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dimarts, 24 de desembre del 2013

Esta noche hablo yo.

Sí, mis queridos súbditos, para mí esta es una noche más de trabajo, de entrega y servicio a España, hoy como hace 38 años, Desde aquel aciago 1975, cuando la muerte se llevó a mi antecesor, el general Franco, cuya obra he proseguido fielmente, aunque adaptándola a los tiempos de libertad y democracia, como hubiera hecho él que, en el fondo, era un monárquico leal y un demócrata. Entonces prometí que jamás diría nada en menoscabo de su excelsa figura y así ha sido pues, a diferencia de Rajoy, yo cumplo mis promesas. ¿Cómo podría no hacerlo cuando se trata de la memoria de quien fue mi preceptor , mi verdadero padre? Mi padre biológico tuvo la grandeza de eclipsarse en un acto de sublime servicio a España y yo pude proseguir la tarea que me encomendó mi padre ideológico. Y en la brecha sigo.

Voy a comparecer ante vosotros en un momento especialmente crítico para España, para sus instituciones, para la Corona y para mi Real Casa, hoy injustamente castigada con habladurías, infamias y calumnias que tanto sufrimiento nos causan a mí y a mi familia. Hay, me consta, una expectativa altísima por escuchar qué voy a decir y cómo voy a tratar los escabrosos asuntos que nos tienen en el ojo de todos los medios. Pero no todos están igualmente interesados. La TV vasca omitirá mi discurso, como suele pasar en esa comunidad irredenta. Según parece, la TV3 catalana seguirá sus pasos y me silenciará. Una oportuna huelga del personal facilita esta obra de ocultación al servicio de un nacionalismo repentinamente recrudecido. También hay una campaña en las redes, encabezada por los perroflautas del 15-M para que la gente apague la tele durante mi alocución. Es decir, es posible que, al final no haya nadie al otro lado a escucharme. Solamente el príncipe de Asturias y ese por ver si abdico de una vez. Me conozco yo mi ganado.

Por eso, temeroso de no encontrar audiencia o encontrar solo la de la TVE de Somoano, lo cual viene a ser lo mismo, he decidido aprovechar todas las ocasiones para sincerarme con vosotros. Y una de ellas me la ha ofrecido este Palinuro, un republicano de pura cepa a quien no duelen prendas. Él dice ser troyano, pero yo sé que es tirio y, en el fondo, un buen español. Le agradezco la gentileza de su plataforma pues, ¿a qué ocultarlo? el discurso que habré de leer ante la cámara, y ya viene escrito desde La Moncloa, me obligará a hablar del esfuerzo de todos, con el gobierno a la cabeza, por sacar a nuestra Patria del marasmo heredado y a subrayar cómo ya se ven los brotes verdes, las luces, la recuperación y se oyen las músicas celestiales. Me obligará a recordar cómo la grandeza de España se debe a su indisoluble unidad, la base pétrea sobre la que el país ha recuperado sus esencias cristianas, su amor por el orden público, su respeto a la autoridad, su gallardo desprecio por la educación y la cultura, venenos propios de los afrancesados. Con un recuerdo a aquellos compatriotas que, impulsados por el afán aventurero tan propio de los españoles, se han marchado al extranjero. Y todo bajo la guía inmarcesible de unos hombres íntegros, probos servidores públicos que han sacrificado su vida al servicio del Estado, sin lucro ni beneficio personal algunos.

Hasta yo sé que todo eso es una patraña. ¿De qué me gustaría hablar a mí? Es obvio: de lo difícil y sacrificado que es reinar en un tiempo de chismorreo generalizado, un tiempo de universal información, sin respeto por nada ni por nadie. Miles de cámaras en todas partes, cientos de micrófonos, de grabadoras, de móviles, de testigos inadvertidos, airean todos nuestros movimientos, incluso los más recónditos, los más íntimos. Cierto, la Constitución me hace inviolable, pero pago ese privilegio al precio de ser vilipendiado en público, objeto de risas y chirigotas que en otros tiempos más hispánicos costarían muy caro a sus hacedores. 

Gracias a esta maledicencia popular universal la gente sabe que cazo elefantes en el África mientras mis súbditos buscan comida en los contenedores. Sabe asimismo que he amasado una fortuna, según se chiva ese maldito New York Times que la calcula en 2.300 millones de dólares. Una pasada. Seguro que cuentan el valor del Patrimonio Nacional afecto a mi persona. Sabe además que tengo ciertos asuntillos con una princesa alemana de buen ver, gracias, también a la indiscreción de ese  periódico chismoso. Aunque reconoce que se trata de una utilísima asesora para operaciones de altos vuelos, también presta oídos a la murmuración popular que nos hace íntimos a Corinna y a mí. Y eso, con la fama de la dinastía, es un dardo envenenado. 

Corinna aparece ahora relacionada con mi otra cruz, ese yerno pinturero que, según dicen, ha  desvalijado media España y ha metido en danza a mi hija, infeliz como un repollo. ¡Y yo diciendo el año pasado que en España la justicia es igual para todos! Eso me pasa por no tener el coraje de Rajoy quien sabe y predica desde jovencito que la igualdad es una quimera producto de la envidia. ¿Cómo va a ser igual mi hija a, digamos, una tonadillera? Eso lo entiende cualquiera. En cuanto al yerno, mal rayo lo confunda. ¿No podía dedicar sus atenciones al mundo de las grandes empresas internacionales, de los consorcios mundiales de los que Corinna, precisamente, sabe mucho? Pues, no. Había de mezclarse con esa manga de políticos rateros, unos chorizos advenedizos metidos hasta las cejas en una corrupción pringosa. Lo saco del vil arroyo, lo ennoblezco casándolo con mi hija y ¿cómo me paga? Haciendo trapicheos con esos robaperas del PP, unos patanes que solo están a forrarse. A ver ahora cómo salvamos el buen nombre de la Monarquía. No hace falta recordar que los barómetros y sondeos (puñetera manía de preguntar a la gente lo que piensa) reflejan una imagen crecientemente negativa de Corona que yo encarno con la misma voluntad de entrega y sacrificio de hace 38 años.

Por fortuna, los sectores más responsables del país, conscientes del peligro de desmoronamiento, cierran filas en apoyo del trono y, por descontado, del altar. La prensa, toda ella, sigue tratando nuestros asuntos con guante de cabritilla. Hace poco, una presentadora de la tele daba por buena la cifra de ocho millones de euros como presupuesto total de mi Casa. Luego salieron las comadrejas de sus guaridas y empezaron a hacer números, demostrando el cuento de los ocho millones porque el presupuesto de la Casa Real española es el más alto de Europa. Pero la prensa sigue incólume. Godó, ese pequeño Grande de España propietario de La Vanguardia ha visto la luz, se ha librado de Antich, el portavoz de Mas, y ha puesto en su lugar a Carol, unionista español. De la iglesia no puedo estar más satisfecho. Me tiene en sus oraciones y devociones y no parece inquietarse de que mi familia sea el reino del divorcio. Lo mismo cabe decir del poder judicial. Si la Justicia en España se administra en nombre del Rey habrá de hacerse en todas sus esferas. El fiscal anticorrupción se dejará empalar antes de admitir una imputación penal a mi hija. Eso es sentido del Estado, algo muy conveniente porque si bien es cierto que puede haber Estado sin justicia (a la vista está en la política de indultos del gobierno), también lo es que sin Estado no hay justicia.  

Mi especial agradecimiento a los partidos políticos, esencia misma de la democracia, sobre la que se asienta la Monarquia. Singularmente, los dos dinásticos, el centro-derecha y el centro-izquierda, imagen de la balanza con sus dos brazos; icono de la justicia. Los dos partidos son oficialmente monárquicos, el de la derecha porque siempre lo fue, bien por convicción, bien por respeto a la figura de Franco; el de la izquierda porque ha comprendido que solo la corona garantiza un reparto algo más favorable (no equitativo, por supuesto) de la tarta del poder en forma de ministerios, secretarías de Estado, direcciones generales y mil y una canonjías que se distribuyen según un riguroso spoils system o sistema de despojos. Tengo confianza en su secretario general. Es un hombre de palabra, no como Rajoy, de quien no me fío un pelo. Es capaz de proclamar la república si le dejan seguir mandando. Eso te daría un disgusto, ¿eh Palinuro?

En fin, Palinuro, muchas gracias por permitirme el uso de tu blog para airear mis preocupaciones. Esta noche, cuando me oigas echar cuéntas de cómo estamos progresando los españoles, cómo saliendo del hoyo, probando qué gran nación somos cuando estamos unidos (mind you, catalonians!), cómo la marca España es la admiración del mundo y la gente habla -según dice el presidente- de cuán grande será el salto adelante de nuestro país, piensa en que yo, como el resto de los españoles, no me lo creo. Lo decía al principio, es mi noche de trabajo, por eso me pagan. Venga, a contar trolas. Recuérdame que quiero nombrarte gobernador de la ínsula Barcenaria.

dilluns, 2 de desembre del 2013

¡Viva Europa!

Esto que vemos aquí abajo es un mapa dinámico de Europa desde el año 1000 de nuestra era hasta el presente. Puede activarse pinchando directamente sobre él o yendo a buscarlo a su página web, LiveLeak. Merece la pena.



1000 años de historia de una ojeada a toda máquina. Conclusión: Europa es una realidad geográficamente estable y políticamente frenética. Es un magma en permanente ebullición. En su suelo se han erigido imperios de vocación milenaria, reinos, principados, repúblicas de toda clase, Estados de las más variadas formas y las más insólitas pretensiones, hordas, naciones, federaciones, confederaciones, teocracias, comunas anarquistas, consejos obreros que anunciaban un futuro de sociedad sin clases y sin Estado de la mano del hombre nuevo; se han dado alianzas territoriales, separaciones, anexiones, conquistas, reconquistas, invasiones, liberaciones prometedoras del milenio. Y todo se lo ha llevado el viento de la historia. El mismo que se llevará lo que nosotros vivimos hoy.

