Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris Revistas.. Mostrar tots els missatges
Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris Revistas.. Mostrar tots els missatges

dilluns, 11 d’agost del 2008

Suicidiofilia.

El otro día recibí un mail de mi amigo Euclides Perdomo (obviamente un seudónimo con el que firma el blog Amanadunu) dando cuenta de que tiene otros amigos viviendo en una casa de un pueblín cercano al nuestro en Guadalajara como a treinta kilómetros, y que debíamos ir a visitarlos por dos razones: primera porque son gente muy simpática y segunda porque no tienen coche. Además, editan la revista que se ve a la izquierda. Dije que sí a Euclides y me puse a fisgar en la red a ver qué encontraba sobre Vacaciones en Polonia. Se encuentra poca cosa: un blog de blogger (Vacaciones en Polonia con los índices y portadas de los tres números de la revista hasta la fecha, unas fotos de actos de presentación, unas críticas muy favorables y una relación de librerías en que cabe adquirir VP.
Así que metimos a los niños en el coche y nos fuimos a visitar a la pareja que vive en una casa singular en el pueblo en cuestión y desde la cual montan VP. El varón es el que firma en la revista como Râo Cuter; la mujer traduce alguna pieza del portugués, pero no sé si escribe algo. La casa había pertenecido a un indiano y ellos se la compraron al hermano a la muerte de aquel. Muy amables, nos regalaron un ejemplar del número tres, que es un obsequio porque cuesta doce pavos.
Vacaciones en Polonia, nº 3, Suicidios y literaturas (191 págs.) no tiene pie de imprenta, ni ciudad, ni ISSN; tampoco tiene periodicidad. No hace falta decir que esta hecha con mucho primor y un alarde de fotocomposición alternativa y posmoderna que juega con diversos elementos, textos que varían en tipo, tamaño y color de letra, empleo de colores y mucho montaje con imágenes. El formato ancho y alto hace que cada página doble sea una experiencia. Un lujo de revista que recuerda la estética vanguardista, singularmente la surrealista y más en concreto, la de la Internacional Situacionista, a la que se dedica un trabajo en este número. Innecesario decir por lo demás la curiosa sensación que lo embarga a uno al leer una revista sin publicidad, sin un miserable anuncio.

El número es monográfico sobre el suicidio y la literatura y consta de algunos trabajos de reflexion sobre la práctica de poner fin a los propios días en aspectos generales o concretos y referencias directas o a través de terceros a la obra de insignes creadores suicidas.
Entre los trabajos destaca en primer lugar el de Jerzy Montanowicz (imposible saber en toda la revista si los nombres son seudónimos o no, pues no se da información alguna sobre los autores) acerca de Debord y Beatriz que no solamente es un excelente ensayo sobre el pensador de la sociedad del espectáculo sino sobre el conjunto del movimiento de la Internacional Situacionista, sus ideas, sus interpretaciones, su influencia sobre los acontecimientos de los años sesenta, especialmente del sesenta y ocho. Resultan de especial interés a mi entender las referencias a las actividades cinematográficas de Debord.
Hay dos trabajos de Davamek de Zakopane, Suicidio, modo de usar y Tratando de atrapar científicamente una comprensión del suicidio por métodos sociológicos. Imagino que el nombre también es un seudónimo, pero no lo sé. El primero es una interesante reflexión sobre la forma en que se ha abordado el suicidio a lo largo de la historia, la condena, la represión, etc (excepción hecha de la antigüedad clásica) y el concepto en que cabe tenerlo hoy en un horizonte libertario. El otro trabajo es una burla sobre los intentos académicos de elaborar una teoría "científica" del suicidio; aunque el autor se pasa: dando cuenta de una conferencia del profesor R. Álvarez de Toledo en la Asamblea de la Liga de Higiene Mental en España, titulada El suicidio en España en su aspecto social dice que el autor destaca que en los países católicos hay menos suicidas que en los protestantes sin que De Zakopane sepa a qué viene la observación que, sin embargo es evidente: trata de corroborar una de las más conocidas conclusiones de Durkheim, padre de la suicidología.
En este tipo de trabajos "generales" se encuadraría el de Nuno Vertigem, Saudade y Ansia de Alem. Suicidio y Renacimiento en la literatura portuguesa en el que se dicen cosas interesantes sobre los poetas y literatos portugueses suicidas más conocidos: Antero de Quental, Camilo Castelo-Branco, Trindade Coelho, Manuel Laranjeira, Florbela Espança y Mário de Sá-Carneiro, que se mató en París a los veintiséis años, dejando tras de sí una obra muy recorrida por la idea del suicidio.

También de mucho horizonte es para mí el ensayo de Blas Pacheko Grandezas y miserias de El Viaducto a través de una sucinta cronología de sus avatares mundanos y su leyenda de suicidadero popular. Es como un trabajo metonímico porque se habla no del suicidio sino de aquello que se emplea para el suicidio, no del fin sino del medio. Y con este hilo conductor, Pacheko cuenta con gracia y conocimiento de causa el mundo literario y bohemio en torno al Viaducto (tras haber trazado una historia de su construcción, su substitución y sus otras variaciones), el paso de Corpus Barga, Alonso Zamora Vicente, César González Ruano, Ramón J. Sender y, cómo no, lo que Umbral llamó "la generación del Viaducto", con la rivalidad entre Ramón Gómez de la Serna y Rafael Cansinos Asséns. Borges tomaría partido por éste y reconocería su magisterio. Pacheko trae su análisis al Viaducto de hoy, hasta Juan Manuel de Prada (a quien llama "Este prematuro señor gordo, escritor de derechas...") y lo que considera su aprovechamiento de las biografías peculiarísimas del Viaducto, como la de Armando Buscarini. El influjo del Viaducto le lleva también a hablar de Pedro de Répide, el cronista de las calles de Madrid y de Jardiel Poncela, cuya literatura ensalza de forma desproporcionada a mi modesto entender.
Entre estos trabajos podría incluirse también el de Tadea Culculita Lctura subversiva de un manuscrito herético sobre el Manuscrito encontrado en Zaragoza del también suicida conde Jan Potocki en el que queda bien claro que la lectura es subversiva porque el texto es subversivo.

El resto de esta interesante revista son biografías, relatos, referencias a muchos otros suicidas y algunos escritos notables sobre el suicidio por autores que no fueron suicidas ellos mismos, como Hume (un interesante fragmento racionalista sobre el suicido), Ramón Gómez de la Serna (de quien se reproduce un trabajo en el que se dice que el suicidio es un "momento de adolescencia superior" y una breve referencia al suicidio de Gérard de Nerval), Marinetti, o Camus, con el fragmento Lo absurdo y el suicidio, pertenciente a El mito de sísifo y en el que se entiende al suicida como el único que da respuesta a la cuestión esencial, fundamental, de la filosofía (p. 63).
El resto, lo dicho, suicidas ilustres. Unos más simpáticos que otros. Por ejemplo, el caso de Raúl Barón Biza, ensalzado aquí, como se suele, hasta el ditirambo. Con él me pasa como con el Marqués de Sade (por quien estaba influido) que maldita la gracia que le veo a sostener punto de vista moral filosófico alguno sobre el dolor y el sufrimiento ajenos. Este Barón Biza, capaz de arrojar un frasco de ácido cianhídrico a su ex-esposa a la cara no es un poeta maldito ni un escritor incomprendido ni un pensador proscrito sino un puñetero maltratador. El hecho de haber escrito una obra con el dudoso título de El derecho de matar no lo hace más simpático, y quienes le ríen la fechoría, que se lo piensen dos veces. Que se pongan en lugar de Rosa Clotilde Sabattini, desfigurada por mano ajena, que la propiedad de la mano que hace el hecho es lo que diferencia a un suicida de un asesino. De los demás suicidas llaman la atención Óscar Dominguez, cómo no, siempre con esa cuestión abierta de cómo un hombre de tanta actividad y pasión pudo suicidarse. Especial interés las páginas destinadas a Justo Alejo y la duda sobre si se suicidó o lo arrojaron por la ventana y Víctor Mira.
Culmina la revista una lista suicipédica, de "suicidas ejemplares" (ignoro por qué sean ejemplares) muy completa, con 355 entradas, la última la de Stefan Zweig que nos mira con su mirada inteligente. No tengo nada que objetar salvo, quizá, que no está nada claro que Arthur Cravan se suicidara. Al contrario, había conseguido sobrevivir a situaciones difíciles y se aprestaba a unirse con su mujer, Mina Loy, en Venezuela, para lo que se embarcó en un velero tripulado por él en Salina Cruz, México. Desapareció en aguas del golfo de México. No consta que fuera versado en el arte de la navegación.
Vacaciones en Polonia, cuyo título hace referencia, según me contó Râo Cuter a Alfred Jarry, al hecho de que quienes lo hacen son muy aficionados a la litertura polaca y a que les da la gana, es una magnífica publicación. Un tema monográfico tratado desde una multiplicidad de puntos de vista trabados por una convicción libertaria y un deseo de provocar y agitar la tranquila superficie del estanque literario. El número cuatro, que está al salir y del que también daré cuenta, versa sobre "literaturas antropófagas". Prometedor. Se ve que la voluntad de provocación va a más. Pues nada, a ver si se lanzan a hacer uno sobre un tema espinoso, el incesto.
(Las imágenes son sendos cuadros de Antoine Wiertz, Le suicide, 1854, Museo de Dinant, Bégica y Leonardo Alenza Sátira del suicidio romántico, 1830, Museo Romántico, Madrid).

divendres, 20 de juny del 2008

Historia de la historia.

Hace veinte años, cuando mis dos buenos amigos y competentes historiadores Javier Paniagua y José Antonio Piqueras me dijeron que iban a poner en marcha una revista académica consagrada a la historia social les auguré que no pasarían del tercer número. Demostré ser un pésimo zahorí porque este año la revista cumple veinte años, va por su número sexagésimo y goza de mejor salud que alguno de sus fundadores, al que deseo pronto restablecimiento.

