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dilluns, 29 de desembre del 2008

La futilidad eucarística.

Con toda la pompa y el boato que revistió el acto eucarístico de ayer en la Plaza de Colón quedó flotando en el ambiente una sensación de futilidad, confusión e incertidumbre. En un país de cuarenta y seis millones de habitantes cada vez más diversos y multiculturales, los cien o doscientos mil que ayer se reunieron suponen una proporción minúscula. Que esa minúscula proporción se reúna en un día señalado para celebrar la vigencia de sus creencias religiosas no hace a éstas más necesarias ni les otorga un derecho superior sobre otras creencias o falta de creencias que convivan con ellas en la sociedad, con independencia de la cantidad de gente que las respalde. El valor de las creencias no depende del número ya que éstas florecen como resultado del ejercicio de un derecho inherente a la persona: el de libertad de credo y de religión.

Parte de la jerarquía católica española salió ayer a defender su fe en el valor inmarcesible de su visión de la institución social básica de reproducción que es la familia. Digo que parte porque otra se quedó en sus diócesis, temerosa de que el acto se convirtiera en un estridente mitín político en contra del Gobierno, como el año pasado; lo cual ha influido probablemente para que el de este año tuviera un carácter más religioso y los pronunciamientos políticos fueran indirectos, implícitos, sobreentendidos. Y esto mismo es lo que le presta ese carácter fútil, innecesario, ambiguo.

Que la familia sea la unidad social básica de reproducción no lo duda nadie y nadie, que yo sepa, ataca en nuestra sociedad la vigencia de la institución. Por eso resulta confuso que la Iglesia católica defienda algo que nadie ataca. Pero es que la Iglesia no defiende la institución de la familia en sí misma sino su especial idea de dicha institución. Y no sólo defiende su idea de la familia, que es algo a lo que tiene perfecto derecho, sino también el que dicha idea de la familia sea la única que se permita, dejando a las demás formas de entender y organizar la familia fuera de la legalidad, como en los tiempos más duros del nacionalcatolicismo. Como esto no se puede decir, la Iglesia recurre a la ambigüedad de utilizar como sinónimos "familia" y "familia cristiana" para prohibir las familias no cristianas pero no tener que justificar dicha prohibición.

No está mal pero no cuela porque nadie aquí y ahora ataca a la familia ni a la forma cristiana de ésta. Es obvio que quien quiera contraer matrimonio católico en España y formar una familia de acuerdo con sus creencias puede hacerlo sin traba alguna. Carece pues de sentido el propósito de Monseñor Rouco de defender una forma de familia distinta a la que está de moda. No hay forma alguna de familia más de moda que la que defiende Monseñor Rouco, más o menos fielmente atenida a su estricta condición. Como también carece de sentido (antes bien, es un grosero atentado a la verdad) decir que esa forma "dispone de tantos medios y oportunidades mediáticas, educativas y culturales para su difusión" cuando bien a la vista está que la forma defendida por el Cardenal tiene una aplastante presencia social y las otras todavía luchan por ver reconocido su derecho a existir en condiciones de igualdad con la predominante.

Guste o no a la Iglesia y a Monseñor Rouco ya no se pueden imponer unas creencias particulares al conjunto de la sociedad. Gracias a los avances de la ciencia la institución básica de reproducción social admite variantes de acuerdo con las preferencias de sus componentes individuales sin merma de la eficacia de su función reproductiva. Por eso la Iglesia se opone a tales avances científicos, como siempre, porque amplian las posibilidades de los individuos para organizar a su libre albedrío la forma básica de la convivencia social. Y por eso también sus afirmaciones resultan tan delirantes. Dice Monseñor Rouco que la familia es "la donación esponsal del varón a la mujer y de la mujer al varón y, por ello, esencialmente abierta al don de la vida: a los hijos". ¿Por qué? ¿Porque lo diga él? Como delirante es la afirmación del Papa que escucharon ayer sus seguidores de impedir que "el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se desvirtúen". ¿En qué desvirtúa a dichos lazos el que otras gentes tengan derecho a organizar otras formas de familia? Por supuesto en nada. Y como esto tampoco puede decirse hoy día, el acto siguió subiendo de ambigüedad.

Y así será mientras continúe manteniéndose otra confusión que ayer fue patente en la plaza de Colón y hoy repiquetean todos los comentaristas de la derecha, esto es, que el acto eucarístico era la defensa de unos valores residenciados en la familia, cristiana, no se olvide. Aquí reside la confusión cuando no el engaño deliberado. Por mucho valor que quiera atribuirse a la familia, cristiana o no cristiana, ésta no deja de ser un medio, un instrumento del auténtico depositario y titular de todos los valores, el único que ayer estuvo ausente en las prédicas eclesiales, jaculatorias litúrgicas y doctrinas pontificales: el individuo, el ser humano individual, titular de todos los valores y todos los derechos. Porque la familia se hizo para el individuo y no el individuo para la familia. En esto la ambigüedad y la contradicción del clero católico adquiere tonalidades ridículas. Es un derecho del individuo formar una familia cristiana o una familia no cristiana; como lo es no formar familia alguna. Que es exactamente lo que hace el propio Monseñor Rouco Varela, inmerso clamorosamente en esa pública contradicción de predicar una cosa y hacer otra. A este respecto el clero protestante procede con mayor coherencia porque el católico no tiene remedio y por eso delira.

