El PSOE es un partido más que centenario por algún motivo. Desde el principio funcionó como una asociación especial, dentro de un espíritu de la izquierda de fines del XIX y primeros del XX. Un espiritu de solidaridad, compañerismo, muy próximo a las "cajas de resistencia" de los sindicatos, necesario para sobrevivir en un entorno hostil; un espíritu casi familiar que se ha ido perpetuando a lo largo de este siglo y pico de vicisitudes de todo tipo. Eso da una organización peculiar con una forma de militancia sin parecido en los demás partidos. Tiene algo de comunitario. En la famosa dicotomía de F. Tönnies entre comunidad y sociedad, cae más del lado de la comunidad, un lugar en donde se tiene en cuenta a las personas, en donde se ha postulado una forma especial de humanismo, de la mano de Fernando de los Ríos. En gran medida es un espíritu familiar porque, en muchos casos, la militancia se trae de familia, como tradición. De ahí que el distanciamiento actual de la juventud (los padres son socialistas y los hijos votan a Podemos) sea especialmente doloroso.
Doloroso pero comprensible porque, de un tiempo a esta parte (de bastante tiempo) el PSOE ha perdido aquel espíritu. Para no andarnos con monsergas de si fue Zapatero I o Zapatero II o Rubalcaba o Sánchez o no-Sanchez, o incluso antes, vamos a ceñirnos a estas primarias y su desencadenante.
A lo largo de su historia, el PSOE ha vivido momentos muy difíciles, a veces a vida o muerte. Pero el golpe de mano del 1º de octubre pertenece a otro género de cosas, otra forma de actuar, otro espíritu. Un grupo de conspiradores, basándose en suposiciones y sospechas de que Sánchez fuera a pactar con Podemos o los indepes catalanes, monta un golpe palaciego mediante una maniobra bastante indigna y defenestra al SG elegido por las bases. Ni la forma ni el fondo del hecho son socialistas. El fondo es una mentalidad de derechas de nacionalismo español a ultranza mucho más afín al PP que al PSOE; esto es, la mentalidad de Rubalcaba. La forma es la de los profesionales de las organizaciones, a los que da igual en la que estén porque lo que hacen es aprovechar sus reglas internas para trepar ellos a los puesto de poder; o sea la mentalidad de Susana Díaz.
Y todo al servicio de un golpe preventivo, la forma más agresiva e inmunda de proceder. Definitivamente, ese golpe rompió aquel espíritu porque pertenece a un mundo distinto, el de la derecha sin escrúpulos. Así pues, la indigna defenestración de Sánchez por órdenes de la presidenta andaluza, ("lo quiero muerto"), incendió las bases, la militancia, que se sintió estafada y reaccionó en honor a ese espíritu humanista que ha heredado. No lo esperaban los golpistas. No lo esperaba la junta gestora que nombraron estos entre sus fieles con la tarea de preparar la llegada triunfal de la caudilla Díaz, probablemente sin necesidad de primarias.
No ha sido así a causa de la rebelión democrática de las bases, que han aupado al defenestrado Sánchez en un noble gesto de reparación por la injusticia sufrida, dándole un impulso moral que su adversaria jamás podrá alcanzar. Y, a partir de aquí, cada cual ha sido leal a su papel hasta lo increíble. Díaz es una política profesional de corte populista, regate corto, escasas ideas y mucho sentido folclórico-mediático. De hecho, el discurso que infligió a la audiencia en el Ifema fue una lamentable serie de topicazos, frases hechas, latiguillos y vaciedades que debieran haber avergonzado a las viejas glorias que se llevó de claque si les quedara algo de vergüenza.
El caudillismo de Díaz se ejerce a través de ese pintoresco órgano provisional, llamado comisión gestora que no es otra cosa que un comité de acción, justificación y propaganda de Díaz. Su presidente, Fernández, se pasa el día deslegitimando la candidatura de Sánchez y mintiendo para ello de paso al insinuar que este quiere un partido asambleario en imitación a Podemos. Vuelve de nuevo la acusación del principio, de un PSOE subalterno de Podemos, formulada por unas gentes que lo han hecho subalterno del PP. A esa evidente parcialidad y animosidad antisanchista se añade que el segundo de la junta gestora es la mano derecha de Díaz, con lo que no hace falta decir nada más, salvo asombrarse de cómo puede llegarse a tamaño desafuero de tener un órgano que ha de arbitrar una contienda electoral descaradamente al servicio de una de las partes. Tan a su servicio que hasta el trabajo sucio le hace: tras pedir claridad en las cuentas y sugerir malévolamente que Sánchez se financia ilegalmente, resulta que la única candidatura que no ha aclarado en público su contabilidad y está bajo vehemente sospecha de valerse del aparato y sus medios para su campaña es la de Díaz.