Este número sesenta que ahora celebro y comento (Historia social, nº 60, Valencia, 2008, 260 págs.) es una especie de recapitulación sobre el estado actual de esa disciplina relativamente joven que se llama historia social. Un número monográfico sobre el estado de la cuestión. La primera mitad contiene cinco interesantes ensayos que comentaré de inmediato y la segunda dieciséis respuestas firmadas por algunos de los más prestigiosos historiadores sociales actuales españoles y extranjeros y de las que haré una valoración de conjunto.

El número se inicia con un elegante ensayo de Colin James, Los "pobres" de Olwen Hufton, el "pueblo" de Richard Cobb y la noción de longue durée en la historiografía de la revolución francesa, un título interminable, que es el precio que los británicos pagan por su enfoque tradicionalmente empírico. El autor traza unas semblanzas paralelas de estos dos reconocidos historiadores ingleses especializados en la revolución francesa. Cobb tenía un estilo muy personal y una actitud oscilante y así fue avanzando, hasta dar en una actitud antipolítica. A la inversa, Olwen Hufton, con un pronunciamiento ideológico/político más claro se sumó al programa socialdemócrata de Lord Beveridge y, además se convirtió en abanderada de la introducción de la perspectiva de género en la historia social. Cobb es un antimodernista y Hufton plenamente modernista: los dos desarrollan la longue durée de Fernand Braudel, si bien para Cobb ésta va de 1790 a 1960, mientras que para Hufton es la del propio Braudel (siglos XV a XVIII). Los dos autores, Cobb y Hufton se parecen en el estilo, pues ambos son "resurreccionistas", como Jules Michelet; pero así como Michelet ve la revolución como un romance du peuple, los dos británicos la ven como una tragedia al estilo en que la presentó Charles Dickens en Historia de dos ciudades un libro que todavía hoy, casi en en sesquicentenario de su publicación, sigue condicionando la forma en que los británicos ven la revolución francesa.

El ensayo de Marilyn J. Boxer, Repensar la construcción socialista y la posterior trayectoria internacional del concepto de "feminismo burgés" es una muy interesante pieza sobre la evolución del movimiento feminista. La autora no pierde el tiempo en probar que éste sea parte de la historia social y con razón lo da por supuesto. Arranca de la obra de la socialista alemana Clara Zetkin quien siempre sostuvo que desde el punto de vista marxista la emancipación de la mujer sólo podría venir con la emancipación de los trabajadores en general, lo que la llevaba a calificar (y, en consecuencia, condenar) cualquier intento de emancipación femenina como "feminismo burgués". No menciona Boxer un ejemplo que apuntalaría su posición: ese era también el punto de vista de Marx en relación con los judíos en La cuestión judía donde se decía que la emancipación de los judíos será su emancipación como ciudadanos. La consideración peyorativa del "feminismo burgués" es compartida por otras mujeres, como Luxemburg o Alexandra Kollontai. Esa es también la razón por la que los gobiernos franceses del Frente Popular no pidieron el voto de las mujeres, algo que también pasó en España, en donde Clara Campoamor, de Izquierda Republicana, luchó por el voto femenino y lo obtuvo, mientras que Victoria Kent, socialista, se oponía al sufragio de la mujer. Este concepto/estigma de femenismo burgués aún estaba en vigor en tiempos de la pionera Betty Friedan o de la más combativa Kate Millet, empezando a cambiar a mediados de los años setenta con las obras de Juliet Mitchell y Sheila Rowbotham, ambas discípulas de E.P. Thompson que suplieron la más significativa laguna de su maestro: la ausencia de género en The Making of the English Working Class. Suscribo la conclusión de Boxer: "En tanto movimiento político, el feminismo nunca ha sido "burgués" en el sentido que le dieron a esa palabra los marxistas. El "feminismo burgués" fue un invento del algunas socialistas y no existió como movimiento de mujeres específico, identificable con una base clasista." (p. 56)

El trabajo de José Antonio Piqueras El dilema de Robinsón y las tribulaciones de los historiadores sociales es una ingeniosa interpretación del Robinson Crusoe de Daniel Defoe a la luz de giro lingüístico y de la pretensión de que ya no tenemos textos ni pasado sino sólo interpretaciones de textos (p.63) que, por lo demás, es lo que decía Nietzsche: "No hay hechos; sólo interpretaciones". La divertida lectura del Robinson que realiza el autor subraya la transferencia de conceptos, sentimientos, creencias, etc. ¿No queríais interpretación de textos? Taza y media. Piqueras, sin embargo, es poco partidario del pluralismo metodológico y para él no tiene el mismo valor la aceptación de una all pervading subjetividad que la de alguna forma de objetividad, aunque ahora no se llame así, sino explicación de la realidad histórica. Resulta que "por más que nos empeñemos en descubrir subjetividad en la construcción de la percepción social, este mundo nos devuelve situaciones tangibles y acumulación de tal volumen de información que si alguien duda del trabajo que aguarda al historiador del mañana, el que se ocupará de nuestra época, es porque los dioses, para perderlo, le han confundido sus sentidos" (p. 87).

En el trabajo de Ricardo García Cárcel Veinte años de historia social de la España contemporánea se ve cómo la historiografía social española ha ido siempre a remolque tardío de las orientaciones metodológicas procedentes del extranjero. Después de los primeros maestros, Domínguez Ortiz y José Antonio Maravall, así como posteriormente Josep Nadal, la historiografía social española aparece impregnada de un marxismo vulgar al que después sustituirá la moda del cuantitativismo. El impacto hoy día es el del posmodernismo al estilo de Vattimo, Lyotard y el conjunto del giro lingüístico, Gadamer, Derrida, Foucault. Sostiene Garcia Cárcel que todos ellos ha influido en la historiografía española a través de Chartier (la investigación de la lectura, que habla mucho de la influencia del público lector, de Habermas), Giovanni Levi (el replanteamiento de la función de la Inquisición) y Peter Burke, el responsable de la historia cultural ajustado al muy fascinante estudio de la lectura en el pasado (quién, qué, cómo, cuánto, dónde, cuándo leía). La historiografía social española es homologable con la extranjera y diez puntos de ésta así lo evidencian, entre ellos la historia de la lectura, el éxito de la historia local, el fracaso de la microhistoria, la historia religiosa (no la eclesiática), la de la vida cotidiana, etc.

Finalmente el artículo de Julián Casanova Pasado y presente de la guerra civil española, debiera titularse Pasado y presente de la historiografía de la guerra civil española, que fue lo que fue y es lo que es. El franquismo no dejó nada de valor salvo, parcialmente, la historia militar. En los años noventa fue incrementándose la demanda de historia de la guerra civil y postguerra, las cuestiones de la memoria histórica que el establishment franquista vio como un peligro redoblado, lo que c0ntribuyó al nacimiento de una nueva historia de la guerra civil de carácter ideológico y militante, que reproducía las falsedades de los historiadores franquistas a manos de seudohistoriadores. La historiografía de la guerra civil goza de muy buena salud y aporta puntos de vista nuevos, por ejemplo, el autor singulariza la contribución de Michael Seidman, que explica la derrota del bando republicano a partir de la falta de motivación de los combatientes, que él obtiene de sus métodos de análisis del comportamiento del individuo (p. 124).

La segunda parte consiste en una especie de encuesta. La revista ha preguntado a dieciséis reputados especialistas en historia social, nacionales y extranjeros, "¿Qué entendemos hoy por historia social?" y ha impreso sus dieciséis respuestas que configuran un buen diagnóstico del state of the realm hecho por quienes lo conocen (y muy bien) por dentro. La conclusión que obtiene un lector curioso no especializado en la materia es que si la historiografía quiso pasar del marco de las antiguas Humanidades al más nítido de las ciencias sociales lo ha conseguido plenamente visto que los temas que más la apasionan son los de su propio status como disciplina, su lugar al sol en los planes de estudio y su razón de ser. La prueba empírica de que esta Historia es ya una ciencia social es que más de la mitad de este número de jubileo de la revista se dedica a preguntarse angustiadamente por su esencia y potencia. En las dieciséis respuestas aparecen mencionados los siguientes asuntos, algunos varias veces y que suenan familiares a cualquiera que se dedique a estos menesteres: la ambigüedad de la expresión "historia social" (lo mismo pasa con el término social de la expresión "Estado social y democrático de derecho" y ¡está en la Constitución vigente!); la falta de una definición unívoca sobre qué sea la disciplina; abundante controversia metodológica (lo individual, lo colectivo, las cuestiones semánticas, la construcción social de la realidad, etc); los frecuentes cambios en métodos y fuentes; la multiplicidad de marcos teóricos (muy cómodo para los posmodernos y poco para los premodernos); típicos problemas de la incertidumbre heisenbergeriana; eclipse de viejos y queridos objetos de estudio (clases, estados, economía y otros valores antaño seguros) que hoy flotan a la deriva como pecios en la mar líquida del posmodernismo más descreído; el malhadado giro lingüístico; el fin del paradigma marxista y el abandono de una posición de izquierda (p. 188); la aparición de los "enfoques culturales", que no todo el mundo ve con delectación; la aparición de la historia oral; la del feminismo (estos dos últimos, giros metodológicos decisivos); el surgimiento del transnacionalismo (que nadie me quita de la cabeza es una versión metodológica medio histórica medio antropológica del cosmopolitismo y la globalización); la angustia por lo que se percibe como el "fin de la historia social" y el hecho de que ésta haya de confesarse en el diván del psicoanalista, que es donde por su propio bien quiere verla Javier Paniagua.

De entre las dieciséis respuestas singularizo una de Peter Burke, Algunas reflexiones sobre la circularidad cultural que me ha resultado especialmente grata por afinidades electivas con el autor cuando éste recuerda esas "identidades circulares" de Gambetta que los sistemistas llamarían Feedback loops, ejemplarizándolas en la la relación entre el condado faulkneriano de Yoknapatawpha y el de García Márquez de Macondo o la relación de va y viene entre las novelas de José Lins do Rego y Thomas hardy. Me gusta ver que a la historiografía social no le duelen prendas de codearse con la literatura; como Viernes con Robinson Crusoe.