Este intento de anteponer los valores de un medio, de un instrumento, de un ser colectivo, a los del ser humano individual que es fin en sí mismo pero sin poder decirlo es lo que hace que actos como el de ayer resulten confusos, fútiles, patéticos y trasnochados. La familia no está amenazada; al contrario, cada vez tiene mayor auge y está más viva porque ve reconocida su multiplicidad de formas en contra de la sañuda oposición de los Roucos Varelas. Los valores de la familia no están en cuestión. Como tampoco lo están los de su último titular y depositario, que es el individuo. Al contrario, jamás ha tenido el individuo mayor libertad para organizar su vida de acuerdo con las creencias y valores que le parezcan medulares y que pueden coincidir o no con los del clero católico que ensalza la familia pero no la practica.

Uno de esos derechos del individuo es el de la interrupción voluntaria del embarazo, el aborto, contra el que también cargó ayer Monseñor Rouco hablando fuera del tiesto de una "cultura de la muerte", como si el aborto, en lugar de un derecho de los seres humanos individuales, especialmente las mujeres, fuera una obligación. Como tampoco aquí se puede decir tamaña barbaridad porque es obvio que el derecho al aborto presupone el igual derecho a no abortar, el acto resultó confuso y ambiguo.

Hubieran querido pedir que se prohiban por ley las familias que no se ajusten al modelo católico y que por ley se prohiba la interrupción voluntaria del embarazo pero como probablemente el Vaticano ha impuesto moderación en el ultramontano clero español y éste sabe además que no están las cosas para plantear más conflictos de los que ya hay, su posición se desdibuja, pierde fuerza. Resulta triste comprobarlo una vez más, pero la Iglesia sólo interpreta satisfactoriamente su papel cuando combate, ataca e impone a la fuerza sus principios y convicciones. Cuando no puede hacerlo, su mensaje se torna arbitrario, caprichoso e incomprensible. Tiene graves problemas para adaptarse a una sociedad democrática en la que conviven creencias o falta de creencias distintas y esos problemas la afectan en su propio cuerpo de creyentes (excusado decir los que no lo somos) muchos, muchísimos de los cuales, a fuerza de demócratas no quieren vivir en una sociedad que imponga sus valores como los únicos legales y aceptables. Eso es algo que la jerarquía católica no acaba de entender y va a costarle muy caro porque, si no lo acepta, acabará identificada con las opciones políticas de la extrema derecha, cosa que en esta ocasión ha conseguido evitar a costa de la claridad de su mensaje.

Al final, cabe preguntarse razonablemente: ¿para qué se reunieron ayer cien o doscientas mil personas en la plaza de Colón? Y la respuesta es bien enteca: para escuchar misa. Santas y buenas.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 21 de desembre del 2008

La reforma de la ley del aborto.

La decisión a que parece haber llegado la subcomisión del Congreso de recomendar la adopción de una ley de plazos que permita la libre interrupción del embarazo hasta las catorce semanas de gestación promete ser el principal objeto de polémica político-social en España en el futuro inmediato. El cardenal Rouco Varela, cuyo integrismo católico es incluso superior el del Papa Ratzinger, ya ha empezado a tronar desde las ondas condenado la "cultura de muerte" que nos invade y prepara un acto eucarístico para el próximo día 28 en el que sin duda este asunto del aborto ocupará un lugar destacado en las soflamas que se prodigarán ante fieles venidos de toda España movidos sobre todo por los neocatecúmenos de Kiko Argüello.

Es una polémica inevitable y, al mismo tiempo perfectamente estéril ya que las posiciones de ambas partes (pro y contra) están argumentadas hasta la saciedad, son muy rígidas y no es previsible que se aporten argumentos novedosos. Los partidarios, entre los que se cuenta Palinuro, lo ven como el ejercicio de un derecho subjetivo de las mujeres a decidir sobre algo que es de su exclusiva competencia (si bien aquí aparece el problema de la posible codecisión del varón que no es fácil de encajar) e intangible. Los enemigos lo situan en el terreno general del derecho a la vida y lo ven como una práctica delictiva.

No hay posible acomodo entre las partes y, en tanto no pueda aportarse prueba científica incontrovertible sobre el núcleo del asunto, esto es, el de la personalidad del nasciturus, no se ve que pueda resolverse de otro modo civilizado que a través de la decisión mayoritaria de la sociedad que es lo coherente con los sistemas democráticos. Pero esto tampoco es un argumento que convenza a los contrarios para quienes la decisión mayoritaria no puede amparar la comisión de delitos. No se trata de una posible forma de "tiranía de la mayoría" sino del hecho de que niegan a ésta, a la mayoría, competencia para pronunciarse al respecto.

Por ello la única solución es imponer la decisión de la mayoría en el entendimiento de que ésta puede cambiar y que cambie o no dependerá del modo en que los antiabortistas argumenten su posición. El hecho de que las leyes de plazos imperen en la Europa democrática indica que no están haciéndolo muy bien. El hallazgo de Monseñor Rouco de la "cultura de la muerte" no augura mejoría alguna. De paso cabe objetar al uso de la metáfora cardenalicia. Esa trivialización del término cultura, tan frecuente hoy en expresiones como "cultura del diálogo", "cultura de la violencia", "cultura del consumo", etc es extraordinariamente desafortunada. Y, de empeñarse la Iglesia en ella a pesar de todo, debiera quizá mirar en sus propias entretelas porque no sé si es la más indicada para afear en los demás una supuesta "cultura de la muerte". Esa Iglesia cuyo distintivo es un muerto clavado en una cruz.

(La imagen es una foto de Gaby de Cicco, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 1 de novembre del 2008

El guirigay de la Reina.

Las declaraciones que la Reina Sofía ha hecho a la miembra numeraria de la secta del Opus Dei doña Pilar Urbano quien, por cierto, estará encantada de la publicidad gratis, fueron ayer objeto de todo tipo de valoraciones, juicios, encomios y denuestos en el foro patrio. Supongo que puede ponerse como ejemplo de funcionamiento de la acción comunicativa habermasiana: la ciudadanía informada y crítica debatiendo en público para llegar a alguna conclusión consensuada que permita el funcionamiento democrático. ¿Fue así? Por supuesto, tras leer y escuchar a todos (creo) quienes tuvieron algo que decir, pienso que llegué a un par de conclusiones. Pero no espero que sean de general acuerdo.

