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diumenge, 15 de juny del 2008

La tricolor, fuera del Parlamento.

Un grupo de antiguos presos políticos del franquismo acudió ayer a la capital del Reino a un homenaje que se les ha tributado. Recibidos en el Congreso de los Diputados por su presidente, señor Bono, la visita se hizo agria y acabó prematuramente cuando uno de los asistentes desplegó una bandera republicana. El dicho presidente había preparado una linda y sentida alocución diciendo cuánto deben España y los españoles al sacrificio de los luchadores antifranquistas muchos de los cuales no vivieron para contarlo y los que sí lo hicieron fue después de múltiples persecuciones y años de cárcel. Ante la llamativa provocación iconográfica, sin embargo, el señor Bono despachó a toda prisa y recriminó al abanderado que no permitía manifestaciones "no legales" en el hemiciclo.

¡Qué manera de perder los nervios y, con ellos, la posibilidad de ofrecer una imagen ecuánime, moderada y libre! La zozobra e incomodidad del señor Bono se echa de ver en la expresión "no legales", que revela su trasfondo autoritario, conservador, de derechas de toda la vida, como Dios manda. ¿Cómo que no legales? ¿Qué quiere decir eso? No existe el concepto de "no legal"; es un conjunto vacío. Las cosas son ilegales o legales y no hay más. Todo lo que no está expresamente prohibido (lo que es ilegal) está permitido (es legal) salvo que tenga uno el ánimo tan angosto como el señor Bono.

La bandera republicana es legal en nuestro país. Algunos creemos que no sólo es legal sino legítima y la tenemos como la bandera de la España real; la rojigualda es la de la España oficial y las dos son legales.

El Congreso ha visto otros tipos de banderas, la de la Falange sin ir más lejos. La Falange que con un aditamento tradicionalista, producto del genio sincrético del Caudillo a quien esto de los partidos le mareaba y sólo admitía uno, el verdadero, el suyo. No veo por qué no puede engalanarse de vez en cuando con la bandera tricolor, emblema del único régimen "nacional-popular" (como diría Gramsci) que ha tenido España en toda su historia. Por eso le fastidia al señor Bono que ya empieza a parecerse al Marqués de Bradomín, "feo, católico y sentimental".

dilluns, 14 d’abril del 2008

14 de abril.

Setenta y siete años después de su proclamación, probablemente el noventa por ciento de quienes celebramos el aniversario de la IIª República española no la vimos nacer ni morir, no tenemos un interés biográfico directo en el asunto, aunque muchos quizá sí familiar. Celebramos el aniversario por convicción ideológica, por fidelidad a unos principios, por adhesión a una visión de España, de sus gentes y su historia que nada de lo que hemos vivido hasta la fecha puede desmerecer. Celebramos el momento culminante y más luminoso de la historia de nuestro país, aquel en el que el pueblo fue libre, y por el que después hubimos de pagar todos -nosotros, que no habíamos vivido aquella experiencia, también- con largos y tenebrosos años de sojuzgamiento, humillación, opresión y tiranía a manos de un delincuente que se hizo con el poder y de una cuadrilla de facinerosos civiles, militares y eclesiáticos que aún están presentes en muchos hechos y dichos de la derecha española actual. Basta con oír la COPE, leer El Mundo o escuchar a doña Esperanza Aguirre.

Y no se crea que esta celebración es cosa de un día en un año hecho luego de otros afanes; nada de eso. La celebración del 14 de abril es la exteriorización de un culto que llevamos dentro, de una nostalgia que nos alimenta en la vida cotidiana y que nos hace ver el mundo con ojos de republicanos, hablar como republicanos, sentir como republicanos. A la derecha pueden ver el salón de mi casa, presidido por una bandera republicana todos los días del año. Me educaron en republicano y he educado y educo a mis hijos en republicano. Un sentimiento republicano que se aviva cuando veo la bandera que le impusieron al país los vencedores en una repugnante guerra civil y que después hubo que aceptar, al igual que al Rey nombrado por el dictador, mediante un chantaje, so pena de que no se nos devolviera la democracia que le fue arrebatada al país manu militari por el delincuente felón supracitado.

