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dimarts, 2 d’agost del 2011

Fanatismo.

La atrocidad cometida hace unos días por el nazi noruego Anders Behring Breivik ha puesto al mundo a reflexionar sobre el fanatismo. A excepción del propio Breivik todos abominan de su acto y, al preguntarse por sus móviles, recuerdan que se trata de un joven fundamentalista cristiano, islamófobo y ultraderechista. Los tres términos se consideran componentes de un espíritu fanático; pero el fanatismo no se agota en ellos. También se puede ser fundamentalista islámico, antisemita y ultraizquierdista o fundamentalista católico, antisemita y ultraderechista. Hay muchas combinaciones y todas caben en el saco del fanatismo, porque éste convive con ellas y probablemente tiene algo más que es común a todas. Ese algo más es una mentalidad, un modo de ser, una actitud antes que unas u otras convicciones religiosas, morales, políticas. Lo que define al fanático, crea en lo que crea, es su convicción de que quienes profesan otras creencias están en el error, son unos pecadores o unos delincuentes.

El fanatismo es intolerante. No admite la pluralidad de creencias y valores sino solamente aquella situación en que los suyos dominan por entero. En consecuencia hay que reconocer que el fanatismo no se limita a casos como el de Breivik. Estos son los extremos, los fanáticos que creen que quienes piensan de otro modo son delincuentes a los que hay que liquidar físicamente. También son fanáticos quienes piensan que los discrepantes no son delincuentes pero sí gente que vive en el error y, eventualmente, según pinte la cosa, en el pecado. Estos fanáticos preparan el brebaje que ingieren los Breivik, los terroristas suicidas y los no suicidas, incluidos los relacionados con instituciones legales, como el Mossad o la CIA, igual que lo habían hecho antes gente como Carlota Corday o Mateo Morral. La intolerancia frente al otro (religioso, étnico, político) es el primer paso del fanatismo, que lleva al terrorismo y, en último término al genocidio. Un terrorista es un genocida potencial; si pudiera, con su bomba exterminaría toda una confesión (o no confesión), una etnia, una ideología política. Por eso hilan fino pero también justo esos fiscales que consideran la posibilidad de acusar a Breivik de genocidio. Ciertamente. Ello obliga a ampliar el concepto de fanatismo para que incluya comportamientos y actitudes que, no siendo terroristas, desembocan en el terrorismo.

Por ejemplo, la iglesia que los españoles sufrimos, la católica, es una organización esencialmente intolerante. Los sistemas políticos democráticos en Europa y también en España, Estados de derechos pluralistas, la obligan a guardar las formas y sostener de palabra un respeto a las otras confesiones y convicciones morales que luego niega en los hechos. Monseñor Rouco Varela sostiene que los jóvenes tienen la ética bajo mínimos. Ya antes había dicho que los jóvenes del 15-M no conocen a Dios y tienen sus vidas rotas. En román paladino: quienes no piensan como Rouco Varela carecen de moral y tienen sus vidas rotas. Aparentemente por boca del prelado habla la preocupación y la caridad, pero éstas son fingidas; habla la prepotencia y la intolerancia, cuando no el odio. Porque, de entrada y con el Evangelio en la mano, ¿quién es Rouco Varela para juzgar a los demás? ¿No repara el cardenal en la soberbia que revela negar la moral de quienes no son católicos o cristianos? ¿Tampoco en el fanatismo que supone y en el peligro de que llegue algún legionario de Cristo a ajustar cuentas a los de la acampada?

Eso es muy propio del catolicismo que, a fuerza de intolerancia, es incapaz de comprender el mundo en el que vive y de mostrar un respeto mínimo por sus semejantes. El catolicismo tiene una misión de universalidad que pregona en su nombre. Pero no es universal en absoluto; al contrario, es minoritario. ¿Qué sucede con los miles de millones de personas (musulmanes, hinduistas, budistas, sintoístas, etc) que también desconocen al dios de Rouco y no en el sentido figurado del cardenal sino en el literal? ¿También carecen de moral y tienen sus vidas rotas? Sus dioses (cuando tienen alguno) son "falsos", son ídolos y ellos, idólatras que viven en el pecado y a los que hay que salvar aunque sea en contra de sí mismos