Conviene ser algo escéptico ante las pretensiones actuales de eternizarnos una vez más.

dimarts, 19 de novembre del 2013

Por la República.


La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria, dice la Constitución española en su artículo 1, 3. Esta lapidaria afirmación consagra solemnemente una de las historias más rocambolescas de los últimos años por la que se produce, no la segunda restauración de los Borbones, como suele decirse, sino la tercera. La primera se ignora por un prurito de orgullo patrio, visto el comportamiento traidor de Carlos IV y su hijo Fernando. Al restituir a este como Fernando VII en el trono de sus antepasados, las Cortes aceptaban como Rey a quien unos años antes había entregado la Corona de España y sus posesiones a Napoleón. Que este felón arbitrario y despótico fuera llamado el Deseado dice mucho del masoquismo sarcástico de los españoles. La segunda restauración fue en la persona de otro hijo, Alfonso XII, tras el destierro de la Reina madre, la valleinclanesca y sin par Isabel. Entre medias, una pintoresca instauración de la casa de Saboya que no prosperó. La tercera restauración, la actual, se la sacó del magín Franco quien, con su habitual zorrería, marginó al legítimo (desde el punto de vista dinástico) pretendiente, Juan, hijo de Alfonso XIII, se entretuvo en enfrentar entre sí las distintas corrientes dinásticas y, por último, nombró sucesor a título de Rey a Juan Carlos quien previamente había jurado fidelidad a los principios del Movimiento Nacional, el remedo de constitución que se dio la dictadura.

En puridad de los términos, Juan Carlos no es el sucesor de su padre sino del general Franco. Empezó su reinado solo con la legitimidad que le daba ese juramento. Luego, faltó a él, es decir, cometió perjurio. (En el Elogio de la traición: sobre el arte de gobernar por medio de la negación, un tratadillo de política, los autores, Denis Jeambar e Yves Roucaute, analizan expresamente el caso de Juan Carlos como un ejemplo de la conveniencia de la traición en política). De esa forma, perdió aquella legitimidad, la vergonzosamente llamada del 18 de julio, fecha del golpe de Estado fascista contra la República, lo cual, obviamente, era bastante recomendable. Más tarde, se hizo con la legitimidad dinástica, al forzar una renuncia de su padre a sus legítimos derechos. No fue muy elegante ni muy filial, pero fue.

La legitimidad popular es la que no fue nunca pues la tal forma política jamás se sometió a consulta de los españoles. Sus partidarios dicen que se votó en la Ley para la Reforma Política de 1976 (que ya incluía la monarquía) y, desde luego, en la Constitución. Pero este argumento es falaz. En ambos casos lo que se consultaba era la democracia y la Constitución y la Monarquía se metió de matute. Votar "no" por no votar la Monarquía hubiera sido votar "no" a la democracia. Lo curioso es que, al final, la Constitución consagra una forma política impuesta por Franco. El dictador no solo nombraba reyes (ese a título de Rey es sublime) sino que dictaba constituciones póstumas. El ejemplar de la Constitución quese conserva en el Congreso de los Diputados lleva el águila del escudo de la dictadura. Y el Rey sigue sin legitimación popular directa.

La Monarquía fue el coste de transacción de la Transición. Un acomodo entre los franquistas llamados "evolucionistas" y la oposición de izquierda. Ese pacto o acuerdo recibe todo tipo de calificativos a día de hoy, desde modélico a traidor. Pero, en todo caso, existió. Sin embargo, no tiene por qué ser eterno. Esa es una ilusión muy peligrosa. Los pactos deben revisarse siempre y, si hay motivos para romperlos e interés de una de las partes y hasta de las dos, debe romperse. Es absurdo atarse a un cadáver. Admitida la necesidad de la revisión, lo primero que se plantea es la cuestión de Monarquía o República.

Los monárquicos argumentan en un crescendo de pasión: la monarquía ha sido funcional para el desarrollo de la democracia y el Estado de derecho. No hay modo de probarlo y ni siquiera está clara la actuación del Monarca durante el Tejerazo. Además, el desprestigio en picado de la Casa Real en los últimos años, verdadera farsa de las borbonadas más tradicionales, emparentadas ahora con el mundo de la delincuencia de guante blanco, ha conducido a una valoración bajísima de la Corona en la opinión pública y eso no es nunca funcional. Señalan igualmente los cortesanos que la monarquía es la forma de los Estados más avanzados de Europa. Falso. El más avanzado es una república y repúblicas algunos de los siguientes. En todo caso, responden los dinásticos (tanto los conservadores como los socialistas), el asunto no es urgente; hay otros más perentorios que preocupan más a la gente y reclaman nuestra acción colectiva. Pero esa es una mera opinión, un punto de vista particular, no contrastado con el parecer de la ciudadanía, a la que no se consulta jamás para nada, ni siquiera para reformar la Constitución (esa que, luego resulta ser intocable) sino solo para pronunciarse cada cuatro años sobre cuál de los dos partidos dinásticos gobernará y cómo lo hará, si pactando con los nacionalistas o amargándoles la existencia. Por último, afirman los monárquicos, la experiencia histórica de las dos Repúblicas ha sido catastrófica: revoluciones, guerra civil y desintegración de España. También falso. Esas son experiencias de la Monarquía que, al ser mucho más longeva, ha traido revoluciones, algaradas, pronunciamientos, dos de las tres guerras carlistas y una dictadura; también cabe atribuirle mediatamente la guerra civil del 36 y la dictadura de Franco. La Monarquía actual ha convivido con la mayor ofensiva secesionista del siglo XX y lo que va del XXI. Primero fueron los independentistas vascos con la violencia de ETA y ahora ha tomado el relevo el nacionalismo democrático y pacífico catalán, mucho más peligroso para la unidad de España, vía a la que también se ha sumado el reciclado nacionalismo euskérico.

La conveniencia de la República no solo se prueba a contrario, sino por sus propias virtudes. Su naturaleza electiva hasta la más alta magistratura es más acorde con el principio de igualdad, base de la dignidad del individuo como ciudadano titular de derechos. Es un asunto de principios y, por eso, tiene importancia. No es lo mismo ser ciudadano que súbdito, aunque las almas flexibles nos digan que los nombres no son importantes.

La recuperación de la República es un horizonte político noble que simboliza la de la plena soberanía de los españoles, distinta de esa demediada que se esgrime en la Constitución. Cuando, hace unos años, unas almas benditas quisieron importar el concepto de patriotismo constitucional, estaban confesando implícitamente su deseo de encontrar una nación que no fuera necesariamente la España impuesta a la fuerza por la dictadura. Así, la nación de la que andaba huérfana la izquierda española era la Constitución. El PP entendió el mensaje e incorporó a su ideario el patriotismo constitucional como consagración de esta Constitución. Y, claro, el concepto reventó en España. La Constitución producto de un pacto de mínimos, de un acomodo en una situación de amenaza, de concesiones y componendas, no suscita patriotismo alguno.

La República, sí, porque está incontaminada. Es la víctima del atropello del golpe de Estado de 1936, para ella no ha habido perdón (ni lo necesita) y con sus defensores no se ha hecho justicia todavía y esos sí la necesitan. Es una causa, hasta la fecha perdida, pero legítima;  un horizonte político muy nítido en tiempos de zozobra y confusión por el impacto de la crisis no solo en lo económico sino también en lo político.

Al respecto. la izquierda, y en concreto el PCE, parece retornar más y más decididamente al republicanismo. Pasa página de la concesión de Carrillo, al aceptar la bandera y la Monarquía y se desvincula del pacto, pidiendo el restablecimiento de la República, última forma de gobierno legítima en España desde el punto de vista popular, la que la Monarquía ha tratado de ganarse sin conseguirlo.

La posición del PSOE en cambio es más de mantenella y no enmendalla. Según su secretario general, el partido, aun siendo republicano, apoya la Monarquía. Eso es una falacia insostenible. Hay, sin embargo, dicen los socialistas monárquicos de conveniencia, dos poderosas razones para justificar este oportunismo. Una: estamos atados por el pacto de la transición. Dos: cuestionar la monarquía ahora es peligroso pues significa acumular turbulencia sobre turbulencia. Las dos falsas: no queda nada del tal pacto pues la derecha lo ha roto flagrantemente en casi todos sus puntos con su involución y, sobre todo, con su cruel, inhumana, decisión de no hacer justicia a las víctimas de la dictadura de Franco. La turbulencia la provoca la obstinación en mantener un sistema fracasado, hundido en el caciquismo, la corrupción, la incompetencia, la quiebra económica, la ruptura social y la fractura territorial.

La conversión del PSOE en un partido dinástico, alimentado por un sentido nacional español similar al de la derecha con la salvedad de una vagarosa promesa federal que ni él mismo sabe cómo articular, resta mucho crédito a sus demás propuestas reformistas. Esa petición de reforma limitada de la Constitución (que tampoco sabe cómo impondrá) demuestra que el PSOE ha renunciado a dar forma a un creciente espíritu de regeneración democrática que no puede agotarse en unos cuantos parches; ha renunciado a dibujar un horizonte de renovación política. Esas timoratas e inciertas reformas constitucionales son los balbuceos de quien no se atreve a hablar de proceso constituyente, una petición perfectamente legítima en una sociedad democrática que podría articularse mediante una Convención constitucional que replanteara todas las posibilidades de organizacióndel Estado, centralismo, autonomía, federación, confederación, independeencia.

En lugar de esto, el discurso se formula en clave de prudencia, de cautela, continuidad, inmovilismo, también llamado "estabilidad". En clave de miedo. El miedo que alumbró la Transición y reaparece ahora. El miedo de quien no quiere participar en proyectos democráticos si no puede controlar el resultado de antemano.

Sin embargo, solo la República garantizará la regeneración democrática y el restablecimiento de una virtud cívica que el país ha perdido en el lodazal del caciquismo y la corrupción. En las zahúrdas de la tercera restauración.

