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diumenge, 19 de juny del 2016

¿Quién como Dios?

Excelente idea la de la Fundación telefónica de Madrid con su exposición Terror en el laboratorio, comisariada por María Santoyo y Miguel A. Delgado. Con motivo del doscientos aniversario de la noche en que se concibió la novela de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, la exhibición se centra en seis figuras fantásticas que han dejado poderosa huella en la imaginación de los seres humanos, de la que también habían nacido: El hombre de arena (1816), de E. T. A. Hoffmann, Dr. Frankenstein (1818), de Mary Shelley, La Eva futura (1886), de Auguste Villiers de l'Isle-Adam, El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde (1886), de Robert Louis Stevenson, La isla del Dr. Moreau (1896) y El hombre invisible (1897), ambas de H. G. Wells. No es que la exposición sea gran cosa desde el punto de vista de las piezas exhibidas, sino más bien pobre. Pero al remitir su contenido al mundo fabuloso de seis narraciones extraordinarias, su alcance es infinito, sobre todo para quien, como Palinuro, es aficionado a este género y está especialmente familiarizado con algunos de los personajes, como el de Hoffmann y los de Stevenson.

Antes de nada, por amor a la justicia, debe recordarse que aquella noche al borde del lago Leman que esta exposición conmemora y en la que los cuatro amigos que tomaron refugio de la tormenta (Mary Shelley, su marido Percy, el poeta Byron y su médico, John Polidori) no solo vio el nacimiento de esa figura extraordinaria, el monstruo de Frankenstein, sino el de otra no menos poderosa, legendaria y difundida en Occidente: el vampiro. Shelley terminó su novela, que causó un gran impacto. No estamos muy seguros de quién redactó la del vampiro, si Byron o Polidori. Al día siguiente amaneció bueno y, mientras Mary Shelley seguía escribiendo su historia, el que hubiera redactado la del vampiro, la interrumpió y no volvió  ocuparse de ella, quedando fragmentaria. Aparecería publicada algo más tarde bajo el nombre de Byron, pero hay buenos argumentos para sostener que el autor fue Polidori quien, probablemente por despecho o disgusto, se suicidó después, sin sospechar que sería el comienzo de la historia de Drácula.

No obstante, es lógico que la exposición no trate del vampiro porque su elemento central es el ser humano fantástico creado por otro ser humano en un claro reto al Dios creador. Eso es lo que tienen en común nuestros seis héroes, por llamarlos de alguna manera, figuras inquietantes que pueblan nuestros recuerdos infantiles y nuestras fantasías y miedos de adultos.

El más explícitamente dirigido al onirismo de la infancia (y, de paso, el que más fascinante y de mayor calidad me parece) es el hombre de arena, de Hoffmann, Der Sandmann, que arranca de una superstición infantil alemana que aquí traduciríamos con pleno acierto como "el Sacamantecas" y se usa para asustar a los niños. Hoffmann tenía esa temible capacidad de enredar en una sola bola de misterio, angustia y terror todas las edades de la vida, las actividades, las épocas, los estilos, las referencias literarias y, cómo no, las musicales porque él mismo era Kapellmeister. El hombre de arena, como se sabe, es la segunda pieza de los Cuentos de Hoffmann, de Hoffmanstahl. Tengo por imposible resumir el relato de Hoffmann, por sus múltiples referencias al pasado, al presente, a las ciencias, las artes, la psicología. El objeto del relato, Olimpia, la falsa hija de un falso científico de la que se enamora el héroe (retorcidamente bautizado como Natanael) y por la que enloquece, es una autómata, una muñeca animada en la tradición, por entonces, de las leyendas del Golem y el homúnculo de San Alberto Magno. Pero ¿qué decir cuando el amigo del contrahéroe le explica que su obsesión con Olimpia es producto de sus fantasías subconscientes un siglo antes de que Freud expusiera sus doctrinas?

Hay poco de El hombre de arena en la exposición por razones evidentes: es la trama más literaria, compleja y difícil de todas (aunque La Eva futura no se quede atrás, el menos por razones formales), perteneciente, además, el subgénero epistolar. En cambio, Frankenstein es casi omnipresente. También por motivos fáciles de entender porque, aunque el subtítulo remite al mito prometeico, la historia escrita por la hija de Mary Wollstonecraft es la más lineal y también la más clara (que no unilateral) en el planteamiento de las cuestiones filosóficas y morales de estas obras. ¿Puede el hombre sustituir al Creador, al gran demiurgo? ¿En dónde están los límites entre el bien el mal? Y asuntos similares. Por la trama urdida, tan vistosa, la novela de Shelley se haría mundialmente famosa a partir del cine. Frankenstein ha dado lugar a docenas de versiones, más o menos fieles a la novela, empezando por la más famosa de todas, el Dr. Frankenstein (1931), de James Whale, con el fabuloso Boris Karloff, que no fue, ni mucho menos la primera y llegan hasta hoy mismo, con la última versión, Frankenstein (2015), narrada desde el punto de vista de la propia criatura con ánimo de exponer las miserias, cueldades y barbaridades de nuestro mundo. Precisamente hoy estaba viendo de nuevo la versión de 1994, dirigida en interpretada por Kenneth Branagh, que hace hincapié en una secuela de la novela. Otras versiones lo han hecho en otros aspectos, como La novia de Frankenstein, pues debe recordarse que lo que convierte al monstruo en enemigo de la humanidad es que Frankenstein se niegue a darle una pareja, algo que emparenta más la historia con el Génesis que con la mitología griega.

A la entrada de la exposición se proyecta una concatenación de trailers de películas de Frankenstein a lo largo del tiempo. Es una buena idea, aunque algo fatigosa, porque permite ver a qué extremos de delirio lleva el cine una historia con tal de sacarle provecho comercial. Hay trozos de la película de Whale, pero también otros disparatados en los que Hollywood mezcla a Frankenstein con el hombre-lobo (y no es lo peor, esta cinta la salva la interpretación de Lon Chaney) o con Drácula, sin permiso de Polidori, claro. Y llega a auténticas estupideces como las películas de la pareja Abbott y Costello, unas miserables caricaturas de los geniales Laurel y Hardy.

El periodo intermedio, por asi decirlo, es el ocupado por La Eva futura, de Villiers de l'Isle-Adam y el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, de Stevenson. De nuevo se manifiesta aquí una curiosa dualidad: mientras que la historia de Jeckyll y Hyde ha pasado muchas veces al cine y al teatro, apenas hay versiones -si no son indirectas- de La Eva futura, de forma que, para mucha gente, es una desconocida. Y me atrevo a decir que por la misma razón por la que casi nadie conoce El hombre de arena y todo el mundo ha visto Frankenstein: por la accesibilidad del relato y su carácter popular. Villiers de l'Isle-Adam, un aristócrata venido a muy menos, cuyo radicalismo lo llevó a luchar del lado de los Communards de 1871, era un hombre difícil, de trato dificil y estilo y prosa difíciles, como debe esperarse de alguien influido por Baudelaire y Mallarmé y representante del modernismo y el simbolismo en la literatura. Sus Cuentos crueles, la única obra, creo, que ha alcanzado el favor del público, se siguen editando y leyendo hoy día porque su brevedad, originalidad y estilo menos alambicado así lo permiten. La Eva futura ya es otra cosa. Hay quien la encuentra intragable. No es mi caso, pero reconozco que ese denso diálogo entre dos personajes requiere aguante. Su trama enlaza directamente con Hoffmann porque también aquí se trata de una mujer autómata, creada por Edison para resolver un problema de un gran amigo suyo a punto de suicidarse. Pero la similitud se acaba ahí. Lo que interesa a Villiers es cargar contra las mujeres, a las que tiene en gran aborrecimiento en un paroxismo de misoginia. Es la idea de la mujer vaso del mal y origen de la desgracia de los hombres. De hecho, la exposición relaciona con tino esta criatura con la falsa María que crea el odioso capitalismo en la película de Fritz Lang, Metrópoli (1927) para engañar a la clase obrera. La obra de Villiers, a pesar de todo, tiene puntos de grandísimo interés y no solo formales. El autor llama a la autómata Andreida y pasa por ser el inventor del término hoy ubicuo de androide.

Es poco lo que puede decirse de Jeckyll y Hyde, universalmente conocidos a través de películas y reediciones del libro que nunca está descatalogado. Hasta los políticos, que no suelen saber nada de nada, los ponen de ejemplos del bien y del mal, el amigo/enemigo schmittiano, el maniqueísmo de la especie. Parece mentira que una novela tan corta, tan sucinta y sencilla, tenga ese impacto sobre la dualidad moral de la humanidad. Pero así es. Stevenson la escribió en un acceso de febril creatividad, mientras guardaba cama por la tuberculosis que acabaría matándolo, en ocho días. Terminada la obra, la releyó entera y, asustado por su contenido, la arrojó al fuego, sin que quedara nada de ella. Luego, la reescribió de memoria. Siempre he jugado con la pregunta de ¿quién obligó a Stevenson a reescribir esta genialidad?

Los otros dos puntos de la exposición se apartan por razones distintas de los modelos anteriores. La isla del Dr. Moreau, (1896), de H. G. Wells, que cuenta también con numerosas adaptaciones cinematográficas, es mucho menos popular que Frankenstein o Jeckyll, muy probablemente porque no hay un monstruo singular y concreto, sino muchos e indiferenciados; porque no hay posibilidad de empatizar por vía alguna con el científico que experimenta en los límites de lo convencional y moralmente aceptable ni con sus monstruos; y porque genera una sensación de desagrado e incomodidad que hunde sus raíces en esos oscuros estratos que compartimos con los animales. La novela se escribió en pleno debate sobre la necesidad de prohibir la vivisección, debate que se mantiene un siglo y pico después y en el comienzo de un movimiento que todavía encuentra muchos obstáculos, esto es, el de los derechos de los animales. El Dr. Moreau mezcla seres humanos con animales en un fantástico empeño por inculcar en las especies irracionales las pautas del entendimiento humano. El resultado es terrorífico, por descontado. Y algo de esto alienta en los avances de la genética, los experimentos de clonación y las pruebas transgénicas.

Al lado de lo anterior, la historia de El hombre invisible tiene mucho menos fondo, si bien cuenta igualmente con una larga serie de adaptaciones cinematográficas porque el problema formal que plantea, esto es, cómo hacer invisible a una persona en la pantalla (o en un escenario de teatro) es un reto al que los cineastas y dramaturgos se resisten con dificultad. Todos ellos, del primero al último, llevan en el fondo de su corazón unas gotitas de Georges Méliès; todos ellos esconden en su interior un  aficionado a la magia, la prestidigitación, el espectáculo fantástico. Por supuesto, la novela de Wells, que era un socialista convencido, apunta cuestiones filosóficas y morales (delito, traición, afán de dominación mundial, reino del terror, etc), pero su fuerte está en el aspecto mágico de la peripecia. En realidad, El hombre invisible arranca de un espíritu y un propósito cercanos a La máquina del tiempo y también de Jeckyll, en la medida en que el científico es incapaz de revertir el resultado de sus experimentos. Es un relato de aventuras. 

