divendres, 12 d’abril del 2013

¿En dónde estamos?


Lucía Etxebarria (2013)Liquidación por derribo. Cómo se gestó la que está cayendo. Ilustraciones de Javirroyo. Barcelona: Planeta, 310 págs.


Estuvo muy bien la presentación de los libros de Lucía Etxebarria y Palinuro. Gran asistencia de público; muy participativo. Interesantes debates. Lucía justificó su nombre. El resto lo justifica la obra. Por cierto, curiosa la peripecia de la publicación del libro, que hubo de pasar por la asesoría jurídica de la editorial por si le caía un puro a ella. Pero yo no me preocuparía. Al contrario, eso viene bien a la obra. Cuanto más se sepa, más se venderá.

El libro lo merece. Vaya si lo merece. Es un relato de la crisis, un viaje a sus tripas, escrito como si fuera un reportaje, con mucha documentación y asesoramiento, pero también con un filo literario de implicación personal directa. La frecuente primera persona, la aplicación práctica de los sucesos en su vida cotidiana, hacen el escrito muy próximo, casi como una novela o una serie de cuentos. El narrador es personaje, pues las relaciones entre la realidad y la ficción son complicadas, volubles.

Liquidación por derribo es un retrato de España hoy, ahora mismo. Esa máquina de demolición del dibujo de portada está muy bien traída. Derribo ¿de qué? Del país. Un retrato ácido, amargo, duro del aquí y el ahora que entronca con una larga tradición ensayística originada en el siglo XVII, cuando se adquiere conciencia de lo que, desde entonces, se ha llamado siempre la decadencia, cuando se inicia la obsesión con la de España, sus causas y el modo de atajarlas y sigue luego a través de los arbitristas, los regeneracionistas, los noventaiochistas, hasta el día de hoy con un neocatastrofismo sin par.

Extebarria lo relata en nueve capítulos que son otras tantas indagaciones en lo que le parece más claramente explicativo de cómo hemos llegado hasta aquí. Se abre el fuego con la corrupción, para Lucía la causa principal del enésimo desastre del país. Se sigue con la explicación de la burbuja inmobiliaria y la estafa de los fondos de riesgo basadas en las hipotecas subprime, o sea de lo que el famoso John Bird, del programa de tele británico The Last Laugh, llama los fondos del negro desempleado y concluye el terceto económico con el ladrillazo español en donde se relata cómo la quiebra de las cajas de ahorros no solamente vino por la fabulosa incompetencia de sus equipos directivos sino también por su presunta afición al saqueo en provecho propio, coronado con la canallada de las preferentes, una especie de estafa de cientos, miles de personas, muchas de ellas de avanzada edad.

Hacia el centro del libro aparece el capítulo sobre la infanta Cristina que dio origen a la obra en su conjunto cuando empezó a ser censurado como artículo titulado La infanta Cristina ¿es tonta? Al parecer, el mero hecho de preguntar -que es la base del saber y de la filosofía- podría ser punible. Aquí alguien no anda bien de la cabeza. Pero, claro, lo que el capítulo plantea es un problema de envergadura: que simplemente la ley no es igual para tod@s, que no somos tod@s iguales ante la ley. No, claro, ya lo decía Orwell: unos más iguales que otros.

Llamar al fútbol el opio del pueblo, como hace Lucía, aunque pone al fútbol a la altura de la religion, se me antoja que hace de menos el opio. Claro que, en estos asuntos, rige la más estricta subjetividad del gusto. Solo añadiré una reflexión no enteramente desafortunada, espero: lo maravilloso de la época es que está consiguiendo, al menos de momento, que el panem et circenses se quede en circenses y los comedores de Cáritas.

Los recortes en sanidad implican asimismo los que se dan en educación y apuntan a un terreno más general. Todos los servicios públicos basados en derechos subjetivos se privatizan y los derechos desaparecen por el escotillón de la historia. Vuelta a la beneficencia, a la época anterior a Segismundo Moret y a las hermanitas de los pobres. Según  se pasan las páginas se oye la llamada del pasado, del siglo XX, el XIX, el XVIII, los lamentos, críticas, recriminaciones, improperios, condenas de los Cadalso, Moratín, Feijóo, Campomanes, Aranda, Larra, Lucas Mallada, Macías Picavea, Costa, Ganivet, Ortega, Ridruejo, Laín, Tovar, hasta hoy, que sigue la angustia. Aquí habla Etxebarria: Este es el país de la picaresca, oigo decir. Esta es la tradición española. Pero el término picaresca no lo define. Es un país de mafiosos, de ladrones, de gángsteres o de atracadores." (p. 169) De acuerdo. Picaresca ya no es bastante. Has elevado el tono. Pero es tradición y española

Concluye la autora con dos capítulos de distinto calado. Hay uno más genérico y otro pegado a las últimas elecciones catalanas. En el genérico, sobre la nueva crisis Cataluña/España, creo estamos de acuerdo en que no hay razones para negar el derecho de autodeterminación de los pueblos de España, especialmente si se llaman a sí mismos (o una apreciable cantidad de sus miembros) naciones. Y aquí lo que yo entienda por nación vale para mí, pero no necesariamente para los demás. Ninguna nación tiene derecho a imponerse a otra por la fuerza de las armas y si la mía -gracias a la incompetencia y la corrupción de mis gobernantes- dice verse obligada a hacerlo, dejo de considerarla mía.

Un libro espléndido. Animo a Lucía a que en posteriores ediciones incluya un capítulo sobre la Iglesia católica y el nacionalcatolicismo que rige los destinos patrios igual que en tiempos del Invicto y, antes, del concilio de Trento.