Es una visión del mundo completamente parroquial (nunca mejor dicho) y soberbia al mismo tiempo. Fanática. Un fanatismo aplicado por una organización única en el mundo pues es un Estado del que Rouco y los católicos todos son ciudadanos espirituales pero con proyecciones materiales de todo tipo: bancos, tierras, casas, empresas, medios de comunicación, centros educativos, negocios de diversos tipos, monumentos y bienes culturales, administración material de ritos sociales como bautismos, bodas y funerales, colaboración con el Estado en los ámbitos penales y militares, etc. Un reino bien de este mundo en el que todos sus súbditos, clérigos seculares y regulares, legos a su servicio, laicos en órdenes y sectas religiosas civiles, como el Opus, trabajan denodadamente a la mayor gloria y boato de la organización y de su Estado Vaticano. Una organización terrenal basada en el fanatismo.

Nada de lo anterior se refiere a los católicos que tienen una idea evangélica de la iglesia. Pero carecen de fuerza, son una especie de enemigo interior que la Iglesia como institución vigila de cerca y, cuando lo cree necesario, extirpa.

(La imagen es una foto de desaparezca.net, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 2 de maig del 2011

...beatificar.

Juan Pablo II ya es beato en medio del entusiasmo delirante de un millón y medio de personas (cálculo de la policía) llegadas de todo el mundo. La fe mueve montañas. Y les pone alas porque el papa polaco ha alcanzado la beatificación en un suspiro, con más celeridad que la madre Teresa de Calcuta. Ha sido una beatificación relámpago y la santidad está ya, según se dice, a la vuelta de la esquina.

El proceso de cononización es el modo que tiene la Iglesia de satisfacer un anhelo viejo como la humanidad misma: la divinización de los mortales. Lo que sucede es que preserva la tradición y la democratiza a su modo. Porque los hombres siempre han buscado formas de divinizarse, pero ese destino estaba reservado a contadísimos afortunados: los faraones en Egipto, algunos héroes, como Hércules, en Grecia y algunos emperadores en Roma. La Iglesia lo pone ahora al alcance del común de los creyentes, zagales de la majada y Papas. Y además hace una interpretación laxa de los requisitos que son virtudes heroicas o martirio.

Ha sido una beatificación de armas tomar porque Ratzinger ha dicho que Juan Pablo II venció al marxismo. La prensa ha traducido que venció al comunismo pero él, filósofo al fin, habló del marxismo. La conclusión es que ha quedado vencido el materialismo. Es posible. El materialismo es en efecto, una doctrina muy tosca y no hay mucho mérito en derrotarlo. Otra cosa es el racionalismo, que suele ir de la mano del materialismo pero no es idéntico a él. El racionalismo no prejuzga nada sobre la existencia o inexistencia de los querubines, por ejemplo; sólo exige que se le presenten pruebas a la luz de la razón, no de la fe. Y aquí es donde la beatificación se fundamenta en un hecho que repugna a la razón, esto es, en un milagro.

Se ha puesto en duda la validez de la beatificación argumentando que el tal milagro no está debidamente comprobado. Pero esto es un contrasentido porque implica la creencia de que, debidamente comprobados, hay milagros, esto es, hechos que no pueden explicarse racionalmente y eso es algo que la razón no puede aceptar porque no puede saber nada allí donde ella no es.

A los ojos de la razón la beatificación de Juan Pablo II es un rito de esa curiosa mezcla de magia y superstición que es el catolicismo con sus hechizos y su antigua y polícroma liturgia.

(La imagen es una foto de Roberto Luna, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 8 d’abril del 2011

Los curas y el sexo.

La obsesión de los curas con el sexo sólo es comparable a la que tienen con el dinero, dos cosas que les están prohibidas. Ya se sabe que prohibir es incitar a hacer, decir o pensar lo prohibido, como se sigue de universal y permanente experiencia. La religión judeo-cristiana que aquellos profesan comienza no con el pecado por haber roto una prohibición divina, sino con la misma prohibición. Dios permite todo a la pareja original excepto comer fruto del árbol del bien y del mal. El caso era prohibir algo. Podría haber sido mirar el vuelo de una golondrina o meter el pie en un charco. Pero le tocó al árbol, en concreto al manzano. Hubiera podido ser el peral, la higuera o el naranjo. Pero fue el manzano y ahí se acuñó la interpretación metafórica de los seres humanos, su naturaleza y su destino por los siglos de los siglos.

