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dimarts, 30 de setembre del 2008

El PSOE baja y el PP sube. ¿Por qué?

El diario Público traía ayer el resultado de su última encuesta del "Publiscopio", según la cual, de celebrarse hoy elecciones las ganaría el PP. Por un margen muy pequeño (0,8 puntos porcentuales) pero las ganaría, cuando el PSOE obtuvo 3,5 puntos más que el PP en las últimas elecciones. El periódico aventura sus explicaciones para esta inversión de la tendencia así como para el hecho de que el presidente Rodríguez Zapatero haya bajado notablemente en popularidad, aunque siga por delante del señor Rajoy, quien le pisa los talones y que el porcentaje de los que confían en aquel haya descendido significativamente mientras que ha aumentado el de quienes no confían. Según el periódico todo ello se debe a la crisis y a la falta de liderazgo del señor Rodríguez Zapatero.

Es la muy respetable opinión del periódico. Yo aventuro la mía: no es la crisis lo que ha castigado las expectativas electorales del PSOE sino el modo de enfrentarse a ella. Alguien ha dicho al Gobierno en general y a su presidente en particular que, poniendo al mal tiempo buena cara, no asustándose ni amilanándose sino gastando chistes y diciendo cosas ingeniosas cabía ir capeando la situación hasta que se saliera de la crisis. Así se pasó el presidente tres meses haciendo equilibrios malabares con las palabras para no pronunciar la de "crisis" y pensando, probablemente, que la gente, que ya la padecía y sigue haciéndolo, es idiota y no se entera de que se le está ocultando algo. Probablemente lo más estúpido que he oído a alguien en los últimos tiempos fue aquel "el pesimismo no crea puestos de trabajo" del Presidente, como si el optimismo sí lo hiciera. No creo que fuera él personalmente el responsable de tal majadería, sino alguno de esos asesores de que anda siempre rodeado, especialistas en conservar sus canonjías a base de decirle al señor Rodríguez Zapatero no lo que tengan que decirle sino lo que imaginan que quiere oír. Sea como sea, lo que refleja el Publiscopio es el hartazgo de la gente con unos gobernantes que más parecían chisgarabises incapaces de tomarse en serio algo que lo era y mucho, que está causando problemas muy graves a mucha gente.

Lo cual nos lleva a la otra parte del análisis, la que el periodista de Público atribuye a la falta de liderazgo del señor Rodríguez Zapatero. No seré yo quien la niegue. Una falta de liderazgo visible y manifiesta. Lo que sucede es que esto no es más que el comienzo de la historia. Porque España no es un país presidencialista sino parlamentario y con un gobierno de partido de forma que la falta de liderazgo afecta al Gobierno y al partido que lo sustenta, lo cual es más grave. Y lo es tanto más cuanto que ya ha sucedido en otras ocasiones. Tanto el partido como el Gobierno funcionan como maquinarias cerradas, organizadas a base del clientelismo, el amiguismo y el enchufismo. En el caso del Gobierno el asunto es patente: el señor presidente favorece a sus amigos sin tener en cuenta la competencia sino la complacencia personal. ¿Cómo va a haber liderazgo si el Gobierno es un reñidero de personalismos con los ministros enzarzados a causa de los favoritismos de su presidente? En el partido en cambio es al contrario: no sólo no hay discrepancias, sino que reina el silencio del camposanto. Sólo se oye la voz del portavoz, señor Blanco, quien siempre dice lo mismo en respuesta a cualquier crítica que se le plantee: que ellos hacen las cosas muy bien y el señor Rajoy no sabe de la misa la media.

Este comportamiento del Gobierno y su partido con esa imagen que dan de petulancia, distanciamiento, improvisación, división e incompetencia es lo que está haciendo más daño a las expectativas electorales del PSOE. Es un estilo de gobernar lo que está pasando factura, el estilo de quienes, habiendo ganado las elecciones por segunda vez y viendo todavía lejano el momento de las próximas no están dispuestos a amargarse la existencia tratando de averiguar cuáles son las políticas de izquierda que favorecen a los ciudadanos. Un estilo de gobierno que arrancaba del famoso "¡no nos falles!" pero lo está haciendo. Cada vez más.

Y una última cuestión que tiene también mucha incidencia en estos datos por cuanto el electorado de izquierda es sumamente quisquilloso: es posible que los presupuestos que el Gobierno ha presentado miren a la izquierda, sean sociales y no hagan pagar el coste de la crisis a los sectores más desfavorecidos. Ojalá sea así porque de lo que llevamos visto hasta la fecha está claro que el Gobierno aborda la crisis escorando su acción del lado de las empresas y el capital. Basta con escuchar a la ministra señora Corredor tratando siempre de beneficiar desde el Gobierno a las empresas del ladrillo en buena medida causantes de la crisis en razón de su codicia sin límites.

(La imagen es una foto de Jaume d'Urgell, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 12 de maig del 2008

Loor al líder.