En resumen, felicidades a la revista por su vigésimo aniversario y que lo cumpla otras veinte veces.

dilluns, 16 de juny del 2008

El cristianismo débil.

En su número correpondiente a últimos del año pasado, la revista Anthropos venía monográfica dedicada a Gianni Vattimo, uno de los filósofos italianos del momento más interesantes, pensador paradigmático de la posmodernidad y celebrado padre del concepto del pensiero debole a "pensamiento débil", (Gianni Vattimo. Hermeneusis e historicidad, nº 217, Barcelona, octubre-diciembre de 2007, 224 págs. A cargo de Miguel Ángel Quintana Paz) y me llegó hace un par de meses. Hay que ver qué lenta es la distribución y circulación de estas revistas académicas. Pero, como se dice, nunca es tarde si la dicha es buena.

El número está muy cuidado y tiene gran valor didáctico, aunque quizá no tanto crítico. Consta de una primera parte que funciona como una magnífica introducción al pensamiento del filósofo turinés pues, sobre contener una amplia presentación editorial, cuenta con una larga entrevista que hacen al filósofo Luca Savarino y Federico Vercellone, un par de breves pero esenciales artículos del propio Vattimo, una minuciosa bio-bibliografía suya así como una inapreciable bibliografía selecta comentada, las dos últimas a cargo del compilador del número, Quintana Paz.

La entrevista, muy minuciosa, trata de establecer la estirpe intelectual de Vattimo y le hace hablar largo y tendido sobre estos y otros temas. Los filósofos cuya influencia se detecta en la obra de Vattimo como él mismo reconoce son Schleiermacher, Nietzsche, Heidegger, Pareyson y Gadamer; los filósofos con los que se relaciona por afinidades electivas o con los que dialoga son Rorty, Apel, Derrida o Habermas. Por último, los que piensa haber amalgamado para la construcción de su obra propia son Heidegger, Nietzsche y Marx. Vattimo explica que el pensamiento débil es hijo de la confluencia entre la hermenéutica y el existencialismo por un lado y del "giro lingüístico" de la filosofía por el otro puesto que en nuestra experiencia del mundo nunca tenemos que ver con los hechos, sino con textos y palabras ya que, como dice Heidegger, "el lenguaje es la casa del ser" (p. 33). En el campo práctico, el pensamiento débil es una ética política como delimitación del ideal revolucionario y rechazo de la violencia: "se trataba de mantenerse fiel a una actitud revolucionaria contra la sociedad capitalista sin caer en el leninismo" (p. 30), una expresión que encuentro misteriosa porque no hace falta ser muy hermeneuta para entender que el "leninismo" es susceptible de muchas interpretaciones, unas más y otras menos rechazables, dependiendo de quién lo haga. Claro que eso tampoco es muy decisivo ya que, en el último tramo de su evolución, Vattimo ha regresado al redil: "El pensamiento débil es una secularización del pensamiento cristiano que no se despide de él, sino que lo actualiza: por ese motivo yo hoy me definiría como cristiano en la medida en que soy también alguien que hereda la idea de kénosis, de reducción de la violencia ligada a la pretensión de objetividad, y sobre todo la idea de caridad" (p. 37) Es inteligente -y no deja de tener gracia- que los posmodernos rescaten a la Iglesia cristiana a pesar de su metarrelato echando mano a otro metarrelato en la visión mesiánica supongo que como una manifestación de la "ontología declinante" de Gadamer, aunque no sé cómo encajará esto en la dogmática de Nicea.

Hay otra parte del número bajo el epígrafe "Argumento" que analiza aspectos específicos de la filosofía vattimiana. Contiene, entre otros, un interesante artículo de Miguel Ángel Quintana Paz (que en verdad ha hecho un gran trabajo con este nùmero) sobre Nihilismo político: acerca de ciertas derivas del pensamiento de Vattimo en torno a las democracias posmodernas que hace un perspicaz encadenamiento de las misiones, por así decirlo, de la filosofía de Vattimo que, articulada en la vía dialógica, propugna una "tolerancia positiva" basada en la sustitución de las convicciones rígidas por las interpretaciones y en la ruptura de las barreras metafísicas entre las actitudes contrapuestas, lo que lleva a la reducción de la violencia (el Leit Motiv de Vattimo en los últimos tiempos) y, en consecuencia, al pluralismo. Las críticas que suelen hacerse a esta actitud apuntan al hecho de que sea una filosofía que sirve para apuntalar la realidad existente y lo haga imponiendo conceptos y valores propios de nuestra tradición occidental. El resto del programa práctico de Vattimo, según Quintana Paz, implica la imbricación de la ética y la política (p. 85) la cesación de la violencia contra los animales, la despenalización de las drogas (p. 87) y la reforma de la justicia penal, con abolición de la pena de muerte, por descontado.

El artículo de Mauricio Beuchot, Hermenéutica débil y hermenéutica analógica. Hacia un encuentro fructífero contiene un understatement en el título ya que el autor no muestra encuentro fructífero alguno sino que lo que sostiene es que ambas hermenéuticas son complementarias. Lo que convence más a Beuchot es, por un lado, que Vattimo haya acometido la crítica de las sociedades basadas en los medios de comunicación (La sociedad transparente) que, como otros aspectos de su hermenéutica, arranca de la idea de Nietzsche del enmascaramiento de lo real y la conversión de éste en fábula (p. 100) y por otro, que la hermenéutica débil, se haya puesto del lado de los débiles y enfrente de la globalización, valoración que tiene un aire como a "teología de la liberación" y que no se deriva necesariamente de la hermenéutica de Vattimo como sí lo hace el valor de la interpretación que es consustancial a aquella (Ibíd.).

El muy interesante ensayo de Concha Roldán y María G. Navarro, Filosofía de la historia y hermenéutica incorpora ya el primer factor crítico a Vattimo en el momento en que éste postula que el pluralismo filosófico de la hermenéutica clásica lleva a la tradición judeocristiana, cosa que se ve en dos ángulos distintos, uno histórico por cuanto, al no ser presos de los grandes sistemas racionalistas, ya no quedan motivos para ser ateos; el otro filosófico ya que la tesis de la verdad como interpretación es la culminación de lo que Heidegger llama Historia del Ser y lo que se da en Vattimo como historia del debilitamiento. El desacuerdo de las autoras se hace manifiesto al considerar que la hermenéutica implica la disolución de la metafísica clásica y lo que ésta comporta: el descubrimiento del acontecimiento de las salvación (p.112)

En Las fronteras del tiempo Manuel Cruz plantea la cuestión de la irrepetibilidad de los hechos históricos, pues no es la vida la que se repite sino nosotros mismos que repetimos sus episodios. Detecta Cruz la desaparición de la idea de futuro, algo prescindible si se considera que lo universal no es otra cosa que aquello en lo que nos hemos puesto de acuerdo.

En su ensayo Ética hermenéutica y religión en Gianni Vattimo, Jesús Conill amplia y matiza algunos de los aspectos tocados con anterioridad, considerando que la "Encarnación significa aquí la disolución de lo sagrado en su versión violenta. El fin de la metafísica viene acompañado del fin de la imagen del Dios violento, de la 'muerte de Dios' en ese sentido". Así pues, "la 'ontología débil' (también en versión de 'ética débil') como 'transcripción' del mensaje cristiano, constituye el 'descubrimiento' decisivo de Vattimo" (p. 127). La parábola de Vattimo es que la secularización elimina las razones para ser ateo y permite volver a la fe cristiana (ibíd.). Al menos se lo ha permitido a él.

Viene luego una tercera parte de análisis temático, con los siguientes artículos: el de Fernando Savater, El cristianismo como mito de la posmodernidad, el más crítico con Vattimo de todo el número, precisamente se detiene en este último aspecto, la pretensión "debilitamiento" de la religión en su invocación de verdad única y su sustitución por la kénosis para poner en cuestión, es decir, para negar, que el cristianismo pueda hacer algo parecido ya que "ser cristiano supone saberse en la verdad y no callar o fingir respetar los errores ajenos, aunque estuviesen respaldados por usos, costumbres e inquisiciones" (p. 138). Lejos, pues, de admitir que ya no haya razones para ser ateos, Savater señala que es el genio del cristianismo el que ha fabricado los ateos.

Un artículo de Wolfgang Sützl sobre Política estética. La emancipación a pesar de la metafísica se orienta a determinar la teoría política de Vattimo descubriendo que son los movimientos antiglobalizadores (alterglobalizadores) los que manifiestan las características de la política estética del filósofo en la que las luchas de hoy son luchas en el espacio estético y político inaugurado por los medios de comunicación (p. 144). Se centra luego Sützl en calibrar el efecto de la obsesión política contemporánea con la seguridad como mecanismo de perpetuación de la guerra (lo contrario, pues, de la "reducción de la violencia de Vattimo) como manifestación práctica del fallo de Heidegger de que es peor la desertificación que la destrucción (p. 147).

Dos últimos trabajos (Lluís M. Álvarez, La estética de Gianni Vattimo y Mario Perniola, El camino auténtico de la ontologia de Gianni Vattimo) versan sobre el alcance de la estética vattimiana. Me quedo con las últimas advertencias de Perniola quien valora la hermenéutica de Vattimo como una filosofía irónica en la que la mayoría de las tendencias con las que se ha asociado al filósofo turinés (hermenéutica, posmodernidad, pensamiento de la diferencia y teoría de la comunicación de masas) son huesos que Vattimo lanza "a los lacayos de las instituciones y de los medios de comunicación de masas" (p. 174) puesto que en su teoría, que no es nada "débil", va más allá de esas consideraciones al modo en que la obra que dedicó de forma más orgánica a la hermenéutica filosófica se titula Más allá de la interpretación (o. 175)

dilluns, 9 de juny del 2008

Visiones de la utopía.

La Revista Internacional de Filosofía Política dedicó su número de julio del año pasado a un semimonográfico sobre la utopía, a cargo de José María Hernández (La utopía en la estela del pensamiento político, Madrid, nº 29, julio de 2007, 252 págs) que acaba de llegar a mis manos. Contiene cuatro interesantes trabajos sobre este fenómeno que es al mismo tiempo un género literario y un concepto filosófico-político, un campo vastísimo, sin duda, sobre el que hace unas atinadas reflexiones introductorias el citado José María Hernández, al distinguir la utopia (y eutopía) de la heterotopía y determinar el momento (siglo XVIII, progreso y siglo de las luces) en que la utopía de hace ucronía.