La mujer no puede contener su insana curiosidad, víctima de su escaso juicio y trae la perdición sobre la especie que, sin embargo, engendra. Así queda fijado el estereotipo femenino que se repite con diferencias en otros lugares y culturas. Pandora por Eva. Hasta la manzana tiene variaciones. Las del paraíso y la que arroja la irritada Eris, también mujer al fin y al cabo, sobre la mesa de los dioses para que se arme Troya. De aquí sale la animadversión de la Iglesia hacia las mujeres. Pero no suele preguntarse cómo se fija el estereotipo masculino porque Adán, ¿qué es? Un pobre diablo que corre a su perdición por no poder resistirse a los encantos de la mujer.

Al llenar el sexo de prohibiciones la Iglesia sigue la tradición. A España ha venido un cardenal italiano a decir que el sexo fuera del matrimonio es un desorden y que el uso del preservativo no es santo. Respecto al sexo extramatrimonial, ignoro si los católicos son más alegres que los no católicos pero sí sé, porque es obvio, que en lo del preservativo (y prácticas contraceptivas en general) prestan tanta atención a las prohibiciones de la jerarquía como los ateos o los apóstatas. Basta con ver la tasa de natalidad en España.

De todos modos, estas prohibiciones, tan fundamentadas como la de la carne de cerdo entre judíos y musulmanes, afectan sólo a los católicos y ellos sabrán lo que hacen. Es una cuestión de creencias privadas. ¿O no se quiere que sean privadas sino públicas, o sea, válidas para todos los matrimonios? Aun así tampoco sería grave mientras se limite a ser un deseo. Lo malo es cuando se quiere imponer a la fuerza, a lo que la Iglesia es muy aficionada. Porque los adultos son tan libres de hacer un contrato como de romperlo, guste o no a la jerarquía, y la justicia sólo intervendrá cuando de la ruptura se derive un perjuicio injusto para alguien.

Este intento de la Iglesia de imponer sus criterios a toda la sociedad civil está siempre presente. El cardenal en cuestión sostiene que la familia es la unión del hombre y la mujer. Las otras uniones, dice Monseñor (o quizá se le haya escapado), son privadas. Es decir unas son públicas y, por lo tanto, más, y otras son privadas y, por lo tanto, menos, son las uniones de hecho de Rajoy. No se trata de demostrar que una forma sea superior a otras sino que éstas son inferiores porque así lo dice la ley. Pero las leyes se cambian porque se han hecho para los hombres y no al revés y su función es ampliar los derechos, ser inclusivas, tratar por igual a quienes son esencialmente iguales, con independencia de sus opciones sexuales.

Pero es que esto del sexo es en verdad obsesión en el clero precisamente porque lo tienen prohibido, con lo cual no dejan de hablar de él, de pensar en él. Esa tan frecuente como extendida, silenciada, consentida y hasta justificada práctica de la pederastia, ¿no proviene de la prohibición de la sexualidad? Si la prohibición se levantara es de suponer que descendería la proporción de paidofilia en la Iglesia.

Y tiene mucha gracia con qué seguridad hablan los curas de aquello que desconocen. Les viene de oficio porque ¿acaso saben más de Dios que de las relaciones sexuales? Lo hacen con verdadero virtuosismo. Los sermones son las piezas más importantes de la liturgia cristiana pues son el ámbito de la publicidad y la propaganda. Ahora bien, el conocimiento de que presumen los clérigos para hablar del sexo, como de Dios, no puede estar basado en la experiencia directa y es, por lo tanto, un conocimiento libresco, formalmente perfecto. Dice el mentado Cardenal con sofistería propia de la cátedra de San Pedro que cuando la sexualidad se integra en el amor verdadero se tiene el gozo completo. Es posible, pero ese amor depende tanto del matrimonio como de la crecida del Nilo. Verdad es: los curas presuponen que el amor verdadero sólo cabe en el matrimonio y en su matrimonio. Pero esa es una tontería demasiado vulgar para tenerla en cuenta.

dimarts, 4 de gener del 2011

Las enseñanzas de la Iglesia.