(La imagen es una foto de Miguel, bajo licencia Creative Commons).

diumenge, 3 de novembre del 2013

El PSOE y la República.


Llevaba tiempo rumiándolo, iba soltando indirectas, tenía prohibido a sus seguidores hablar mal de Rey, intervenía siempre en favor del trono y se desvivía por conocer de primera mano el estado de salud de S.M. Juan Carlos; pero no soltaba prenda con claridad. Palinuro lleva un tiempo sosteniendo que el PSOE es un partido dinástico, el equivalente al Partido Liberal de la primera restauración y tan interesado como este en un sistema de alternancia bipartidista en el marco de una monarquía parlamentaria. Era una deducción extraída de los gestos y declaraciones, cautos, minimalistas, pero transparentes par un analista político de medios pelos. Ahora ya sí, Rubalcaba lo ha dicho con claridad y pocas palabras, esto es, que el PSOE aboga por mantener el pacto que hizo hace 35 años para que España siga siendo una monarquía parlamentaria

Dicho queda. No es que Rubalcaba sea personalmente monárquico (aunque no quede excluido) al modo que es del Real Madrid, o de algún otro equipo (no estoy seguro) por lo mucho que habla de futbol, o como podría ser vegetariano o miembro de la secta Moon. No. Ahora es pronunciamiento que vincula la acción del partido -y quién sabe si del gobierno si ganara las próximas elecciones- en un sentido dinástico. El argumento está claro: hace 35 años se hizo un pacto entre otros asuntos en favor de la Monarquía y el PSOE es de los de pacta sunt servanda.

Vale, pero es falso. Hace 35 años se aprobó una Constitución que incluía la forma monárquica de Estado y muchas otras cosas, fórmula tutelada por el ejército, albacea testamentario de Franco. El artículo 2º, como todo el mundo sabe, se redactó en los cuarteles. Así que el pacto o compromiso o acuerdo tiene una validez modesta por cuanto fue impuesto y es, a efectos políticos, nulo. Otra cosa es que, no siendo tal pacto, sea o haya sido eficaz para organizar la convivencia. Pero eso es otra cosa.La Constitución es un ejercicio de retórica profesoral progresista en un rígido marco institucional heredado del franquismo, cuyas previsiones sucesorias se cumplieron con algún leve retoque, como ese de substituir las Leyes Fundamentales por una Constitución. La Monarquía no fue nunca sometida a votación popular directamente sino un par de veces envuelta en el celofán de las libertades y el Estado de derecho. Su legitimidad de origen es la del 18 de julio, alzamiento militar en contra de la legalidad republicana. Ese supuesto pacto a la fuerza no merece mayor respeto.

Y aunque lo mereciera. Dos razones hay para no quedarse en él: a) nada nos obliga nunca a mantenernos inmóviles, a eternizarnos en una situación. Después de un tiempo, no es deshonroso salirse de un acuerdo y emprender un camino propio; b) la otra parte del pacto no ha hecho honor a sus compromisos: el franquismo campa por sus respetos en las prietas filas del PP por las villas y pueblos del reino. El gobierno ha dejado sin fondos la aplicación de la Ley para la Memoria Histórica y, además, se niega a cumplir la tarea que por ley le corresponde de borrar de los edificios públicos los símbolos y emblemas del bando ganador de la contienda. En estas condiciones, nada nos obliga a cumplir un pacto que la otra parte incumple.

Está claro; lo del pacto y los 35 años es pura retórica por si cuela a título de explicación acerca de cómo unpartido republicano se torna monárquico. Es cierto que, históricamente, el PSOE ha sido relativista o accidentalista en cuanto a la forma de Estado (incluso se acomodó con la dictadura de Primo) pero lo es más que luchó por la República y se identificó con ella. Aceptar la forma de Estado impuesta por las armas y cuarenta años de dictadura y represión no está ni medio bien.

¡Ah, que burro este Palinuro! No se da cuenta de que, en el fondo, se trata de una cuestión táctica. El PSOE quiere ganar las elecciones y necesita votos de todas partes. La cuestión Monarquía-República no es actual y menos urgente. La atención del partido (y del gobierno, si lo pilla) es la salida de la crisis y el retorno a la prosperidad. Además, si se plantean las cosas con esta crudeza, corre peligro el pacto de la transición.

En este punto, el razonamiento es circular: hay que respetar el pacto de la transición porque si no lo respetamos, lo destruiremos. Hasta ahí llega la profundidad del razonamiento y, como de lo que se trata es de ganar elecciones, esto se da por sobreentendido: si cuestiono la Monarquía, hoy por hoy, me arriesgo a perder votos y quedarme de oposición toda la vida. No hay que dejar al adversario las banderas que mueven el ánimo del pueblo votante. Somos monárquicos de conveniencia, como el pabellón de ciertos barcos que navegan al margen de la ley.

Sin embargo, la oposición República/Monarquía, se quiera o no, no es un asunto táctico sino estratégico. Es de principios. Da algo de vergüenza recordarlo pero la política, al menos la de la izquierda, no puede ser un asunto del día a día, de las medidas a corto plazo, sin un horizonte temporal más a medio plazo. Justificamos nuestras medidas de hoy en virtud de una idea de la sociedad futura. Y, en esa sociedad futura, orientada a los principios de libertad, igualdad y fraternidad, ¿qué lugar cabe a la Monarquía? Ningún socialista, entiendo, puede aceptar como justa una sociedad en la que domina la desigualdad por razón del nacimiento a la hora de acceder a las más altas magistraturas del Estado.

Y eso a pesar de todos los pactos que se hayan hecho o soñado.

Y queda por ver qué dirá la Conferencia Política del próximo finde en materia de separación iglesia-Estado. Hasta ahora, el secretario general, siguiendo inveterada costumbre, ha mencionado de modo ambiguo la cuestión un par de veces y conjugando los verbos en condicional: el PSOE podría denunciar los Acuerdos con la Santa Sede de 1979. Al loro de lo que diga la Conferencia. Veremos si tiene la infinita osadía de proclamar que España es un Estado laico (como afirma de Francia la Constitución francesa) o si sigue comportándose como hasta la fecha, es decir, no solo cual partido dinástico, sino firme defensor del trono y el altar.

Palinuro no ignora ni menoscaba la importancia de las aportaciones del PSOE al Estado del bienestar y otros campos de la convivencia en España. Llegada la crisis, no supo responder a ella y absorto ahora en la tarea de medidas a corto plazo, desarrolla un pragmatismo ciego que, a lo más, puede acabar llevándolo a un modelo de gran coalición a la alemana. Ahí se llega a base de pactar y de olvidarse de los principios. De ese modo, puede pactarse cualquier cosa.

Cualquier cosa, cuando se invoca, por ejemplo, la unidad de España. Que, por cierto, está simbolizada en la Monarquía y militarizada en el artículo 8 de la Constitución

(La imagen es una foto de Elena Cabrera, bajo licencia Creative Commons).

diumenge, 29 de setembre del 2013

Adiós al PSOE.


El Jaque al Rey dejó dos imágenes muy significativas. Una, Rubalcaba yendo a visitar al Monarca y haciendo unas declaraciones de gozoso cortesano, feliz de que su señor natural se recupere del "incidente" y, con su gran "fuerza de voluntad", pronto lo tengamos "perfectamente en forma". Falta grande nos hace ¿verdad? Qué suerte, don Alfredo, y quiera Diana, la diosa de la caza, que Su Majestad pueda incluso pegar algunos tiros en la sabana africana. Si la forma no llega a tanto, siempre habrá un gato montés por El Pardo a falta de oso borracho al que hacer la vida insufrible. El cortesano y su monarca han hablado de todo, incluido el derby, porque, ya se sabe, son dos hombres llanos, del pueblo.

Palinuro suele referirse a los dos partidos, PP y PSOE, como partidos dinásticos. Podría parecer chocante, pero no lo es. Este acendrado monarquismo de Rubalcaba tampoco es casual, sino la deliberada muestra de que el hombre valora altamente la esencia de la transición: la restauración de la Monarquía, que es lo que le mola. Partido dinástico, sostén de la Corona. Designación correcta.

Mientras tanto, en las empapadas calles de Madrid, los perroflautas de la coordinadora 25-S, el nombre actual de los sans-culottes, pedían el fin de la Monarquía y un proceso constituyente. Unos 1.500 manifestantes que, con los elementos en contra, acabaron en doscientos, sin poder acceder a la Plaza de Oriente cual era su intención, para acampar indefinidamente. Los elementos fueron dos: el meteorológico de una fuerte lluvia y la acción inadmisible, desaforada de la policía que en todo momento hostigó a los manifestantes, retuvo autocares en los accesos a Madrid, entró en las líneas de metro, cerró estaciones, bloqueó calles, obligó a identificarse arbitrariamente a la gente, retuvo a quienes quiso y, en fin, desplegó un operativo preventivo intimidatorio desmesurado que infringió todas las normas sobre libertades ciudadanas y ejercicio de derechos. Ayer, Madrid, fue la capital de un Estado policial.

No es cuestión ahora de si salir a la calle a pedir el fin de la Monarquía es correcto o no. Volveremos luego sobre ello. Sea o no sea correcto el propósito, la reacción represiva, autoritaria, dictatorial del gobierno no es de recibo. Pedir la República o un proceso constituyente no puede ser un delito. ¿O sí? Sobre eso es sobre lo que el PSOE debe hablar y pronunciarse. No sobre el derby y el estado de salud del Rey. Hay más. El gobierno se permitió pedir a unos observadores extranjeros de la OSCE que ahuecaran el ala porque consideraba "anticonstitucional" la marcha de Jaque al Rey. Nada de observadores; nada de testigos. Nunca se sabe cuándo van a empezar los palos, la violencia, la brutalidad y no conviene tener chismosos y fisgones en torno. Nadie va a darnos lecciones. Esta monarquía bananera tiene su dignidad.  Por lo demás, ¿quién es el gobierno para decidir si una marcha es "anticonstitucional" o no?