En fin, la exposición está muy bien. Sirve para que se dispare la imaginación y se visiten regiones repletas de memorias. Merece la pena.

dilluns, 13 de juny del 2016

Dos convocatorias interesantes

La primera es a la presentación del libro de Juli Gutiérrez Deulofeu sobre la obra de su abuelo, Alexandre Deulofeu, La matemática de la historia. Ya reseñé el libro en un post anterior, titulado La humanidad no progresa y ahora, tanto el autor como el editor, me hacen el honor de pedirme una presentación en la ya mítica sala Blanquerna, de Madrid. Mítica para mí porque, al ser catalana y ser yo una especie de embajador político-cultural de Cataluña en Madrid, debo de ser de los madrileños que más veces hayan estado en ella para estos gratos menesteres. En esta ocasión, la presentación va a grabarse porque algunas partes se emplearán para un documental que está haciendo Visiona TV para TV3 en Cataluña sobre la interesante figura de Alexandre Deulofeu.

Espero que el acto tenga miga. Juli Gutiérrez, lo conozco, es hombre empapado en la filosofía deulofeuliana de la historia y tendremos un interesante debate. Por mi parte, para quien haya leído algo mío, no hace falta decir que no comparto historicismo alguno y de ningún tipo pues ya he descubierto que uno de los trucos que usan algunos historicistas consiste en liar de tal modo las cosas que nadie acabe por enterarse de qué quiera decir "historicismo". Por eso me curo en salud, me abstengo de cualquier historicismo y me atengo al dictum shakesperiano de que la historia es, como la vida, "un cuento lleno de ruido y de furia, contado por un idiota y que no significa nada".

Lo cual no quiere decir que Alexandre Deulofeu no sea un personaje fascinante. Al contrario. Lo es y mucho porque esta teoría de la matemática de la historia es solo una faceta de su muy compleja y atractiva personalidad. Y porque, además, a diferencia del filósofo, cuando trato con un amigo a quien aprecio, lo pongo, como a Platón, por encima de mi amor por la verdad.

El acto en Blanquerna, el día 16, jueves, a las 19:00. Allí nos vemos.

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La segunda convocatoria tiene carácter académico y no es a un solo acto, sino a una serie o concatenación de ellos, esto es, a una especie de congreso en el que nos reunimos con cierta periodicidad los aficionados y especialistas en estas quisicosas de la política e internet en sus múltiples, proteicas y a veces misteriosas relaciones. Las llamamos Jornadas de ciberpolítica porque somos modestos en la forma aunque, como buenos académicos, muy orgullosos en el fondo. Pero se nos nota poco porque, al manejarnos con soltura en esto de las redes, el ciberespacio, la política 2.0 o 3.0, vamos dando el pego de ser gente tratable. Ni hablar. Solo nos soportamos a nosotros mismos y entre nosotros mismos y si hay promesa de intercambio estrictamente igualitario. El ciberespacio no tolera explotación ni abuso.

No pretendo explicar de qué van las jornadas porque es imposible. Son 16 mesas distintas con casi cien ponencias sobre los asuntos que consideramos más candentes hoy en el estudio, análisis y uso de las articulaciones entre ciberprocesos y realidades sociales, económicas y políticas, fundamentalmente. Un mundo hecho de redes encierra una promesa de cambio radical, revolucionario de relaciones sociales. Piensen un minuto en algo de una extraordinaria vulgaridad: ¿cuándo fue la última vez que pusieron un telegrama? ¿La última que escribieron un carta? ¿Llegaron a poner un fax, que aseguraba ser la revolución de los siglos? ¿Cuántos periódicos impresos en papel han leído en los últimos meses? Pues eso.

Y de eso, de las nuevas formas de consumo y producción, la comunicación, las campañas, las cuestiones de género, el análisis y explotación y minería de datos, de todo es de lo que vamos a hablar estos dos días y estaremos encantados de escuchar lo que se nos quiera decir. Hay donde dar y coger y también un catering para no desfallecer y tomar unas pastas con café.

Las jornadas tienen lugar los días 16 y 17 en dos edificios relativamente cercanos pero distintos: la escuelas Pías de la UNED en Madrid, calle de Tribulete y el Instituto Nacional de Administración Pública en la calle Atocha. No exagero si afirmo que son de interés para profesores y alumnos de las facultades de Sociología, Políticas, Historia, Periodismo, Derecho y Económicas. A los de Filosofía también les interesaría grandemente.

Habrá todo el streaming que podamos conseguir, pero no es seguro del todo. Habrá lagunas.

diumenge, 5 de juny del 2016

La humanidad no progresa

Juli Gutiérrez (2015) La matemàtica de la història. Alexandre Deulofeu o el pensador global. Lapislàtzuli (233 págs)
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Hay peripecias curiosas en la vida. Hace algo más de un mes, un cineasta, David de Montserrat, me contactó para pedirme que presentara un libro en Blanquerna sobre un sabio historiador catalán hoy olvidado, Alexandre Deulofeu. En el siglo pasado y, gracias a su filosofía de la historia, Deulofeu había profetizado el fin del imperio español para el año 2029. Eso daba morbo a la cuestión. El libro es obra de un  nieto de Deulofeu, Juli Gutíérrez quien, fascinado por la personalidad de su abuelo, había decidido seguir sus pasos. Así pues, plantó su puesto de trabajo en una sucursal bancaria, se retiró a practicar el cultivo ecológico en su huerto y a estudiar y dar a conocer la obra de su venerable antepasado, cuya vasta teoría de filosofía de la historia, llamada la Matemática de la historia, abarcaba nueve volúmenes y eso sin contar otros estudios del autor de otros temas. singularmente de filosofía del arte, en concreto el románico. Y no solamente se dedicó Gutiérrez a rescatar del olvido a su abuelo sino que prácticamente se identificó con él, como si fuera su alter ego o su sosias. Las dos contrasolapas del libro, la primera y la última atestiguan lo que digo. En la primera se ve a Deulofeu en su huerto allá por los ños 30 o 40, portando un cubo y una lechera. En la última se ve al nieto en idéntica posición, con los dos consabidos cubos.

La presentación del libro venía a ser como una especie de pretexto porque lo que De Monserrat está haciendo es un programa de televisión sobre la vida y el impacto de Deufoleu. El productor, Ferrán Cera, se puso en contacto conmigo, confirmándome este extremo y mandándome un guión para que cumpla lo que se espera de mí. Se supone que he de tener un gesto de escepticismo e incredulidad durante la presentación. No me será difícil ya que soy escéptico por naturaleza y mucho más ante la pretensión de Deulofeu de elaborar una filosofía sistemática de la historia, nítidamente dividida en fases de idéntica duración, que le permitirá hacer profecías (por ejemplo, la citada del fin del imperio español en 2029) y predecir el curso de los acontecimientos. 

Respeto mucho estos vastos frescos del proceso civilizatorio (como lo llamaba Norbert Elias) típicos del historicismo y valoro el trabajo que sus autores suelen darse para realizarlos. El de Deufoleu se parece bastante al de la evolución propuesto por Fourier para el establecimiento de sus falansterios. Pero, en todo caso, aun siendo cómplice de los autores del reportaje y el propio Gutiérrez, que me parecen personas encantadoras, mi escepticismo es absolutamente pirrónico. Creo que el devenir de la especie humana es imprecedible por definición y esencia, ya que el ser humano es libre y ni él mismo sabe lo que hará en las próximas dos horas. Todo y nada es posible en la historia. Si el porvenir de los seres humanos fuera predecible, los seres humanos no seríamos seres humanos, sino hormigas o abejas o cualquier otro insecto social sometido al instinto. 

Esto no quiere decir que tenga en menos los trabajos de Deulofeu y mucho menos la figura de su autor, por quien siento viva simpatía: farmacéutico de un pueblo del Ampurdán, químico igualmente, fue alcalde republicano y en el 39 hubo de cruzar la frontera para que no lo asesinaran los que hicieron la guerra en nombre de Dios. Regresó en 1947, recuperó su profesión y se dedicó a cultivar su obra espiritual y la material en forma de huerto. La obra espiritual, como digo, tiene dos puntos esenciales: el macrocuadro de la matemática de la historia y el interés de nuestro hombre por demostrar que el románico es un arte autóctono del Ampurdán, que no lo importó de la Lombardía como se ha dicho y cuya manifestación más acabada es el monasterio de San Pedro de Roda (p. 171), al que Deufoleu dedicó un interesante estudio. La Edad Media, muy maltratada durante el Romanticismo, era un momento de extraordinario vigor en Europa y de altísima espiritualidad. No se daba entonces, según Gutiérrez la "absurda" idea del arte por el arte. Es posible que no, pero de absurda la idea no tiene nada. Fue, si no estoy equivocado, Baudelaire quien la acuñó para defender el arte de las interpretaciones que  instrumentalizaban las manifestaciones artísticas en pro de unos u otros objetivos ajenos al arte  (p. 169).

En realidad, todas las grandes filosofías de la historia son complicadas construcciones que suelen agradar el oído del señor terrenal al que se le recitan: Vico, Hegel, Marx, Morgan. Spencer, Comte, Maine, Spengler, Toynbee, etc, que han trazado el decurso de la historia, lo han hecho con un punto teleológico de probar que la contemporaneidad de que se tratara era el estadio superior de la civilización humana: el Estado prusiano en Hegel, la sociedad sin clases en Marx, el estadio industrial en Spencer, el positivo en Comte, etc. Deulofeu no iba a ser distinto, así que, según su concepción, Cataluña era el origen de la cultura europea, y eso que aseguraba que ninguna cultura es superior a otra (p. 152)  

Según Deulofeu en el gran examen que hace Gutiérrez, las civilizaciones son procesos biológicos que duran 5.100 años repartidos en 1.700 años cada uno, con tres épocas: aristocracia feudal-sacerdotal, aristocracia de la riqueza y democracia (p. 89). Cada época, a su vez, tres fases: la fragmentación demográfica, la fase de unificación  demográfica, los procesos imperiales y la evolución del espíritu creador (p. 92-94). Como se ve, un cuadro de la evolución del espíritu humano muy impregnado del positivismo europeo décimononico. 

Se habla continuamente de leyes  históricas comprendidas dentro de una también reiterada matemática de la historia. Pero, para ser matemática, no hay una sola fórmula, ni un mero número, con lo cual el escepticismo de Palinuro alcanza regiones sublimes. Europa, decía Deulofeu, crecerá a la sombra de Alemania. Se trata de una ley histórica. La verdad, mis convicciones ecológicas me impiden aceptar ley histórica alguna y más bien creo que podría hablarse de una evolución cíclica si no queremos hablar del eterno retorno como filosofía frecuente.  Como todo historicismo, el de Deufoleu solo admite un curso civil del mundo si este sigue sus leyes, pero, si no lo hace pude haber algún baño de sangre que otro (p. 46).