Arranca un 2011 negro en muchos aspectos, incluido el de las sotanas. Fortalecida por su vigorosa lucha contra las injusticias, la explotación, las desigualdades, la esclavitud, la violencia de género, los abusos sexuales y la pederastia en el decenio pasado, la Iglesia vuelve los ojos a esta España, tierra de misión, según monseñor Rouco Varela, y adalid de la fe. Que no nos durmamos en los laureles pues tenemos tajo por delante. Quienes un día fuimos el pendón de la cristiandad debemos volver a serlo. El Papa Benedicto XVI, el que condena el uso del preservativo, incluso como profilaxis contra el SIDA (aunque admite algún tipo de excepción, según parece), sostiene que los españoles tenemos que fortalecer nuestras raíces cristianas, al igual que debe hacerlo el conjunto de Europa.

Traducido al español castizo que habla monseñor Rouco a pesar de ser gallego, este fortalecimiento quiere decir que los españoles estamos llamados a una nueva reconquista. No sé yo si tanto año jacobeo (que, al fin y al cabo, es el de Santiago Matamoros), tanta raíz cristiana, tanto don Pelayo (cuya encarnación hoy es el inconfundible Cascos) y tanta reconquista no acabarán produciendo algún tipo de oscuro conflicto con nuestro primo el rey de Marruecos o con el millón más o menos de magrebíes que viven entre nosotros. El término "reconquista" desde luego no parece muy oportuno... salvo que se nos ordene predicar el Evangelio a los vecinos del quinto derecha en algún momento libre del ramadán y liarnos a mamporros para convertir al infiel.

A su vez, las huestes de Rouco, los obispos, como una legión celestial, esgrimen espadas flamígeras para zanjar las cuestiones morales de la actualidad más candente. Es un frente teológico tan pintoresco, tan alejado de la realidad, tan hostil a la razón y hasta al sentido común que parece rozar lo poético. La frontera entre la poesía y la locura ha sido siempre difusa y muy porosa. Ello se sigue no solo de las biografías de innumerables poetas, como Hölderlin, Panero, Pound, Apollinaire, etc, sino también de la misma esencia de ambas condiciones, la poética y la lunática, consistente en la enajenación. El poeta es vate y vive habitado por una otredad que le dicta lo que dice; el lunático también. La diferencia está en si lo que dicen sirve para aclarar (a veces como el relámpago) o para oscurecer el mundo a quienes escuchan. Los obispos se acercan a lo poético pero no salen de lo lunático. Y eso que la otredad que los habita es un dios. Él sabrá lo que busca pero lo que los obispos dicen es para mandarlos al psiquiátrico.

Monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba dice que la UNESCO tiene programado hacer homosexual a media población mundial. Es cierto que lo dice citando a otro prelado; pero lo hace aprobadoramente. Podría haber dicho: "escuchen qué imbecilidad se le ha ocurrido a un colega". Pero no, lo cita porque él también lo piensa, a pesar de ser una imbecilidad. Y no porque la mitad de la población sea homosexual tenga algún sentido negativo, que no lo tiene, sino por creer que esa tontería sea un plan estratégico de la UNESCO. La Curia debe de creer que la UNESCO y el conjunto del sistema de la Naciones Unidas son como los protocolos de los sabios de Sión. Saben tanto de la UNESCO como Palinuro del smorrebrod.

El obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, sostiene que la violencia doméstica se da menos en los matrimonios canónicos que en las parejas de hecho. Se ha echado encima a toda la izquierda, con o sin cargo público, diciendo que falsea los datos, que no sabe de lo que habla y que las cosas no son así. Pero sí, son así. En términos estadísticos relativos hay más violencia en las parejas de hecho que en los matrimonios canónicos. La falacia del obispo no está en los números, sino en la cosa. Y la izquierda no sabe verlo, lo que habla mucho sobre una izquierda incapaz de contestar a monseñor Reig que la misma institución del matrimonio canónico es violencia y que sea consentida por la parte subalterna (la esposa/madre) no la hace menos violencia. Si se toma esto en cuenta el matrimonio canónico es infinitamente más violento que las parejas de hecho, que son libres e iguales.