En el entendimiento asimismo de que la celebración de este aniversario no implica resignación alguna ante el expolio y conformidad con el hecho de una monarquía restaurada por segunda vez en contra de la voluntad del pueblo. Al contrario, es un acto de afirmación en el espíritu de lucha por el advenimiento de la República, que sea ésta la IIª (que muchos creemos que no ha muerto) o la IIIª, como quieren otros, más expeditivos y pragmáticos, es indiferente en tanto se trate de nuestra República. La República española, cuyo himno dejo aquí abajo para solaz general y en una versión adornada con impresionantes fotografias de la guerra civil, algunas de ellas nuevas para mí, que creía conocerlas casi todas.



Los designios del destino han querido que la IIª República esté para siempre unida a esa guerra civil que fue su sepultura. Y lo de "guerra civil" quizá sea un poco exagerado para calificar una sublevación de un ejército que llevaba casi trescientos años sin ganar una sola guerra (pues la de la Independencia la ganaron los militares españoles, los militares ingleses y los guerrilleros españoles, todos juntos) y que, sí, llevó a una guerra que, sí, ganó el ejército, sí, contra su propio pueblo. ¿Tiene algo de extraño que los republicanos no aceptemos el resultado de esa guerra civil? Y ¿tiene algo de extraño que nos emocionemos y sigamos honrando la memoria de tantísimos héroes que se enfrentaron a los militares fascistas como se ve en abundancia en las imágenes del vídeo y son sólo una minúscula parte de las que dan testimonio de la valentía de las milicias populares fueran del color que fueran? ¿Por último, tiene algo de extraño que no exista nada parecido en el bando muy mal llamado "nacional"?

¡VIVA LA REPÚBLICA!

(El vídeo es de Vergavil).

dijous, 31 de gener del 2008

Monarquía o República.

En las últimas fechas se han visto acontecimientos que están en la mente de todos: el lío penal por la famosa portada de El Jueves, la quema de la efigie del Rey, el ultrafamoso ¿Por qué no te callas? o el reciente cumpleaños del Monarca, en el que he visto alguno de los más innobles ejercicios de sumisión cortesana de antaño ariscos intelectuales de insobornable republicanismo. Todo ello ha dado pie a que de nuevo se plantee esa cuestión abierta del acontecer español, que es la de saber si España debe ser una Monarquía o una República.

De nuevo, cómo no, han salido mis amigos los republicanos a reafirmar la justeza de sus planteamientos y a exigir que se devuelva al pueblo español, a la nación española, el derecho a decidir cuál haya de ser la forma política de su Estado. Y lo han hecho como acostumbran, con civismo y energía y con algún toque de alegre festejo popular, como el del aportado por Jaume d'Urgell, que arrió en público una bandera borbónica e izó en su lugar una tricolor, por lo que ha sido procesado y condenado a un año de prisión. Por cierto, dejo aquí la dirección del Manifiesto por la libertad de expresión, por si alguien quiere sumarse.

Y de nuevo han salido también las gentes sensatas, de izquierda, muchas republicanas, a decirnos que no es el momento de plantear tan enojosa cuestión. Nunca es el momento de plantear tan enojosa cuestión. Al fin y al cabo, las cosas han ido bien, la gente está contenta, los "juancarlistas" reticentes se han hecho fervorosos monárquicos, el Rey lo hizo de cine y ojo a ver la que vamos a armar como se toque el pie de banco de la Monarquía.

Nada nuevo bajo el sol. Hasta que el otro día publicó en El País el señor Peces-Barba un artículo, magistral como todos los suyos, titulado El valor de la Corona que es un paso de gigante en la elaboración de una doctrina política del socialismo monárquico puesto que ya no se acude al expediente de defender la Monarquía como mal menor, a simulado regañadientes, como tributo que hay que pagar a cambio de la democracia sino que se hace directamente una apología de la Monarquía como positiva en sí misma y se acompaña de una crítica al republicanismo. La argumentación del profesor Peces-Barba es muy respetable y aparentemente sólida. Veamos si resiste una crítica de fondo.

Empieza distinguiendo entre Monarquía parlamentaria y monarquía constitucional, punto académico que no está de más porque en el ámbito mediático suelen emplearse erróneamente como sinónimas. Y viene luego a decir que frente a la Monarquía parlamentaria a imitación de la anglosajona y nórdicas, las que llama "las viejas críticas republicanas", a las que reconoce que pueden ser "bienintencionadas", ya no tienen razón de ser porque el objeto de su crítica, la Monarquía Constitucional, ha desaparecido como por arte de birlibirloque, como el gato de Alicia, dejando detrás solamente la sonrisa del señor Peces-Barba.