Hay un capítulo titulado "la lucha de los imperios", en el que se vierten juicios muy perspicaces sobre los distintos imperios a día de hoy: los EEUU, Rusia, el Japón y la China, a la que el autor considera un imperio jovencísimo (p. 99) porque, obviamente, sitúa su origen en la victoria de Mao Tse Tung sobre Chang Kai Chek, pero si nos remontamos a los tiempos de las primeras dinastías, el imperio es antiquísimo

Gutiérrez cita y repite una creencia de Deufoleu en el sentido de que "la humanidad no progresa" (pp., 100, 168, 217). Es de suponer que espiritualmente porque técnica y materialmente, el progreso es apabullante. Tanto que, cuando llegue el año 2029, es posible que no haya Estados en Europa. En varias ocasiones señala Gutiérrez que Europa se organizará políticamente por imperativo alemán, con Francia e Inglaterra pasando a segundo término y de España ni hablamos. 

Pero hay algo que el historiador, el filósofo de la historia, el joven político o el perroflauta deben tener en consideración: tanto Inglaterra como Francia tienen la bomba atómica. Alemania, no. Y eso tiene consecuencias.

dilluns, 30 de maig del 2016

Cara al sol de España y olé

Jordi Borràs (2015) Desmuntant Societat Civil Catalana. Qui son, què oculten i què fan per impedir la independència de Catalunya. Barcelona: Edicions Saldonar (221 págs)
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Si uno quiere enlazar con la mejor y más sana tradición del liberalismo europeo y occidental, echa uno mano al concepto de sociedad civil. Tiene una acrisolada prosapia en la historia del pensamiento político, viene de la societas civilis de los romanos que, a su vez, la habían tomado del celebérrimo zoon politikon aristotélico. Más cerca de nuestros días, el sintagma aparece relacionado con el ascenso de la burguesía ilustrada, que quiere reservarse un ámbito de libertad y libertades, protegidas frente a las arbitrariedades de los monarcas. Alcanza carta de ciudadanía con la Ilustración escocesa y toca el cielo con la mano cuando Adam Ferguson, uno de sus más interesantes cultivadores, escribe su historia, la historia de la sociedad civil, desde los tiempos más primitivos hasta los más modernos. Luego, en el continente, Hegel le daría mayor empaque aun, al identificar la "sociedad civil" (o bürgerliche Gesellschaft) como el ámbito del mercado, de las relaciones privadas, el sistema de la necesidad y, por tanto, de la libertad. Y así ha venido siendo hasta hoy. Cuando Habermas atribuye el comienzo de la opinión crítica burguesa a los cafés y periódicos de la sociedad civil del siglo XVIII. La sociedad civil es el terreno en donde los ciudadanos nos movemos a nuestras anchas, libres de la injerencia del Estado y las instituciones. Una sociedad civil vigorosa es una sociedad libre.

No tengo duda de que en el espíritu de los fundadores de la Societat Civil Catalana (SCC), de la que se ocupa este interesante libro de Jordi Borràs, un fotoperiodista y hasta cierto punto activista en pro de la independencia de su país, anidaba este recuerdo y este propósito. Su organización tenía que simbolizar un resurgir potente del humus cívico, privado, liberal, de la sociedad burguesa frente a las demasías y arbitrariedades de las instituciones y los poderes públicos. La sana sociedad civil catalana que tenía que erguirse y decir prou a la deriva independentista del gobierno de la Generalitat. Voy adelantando que, después del concienzudo trabajo de investigación de Borrás, que ha rastreado todos los entresijos de la organización, su estructura, su membresía, su financiación y sus actividades, el propósito inicial ha sido un rotundo fracaso.

Y no solo un fracaso porque, siendo la diosa fortuna, calva y caprichosa como es, los interesados no supieran quizá aprovecharla por casualidad, sino porque estaba destinada a ser un fracaso, dado que en su origen y desarrollo, la tal SCC, no era sociedad y mucho menos civil, sino una tapadera para manipular a los sectores unionistas catalanes a través de la ideología y las consignas de la extrema derecha española más cerril y fatigosa; un puro pretexto, una trampa. Una sociedad civil catalana fundamentalmente española que pretendía aglutinar a todos los partidarios del hispanismo catalán para contrarrestar la hegemonía política del independentismo. El asunto se descubre cuando, de un modo incomprensible, el Parlamento europeo otorga el premio al Ciudadano Europeo 2014 a esta SCC en la persona de su presidente Josep Ramon Bosch, quien no se presentó a recogerlo y dimitiría unos días después. Por aquel entonces se supo que el tal Bosch había sido denunciado ante los tribunales por insultos, injurias y amenazas a través de las redes sociales y apología del odio, el fascismo y el nazismo. La denuncia se basaba en la documentación que, tras sus meticulosas investigaciones había proporcionado el autor de este libro que cuenta en él cómo se desarrolló esta curiosa historia. 

La presentación de SCC se hace en el Teatro Victòria de Barcelona el 23 de abril de 2014. Allí estuvieron gente del PP, de C's y UPyD y una representación del PSC con Juan Rangel, delegado del gobierno en Cataluña con Rodríguez Zapatero, los de Vox (Santiago Abascal), el partido PxC, xenófobo, con su secretario general, Robert Hernando, representantes de la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF) y el Movimiento Social Republicano (MRS). No hubo gente del PSOE. Pero es claro que SCC quería cubrir todo el arco, desde la izquierda a la extrema derecha para justificarse (p. 45). Contaba con 75 socios fundadores (el autor tiene identificados a unos 40), entre ellos gente de extrema derecha como Guillermo Elizalde Monroset, fundador del digital Dolça Catalunya en donde se insulta e injuria a los independentistas o la Fundación Burke, relacionada con El Yunque, sociedad secreta ultracatólica de extrema derecha mexicana (p. 63).

La SCC surge, según Borrás, tratando de enmendar los errores cometidos antes por otras organizaciones que buscaban más o menos los mismo fines pero habían fracasado: Moviment Cívic d'Espanya i Catalans, Moviment Cívic 12-O y Somatemps, así como Federalistes d'Esquerres (p. 33), esta última, un intento de tender puentes con la izquierda en pro del españolismo. En el momento idílico del teatro Victòria, el entramado de SCC está compuesto por gentes de Somatemps, Catalans Universals, Puerta de Brandeburgo, Asociación por la Tolerancia, Crónica Global, Universitaris de Catalunya, Impulso Ciudadano, Club Delta, Fem Pinya, Som Catalunya-Somos España o Manifiesto entre otras (p. 75). Trátase en casi todos los casos de  páginas web españolistas de extrema derecha (y casi unipersonales, a juicio irónico del autor). Añádense con algo más de consistencia, EC (Empresaris de Catalunya) y el Centre Lliure de l'Art i la Cultura (CLAC), en cuyo equipo fundacional figuran académicos de peso como Francesc de Carreras, Félix Ovejero, Ignacio Vidal-Folch, Manuel Cruz, Miriam Tey, también socia fundadora de SCC (p. 88), bastantes de los cuales tienen acceso expedito a las páginas de El País para exponer su doctrina. Se añaden la Fundació Joan Boscà y el Observatorio Electoral de Cataluna (p. 92). Por nombres y firmas y tarjetas de visita no va a quedar.

Borrás prueba de modo fehaciente que todo lo anterior en la que hace a la SCC es un puro escaparate para ocultar la conexión del unionismo españolista con la extrema derecha. Casi de modo rocambolesco, Borràs descubre que el presidente de SCC, Bosch es también Fèlix de Sant Serni Tavèrnoles, un perfil falso que desde 2012 venía insultando, amenazando a los independentistas y haciendo apología del nazi-fascismo en Facebook (p. 97).  A su vez, Somatemps es una organización de los sectores más intransigentes de la extrema derecha catalana: el Partido Español Nacional Socialista (PENS), FE, JONS, y el vínculo entre las dos organizaciones es Josep Ramon Bosch, un hijo de un militante de FN y él mismo admirador de Blas Piñar (p. 112). Bosch ha dejado abundante rastros delictivos en las redes, comentarios en FB, amenazas, insultos y varios vídeos en YouTube con su voz en off ensalzando las Waffen SS, etc (p. 122).

La SCC ha organizado dos actos en la calle: una Diada españolista en Tarragona, 11 de septiembre de 2014 y un día de la Hispanidad en Barcelona, 12 de octubre de 2014: dos fracasos con unas 40.000 personas entre los dos, aunque en Tarragona hubo gente del PSC y PSOE como Carme Chacón y también gente de derechas como Albert Rivera y Alicia Sánchez Camacho (p. 135). Nada en comparación con el millón y medio que se manifestó en la Diada independentista.  El 12 de octubre, la SCC llevó a la Plaza de Cataluña a FE de las JONS, SyL, MSR, Somatemps, PxC, Casal Tramuntana, Hermandad de Combatientes de la División Azul, Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona (p. 139). Junto a estos actos al aire libre algún otro más recoleto pero con igual sabor de extrema derecha: el 15 de septiembre de 2014 SCC presenta un libro en Barcelona, Hotel Atenea, Nos duele Cataluña.  Edita Editorial Galland Books, presenta Bosch, entre los asistentes Alberto Fernández Díaz. Conviene saber que Adolf Galland, cuyo apellido de nombre a la editorial, fue un comandante nazi de la Legión Cóndor (p. 143)

Como era de esperar, el financiamiento revela lo que cabía imaginar: los ingresos son donaciones secretas de empresarios, entre los que pueden contarse los de empresas recientemente privatizadas y hasta es posible que instituciones públicas. Financiación en negro con sospecha de blanqueo de capitales. Basta con ver el balance económico de 2014: Total ingresos: 992.672,13 €. Cuotas socios: 15.250 €. Merchandising: 14.369 €. Aportaciones privadas (secretas): 963.053,13 €. Junto a esta plétora de ingresos que permite a SCC contar con una financiación espléndida y dadivosa para sus actos a los que casi no acude nadie, presupuesto deficitario (de menos 91.714,37 €) inexplicablemente y que quizá solo pueda entenderse si se cuenta con la posibilidad de que los propios dirigentes de SCC metan mano en la caja. Por ejemplo, la empresa Manifiesto, propiedad de un miembro de la junta directiva de SCC es la que aparece beneficiada con las partidas de gasto más abultadas y hasta extravagantes.

La conclusión del libro es que el españolismo y la ultraderecha en Cataluña son inseparables (pp. 98-99). La SCC es un fracaso absoluto. Trató de representar a la famosa "mayoría silenciosa" (p. 209) que Rajoy se sacó del caletre con la intención de nombrar lo que él suponía (o decía suponer) que era la opinión mayoritaria antiindependentista en Cataluña, pero eso, como todo lo que dice el presidente del gobierno, era mentira.

El libro y la aventura que narra son muy interesantes y es bueno que la gente se informe de qué se oculta tras la bambolla de las actividades unionistas catalanas. De resultas de ello, los lectores estamos más informados y Borràs tiene que ir con escolta.