El arzobispo secretario de la Congregación para el clero, Celso Morga, dice que la culpa de la pederastia en la Iglesia la tiene la sociedad, o sea, el siglo. No sé cómo van a conseguir los curas que los feligreses aprendan a combatir a los tres enemigos del alma, el mundo, el demonio y la carne cuando ellos mismos han sucumbido ya a los tres y, de colofón, añaden la hipocresía.

La última enseñanza de la Iglesia en su conjunto, jerarquía y organizaciones católicas de movilización, va dirigida a Zapatero: subir el estipendio a la Iglesia en la declaración de la renta, dejar en vigor el Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1989, aplazar sine die la ley de libertad religiosa, mantener los símbolos religiosos católicos en los ámbitos públicos no le ha servido de nada. En la misa del pasado día 2 en pro de una familia católica que nadie amenaza, la Iglesia, ya se ha visto, pidió la reconquista y se despachó contra las políticas del gobierno, especialmente el aborto, el matrimonio homosexual y el derecho a una muerte digna.

Roma sigue sin pagar traidores.

(La imagen es una foto de cntvalladolid, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 21 de novembre del 2010

El Papa, de espaldas al mundo.

L'Osservatore romano de ayer traía una selección del libro que saldrá a la venta el próximo martes, 23 de noviembre, festividad de San Trudón de Sarquinium, presbítero, titulada El Papa, la Iglesia y el signo de los tiempos. El libro recoge una larga conversación con el periodista y escritor alemán Peter Seewald y se titula Luz del mundo, nada menos. Si la antología es representativa del conjunto del intercambio (y son unas 280 páginas), es decir, si se reflejan todos los temas tratados, está claro que el Papa se considera y considera a la Iglesia la conciencia moral del mundo, aunque reconoce que el cristianismo no determina la opinión pública mundial.

Al propio tiempo no deja de ser curioso que se erija en conciencia moral del mundo alguien que sabe tan poco de él, que incluso lo ignora. Como prueba: en toda la antología (habrá que ver si asimismo en el libro, aunque tiene toda la pinta) no hay una sola palabra del Pontífice sobre la crisis general del capitalismo que azota al mundo hace ya tres años, ni sobre el capitalismo o la corrupción, o la especulación, el paro, el hambre, el creciente abismo entre ricos y pobres, etc. El Papa está dedicado a más altos menesteres. La Iglesia ya no tiene doctrina social; sólo moral, filosófica y teológica y por este orden.

Es el orgullo del intelectual quien, tras declararse pobre mendicante ante Dios, que parece una broma, dice fundirse en espíritu con los santos Agustín, Buenaventura y Tomás de Aquino, a su vez los intelectuales. No con Francisco, Martín o Esteban, el protomártir. Y lo que le interesa es combatir la actual fe en el progreso basada en un uso excluyente de la razón con pretensión de totalidad (sic) que va, dice con retorcido argumento y sofisma, en contra de la libertad. Libertad para profesar la sinrazón, la fe, los milagros, las alucinaciones místicas, los conjuros mágicos que tanto bien han hecho a la especie humana.

Este orgullo de intelectual doctrinario alcanza su manifestación más delirante en el tratamiento de los judíos. Está claro, sostiene, que los judíos son nuestros hermanos y que el Nuevo Testamento no puede entenderse sin el Antiguo; está claro asimismo que el comportamiento del Vaticano con el III Reich dejó bastante que desear. Pío XII calló, afirma su sucesor, porque no podía hacer de otro modo pero, añade, salvó muchas vidas judías. Será como Su Santidad dice pero sin duda salvó muchas menos de las que condenó con su silencio. En fin, el asunto adquiere tonalidades sublimes cuando recuerda que Cristo también ha venido a salvar a los judíos, no sólo a los paganos, quieran o no quieran, en el más dulce espíritu católico.

Allí donde el Papa aborda cuestiones del siglo, sus manifestaciones muestran un paladino desconocimiento de la realidad. En materia de pederastia del clero, Benedicto XVI confiesa que ha sido duro de tragar porque ese comportamiento ensucia el sacerdocio. ¿Qué iba a decir? A continuación da a entender que el tratamiento de los medios pretendía poner a la Iglesia en un brete, desprestigiarla. Admite el mal y el daño causado por ese clero pero no parece entender que, si se ha conocido, ha sido gracias a los medios.