Es curioso que nuestras sociedades democráticas otorguen tanta importancia al liderazgo. Seguramente es un resultado de la llamada "americanización" de la política cuya primera característica es su personalización. Aun así, es un fenómeno extraño que no acaba de encajar en el contexto de la democracia, que es régimen discursivo por excelencia, igualitario, sin preeminencias. Se utiliza el término inglés leader, españolizado como líder y ya dotado de familia gramatical completa con el verbo liderar, el sustantivo liderazgo (con variante futbolística en liderato) y una reciente forma femenina en lideresa quizá porque cualquier otro que se emplee en otras lenguas trae malos efluvios a la memoria: caudillo, Duce, Führer, Conducator. La idea es siempre la misma: mando, dirección, jefatura. Un líder es un caudillo, algo de lo que los "acaudillados" huimos como de la peste y sin embargo cuando un partido, un club, una asociación cualquiera carece de un liderazgo claro auguramos lo peor para su empresa.

Precisamente de los dos partidos españoles que pasan por situaciones críticas en estos momentos como ellos mismos admiten, el PP e IU (que no es propiamente un partido pero funciona como tal), se dice que sufren un problema de liderazgo, mientras que el partido del Gobierno aparentemente tiene este capítulo bien servido. Nadie en su seno discute la autoridad del señor Rodríguez Zapatero a quien algunos atribuyen ya hasta una legitimidad carismática. Puestos a hacer la pelota, ¿por qué no? La experiencia dice también que raramente se resisten los agraciados a estas lisonjas. Recuérdese cómo el señor Aznar, cuya figura vendían sus valedores como la del hombre normal frente al culto al supuestamente endiosado señor González acabó creyéndose un hombre providencial y hasta un milagro en sí mismo. Es posible que el señor Rodríguez Zapatero no incurra en ese vicio pero camino lleva.

De lo que se trata aquí, sin embargo, es de los otros dos citados partidos y sus controvertidos dirigentes, señores Llamazares y Rajoy. El primero ya está amortizado puesto que no intentará revalidar su cargo de Coordinador General de IU en el congreso del próximo mes de noviembre. El segundo no lo está prima facie, ya que cuenta con apoyos suficientes para mantenerse en el puesto en su congreso en junio pero su mandato se encuentra bajo escrutinio de quienes dentro de su partido, sintiéndose con títulos suficientes y mejores dotes, aspiran a sucederlo. Es decir, el señor Rajoy, tan cuestionado en su liderazgo como el señor Llamazares, se mantendrá mientras gane las sucesivas elecciones que jalonarán la larga travesía del desierto hasta las generales de 2012.

En resumen, a raíz de las elecciones del nueve de marzo, tenemos dos liderazgos cuestionados, los perdedores, y uno fortalecido, el ganador. Ahora bien, mirados de cerca, ¿qué tiene el señor Rodríguez Zapatero que no tengan los señores Rajoy y Llamazares? ¿Qué Sarkozy que no tenga Royal? ¿Qué Bush que no tuvieran Al Gore o John Kerry? Me refiero a las personas. En principio, nada. Lo único que todos ellos tienen frente a sus adversarios es el hecho de haber ganado unas elecciones y haberlo hecho en algunos casos por márgenes tan escasos que bien podían haberlas perdido. A veces así fue: el señor Bush ganó las elecciones de 2000 frente a Al Gore haciendo trampas.

Conclusión: no se ganan elecciones porque se sea líder, sino que se es líder porque se ganan elecciones. Por supuesto tampoco esto puede enunciarse con tanta generalidad. Habrá veces en que alguien gane las elecciones por su cara bonita o su "magia personal" pero lo más razonable es pensar que las elecciones en las democracias, sobre todo en unas democracias tan bien informadas como las nuestras, se ganan con propuestas, ideas, programas, no con el careto del líder.

Las condiciones modernas de vida, el predominio de los medios audiovisuales, el carácter espectacular de nuestra sociedad hace que en las campañas electorales las propuestas partidistas se vinculen mediante consignas y frases rotundas a los rostros de los dirigentes. Pero es una demasía suponer que la gente vota fascinada por un rostro, ignorante de las propuestas que ese rostro simboliza. Es hacer de menos a los electorados; es creer que la gente es tonta, no sabe lo que quiere ni le importa y vota sin tener ni idea de lo que vota y eso no es así, por más que haya gente interesada en sostener que los evidentes intentos de manipulación de muchos medios de comunicación logran sus objetivos.

Si el nueve de marzo hubiera ganado el PP y perdido el PSOE, cosa perfectamente posible, Rajoy sería líder indiscutible de su partido y el señor Rodríguez Zapatero estaría pensando en dimitir, acosado por unos fracasos (la ruptura del proceso de paz, el lío del Estatuto de Cataluña, etc) que, al haber ganado, han resultado ser menos graves de lo que se hubiera dicho.

No son los señores Rajoy y Llamazares quienes han perdido las elecciones sino las propuestas de IU y el PP, sus políticas, sus actitudes, sus argumentos. En el caso del PP, a mi entender, la oposición bronca, el extremismo, el radicalismo, la coyunda entre el partido y unos medios de comunicación ridículamente ultramontanos. En el de IU su ambigüedad, su falta de coherencia en el conjunto del Estado, lo desdibujado de sus propuestas, la dificultad práctica de articular un discurso creíble de izquierda fuera de la socialdemocracia en las sociedades capitalistas avanzadas de Estado del bienestar.

(Las imágenes, verdaderamente curiosas, son tallas de Franz Xaver Messerschmitt, del último tercio del siglo XVIII: El archimalvado (cinc), El picudo (alabastro) y El lascivo (mármol), todas ellas en la Österreichische Galerie, Viena).

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