Otras obras del autor: Warcelona, una historia de la violencia (Pol.len Ediciosn, 2013) y Plus Ultra. Una crònica gráfica de l'Espanyolisme a Catalunya (Pol.len Edicions, 2015)

dissabte, 21 de maig del 2016

Las razones del independentismo

Roger Buch (2015) 100 motius per ser independentista. Barcelona: Cossetània edicions. (191 págs)
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Un curioso libro del politólogo Roger Buch, especializado en temas de voluntariado y trabajo social, pero también implicado directamente en la actividad política independentista. La obra responde  a su título, esto es, las 100 razones que Buch esgrime para pedir la independencia de Cataluña. El número redondo, obviamente, quiere decir que el autor ha funcionado con ellas como Procusto con sus huéspedes: si hubiera encontrado más las hubiera recortado y si menos, hubiera añadido alguna, como Procusto añadía algunos centímetros a la estatura de sus víctimas. En consecuencia, el texto, escrito con gracia y con sentido del humor salvo algunas ocasiones en que el autor se deja llevar por cierta indignación, se lee fácilmente y como una especie de diccionario, glosario o vademécum. Y, dado que la razones del independentismo no parecen estar agrupadas por ningún criterio salvo el que la pluma de Buch haya ido encontrando, el lector puede recorrerlas saltando de una otra, de delante hacia atrás o de atrás hacia delante, según esté de humor o le atraigan los títulos. No es menuda esta libertad y se agradece que, por una vez, no esté uno obligado a seguir más o menos al pie de la letra el curso del relato que señala el índice. Y eso mismo haré yo en el comentario, escoger algunas razones que me parecen más interesantes por diversos motivos y comentarlas. Fuera desmesura hacerlo con todas, así que bastantes habrán de quedarse sin exponer.

Creo tener, por lo demás, cierta complicidad con el autor de forma que le ofrezco una sugerencia para una tercera edición ya que el libro va por la segunda: elevar el número de razones a 101. La añadida tiene un peso nada desdeñable puesto que es el ejercicio de un derecho, el de autodeterminación, con la advertencia de que los derechos, como los músculos, si no se ejercitan, se atrofian.

Voy a ir entresacando algunas de las razones que me parecen más relevantes, con una pequeña glosa personal:  

El Estado de las autonomías es inviable (p. 91). Coincido, aunque no por las razones que Buch expone que, en lo esencial, residen en decir que la fórmula del "café para todos" desvirtúa el tinglado. No; el Estado de las autonomías es inviable porque está mal concebido financieramente, reparte las cargas de forma injusta, drena recursos en partes productivas y los invierte en partes improductivas, sin duda con los mejores y más equitativos criterios pero sin justificación de orden general. Es inviable porque contiene dos autonomías privilegiadas, País Vasco y Navarra,con un régimen que, de extenderse a las demás, impediría el funcionamiento del todo en el que otras cuatro son excedentarias y financian a las otras once. Y eso no es sostenible sin una revisión muy a fondo que en ese mismo fondo, nadie se atreve a hacer. Ni siquiera a mencionarlo.

Cataluña es una nación (p. 92). Es tan obvio que no me detendría en la observación de no ser porque Buch aprovecha para refutar el famoso argumento contrario mediante la reducción al absurdo por abajo ("¿si Tortosa quisiera decidir..?") y lo hace con tino. Añada también la idea de que igualmente cabe refutar el argumento de reducción al absurdo por arriba: "Si Europa quisiera autodeterminarse..., etc).

El Estado español jamás ha asumido el catalán como lengua propia (P. 80). Ni el gallego, euskera, ni nada; ni sus culturas, instituciones o derechos. El Estado español ha sido siempre Castilla y así sigue siéndolo hasta el punto de que el actual presidente del gobierno, el Sr. Rajoy de los sobresueldos, siendo gallego, no habla la lengua de su país. Hay quien dice que tampoco el castellano, pero ese es otro problema.

Para pagar los peajes en su justa medida (p. 95). Hábil planteamiento, sin duda, para no molestar a nadie, pero lo cierto es que la diferencia de trato en las autopistas en el Estado es muy irritante. Lo que sucede es que este es uno de los efectos de que el Estado autonómico no funcione.

Para acabar con el franquismo de una vez (p. 97). Loable propósito y muy puesto en razón y viable. Cuarenta años después de su muerte, Franco, como Drácula, vive. A su modo, pero vive. Vive en los franquistas que son millones en España (probablemente casi todos los votantes del PP), pero no en Cataluña, en donde el PP es un partido casi testimonial aunque, para desconsuelo de Buch, conviene no perder de vista a la gente de Ciudadanos a donde ha ido a parar el franquismo reciclado y que tiene un porcentaje apreciable del voto en Cataluña. No obstante, es claro, los españoles no conseguirán suprimir el franquismo por sus solas fuerzas. La transición pareció haber sido su muerte. Incluso podría decirse que había un pacto de silencio por el que el franquismo no reaparecería y ahí está de nuevo en el gobierno del PP desde 2011 en estado químicamente puro: nacionalcatólicos, corruptos, opusdeístas, reaccionarios, caciques, oligarcas y simples estúpidos de prosapia. Una colección que en estos días ha dado uno de sus más típicos frutos en la prohibición de la estelada por decisión de la delegada del gobierno en Madrid, la falangista Dancausa, y una semana después de que ese mismo gobierno de misa y olla envíe a otra franquista, Cristina Ysasi Ysasmendi Pemán, a explicar una Constitución en la que no creen a Europa para contrarrestar, dicen, el relato de la Generalitat.

Porque la democracia prevalece sobre la ley (p. 101). Asunto de calado teórico, sucintamente expuesto y dialécticamente inteligible para que lo entiendan hasta los franquistas: sin ley -como ellos dicen siempre- no hay democracia; pero sin democracia, tampoco hay ley. Eso ya lo entienden menos porque se les exige el esfuerzo de comprender que todo lo que ellos y sus padres llamaron "ley" durante los cuarenta años del franquismo no era tal sino pura tiranía y arbitrariedad.

Porque el Estado vació el estatuto votado por los catalanes (p. 78). Y en sucesivas vegades: primero lo cepilló en el Congreso según desgraciada expresión de Alfonso Guerra, que maldita la gracia que tenía, y luego mediante la inenarrable sentencia 31/2010 del Tribunal Constitucional en la que este, actuando manifiestamente ultra vires se arroga competencia para decidir si los catalanes son o no una nación. No entiendo por qué no siguió decidiendo si, además, son o no buenas personas. Tan absurdo lo uno como lo otro.

Para terminar de una vez el corredor mediterráneo (p. 70). Sí porque es dudoso que ningún gobierno español lo haga, ya que tiene otras prioridades como llevar el AVE de Burgos a Palencia, igual que los socialistas inauguraron ese ferrocarril en su día en el trayecto Madrid-Sevilla por no otra razón, supongo que porque el presidente del gobierno de entonces era sevillano, cosa que incide mucho sobre la productividad del país.

Para tener un sistema educativo del siglo XXI (p. 109). Es típico deseo de fastidiar de los catalanes. Ahora que el ministro Wert, bajo orientación de la conferencia episcopal lo había retrotraido al siglo XIX, como mandan los cánones, se empeñan en dar un salto típicamente satánico de dos siglos. Ya veréis cómo los castiga Dios.

Porque no hay tercera vía ni se la espera (p. 112). Gente de poca fe estos catalanes. Por eso les haría bien ajustarse al sistema educativo del ministro Wert; así la recuperarían. Porque hace falta mucha fe para creer que las fórmulas federales que cocina el PSOE, entre otros, vayan a tener alguna efectividad.

Porque es un movimiento pacífico (p. 122) Ciertamente. Los catalanes son de una flema británica. Claro que si uno recuerda -como señala el propio Buch unas páginas antes- que han perdido tres guerras (la dels segadors, la de Sucesión y la civil española), está claro que la vía beligerante no es productiva. Sin duda es la que el Estado prefiere porque, entre otras cosas, estas guerras contra su propia población son las únicas que el ejército español gana. Por eso, la paz es la vía.

Porque es un movimiento que va de abajo arriba (p. 63). Sí, es así, doy fe. De abajo arriba, cívico, transversal. El 15M no tenía nada que enseñar a los catalanes. Sí, en cambio, a los españoles. Pero no parece que estos lo hayan aprendido, aunque están dispuestos a instrumentalizarlo.

Porque no se trata de un problema étnico (p. 57). Los sucesores ideológicos y biológicos de Franco suelen acusar a los indepes catalanes de nazis. Dado que los nazis fueron quienes pusieron a Franco en el poder, los franquistas debieran saber un poco más de lo que hablan, pero no lo parece. Y no es un problema de inteligencia o memoria sino de simple sentido del ridículo. A un país plagado de recuerdos a los nazis de la legión Condor, que envió aviones nazis a bombardear Gernika se le supone competencia para emplear el término nazi con conocimiento de causa, ¡pero no como insulto! Y si no es cómo insulto, a nadie se le alcanza qué tienen que ver los catalanistas con los nazis.

Para tener pensiones dignas (p. 126) Esto no interesa decirlo muy alto, no vaya a ser que se dé un fenómeno de refugiados españoles de la tercera edad en la muga catalana.

Porque hace 300 años que están ocupados (p. 132) El señor de los hilillos y los sobresueldos cree que este modo de hablar es inadmisible ya que España, dice con harta y machacona reiteración, "es una gran nación", pero ninguna nación que ocupe a otra en contra de su voluntad puede ser grande; ni siquiera nación. Puede ser imperio o resto de imperio, o andrajo de imperio, pero no nación en el sentido de una convicción subjetiva favorable de todos los nacidos en su territorio.

Para fundar una República y echar a los Borbones (p. 56). ¿En dónde hay que firmar? La dinastía borbónica ha sido restaurada en España tres veces, aunque los historiadores dinásticos solo consideren dos, ya que se niegan a ver la vuelta de Fernando VII El Deseado como una primera restauración. Pero lo fue y muy clara pues tanto Carlos IV como su hijo Fernando habían entregado la corona de España a Napoleón, como dos buenos felones. Y, si se me apura, acabaría llamando también restauración a la reposición en el trono absoluto del felón Fernando VII por el Duque de Angulema, al frente de los 100.000 hijos de San Luis. No lo hago por no herir más susceptibilidades pero, si lo hiciera, los Borbones habrían tenido cuatro restauraciones.

Para que la lengua de los juicios la decidan los ciudadanos y no los jueces (p. 50). Es uno de los signos coloniales más evidentes, que ataca un derecho fundamental de cualquier ciudadano en cualquier país del mundo: el derecho a un juicio justo que solo puede estar garantizado por el juez natural del justiciable y la "naturalidad" del juez comienza con la lengua.

Para no aguantar la "Marcha Real" (p. 147) Una de las razones más poderosas que probablemente convertiría en independentistas catalanes a millones de españoles por razones obvias.

Para librarnos de los insultos de la caverna mediática (p. 45). Lo veo dudoso. La caverna seguirá insultando porque es su forma natural de expresarse, pero lo que ya no podrá hacer será amenazar, que parece cosa más interesante.

Para que el catalán sea lengua oficial en Europa (37). Con ello, los traductores e intérpretes catalanes en la Unión tendrán ventaja onsiderable sobre los españoles porque podrán presentarse a oposiciones de dos lenguas.