Empezó la Casa Real con un comunicado (véase entrada de ayer), prodigio del doble lenguaje, en el que trataba de exonerar a la Reina por el carácter crudo y reaccionario de algunas de sus opiniones, echando la culpa a la periodista de un modo cicatero y ruin, hablando de que se trataba de opiniones en el ámbito privado. Al dar esta mendaz excusa, la Casa Real está reconociendo implícitamente que las tales opiniones no son de recibo. Pero, además, hace falta ser caradura y abusón para decir que opiniones que se dan a una periodista que está escribiendo un libro sobre la opinante (cosa que la opinante sabe de sobra) pertenecen al ámbito privado. Eso es tomar a la gente por idiota. Claro que no serán los únicos que lo hagan en este asunto, según veremos. Ahora lo lógico sería pedir otro comunicado de la Casa Real aclarando si con esa "explicación" pretende tomar a los ciudadanos por idiotas.

La señora Urbano salió al paso del intento real de matar al mensajero con bastante dignidad, reafirmando que cuanto en el libro se dice es lo que la Reina largó. Con la misma dignidad (pero mucho menor acierto) añadió la señora Urbano una defensa del derecho a la libertad de expresión de la Reina. Menor acierto porque si la Reina es parte del genérico "Corona", carece de ese derecho en el sentido en que lo tenemos los demás. ¿Por qué? Porque a los demás nos procesan y condenan por meternos con el Rey (también parte de la "Corona") que tiene una protección especial y, además, no es responsable penalmente. ¿Se puede permitir que alguien se ampare en tales privilegios e inmunidades y, al mismo tiempo, quiera tener el disfrute de los derechos que tenemos quienes no disfrutamos de tales privilegios? No, ¿verdad? La Reina no puede decir lo que quiera. Eso que, al parecer, ignora la señora Urbano, lo sabe muy bien la Casa Real que no defendió a la Reina lenguaraz con el hipotético derecho a la libertad de expresión sino con la circunstancia de que era comunicación "privada", que no lo era.

Vinieron luego los partidos políticos que, en un primer momento, recordando la anglofilia de todos los estamentos conservadores del país, ordenaron a sus huestes guardar silencio sobre las declaraciones de la Reina. Pero, no siendo fríos gentlemen británicos sino cálidos bocazas latinos, no guardaron la orden arriba de media hora. Empezó el señor González Pons, portavoz del PP, censurando las tales declaraciones y pidiendo que los miembros de la Corona guarden el principio de neutralidad, cosa que a mí me parece muy bien pero que sacó de quicio a un ultra aznarista de ese partido, el señor Elorriaga que, a su vez, considera que las afirmaciones de González Pons son intolerables. Jesús, María y José (José María Aznar, claro es). ¿Lo ve Majestad? ¿Ve qué follones se arman entre sus leales súbditos cuando pierde Vd. la compostura?

He de decir, sin embargo, que la reacción más lamentable, por lo más tristemente esperada, fue la del Gobierno. No sólo no respetó su recomendación de callarse sino que se aplicó con denuedo a defender a la Reina, menospreciando de paso el cociente intelectual de los ciudadanos, empezando por sus votantes. El señor Rodríguez Zapatero y la señora Fernández de la Vega elaboraron el mismo discurso que probablemente habían apalabrado antes: la Reina ha tenido siempre un comportamiento constitucionalmente ejemplar, los ciudadanos debemos estar orgullosos de ella, la Monarquía goza de enorme prestigio en España y todos la queremos mucho, especialmente a la Reina. O sea: cállate niño, que estas cosas son de mayores. No encuentro palabras para calificar esta reacción de unos gobernantes supuestamente de izquierda que no solamente no se mantienen en silencio (cual podían haber hecho) sino que pierden literalmente el culo por defender lo indefendible y, además, tratando de cegar el debate, que el asunto no se discuta, que no se hable, que no haya acción comunicativa, digan lo que digan Habermas y ese gurú filosóficopolítico, Pettit, que diz que ilustra al señor Rodríguez Zapatero. ¿Cómo que el asunto "no da para más", según dice el presidente del Gobierno? ¿Cómo que nos callemos? Pero esto ¿qué es?

Yo no sé si en el pasado la Reina ha cumplido sus obligaciones constitucionales, cual dice el señor Rodríguez Zapatero, porque sólo la he visto en actos protocolarios o en la portada de revistas del corazón ocupándose de lo que, si no se me toma a mal, me parecen chorradas para marujas. Pero es que por muy ejemplar que haya sido, una sola metedura de pata, puede dar al traste con ese "siempre" y para "siempre". Un general habrá ganado todas las guerras pero puede bastar una batalla perdida para que lo pierda todo. Un juez puede haber sido todo lo justo que se quiera en la vida pero la comisión de un solo delito, uno solo, termina con su carrera de juez. Y es razonable que sea así.