Eso también requeriría un firme pronunciamiento del PSOE y quizá caiga en la cuenta una vez se haya sacudido el evidente estado de arrobo en que ha dejado la realeza a su secretario general, quien, para hacer ver que es de izquierda, se presentó descorbatado, como si fuera Cayo Lara. A lo mejor por eso sostiene Lara que el PSOE copia el discurso de IU. Pero no hay afán. Como nos descuidemos, Rubalcaba termina felicitándose del fracaso de la coordinadora del 25-S. Sin comprender que ese fracaso, en el fondo, es un triunfo. Jaque al Rey es la primera movilización ciudadana exclusivamente para pedir el fin de la Monarquía, algo que está mucho más extendido en la sociedad de lo que supone el cortesano Rubalcaba. Incluso en su propio partido, en donde aún quedan republicanos que, es de suponer, si les resta algo de dignidad, tendrían que pronunciarse sobre el plegamiento palaciego de su secretario general..

El PSOE realmente no sabe en dónde está y su declive parece inevitable. Solo lo frena que no haya otro partido a la izquierda capaz de atraer los votos de su electorado. Porque IU aumenta, pero no tanto como si hubiera trasvase de votos. Las razones de ese marasmo son tres:

1ª) La cuestión monárquica. La conversión del PSOE en un partido dinástico no encaja en la tradición socialista ni en la izquierda en general. Se argumenta el accidentalismo y se insiste en la primacía de la democracia y el carácter meramente honorífico de la magistratura. Pero es un discurso anquilosado, dogmático, falso. La monarquía es contradictoria con la democracia. Eso se comprueba todos los días con las excepcionalidades e inmunidades del Rey y su gente. Con el añadido de que ninguno de ellos son ejemplo de nada y su crédito y prestigio a los ojos de la ciudadanía andan muy bajos. Que son una vergüenza, vamos. Vivimos en una crisis devastadora que pone en cuestión principios tenidos por eternos e irrenunciables. ¿Por qué no la forma de gobierno? Al situar la Corona fuera del alcance del debate político en España, Rubalcaba (y, en la medida en que lo siga, también su partido) se alinea con la derecha más tradicional como soporte fiel de la Monarquía que instauró Franco, el genocida.

2º) La cuestión catalana. Salvo en la propuesta de reforma de la Constitución en un sentido federal, no hay modo de distinguir la actitud del PSOE de la del PP en cuanto a la cuestión catalana. La negativa al derecho de autodeterminación (que es el fondo real del dret a decidir) puede incrementar las expectativas electorales del PSOE en España pero seguramente disminuirá las del PSC en Cataluña. O quizá no mucho. Pero tampoco el incremento del primero será grande. El voto nacional español se siente más atraído hacia el PP.  Eso de enfundarse ahora en la casaca federal después de 35 años celebrando la baronías autonómicas ya no convence ni a las propias bases y prueba que el partido que iba a vertebrar España ya solo vertebra Andalucía y con ayuda del andador de IU.

3º) La cuestión del propio Rubalcaba. El secretario general sigue determinando los tiempos del partido con una deliberada ambigüedad. Pretende dejar indecisa hasta el final la cuestión del liderazgo para mantener abiertas sus opciones. Seguramente, lo mejor que puede hacer para sus intereses que, según parece, son ser candidato a la presidencia del gobierno, para terminar de hundir al PSOE. Mucho más dudoso es que también sea lo mejor para los intereses de este y, por encima de él, de España. Porque, aunque él, en sus cálculos de interés personal lo ignore, el Partido Socialista era un activo de todos los españoles; no solo suyo. Ya no.

Cuesta imaginar un sistema de partidos en España sin el PSOE, sobre todo por la ausencia de alternativas viables; y es muy probable que no se dé. Pero cuesta mucho menos verlo dejar de ser partido de gobierno. Poca gente espera en serio un sorpasso el estilo de Anguita, pero es el temor a dejar de ser partido de gobierno lo que explica el encastillamiento del partido en el orden constituido. Reforma de la Constitución, pero nada de proceso constituyente. Nada de nada. Un arreglillo de taller -como suele bromear el Rey con ese gracejo que podía meterse donde le quepa-, de cadera... y a tirar otros 35 años con esta Monarquía de Monipodio, esta tupida red autonómica de caciques, clientes y ladrones, esta España de corrupción y pandereta en la que los dos partidos intercambiables se turnan en hacer cabriolas mientras engañan a la gente.

¿Estoy en un error o el PSOE aún no se ha pronunciado sobre la reclamación de la justicia argentina de extradición de cuatro presuntos torturadores del franquismo? Y exactamente, ¿qué va a decir? ¿Que apoya la extradición de los criminales franquistas o que la transición, como la Corona y los caciques, no se toca?

dissabte, 21 de setembre del 2013

El reino y el infierno.


Crónica de la España negra.

El Rey pasa de nuevo por el quirófano. Ya no hace bromas con el taller y los tornillos. Está de un humor de perros. Y el personal tomándoselo a chirigota. "Abuelo, abuelo, que te la vas a dar." Debiera mirarse en el ejemplo de su pariente Isabel II, tan fresca como una rosa y es bisabuela, creo, o poco le falta. Y ¿sabe SM por qué? Porque sus perros comen todos los días solomillo preparado especialmente para ellos por un chef de cocina. Eso sí que es carácter democrático de la Monarquía, caramba. Supongo que los animalistas estarán encantados aunque, claro, los solomillos salen de alguna parte. La ética está siempre llena de trampas o de insidias, como diría Rajoy.

En todo caso, el Rey tampoco da para mucho como cortina de humo frente al caso Bárcenas, a punto ya de convertirse en una serie televisiva. Seis meses de recuperación y hasta el próximo batacazo. Mucho más prometedora aparece la cuestión de los presuntos torturadores del franquismo, Billy the Kid y The Wild Bunch. Esa sí que es cortina de humo que está ya viendo el mundo entero: el gobierno va a impedir por todos los medios la extradición de los presuntos reclamados por la justicia argentina. Lo que sucede es que es una cortina de humo tras la que preferiría no estar. La asociación del gobierno con el franquismo no es plato de su gusto. Es verdad que el PP es franquista a fuer de fundado por un ministro de Franco y de dar abundantes pruebas de seguir siéndolo. Pero no se atreve a confesarlo, salvo casos incurables como Mayor Oreja o algún jefe de centuria amojamado en alcalde del PP. Los tiempos no están para presumir del fascio. Al contrario, están para que sus propagandistas ideológicos alardeen de liberalismo, digan que Franco era socialista o simulen creer que el término nazi es un insulto y se lo apliquen a sus adversarios, preferentemente los nacionalistas.

El asunto Bárcenas no puede ocultarse ni minimizarse porque ha corrompido el fundamento mismo de la legitimidad democrática del gobierno y de su partido. Un partido que para muchos es un negocio, un lujoso modo de vida. Entre los diez principales beneficiarios de los sobresueldos barcénigos pillaron 10.673.292 de euros en veinte años; diez millones y medio, además de sus ordinarios y generosos sueldos por las actividades que realizaran. A más a más, una pastuqui, procedente de unas donaciones presuntamente ilegales. Y en concepto ¿de qué? Según nebulosa explicación de Rajoy en el Parlamento, por el trabajo realizado, como compensación o algo así de etéreo. Una trola que salta a la vista con los más de tres millones de euros que afanó el entonces tesorero. ¿Qué se compensaba en este caso? ¿Qué trabajo se remuneraba especialmente? Y de los demás, ni hablemos. La actividad de político es voluntaria. ¿De qué hay que compensarlos? ¿De qué se ha compensado a Ana Mato?

Son estos cobros millonarios, moralmente injustificables, los que convierten el asunto Bárcenas/Gürtel en el asunto Rajoy, como ya se ha dicho. Un asunto imposible de tapar precisamente por ser el presidente que, aun escondiéndose cuanto puede, tiene que aparecer obligadamente y, en donde él aparece, aparecen los sobresueldos.

La estrategia de La Moncloa es mantenerse en el mutismo y dejar pasar el tiempo. Hay tratados sobre la actitud que podríamos llamar fabiana de Rajoy (algunos sostienen que es su rasgo caracteriológico más claro)  consistente en derrotar al enemigo, en definitiva, por aburrimiento. Un fabricante de productos deportivos podría tener la humorada de vender punching balls con la cara de Rajoy. Aguanta lo que le echen: lo llaman mentiroso, cobarde, corrupto y no se siente aludido, como un Diógenes contemporáneo, ajeno a los afanes del mundo. Le da igual. La Argentina le saca ahora los colores franquistas. También le da igual. Dice eso tan inteligente de no reabrir las viejas heridas, no mirar el pasado, mirar el futuro.

Pero ahora él y los suyos tienen que escuchar lo que llevan treinta años tratando de ignorar, de ocultar, de negar: que el régimen de Franco fue una dictadura criminal y que sus servidores pueden acabar todos en busca y captura universal por la Interpol por presuntos delincuentes. Y es que el franquismo no es una ideología sino un delito. Y ello, supongo, con gran dolor de corazón de esos académicos de la Real de la Historia para quienes Franco era, en realidad, un padrazo algo adusto.

Frente a todo esto la estrategia del mutismo tiene el fracaso garantizado y eso si no sale algún otro asunto que aun pruebe más el descrédito del gobierno. Él mismo hace lo posible porque así sea. ¿O no tiene miga que el partido que lleva veinte años financiándose ilegalmente tipifique como delito la financiación ilegal?

El mutismo solo se rompe para dar paso a una reiterada melopea centrada en el comienzo de la recuperación económica, baza única a la que el gobierno apuesta todo su empeño para ganar las próximas elecciones, las europeas, las municipales y las generales. Pero...

En primer lugar no hay ni traza de tal recuperación económica. Hay unos disparates de Montoro que suenan como un discurso de la iglesia de los santos del último día, unos confusos balbuceos de Rajoy anunciando con dos años de antelación su propósito de bajar los impuestos como Dios manda, y los habituales gritos de rigor de García Margallo para que los elementos se cuadren a su paso. Pero de recuperación económica, ni rastro.