Para decidir si quieren tener un ejército o no (p. 152). La decisión será interesante porque no creo que los Estados Unidos dejen pasar la oportunidad de abastecer a las fuerzas armads de un nuevo país europeo. Muy fuerte habrá de ser el pacifismo de los catalanes.

Para gestionar mejor las infraestructuras (p. 179). Al menos con un criterio de rentabilidad y productividad distinto a los que han presidido la construcción de los aeropuertos de Castellón y Ciudad Real, las autopistas radiales de Madrid, la ciudad de la Justicia también en Madrid, la Fórmula 1 y otras edificaciones cesaristas en Valencia y resto de los disparates españoles producidos a medias por la corrupción y la vanidad.

Para apoyar sus entidades con el 0,7% del IRPF (p. 35). Es un cálculo hábil el que hace Buch, porque no se concentra en el momento de la recaudación del 0,7% en la declaración de la renta sino en el del reparto de lo recaudado, que perjudica claramente a Cataluña.

Faltan 77 razones más. El lector sabrá sacar punta a muchas de ellas. El libro es una mina.

Innecesario añadir que muchas, muchísimas de estas razones las suscribirían muchos, muchísimos españoles. Lo que pasa es que es harto difícil que los españoles puedan independizarse de España. Y ahí está parte del drama.

diumenge, 8 de maig del 2016

¿Qué es España?

Juan Romero y Antoni Furió (Eds.)(2015) Historia de las Españas. Una aproximación crítica. Introducción de Josep Fontana. Valencia: Tirant Lo Blanch.451 págs.
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Otro libro sobre la sempiterna cuestión del ser de España, esa que, según ideólogos de derecha e izquierda, no existe. Escrito por historiadores académicos, se organiza, como era de esperar, por un criterio cronológico, desde los mismos orígenes de la peliaguda cuestión de qué sea España y cuántas haya hasta el momento actual en que queda claro que nadie puede contestar a las dos preguntas a gusto de todos. Es un trabajo sólido, concienzudo, denso, con rigor, pero no exento de tintes ideológicos. Que el autor de esta reseña simpatice más con unos que con otros no le oculta que ideológicos son los dos.

La intención de la obra está clara en su título y subtítulo y el prólogo de Josep Fontana que, muy preocupado por los usos públicos de la historia, hace una advertencia cuya problemática equidad da que pensar. Sostiene el ilustre historiador algo de cajón, esto es, que "el conocimiento del pasado suele ser manipulado por los políticos" con la finalidad de controlar "el uso público de la historia" (p. 15). Tal cual, ciertamente y sus colegas han escrito este libro con el fin de enderezar dicho uso público. Pero no llegaremos muy lejos si no reconocemos que no son solo los políticos quienen manipulan el conocimiento del pasado. No se quedan atrás los historiadores que de manipulación pueden dar cumplidas muestras desde antiguo entre otras cosas porque suelen llevar  más cargas ideológicas (muchas veces disfrazada de ciencia) que los infelices políticos. Y fuegos fatuos de esas ideologías se vislumbran ocasionalmente a lo largo de estas páginas. Y eso es lo que convierte esta aproximación crítica a la historia de las Españas en una obra fascinante que se lee como la novela río de un país. ¿O de más países?

Pedro Ruiz Torres, en "los usos de la historia en las distintas maneras de concebir España" arranca del momento constituyente de la II República. Por entonces era dominante la visión ideológica e idealizada acuñada en la Historia General de España, de Modesto Lafuente, símbolo de la visión liberal conservadora de la época (p. 39). Azaña tenía una idea de patriotismo y de nación como organismo social propio, independiente de partidos y religiones: España había dejado de ser católica (p. 44). En paralelo, Bosch Gimpera en una conferencia en 1937 revisa el concepto de España,  vertebrada por Castilla y la muda en "las Españas" con sus diversas culturas (p. 49), tuvo tiempo de rumiar su idea en el exilio al que le arrojó la España una de Franco. A la muerte de este volvió el debate entre una idea monolítica de la nación española (Ortega) y quienes son sensibles a la diversidad (Azaña) (p. 56). Ejemplo del nuevo tiempo es la controversia sobre si España es país "normal". El libro de Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox, España, 1808-1996. El desafío de la modernidad, celebrado oficialmente, niega que España sea un fracaso. En España. La evolución de la identidad nacional Fusi sostiene que España es una nación desde principios del siglo XVI (p. 57). Borja de Riquer,  cuestiona con poderosas razones la tesis de la "normalidad" (p. 59). El autor, por último, detecta tres posiciones: 1ª) España, Estado-nación "normal"; 2ª) el nacionalismo catalán excluye también la cuestión pues no está interesado en la nación española; 3ª) posición sincrética de "España, nación de naciones" (p. 61). Y, para hablar de normalidad, interviene la Real Academia de la Historia en una posición ideológica alucinante que Ruiz Torres con elegancia no califica pero que este crítico se atreve a considerar cavernícola, con su libro Reflexiones sobre el ser de España. Por supuesto, Premio Nacional de Historia (p. 66). ¿Qué tal ese ejemplo de una obra de historiadores que no son sino lacayos de una mentalidad horripilante? El Institut d'Estudis Catalans y el Centre d'Història Contemporània de Catalunya publicarían la respuesta: España contra Catalunya: una mirada histórica (1714-2014) cuya conclusión es que si España hubiese ido a favor de Cataluña, el soberanismo sería hoy otro (p. 70). Sí, es un moderado understatement.

Antoni Furió en "La Españas medievales" plantea el uso ideológico de la historia medieval del país. Es difícil dar por buena la historicidad de don Pelayo y, por ende, la leyenda de la Reconquista (p. 86). En tiempos del Imperio carolingio, Cataluña se reserva el término Gothia como patria de los godos sometidos al imperio e Yspania, Spania a la parte de la península dominada por los musulmanes (p. 90). Con la independencia de hecho de Borrell II, Conde de Barcelona, ha querido verse el nacimiento de facto de Cataluña, pero esta no se independizará jurídicamente de Francia hasta el siglo XIII con Jaime I (p. 92). Desmenuza luego la cuestión de la especificidad de la España medieval sometiendo a crítica la posición de Sánchez Albornoz que encuentra legitimatoria de una visión ideológica sostenida en dos pilares: el relato de la Reconquista y la idea de los habitantes de Al-Andalus eran esencialmente españoles (p. 101). La Reconquista es una leyenda forjada muy post festum y hay suficiente prueba documental de que durante siglos, el nombre de Yspania quedaba reservado precisamente para la parte musulmana del territorio (p.107). Un buen ejemplo del daño que hace esta interpretación ideológica de la historia son las estupideces de Aznar en Georgetown al decir que el enfrentamiento de España con Al Qaeda comienza con la conquista del país por los musulamanes (p. 113). Tiene el autor una visión modernizada de las taifas, pero su punto de vista tampoco está libre de ideología. Asegura que las taifas tienen mala prensa porque en "un país de fuerte tradición unitarista y centralista, cualquier forma de descentralización" la tiene (p. 119). Pero no sé qué tradición podía haber cuando se dieron las taifas. Esa es otra construcción post facto. Seguramente correcta, pero posterior. Cuestiona igualmente la visión edulcorada de Al Andalus como un lugar de tolerancia (p. 125). En la salida de la crisis bajo medieval, España aparece ya identificada con Castilla, un reino de tendencias absolutistas y centralizadoras que tenía dentro la corona de Aragón como un freno y un cuerpo extraño (p. 132).

Antoni Simón i Tarrés, "La crisis de 1640 y la quiebra del primer proyecto nacional español" es un ensayo de oro. El autor contrapone el intento de construir una "nación política" española en los teóricos del siglo de oro (Álamos de Barrientos, Quevedo y otros tacitistas), López Madera, Pedro de Valencia, etc (p. 150), con el respaldo de Juan de Mariana, etc como modelo absolutista y unitarista castellano al del modelo constitucionlista y "confederal" de la Corona de Aragón con pie en las doctrinas políticas bajomedievales del origen popular del poder político (Juan de París, Marsilio de Padua, etc) que estarán en la base de la revolución catalana de 1640, respuesta al proyecto de creación de un Estado español uniforme ínsita en el famoso "Gran Memorial" del Conde Duque de Olivares a Felipe IV en 1624 (p.. 162). La doble crisis peninsular (Cataluña/Portugal) fue la quiebra del proyecto unificador español del barroco (p. 169). Correcto, nada que objetar. Pero ¿por qué los tacitistas y los autores de la Monarchia hispanica no atinaron en su objetivo de crear la "nación española"?

Joaquim Albareda, en "Del tiempo de las libertades al triunfo del dominio absoluto borbónico" aporta una interpretación aguda del impacto de la Nueva Planta en la Corona de Aragón. La tradición confederal del austracismo había dado lugar en Cataluña a lo que llama un republicanismo monárquico (p. 181) en el que echa sus raíces el patriotismo catalán (p. 183) que la Nueva Planta trata de extirpar, aunque no puede evitar la persistencia del austracismo (p. 190). Ello explica la disidencia de Cataluña a lo largo del siglo XVIII (p. 193). Termina con tres conclusiones en donde se mezclan hechos con algún juicio de valor, que son tres clavos en ataud del drácula unionista: 1ª) Durante el siglo XVIII se mantiene en la Corona de Aragón la idea de que el régimen abolido por la Nueva Planta era mejor que esta; 2ª) es falso que la uniformación fuera mejora o modernización; 3ª) no es admisible justificar la dominación y represión ejercida por los Borbones mediante el "derecho de conquista". Magistral su respuesta a la observación de García Cárcel de que en Cataluña se haya "sublimado hasta el éxtasis" el austracismo al decir sencillamente que quizá se deba a que fuera mejor que la Nueva Planta (p. 200).

Antonio Miguel Bernal, "Colonias, Imperio y Estado nacional" aborda una cuestión nuclear en el problema de la nacionalización de España o cómo esta no consiguió lo que sí consiguieron otros imperios, esto es, convertirse en nación. Las Indias se incorporaron a la Corona de Castilla en 1518, pero la Corona de Aragón, no (p. 216), lo cual explica por qué, con altibajos y muchos matices, esta estuvo excluida del trato con las Indias que fue cuestión pública directa de la Monarquía con el desastre hacendístico que ya se remonta a los tiempos de Felipe II y causó una sucesión de quiebras y suspensión de pagos de España (p. 223). La crisis del Imperio dejó un Estado nacional inacabado (p. 228).