Porque las declaraciones de la consorte real no son asunto baladí ni mucho menos. Es posible que los gays y lesbianas se hayan dado por satisfechos con las seudoexplicaciones despreciativas de la Casa Real; a mí me parece que así muestran su espíritu de lacayos. Porque dichas declaraciones, todas las que he visto, sobre los gays, sobre el aborto, sobre la violencia machista, sobre política exterior, no son de recibo en modo alguno. Por algún sitio he leído que ya se sabe que la Reina es conservadora, católica y blablabla. Monsergas. Esta señora es una católica conversa por conveniencia y no es conservadora sino directamente reaccionaria, retrógrada, intolerante, y despreciativa con quienes no piensan como ella. Muy del agrado de la secta del Opus Dei, supongo ya que, al parecer, su secretaría privada pertenece a ella. Cómo no. Además está enfrentada a la legalidad vigente del país sobre el que, para nuestra desgracia, reina desde que el dictador anterior, que nombró Rey a su marido como Calígula nombró senador a su caballo, tuvo por fin la gentileza de morirse. Y digo bien: enfrentada a la legalidad vigente en el país, contraria a la ley positiva que autoriza el aborto al que ella se opone. ¿Y su marido? ¿También se opone? Y ¿por qué ha sancionado la ley que lo autoriza?

Vayamos a algo que no traté ayer por falta de espacio: la violencia machista. Viene a decir doña Sofía que la información sobre ella anima a los posibles maltratadores; es decir, está pidiendo que se censure la información, que se silencien los casos de violencia machista y, además, no la condena. Hay mucha gente en el País Vasco procesada por no condenar otra forma de violencia que causa menos muertes al año. Y esta señora no solamente no condena sino que, a fuer de católica, viene a decir que las mujeres se aguanten porque siempre ha sido así y el matrimonio, etc. Doctrina católica.

¿Por qué hemos de aguantar que desde la Corona se difundan tan ponzoñosas doctrinas que sólo placen a lo más siniestro del clero estilo Rouco?

No, esto da para mucho más, diga lo que diga el señor Rodríguez Zapatero, que trata de acallar el debate sobre este asunto como trató de acallar el de la crisis. Da para que se le exija a la señora Sofía de Borbón una retractación pública. Es libre, por supuesto, de creer que cada mujer que aborta en nuestro país es una pecadora y una asesina y de manifestarse en consecuencia en contra del aborto, como monseñor Rouco y otros roucos, pero no de decirlo como Reina. Y si, a pesar de todo, quiere decirlo, que deje de ser Reina que, por lo demás, ya se ve que no se perderá gran cosa.

(La imagen es la portada del diario Público de ayer.

divendres, 31 d’octubre del 2008

Carta abierta de una lesbiana a la Reina Sofía.

Todavía estoy riéndome a mandíbula batiente de la sarta de necedades de marujona que, según El País ha soltado la Reina a la periodista Pilar Urbano. No es difícil imaginar a la pareja de cacatúas chismosas mano a mano horrorizándose de hasta dónde vamos a llegar con la perversión y licencia de costumbres actuales mientras beben té encorvando el meñique y comen pastas con melindres de gazmoñas añosas. Ya lo decía el asesino Francisco Franco, figura admirada por ambas, sobre todo por doña Sofía que tantas veces fue con él del ganchete a los chundaratas de aquella Dictadura de delincuentes cuya continuidad ostenta su marido: que no había que confundir la libertad con el libertinaje. Y es que hoy se confunde todo. Bien está que se casen los homosexuales (puesto que ya no lo pueden impedir), pero que no le llamen "matrimonio" a su casorio. Se está perdiendo la honradez y la decencia. Hasta su hija anda divorciándose como si fuera una cupletista de ese apolíneo galán que escogió por marido y su hijo unido en lamentable coyunda con una divorciada. Los cimientos morales se hunden.

¿Y qué decir del aborto? He aquí un derecho de las mujeres reconocido por la ley en vigor al que la Reina se opone frontalmente. Pues nada, hombre, que hagan a esta señora mascota de Fuerza Nueva y, en su defecto, del PP que también está a la última en materia de respeto a derechos reconocidos por la ley. No se dirá que no es original tener una Reina que está en contra de la ley vigente.

¿Y del creacionismo? A los niños hay que enseñarles no lo que diga la ciencia sino las patrañas y las leyendas de las que vive un sujeto como Rouco Varela y en las que esta señora cree a pie juntillas, haciendo escaso honor a su nombre.

Iba yo a seguir desgranando aquí mis cavilaciones sobre la egregia metedura de patoncio de doña Sofía cuando recibí un e-mail de mi amiga Dulceflor que es una lesbiana muy activa y presidenta de una asociación de gays, lesbianas y transexuales de mi pueblo indignada contra la esposa del Rey y preguntándome si Palinuro le cedería su espacio para publicar una carta abierta a doña Sofía de Grecia. Le dije que Palinuro será siempre partidario de dar voz a quienes no la tienen y que mandara la carta cuando quisiera. Aquí está, íntegra y sin aditamentos:


CARTA DE DULCEFLOR A DOÑA SOFÍA

Señora de Borbón: se atreve Vd. a negarnos el derecho a llamar a nuestras uniones como nos parezca y en concreto a emplear la palabra "matrimonio" para ellas. ¿Qué pasa? ¿Es Vd. la dueña de las palabras? Las palabras son reflejo de las ideas y, si no podemos llamar a las cosas con las palabras que queramos es porque tampoco estamos autorizadas a pensarlas como queramos. ¿También es Vd. la dueña de los pensamientos ajenos? ¿Hay que pedirle permiso para pensar? ¿En dónde se ha creído Vd. que está y que estamos? ¿En qué tiempo piensa que vivimos? ¿Son sus pensamientos mejores que los nuestros? ¿Lo son sus palabras? ¿Lo es su "matrimonio"? Vd., Señora, no piensa ni ha pensado jamás; no sabe qué es eso. A Vd. se lo ha dado todo pensado una caterva de cantamañanas repleta de curas, tiralevitas y aduladores como lo eran Vd. y su señor marido cuando tenían que arrastrarse a los pies de Franco para que éste los dejara reinar a su muerte.