El trabajo de Giulia Sissa, "Geniales gérmenes de ideas". La búsqueda de la perfección política de Atenas a Utopía, que contiene ideas muy sugestivas y muy bien expuestas, explica que el arranque del género utópico esté en la obra de Platón (aunque el nombre se lo diera luego Tomás Moro en 1516 con su Utopía) a causa de lo que podemos llamar el narcisismo de Atenas, la continua autoalabanza democrática y la idea de ser lo mejores que impregna todo el pensamiento griego, como después sucederá con el romano en tiempos de Cicerón y, desde luego, del griego Polibio, defensor de la idea de que Roma incorporaba la forma perfecta de Gobierno. Idea que luego San Agustín trasladará a la Ciudad de Dios. En principio, el género utópico surge como contrapunto a tanta autosatisfacción, una idea convincente en el caso de Grecia pero no acabo de ver en el de Roma, en donde no hubo utopías. La utopía se situa en la sempiterna pregunta de la filosofía política por la mejor forma de gobierno, aquella que procura la felicidad, la eudaimonia. Ésta está presente en la Kallipolis platónica, donde no hay hedonismo, pero sí eudaimonia. Ya Aristóteles, sin embargo, advierte lo que será después una constante del pensamiento político, que en la polis se da indistinta la mezcla de placer y dolor. Y es en esta tradición aristotélica donde Sissa da una original interpretación de la Utopía de Moro, al advertir que se trata de una crítica festiva a las ideas del humanismo erasmista y a su amigo Erasmo quien aparece como el conocido narrador de Utopía, Rafael Hytlodaeus, empeñado en hacer una mezcla que Moro consideraba inviable entre Platon y Epicuro. Utopía es entonces la crítica a ese programa imposible del reino de la vera nobilitas caracterizado por la imposible suma del comunismo y el placer epicúreo. El género, sin embargo, se independiza y su historia a lo largo de los siglos después de Moro es la del placer frente a las cuitas, los "cuidados", que han caracterizado el pensamiento político, la Sorge que Heidegger tomó del Fausto de Goethe y desarrolló luego en su obra cumbre, la misma que recogerá más tarde Foucault y que, después del hundimiento del comunismo, sigue vivo con fuerza creadora que ella sitúa en autores como Shklar, Wallerstein, Jacoby y Jameson.

El trabajo de Carlos Gómez, La utopía entre la ética y la política: reconsideración, centra la cuestión de la utopía frente a la ideología cuyo carácter multívoco elabora de la mano de Paul Ricoeur para concluir que si la patología de la ideología es el disimulo, la de la utopía es la evasión (p. 46). El engarce de la utopía con la política se ve de inmediato, según Gómez, al echar mano del concepto foucaultiano de heterotopía pues mientras la utopía no está en ninguna parte, las heterotopías (tanto las de "crisis" como las "desviación") sí están en lugares precisos en las sociedades humanas. Por último la utopía devenida ucronía arranca en el momento en que el profetismo judío sustituye la idea circular del tiempo por la del progreso lineal hacia una meta mesiánica. Y ahí incluye con mucho acierto el Principio esperanza de Ernst Bloch con esa idea tan suya (y que luego reaparece en nuestros días en la del republicanismo cívico aunque ya nadie se acuerda del filósofo germano-judío) del "andar erguido del ser humano". Sintetiza Gómez el utopismo de Bloch en aquella fórmula del "trascender sin trascendencia" (p. 51) que siempre me ha parecido paladina confesión de inferioridad del negociado del marxismo frente al cristianismo. Así nada de extraño que concluya su interesante exposición remitiendo de nuevo al "impulso utópico" de Paul Ricoeur y a la idea de Aranguren de la democracia como un fin "moral" siempre pendiente en el horizonte. Es obvio que la utopía sigue teniendo su funcionalidad.

El ensayo de Krishan Kumar, reconocido especialista en utopías, Pensar utópicamente: política y literatura, es una pieza estupenda en la que se aborda la utopía como género literario. La utopía tiene un doble origen, clásico (Platón) y judeocristiano (la Biblia). La ciudad ideal de Platón tendrá su réplica en las ideas renacentistas sobre la ciudad feliz y desde luego en la Ciudad del sol de Campanella. A su vez sostiene que la Utopía de Moro debe entenderse como una novela, una novela que está en el origen del género novelístico en occidente porque es exclusivo de Occidente pues no hay utopías en la historia del pensamiento oriental, chino o indio. Hoy día la literatura utópica (al estilo de Ursula K. Leguin que no hay que confundir con la ciencia-ficción) está confinada a círculos de aficionados y también ha desembarcado con fuerza en el cine desde la famosa Horizontes perdidos, una versión de la fábula de Shangri-la, hasta la trilogía de Matrix. Esta momentánea decadencia del género utópico se debe, en principio, a que es un género de "grandes narrativas" de las que desconfía el pensamiento posmoderno. No obstante hay un proceso de resurgir al amparo del capitalismo global que es la base de la cultura posmoderna, al decir de Jameson.

El ensayo de Ángel Rivero, Utopía versus Política, es una especie de reflexión sobre la clásica obra de Mannheim, Ideología y utopía, en donde la utopía se concibe como una crítica y negación del presente un boceto de cómo ha de ser el futuro. Sigue de cerca la clasificación en cuatro momentos del espíritu utópico en Mannheim: 1º) la rebelión de Thomas Münzer, que a Rivero no le acaba de convencer del todo como verdaderamente utópica; 2º) la idea liberal humanitaria del progreso y el tiempo, una de cuyas obras más representativas es El año 2440 de Sebastien Mercier; 3º) el conservadurismo, cuyo origen está en el famoso prefacio a la Filosofía del derecho de Hegel y el celebérrimo buho de Minerva; 4º) el momento ucrónico del socialismo y el comunismo ligados a la tarea del hundimiento previo del capitalismo

Fuera del campo estrictamente utópico encuentro interesante de reseñar el trabajo de Pablo Badillo O'Farrell, Continuidad y cambio en la filosofía política del siglo XX, que es como una cartografía del pensamiento político actual. Distingue dos grandes grupos de arranque: a) los teóricos de la rehabilitación de la política, al estilo de Strauss, Arendt o Voegelin, empeñados en el diálogo con los clásicos; b) la tendencia histórico-ideológica de la escuela de Cambridge, Koselleck, Skinner, Pocock, Viroli, empeñada en un enfoque analítico enfocado alternativamente al texto o al contexto. La versión contextual tiene de adalidad a Collingwood pero el autor admite que, en este terreno, en el continente, la voz más autorizada es la de la hermenéutica de Gadamer. Al día de hoy, tras ventilar la duda sobre si hay todavía o no una teoría política (Isaiah Berlin) , después de que Peter Laslett decretara su defunción, para declararla resurrecta luego de la obra de Ralws, la filosofía política entre la teoría jurídica del estado y la ciencia política empírica, ha venido ocupándose de asuntos de gran interés: el poder, la soberanía de los Estados (un tema candente) la función del mal y el miedo en la sociedad, los derechos humanos, el pluralismo y el multiculturalismo. Cierra el autor su repaso al estado de la cuestión en materia de filosofía política repasando la cuestión de la representación, condensada en la obra de Hannah Pitkin y ampliada en la de Sartori.

(Los dos cuadros son el primero de Holbein el joven, Retrato de Tomás Moro, (1521, seis años después de la publicación de Utopia), que se encuentra en la Colección Frick, en Nueva York, y el otro una curiosa copia que hizo Rubens del de Holbein; curiosa porque es menos barroca que el original).

divendres, 6 de juny del 2008

La perfectibilidad de la democracia II.

Sigo con la revisión del número monográfico de Sistema. Antes de continuar, sin embargo, unas palabras sobre el título de la perfectibilidad de la democracia. A mi entender, una característica esencial de esta forma de gobierno es su explícita aceptación de NO ser perfecta (incluso de desconfiar como de la peste de quienes hablan de formas perfectas de gobierno), sino de aspirar a un perfeccionamiento continuo. De aquí se sigue necesariamente una actitud abierta a la crítica ya que en muchos casos ésta contribuye a mejorar aquella. Mal demócrata será quien rechace sin más cualquier propuesta de "democratización" o cualquier crítica a un supuesto déficit democrático. En cierto modo la historia de la democracia es, si se permite el juego de palabras, la de la democratización de la democracia. La forma de gobierno que dio origen al término mismo de democracia en la polis ateniense no pasaría hoy el examen democrático del siglo XXI; como tampoco lo pasarían las democracias occidentales de voto restringido, masculino o censitario de los siglos XVIII a XX. Recuérdese, por ejemplo, que en algunos cantones suizos las mujeres no votaron hasta 1974. Igual que muy probablemente las democracias de comienzos del siglo XXI no pasarán el cedazo democrático del XXII. Por eso, democracia y perfectibilidad son términos cuasi sinónimos. Perfectas han pretendido ser otras formas de gobierno, desde la Civitas Christiana al Reich der Tausend Jahre hitleriano, pasando por la Monarchia Hispanica y el Estado comunista de todo el pueblo. Frente a estos intentos yo metería a la democracia dentro del cajón de lo que me gusta considerar como las chapuzas con éxito. La democracia es una chapuza, como la Unión Europea, que funciona porque todo el mundo sabe que no solamente no es perfecta, sino que está llena de defectos que hay que arreglar permanentemente y a la desesperada porque, si no, nos quedamos sin ellas. Probablemente sea esa perenne necesidad de estar tapando vías de agua de estos desvencijados navíos (que requiere el afán de todos los implicados y de ahí la conveniencia de la participación) la que los mantiene a flote mientras los Titanic se hunden.