Su imagen de las drogas resulta apocalíptica. La droga destruye personas y hasta países enteros. La llama paraíso del diablo que, como metáfora (muy en la línea de los Paraísos artificiales de Baudelaire) empleada por un pontífice católico, no deja de tener su chiste. Pero, fuera de condenar con gesto sombrío, no aporta una sola idea, una sola propuesta de solución.

Pero en donde el Papa muestra su lado más dogmático, ajeno al mundo real y al conocimiento más elemental de los asuntos sobre los que pontifica, y nunca mejor dicho, es en lo referente a cuestiones sexuales y a las mujeres. No sabe nada pero juzga sin apelación posible. El condón es condenable porque banaliza la sexualidad. Atención a ese galicismo de "banalizar" que presupone algún tipo de carga trascendental para la sexualidad. ¿Y qué puede ser ello? Sencillamente, que el condón hace posible separar la sexualidad de la procreación, es decir, libera la sexualidad lo cual horripila al Papa y ese es el verdadero motivo de su enemiga al condón. Como no lo puede decir, probablemente porque le da vergüenza, emplea el término "banalizar" y, añade, además, para cargarse de razón científica, que tampoco sirve para contener el SIDA que es como decir que el agua no apaga el fuego.

En cuanto a las mujeres el Papa oculta su misoginia colgándose de las palabras de su predecesor: La Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir a las mujeres la ordenación sacerdotal. Es decir: no es que no queramos; es que no podemos, es que la Iglesia fue constituida por Cristo como un androceo al escoger doce discípulos y ninguna discípula. No podemos hacer nada. Y, sin embargo, esto es falso: Cristo otorga a San Pedro la llave del Reino de los cielos y le confiere plenos poderes de modo que todo lo que aquí atare será atado en el cielo y todo lo que desatare, desatado. La iglesia no tiene sacerdotisas porque no quiere, no porque no pueda. Estaría bueno. Es evidente que se trata de una discriminación; tanto que, a renglón seguido, para aliviar su mala conciencia (que pretende sea la del mundo), el Papa se felicita de lo muy importantes que son la mujeres en la Iglesia al día de hoy en las funciones que tienen encomendadas. Todas ellas subalternas, por supuesto.

(La imagen es una foto de Catholic Church (England and Wales), bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 26 de novembre del 2008

A cristazos.

Ya tenemos montada otra polémica a cuenta de la manía de los católicos de imponer su presencia en todas partes, guste o no al personal. Y una polémica donde cada cual está retratándose admirablemente. Los tribunales cumplen con su deber: el de Valladolid ordena retirar los crucifijos del Colegio "Macías Picavea" (ilustre arbitrista a quien hubiera parecido muy bien la medida) y los de otros lugares recuerdan que son los gobiernos de las Comunidades Autónomas quienes deben pronunciarse al respecto. El Gobierno español, sin embargo, a la altura de su acreditada parsimonia, se lava las manos como Pilatos (lo que es muy oportuno, dado el tema) y de momento no dice nada respecto a las crecientes presiones para que se retire al crucificado de las aulas de los colegios públicos, algo que debiera de haberse hecho hace años en virtud del carácter aconfesional del Estado español.

Al contrario, la clerigalla y sus monagos han tocado a rebato ante la perspectiva de aulas sin sus queridos crucifijos. Según 20 Minutos, uno de aquellos, Juan Manuel de Prada, sostiene en L'Observatore romano que considerar el crucifijo ofensivo es síntoma alarmante de necrosis cultural, lo que es una interpretación de los hechos bien chusca dado que nadie, que yo sepa, considera ofensivo el crucifijo sino el hecho de imponer su presencia en los lugares públicos con independencia de lo que piensen quienes los frecuentan. El crucifijo en sí no es ofensivo; es otras cosas, como diré más abajo, pero no ofensivo. Ofensivo y agresivo es imponer el crucifijo, no el crucifijo mismo si el señor De Prada se limita a tenerlo en su casa y rezarle cuanto quiera... sin molestar a los vecinos.