Presume Vd. de sensibilidad artística por el hecho de pasear por los museos y asistir a conciertos cuando tiene Vd. tanta de esa como un pollino y quizá menos. Porque ¿qué sensibilidad puede tener quien niega a los demás sus derechos, incluido el muy elemental de llamarse como deseen? Por su boca hablan la ignorancia, la petulancia y el desprecio de siempre de los parásitos aristócratas hacia la gente sencilla. Vd. y la otra sinsorga que la ha entrevistado dan la medida de la abyecta supeditación de las mujeres indignas en una cultura patriarcal regida por los mandatos de esos enemigos de la especie humana que son los curas.

Dice Vd. que si todos los heterosexuales salieran de manifestación lo ocuparían todo o algo así de bobo. Pero si Vd. no es nada, Señora; a Vd. la han hecho con un molde de simpleza y la prueba es que ni para poner ejemplos vale. ¿Para qué van a salir de manifa los heteros si el mundo es suyo, si son ellos los que han hecho las leyes, las instituciones, las palabras? ¿Contra qué se iban a manifestar? Ni Vd. misma lo sabe porque no tiene ni idea de lo que pasa en el mundo, en la sociedad, en la vida en que los demás bregamos. En el fondo, lo que Vd. quiere decir, pero lo ignora (o eso espero por su bien) es si los heteros salieran a la calle a masacrar a los homosexuales, que es lo que les va siempre a quienes andan por ahí dando órdenes y diciendo a los demás cómo tienen que vivir sus vidas, qué palabras pueden utilizar y qué deben hacer. Pero como por ahora no están las cosas para que Vd. y los que son como Vd. enseñen su verdadero rostro, tiene Vd. que lloriquearle sus frustraciones a otra pobre de espíritu, tan estrecha de criterio y corta de talla moral como su entrevistadora.

Dice Vd. asimismo que no entiende el orgullo gay. Claro, Vd. no entiende nada que no sea vulgar, chato anodino, nada que sea transgresor, rebelde, único. Es Vd. reina, sí, pero tiene alma de botijo manoseado, de bota de vino mugrienta, de horizonte pequeño y bastante ruin. Lea Vd. algún libro de vez en cuando mujer, a ver si se le despejan las ideas

¿Pensará Vd. que tiene Vd. altura moral para decir a los demás cómo deben comportarse? ¿No está Vd. casada con un perjuro? ¿No juró su marido fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional que luego traicionó en cuanto pudo? Y Vd. misma, ¿no cambió de rito y liturgia religiosa por conveniencias mundanas? ¿No renunció Vd. al rito ortodoxo por el católico? Nosotros, los homosexuales, trans y bisexuales no faltamos a nuestros juramentos ni negamos nuestra religión, cuando la tenemos, por intereses mundanos así que puestos a saber quién tiene más integridad y más dignidad moral, el asunto no me parece difícil de averiguar.

Entre tanto, Señora, reciba Vd. el testimonio de mi más absoluta desconsideración.


Hasta aquí la carta de mi amiga Dulceflor que no tiene desperdicio y pone a cada cual en su sitio. Por mi parte añadiré tan solo que la nota hecha pública por la Casa Real no resuelve nada y demuestra que ese ente llamado "Casa Real" está compuesto por personas tan ignaras, soberbias y despreciativas hacia el común de los mortales como los titulares a los que representan. Vd. se sienta a hablar con una periodista que le dice que va a publicar un libro con lo que se hable en la entrevista ¿y sostiene Vd. que estaba Vd. en un "ámbito privado"? ¿No es evidente que quienes así razonan piensan que las gentes somos estúpidas dispuestas a creer que una cosa es verdad simplemente porque la diga el Rey y aunque contradiga las normas elementales del sentido común?

Vayamos un poco más allá: esta nota no es suficiente porque lo que tiene que hacer la señora del Borbón es pedir disculpas públicamente por su estúpida falta de sensibilidad para con unos ciudadanos. Porque éstas no son opiniones de doña Sofía, que no es nadie, sino de la Reina de España. Es más, esta señora no es Reina por ser Sofía sino que, al revés, es Sofía porque es Reina. Ella personalmente no pinta nada y sus opiniones no le interesan a nadie. Como Reina quizá sí. Pero precisamente como Reina no puede hablar sobre asuntos que dividen a la opinión pública y mucho menos sobre los que están sub iudice porque, como es evidente, se dé ella cuenta o no, es una interferencia de la consorte del Rey en los asuntos políticos, una extralimitación de funciones, un abuso.

Lo que tiene que hacer la Reina es callarse y no infligir a sus súbditos ese conjunto de vaciedades, convencionalismos y meras barbaridades reaccionarias que le bullen en la cabeza o lo que funja como tal.

(La segunda imagen es una foto de Jaume d'Urgell, bajo licencia de Creative Commons, la tercera, la portada del diario Público de hoy).

divendres, 3 d’octubre del 2008

El fundamento moral de la comunidad (II).

Vamos con la segunda entrega de la reseña del interesante libro de Sandel (Filosofía pública. Ensayos sobre moral y política, Barcelona, Marbot ediciones, 2008, 366 págs), la que se refiere al modo en que la jurisprudencia constitucional del Tribunal Supremo (TS) estadounidense ha tratado dos cuestiones morales que son decisivas en el debate con el liberalismo "basado en los derechos", el aborto y la homosexualidad. Me parece asimismo la parte más brillante de la obra en la que el autor toma la decisión que autoriza el aborto en la famosa sentencia de Roe v. Wade (1972) como punto de referencia para la jurisprudencia sobre la homosexualidad. De ahí que, aunque afirme que tratará ambas cuestiones, la reflexión versa casi exclusivamente sobre la homosexualidad.