El trabajo de Enrique Peruzzotti, La rendición de cuentas social en la democracia: nociones y experiencias en América Latina, arranca de la consideración de Guillermo O'Donnell sobre una situación deficitaria de rendición de cuentas en Latinoamérica, tanto en su forma horizontal como en la vertical, específicamente en las elecciones. Éstas no pueden suplir a aquellas porque: a) el voto no sirve para señalar qué acciones y/o políticas concretas están señalándose para castigarlas o premiarlas; b) el electorado no puede coordinar el voto de forma que se pueda utilizar éste para pronunciarse sobre la acción pasada del gobernante o sobre sus proyectos; c) hay una gran asimetría entre la información de que disponen los votantes y la que tienen los insiders (p. 114). Propugna Peruzzotti una rendición social de cuentas como complemento a las elecciones que permita: 1) una fiscalización más regular y permanente de la labor de los gobernantes; 2) una fiscalización dirigida no sólo a los representantes electos sino a distintos tipos de funcionarios de las burocracias estatales; 3) una fiscalización instantánea, en el momento, frente a acciones indebidas de las burocracias; d) una acción que no es individual sino que implica mayor participación y una coordinación social en forma de redes; 5) una mejora de la información pública; 6) un mayor conocimiento de las necesidades de la población y, en consecuencia, una mejora de las políticas públicas destinadas a satisfacerlas. En cuanto a los vehículos principales de estas formas de exigencia de rendición social de cuentas, entre otros, Peruzzotti considera las organizaciones ciudadanas (p.117), los movimientos o protestas coyunturales (p.118) y las organizaciones vecinales o comunitarias (p. 118). Encuentro valiosas estas sugerencias y las incluiría en un capítulo de formas prácticas de organización de la democracia directa como intento de vencer las tradicionales objeciones de la alta teoría a esta forma de organización democrática. Lo que me llama la atención en el trabajo de Peruzzotti (pero esto es crítica que dirigiría a todos/as quienes han colaborado en este número) es que no haga ni mención de las posibilidades que el mundo de la web abre a todas estas propuestas más o menos parainstitucionales y ello en un mundo en el que las refexiones sobre este asunto adquieren ya la prestancia de una subdisciplina llamada de formas diversas: gobierno electrónico, democracia en red, ciberdemocracia, etc.

El ensayo del latinoamericanista Manuel Alcántara, La democracia en América Latina: calidad y rendimiento, celebra en tonos casi ditirámbicos el avance de la democracia en la región y lleva su entusiasmo al peligroso terreno de lo profético viniendo a decir que la democracia en América Latina está asentada ya para siempre y que no hay que temer involuciones de carácter golpista (pp. 131 y 146). Da la impresión de manejar una idea hipostasiada de democracia a la que le vendría ancha cualquiera de las consideraciones sobre su perfectibilidad siendo así que, sin embargo, los diversos índices que utiliza para calibrarla (y al margen de los mayores o menores sesgos que puedan presentar) ya delatan una situación muy escalonada en la que hay países más y países menos (incluso mucho menos) democráticos. Los índices que emplea para dar mayor respaldo empírico a su trabajo (si bien advierte de que no es suficiente y sostiene que será necesario proseguirlo) son el de Freedom House, el IDD-Polilat de la Fundación Konrad Adenauer, el The Economist Intelligence Unit (EIU) y el de Levine y Molina (pp. 132-137) que presentan diferencias de elaboración metodológica pero dan unos cuadro de distribuciones y frecuencias de países similares y que el autor hace visibles mediante un gráfico ordinario y un HJ-Biplot muy plástico. El resultado viene a ser de cuatro grupos de mayor a menor democracia: 1) Chile, Costa Rica y el Uruguay; 2º) Panamá, el Brasil, la Argentina, México y la República Dominicana; 3º) el Perú, El Salvador, Bolivia, Nicaragua, el Paraguay, Colombia y Honduras; 4º) Venezuela, Ecuador y Guatemala (p.140) Cuba ni aparece. Como balance pasa el autor a un territorio francamente prescriptivo que llama "los rsultados de la política" en el que propugna: 1º) mayor participación; 2º) más eficacia y eficiencia del Estado en la prestación de servicios públicos (único momento en que aparece aquí algo parecido al "rendimiento" del título); 3º) la reducción de la brecha de la desigualdad; 4º) la reducción de las políticas identitarias, que ve peligrosas; 5º) el excesivo protagonismo de los medios de comunicación (pp. 143-145). Son prescripciones que no van a gozar de aclamación unánime; como tampoco lo hará la jerarquización de los países en la "escala de democracia". En fin, es un rasgo que impregna todo el por lo demás meritorio trabajo y que queda patente en una afirmación categórica como la siguiente : "La democracia en América Latina tras un lapso de un cuarto de siglo se encuentra asentada" (p. 146). ¿Seguro? Por no decir ¿qué democracia?

El ensayo de Alfredo Alejandro Gugliano, Mirando hacia el Sur. Trayectoria de la democracia participativa en América Latina, enlaza en cierto modo con el de Peruzzotti en que se centra en la cuestión de la democracia participativa y en sus formas prácticas, que no quiere decir empíricas. La crisis del Estado del bienestar (tema recurrente en el número, aunque no tanto como la referencia a Dahl) lleva a la aparición de formas participativas como los consejos populares y las asambleas de barrio. Pero lo que más interesa a Gugliano, probablemente por ser brasileño, es la experiencia de los presupuestos participativos al ejemplo del de Porto Alegre. Estos presupuestos participativos, en su articulación real, se dividen en tres formas, según como se articule en ellos la participación: asamblearios, deliberativos y mixtos (p. 161). Gugliano considera después dos formas que, en principio, parecen superar los límites de estos presupuestos participativos, en concreto las experiencias de Venezuela y de la ciudad de Montevideo. De Venezuela en concreto dice Gugliano que "es la única nación que hasta el momento incorporó la idea de democracia participativa al texto constitucional, estimulando la organización política de los ciudadanos en los diferentes niveles de la sociedad" (p. 165). Está claro que hay una contradicción entre esta valoración y el bajo lugar que ocupa Venezuela en la escala democrática del profesor Alcántara. Personalmente me inclino más por la clasificación de Alcántara, sin dejar de apreciar el punto de vista de Gugliano, pero esta discrepancia debiera ser suficiente para hacernos ser más relativistas en nuestras conclusiones en un terreno que, nos pongamos como nos pongamos, es muy incierto. Finalmente Gugliano hace una brevísima síntesis de las críticas que razonablemente cabe oponer al modelo de la democracia participativa, casi como si lo molestaran, si bien es de justicia resaltar que las expone con limpieza académica. Son éstas (y no son triviales): falta de control ciudadano de las deliberaciones de las asambleas, interferencia de los intereses partidistas, influencia de los viejos (sic) caudillos políticos, privilegios de ciertas organizaciones sociales, mayor tendencia a la privatización de la economía (p. 167). Hay para pensar en esto y para modular la eficacia de las fórmulas participativas como sustitución de la democracia reprsentativa.

El ensayo de Ricard Zapata-Barrero, Democracia y multiculturalidad: el ciudadanismo como argumentación política, recoge la propuesta de evolución de la democacia de Dahl y la sitúa en el momento actual de la globalización cuya característica esencial es el pluralismo cultural. No podemos permitir que éste entre en contradicción con el principio democrático cosa que está pasando en opinión del autor desde el momento en que en el conflicto entre inmigrantes y ciudadanos se da prevalencia a los intereses de los últimos, la actitud que él llama ciudadanismo (p. 173). Y aún las hay peores. Su examen de la multiculturalidad se articula en un plano sustantivo, dividido en tres vertientes fáciles de entender, la social, la política y la moral (p. 174). A continuación pasa revista a lo que podríamos llamar el "frente anti-multiculturalidad" bajo el más moderado epígrafe de "restricciones en la definición de una política del discurso sobre la inmigración" que atribuye a diversas agencias: al sistema electoral (e institucional en general, supongo), a los partidos políticos, a los medios de comunicación y a la casuística de los acontecimientos concretos y conflictos que se generan permanentemente (pp. 178-181). El producto más alarmante de la actitud restrictiva en el discurso sobre la inmigración es la aparición de los nuevos populismos que Zapata analiza detalladamente como una forma de discurso reactivo (p. 184) y muy dependiente del contexto y consecuencia de sus fuentes de legitimación (p. 186). Mientras la multiculturalidad queda reducida, como sucede aquí, a cómo enfocar la cuestión inmigratoria (con inmigrantes de allende las fronteras estatales) en la democracia, el planteamiento de Zapata me parece impecable y subscribo su afirmación de que el ciudadanismo constituye uno de los principales retos (incluso amenazas) a la teoría de la democracia (p. 195). Sin embargo, también llamamos multiculturalidad o multiculturalismo (la una como realidad y el otro como actitud ante dicha realidad) a un problema de convivencia de mayorías y minoría(s) nacionales en un mismo territorio y que puede dar origen a movimientos migratorios asimismo. En puridad no debiera haber diferencias en ambos casos pero de hecho las hay dado que los inmigrantes "interiores" son tan ciudadanos como los otros y, en principio,no puede haber restricción que valga. Se verá la diferencia en el artículo siguiente, de Valentina Pazé. Quedémosnos aquí con un punto curioso que arranca de la cadena lógica que vertebra la retórica populista según Zapata y es muy revelador al dar el paso a la segunda forma de multiculturalidad (por cierto, también un reto para la democracia): 1) El ciudadano es el fundador de la acción política, económica y cultural; 2) esta legitimidad se está alterando como resultado de procesos de multiculturalidad; 3) elpopulismo busca restablecerla (p.188).