Luego veremos pero, antes, ¿cuáles son esas "antiguas críticas republicanas"? Pues, sencillamente:

se acusa su carácter no electivo y, según esas críticas, no democrático (de la Monarquía), y que la sucesión se produzca en el interior de una familia, la familia real, sin ninguna intervención popular. También se afirma que es una institución cara y poco transparente. Incluso esos sectores, si son bienintencionados conceden que el rey Juan Carlos ha cumplido un papel decisivo en la instauración de la democracia y en la elaboración de la Constitución, para a continuación sostener que quizás ya sea bueno restablecer la República.

Con permiso, se me antoja que aquí hay bastante simplificación. Los republicanos no cuestionamos los dineros ni el funcionamiento interno del sistema monárquico (hasta nosotros entendemos que la monarquía descansa sobre la sucesión en una sola familia) sino una cuestión de principio, esto es, la falta de legitimidad de origen de la Monarquía española, instaurada por un general felón, después de un golpe de Estado, una guerra civil y cuarenta años de régimen tiránico que no respetó los derechos fundamentales de los ciudadanos, ni siquiera los de la familia real, pues dejó arbitrariamente fuera de la sucesión en el trono al padre del actual Monarca felizmente reinante. Un asunto este que manda narices porque viene a ser que Franco es el padre adoptivo del Rey, habiendo sustituido a su padre carnal.

¡Ah, no! Saltan los monárquicos demócratas, socialistas y hasta comunistas, que de todo hay en la viña del Señor, la Monarquía se ha relegitimado: Franco está olvidado, a Dios gracias, don Juan renunció (ni abdicar pudo el pobre) en la persona de su hijo por el bien de Ejjpaña y el pueblo otorgó su colectivo placet democrático al nuevo Monarca mediante el referéndum de aceptación de la Constitución Española, uno de cuyos meritorios redactores fue el mismo señor Peces-Barba.

¿Eso lo sostiene también el señor Peces-Barba? Efectivamente, en el citado artículo y al pie de la letra:

"En primer lugar, podemos señalar su origen democrático, que establece su legitimidad de origen que se complementa con la histórica, en la figura de don Juan Carlos, y en su continuidad con el príncipe de Asturias. El referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978 expresa esa aprobación democrática de la forma política del Estado español."

El primer párrafo, para escurrir el bulto de la falta de legitimidad histórica es de antología. Y en el segundo es donde resulta obligado rechazar la propuesta tan respetuosa como firmemente: todos los actos del pueblo español hasta después de la aprobación de la Constitución de 1978 fueron actos condicionados por unos poderes fácticos que limitaban su soberanía. La aprobación de la Monarquía no fue libre, sino un requisito que se impuso -en función de la voluntad de Franco, de cuya ejecución se sentía garante el Ejército- para poder alcanzar la libertad y la democracia, secuestrada hasta entonces por la dictadura y sus administradores, empezando por la llamada "Monarquía del 18 de julio". Y eso lo sabe el señor Peces-Barba como competentísimo académico. La cuestión de principio queda en pie y la crítica republicana a la Monarquía es tan válida hoy como ayer y como mañana porque las cuestiones de principios no se resuelven con invitaciones a lo pragmático, como también sabe el señor Peces-Barba.

Su recurso a la otra forma de legitimidad, por si le falla -que le falla- la primera es muy curioso pero igualmente inapropiado. Dice el citado autor que:

"Además, la legitimidad fáctica se expresa también por su contribución decisiva para que fuera posible la vuelta a la legalidad democrática, renunciando a ser un poder del Estado, favoreciendo la realización de unas elecciones libres y contribuyendo a las deliberaciones libres en las Cortes Generales hasta alcanzar la aprobación de la Constitución."

Y digo que es inapropiado porque con tanto "renunciar" y tanto "favorecer" va a resultar que la Constitución tiene algo de carta otorgada, cosa que repugna a la ética cívica y al sentido común. Pero, como es así, mejor será no invocar esa "legitimidad fáctica" tan cuestionable.