Juan Sisinio Pérez Garzón, "La nación de los españoles: las juntas soberanas y la Constitución de 1812", es un curioso intento de justificar el conocido punto de vista del nacimiento de la conciencia de la nación española en la Constitución de 1812 que al autor le parece "sólidamente liberal" (p. 241). La argumentación es muy elaborada, trata con rigor y objetividad académicas las objeciones que suelen plantearse (la ironía del afrancesamiento del concepto "nación", las diferentes versiones de la idea de nación entre los diputados de Cádiz, la cuestión de España en América, etc) y con un relato apoyado en las exposiciones teóricas de las intervenciones en las Cortes de Cádiz y la actividad práctica de las juntas soberanas y la Junta Central, concluye que allí nace una nación española, aunque hace la concesión de que nace "en plural" (p. 255) pues de "pueblos españoles" habla el famoso decreto de igualdad de derechos entre "españoles europeos y americanos" (p. 152). De forma que en Cádiz nace la conciencia de la nación española y, desde entonces, las formas disgregadoras han  fracasado: el federalismo (p. 259) y la idea de confederación con América (p. 264). El nuevo empuje a la idea muy generalizada de 1812 como la génesis de la nación española presenta deficultades de claro perfil ideológico. En todo el trabajo de Pérez Garzón no se menciona ni una vez el papel de la Iglesia católica en ese proceso. Como si un tercio de los diputados en Cádiz no hubieran sido curas. Ni se habla del artículo 12, que consagra el catolicismo como única religión oficial de la nación española. Llamar "sólidamente liberal" a una Constitución que consagra la unión del trono y el altar (pues la Constitución también es monárquica) solo es admisible con una idea muy elástica del liberalismo. Por supuesto, esa idea es moneda común. Lo que ya no me parece admisible es que también se considere liberal la intolerancia religiosa, proclamada en el mismo artículo en el que se prohíbe el ejercicio de las demás religiones. Con esto en mente cabe preguntarse que entendían los "liberales" españoles de 1812 por igualdad de derechos cuando firman un documento que niega el derecho a la libertad de culto y qué idea tiene el propio autor que no hace notar algo tan evidente.

Borja de Riquer Permanyer, en "De Imperio arruinado a nación cuestionada" hace un análisis de la peculiar evolución política de España en el siglo XIX en cuyo inicio detecta una "excesiva influencia política" del ejército y de la Iglesia católica (p. 275). Por fin aparece la que a nuestro juicio es la principal responsable (no la única) del fracaso de España como nación: la Iglesia católica que está siempre escandalosamente ausente de todos los análisis criticos de la historia de España. Sigue Borja de Riquer: un siglo de oportunidades perdidas, régimen oligárquico con una Restauración que era también un fracaso producto de un pacto entre conservadores, la Iglesia y el ejército (p. 285). El resultado es una nacionalización de los españoles "frágil y superficial y poco covincente" (p. 286). Un país aislado, incapaz de reconstruir su imperio colonial, lleno de analfabetos y con una deficiente escolarización. Las elites liberales, a pesar de todo, dieron por supuesta la existencia de la nación española sin que fuera preciso hacer algo por consolidarla (p. 304) cuando en realidad estaba todo por hacer. Será en el 98 cuando los intelectuales descubran que "no hay nación". (p. 306).

Ramón Villares, "Exilio, democracia y autonomías: entre Galeuzka y las Españas" es un buen y original trabajo ya que no se encuentra mucho ensayo sobre Galeuzka, probablemente porque fue una idea que nunca terminó de arrancar y a la que el autor sigue en las cuatro partes de su trabajo: 1) experiencia republicana y guerra civil; 2) exilio republicano; 3) reelaboración del nacionalismo republicano en el exilio, sobre todo en México; 4) la posición de los nacionalismos en los años 60; (p. 313). Después de analizar la evolución en todo ese tiempo, concluye que ya en los años 80 quedan consolidados los dos modelos que se habían perfilado: el de las cuatro naciones (que se iban reduciendo a dos) de Galeuzka y el de la federalización igualitaria que se defendió entre 1953 y 1962 en la revista editada en México Las Españas y Diálogo de las Españas (p. 362).

Juan Romero y Manuel Alcaraz, "Estado, naciones y regiones en la España democrática" es un extenso trabajo sobre las peripecias de la nunca reconocida plurinacionalidad del Estado desde la transición. Parten los autores del supuesto de que no fue la Constitución (que tuvo éxito en el Estado de los autonomías) sino la práctica política lo que lo ha impedido (p. 372). La transición fue una especie de sucesión de pactos: a) por la Monarquía; b) pacto de "gestión de la historia" (que es el que me parece más dudoso y no lo llamaría "pacto" sino imposición y engaño; c) pacto democrático; y d) pacto social (pp. 376-77). Coincido con la imagen de la transición como una serie de consensos, aunque no les daría el valor que los autores les conceden. Pero eso no es importante. Más importante es el juicio que merece el Estado de las autonomías, resultado del proceso constituyente de facto de 1978 que los autores recorren en un espíritu bastante respetuoso con el saber convencional sobre esta circunstancia para entender que aquel Estado, que en un principio se concibió como asimétrico acabó siendo simétrico y uniformador, con lo que se abona la tesis de que no fue el texto sino los encargados de aplicarlo y vivirlo quienes fracasaron (p. 400). Discrepo: el Estado de las autonomías es un fracaso en su ejercicio y también lo era en su planteamiento sin que lo uno sea causa de lo otro sino que es una simple acumulación de fracasos: el título VIII en su conjunto es un dislate pensado para un país que aún no existía y los años de práctica solo han demostrado que aquel dislate era impracticable porque seguía sin coincidir con el país real. Solo la magnífica cita de un trozo de uno de esos inenarrables alegatos de Rajoy en 1993 sobre la nación española en el que se repiten las habituales majaderías del personaje (España, el proyecto de vida en común más antiguo de Europa. el sentimiento antiespañol, etc) deja claro este extremo. Si la nacionalización de España en el XIX fue un fracaso según señalaba antes Borja de Riquer, también lo ha sido la "renacionalización" de la derecha española a partir del año 2000 (p. 407). Y yo añadiría más: lo ha sido porque la derecha ultrarreaccionaria y nacionalcatólica española no concibe ni admite ninguna otra forma de organizar el país que no sea el disparate del mantenella y no enmendalla de su obstinado propósito. Son, entiendo, optimistas las autores cuando proponen iniciar un proceso político de cambio del Estado en clave federal y no simpatizan con las tesis secesionistas (p. 414) y no es más realista que acudan a las propuestas de federalización del PSOE (p. 421) que, a mi juicio, son puras instrumentalizaciones. La esperanza es lo último que quedó en la caja de Pandora y ese es el sentido del mito y de nuestra realidad: ahí se quedó.

Alain G. Gagnon, "Nuevos retos para los estados plurinacionales en el siglo XXI. El caso español en contexto" es un trabajo circunstancial a mi juicio que trata de apuntalar la tesis de la salida federal al contumaz laberinto español. De las cuatro posibles opciones que el politólogo franco-canadiense considera  (mantenimiento del statu quo; recentralización; reactualización y ampliación de las autonomías; y secesión) (p. 434) la que goza de sus simpatías es la tercera, revestida de federalismo expuesto con tantas precauciones que más que una forma de organización del Estado parece que esté diseñando un mecanismo de exquisito arbitraje de conflictos (p. 441) lo que quizá debiera hacerle pensar que proponer una estructura federal en donde hay una ausencia radical de cualquier Bundestreue es un ejercicio académico tan vano como melancólico.

En fin: un buen libro que pone en sus términos la encrucijada de España hoy, investigando en sus raíces históricas.

dijous, 14 d’abril del 2016

Aporías jurídicas

Jorge Cagiao y Conde y Gennaro Ferraiuolo (Coords.) (2016) El encaje constitucional del derecho a decidir. Un enfoque polémico. Madrid: La catarata. (270 págs.)

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Un libro muy interesante y muy oportuno. Hace justicia a su subtítulo, pues es polémico y, a pesar de estar escrito por académicos, siempre moderados y bonancibles, tiene garra y nervio. Probablemente porque los autores son jóvenes y, además de su probada competencia profesional, parecen tener una causa por la que luchar, aunque no todos lo hagan desde la misma perspectiva: el derecho a decidir de los catalanes. Quizá les convendría repasar algo más los textos que escriben. No para enfriarlos, por cierto, pero sí para mejorarlos gramaticalmente. En algunos casos, la pasión va en detrimento de la elegancia y el afán clarificador resulta excesivamente repetitivo.

Desde el punto de vista del contenido, hay un punto central y es el decidido propósito de limitar el tratamiento del espinoso asunto a la perspectiva jurídica. Los demás enfoques se tienen muy escasamente en cuenta (aunque asoman a veces la oreja) y hasta son tratados con cierto desdén. Los politólogos no salimos especialmente bien parados. Y es curioso porque, al poner en marcha su prístina intención y no poder llevarla a cabo, algunos participantes contradicen a otros y no solo en aspectos conceptuales sino en la recepción de enfoques complementarios. De esta forma, un libro que comienza con el trabajo de Boix poco menos que excluyendo del horizonte cognitivo a politólogos y políticos (tampoco se invierte mucho tiempo en hacer distingos) termina en el de Bastida haciendo justamente lo contrario, esto es,  sosteniendo que, dadas las circunstancias, los  juristas deben enmudecer porque es es " el momento del político" (p. 268).

Con una pizca de sano humor, el título pudiera ser el encaje de bolillos constitucional del derecho a decidir. En principio, se trata de fundamentar y legitimar este supuesto derecho, del que se reconoce que es nuevo, de difícil precisión conceptual y equivalente, cuando no sinónimo, según algunos de los participantes al derecho de autodeterminación, lo cual contradice esa deseable unidad doctrinal en la que el saber académico suele depositar sus esperanzas. Con todo, la complicada pasamanería no vendría de la citada distinción entre dos derechos que se parecen como dos gotas de agua, sino del empeño, a veces francamente trabajoso, de ahormarlo en el contexto constitucional español .

En el capítulo 1, de Andrés Boix Palop, (La rigidez del marco constitucional español respecto del reparto territorial del poder y el proceso catalán de "desconexión") parte de una reconsideración crítica de la transición ("transaccionada") se ilustra el objeto de forma poco al uso en los textos de dogmática jurídica con una referencia a dos de las más conocidas novelas del recientemente fallecido Rafael Chirbes,  valenciano, como el autor del trabajo. Se trata de Los viejos amigos y La caída de Madrid y se agradece a Boix que haya escogido esta vía literaria e indirecta para trasmitir al lector su criticismo a la transición, si bien, siendo justos con la literatura de Chirbes, no se trata tanto de una visión de la transición como de lo que la traidora vida ha hecho después con quienes la vivieron. En todo caso, el "genio" (diríamos, un poco a lo Chateaubriand) de la transición española viene de la frase "de la ley a la ley", de aquel remedo de príncipe florentino que fue Torcuato Fernández Miranda (p. 14) El modelo que salió fue muy rígido y a mediados de los 70 se condensaron varias líneas de fractura (p. 23). De aquellos polvos, estos lodos.  Procès en fase Beta: reforma estatutaria catalana de 2006 y famosa sentencia del Tribunal Constitucional 31/2010 desmochándola; sentencia que viene a ser como el payaso que recibe las bofetadas de los autores del libro, pretendiendo ser moderada sin serlo (p. 38). La sentencia ciega toda pretensión de innovar y hacer evolucionar nuestro ordenamiento jurídico, que se había logrado mediante una interpretacion flexible y sin que en esto haya gran diferencia entre la izquierda y la derecha (p. 41). Considera Boix con razón esperpéntico que el TC niegue valor jurídico a la idea de Cataluña como nación en el preámbulo cuando su propia jurisprudencia ya rechaza que los preámbulos tengan validez jurídica y queotros artículos anulados sigan en vigor en otros estatutos (p. 43). Es imposible un referéndum pactado. Por tanto, procès 2.0 vía a la consulta no pactada, convertida en proceso participativo ciudadano (p. 49), elecciones plebiscitarias y estado actual de la hoja de ruta para la desconexión (p. 53). Resumen ceñudo del autor: la insólita rigidez constitucional es uno de los incentivos para la ruptura y la independencia (p. 59).