El artículo de Valentina Pazé, La democracia ante el reto delmulticulturalismo aborda esta problemática cuestión de modo muy decidido. Cruza espadas con los principales valedores de la política multiculturalista, defensores de los derechos colectivos de las minorías nacionales, como Charles Taylor o Will Kymlicka a los que acusa de actitudes no democráticas por pretender proteger las identidades minoritarias por ley en lo que a la autora se le antoja una típica contradicción performativa, o sea, una especie de fantasía de omnipotencia. Para Pazé el error de este planteamiento arranca de su dualidad en la medida en que quienes defienden estas identidades minoritarias parten de una idea de la comunidad como herencia y como proyecto (p. 199), en donde claramente se refleja la pretensión quebequesa y también la vasca o la catalana y que consiste en que no consideren insostenible la pretensión de hacer con los ciudadanos en su interior lo mismo que la comunidad mayor hace con ellos en el Estado. En román paladino, que el nacionalismo vasco esté dispuesto a tratar a los vascos nonacionalistas de la forma que no tolera que el nacionalismo español trate a los nacionalistas vascos en España. La autora dibuja aquí la cadena lógica de estos partidarios de defender coactivamente la identidad minoritaria que resulta similar a la del populismo explícita en el artículo de Zapata: a) el mundo está subdividido en varios grupos culturales (juicio de hecho); b) la diferencia cultural representa un bien que tiene que ser protegido y promovido (juicio de valor); c) para ello no bastan las instituciones clásicas concebidas por la teoría liberal-democrática, sino que son necesarias medidas políticas y jurídicas ad hoc (teoría política prscriptiva) (p. 200).

La conclusión evidente es que, para Pazé, teóricos como Kymlicka razonan como los populistas de Zapata y su actitud frente a la democracia tendrá alguna concomitancia. Un interesante punto de vista que descansa sobre la agria polémica en la que centra su trabajo la autora acerca de si hay o no derechos colectivos. Allí donde Kymlicka los sostiene, Pazé los niega por cuanto todo reconocimiento de derechos a un ente colectivo entraña una conculcación de los de los individuos que residen en su seno y son los únicos posibles titulares de derechos de acuerdo con la concepción liberal clásica. Un punto de vista muy digno de tener en cuenta y muy cierto de no ser porque tropieza con una petición de principio: la preexistencia de un ente colectivo, el Estado, que es el que tiene el derecho a nombrar a los titulares de los derechos pero que no es menos colectivo que las colectividades que pretenden formarse en su seno. Para entendernos: es el pueblo del Estado en su conjunto (aquí llamado nación) el que enuncia la ley que impide a otros fragmentos esa nación (o Estado) ejercer el derecho a la separación, el que no admite un ejercicio fraccionado de su competencia legislativa superior y originaria que sólo le corresponde colectivamente. Por tanto, sí hay derechos colectivos. ¿Cuáles? El de las colectividades que cuentan con un Estado, esto es, la posibilidad de imponerse por la fuerza a las pretensiones "disgregadoras" de otras colectividades en su seno. No hay, pues, fuerza en los razonamientos sobre la titularidad individual/colectiva de los derechos sino solamente el razonamiento de la fuerza del Estado.

(La segunda imagen representa a la diosa Democracia, erigida por los estudiantes chinos durante las jornadas de Tian Anmen en Pekín, en 1989, en una foto de Undersound y la tercera una interpretación del viejo cartel del Tío Sam adaptado a la petición de que se inhabilite al presidente Bush por “high crimes and misdemenors” en foto de Maia C, ambas bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 5 de juny del 2008

La perfectibilidad de la democracia I.

La revista Sistema (tiene también una versión digital, llamada Sistema digital) acaba de sacar un número monográfico dedicado a la democracia de notable interés (Nuevos desarrollos de la democracia, Sistema, Madrid, nos. 203/204, mayo de 2008, 207 págs.), con artículos de especialistas nacionales y extranjeros y lo último en algunos de los debates sobre tan complejo asunto.


Antes de hacer una necesariamente breve referencia a los ensayos aquí reunidos, permítaseme una valoración de conjunto del número. El enfoque que se adopta es abrumadoramente teórico, normativo, cuando no directamente prescriptivo, sin trabajos de índole empírica que tanto abundan hoy en el campo politológico y sociológico. Algunos ensayos tienen cierto respaldo estadístico de carácter secundario, pero ninguno es propiamente empírico. Eso tiene sus ventajas e inconvenientes. En el terreno teórico-normativo el número se centra en tres o cuatro temáticas conceptuales que reflejan los estilos actuales de la investigación, como rendición de cuentas, calidad de la democracia, gobernanza y multiculturalismo y una territorial (América Latina), sin abordar otros aspectos de carácter más filosófico, ético, también de notable interés hoy día; es decir, se mantiene en un terreno intermedio entre lo empírico y lo abstracto, concentrándose en el orden de las "teorías de rango medio" mertonianas. Por último prácticamente todos los ensayos pivotan en torno a la obra de Robert A. Dahl o arrancan de ella, de forma que, avanzada la lectura del número, el lector no puede evitar la idea de que casi parece un libro homenaje al politólogo estadounidense de ascendencia noruega.


En cuanto a los ensayos en concreto, haré una breve presentación de su contenido y, expondré mis puntos de discrepancia, si los hay. Como el asunto será prolongado, lo dividiré en dos entregas, una hoy y otra mañana. El número se abre con un trabajo introductorio de José Félix Tezanos, Nuevos retos y desarrollos de la democracia en el siglo XXI, orientado a dar cuenta del llamativo fenómeno de la alienación política en nuestras sociedades en las que cada vez se participa más pero la gente tiene conciencia de que con menos trascendencia. Postula Tezanos una evolución histórica de la democracia que si es habitual en su configuración trinitaria, es heterodoxa en su determinación pues la articula en los momentos de a) paso de la sociedad tradicional a la industrial; b) sociedades de la segunda postguerra mundial; y c) época actual de mundialización. No estoy seguro de esta periodización vaya a prevalecer sobre la de Dahl o, incluso, Huntington. Tezanos encuentra que los límites de la democracia actual son de funcionamiento (de carácter institucional) y sociológicos (especialmente, las desigualdades), ambos muy ciertos pero que palidecen ante los problemas planteados por la mundialización.


Un ensayo del politólogo italiano Leonardo Morlino, Democracia, calidad, seguridad: presupuestos y problemas, es una elaboración de una ponencia en un seminario para la policía de Roma. Es muy claro y didáctico. Morlino explica a los policías en perfecto inglés que los cuatro apartados de la calidad de la democracia son: auditing, governance, performance y best institutional design (p. 23), con lo que resume el número monográfico y muestra que el más potente venero de teoría democrática es hoy día anglosajón. Recoge las archiconocidas condiciones de la democracia de Dahl (sufragio universal; elecciones libres, competitivas, periódicas y limpias; pluripartidismo; y fuentes alternativas de información) (p. 25) y les añade tres de su cosecha, a saber: rule of law, sociedad civil estructurada y contexto internacional (p. 26), de todo lo cual hablarán también los otros autores del monográfico. No sé si los policías se enteraron bien del nexo entre democracia y seguridad, pero Morlino les dio una lección magistral.


Benjamin R. Barber, La democracia en un mundo interdependiente soberano, aborda la cuestión de la democracia y la mundialización de modo poco frecuente, esto es, señalando que también se mundializa el crimen, el terrorismo, la inseguridad y concluyendo que, a menos que globalicemos la democracia o democraticemos la globalización, no habrá respuesta a la injusticia, también global, especialmente las desigualdades económicas. Hay en esta advertencia un eco de la venerable cuestión ya planteada en su día por Seymour Martin Lipset sobre la relación entre democracia y desarrollo económico. Barber aporta cuatro ideas innovadoras a un enfoque resolutivo de la cuestión de la mundialización bastante interesantes: a) las artes como expresión "natural" de la cooperación transnacional; b) la sociedad civil y la ciudadanía global como camino hacia la gobernanza global; c) enfoques empresariales transnacionales que permitan acercar la periferia al centro; d) arquitectura cívica y pública basada en las artes y el diseño como vía hacia la comunidad transnacional (pp. 42/44).


Philippe C. Schmitter, El diagnóstico y el diseño de la democracia, parte también de las famosas tres revoluciones de la democracia en Dahl, esto es, el tamaño, el ámbito y la escala, para añadir otras dos: el desplazamiento de las personas por las organizaciones como ciudadanos efectivos de la democracia (o sea, la perspectiva corporativa schmitteriana) y la profesionalización de la función del político (p.47). No sé hasta qué punto estas dos añaden algo a las tres de Dahl. Las conclusiones de Schmitter sobre las crecientes dificultades de legitimación de las democracias europeas occidentales y meridionales, así como las de Europa central son claras. La idea de que las democracias ya sólo serán capaces de rediseñar y mejorar la calidad de sus instituciones y prácticas democráticas mediante reformas parciales y graduales, es en el fondo una reelaboración de las tácticas fabianas y, más claramente, de la idea popperiana de la peacemeal social engineering. Más interesante me parece la definición normativa de democracia de Schmitter y Terry Karl: "la democracia política moderna es un régimen o un sistema de gobernanza en el que los gobernantes son responsables de sus acciones en la esfera pública ante los ciudadanos, y actúan indirectamente a través de la competición y de la cooperación con sus representantes." (p. 51) Hay ahí suficiente materia para discutir hasta el amanecer con el ilustre politólogo.

El trabajo de Blanca Olías y Esther del Campo, Buen gobierno, rendimiento institucional y participación en las democracias contemporáneas, indaga en las nuevas formas de gobernanza como medios de legitimación (en la estela de Beetham) después de lo que consideran es la crisis del Estado del bienestar y como un proceso de modernización. No me gusta nada el término escogido de modernización cuya carga ideológica ya quedó de manifiesto en los años ochenta del siglo pasado. Entienden las autoras que hay un proceso de evolución democrática desde la representación a la participación en cuyo curso se abre camino una mayor calidad de la democracia que va pari passu con el escalonamiento de los ciudadanos en tres tipos: a) free riders; b) watchdogs y c) activistas (p. 66). Es encomiable el esfuerzo clasificador, siempre científico, pero estos tres tipos piden mayor especificación de alcance semántico ya que están tomados de otros contextos (la economía, la comunicación) y se prestan a mucha confusión cuando se los entiende en su relación específica con los servicios públicos.