Uno de esos monseñores que pasa más tiempo hablando por la radio que atendiendo a su grey, el arzobispo Cañizares, dice que retirar los crucifijos de los colegios es una muestra de cristofobia, un concepto nuevo para mí que probablemente oculta la pretensión eclesiástica de tratar a quienes no quieren crucifijos en las aulas como enfermos mentales. Cada día está más claro qué bien hacemos los ateos y agnósticos en oponernos a las tendencias totalitarias de la Iglesia católica. De no hacerlo así, estaríamos aún como en los tiempos de franquismo cuando el bautismo era obligatorio, el matrimonio canónico obligatorio, la enseñanza de la religión obligatoria, la vida nacional se regía por el calendario eclesiástico, había curas hasta en la sopa y ellos decidían lo que podía verse en los cines o en los teatros.

Porque esa es la realidad. Hace unos días, otro arzobispo que no cesa de injerirse en la vida pública civil, Monseñor Rouco Varela, decía que el relativismo moral y el laicismo fueron los causantes de los totalitarismos, cuando es obvio que el último que hubo en España lo montó precisamente la Iglesia católica. Esa inverecundia con la que los carcas acusan a los demás de sus propios defectos es lo que los psicólogos llaman "proyección". Eso lo hace a la perfección doña Esperanza Aguirre que no para de intervenir en la sociedad y en los medios de comunicación pero acusa a los demás de intervencionistas, que carece de todo principio moral (como se vio en el "tamayazo") pero acusa a los adversarios de relativismo moral.

La proyección suele ocultar asimismo un intento de imponer los criterios propios al precio que sea. Que es lo que hacen los católicos en nuestra sociedad. No solamente quieren tener sus crucifijos en las escuelas y todos los edificios oficiales, sino que pretenden apropiarse permanentemente los espacios públicos con sus procesiones, sus rogativas, sus mesas petitorias o el tañido de sus campanas, colonizar con su liturgia todo el protocolo civil y militar españoles, desde los juramentos de los cargos a los funerales de Estado, los desfiles y los actos conmemorativos. Afán totalitario en el que, al menos parcialmente, cuentan con la ovina y perruna aquiescencia de un gobierno que no osa ponerles coto con la contundencia que su responsabilidad y su historia requieren.

Y no solo son totalitarios sino embusteros y falsarios. Otro de estos clérigos de púlpito permanente en la plaza pública, el cardenal Amigo, dice ahora que lo que hay que hacer es respetar los símbolos de todas las religiones. En verdad tienen el rostro de hormigón armado y su cinismo no conoce fronteras: ¿desde cuándo respetan los curas católicos los símbolos de las otras religiones? Pregunta sencilla de contestar, ¿verdad?: desde que no les queda más remedio; desde ayer, como quien dice, porque antes los perseguían a sangre y fuego, como ordena su Dios en la Biblia que hagan con los que llama "ídolos" y "falsos dioses" y como harán mañana, si pueden. ¿Cree alguien aquí que los católicos, sobre todo los curas, admitirían que hubiera medias lunas o estrellas de David en las aulas de las escuelas? Ni borrachos. Entonces, ¿por qué dice lo que dice el cardenal Amigo? Porque según habla, miente.

Una última consideración: quienes nos oponemos a la apropiación privada de los espacios públicos que hacen los católicos no solamente no somos "cristófobos", ni padecemos "necrosis cultural", ni nos "molestan" los crucifijos, como dice a su vez la señora De Cospedal si no que, al contrario, en muchos casos por ejemplo el mío admiramos la figura de Cristo (a quien, por supuesto, no consideramos Dios pero sí un gran hombre) y sus enseñanzas y tenemos en altísima estima la imagen de la crucifixión como aportación singular a la historia del arte occidental. Pero es que aquí no se está pidiendo que se retiren obras de arte como ese Cristo de Cimabue del siglo XIII que hay en la ilustración, sino unas horrendas piezas fabricadas en serie industrial que para los niños simbolizan el culto católico al sufrimiento, la tortura y la muerte. Y sobre todo que se retiren como figuras únicas y de máxima relevancia en paredes y muros.Los católicos son muy libres de entregarse a esas orgías de sangre, insisto, en su casa. Los demás no tenemos por qué aguantar su proclividad al sadismo y mucho menos exponer a nuestros hijos a su dañina influencia.


(La imagen es una tabla al temple de Cimabue (de entre 1268 y 1271) que se halla en la iglesia de San Domenico de Arezzo, Arezzo, Italia).