Estas y otras muchas maniobras de juego sucio (la presencia de la caudilla en las redes es muy baja, pero compensa llenándolas de bots) prueban que estos golpistas han roto aquel espíritu de familia, el respeto al otro, el humanismo de la tradición para implantar las reglas del poder, la ambición, el clientelismo y los intereses creados. Nada de extraño que la militancia haya reaccionado como lo ha hecho. Las maniobras han provocado la indignación y esta ha encontrado un líder en momentáneo estado de postración, al que ha impulsado para dar la batalla por el espíritu socialista.
Para contrarrestar esta oleada, la gestora no ha tenido mejor idea que celebrar una especie de glorificación de la caudilla y presentarla con pompa y boato como la culminación de la historia contemporánea del PSOE desde la transición, arropada por su dirigentes vintage supuestamente más eficaces para mover los sentimientos de la militancia. Pero ni con esas. Lo que se vivió el domingo fue una ceremonia de zombies, ninguno de los cuales sabía bien qué píntaba allí, a consumir sus últimos hilillos de dignidad en apoyar a una huera oportunista. Y, para colmo, la ausencia de Griñán y Chaves, que debieran haber estado según la lógica de la comunidad familiar, demuestra a las claras que el aparente acto de recuperación sentimental del viejo PSOE era una maniobra fríamente calculada para engañar: González, sí; Zapatero, sí; Rubalcaba, sí; Chaves y Griñán, no, por si pringaban de corrupción. Bestial.
Me atrevería a decir que en el acto de glorificación, el tiro salió a la junta gestora por la culata. Como todo lo que hace. Lo único que ha conseguido es que la rebelión democrática se consolide porque ahora ya se tienen datos fehacientes para comparar. Y es demoledor: con todo el aparato a su servicio, los medios, los recursos del partido, los autobuses gratis, etc., Díaz reunió comparativamente menos gente en Madrid que Sánchez en Burjasot. Y si hablamos de discursos, la cuestión revienta. No hay comparación. La caudilla no tiene discurso, sino un repertorio de frases huecas. Se entiende. Para ella, su discurso es el que la gestora presentó como documento para el congreso en medio de las insinuaciones de mala baba contra Sánchez. Ella es la candidata del partido y el discurso del partido es el suyo. Algo intrínsecamente de derechas: apropiarse los símbolos, los relatos colectivos.
Frente a eso, Sánchez tiene un discurso. Está mejor o peor plasmado en el documento presentado en el Bellas Artes sobre la nueva socialdemocracia. Ahora, el destino le ha deparado la posibilidad de contrastarlo con la militancia durante unos meses. Una buena ocasión para acabar articulando un discurso completo, trabado, con respaldo suficiente y que, por lo tanto, ahora mismo está haciéndose. Cambiará algo, se perfilará mejor, a medida que vaya viendo la acogida que tienen las propuestas concretas. De momento, va calando, por poner un ejemplo, el propósito laico. En general, el programa se autotitula de izquierda e insiste en ese punto.
Los adversarios de Sánchez, no necesariamente partidarios de Díaz, le reprochan inconsistencia en el pasado y falta de crédito en la actualidad, aunque reconocen que va entonando mucho con la militancia. Lógico, dicen, frente al discurso de todos los hombres de la presidenta solo cabe el de la militancia. En realidad, Sánchez está haciendo de necesidad virtud y eso, a los puristas siempre les parece sospechoso. Es más, el izquierdismo de Sánchez se interpreta echando mano del famoso caso del general Della Rovere. Yo mismo lo hacía al comienzo de esta rebelión. Pero la historia ha de entenderse hasta el final. Ciertamente, el primer Sánchez, el SG, era otra cosa. Como Emmanuelle Bardone también era otra cosa. Pero cuando Bardone, finalmente, se convierte en Della Rovere y afronta su destino, adquiere una calidad humana que podría ser, incluso, superior a la del verdadero Della Rovere.
Y para aquellos que quieran razonamientos más teóricos y menos literarios, recuérdese la feliz idea de Hegel de la "astucia de la razón", una forma filosófica ilustrada de decir lo mismo que los cristianos de que "Dios escribe recto con renglones torcidos". Sánchez se ha puesto al frente de la manifestación, ha vinculado su destino a la militancia (como García Page parece haber vinculado el suyo al de Díaz), y en este momento es otra persona, no tan condicionada por su pasado como por su presente. Al igual que los demás, por supuesto. Pero compárense presentes: el de Díaz, el de Sánchez y el de López. Eso es lo que cuenta porque hay que elegir.
Eso y el recuerdo a Kant, rebotado luego por Isaiah Berlin, de que "de la madera torcida de la humanidad nunca ha salido nada recto".
Lo cual no debe ser óbice para intentarlo.