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divendres, 17 de juny del 2011

Francisco Camps da una lección de democracia.

Por la retirada del Diccionario franquista de la Academia


Francisco Camps, aquel a quien un amigo del alma al que no conoce de nada llamaba El curita, fue ayer formalmente investido como President de la Generalitat de Valencia en un clima muy hosco y encendido con cientos de indignados llamándolo más o menos directamente "corrupto". Así que su discurso fue igualmente encendido, crítico y hostil con quienes se le manifestaban en contra.

Habitualmente los alegatos de Camps son de una retórica barroca, a veces por lo gótico: sus adversarios quieren verlo paseado en una cuneta (¡ay, el subconsciente!) y el gobierno socialista es antiespañol y quiere instaurar un Estado de terror; a veces por lo glorioso: Valencia es, gracias a él, fórmula uno en lo terrenal, marítimo y celestial, cosa que ha certificado el Santo Padre en visita que hizo rico a más de uno en dones del Señor. Y Camps se expresa sólo con discursos pues hace ya tiempo que no responde a las preguntas de los periodistas cuando le mientan la bicha, la Gürtel.

En esta ocasión Camps se ha despachado por la vía de la teoría política y ha tenido a bien explicar a la chusma del 15-M que democracia es esto: votos y escaños lo cual es estrictamente cierto y no creo que los indignados ante portas fueran tan mastuerzos de ignorarlo. Es que estaban allí por otro motivo, porque ese concepto de democracia es insuficiente. Porque democracia es, ciertamente, votos (y escaños) pero, si solamente es esto, también puede ser demagogia, populismo plebiscitario y tiranía... de la mayoría que no es menos odiosa que la de la minoría.

Y es que en otro momento de su arrebatada filípica, Camps afirmó emocionado que su sistema de autogobierno está basado en la Constitución y la Constitución no dice que España (y, por ende, Valencia) sea una democracia sino que es un Estado social y democrático de derecho, de cuya definición Camps deja caer lo de Estado social (obviamente, porque es de derecha) y lo de Estado de derecho y esto ya no está tan claro ni es tan permisible. Para que la democracia no se corrompa en tiranía o demagogia, tiene que regir el imperio de la ley, esto es todos están sometidos a la ley, sean o no presidentes, los voten muchos, pocos o ninguno. Eso es el Estado de derecho y la ley dice que no se defrauda, no se malversa, no se practica cohecho, no se financia ilegalmente nada, etc, etc.

Así que a la lección de democracia de Camps le faltaba una segunda parte que era por lo que los indignats estaba allí con tarjetas rojas y guardando estrictamente las formas para no dar pretexto, como en Barcelona, a que se les eche encima el orden constituido, desde sus profetas hasta sus corchetes. De forma que la lección de democracia, entera, con su dimensión moral, la dieron los del 15-M.

(La imagen es una foto de ppcv, bajo licencia de Creative Commons).

Crónicas de la revolución indignada.

Por la retirada del Diccionario franquista de la Academia


Llamar revolución a lo que está pasando en España hace un mes quizá sea mucho o quizá sea poco; nadie lo sabe. O sea que cabe llamarlo revolución igual que otros lo llaman gamberrismo, totalitarismo, chantaje y qué sé yo cuántas lindezas más. Qué sea en realidad dependerá de lo que sus protagonistas hagan de ello. Debe recordarse que no tienen plan, proyecto, guía o programa, ni organización allende la red ni, según parece, ganas de tenerlos.

Para Palinuro, es la revolución indignada o revolución de los indignados que son abrumadoramente jóvenes pero están apoyados por una proporción abrumadoramente grande de viejos, viejos del 68 y viejos del 56; su emblema es Sampedro (José Luis). Una pinza generacional contra un sistema que ambos rechazan. Unos porque no los dejan entrar en la vida laboral, que es la forma de realizarse, y otros porque los han echado de ella, en muchos casos prematuramente. Una combinación explosiva: el ímpetu juvenil y la sabiduría de la experiencia.

Se cometen errores, pero se subsanan a toda prisa. En Barcelona hubo violencia, rápidamente condenada y con mucha sensatez moral y prácticamente ya que la violencia tapó la protesta por los recortes presupuestarios, que era lo importante. En Madrid alguien agredió al alcalde, Ruis-Gallardón que, como persona, merece respeto al margen de la opinión que se tenga sobre su gestión. Hay más y debe reseñarse. Los indignados han metido la pata una vez y quieren hacerlos morder el polvo. La policía lo ha hecho tres veces (Madrid, el 15-M, que inaugura la protesta, Barcelona el 27 y Valencia unos días después) y no ha habido una sola excusa sino advertencias y amenazas.

