe de forma marsiana, si así puede hablarse y hay unas páginas muy bien puestas sobre la obra mínima/máxima de Alberto Méndez, de quien Palinuro a veces se siente como un heterónimo pessoano. Se cierra con Manuel de Lope y, algo antes con Almudena Grandes y su Corazón helado. Por cierto, si no ando equivocado, la única mujer, junto a Carmen Laforet de las que se habla en este panorama de la cultura española, excepción hecha de Maria Blanchard que solo aparece circunstancialmente al hablar de pintura.

Se agradece una nueva visión fresca y externa de la cultura española del franquismo. Y una visión inteligente e informada. No está de más señalar que española quiere decir castellanohablante pues no hay sino referencias ocasionales a las otras culturas nacionales, gallega, vasca y catalana.

dijous, 29 de gener del 2015

La comunicación política.


Mesa redonda sobre comunicación política.
Hoy en la Fundación Ortega y Gasset.
(C. Fortuny, 53)

Hora: 19:00

PARTICIPACIÓN:

Beatriz Talegón (PSOE/Foro Ético/Somos Izquierda)

Oriol Duran (ERC)

Carlos Martinez López-Pardina (Equo)

Modera: Palinuro.
Hoy se celebra el interesante acto que se reseña más arriba. La comunicación política es una pieza fundamental de las sociedades democráticas. Más importante a veces que aquello mismo que se comunica.
Los participantes en la mesa redonda, suficientemente plurales, darán sus puntos de vista sobre las cuestiones de comunicación de sus respectivas organizaciones.
Luego habrá un, es de suponer, interesante debate.
Todo el mundo invitado.

España en B.

Acababa de afirmar el señor Rajoy en la televisión que él o sus colaboradores inmediatos no sabían nada de una caja B en el PP. Año y medio antes, en sede parlamentaria no dijo desconocerla sino que negó su existencia misma. Entre tanto, después de minuciosas indagaciones, el juez, la fiscalía y la abogacía del Estado la dan por cierta. El presidente ya no se atreve a negarla. Admite que puede haber existido, pero era de propiedad y exclusivo conocimiento del señor Bárcenas, como su nombre indica. Él y sus colaboradores no sabían nada ni habían visto nada.

Los españoles somos un pueblo místico. Absortos en la contemplación de lo más alto, no vemos la realidad inmediata. Es el misticismo de Mato, la Infanta, Aguirre, Rajoy, el partido en pleno que no solamente no es una asociación de malhechores, como sostiene la Antiespaña, sino que es una orden de guerreros y monjes.

Negada, refutada la caja B, aparecen ahora 78 caballeros, tarjeta B en ristre, a las órdenes del señor Blesa, prior de la cofradía de la Santa B, hasta su relevo en 2008 por el señor Rato a quien se propone elevar a la condición de señor Bato. Ambos habían sido nombrados en su día por el señor Aznar, gran maestre de la orden. A Blesa lo hizo presidente de Caja Madrid en 1996 y a Rato o Bato, ministro de Economía y Hacienda, puesto que le sirvió para pasar al Fondo Monetario Internacional y, de ahí, a la presidencia de Caja Madrid.

Qué relaciones tuvieran Aznar y Blesa es algo que acabará saliendo en el proceso y los indicios tienen mala pinta. Por lo demás, Blesa y Rato, ayudados por casi todos los 78 directivos (hubo algunos que no usaron las tarjetas B) se dedicaron al parecer a saquear sistemáticamente la cuarta entidad de crédito del país hasta llevarla a la quiebra con una presunta estafa a cientos de miles de impositores en forma de preferentes. Luego fue preciso rescatar la entidad con dineros públicos y en ese pozo negro se insuflaron decenas de miles de millones de dinero público. Una historia de hampones de cuello blanco.

Este órgano de dirección y, es de suponer, control de la Caja tenía condigna representación de todos los estamentos políticamente relevantes: partidos políticos (gobierno y oposición), sindicatos, patronal y diversas administraciones públicas. Gentes de alta consideración social: conocidos empresarios, profesores de Universidad, dirigentes diversos, periodistas, economistas, abogados. Muchos de los cuales predicaban a la sociedad las virtudes morales del ahorro, el sacrificio y el esfuerzo mientras tiraban de tarjetas B, fraudulentas, para pagarse excursiones a la Transilvania o cacerías en Swazilandia. "Hay que trabajar más y ganar menos", decía el consejero de la Caja Díaz Ferrán, quien lleva una temporada descansando en la cárcel de Soto del Real de lo mucho que trabajó zampándose lo que compraba con la tarjeta B. El señor Recarte, también imputado, cantaba las excelencias de libre mercado mientras ordeñaba su tarjeta B por 139.000 euros para pagar clubs deportivos, entre otras actividades de esfuerzo.

El hecho de tener a todas las fuerzas vivas representadas e interesadas garantizó dos cosas: 1ª) los gastos de estas gentes son tan típicos y pintorescos que van a suministrar mucho material para la creación literaria; 2ª) se mantendría el secreto de las prácticas. En efecto: nadie vio nada en catorce años. Nadie supo nada. A nadie le extrañó nada. ¡Oh misticismo del pueblo español!

El señor Aznar nombró a Blesa, pero no supo nunca lo que hacía. Llegaron los socialistas, tampoco se enteraron de nada y, en mitad de su mandato, tras un revelador forcejeo político entre las administraciones de Madrid, con cruce de palabras fuertes, se produce el relevo de Blesa por Rato, lo que equivale ya a la explosión definitiva de la entidad.

Huele a chamusquina. A más que chamusquina. Y, sin embargo, puede que ese no saber nada de los implicados no sea disparatado. Ignoro los conocimientos del señor Blesa para dirigir algo tan complejo como Caja Madrid, aunque profundos no deben de ser, pero ¿qué decir del señor Rato, quien ha confesado al juez que no sabe contabilidad y que ignora la Ley de Cajas, a pesar de haber sido presidente de una de ellas? O sea, la Caja no solo se hundió por el latrocinio sistemático de sus directivos sino también por su absoluta incompetencia. No sabían lo que hacían. Eso no los exime de responsabilidad, pero da una idea de las manos en las que está el país.

Porque la responsabilidad por nombrar a un incompetente recae también sobre el nombrador. Aznar nombró ministro de Economía y Hacienda a uno que no sabe gran cosa de la materia y al señor Blesa presidente de Caja Madrid porque fue compañero suyo de pupitre en el colegio.

La historia mete miedo pero se resume así: la corrupción del país llega al extremo de que un órgano en el que están representadas todas las fuerzas políticas institucionales interesadas, se dedica a saquear la cuarta entidad de crédito del país (y, por extensión, todas las cajas), incluso mediante prácticas presuntamente delictivas hasta que, a causa de eso y de su fabulosa incompetencia, el sistema se hunde con un perjuicio enorme para la población pero sin que los responsables políticos de esta catástrofe asuman un ápice de responsabilidad. Ahí está el señor Rajoy, responsable del nombramiento de su compañero de gabinete, Rato, pero al que hoy niega haber conocido jamás. Ahí también el señor Aznar, responsable de los nombramientos de estos dos presuntos sinvergüenzas, impartiendo lecciones de recto y honrado proceder.

España es un país en B.