Afirma Sandel de entrada que hay dos modos de condenar tanto el aborto como la homosexualidad, el que él llama "ingenuo", consistente en afirmar sin más que ambas prácticas son moralmente malas y el "sofisticado", según el cual la decisión sobre si autorizarlas o no debe reservarse a la de la mayoría sin pronunciamiento alguno previo sobre su bondad o maldad (p. 171).

El arranque del tratamiento aparece en el caso Griswold v. Connecticut (1965) en el que el TS anulaba una ley de Connecticut que prohibía el uso de preservativos argumentando que violaba el derecho a la intimidad del demandante y negando el del Estado a inmiscuirse en ella. Es decir empleaba la vía "sofisticada" en lugar de la ingenua y no se pronunciaba sobre la cuestión de fondo. Posteriormente en un caso parecido (Eisenstadt v. Daird, 1972), el TS anulaba otra ley estatal que no prohibía el uso de preservativos pero sí su distribución y daba un paso muy significativo en el entendimiento de la intimidad puesto que afirmaba el derecho de los particulares a tomar las decisiones que quisieran en el ámbito de su privacidad; es decir había un comienzo de una valoración moral positiva de la intimidad lo que, a juicio de Sandel abría ya el camino a Roe v. Wade (1972) (p. 180). En el mismo sentido había ido otra sentencia en el caso Stanley v. Georgia (1969) que afirmaba el derecho de los ciudadanos a tener materiales obscenos en la privacidad de sus hogares. Se deducía de todo ello que para el TS la intimidad está protegida por el principio de autonomía (p. 187)

Sin embargo cuando se volvió a plantear en este contexto el problema de la homosexualidad o sodomía el TS adoptó una actitud más estricta y en Bowers v. Hardwick (1986) afirmó que aquel principio de autonomía que cubría la intimidad afectaba a la pornografía, el uso y/o distribución de preservativos o el aborto, pero que nada se había dicho de la sodomía, que continuaba siendo un comportamiento vituperable y delictivo. Bowers v. Hardwick contó con un interesante voto particular discrepante del juez Blackmun que argumentaba que pues el derecho de intimidad en las relaciones sexuales protegía la libertad del individuo para elegir la forma que quisiera darles, ese derecho tenía que amparar también las relaciones homosexuales. (p. 184)

Hasta aquí llegaba la construcción jurisprudencial del TS del derecho a la intimidad, argumentada en función del principio de autonomía enarbolado por el liberalismo "basado en derechos" que a nuestro autor le parece criticable por dos razones: 1ª) porque no está claro que se vaya a alcanzar siempre un acuerdo suficiente para la autonomía y siempre ha de haber algún tipo de acuerdo y, sobre todo, 2ª) porque la calidad del respeto que garantiza a ese derecho que dice proteger es muy baja. Asegura Sandel, con mucha razón: "el intento de dejar al margen las cuestiones morales topa con sus propias dificultades, unas dificultades que dan la razón a la visión "ingenua", según la cual la justicia o la injusticia de las leyes contra el aborto y la conducta homosexual tiene algo que ver finalmente con la moralidad o la inmoralidad de las prácticas en cuestión (p. 195)

Por si lo anterior parece algo abstracto, Sandel da cuenta de cómo Bowers v. Hardwick fue revocada por la decisión Lawrence v. Texas (2003) que anulaba una ley del Estado de Texas que penalizaba lo que llamaba "relaciones sexuales desviadas" (p. 196) afirmando a las claras, no ya el derecho de cada cual a hacer de su capa un sayo en el seno de su intimidad, sino la legitimidad moral de la homosexualidad (p. 197), esto es, el hecho de que los bienes morales que se procuran (y hay que proteger) con las relaciones heterosexuales son los mismos que los que se procuran con las homosexuales. Por eso concluye triunfantemente Sandel que: "...ni la tolerancia liberal ni la sumisión al principio de la mayoría pueden evitar la necesidad de la argumentación moral sustantiva" (p. 198) que, además de coronar el debate sintetiza admirablemente el punto principal de contradicción que el autor tiene con los liberales estilo Rawls.

Queda para mañana ver sí en el terreno más estrictamente filosófico-político Sandel se impone tan bien como en el filosófico-jurídico.

dijous, 25 de setembre del 2008

El lugar de Dios.

Dice el señor Stephen Hawkings que no ve que la ciencia deje espacio a Dios, lo cual es congruente con su suposición de que se puede explicar el origen del universo sin necesidad de contar con la existencia de la divinidad, que adelantaba en su best seller La historia del tiempo. Sí y no. La ciencia ilumina al universo como la aurora de rosados dedos lo hace con la tierra, disipando cada día las sombras de la noche; pero no desaloja a Dios como si fuera una de éstas ya que Dios no está ni ha estado nunca ahí fuera, ocupando algún lugar, desde un sitio concreto en lo alto de un monte hasta confundirse con toda la naturaleza al modo espinoziano. Dios no existe ni ha existido nunca (y, digamos, ha dejado de hacerlo en algún momento) sino que está en la cabeza y en el corazón de los seres humanos que son quienes lo han creado más o menos a imagen de lo que piensan sea su semejanza. Y como quiera que los seres humanos sí ocupamos espacio en el universo, cada uno de nosotros al menos durante una temporada, así lo hace también nuestra divina criatura. Por eso digo que sí y no a la afirmación de Mr. Hawking.

Dios, los dioses en general, son un producto del espíritu humano puesto a buscar explicaciones a las preguntas últimas del qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos y como sea que ese espíritu es muy variado, también lo son sus criaturas. Hay panteones con un solo Dios, panteones con muchos dioses, panteones sin ninguno, con dioses de paso y hasta ausentes. Hay dioses buenos, malos y regulares, vigilantes, celosos, desentendidos, olvidadizos, caprichosos, justicieros, injustos, inmortales y hasta mortales. Pero están todos en nuestra cabeza igual que, como decía Paul Éluard, "hay otro mundo, pero está en éste".