Mercè Corretja Torrens (El fundamento democrático del derecho de los catalanes a decidir), parte de las elecciones de 27 de septiembre de 2015 y juzga que en ellas, los catalanes y catalanas "han podido ejercer su derecho a decidir, de forma pacífica y democrática, y manifestar su apoyo mayoritario a favor de la independencia". (p. 63) Pero, ¿es cierto que han ejercido el derecho a decidir? Sostiene la autora que este derecho, que empezó siendo una mera reivindicación política, "se ha ido configurando como un nuevo derecho democrático a partir de la práctica seguida en otros Estados y de elementos presentes tanto en el derecho constitucional como en el derecho internacional y ha ido adquiriendo unas características propias que lo distinguen frente al derecho de autodeterminación de los pueblos" (p. 65). Será verdad, pero hay que creerla bajo palabra, porque no lo demuestra conceptualmente. Sí lo muestra citando los ejemplos de creación de Estados en Europa en el siglo XX (Islandia, Noruega, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Croacia, Montenegro, etc) que no encajan en el derecho de autodeterminación porque no son excolonias ni pueblos oprimidos (p. 69). Este crítico no tiene inconveniente en ver en ellos la realización del derecho de autodeterminación o, si se quiere, del derecho a decidir. Pero se trata de pruebas empíricas, no teóricas y, por tanto carecen de fuerza de refutación de la aporía jurídica, igual que el hecho de que Diógenes caminara de un extremo al otro de una sala dejaba frío a Zenón de Elea. Lo mismo sucede con el caso de Quebec, muy bien interpretado por Corretja como resultado de la aplicación de tres principios: 1) el federal; 2) el democrático y 3) el constitucional (p. 71). En el Canadá la gente es de espíritu libre. A su vez el derecho a decidir de los catalanes dependería de que se hiciera un interpretación ponderada y evolutiva de los principios constitucionales (p. 73), algo muy en la línea de lo que en otras partes ha defendido Josep María Vilajosana, voluntarioso adalid del derecho a decidir como distinto del de autodeterminación.  Este viene a recogerse en la STC 42/2014 (por la que se anula la Declaración de soberanía y derecho a decidir del pueblo de Cataluña) (p. 74). Otros autores, sin embargo, la contradirán en otros trabajos esgrimiendo otras decisiones posteriores del mismo órgano. Ella lo ve relativamente  fácil, pero no lo es tanto. Cierto, el "demos" son los catalanes y el procedimiento, el art. 92.1 de la CE, pero, ya se sabe, el gobierno, que algo tiene que decir al respecto, está cerrado en banda. Verdad es, para terminar, y muy prometedora sin duda, que el derecho internacional ante un proceso de secesión unilateral (caso de Kosovo) facilita mucho las cosas pues, como dice la Corte Internacional de Justicia, se trata de un asunto fáctico (p. 80). Los puristas del integrismo soberanista verán en esta decisión la sombra del taimado Poncio Pilatos, pero la autora hace bien en señalarla. Puede que sea decisiva para Cataluña en un no lejano futuro.

Laura Carpuccio, (Los modelos de articulación territorial de los poderes públicos. Reconstrucciones (teóricas) y tendencias (concretas) en la jurisprudencia de los jueces constitucionales: el caso del Tribunal Constitucional español) estudia el origen y evolución del concepto de soberanía que entiende como un "concepto difícil de definir, ambiguo y sin duda huidizo" (p. 93). El tribunal constitucional sostiene que la autonomía no es soberanía, cosa archisabida, y que la soberanía popular (nacional, dice la Constitución) se funda para justificar la superioridad de ella misma (p. 99). Reflorecen en el trabajo las ilusiones de la STC 42/2014 (p. 102) y se conectan con la propuesta de la función de los tribunales constitucionales como tribunales in-políticos según la teoría de Gustavo Zagrebelsky, para quien lo "in político" significa tanto la no-política como el interior de la política (p. 105), cuestión que convendría matizar más para no sacar la conclusión de que quizá se trate de algo tan vagaroso como la in-mortalidad del alma.

Gennaro Ferraiuolo, en un encendido y escueto trabajo (Tribunal Constitucional y cuestión nacional catalana. El papel del juez Constitucional español entre la teoría y la práctica), alancea ferozmente el moro muerto de la STC 31/2010 por considerar (como ya hicieron dues vegades los juristas catalanistas de la Revista de Dret Públic) que el alto tribunal: 1º) interviene a lo bestia sobre un texto aprobado con mayorías reforzadas en el Parlamento de Cataluña y aprobado también en referéndum por el pueblo; 2º) sigue un tortuoso y no convincente camino para dictar su sentencia al final; 3º) pierde de vista su condición de "poder constituido" y se erige en "poder constituyente o sobrevenido", es decir, actúa ultra vires; 4º) recurre en exceso y muchas veces forzadamente a la interpretación conforme (p. 117). Nuevo repaso a la STC 42/2014 que, tras considerar la resolución 5/X del parlamento catalán y anular su referencia a la soberanía, hacía un tímido reconocimiento del derecho a decidir (p. 128). Ferraiuolo reproduce el sabio cuanto resignado texto de Rubio Llorente que preside todo el libro para justificar su pretensión que, en el fondo, es la de la mayoría de los autores aquí presentes: el derecho a decidir es "una aspiración política susceptible de ser defendida en el marco de la Constitución" (p. 129) ¡Ah, pero esta puerta de ilusión se cerró enseguida! La STC 31/2015 que anulaba Ley 10/2014 de "consultas populares no referendarias y otras formas de participación ciudadana" y el Decreto del Presidente de la Generalitat 129/2014, ambos impugnados ipso facto por el gobierno, vuelve a negar el derecho a decidir y retorna a la posición intransigente de la STC 103/2008 sobre el llamado "Plan Ibarretxe" (p. 131). Así se llega al nuevo 9-N (p. 132). Ferraiuolo trae su indignación al momento presente  y mira torvamente la Ley orgánica 15/2015 que reforma las facultades del TC con aviesas intenciones (p. 139).

Jorge Cagiao y Conde (¿Es posible un referéndum de independencia en el actual ordenamiento juridico español? El derecho explicado en la prensa) hace una aportación muy brillante al debate y de amplio vuelo.  Basándose en Kelsen distingue entre interpretación científica del derecho, que corresponde a los constitucionalistas y la "auténtica", que corresponde a lo jueces. Habrá que ver qué sucede si discrepan. Sin mencionarlo más que de pasada entra en el fascinante asunto de la crítica de la ideología y, más allá de este, se asoma a un ejemplo práctico de la pragmática de la comunicación dialógica que haría las delicias de Habermas. La mayoría de los constitucionalistas españoles considera inconstitucional la posibilidad de un referéndum de independencia en Cataluña por varias razones. Dicen que la Constitución y los estatutos no prevén un referéndum pactado (aunque sí la hay en los arts. 92 y 149.1.32 que admiten un referéndum consultivo (p. 157)). Coincide aquella mayoría con la STC 103/2008 fulminando la Ley Vasca 9/2008 ya referida como "Plan Ibarretxe", que concentra la competencia referendaria exclusivamente en el Estado y deja fuera a los legisladores autonómicos (p. 159). Para Cagiao el enfoque de los constitucionalistas es más ideológico que político (p. 161). No le falta razón. Lo que sucede es que, en el fondo, y dado su planteamiento originario, al suyo le pasa lo mismo. A su juicio se puede defender un referéndum pactado. Así lo intentó la Ley catalana 10/2014 de Consultas no referendarias, distinta de la vasca (p. 165). La STC que la anuló podía haber encontrado otros argumentos. Entiende que cabe defender la constitucionalidad de un referéndum consultivo o de una consulta no referendaria  con buenos argumentos jurídicos (p. 174). Cita algunos:  la presunción de constitucionalidad (p. 177); su carencia de efectos jurídicos por ser consultivos; la preservación por ello mismo de la titularidad de la soberanía en el pueblo español (p. 178); la posibilidad de una reforma de la constitución para admitir el referéndum (p. 179). Todo muy justo y este crítico lo suscribe. Pero opinable e interpretable y, si acepto que los requisitos de la comunicación habermasiana de normatividad y de validez frente a facticidad se cumplen con la interpretación auténtica del Tribunal, me queda poco que decir. Puedo consolarme, como hace Cagiao, sosteniendo que esa interpretación no resta fuerza a mi razonamiento (p. 181), pero hay poca diferencia entre esta actitud y la del autor de un voto particular. Es lo que podría llamarse la conversión del derecho a decidir en "derecho a discrepar".

Lucía Payero López (¿Por qué Cataluña no puede autodeterminarse? Las razones del Estado español) se mueve en un territorio más abiertamente político e, incluso, de comunicación política. Gran parte de lo que argumenta podría encajarla en las teorías cognitivas del encuadre (o frame theories) y quedaría bastante bien caracterizada. Los fundamentos teóricos de la estrategia del "No" residen en una concepción unitaria de la nación española del art. 2 con una concepción muy estricta jurídico-política de "nación" (p. 189). Pues sí, es cierto. Absurdamente monolítica. Payero afirma a continuación con cierta solución de continuidad que algunos autores distinguen el derecho a decidir como un derecho individual y el de autodeterminación que es colectivo (p. 191), pero se trata de una pura digresión. Repasa de nuevo el discurso político de la estrategia del "No", basada en la primacía de la ley (p. 194) y la argucia retórica de identificar democracia y Constitución como está, sin tocarla y sin que quien la propugna, esto es, básicamente Rajoy y la derecha española, haga referencia a la posibilidad de entenderla de otra manera (p. 200). Estaría bueno. No va el neofranquismo que se ha encontrado una Constitución como un deus ex machina militar, a ponerla en peligro con ilusiones hermenéuticas. La reforma constitucional es imposible (p. 203). Si alguien tiene dudas, que recuerde que esta "gran nación" descansa sobre una gloriosa historia centenaria en común como pináculo de otros valores suprapositivos (p. 211).

