divendres, 12 d’abril del 2013

Choque de trenes.


Tentado estoy por los demonios de los chistes fáciles diciendo que, en Artur Mas, el destino no es el carácter, como decía Heráclito, sino el apellido. El presidente siempre responde viendo la apuesta y doblando. ¿Lo reta Rajoy a venir a pasar por las horcas caudinas del Congreso de los diputados? Responde el MH encargando a un consejo la planta de un Estat catalá con todas sus dependencias: Hacienda, agencias, repartos de activos y pasivos entre España y Cataluña, etc. Es lo que en Twitter suele expresarse como "¡ZAS! En toda la boca".


Vale. Ya sabemos qué dirá el gobierno español: no se puede impedir que la Generalitat se asesore en lo que estime pertinente. Si es cierto que Ana Botella tiene ciento sesenta asesores de libre designación en el Ayuntamiento de Madrid, los doce o quince que contrate el gobierno catalán son una bagatela.

El periférico rebelde no vendrá a la Corte, cuya autoridad no acepta. No es Yugurta frente al Senado romano. Bien. Vivimos en una democracia. Es libre. Cuando sus delirios se conviertan en actos jurídicamente vinculantes, entonces, intervendrá el Estado acudiendo a los tribunales que, a no dudarlo, le darán la razón. ¿Y si los gobernantes autonómicos, en pleno surfing soberanista, iluminados por el Santo Grial de la independencia que, como se sabe, está en Monserrat, se enrocan e ignoran las sentencias de los tribunales? Tranquilos: artículo 155 de la CE y asunto concluido dentro de la legalidad más exquisita. Y eso, ¿cómo se hace? ¡Qué pregunta tan tonta! Mandando un procónsul a Barcelona apoyado en la fuerza armada estrictamente necesaria para imponer su autoridad. A lo mejor, mireusté, hay que enchironar a Mas. Aún queda un trecho. Franco hizo fusilar a Companys.

¿Estamos seguros de que queremos llegar a este extremo? Y, sobre todo, ¿estamos seguros de que van a dejarnos? Europa tendrá algo que decir y Europa pesa mucho en España, que siempre la ha visto como una madre desdeñosa. El Estado, dice el Estado, no aceptará una declaración unilateral de independencia. Y la comunidad internacional, Europa, tampoco. Es cierto; probablemente, no. Pero más cierto es que, a cambio de frenar dicha declaración, esa comunidad exigirá al Estado una negociación con Cataluña que llevará, guste o no guste a Rajoy, Rubalcaba y demás nacionalistas españoles, a un referéndum de autodeterminación en Cataluña.

No daré más la barrila con la autodeterminación. Formularé un razonamiento que me parece de cierto alcance: si el Estado se niega a reconocer el derecho de autodeterminación es porque tiene miedo al resultado. Las razones llamadas de principios sobre la naturaleza de ese derecho, su titularidad, alcance, etc, son meras hojas de parra. El verdadero motivo es el temor a un triunfo independentista. ¡Oh, Estado de menguada fe en ti mismo! Ese miedo muestra la inseguridad de las convicciones del nacionalismo español cuando trompetea la sacrosanta unidad de la Patria. Una unidad impuesta a la fuerza no puede ser sacrosanta.

El miedo es la prueba evidente de que el discurso de la unidad del nacionalismo español es falso. Si no fuera falso, no tendría inconveniente en someterse a un referéndum. El derecho de autodeterminación no prejuzga el resultado. Debe reconocerse sin más y poner a prueba la solidez de nuestra nación. Que los catalanes decidan libremente si se van o se quedan. Entre los partidarios del derecho de autodeterminación estamos muchos que queremos que se queden y razonaremos con ellos para convencerlos. Si lo conseguimos, los catalanes formarán parte de España voluntariamente. Eso es una nación. Si no lo conseguimos, aceptaremos el resultado. Y eso, repito, es una nación. 

(La imagen es una caricatura mía sobre una  foto de Convergencia Democràtica de Catalunya, bajo licencia Creative Commons).