La cuestión es que a fuerza de imaginarlas hemos acabado por creer en la realidad de esas nuestras imaginaciones a las que hemos dotado de tal verosimilitud que en muchos casos (según quién y cuándo) estamos dispuestos a matar a aquellos que nieguen su existencia o sucumban a la extravagante tentación de creer en otras. Si no está la cosa tan paroxismal, simplemente nos limitamos a establecer una distinción básica entre los seres humanos: de un lado aquellos que, como nosotros, creen en el Dios verdadero y del otro todos los demás, los que creen en otros dioses, en otros milagros o portentos a los que miramos por encima del hombro ya que se entregan a lamentables prácticas idolátricas y supersticiosas.

Esto es definitivo: nuestro Dios hace milagros cuando le place; y no sólo él, sino sus familiares (por ejemplo, su hijo) y muchos de sus servidores más fieles a los que llamamos santos. Los demás creen en diversas supersticiones a las que llaman milagros. Esta pintoresca parcialidad está más extendida de lo que parece. El otro día, ante mi afirmación de que el Opus es una secta, un lector anónimo escribía: "El Opus Dei no es una secta, es una Prelatura Personal de la Iglesia Católica; es decir, tiene cuerpo jurídico reconocido por el Derecho Canónico". Y a continuación me exigía que hablase "con propiedad", cuando era lo que estaba haciendo. Según el DRAE, una secta es (en primera acepción) un "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica". O sea el Opus, por ejemplo. Claro que mejor es aun la tercera acepción que seguro encaja con lo que piensa mi corrector: "conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa." Considero falsas todas las religiones por tanto todas son sectas. Mi corrector seguramente sólo considera falsas las religiones que no sean la suya, así que únicamente aquellas serán sectas. Por lo demás de acuerdo con el DRAE que es el que determina la propiedad en el hablar, que el Opus sea una prelatura personal etc, etc no lo hace menos secta.

Con lo dicho hasta aquí está claro que por mucho que avance la ciencia siempre habrá lugar para Dios en el universo mientras los seres humanos sobrevivan. Hay muchos colegas del señor Hawking, tan científicos como él que son firmes creyentes. En su famosa conferencia ¿Juega Dios a los dados?, el profesor de física teórica ya recordaba cómo Laplace había respondido a Napoleón que no precisaba de la hipótesis de la existencia de Dios para explicar el universo pero eso no quería decir que la negara. Es más uno de los rasgos típicos de nuestro tiempo en que ha llegado a aventurarse la hipótesis de que el conocimiento científico esté agotando la materia por conocer es lo muy presente que está Dios en las relaciones sociales.

Que se lo digan si no al cardenal Rouco Varela que acaba de hacer unas declaraciones dejando bien claro que no solamente su Dios está bien presente en España, cuando menos, sino que sus mandatos en lo relativo al aborto, por ejemplo, están por encima de mayorías y minorías, por encima de la opinión pública de forma que el hecho de que la vigente ley del aborto esté apoyada por una amplia mayoría ciudadana y de que también pueda estarlo la que se avecina no significa nada y sigue siendo un asesinato. Si monseñor Rouco pudiera, el Parlamento español se comería la legislación sobre el aborto con patatas y lo mismo tendría que hacer con la asignatura de Educación para la ciudadanía y la así llamada Ley de la memoria histórica.

La innegable presencia de Dios en el ánimo de Monseñor Rouco es lo que le permite hablar sin gran respeto por la lógica ni por la memoria ni siquiera por alguna de las virtudes que su Iglesia propugna, como la caridad. El arzobispo de Madrid falta a la lógica cuando dice en relación con la Educación para la ciudadanía que la "ley se va a cumplir" pero, al mismo tiempo, anima a los creyentes a recurrir a la objeción de conciencia cuyo busilis es, precisamente, incumplir la ley. La falta de memoria de Monseñor es también chocante. Afirma que en un Estado de derecho se puede hacer uso de los de manifestación, la libertad de expresión y el derecho a reunión, para expresarse y se olvida de mencionar que tales derechos son resultado de una conquista social en dura lucha contra la dictadura que los negaba apoyándose precisamente en la Iglesia del nacionalcatolicismo que es el terreno en el que florecen los Roucos.

Por último, la llamativa falta de caridad del Cardenal que bien se aprecia en su afirmación de que la Ley de la Memoria Histórica es "innecesaria"; si lo es, será porque a sus ojos esos ciento cuarenta y tres mil y pico asesinados por los fascistas en España y enterrados en fosas comunes de cualquier manera, deben seguir ahí para, dice este prelado de corazón de piedra "no trasladar problemas superados a las nuevas generaciones". ¿Quién lo autoriza a afirmar que los problemas están "superados"? ¿Qué quiere decir con "superados"? ¿Que quienes piden recuperar los restos de sus familiares para sepultarlos en muchos casos supongo que cristianamente deben renunciar a hacerlo porque sólo quieren molestar? ¿Qué clase de clérigo es éste? ¿Se puede ser más cruel?

Como puede verse, Dios sigue muy presente, incluso en las palabras de gente que no parece creer en él.

(La imagen es una foto de isc jorge garcía, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 24 de gener del 2008

Derecho al aborto libre.