El movimiento es totalmente nuevo. Nunca se había asistido a un intercambio tan intenso de reflexiones y propuestas desde muy distintas posiciones políticas. El debate está siendo muy interesante. Lo de la no violencia es un ejemplo. Se aboga expresamente por una resistencia pasiva. En realidad, es un movimiento de desobediencia civil de muy amplio espectro pues cuestiona la justificación de muchas facetas distintas del orden constituido. No hace falta recordarlas pues están en la mente de todos.

Y a veces esa reflexión lleva al movimiento a actividades típicas de la desobediencia de los años sesenta. Por ejemplo, los sit in, el último de los cuales se dio ayer en la bolsa de Valencia. Doscientos cincuenta jóvenes sentados en el parqué. Van a la bolsa, al Ayuntamiento, a la Generalitat, seguramente incordiarán cuando venga el Papa a reunirse con los boy scouts and girls de Dios. Estos no respetan nada. Parece como si quisieran hacer realidad aquel viejo lema revolucionario de Georg Büchner, ¡Paz a las chozas y guerra a los palacios!. ¿Y qué hago con la hipoteca? dicen las masas. Hay que frenar los desahucios, dice el movimiento.

Otro problema para la policía. Los indignados son decenas, quizá cientos de miles, están comunicados en tiempo real, son competentes y pueden multiplicar sus acciones no en forma de guerrilla urbana, como trata de encasquetar el conseller de Interior de Cataluña, sino en forma de mosaico de resistencia: doscientos a la bolsa, ciento cincuenta a los desahucios, trescientos a las subastas judiciales, doscientos a cada acto público de las autoridades, desfiles, inauguraciones, conmemoraciones, premios y galardones. No hay fuerza de policía que pueda controlar un movimiento así.

Por eso insiste Palinuro en que las autoridades dejen de considerarlo exclusivamente como un problema de orden público y traten de encarrilarlo por la vía política del diálogo. Habrá quien diga lo de siempre, que no cabe pagar precio alguno porque otro deje de protestar pero sí que hay que pagarlo sobre todo si quien lo hace reconoce, como reconoce hoy en España casi todo el mundo, que muchas de las protestas son justas. ¿O no es justo protestar por la corrupción de los políticos y sus privilegios, por la codicia sin freno de los mercados y sus principales beneficiarios, bancos, fondos de inversión, especuladores, por la prepotencia de la Iglesia, los atentados al escosistema o la cobardía de los partidos de izquierda?

Primera crónica de la revolución de los indignados.

(La imagen es una foto de Motarile, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 15 de juny del 2011

Cuando no hay futuro, hay presente.

Por la retirada del Diccionario franquista de la Academia


Y un presente que se enseñorea del futuro porque lo están moviendo los jóvenes. Basta ver las fotos. Media de edad, veintitantos años. ¡Que bien lo decía Serrat en los sesentas! : Ara que tinc vint anys, ara que encara tinc força, que no tinc l'ànima morta, i em sento bullir la sang. Siempre son los poetas los que definen los tiempos y todos los tiempos. Porque ese bullir la sang no es privativo de los veinteañeros. La sangre bulle siempre. Al que le bulle. Al que no le bulle, tampoco le bullía cuando tenía vint anys.

Un momento, pero ¿estos de ahora no eran los jóvenes ni-ni, los que no tenían futuro, la "generación perdida"? Y perdida no en el sentido de la lost generation de mis amores sino en el más puñeteramente real del término: perdida de haber perdido el camino, de haberse perdido a sí misma y no en el aspecto moral porque son jóvenes muy formales, sino en el esencial, el laboral, que es donde se hacen las personas. La generación de las no-personas que, vaya ironía, es la mejor formada de la historia del país.

Pues estos perdidos, convertidos en indignados, han ido a encontrarse en la vía pública, en el espacio común, y lo han convertido en un ágora, trasladando un debate sobre los rasgos morales de nuestra democracia que no se da en ninguna otra parte y para el que el sistema no tiene respuesta porque él mismo reconoce estar corrompido hasta la inacción y la parálisis. Lo que acaba de suceder con el Tribunal Constitucional es una prueba irrefutable.