En segundo lugar, aunque se diera esa recuperación económica, ¿quién la experimentaría? Y, sobre todo, ¿cómo hacer olvidar a los pensionistas, los parados, los trabajadores, los dependientes, los jóvenes, las mujeres que, de haberse logrado es a costa de su expolio?

La esperanzas estaban puestas en Madrid 2020. El personal no comería pero se alimentaría de los fastos de los juegos olímpicos. Otra burbuja pinchada. Madrid 2020 era una astracanada cuyo episodio estelar fue el discurso de Botella con una serie de necedades sacadas de una guía turística de tercera escenificado con la mímica de Antoñita la fantástica.

A falta de juegos olímpicos, bienvenidos habían de ser los juegos de manos. Así, la fe puesta en los estadios se posa ahora en los casinos y, en lugar de hacer el ridículo hacia fuera, lo hacemos hacia dentro. El millonetis Adelson quiere que en Eurovegas (de cuya financiación aún no dispone) no se aplique la legislación antitabaco. La ministra Mato se ha puesto a la tarea de no ver Eurovegas igual que no veía el Jaguar en el garaje de su casa. Y, ya puestos, ¿por qué limitarnos a la prohibición de fumar? ¿Por qué no eliminar también la prohibición de la trata de blancas o el abuso de menores? 

divendres, 20 de setembre del 2013

Siempre hay un elefante a tiro.


¿Recuerdan el famoso "elefante blanco" del Tejerazo de 1981? Sus señorías escucharon debajo de sus asientos que se esperaba la llegada de una autoridad, militar por supuesto, quien daría las órdenes oportunas. Esa autoridad pasó a ser el "elefante blanco", cuya identidad jamás se supo de seguro, oscilando las conjeturas entre el general Armada, Milans del Bosch o el propio Juan Carlos I. Nunca se sabría. Por cierto, curioso giro llamarlo "elefante blanco". El nombre parecería indicar algo muy preciado, casi dotado de poderes taumatúrgicos. Y no es exactamente así. El bicho es, sí, muy preciado a fuer de raro pero el nombre está ligado a la desagradable experiencia de poseer algo muy valioso que no sirve para nada y no se puede mantener ni desechar. Una ruina, vamos. Los reyes de Siam regalaban un elefante blanco a los cortesanos a quienes querían arruinar.

Es posible que la denominación, en definitiva, sea correcta y traduzca la idea popular sobre el valor de la Monarquía. No sirve para nada, es carísima y no hay modo de quitársela de encima. Un elefante blanco, desde luego. Y el Rey está familiarizado con los proboscidios de los colores más habituales, como es sabido por su afición a cazarlos, en ejercicio de su cargo de presidente honorífico del World Wild Life, cargo del que le han apeado a raíz de su último paquidermicidio.

Ahora ha irrumpido en la cuestión catalana, al modo del dicho también popular del elefante en la cacharrería. Se ha puesto a llamar a las personalidades catalanas de la empresa, la banca, los medios de comunicación para que se impliquen en la lucha contra el secesionismo. Al parecer ha abroncado al Conde de Godó, propietario de La Vanguardia, afeándole su apoyo al independentismo de CiU, él, que es Grande España, nada menos, nombrado precisamente por Juan Carlos I, el amigo de los elefantes. Hace un año, en la Diada de 2012, también abroncó en público a un dirigente de CiU, Salvador Esteve, por los mismos motivos y este, que le respondió con dignidad, confesó estar acollonat pues veía que el otro, muy irritado, se le venía encima. Pues eso, barritando irascible como un elefante viejo, que son los más peligrosos de todos.

Hace un tiempo, el lingüista cognitivo George Lakoff, gran teórico del framing publicó un librito que ha sido casi best seller titulado No pienses en un elefante, convertido en vademécum de los comunicólogos de medio mundo. Lakoff, de proclividad demócrata, trata de convencer a sus correligionarios de que si quieren enfrentarse con éxito a los republicanos (cuyo símbolo partidista es un elefante) tienen que sacarse de la cabeza la imagen del proboscidio pues, de otro modo, estarán debatiendo en el terreno elegido por el adversario. Parece un buen consejo, pero no sé si los aconsejados, los demócratas, sabrán seguirlo. Al fin y al cabo la imagen de su partido es un burro.

Sería un consejo beneficioso para los políticos españoles: dejen de pensar en el elefante real. Están nerviosos; no saben qué hacer. Quieren preservar la institución pero tienen miedo al titular, un convaleciente achacoso, cascarrabias, que parece ir por libre, al frente de una casa desmadejada con el crédito y la valoración popular bajísimos y que, cualquier día de estos, monta un lío. Con motivo de cierta celebración más o menos castrense estuvo a punto de darse una castaña y medir de nuevo el suelo con las costillas. Lo evitaron cuatro o seis generales y almirantes sujetándolo en vilo. Una imagen del elefante de la Monarquía española.
 
Hubo un tiempo en que el Rey, como el elefantito Babar, salió al extranjero, aprendió mucho y volvió a casa cargado de dones y ventajas de la civilización exterior. Y el pueblo ingenuo le tributó su aplauso. Pero eso fue hace mucho. Babar ha crecido, se ha convertido en una mole achacosa que solo sabe meter la pata, pues ya ni la trompa, y provoca problemas allí donde va.
 
Hace unos días, el señor Navarro, secretario general del PSC, pedía la mediación del Rey en un diálogo entre España y Cataluña. Y el elefante ya le ha contestado.



Por cierto, el otro elefante blanco, el Papa, sigue siendo blanco, pero se ha convertido en un mirlo. ¡Un Papa diciendo que jamás fue de derechas! Eso sí que no se lo esperaba nadie salvo los paldonfinis que se deslizan con frufrú de lujosos manteos y sotanas por las estancias del Vaticano. La iglesia, dice Francisco, debe dejar de dar la brasa con los gays y los matrimonios homosexuales. Pues es cierto. Ya está bien de aburrir a todo el mundo con esas pamplinas. Veremos luego qué sucede con el aborto. Señor, Señor. El obispo de Alcalá va a fliparlo en colores y monseñor Rouco quizá esté pensando levantar partida en nombre de Cristo Rey. Y no solo eso. Ha entrado Francisco en el huerto prohibido, el de las mujeres. Que hace falta en la iglesia, dice, el genio femenino. Nada más cierto. Atrévase a abrirle las puertas. Derogue el celibato obligatorio del clero, costumbre monstruosa, patógena, y permita la ordenación de mujeres. Esa sí sería una revolución de verdad en la iglesia al lado de la cual las demás son tortas y pan pintado.

(La imagen es una foto del Ministerio estonio de Asuntos Exteriores, bajo licencia Creative Commons).


divendres, 5 de juliol del 2013

Su Majestad el Rey de España


"Al Rey la hacienda y la vida se han de dar; pero el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios", dice el bueno de Pedro Crespo, ese Pedro Crespo que habita en el corazón de todos los españoles. El honor. He ahí la piedra en la que tropieza la raza. Otras naciones, también defensoras de ese preciado bien, no han tenido inconveniente en renunciar a él, en ser alevosas, felonas, traidoras, por creer que les iba en ello la supervivencia. Pero no los españoles. ¿Felones? ¿Traidores y alevosos los españoles? Jamás. Pueden haber sido crueles, depredadores, genocidas, tiránicos. La furia española viene de antiguo. Pero lo han sido por razones nobles. Antes de nada, el honor.

La monarquía, otrora justificada en el poder de las armas directamente blandidas por los monarcas en los campos de batalla, descansa hoy exclusivamente sobre el respeto, sobre el honor. Al extremo de que este la define cuando se dice que es una magistratura honorífica, cosa que tampoco asusta mucho pues suele matizarse como meramente honorífica. En todo caso, honra, honor, ejemplo, virtud (incluso la "virtú" maquiavélica, que viene de la "areté" griega), elegancia y liberalidad. Eso es lo que la Monarquía exige de y para sí misma.
 
Pero no es lo que procura. La dinastía de los Borbones está tachonada de comportamientos vituperables, ya considerados como hereditarios. Algunos ejemplos sobresalen: Carlos IV y Fernando VI fueron, entre otras cosas, felones y traidores, entregando la corona a Napoleón. De la Reina Isabel solo se conocen desatinos, libertinajes y puro delirio. Alfonso XIII creía que la sociedad estaba compuesta por caballos y militares y el resto era carne de cañón.

El actual en el oficio nunca estuvo muy sólidamente anclado en el corazón de sus súbditos. Las derechas no eran monárquicas sino franquistas y las izquierdas, ya se sabe, de la casta de Caín republicano. La distinción que muchos hacían (al parecer por prudencia) al afirmar que no eran monárquicos, sino juancarlistas, pretendiendo ser pragmática, era una afrenta a la esencia misma de la Monarquía pues reducía la figura del Rey no a la del sucesor dinástico (que, de todos modos, tampoco lo es) de la Corona, sino a la de un vulgar caudillo de origen cuartelario. Un Rey nombrado por un militar.

Una pléyade de intelectuales y comunicadores ha elaborado una especie de leyenda, legitimando la figura del Rey -y, de paso, de la Monarquía- por su valor instrumental. La Monarquía ha sido el medio utilizado por los dioses para devolver la democracia y las libertades y derechos a los españoles. El Rey es la transición misma; la democracia; el Rey es el cambio. ¡Viva el Rey! Es posible pero, si lo ha sido, fue como heredero y albacea de Franco; no como su opositor y alternativa. Tanto es así que hay quien dice que fue Franco quien trajo la democracia a España pues él ya sabía que el Borbón sería felón, como un Juliano, y haría lo contrario de lo que había jurado hacer. Suena algo a fábula pero he leído y oído cosas peores. En todo caso, aquí se quede la cuestión de la legitimidad de origen de la monarquía juancarlista, terreno propicio y muy sugestivo para los debates de expertos en estas cosas de la realeza.

