Rajoy parece decidido a aplicar en el gobierno su táctica de la oposición: no está ni se le espera. Las agrias advertencias, las palabras gruesas, las admoniciones quedan para los segundos, que lo bordan. Cadenas de malas noticias presentes (estamos en la ruina) y futuras (el jueves volverá a tronar Júpiter) y más futuras (en marzo sube el IVA). La sensación es de alarma, de toque de generala. Cada cual a su puesto. Y eso en medio de llamadas a la responsabilidad y el sacrificio y de intensos rumores acerca de que las grandes fortunas están ahuecando el ala rumbo a los paraísos fiscales.
Por eso es imprescindible que Rajoy comparezca y explique lo que está haciendo y lo que está pasando. Para tranquilizar, que está la opinión muy soliviantada viendo cómo se aplica el torniquete a la gran mayoría mientras un puñado de privilegiados anda apaleando millones, más o menos legalmente. Políticos, empresarios, banqueros y arribistas de varios pelajes hacen mangas capirotes con auténticas fortunas mientras la gente lo pasa mal. Que el célebre Urdangarin también estuviera en el circuito de los paraisos fiscales, como afirma el fiscal de la causa, es muy lógico con el espíritu de este sistema, pero puede acabar provocando un estallido.
También es posible ver el asunto con ánimo sufrida y resignadamente español: ¿qué sucede? Que una minoría detentadora del capital y los medios de producción, incapaz de aumentar la productividad de las empreas ha decidido conseguirla reduciendo los ingresos de todos los asalariados hasta el límite del pauperismo; que vuelve a sonar el frufrú de las sotanas por los pasillos de los palacios orientando la acción del gobierno y la legislación para recristianizar esta díscola España en donde hasta los gays pueden casarse; que vuelve a haber un gobierno como Dios manda, capaz de congelar la tasa de reposición de todos los funcionarios excepto los de la polícia. Porque, para los neoliberales, gobernar es guardar el orden.