En esta situación el movimiento del 15-M, que lleva la iniciativa de modo sistemático, se ha convertido en una revolución que ya nadie puede detener. Ni quienes la pusieron en marcha. Y no puede detenerse porque, al no tener estructura política, nadie da las órdenes y con nadie cabe negociar nada. Tampoco se puede detener policialmente porque, al carecer de estructura orgánica, no hay nada que se pueda desmantelar y sólo cabe encarcelar a cientos y miles de personas, lo que no es ni imaginable.

Así que cuanto antes comprendan los partidos, los políticos, que no pueden seguir ignorando el fenómeno porque ya ni los deja trabajar, mejor será para todos. Cierto, cabe decir que lo que el 15-M tiene que hacer es dejar trabajar a los políticos (se refiere a los diputados del Parlament en Cataluña, que no pueden recortar a gusto con tanto alboroto), pero la verdad es que tienen escasa legitimidad. Lo han hecho muy mal; lo saben; lo confiesan; pero quieren seguir haciendolo peor. En el PP dirán lo que quieran pero un país en el que un ciudadano como Camps toma posesión de un cargo público tiene un grave problema moral. Lo sabemos todos. Pero los del 15-M lo dicen y, además, se han plantado. Es posible que parte del discurso de los políticos sea razonable: que no sea momento de andar con experimentos de envergadura como están las cosas por ahí fuera. Posiblemente. Pero si la observación no llega muy tarde de forma que la riada va a llevarse por delante los remilgos, será cosa que podrá negociarse con los indignados, que están indignados pero son muy razonables. Es más: están indignados porque son muy razonables.

Lo mejor que puede hacer el sistema (para entendernos) es dar estado a la cuestión, designar una comisión parlamentaria o algo así como interlocutor con el 15-M y negociar. Es difícil porque muchos vienen pidiendo un proceso constituyente y eso son palabras mayores. Pero como de algún modo habrá que decidir qué hacemos, si es que queremos hacer algo, alguien habrá de dar el primer paso para hablar. Porque la política es eso, hablar, entenderse, ponerse de acuerdo. Puede que la teoría sea excesiva pero es que la praxis no lo es menos.

Los partidos, en especial los de izquierda, parlamentarios o no parlamentarios, sienten una especie de fuerza que los arrastra a hacer causa común con los indignados, en algunos casos intentando convertirse en la vanguardia de estos, pretensión fracasada hasta la fecha, por lo que he podido ver. Pero está bien que la izquierda se mire en espejo del 15-M porque las reivindicaciones de este son en un noventa por cien las clásicas suyas que se habían ido quedando por el camino.

La derecha querrá llevar el asunto al territorio del enfrentamiento y la guerra. ¿Hablar? ¿Hablar con una manga de desharrapados que cultivan marihuana por las esquinas? Aquí hablan las urnas, los partidos, las instituciones. La gente, a callar. Sobre todo porque, puestos a movilizar gente, la derecha puede echar muchedumbres a las calles. Lo que no puede conseguir es que se queden de acampada una quincena en una plaza pública.

La derecha soporta también un serio handicap a la hora de hablar y es que tiene muchos asuntos por indiscutibles. Realmente muchos: la Constitución, la Monarquía, la unidad de España, la religión católica, la familia. Indiscutibles en sus peculiarisimas concepciones entre las cuales está que Franco no era un dictador. En cambio, Negrín, sí. Poco más o menos, entiendo, como el 15-M es el precursor de un movimiento totalitario. Nada menos. Y habrá que reconocer que, en cosas de totalitarismos, la derecha sabe lo que dice. Dice, por ejemplo, que el régimen de Franco no era totalitario.

¿Cómo parar una revolución pacífica que se hace por motivos morales invocando la conciencia cívica y el respeto a unas instituciones a las que literalmente se ha hecho trizas, como el Tribunal Constitucional, por ejemplo?

dijous, 9 de juny del 2011

El rojo y el negro

Esto que se está produciendo bajo nuestras narices es una revolución. Una que no sigue ningún modelo conocido pero que incorpora tácticas de otras varias aparte de las propias y originales. Es una revolución roja y negra. Roja porque muchas de sus reivindicaciones son de la izquierda de toda la vida; negra porque su modo de formularlas y organizarse es espontáneo, no premeditado o programado, al estilo anarquista. La revolución va desarrollándose según se producen los acontecimientos de la vida colectiva. Las asambleas se han convertido en un parlamento ciudadano interconectado entre barrios, entre ciudades mismas a través de las redes sociales. Las redes son el programa. Todos y nadie.