El último párrafo del magnífico artículo comentado pone de relieve la falacia de la alambicada construcción promonárquica:

No es necesario elecciones periódicas para ratificar el ejercicio legítimo de su función. Basta con la lealtad y el desarrollo de sus funciones de acuerdo con la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico, después del respaldo popular inicial.

No hay duda de que, cuando se acepta como legítima una monarquía, se renuncia a la elección periódica del Jefe del Estado pero ¿en dónde está la aceptación de la legitimidad de la monarquía? ¿En el respaldo popular inicial? El señor Peces-Barba sabe que no hubo tal. El pueblo no pudo elegir entre Monarquía o República, sino entre Monarquía o Dictadura. Y eligió sabiamente. Pero la sabiduría de entonces no se aplica al día de hoy. Y las "viejas críticas republicanas" bienintencionadas son más jóvenes y actuales que las jóvenes y actuales defensas bienintencionadas y hasta socialistas de la Monarquía.

Y deseo dejar constancia de que en ningún momento he dicho que mi opinión hacia los Borbones y su derecho a reinar en España es el mismo que el de los marinos sublevados el 18 de septiembre de 1868 o quienes ganaron las elecciones del 12 de abril de 1931. Dos veces los ha echado el pueblo y dos veces han vuelto de la mano de los militares. Eso dibuja una circunstancia histórica que no puede resolverse ni con un artículo del señor Peces-Barba.

Si quieren quedarse, que sometan la Monarquía a referéndum.

(La imagen es una foto de sheeshoo's photostream, con licencia Flickr).

dissabte, 14 d’abril del 2007

Por la República.

Septuagésimo sexto aniversario de la proclamación de la IIª República, el régimen más popular, democrático, progresista y legítimo que ha tenido España en toda su historia. Más que éste de la Monarquía parlamentaria cuyo déficit de legitimidad de origen (ya que el Monarca fue designado sucesor "a título de Rey" por un delincuente dictador) no se puede enjugar a través del pragmatismo por haber restablecido un Estado democrático de derecho.

Hay en la transición un elemento de ambigüedad derivado de la concepción que tenemos los españoles de haber logrado con ella algo excepcional, ejemplar, algo de qué enorgullecernos, algo digno de estudio y explicación a las generaciones futuras. En realidad, sin embargo, lo excepcional (y no para sentirnos orgullosos), lo que hay que explicar a las generaciones futuras y presentes no es cómo pudimos los españoles convertir una dictadura en una democracia, sino cómo pudieron unos militares felones convertir una democracia en una dictadura totalitaria de cuarenta años. Y que era totalitaria lo dice el que la estableció.

La susodicha ambigüedad es la que invita a muchxs españolxs demócratas a decir que, no siendo monárquicxs, son sin embargo "juancarlistas", pues atribuyen a don Juan Carlos el mérito de restablecer la democracia y el Estado de derecho. Cuando no es un mérito porque el imperio de la ley y la democracia son derechos de lxs ciudadanxs, con lo que es claro que don Juan Carlos se limitó a cumplir con su deber, pero no lo culminó por cuanto no puso su título a libre decisión de esxs ciudadanxs mediante referéndum.

Se comprende que hasta los republicanos como el señor Carrillo adoben su petición de establecimiento de la III República con una muy favorable valoración de la Monarquía parlamentaria que, lógicamente, debilita la fuerza de su republicanismo. Reitero que la eficacia práctica de la Monarquía no le añade ni un adarme de legitimidad de origen y que, por lo tanto, lo pertinente no es pedir el establecimiento de una IIIª República, sino el restablecimiento de la IIª, último régimen legítimo español. Ello no debe mermar el acatamiento a la Constitución de 1978, transitoriamente, en tanto vuelve a entrar en vigor la de 1931.

Ya sé que hay tantas posibilidades de que suceda algo así como de que el señor Acebes deje de mentir y que, al final, en el mejor de los casos, habrá que aceptar una IIIª República, entre otras cosas porque el cambio en la planta territorial del país ya no encajaría en la Constitución de 1931. Pero nada nos cuesta a lxs republicanxs solazarnos en nuestro particular sebastianismo, que es una actitud nostálgica y romántica.

Ciudadanxs: ¡viva la República!