Siempre que desaparece un periódico hay una pérdida; material para quienes dependen de él y espiritual para quienes lo leen. Ya sé que Público no ha desaparecido aún y que, habiendo pedido concurso voluntario de acreedores, hay alguna probabilidad, quizá lejana, pero alguna, de que remonte y se mantenga. Ojala, pero el panorama luce muy oscuro y el propio director, Jesús Maraña, en una carta que parece un obituario, Las razones de Público, viene a dar por supuesto el fin.
En estas circunstancias no es infrecuente escuchar peregrinas teorías por las que se echan las culpas del fracaso a los más extraños poderes del averno. Asistí al fin de Diario 16 y el fugaz intento de El Independiente en los años 90 y en ambos casos hubo gente que achacó el cierre a los malvados tejemanes del gobierno socialista de entonces, furibundo enemigo de la prensa crítica. Público, más realista o más sincero, culpa a la crisis económica y al impacto de internet en la prensa escrita. Ambos factores han tenido una gran influencia en el descenso abrupto de los ingresos por publicidad, que son una fuente nutricia de la prensa de papel.
Los periódicos pueden ser y son muchas cosas en nuestra sociedad; pero, sobre todo, son empresas y como tales deben generar beneficios o tendrán que cerrar, exactamente igual que todas las empresas en el mercado. Que a su vez es muy competitivo, como todos los mercados. De nada sirve a una empresa en apuros engañarse sobre su causa; de nada a la abocada al cierre creer que éste venga dado por algo distinto que las consecuencias de sus decisiones. Si una empresa cierra es porque sus responsables tomaron decisiones erróneas en determinadas circunstancias; las circunstancias obligan a la decisiones, pero no son la causa de que sean las equivocadas.
Por eso es de agradecer que Público no recurra a la teoría de la conspiración y señale las circunstancias y condiciones objetivas del mercado, que hacen inviable el proyecto emprendido. Pero no añade, como debiera, el proyecto emprendido en la forma en que se gestionaba. Es decir, no se cuestionan las decisiones, ni se examinan, con lo cual es imposible saber la causa real del fracaso. Eso es especialmente perceptible en la citada carta de Maraña, en la que no hay ni un atisbo de crítica a las decisiones adoptadas. Con ánimo constructivo y por si acaso la recuperación fuera posible, a mí se me ocurren dos, que no tienen por qué ser las únicas ni siquiera las verdaderas; pueden ser erróneas; pero si no se enuncia ninguna es imposible conocer las ciertas.
Las dos a que me refiero son de formato y de orientación política. Maraña sostiene que se intentó hacer un periódico para la izquierda. Es posible que sea un antiguo y esté equivocado pero me da la impresión de que la izquierda no se identifica con productos algo chillones o un punto chabacanos sino que prefiere presentaciones más austeras acompañando a contenidos de mayor valor y calado, tratados con mayor profundidad. Eso de la estética postmoderna está bien para los fanzines, pero no para un diario que la gente quiere leer. Público salía a competir con El País, no con el resto del kiosco y la comparación lo dejaba en mal lugar.
El aspecto de la orientación política también me parece esencial. Dice Maraña en su artículo que se intentaba hacer un periódico para la "izquierda plural", que es una expresión típica del discurso de IU, o sea, del Partido Comunista. Pero me temo que eso es discutible. Cierto que Público es un periódico de izquierda pero, sobre todo, del ámbito de IU que, insisto, es en realidad el Partido Comunista más o menos camuflado. Sin duda es crítico con la derecha, pero también lo ha sido y es con el PSOE y en el tono habitual en la izquierda comunista: el PSOE ha traicionado a su electorado, a sus ideales socialdemócratas; en realidad, no se diferencia del PP y es el segundo partido de la derecha. Y eso día tras día y en la mayoría de los columnistas. En principio, no hay nada en contra de esta decisión; el periódico es muy libre de dirigirse a quien estime pertinente, pero esa no es izquierda "plural", salvo que se parta de la idea de que los socialistas no son de izquierda, que es un hallazgo ya tradicional de los comunistas.
Maraña reconoce haber fracasado en la captación de lectores en la proporción que hubiera garantizado la supervivencia del diario. Parece muy probable. Ahora basta con un cálculo sencillo: IU tuvo aproximadamente 1.700.000 votos en las últimas elecciones; el PSOE casi siete millones. Está claro en dónde se encuentra la bolsa mayoritaria de lectores de izquierda. Pero es imposible convencerlos de que lean un producto en el que se los maltrata y viene a decirse casi continuamente que el PSOE es la derecha y que la "verdadera" izquierda está en otra parte. Insisto, es una decisión políticamente irreprochable (con independencia de que a mí me parezca falsa), pero empresarialmente desastrosa.
Esta es una crítica al modo en que se ha gestionado la empresa; no a la forma en que ha hecho su trabajo el personal que, me consta, ha sido espléndido. El error garrafal ha estado en la eleción del target del producto, como dicen los de marketing. Y era un error bien sencillo de detectar y de corregir. Bastaba con no emborracharse con los halagos de los amigos y no creer que los aplausos de los seguidores eran los de toda la posible audiencia; y bastaba, sobre todo, con leer la orientación general de los comentarios que daban una idea muy clara de quiénes consideraban que aquella era su casa y quiénes estaban ausentes. Participaban mucho los de la izquierda "verdadera" y se enzarzaban con los trolls de la extrema derecha; pero apenas había comentarios de socialistas. Y en los medios, como en la música, entender los silencios es vital.