Así, todos y nadie han decidido trasladar la asamblea de Sol al Congreso de los Diputados. Las decisiones asamblearias recuerdan siempre los soviets de la revolución bolchevique, aunque su composición humana era muy distinta pues consistían en obreros y soldados. Pero el traslado a la Carrera de San Jerónimo actualiza las imágenes de la Revolución francesa con la Asamblea Nacional legislando bajo presión de los sans culottes que habían tomado las galerias de la augusta sede.

Es como una escalada de la revolución que viene en cierto modo caldeada por la muerte del joven a causa de la carga de los Mossos d'Escuadra en la Plaza de Cataluña. (Corrección del día 8: esta noticia de la muerte parece haber sido un bulo). La cuestión es si el Congreso puede legislar bajo la presión de la calle. Si pueden hacerlo las asambleas de las Comunidades Autónomas.

En el fondo la cuestión es si el Estado español (en realidad, cualquier Estado) puede enfrentarse a una contestación ciudadana masiva pacífica, en buena medida movida por un sector de la población que tiene tiempo para movilizarse precisamente porque está en paro. El enfrentamiento que mediante tácticas políticas de color negro (de movilización colectiva espontánea anarquista) se abre ahora tiene un intenso color rojo porque se trata de saber si hay alguna posibilidad de evitar el despido libre y gratuito, que es lo que los empresarios exigen ante una situación de tan elevado paro. El paro es la causa de la revolución y su medio de lucha.

Cuanto más se enconen las cosas, más difícil será llegar a acuerdos. Palinuro cree que le falta ya tiempo al Parlamento para debatir en uno de los plenarios que tan oportunamente quiere suprimir Bono cómo reaccionar frente a la revolución de los indignados. La verdad no se comprende que todavía no haya ni una miserable comisión parlamentaria ad hoc para establecer cómo tratar con la revolución. Y la tienen encima.

(La imagen es una foto de sergi MD, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 21 de maig del 2011

Reflexión con Gürtel al fondo.

A pesar de que la prohibición de la Junta Electoral Central se mantuvo y hasta fue reforzada por el Tribunal Supremo que rechazó un recurso de IU contra la decisión de aquella, la gente no se ha movido. Y, en contra de los temores de Palinuro, no ha sucedido nada. Al contrario, Sol es una fiesta y, además ha contagiado al resto de España. Palinuro se alegra de que no se hayan realizado sus temores. Ahora bien, eso es debido a que, después de la metedura de pata del desalojo del domingo, el gobierno ha actuado con inteligencia y ha demostrado ser un gobierno democrático. Dicho en román paladino: puede parecerlo, pero no todos los gobiernos son iguales. Éste ha sabido contenerse. Si, en lugar de acogerse a las prudentes palabras de Rubalcaba de que "para resolver un problema, la policía no va a crear otro", el gobierno procede a ejecutar la prohibición y desalojar se hubiera iniciado un camino de violencia de no retorno.

Ahora las cosas están en un equilibrio inestable. No habrá intervención mientras no se produzcan alteraciones del orden público. Hasta el momento el orden se ha guardado y por lo tanto, la gente se encuentra en una situación ilegal pero legal. Lo bueno que tienen las revoluciones es que empiezan por trastocar el significado de las palabras. Pero no se crea que mantener el orden es tarea fácil. No quiero volver a pecar de agorero pero, en el fondo, ¿a qué iban Enrique de Diego y sus huestes del partido ultraderechista Regeneración? ¿A qué si no a provocar algún altercado? La policía lo ha impedido. Es decir, el orden público se mantendrá mientras no cambien los criterios de qué sea el orden público. Cosa que puede pasar si los comerciantes de Sol, por ejemplo, empiezan a quejarse del perjuicio que se les hace.

Se ha conseguido mucho, pero no es de extrañar en un gobierno cuyo presidente dice comprender de tal modo a los indignados que si él tuviera veinticinco años seguramente estaría en sol. No es una cuestión de edad. Muchos otros que tampoco tenemos esos años ni de lejos hemos estado allí, bien es verdad que no de permanentes y más como espectadores y apoyo externo, ya que el día a día es de los que se lo trabajan. No es una cuestión de edad sino de la posición que cada cual tiene en la vida. Pero no hay que echar en saco roto que el mismo presidente afirme que su partido, el PSOE, se siente comprometido con los objetivos de los indignados. En un post anterior Palinuro señalaba que el 15-M despertaba mucha simpatía entre la población y hasta en la policía. Faltaba saber que también en el gobierno. Esto hace pensar, pues, que, salvo imprevistos, las jornadas de reflexión y votación van a discurrir pacíficamente pero bajo la presión mediática de los manifestantes que ya ocupan muchas plazas de España.