Estaba servidor equivocado y no era una manifa lo que se había convocado sino una concentración en pro de la despenalización completa del aborto libre hasta cierto plazo prudencial. En las concentraciones el personal se apelotona mucho y parece que es menos que si va de manifa. Pero éramos mogollón. No daré cifras porque no tengo ni idea y eso que disfruté de una vista general de la Puerta del Sol porque subí a un cercado que me lo permitió. Había mucha gente en la plaza, aunque no me pareció que estuviera llena. Desde luego, si el acto hubiera sido convocado para ir contra el aborto, la Comunidad de Madrid diría que había acudido el habitual millón de personas que sigue la palabra de la señora Aguirre como si fueran extras de pago. Como era a favor de la interrupción legal del embarazo, según la misma fuente seríamos catorce, contando a los de la megafonía. Es el estilo de gobierno de doña Esperanza. ¿Para qué andarse con remilgos? ¿Los nuestros? Millones. ¿Los "suyos"? Media docena y gracias. ¿Gallardón? Al degüello. ¿Los hospitales públicos? Al ergástulo. ¿Las abortadas? A la picota. ¿Los abortistas? A galeras. ¿Quiere Vd. ser presidenta del Gobierno? No.

Tengo entendido que hubo otras manifas o concentraciones en otras ciudades de España. Bendita España quién había de verte hija descarriada de la cristiandad. ¿Osarás arrancar de tus entrañas el trémulo germen de una vida humana? Es mucho mejor que crezca, ¿verdad? Y eso lo dice una organización como la Iglesia católica que tiene capellanes castrenses, esto es, oficiales curas cuya función es bendecir a las tropas que van a morir y a matar frente a otras tropas que también vienen bendecidas por otros capellanes castrenses y ambos ¡en nombre del mismo Dios! Véase, si no, en esa postal de la derecha correspondiente a la Primera Guerra Mundial, la llamada Gran Guerra. Cristo anima a los soldados alemanes (¡alemanes!) que hacen lo que pueden por masacrar a los soldados franceses (¡franceses!) enfrente a los que también está animando Cristo pues, siendo Dios, tiene el don de la ubicuidad. Y se cita a Mateo: "Estaré con vosotros todos los días" (Im Schützengraben, añade el germano de su cosecha, o sea, "en las trincheras") y conste que es discreto porque la frase completa del texto de Mateo es: "Estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los tiempos". En fin, menudo panorama.

Pero en todo caso está bien claro que los mismos que quieren salvar la vida de unos supuestos seres humanos indefensos, los mandan después a matar y a morir como una dicha del Señor. ¿En nombre de qué o de quién están hablando los curas?

dimecres, 23 de gener del 2008

Derecho al aborto.

Hoy toca manifa bajo el lema

POR EL DERECHO A DECIDIR DE LAS MUJERES. DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO VOLUNTARIO


Tendrá lugar a las 19:00 horas en la Puerta del Sol (Madrid) y a la misma hora en la Plaza Sant Jaume (Barcelona).

Hay que parar los pies a la carcundia nacional (los curas, la derecha, los jueces hostigadores, las bandas de matones que defienden el derecho a la vida a bombazos, los que se forran con el dolor ajeno, etc) para defender el derecho a decidir de las mujeres. A ver si los carcas entienden de una vez que el aborto es un derecho de las mujeres; no un deber.

Hay que empujar a este gobierno timorato con la Iglesia a que recupere su promesa electoral de 2004 de una ley de plazos, que es lo único acorde con el derecho a la seguridad y a decidir de quienes deciden ejercer su derecho.

Quien quiera autoinculparse de haber abortado, en solidaridad con las mujeres que lo han hecho y están siendo hostigadas por las autoridades en un claro intento de amedrentar a la gente para que renuncie al ejercicio de sus derechos, puede hacerlo aquí, si es mujer y aquí si es hombre. Las cartas firmadas se enviarán a Barquillo 44, 2ºizq, 28004, Madrid antes del próximo veintinueve de enero, fecha en que se entregarán en el juzgado.

divendres, 18 de gener del 2008

Convocatoria.

El hostigamiento político-judicial a que se está sometiendo a las clínicas en las que se practican interrupciones voluntarias del embarazo y a las mujeres que han abortado no es de recibo. Los jueces no pueden atropellar los derechos de las justiciables, arrojarlas a la vindicta pública, quién sabe si a la insania de algún pariente. Esa maniobra huele a la legua a una colusión entre los sectores más carcundas de la sociedad civil, el poder político sectario de la Comunidad de Madrid, que tan pronto tira por tierra el trabajo de los profesionales hospitalarios como persigue con saña a unas personas que ejercen su derechos y una judicatura parcial, ideologizada, que trata de cercenar la ley aterrorizando a las ciudadanas que se amparan en ella.

Tan poco de recibo me parece que suscribo de la cruz a la fecha el manifiesto firmado por cuarenta y tantas organizaciones feministas y de diverso tipo que me han remitido los de No nos resignamos y que se titula Despenalización del aborto voluntario. En él se convoca a una manifa el próximo miércoles día 23 de enero, a las 19,00 horas en la Puerta del Sol de Madrid con el lema: ¡Fuera el aborto del Código Penal! Me parece estupendo: hay que parar el pie a los curas, a los meapilas, los carcundas, los sectarios de la ultraderecha, todos esos fariseos que tiran la piedra y esconden la mano y, en general, a esa panda de sectarios que no luchan por ampliar o consolidar sus derechos, sino por restringir y eliminar los de los demás.

Asimismo propongo que no sean solamente las mujeres quienes se autoinculpen de haber abortado, sino que lo hagamos también los hombres y, si nos parece que es un poco fuerte autoacusarnos de haber cometido un "delito" que fisiológicamente no podemos cometer, autoacusémosnos de complicidad y encubrimiento en la comisión del "delito" que ambas figuras están también penadas.

(La imagen es una foto de Gaby de Cicco, bajo licencia de Creative Commons).