El caso es que la Monarquía, la Corona, el Rey, Juan Carlos y su familia, llevan unos años dando tumbos cuesta abajo a toda velocidad en la estima de los ciudadanos. Los datos que ofrecen los barómetros del CIS, mantenidos en el tiempo, con consideración negativa hacia la Casa Real deben de tener a esta en permanente estado de aflicción que se añadirá al martirio que sufre con el procesamiento del duque rampante. Ya el empleo del término denota que, a la vejez, el monarca borbonea. El sentido en que se emplea aquí "martirio", es el popular, el folklórico que tanto aman los Borbones, el que apunta al sufrimiento (generalmente de amores), al tormento. Pero martirio no es eso, sino que se refiere a una inmolación gozosa que de sí mismo hace el creyente a mayor gloria de Dios y recompensa suya. Y no veo a Juan Carlos con una palma; más bien con muletas, mudos testigos de sus desvaríos.

Y ahí es donde la dinastía se ha precipitado en el abismo del desprestigio y el deshonor. La opinión, supongo, estará dispuesta a pasar por alto algún que otro desliz. Al fin y al cabo, todos somos humanos y del Rey suelen decir los papanatas que es una persona normal, como tú y como yo. Pero hay fuerte sospecha de que no es un desliz sino un comportamiento general, continuado y normalmente criticable, cuando no reprochable. Es imposible que la opinión pública pase por alto tantos osos, elefantes, miles de millones de fortuna según Forbes, tratos poco claros con la Hacienda pública, amigas íntimas de próxima residencia, yernos presuntamente hampones, familiares con dimes y diretes, yates, intervenciones poco afortunadas o directas meteduras de pata diplomática y de las otras. La caída de la imagen del Rey -de quien todo el mundo se acuerda cuando algún mandatario dimite, incluso aunque sea Papa, para recomendarle lo mismo- ha arrastrado a la institución. El otro día, el público del Real silbó y abucheó a la Reina. No a la Reina con Wert, cosa comprensible, sino a la Reina sola. El espejo de la discreta y sufrida dama que lleva con dignidad tanto ultraje se ha quebrado. Ni la Reina suscita respeto. Aquí el honor cuenta poco.
 
Lo dijo Ortega, ¿no? Pues ya está. Y tal.

(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).

dissabte, 15 de juny del 2013

La monarquía bananera.


Si insultas al Rey en España y lo llamas (aunque sea indirectamente) putero, borracho, etc., te caen 6.000 uracos de multa porque los insultos a tan excelsa persona no están amparados en la libertad de expresión.

Si insultas a un juez y lo llamas "oportunista, paleto, botarate o malcriado", no pasa nada porque esos términos se ajustan a la libertad de expresión.

De nada sirve que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en su día condenara a España a compensar con 20.000 € a Otegi al haberlo condenado a un año de cárcel por llamar jefe de los torturadores al Borbón. ¿Qué moral hay que tener para no entender que llamar a alguien "putero" o "borracho" es mucho menos grave que llamarlo "torturador"? ¿La moral del mismo torturador?

¿Es menos un juez que un Rey? En España, sí. Y no solo un juez; tod@s. Es menos un ciudadano en un escrache, al que se puede llamar "nazi", una diputada del Parlamento catalán a la que cabe llamar "guarra", o unos profesores a los que se puede tildar de "vagos".

¿Es más un locutor de a tanto el insulto que un militar que escribe artículos? Por supuesto, si el locutor es de extrema derecha y el militar, de izquierdas. El primero puede insultarte y sacarte las vergüenzas. Al segundo, como se descuide, le caen todos los sopapos por rojo.

¿Cómo se miden los insultos? Por la cabeza del insultado y la posición social del insultador.

¿Es esto justicia? Sí; la justicia del señorito cortijero y el juez tiralevitas, la justicia del amo y el capataz abusón, la del señor del lugar y el cura abarraganado, la del capitalista ladrón y sus matones a sueldo en los garitos, los periódicos y las radios.

Por eso me parece un poco exagerado y algo racista llamar a la borbónica "monarquía bananera". Nada de insultar que vienen los jueces independientes (según dictamina el magistrado teórico de la FAES, López) y te imponen una multa. La monarquía española no es bananera. Es, simplemente, española.

diumenge, 5 de maig del 2013

El Rey no piensa abdicar.


Pues claro que no. Ni se le pasa por la cabeza. Ayer el Rey se asomó a nuestras plebeyas vidas mostrándonos un día normal en la vida de un monarca que vuelve del estado de postración al puente de mando, decidido a darlo todo por España, a liderar una cruzada contra la gran lacra de nuestro tiempo: el paro. No tiene la menor intención de abdicar, sépanlo todos en la corte, especialmente el heredero que ya se ve entrando en la cincuentena dedicado al cultivo de orquídeas.

Los medios señalan que el barómetro del CIS, habiendo preguntado de nuevo por la popularidad del soberano, ha registrado unas calabazas. El prestigio de la Corona está bajo mínimos. Los mismos medios especulan que la TVE, con su reportaje, se constituye en gabinete de imagen del Rey y lo justifican aludiendo a su supremacía institucional. Al fin y al cabo, es el Jefe del Estado. Pero, al tiempo, el reportaje habrá sentado fatal en la Moncloa pues transmite la idea de que el poder moderador tiene que intervenir ante el desbarajuste actual del que hay que responsabilizar en único lugar al gobierno. Es posible que la Corona lave su mancillado prestigio, pero es a costa de mancillar el del primer ministro que ya carga con la mota Bárcenas, cuyo nombre no se atreve a pronunciar pero cuya sombra lo persigue por donde va. .

Con todo, es posible que la nueva política de imagen de la Corona no sirva de gran cosa porque esta ha pasado una raya roja muy peligrosa en la opinión pública. El desprestigio afecta a las personas de la Familia Real, incluido el Rey, y las hace objeto de chirigotas e irrisión. Cuando los gobernantes son objeto de chanzas y burlas, se les ha perdido el respeto. De las cuatro parejas que componen la Real Familia (la de los reyes, la del príncipe heredero y las de las infantas) no se sabe cuál sea más pintoresca y literaria: Juan Carlos vive Los idilios del Rey mientras Sofía escenifica La dama de Shallot en el Támesis; el infeliz Felipe cree representar Pigmalión, la infanta Elena Mesas separadas y Cristina, Arsenio Lupin, caballero ladrón. ¿Quién puede tomarse en serio a estos personajes en busca de autor? Aquí haría falta una mezcla de Suetonio, Valle Inclán y Charles Bukovsky.

Una vez que la gente cree saber que el Rey tiene un affaire extramatrimonial estable; que no está claro si el coste adicional del affaire también recae directamente sobre el erario público; que en sus ratos de ocio, que son muchos, se entretiene cazando elefantes, como si fuera el primer Roosevelt o como Tarzán de los monos; que ha amasado una fortuna ingente sin que consten fehacientemente los procedimientos; una vez que la gente sabe todo eso es imaginable cómo recibirá la noticia de que el Rey se propone liderar un gran frente en contra del paro. Él, que no tiene dificultad alguna para colocar a todos sus parientes y en envidiables posiciones en las que, además de levantarse una pasta, pueden añadir unos flecos a través de actividades delictivas si les da la ventolera. Los reyes no se andan con pequeñeces y él, en concreto, es inviolable.

Ciertamente, el Rey no piensa abdicar. El ejemplo del Papa no vale. A Dios lo que es de Dios y al César, etc. Y luego, ya más en nuestro campo, vamos a ver, aquí, ¿dimite alguien alguna vez? Hace falta pillar a un político con los bolsillos llenos de cucharillas para que admita culpabilidad y aun así dirá que se las ha metido la oposición.  "Majestad", recuerda algún cortesano movido de amor a la institución, "cada vez le pitarán más en las finales de fútbol". Es posible pero a eso están acostumbrados los Borbones. Tengo leído en alguna parte que la primera pitada que cosechó la Marcha Real fue en un encuentro internacional en Barcelona en 1925 en el que, sin embargo, se aplaudió el God save the King. Vamos por los cien años pitando.

No hay abdicación. Hay chirigota.

(La imagen es una caricatura mía a partir de una foto de א (Aleph), bajo licencia Creative Commons).

diumenge, 14 d’abril del 2013

Por la República


14 de abril. Con manifa incluida que espero sea multitudinaria. Ojalá. Al establecimiento político la cosa no le hace la menor gracia. La Corona la detesta y finge ignorarla, porque será su Némesis. El gobierno y su partido la aborrecen y, a través de sus medios de comunicación e intelectuales orgánicos, la llenan de improperios. El principal partido de la oposición, con el paso cambiado y dando una imagen lamentable. La dirección, en actitud de lealtad dinástica, se llama andana mientras su militancia y sus votantes andan por ahí pidiendo la República.


La pobre República carga con críticas e infundios sin límites. Esperanza Aguirre considera que fue un desastre. Se supone como el del 98. Desastre fue el modo bestial de acabar con ella, el golpe militar ilegal, delictivo que, tras tres años de guerra civil, inauguró un régimen aun más ilegal, más delictivo, genocida, que duró cuarenta años. Ese sí que fue un verdadero desastre cuyas consecuencias todavía se notan. Otra de las calumnias que se manejan atribuyen el fin de la República no a la sublevación militar de 18 de julio de 1936 sino a la insurrección revolucionaria de octubre de 1934. Si de eso va, que poco es, esa responsabilidad recae sobre la sublevación militar de agosto de 1932 en Sevilla, más conocida como la Sanjurjada. Vienen después en cascada los relatos de las checas, Paracuellos, las quemas de iglesias, etc. Pero nada de eso empaña el hecho de que la IIª República sea el último régimen legítimo de España, puesto que emana de la voluntad popular soberana. Hay quien dice que esta viene asimismo manifestándose desde 1979 pero eso no es estrictamente cierto ya que la voluntad popular que aquí se expresa lo hace en el marco de la legitimidad del régimen anterior.