¿Va a influir eso en el resultado electoral? No lo sabemos. Es una situación sin precedentes y no hay experiencias. Todo son conjeturas y todas las conjeturas son posibles. En la izquierda, que hace causa común con los indignados de Sol y de la galaxia indignada, el debate es abstención sí o no. Palinuro insiste en que la abstención es un regalo a la derecha, un suicidio político. La izquierda debe ir a votar a un partido de izquierda; el que sea, pero de izquierda. Como pintan las cosas, ya sería un logro conseguir que la derecha no se imponga por avalancha.

La reflexión abarca algo más que decidir si votar o no. Alcanza también a la relación entre las elecciones y otros factores políticos, especialmente la corrupción. Sabido es que el New York Times atribuye en buena medida el movimiento de los indignados a la corrupción de Camps. Obviamente no es sólo Camps; también cooperan al resultado otros factores como la crisis o las medidas del gobierno para combatirla, pero la corrupción está en unos de los primeros lugares y la corrupción en la forma sistemática que tiene con la Gürtel de la que a su vez es paladín el presunto Camps. Realmente el comportamiento de este hombre es indignante. Miente, pues asegura no conocer de nada al Bigotes a quien, sin embargo, resulta querer un huevo. El otro debía reservarlo para aquel presidente del Tribunal Superior de Justicia de Valencia de quien era incluso más que amigo, cosa que éste demostró tratando de exonerarlo de las acusaciones que pesaban sobre él. Además de mentir, no da cuenta de sus actos a la Cámara valenciana ni a la opinión pública y lleva meses negándose a responder a las preguntas de los periodistas sobre nada que tenga que ver con la Gürtel en donde está formalmente imputado.

Todo eso es indignante, desde luego y, sin embargo, las encuestas lo proclaman ganador absoluto. Lo indignante del comportamiento de Camps, que quintaesencia el de todos los políticos corruptos, es que cree que puede hacer lo que le dé la gana, no tiene porqué justificar sus actos ni debe explicaciones a nadie. En resumen, que está por encima de la ley y al margen de la acción de la justicia. El mismo comportamiento que Esperanza Aguirre, si bien ésta ha tenido más cuidado de que no la pillen con las manos en la masa. Y masa tiene mucha. Dado que el comportamiento indignante de Camps, tan parecido al de Berlusconi, pone en riesgo los principios mismos de la democracia, la alta intención de voto que tiene prueba que una mayoría del electorado prefiere la no democracia a la democracia. De ser así en verdad sería desolador.

Entre tanto los indignados de Sol estarán preparándose para el momento posterior a las elecciones. A mi entender, lo más urgente es que el movimiento se dote de algún tipo de organización práctica que permita canalizar las demandas y negociar con el interlocutor que el sistema designe, sobre todo una vez que ha quedado claro que los indignados no son antisistema sino que el sistema es "anti-indignados". En una democracia parlamentaria ese interlocutor sólo puede ser el propio Parlamento o aquel que él designe, normalmente una comisión parlamentaria. Y lo primero que debe acordar esa comisión mixta de parlamentarios e indignados es mantener la legislatura hasta su conclusión con un tema monográfico: la reforma de la ley electoral. Hay que llegar a las elecciones generales de 2012 con una ley electoral lo más justa y democrática posible para elegir unas Cortes que tengan carácter constituyente.

El párrafo de promulgación de la vigente Constitución de 1978 dice que las Cortes han aprobado y el Pueblo español ratificado la siguiente Constitución. Es decir, las Cortes que aprobaron la Constitución no fueron Cortes constituyentes sino Cortes constituidas por el régimen anterior, aunque elegidas de forma distinta. Si ahora las Cortes fueran constituyentes podría cerrarse el bucle de la Transición y enmendar todas aquellas cuestiones que se ignoraron, se olvidaron o se tergiversaron, desde la Monarquía a la organización territorial del Estado, pasando por el derecho de autodeterminación y sin olvidar la pendiente separación definitiva de la Iglesia y el Estado, tan necesaria como una nueva y más justa Ley de la Memoria Histórica.

(La imagen es una foto de Ana_Rey, bajo licencia de Creative Commons).