Juan Martín Sánchez, Entre la democracia post-liberal y el liberalismo post-democrático: la opción de las sociedades civiles, toma pie en una ponencia de Göran Therborn en el XI encuentro sobre El futuro del socialismo en 1995. Asimismo arranca de la posición de Dahl como contrapuesta hasta cierto punto a la de Schumpeter (más contrapuesta me parece a mí a la de Wright Mills, con quien Dahl polemizó directamente) al hablar de la pluralidad de asociaciones y la de Schmitter, que trae de la mano las corporaciones (p. 76) para postular la importancia actual de las asociaciones civiles que, consideradas (Hannah Pitkin mediante) en sus tres facetas como representantes, representadas y audiencias, le permiten una conclusión post-pesimista que recoge el reto lanzado por Therborn en la ocasión que menciona (p. 94).


El trabajo de Hans Harms, La necesidad de repensar la democracia II es una especie de pendant de otro publicado en su día en esta misma revista. Con el actual pretende desarrollar la propuesta del fallecido politólogo Peter Dienel sobre los "Núcleos de Intervención Participativa (NIP)", una idea práctica para conseguir aumentar los niveles de participación en nuestras sociedades, ya que Harms tiene la convicción de que la participación legitima la democracia. Al amparo de esto, el autor reflexiona sobre ciertos aspectos de los NIPs, algunos de los cuales son nuevos y otros tan antiguos como la idea misma de democracia, por ejemplo: la elección de los miembros de los NIPs por sorteo, la condición de los "expertos" que han de asesorar (interesante problema que el autor despacha de un plumazo y tiene un hondo calado) , la cuestión de la remuneración, el tipo de información que se maneje, la duración de las sesiones, la forma de las deliberaciones y los temas que cabe abordar. Un buen programa de carácter genérico, casi se diría un "tipo ideal". Los problemas empezarán cuando haya que poner carne en el esqueleto ideal; como se verá precisamente en los trabajos siguientes. Pero eso ya, mañana.

(La segunda imagen, que representa el monumento a la democracia que se encuentra en Bangkok, Tailandia, es una foto de keng, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 22 de maig del 2008

Balance y proyectos.

Acaba de salir el número de primavera de la revista Trasversales cuyo apartado "cercanías" viene dedicado a analizar la pasada legislatura y a proponer distintas agendas de la izquierda. En La nueva etapa política Carlos Artola reflexiona sobre el fracaso de la derecha el nueve de marzo y la subrepresentación de la izquierda (IU en especial) a causa del sistema electoral; cree que el segundo mandato del señor Rodríguez Zapatero se caracterizará por cierta ambigüedad política y propone una agenda de izquierda que mire a las respuestas a la inminente crisis económica, la reforma de la administración pública (que, por cierto, ya está en marcha), un modelo de crecimiento sostenible, el laicismo, el aborto, la eutanasia y una nueva regulación de la inmigración. Algo básicamente compartido por Enrique del Olmo en La legislatura 2008-2012 en donde también plantea la cuestión de que la derecha haya sabido desactivar en parte la legislación social del mandato anterior así como una reforma "federalizante" del Senado; cosa que no me parece mal, aunque pienso que lo mejor que podemos hacer con esa cámara es abolirla. ¿Por qué hemos de respetar el parlamento bicameral? En Una democracia devaluada José Luis Redondo propone una reforma de la ley electoral anclada en dos puntos esenciales: subir a 400 los diputados en el Parlamento y dejar en uno los escaños asignados automáticamente a cada provincia, una reforma muy sensata que no creo acepte el PP.

En la sección "Travesía" hay varios artículos dedicados al tema candente del laicismo y el ateísmo. En un Comentario sobre el Concordato José Luis Redondo pide su denuncia y Luis M. Sáez en un trabajo sobre La religión como política que me ha parecido sucinto y brillante enumera las lacras religiosas que hemos de erradicar: oscurantismo, autoritarismo, patriarcalismo, sexofobia y homofobia. Estoy de acuerdo.

La sección "Espacios" contiene un artículo de José M. Roca sobre el Irak que es un país destrozado en el que la llamada victoria de los gringos está cada vez más lejos. Actualizo los datos de Roca que señala que si al principio de la guerra el barril de Brent estaba a 30 dólares, al escribir él estaba a 103 y al hacerlo yo ahora a 134. David Casacuberta publica un buen Decálogo para construir innovación desde la internet activista en el que hay diez opiniones que comparto sobre ideología de la tecnología, los "hackers", el software libre, etc. Especial interés me ha suscitado su propuesta de reformar la normativa sobre propiedad intelectual, en especial en lo referente a la protección de imágenes, que está anticuada.

Mención aparte merecen tres artículos sobre cuestiones de feminismo, de mucha utilidad. El estudio de María Luisa Montero García-Celay sobre La mujer o las mujeres contiene información importante sobre el feminismo y dirime la cuestión de si decir "la mujer" o "las mujeres" optando por la última fórmula por razones no esencialistas que suscribo. También suscribo su muy audaz criterio de que la desigualdad de género es el origen de todas las demás desigualdades.

Trae la revista dos trabajos, uno de Beatriz Gimeno y otro de Cristina Garaizabal sobre el peliagudo asunto de la prostitución desde la perspectiva feminista. Gimeno, que es abolicionista, reconoce que esta cuestión divide al feminismo en dos campos agriamente enfrentados de los que llega a decir que ni se escuchan. Con todos mis respetos, después de leer atentamente su magnífico trabajo en pro de la abolición de la prostitución y el de Garaizabal en pro de su regulación y, por lo tanto, mantenimiento, me resulta más convincente el segundo y espero que no se atribuya ello a mi condición masculina, sino a que las razones de Garaizabal me resultan más realistas y convincentes, aunque peor expuestas que las de su interlocutora. Por lo demás, sospecho que quienes hablan de "abolición" saben que ese término no es adecuado pero lo usan para no tener que emplear el que verdaderamente traduce sus intenciones que es "prohibición" y que no emplean porque son varias las experiencias en la historia que prueban que la prohibición legal de ciertos comportamientos o fenómenos no sirve para nada sino para fomentarlos, hacerlos más inseguros y más injustos. La "ley seca" no pudo con el alcohol en los Estados Unidos. La prohibición de los partidos políticos durante el franquismo no consiguió eliminarlos, como la persecución penal de la homosexualidad en aquel régimen estúpido y tiránico tampoco la eliminó.

En fin, felicito a los amigos de Transversales por el nuevo número.

dissabte, 3 de maig del 2008

El arte y el poder.

La revista de mi Facultad en la Universidad Complutense acaba de sacar un interesante número monográfico dedicado a las relaciones entre el arte y el poder político (VV.AA., Arte y poder, vol. 44, nº 3, 2007, Madrid, 228 págs.) desde una perspectiva sociológica. Es una recopilación de trabajos de variado alcance y, dentro de las naturales diferencias, con un tono medio bastante decoroso.

El primero es un ensayo de Roberto Goycoolea Prado sobre "Papel y significación urbana de los espacios para la música en la ciudad occidental" en el que se analiza la evolución desde los teatros cortesanos en régimen de mecenazgo, hasta las construcciones actuales, pasando por los primeros teatros públicos (el de San Cassiano, en Italia, que fue el que empezó cobrar entrada en 1637), las aulas de música de las monarquías y los teatros concebidos como monumentos, ya en la época de hegemonía burguesa, integrados en una nueva concepción de los espacios urbanos. Las actuales construcciones, dice el autor, se caracterizan por a) recuperar teatros históricos, b) constituir espacios multifuncionales, c) ser elementos mediáticos de revalorización urbana. En su opinión (que no comparto por entero) así como hasta los primeros decenios del siglo XX se construían teatros para satisfacer una demanda, ahora se pretende generar la demanda construyendo auditorios espectaculares. Que los auditorios sean espectaculares a la vista está, pero más me parece se deben a una política de boato y representación urbana que a otra que podríamos llamar de "keynesianismo artístico".

Sendos trabajos de Xan Bouzada y Emmanuel Grénier exploran la siempre problemática cuestión de las políticas públicas culturales. Bouzada toma tres ejemplos: la política cultural de la II República española, con especial referencia a las Misiones Pedagógicas, la creación del muy original y dinámico Arts Council londinense, a propuesta de John Maynard Keynes (precisamente) y del grupo de Bloomsbury y la del Ministerio de Cultura francés, obra del General De Gaulle, bajo gestión de André Malraux. Por su parte, Grénier compara las políticas culturales de España, Portugal, Italia y Grecia con Francia, prestando especial atención a las cuestiones de centralización/descentralización.

Manuel Trenzado Romero, que es un reconocido especialista en cuestiones cinematográficas, publica un trabajo sobre el cine español de la transición con interesantes datos y observaciones acerca de cómo se resistió la Iglesia católica a perder su hegemonía en la censura.

Hay un muy interesante (aunque algo desorganizado) trabajo de Juan A. Roche Cárcel, "A la conquista de la tierra y el cielo: rascacielos y poder tecno-económico" que, en síntesis viene a decir que los rascacielos, de los que hay contabilizados unos 65.000 en el mundo (el autor trae unas interesantes relaciones de cómo se llaman y en donde están los más altos de ellos) simbolizan el poder económico y empresarial. Según él, los más recientes reflejan el nuevo espíritu capitalista que se caracteriza por: "a) la globalización, la externalización y la extraterritorialidad; b) el individualismo y la competitividad; c) el carácter especulativo, conexionista y en red; d) la virtualidad, la flexibilidad, la ligereza, la fluidez, el desarraigo, el azar, el caos, la inestabilidad, el nomadismo y la movilidad; e) la invisibilidad; y f) finalmente la disminución de la jerarquía y la carencia de signos tangibles de poder." (p. 96) Encuentro ilustrativa su explicación sobre cómo los modernos rascacielos reproducen la estructura y figura de los antiquísimos zigurats mesopotámicos y, a lo largo del trabajo, me ha venido a la memoria en varias ocasiones la glorificación de los rascacielos que hay en la famosa novela de Ayn Rand, El manantial, al punto incluso de que puede decirse, con algo de exageración, que son ellos, los rascacielos, los verdaderos protagonistas de la obra.