Esa legitimidad es la única que, en puridad de las cosas, ostenta la Monarquía española. Las otras dos son harto dudosas o, simplemente, no le corresponden. No hay una legitimidad dinástica pues se ha dado solución de continuidad en la sucesión. Cierto que el padre, don Juan, abdicó (o cualquiera sea la fórmula que se empleó) sus derechos en su hijo. Pero lo hizo a la fuerza, no tenía elección pues el hijo ya se había proclamado Rey según las previsiones sucesorias de Franco y lo había enfrentado con un hecho consumado. Don Juan cedió sus derechos invocando muchas veces el interés de España. Pero eso no restaña la ruptura del principio dinástico.

Lo mismo sucede con la legitimidad popular. En ningún momento se sometió a decisión colectiva la elección entre Monarquía o República. Aquella se incluyó en los dos textos que se sometieron a consulta referendaria (la Ley Para la Reforma Política de 1976 y la Constitución de 1978) junto a una serie de otras disposiciones e instituciones imprescindibles en una sociedad moderna y democrática, como el sufragio universal, los derechos y libertades, etc. Pero esa ficción no va lejos. Es obvio que no todos quienes votan a favor de la libertad de expresión, la sanidad pública o las garantías procesales serán monárquicos. Muchos serán republicanos, pero quedan invisibilizados en el texto.

A los republicanos nos gusta pensar que somos mayoría en España. Los monárquicos (o sea, los dos partidos dinásticos, el gobierno y el Rey) dicen que solo somos un puñado de nostálgicos. ¿Por qué no salir de dudas? Un referéndum lo solucionaría todo. La afirmación sin más de que la Corona cuenta con amplio respaldo popular es falsa, como han venido demostrando los barómetros del CIS hasta octubre de 2011. A partir de ese momento, el CIS ya no pregunta por el Rey. Por supuesto, orden política y perfectamente estúpida porque: a) no puede hacerse extensiva a los barómetros que hagan las empresas privadas de sondeos (que ahora preguntan todos por la valoración del Rey) y b) destroza el prestigio del CIS como actividad independiente de los intereses del gobierno de turno.

Se pongan como se pongan el PP (y su batería mediática) y la dirección del PSOE, el debate sobre si Monarquía o República está a la orden del día y se puede llevar adelante de modo civilizado, evitando intransigencias. Es más, ese debate es imprescindible como contexto o pareado con el otro, el de la autodeterminación de los catalanes, que los dos partidos tratan igualmente de sofocar.

Que el debate es actual se verá, es de esperar, este 14 de abril. Queda por ver si también es oportuno. Los monárquicos, tanto los "cristianos viejos" como los conversos, vienen aduciendo sistemáticamente que el debate Monarquía/República es inoportuno. Ya se sabe, se le achaca ser generador de inestabilidad. Esto supone que el sistema actual es estable. La Monarquía está en una pendiente de desprestigio imparable a causa del comportamiento de sus distintos miembros que, en muchos casos, parecen cruzar la raya de la ley y en casi todos resultan reprobables. El Rey, que tiene supuestas cuentas en Suiza y una amiga entrañable a la puerta de su choza, no da razón de la inmensa fortuna que Forbes le atribuye y no sabe si abdicar o no por lo que pueda pasar con su inviolabilidad.

Las aventuras de la infanta Cristina y su cónyuge, aparentemente un relato de golfería de guante blanco y restaurantes de cinco estrellas, no son dañinas para la Corona en sí mismas sino porque son la prueba de que no se trata de comportamientos excepcionales sino, al contrario, la forma normal de vivir y hacer de la Casa Real y sus aledaños.

La institución no tiene siquiera garantizada su reproducción. Los Príncipes de Asturias se han metido en un berenjenal a cuenta del supuesto aborto de Leticia. Es intrigante saber cómo reaccionarán los distintos sectores que componen la política española ante una información de ese calibre. Lo primero que habrá de verse es si la afectada acepta la veracidad del hecho o no. Si lo hace la situación se pone complicada. A los ojos de la ley, probablemente, Leticia no hizo nada reprochable. Pero a los ojos de la Iglesia, por la cual la Princesa se casó, está automáticamente excomulgada. Puede parecer crudo, pero el argumento es irrefutable: si una mujer que ha abortado puede ser Reina de España, la Monarquía habrá dado el paso decisivo en la separación entre la Iglesia y el Estado. Pero esa separación rompe el principio del nacionalcatolicismo que, nos guste o no, sigue imperando en España.

¿Cómo que no es oportuno el debate Monarquía/República? Más oportuno que nunca. A sus muchas y muy conocidas virtudes una la República la garantía de que casi con total seguridad, de haber problemas, no vendrán de los hijos, yernos, nueras o sobrinos segundos del presidente. Al estar basada en el principio dinástico de primogenitura, la Monarquía es un régimen familiar, a diferencia de la República, que es un régimen de magistratura. Y ya sabemos de sobra que en las familias nunca se sabe lo que va a pasar.

(La imagen es una foto de Jgaray en el en el dominio público).

dissabte, 13 d’abril del 2013

La monarquía, la república y la transición. Segundos fuera.


En vísperas del 14 de abril, Rubalcaba ha considerado necesario declarar lo que se lee en el texto de la imagen. Declarar que su partido "no es monárquico" y que él, personalmente, es republicano por convicción. Y ¿a qué se debe esta repentina confesión de parte? Básicamente a dos circunstancias:


a) Las reiteradas manifestaciones monárquicas más o menos vergonzantes de la actual dirección en los últimos tiempos so pretexto de que la institución monárquica se ve en apuros y necesita apoyos para garantizar la estabilidad. Estabilidad es un término mágico. Su mera invocación, venga o no a cuento, ha de apaciguar cualquier controversia y acallar toda crítica o propuesta de reforma. ¿Y si lo que de verdad amenaza la estabilidad es la permanencia de una institución desacreditada, poco menos que a la fuerza? Pero eso da igual. La colaboración del PSOE con la dinastía es leal o, como su oposición, responsable. Otro término cargado de connotaciones sospechosas.

b) La presión a que ciertos sectores más difíciles de controlar en el PSOE, por ejemplo los jóvenes, someten a la dirección para que el partido plantee la disyuntiva de la forma de Estado, si república o monarquía. Cosa de la que Rubalcaba no quiere ni oír hablar. Por eso sale al paso con sus aclaraciones que, como sucede con las de Rajoy, no aclaran nada. Una deconstrucción elemental del discurso del secretario general muestra su naturaleza problemática. Se declara republicano por convicción, pero, dado que el pacto de la transición sigue vigente y la monarquía ha hecho su parte por la democracia, esta no se cuestiona. Punto. Es decir, Rubalcaba es republicano por convicción y monárquico por conveniencia.

Y ¿desde cuando zanja la conveniencia los asuntos de convicción de modo incondicional y, según parece, para siempre? Si la conveniencia prevalece sobre la convicción ¿no convierte la convicción en conveniencia y al revés? A esta objeción de fondo se añade la de la validez de las apoyaturas. Eso del pacto de la transición exactamente ¿qué es? El término, en realidad, designa un ente de razón, igual que lo hace el sintagma contrato social. No existe una realidad material, objetiva, de ese "pacto de la transición" que no sea la Constitución. Pero, justamente, Rubalcaba viene proponiendo reformarla. ¿Quiere decir que unas cosas pueden reformarse y otras no? ¿Quién lo decide? ¿Él? ¿En función de qué criterios? Cuando habla el secretario general sobre cuestiones acerca de las que no hay decisiones  orgánicas expresas ¿implica a toda la dirección? ¿A todo el partido?

Al respecto la razón dice que, si no hay decisión o mandato claros, se estará a lo que digan los últimos que se emitieron y, en consecuencia, siguen en vigor. Según estos, no es que el PSOE no sea un partido monárquico, como dice con elemental understatement el secretario general. Es que es inequívocamente republicano. El PSOE formó parte de la primera conjuncion republicano-socialista posterior a la Semana Trágica de Barcelona y por eso entró en las cortes Pablo Iglesias; y así siguió. Luego se sumó en 1930 al Pacto de San Sebastián que tramó y consiguió el establecimiento de la Segunda República, último régimen legitimo de la historia de España, no necesariamente legal. Legales ha habido otros. Así que el PSOE es un partido republicano.

Y, ya de pasada, esa afirmación de la validez del "pacto de la transición", a su vez, se basa ¿en qué? Si el sistema político de la transición está tan generalmente cuestionado que hasta el propio Rubalcaba propone una reforma constitucional, la validez no puede seguirse de las conclusiones de un análisis riguroso de la realidad sino del deseo de que nada cambie -por renco que sea- seguramente para no tener que trabajar. No se me escapa que el razonamiento, en el fondo, pueda ser mera fachada de otra intención más aviesa. Mantener la validez del "pacto de la transición" significa recurrir al consenso. Y ya se sabe que será imposible de alcanzar si se presenta al PP una opción republicana. Por supuesto. Pero es que no hay que presentársela al PP. Hay que presentársela al electorado. Lo que este razonamiento pretende es impedirlo, impedir el renacimiento de la coalición republicano-socialista.

Tengo la impresión de que la actual dirección del PSOE es mucho más conservadora que su militancia y su electorado. Convertir de hecho el PSOE en un partido dinástico equivale a secuestrarlo. Asunto tan importante debe ser objeto de una decisión de congreso. No entra dentro de las competencias de ningún órgano entre congresos. La militancia y el electorado deben tener algo que decir. Habrá votantes tradicionales del PSOE que dejarán de serlo si el partido no es inequívocamente republicano y propone la realización de un referéndum para dilucidar la cuestión.