Xacobe Bastida Freixedo (El derecho de autodeterminación como derecho moral: una apología de la libertad y del deber político) elabora un texto brillante y feliz, elegante, culto y, en cierto modo, gótico. Se apoya en Weber (político y científico) para distinguir dos enfoques, el del político y el del jurista (p. 219). Por eso decíamos al principio que el libro terminaba como empezaba, pero, en cierto modo, upside down. Según Bastida, la vía del jurista (ese ser que solo emerge donde hay una norma previa) consiste en que la cuestión nacional no se cuestiona. Pero hete aquí que la construcción nacional española "es la historia de un fracaso" y por eso surgen hoy las reclamaciones del derecho a decidir o derecho de autodeterminación (p. 226). El autor, por cierto, no los distingue, pero eso es, a estas alturas, poco relevante. Frente a ello, la vía del político, el que se lanza in media res y luego busca una norma para legitimar sus barrabasadas sí cuestiona la cuestión nacional (p. 233). El derecho a decidir que reclama el Parlamento catalán puede encontrar acomodo por la vía de la interpretación (p. 241). No estoy muy seguro de que la conclusión provisional de que "un derecho a decidir si otro puede puede disfrutar de la autodeterminación ridiculizaría el concepto" (p. 244) . Es brillante, pero, lo siento, no absurdo jurídicamente. Él mismo invoca a Sir Ivor Jennings y no se ve qué haya en contra de que todo el pueblo decida cual es la parte del pueblo que puede decidir. Concluye Bastida, y coincido, en que el derecho de autodeterminación puede justificarse en el terreno moral apelando al respeto a la libertad individual (p. 255). Todo el universo kantiano aplaude. Pero si este enfoque fracasa, habrá que dar paso a la vía de hecho, al reconocimiento del hecho revolucionario (p. 261). "Es el momento del político" (p. 268). Q.E.D.

dimarts, 5 d’abril del 2016

Con las filas. No desde las filas

David Fernández/Julià de Jòdar (2016) CUP. Viaje a las raíces y razones de las Candidaturas de Unidad Popular. Madrid: Capitán Swing.
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Este libro, como algunas partituras para piano, es a cuatro manos, a veces a seis, a ocho y tiene partes corales en las entrevistas. Así que, aunque los autores principales sean los dos de la portada, es una visión bastante representativa de su tema porque en él hay un montón de gent donant la seva. En conjunto viene a ser una especie de guía de viaje por el territorio de la protesta y la radicalidad, una suerte de Baedeker de un movimiento típico de grass-roots, muy pegado a la vida cotidiana de la gente , asambleario, de raíces anarquistas, no jerárquico y que hubiera hecho las delicias de J. J. Rousseau entre los muertos, y refleja la envidia de muchos otros en el Estado español que les gustaría haber puesto en pie algo semejante. Un libro sobre un objeto de estudio que es en parte el sujeto que lo escribe. 
El sempiterno debate sobre el anarquismo y el radicalismo político de base es el de su viabilidad o factibilidad. Recuerda mucho un famoso ensayo de Kant titulado "acerca del dicho frecuente 'eso está muy bien en la teoría pero no funciona en la práctica'". Es una experiencia que todos hemos tenido, que contribuye decisivamente a configurar nuestra idea del mundo, sobre todo cuando nos las damos precisamente de eso, de "gente de mundo", y probablemente acompañará a la humanidad hasta el fin de los tiempos porque hasta el fin de los tiempos habrá gente que no esté de acuerdo con el modo en que la mayoría hace las cosas y proponga hacerlas de otra manera, gente a la que, a veces, según la época que le haya tocado vivir y otras circunstancias, quizá se le ofrezca la oportunidad de poner en práctica sus ideas o quizá algo aun más innovador. Lo primero, la posibilidad de llevar a cabo lo que propugnas no es tan estrafalario ni insólito como parece a primera vista. Basta con reunir ciertas condiciones objetivas y subjetivas: instituciones flexibles, voluntad de cambiar la realidad y claridad de ideas para saber hacia dónde. En la Inglaterra del siglo XVII, los diggers pusieron en marcha experimentos de comunas igualitarias; en el siglo XVIII, muchos inconformistas, mormones y cuáqueros establecieron colonias en el Nuevo Mundo; en el XIX hubo falansterios, diferentes formas de cooperativas, organizaciones icarianas, comunidades saintsimonistas, talleres nacionales al socaire de la revolución de 1848 y hasta un primer bosquejo de gobierno de obreros en la Comuna de París de 1871. Otra cosa, por supuesto, es la duración o perdurabilidad de estas innovaciones. Se trata igualmente de una experiencia que admite muy diferentes ejemplos. La perdurabilidad en sí  misma es escasa, pero otra cosa es la huella que dejan en el devenir de las sociedades, tanto en el orden especulativo como en el facticio.
Labor interminable fuera hacer una enumeración de los ejemplos de movimientos ácratas, asamblearios, consejistas, de los experimentos en colonias educativas antiautoritarias, de comunas y formas espontáneas de organización de todo tipo en los ámbitos de distritos, municipales, urbanos, laborales, etc en Europa y América en los años treinta del siglo XX. Luego del paréntesis de los totalitarismos, la guerra y la guerra fría, los años sesenta presenciaron un resurgimiento de las formas revolucionarias, populares de organización que entroncaban con tradiciones del movimiento obrero, con las vanguardias artísticas (el dadaísmo y el surrealismo, que fueron  decisivos en el situacionismo y el 68) y con nuevas formas de organización fabril y productiva de tipo cooperativo, autogestionario, etc. Los sesenta y los setenta fueron años de experimentación de formas nuevas de organización, comunas y otras vías alternativas de organizar la vida cotidiana.
El deseo de la gente de liberarse de las relaciones autoritarias y/o explotación, de controlar sus propios destinos, de compartir la existencia y democratizarla, tomando decisiones directamente sobre las cuestiones que afectan a la vida cotidiana revive en todas las épocas y ciurcunstancias probablemente porque es consubstancial al propio ser humano.

Las CUP son una manifestación de esa corriente que atraviesa todas las formas de organización social, las culturas y los modos de producción. Un intento de organizar la política primeramente en el orden municipal con criterios de democracia directa, participativa y asamblearia para trasladarlos luego al nivel del mesogobierno

Un primer capítulo, a cargo de Gabriel de Jòdar, Raíces: hurgando en la historia ya nos pone en antecedentes acerca de cómo las CUP son en el fondo una especie de precipitado en el que coinciden numerosas experiencias organizativas de todo tipo en el ámbito local con dos elementos esenciales de carácter municipalista radical:  el asamblearismo y el independentismo. En él se trata la transición como una "renuncia" y se repasan los precedentes de las luchas municipalistas, caldo de cultivo de esta iniciativa, el movimiento independentista en los 80 y el nacimiento de las CUP a partir del Moviment de Defensa de la Terra. Elecciones municipales de 1987 y primer mandato de la CUP a la sombra de la designación de Barcelona para sede de los JJOO 1992 con los movimientos especulativos urbanos. Ayudó mucho la crisis de la izquierda independentista y la renovación de ERC, dispuesta a explorar la "vía parlamentaria a la independencia" de Ángel Colom y Josep-Lluís Carod-Rovira (p. 61). Posteriormente y a raíz de las elecciones municipales de 1991 y la liquidación del "independentismo de combate" (1991-1992) se da la operación Baltasar Garzón de detención de cantidad de independentistas catalanes. Importancia también tuvo el ingreso de Catalunya Lliure y Terra Lliure (próximas al Front Patriotic) en ERC (p. 64). El relanzamiento y expansión de las CUP (1999-2011). "Trabajo riguroso y paciencia: -dice el autor- una CUP no es un colectivo de espontáneos ni un Ayuntamiento ni un Casal Independentista o un Ateneo" (p 72). Crecimiento entre 2003 y 2007 que culminó con la Asamblea Nacional Extraordinaria de en abril de 2005. El estallido de 2011 y las consultas independentistas Arenys de Munt (2009). Asamblea nacional de Reus (2012). Suma y sigue.

Los autores se esfuerzan por exponer la esencia misma de la CUP como una realidad in fieri. Hay en su prosa, sobresaltada y con acelerones, una especie de alegría y fascinación por saber que se está poniendo en pie algo nuevo, que promete y no surge de ningún modelo, patrón o blueprint propio. El momento decisivo o pistoletazo de salida es el resultado de las elecciones municipales de 22M de 2012. Ahí está el giro y lo que, con algo de entusiasmo y de exageración, sostienen los autores, permite dar respuesta a los recortes de 2011, la crisis y el directorio europeo Merkel-Sarkozy (p. 90)

Cartografía/s: la CUP sobre el mapa municipal. El voto municipal de la CUP el 22-M se concentraba en la región metropolitana de Barcelona (p. 103). Comarca a comarca, paso a paso y convertida entre 4ª y 6ª fuerza (p. 104) y con esto ya se puede hablar de hacer hervir la olla: cuando la práctica libera. La CUP surge del agotamiento del proyecto socialdemócrata (p. 135) y la derrota de las izquierdas oficiales (p. 136). Puede entenderse como un campo próximo a los "nuevos movimientos sociales que por entonces eran objeto de estudio por Claus Offe e Inmanuel Wallerstein.
Fascinados con la originalidad de lo que está poniéndose en marcha, los autores envían una encuesta a todos los concejales de la CUP elegidos el 12 de mayo de 2012. Responden 63 de 101 y, aunque las respuestas masculinas triplican a las femeninas, ello nos permite considerar que el  universo: de las CUP son jóvenes, formación elevada, de izquierda, independentistas y redes sociales. O sea, "catalanes de izquierda heterodoxa" (p. 185). Para afirmar esta primera impresión, los autores añaden veinte entrevistas en profundidad a veinte cupaires señalados que se encuentran en http://blocs.mesvilaweb.cat/copdecup (p.191).
En un afán casi perfeccionista por dibujar la esencia de la CUP con pelos y señales, entre abril, mayo y junio de 2012 los autores enviaron un cuestionario a personalidades de los Països catalans con 7 preguntas. Las respuestas que vienen a ser como las de el conjunto de la sociedad civil catalana en toda su abigarrado pronunciamiento. En esencia, la bateria de preguntas y sus respuestas demuestran lo que ya sabemos, que la CUP tiene muy buena prensa en Cataluña por su carácter genuino, auténtico, representativo y eficaz a la hora de la acción representativa y con una notable fibra moral. En la CUP no hay corrupción. (pp. 195-320).
Cierra el resumen de la obra las conclusiones de la mesa redonda del 13 de enero de 2012 en CIEMEN, con Anna Maria Gabriel, Marc Sallas, Joan Teran, Blanca Serra, Eva Serra, Ricard Vilaregut, Julià de Jòdar y David Fernández: diversos aspectos sobre que la CUP no tiene un discurso sobre el poder o está confusa ante el frente institucional (p. 333)
El libro se publicó originariamente en catalán en 2012 y se traduce ahora al castellano. Viene acompañado de un epílogo con una pregunta de ahora, 2016: ¿qué izquierda para el siglo XXI en el sur de Europa? (p. 356) y nos pone finalmente sobre la pista de cuál sea la intención de esta guía. Es un repaso al origen, desarrollo y situación actual de un movimiento participativo, de democracia directa, asambleario, que comenzó en el orden de la representación municipal y que en la actualidad ha posibilitado la formación de un gobierno en Cataluña cuyo mandato e inequívoco: conseguir la independencia de España, tomar su destino en sus propias manos.