Hay dos trabajos sobre música. Uno de Antonio Ariño Villaroya sobre "Música, democratización y omnivoridad" y otro de Michèle Dufour sobre Glenn Gould. El primero, en la línea de las apreciaciones de Bourdieu sobre el gusto, trata de desglosar qué sectores sociales se caracterizan por la "omnivoridad" en gustos musicales y llega a la conclusión de que son los amantes de la música clásica los que son más omnívoros puesto que hasta un 34% dice combinar la audición de clásica con música moderna. El perfil es de joven, con nivel educativo elevado y estatus socioprofesional alto. No obstante, este grupo es minoritario pues sólo representa al 5,5% del conjunto de la población. El trabajo de Dufour sobre Glenn Gould viene a ser como una especie de análisis de una variación de la idea de Benjamin sobre la reproducibilidad mecánica de la obra de arte. Gould lo ejemplifica muy bien pues se retiró de los escenarios en 1964, con treinta y dos años y ya no volvió a interpretar en público, sino que se concentró en las grabaciones de su repertorio.

Por último, Irene Martínez Sahuquillo presenta un trabajo llamado "El literato frente a la política: entre el repudio aristocrático, el compromiso militante y la crítica al poder", que está dentro de los estudios sobre la función social de los intelectuales si bien aquí se restringe a siete conocidos novelistas (D. H. Lawrence, Hermann Hesse, Ernst Jünger, Thomas Mann, Arthur Koestler, George Orwell y Jean-Paul Sartre) y se concentra en la cuestión específica del compromiso político del autor, desde el antipoliticismo de Lawrence y Hesse a la idea sartriana del compromiso del intelectual. El caso de Koestler es representativo de los intelectuales arrepentidos del comunismo (y de los que Sartre se reía, como se ve en su pieza teatral Nekrasov), mientras que el de Sartre es el del mantenimiento de compromiso hasta las últimas consecuencias. Me parece muy interesante la inclusión de Lawrence, de quien casi nadie se acuerda hoy y no estoy muy seguro de que la autora haga justicia a la complejidad del pensamiento de Jünger.

Una iniciativa la de la revista Política y Sociedad que supone una buena aportación a un campo de estudio muy poco desarrollado en España.

diumenge, 27 d’abril del 2008

En Salamanca o en Berlín.

Las gentes de Viento Sur han sacado un número 93, correspondiente a septiembre de 2007 que ha llegado ahora a mis manos y he leído con gran interés. Está dedicado a Andreu Nin y los sucesos de mayo de 1938 en Barcelona, de cuando la "revolución dentro de la guerra", el momento en que los comunistas al frente de las fuerzas republicanas vencieron una especie de insurrección anarquista apoyada por el POUM y decidieron así el destino de la guerra y de la República dos años después. Del asunto de Andreu Nin, lo que siempre me ha dejado estupefacto es el descaro con el que, al parecer, se contestaba por las paredes a la pregunta de ¿En dónde está Nin? con un En Salamanca o en Berlín. Al final ya parece claro que sus restos están enterrados en algún lugar de Alcalá de Henares. Y lo que ha terminado por desconcertarme y deprimirme bastante es la noticia que he leído en alguna parte de que el chalet en el que estuvo secuestrado, donde probablemente fue torturado (se dice que lo despellejaron vivo, lo cual suena espantosamente) y todavía con mayor probabilidad asesinado, era propiedad de Constancia de la Mora, una comunista a quien tenía yo en aprecio tras haber leído hace muchísimos años unas memorias suyas que se llamaban Doble esplendor, en donde no recuerdo que hablara de Nin.

El número de Viento Sur está muy bien concebido porque agrupa textos de protagonistas de los hechos con otros de estudiosos, que no son coetáneos pero sí tienen una orientación política trotskista. El resultado es una mezcla muy grata de leer por más que los numerosos trabajos, aunque breves, sean bastante densos y requieran concentración. Entre los protagonistas son muy impresionantes los testimonios de María Teresa García Banús y su marido Juan Andrade, la primera fundadora del Secretariado Femenino del POUM y el segundo miembro de su Comité Ejecutivo. Ambos cuentan cómo los detuvieron "policías de Madrid", de las Juventudes Socialistas Unificadas, las que fundó Carrillo, por cierto, en compañía de agentes del Komintern, húngaros, etc. Los escritos proceden de unas memorias de García Banús y de un inédito de Andrade que la revista data a fines de 1937. De testimonio también, el trabajo de Marta Brancas, que parece redactado ahora, habla de lo que hizo el Secretariado Femenino del POUM. Acompaña a este aspecto una especie de introducción de Wilebaldo Solano, como un recuerdo de la época y un par de trabajos sobre otros protagonistas, en concreto uno de Llum Quiñonero Hernández sobre Lucía Sánchez Saomil y las otras mujeres que crearon la revista y asociación Mujeres Libres. Se centra en Sánchez Saomil porque tiene singular interés ya que, al no exiliarse y regresar a España, pasó el resto de su vida durante el franquismo callada y sin hacerse notar, pero viviendo con otra mujer, según he creído entender, lo que da al caso una especial singularidad. El otro trabajo de esta característica es el de Flavio Guidi sobre los asesinatos de Berneri y Barbieri, dos anarquistas italianos, en España; especialmente, Berneri, que era el más visible de los dos.

Los demás trabajos son doctrinales y, generalmente de gran interés. Hay dos de Jaime Pastor, uno que parece actual sobre el accidentado nacimiento y tortuosa existencia del POUM y otro que es un texto de 1993 sobre Andreu Nin en Moscú. Tal como lo dibuja Pastor, una estancia que acabó convertida en una sensación como de aprisionamiento, del que Nin se liberó regresando a Barcelona. Lo más curioso de este apunte biográfico de Nin es que éste formara parte del Soviet de Moscú, lo que prueba que en sus primeros momentos, la revolución bolchevique fue verdaderamente internacionalista

Hay un interesante texto de Reiner Tosstorff, que es una ponencia de un congreso de 1986, dedicado exclusivamente a la cuestión sindical catalana en relación con el POUM. En lo esencial, el POUM practicaba el "entrismo" en la UGT en toda España excepto al principio en Cataluña, donde tuvo su propio sindicato (FOUS) el cual, a raíz de la sublevación militar (que los autores de esta revista suelen considerar el momento de "la revolución") se disolvió para que los afiliados se sumaran a la UGT. Después de los sucesos de mayo, por descontado, los poumistas fueron depurados de la UGT. En España, los comunistas procedieron contra los trostkistas (en los que el mismo Trotsky no confiaba) como los estalinistas estaban haciendo en la Unión Soviética: detención, torturas, juicios farsas, largos años de cárcel y destierro o fusilamiento, condena pública, detención de allegados y simpatizantes.

El trabajo de Pelai Pagès, que es un reputado historiador de quien recuerdo haber leído un interesante trabajo sobre el POUM hace muchos años, es un trozo de un prólogo que ha escrito para un libro sobre el espionaje en España que estará saliendo ahora. Para Pagés está claro que los hechos de mayo, el aplastamiento del POUM por el Partido Comunista (PSCU/PCE) se planificaron detalladamente en Moscú. Todo se hizo en España por orden de los soviéticos.

Andy Dogan que es un historiador miembro de la Fundación Andreu Nin escribe sobre las relaciones entre el POUM y Trotsky así como entre Nin y Trotsky. Nunca fueron buenas, ninguna de ellas. Trotsky se mostró siempre crítico con el empeño de sus supuestos seguidores en España y, a raíz del alzamiento (la revolución), pasó a considerarlos traidores por haberse integrado en el Gobierno de la Generalitat en lugar de sublevarse contra él.

En este capítulo doctrinal se cuenta también un interesantísimo texto de Andreu Nin sobre El problema de los órganos de poder en la revolución española que se publicó en París en francés en junio de 1937, el mismo mes en que mataron a su autor. En él me da la impresión de que Nin quiere justificar el hecho de que el POUM no hubiera llevado adelante la revolución a uso bolchevique para lo cual se ampara en la ausencia en Cataluña (por no hablar ya de España) de una "dualidad de poderes" al estilo de la que se dio en Rusia (o sea, Petrogrado y Moscú en lo esencial), cosa que se reputa conditio sine qua non para el proceso revolucionario.

El artículo de Miguel Romero, periodista, redactor de Viento Sur y militante de espacio Alternativo, está escrito desde la militancia crítica. Romero no entiende qué llevó a Nin a entrar en el Govern de la Generalitat cuya tarea fue desmantelar las infraestructuras de la revolución puesta en marcha el 19 de julio de 1936; vamos, no entiende lo mismo que no entendía Trotsky. Por eso habla del enigma de Nin, de quien no sabemos ni en dónde está enterrado ni qué pensaba en concreto.

Por último, el texto de Chris Ealham (un historiador especialista en movimiento obrero) sobre el anarquismo y los "hechos de mayo", que también parece escrito para la revista, pone de relieve cómo los anarquistas no supieron defenderse frente a los comunistas (estalinistas), entendieron mal la pugna PSUC/PCE-POUM, pensando que era un litigio entre hermanos, un asunto interno de los comunistas "autoritarios" y después se dejaron arrinconar por la política comunista de militarización de la revolución y restablecimiento de las instituciones de la IIª República.

En mayo de 1937 se dilucida con las armas en la mano la cuestión de quién manda en el lado republicano de la contienda, ya que en el lado faccioso eso estuvo claro desde los primeros meses. Los anarquistas, los poumistas y algunos socialistas de izquierda creían que era preciso llevar adelante la revolución para así ganar la guerra. Los comunistas, los socialistas de derecha, los republicanos y moderados en general que no estaban con Franco, creían que lo principal era ganar la guerra y que luego ya se verían las cosas en el bando de cada cual. Ganaron los comunistas que, además, acabaron con los trostkystas por orden de Moscú a través de una farsa de procesos judiciales y establecieron su dominación sobre casi todos los aspectos de la vida en la República. Pero la pregunta, se ve venir, es siempre inevitable: ¿qué hubiera pasado si hubieran ganado los anarquistas y poumistas? La cuestión es típicamente contrafáctica y a ella contesta cada cual según le dictan sus apetencias.