Infantilizar al electorado al extremo de no permitirle decidir libremente qué forma de Estado desea no me parece algo bien avenido con la izquierda. Más cercano aun: la convicción republicana no tiene el vigor suficiente para pedir la terminación de una monarquía que carece de la legitimidad dinástica, pues la renuncia de don Juan fue forzada y, por tanto, no válida; y también carece de la legitimidad democrática, pues el electorado nunca pudo pronunciarse específicamente sobre la cuestión sino dentro de un paquete de otras medidas que eran imprescindibles. En realidad solo tiene la legitimidad del 18 de julio y mucha gente consideramos que esa no es legitimidad alguna.

¿Por qué es dañino para la estabilidad pedir la terminación de la monarquía y el establecimiento de la IIIª República o, al menos, un referéndum sobre la disyuntiva? Para la estabilidad ¿de qué o de quién?

dilluns, 8 d’abril del 2013

Del rosa al amarillo.


Tomo prestado el título de una película de Manuel Summers de los años sesenta con algo de licencia. Porque Summers cuenta dos historias, una es la rosa y otra la amarilla, mientras la fábula de hoy es una sola historia del rosa al amarillo. También hay licencia en el significado de los colores. En Summers, el rosa era el de la infancia y la pubertad y el amarillo el de la vejez. En la historia actual el rosa es el de las revistas del corazón y el amarillo el del escándalo.


El rosa. Los Príncipes de Asturias son presencia habitual en las revistas del corazón, género rosa por excelencia. Casi como los héroes de una leyenda. El príncipe que se casa con las hermosa plebeya. Un Pigmalión de clase. Símbolo de la eternidad y la modernidad de la monarquía. La sangre antañona se mezcla con la reciente y turbulenta del pueblo. Una joven de su tiempo, moderna, profesional, desenvuelta, trinaban los plumillas. El Príncipe mostraba también un carácter actual, abierto, sin prejuicios. Los únicos que torcieron el gesto en público fueron los curas. La Princesa de Asturias, futura Reina de España, era y es una divorciada. Y en diplomática torcedura de gesto quedó el asunto. Mandan los cánones que la mujer llegue virgen al matrimonio. Pero, en fin, no están los tiempos para pedir gollerías. Además, el rosa dominaba. Pronto llegaron las dos angelicales criaturas, las dos niñas que a su vez llenaron páginas y páginas de papel couché, intensificando el rosa, color adjudicado a las niñas por tradición iconográfica popular.

El amarillo. No tiene ahora -o por ahora- nada que ver con la edad de la pareja que sigue presentando inmejorable aspecto, aunque el Príncipe luzca ya barba cana. Tiene que ver con el escándalo. El amarillo es el color del sensacionalismo, la murmuración, el cotilleo. Yellow Chrome. Y llega en forma de libro que se presenta hoy de David Rocasolano, primo de la Princesa de Asturias, con un título de múltiples connotaciones. Podría entenderse como una despedida del primo o como una despedida de la prima, una especie de amenaza.

Porque, según parece, el libro cuenta que, antes de casarse con el Príncipe Felipe, Leticia se sometió a un aborto. Y eso ya son palabras mayores. Tan mayores que lo más cómodo que podría suceder es que no fueran ciertas. La Princesa siempre puede querellarse. Porque, si lo son, habrá que abrir un debate sobre varios asuntos.

Es evidente que si la Princesa abortó hizo uso de un derecho que le concedía la ley. Que lo haya mantenido en silencio o en secreto tampoco es, en principio, criticable, pues, no siendo nada ilegal, es cosa que solo afecta a ella y a las personas más directamente involucradas, como el padre del nonato y solo hasta cierto punto. Otra cosa es la cuestión religiosa. El gesto torcido de los curas de cuando el divorcio va a tornarse aquí en una mueca de espanto y quien sabe si algún que otro exabrupto. Porque esto ya no es un asunto de doncellez, sino, al parecer, un crimen. Si Leticia ha abortado está automáticamente excomulgada. Pero estas son cuestiones que afectan a la conciencia de la Princesa y la relación que tenga con la iglesia.

Desde un punto de vista de izquierda y agnóstico, Leticia no ha hecho nada vituperable y el color amarillo sobra. En la izquierda somos republicanos y abogamos por el fin de la monarquía con o sin divorcios, con o sin abortos. Pero, mientras llega la República, no se nos ocurre atacar el comportamiento público de la Princesa en este campo ni tacharlo de escándalo.

El problema, una vez más, lo tiene el gobierno. Si por él fuera, se derogaría la ley de interrupción voluntaria del embarazo, siguiendo el criterio de sus sectores más ultramontanos. Como no se atreve, el ministro competente, Ruiz Gallardón, anda buscando fórmulas para vaciarla de contenido. Pero le va a resultar difícil ir contra el aborto cuando la futura Reina de España ha recurrido a él. Por eso, la publicidad del hecho clarifica sobremanera las cosas, aunque pueda resultar molesto para la protagonista. No es posible restringir o suprimir el derecho al aborto en un país cuya futura Reina ha abortado. Ciertamente, el gobierno es libre de manifestar su desagrado y en algún caso concreto, como el del ministro del Interior, miembro del Opus, quizá debiera dimitir por razones de conciencia.

Otra cosa es que Leticia sufra represalias de parte de la Corona o su "entorno". Serían injustificables y una razón más a favor de los republicanos a la hora de pedir la substitución de la Monarquía por la IIIª República. Un objetivo tan razonable y sensato como la lucha contra el déficit.

diumenge, 7 d’abril del 2013

En el mismo barco


Suelen los políticos, especialmente los conservadores, espetarnos el discurso de que navegamos todos en el mismo barco y, en consecuencia, todos debemos remar en la misma dirección. Uno de esos ejemplos que parecen de sentido común y son verdaderos insultos. De entrada, ¿en qué dirección? Por supuesto, en la que mandan quienes ponen el ejemplo y no han tocado un remo ni en sus paseos en barca durante la luna de miel. Todos en el mismo barco quiere además decir que, si este se hunde, nos hundimos todos. Eso tampoco es cierto. Quienes hablan siempre de los remos no se hunden jamás, pues suelen tener apañadas lanchas rápidas que los dejan sanos y salvos en un puerto de Suiza, paraíso fiscal en el que se oculta todo, hasta los puertos que dice no tener.

Además, ya está bien, no vamos todos en el mismo barco ni mucho menos. En este momento en el mismo barco van la Monarquía, el gobierno y los dos partidos dinásticos. Un barco a merced de una mar brava, acercándose a unos bajíos rocosos, a pique de estrellarse. Los demás, nadamos como podemos.

Un barco sin gobernalle porque el gobierno no está para marcar rumbo alguno ni ocuparse de otra cosa que no sea sobrevivir al próximo escandalazo de Bárcenas. Ya empiezan a rular por las redacciones y los mentideros de la Villa algunos nombres de los fatídicos papeles. Raúl del Pozo dice haberlos visto y todavía está santiguándose. La realidad supera la ficción. Modestamente Palinuro ya adelantó al comienzo de la era Bárcenas que el asunto tremebundo debía de estar en aquellos años de 1993 a 1997 en los que no había papeles. Probablemente porque se emplearon todos en hacer sobres que llovieron como el maná dentro y fuera del partido. Dentro, para los de siempre. Fuera, también. Pero es bueno que se sepan los nombres. Es imposible que siga este gobierno con un presidente aquejado de amnesia selectiva, afasia, dislalia, agorafobia y pánico escénico, que no solamente no da explicación alguna de nada sino que huye de los lugares públicos abandonándolos por la puerta de servicio, como un ratero.

De la monarquía, mejor callar. El Rey tiene el prestigio en donde suele tener la cadera, en el suelo. El problema del yerno se ha convertido en el problema de la hija y su imputación ha sacudido el Estado monárquico. El fiscal recurre raudo la decisión del juez, al que solo le falta acusarlo de republicano. Igualmente combativo, el Rey ha contratado los servicios de Miquel Roca, no como padre de la Constitución sino como abogado defensor de su hija. La magnanimidad de un Monarca. El nacionalismo burgués catalán levita de gozo al verse decisivo para salvar la Corona y, con ella, España. Pero la herida de la Corona no viene del lado de la hija sino del de la nuera. Ese libro del primo de Leticia, Rocasolano, hablando del aborto de la princesa es una bomba en la sentina del barco. Si hubo aborto hay excomunión, pues es automática. Todas las ceremonias y sacramentos en que ha participado la princesa, empezando por su boda, están viciados por su condición de excomulgada. Una princesa, futura reina de España divorciada, abortista y excomulgada. No sé cómo podrá resistir esto la tradicional alianza del trono y el altar en que se basa la Monarquía española. No lo sabe nadie.

Menos que nadie, los partidos, especialmente los dos mayoritarios, sólidos puntales de la dinastía. Entre los dos, según Metroscopia en El País de hoy, no alcanzan el cincuenta por ciento en intención de voto, habiendo llegado a estar en los ochenta y pico en tiempos más bonancibles. El carácter monárquico del PP, como el valor al soldado, se le presume. Lo extraño, escurridizo, vergonzante y como libidinoso es el monarquismo repentino del PSOE. Un partido tradicionalmente republicano que, por mor de consideraciones tácticas, hizo la transición mostrando externo acatamiento a la monarquía pero conservando su corazón republicano. Resulta ahora que no, que ese corazón también era monárquico. Pero eso no es ni puede ser así. El socialismo es una doctrina igualitaria, no puede ser monárquica. ¿Podría la actual dirección explicar por qué el PSOE se ha convertido en un partido dinástico?

Eso en el aspecto general. En el específicamente español se entiende el argumento de que no estamos en las mejores circunstancias para andar haciendo cambios de calado pues estos introducen inseguridad e incertidumbre. Sin duda, pero mayor incertidumbre e inseguridad se generan cuando nos obstinamos en no ver la realidad, la necesidad de adaptarse a unos cambios que nadie puede parar.

Y tengo también un argumento aun más profundamente español. Esta Monarquía es la imposición del general Franco, esto es, el responsable, entre otros crímenes, del asesinato de cientos de miles de compatriotas enterrados en fosas anónimas y comunes a lo largo de los caminos de España. Y que ahí siguen.