diumenge, 25 de gener del 2009

Caminar sin rumbo (XXXVII).

La verdad siempre se sabe.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXXVI), titulada Conociendo a la gente.

La cena, que consistió sobre todo en ajiaco con arroz y aguacate, muy bien cocinado el ajiaco, transcurrió apaciblemente. Hubo que dar de cenar al crío mayor, antes de que se fuera a la cuna y volver a amamantar al rorro antes de llevarlo al cesto, porque todavía dormía en cesto, de lo crío que era. Y entonces los mayores pudieron relajarse. Fumaban los dos que es cosa cada vez más insólita en estos tiempos en que tanto ha calado la campaña antitabáquica. Efectivamente parecía buena gente. Ivvy esperaba encontrar trabajo en alguna clínica dental de la ciudad y, si no tenía suerte, consideraba la posibilidad de trabajar en lo que fuera ya que no están los tiempos para andar con miramientos. Eugenio parecía a gusto con ellos. Debió de tratarlos bastante cuando la clínica veterinaria. Ahora se mostraba muy interesado en averiguar cuestiones generales de la inmigracion, cuestiones del debate político: si la inmigración pone en peligro los puestos de trabajo, lo que no podía ser más falso porque, cuando hay puestos de trabajo es porque los españoles no los quieren y cuando no los hay, no los hay para nadie. La cuestión que suscitó mayor debate fue la de la posible relación entre inmigración y delincuencia. El cincuenta por ciento de las mujeres muertas a manos de sus parejas o ex parejas son inmigrantes, lo cual contrasta con el hecho de que la inmigrante es la décima parte de la total en general. La inmigración no es criminógena, está claro. Es la condición emigrante, lo curioso en el comportamiento emigrante, esa conciencia de saberte extranjero en cualquier caso y en todo momento. El hecho era que entre Hamilton e Ivvy todo lo que se hablaba en la cena era sobre la emigración o a causa de la emigración. Imaginé lo que sería veinte años después, cuando hayan crecido los hijos pero el horizonte cultural de estos sea español; tendrán que aparecer otros temas. De hecho ya los hay. En casi todos los asuntos de la vida ordinaria el matrimonio sonaba a Juan Español. Él era tan castizo que utilizaba expresiones como "el españolito de a pie". La condición inmigratoria aparece cuando hay algo que reivindicar, algo de lo que quejarse o denunciar. Entonces sí, se muestra una misteriosa fuerza colectiva que se llama la "emigración" capaz, se suponía, de cualquier cosa. De modo que determinado acto administrativo no sería, digamos, un inconveniente para Hamilton Ayuzo que no quería hacer mal inmigrante sino que era una afrenta que se infligía a la "emigración".

Siempre he sostenido que cuanto mayor es la inmigración en un país, mejor para él. En tiempos de pleno empleo, por supuesto. Cuando hay paro, la cosa de la inmigración se pone más difícil, surgen los enfrentamientos y los conflictos y es raro que no sea así porque la competencia es muy dura. En tiempos de prosperidad los países actúan como sifones, absorben mano de obra extranjera; pero cuando llegan épocas de crisis y paro galopante la situación de esa misma mano de obra se hace muy precaria puesto que el trabajo abundante que había venido a buscar ha desaparecido. Por eso Eugenio decía a Hamilton que tenía que darse con un canto en los dientes por haber encontrado aquel empleo en el ayuntamiento, pero el colombiano le contestaba que no las tenía todas consigo. Hasta que no saliera la plaza convocada no las tendría todas consigo. Habían encontrado aquel chalet muy acomodado de precio pero ni locos iban a meterse en una compra, que era la idea que acariciaban en tanto no tuvieran una situación más estable.

Sí, era buena gente, gente de paz que quería trabajar, formar una familia, criar los hijos, prosperar razonablemente, el sueño de miles de millones de personas en el mundo, el más común de la humanidad. Y un sueño que en amplísimas partes de la tierra, en continentes enteros era irrealizable y en otras no muy seguro y hasta en la parte fetén del mundo, esa que va dando lecciones por ahí de cómo se progresa en sistemas políticos libres y estables con economías prósperas, puede verse repentinamente en el alero a causa de algún tipo de cataclismo financiero o bursátil.

Así lo iba razonando al día siguiente en el coche, ya en la carretera de vuelta a Madrid con Eugenio quien, tras sopesar la idea de quedarse un par de días en casa de los colombianos, decidó que se volvía conmigo.

- Que sí, que sí, mola mucho eso de la "parte fetén del mundo", tío. O sea, nosotros, que no tenemos nada que ver con los pringaos de las otras partes. Porque somos nosotros, nada menos, lo más guay, que las pillamos todas en el aire, ¿vale? Lo que más me divierte es la seguridad con que salen unos mendas por la radio, la tele, o sea los media, dando la impresión de que saben de lo que hablan cuando hablan de la cosa política, económica, social.

- ¿Crees que no lo saben?

- No tienen ni guarra. Te sueltan un discurso que varía en los detalles, según sean más de derechas o más de izquierda y se quedan como dios. Bueno, yo ya no me trago nada de eso y me monto mi rollo con mi gente, que estamos en el movimiento alterglobalizador.

- Que no es un movimiento.

- ¿Cómo que no? Claro que es un movimiento porque se mueve.

- Pero no tenéis organización, estructura, cauces institucionales.

- Es que eso es lo que hace que el movimiento se detenga, la institucion.

- Vale y ¿qué va en su lugar?

- Nada. ¿Por qué ha de ir algo? Esta es la época de las comunicaciones globales en tiempo real. Yo puedo estar comunicándome ahora mismo, es más, lo hago, con un colega de Hong Kong y otro de Sao Paulo y todo para coordinar acciones del movimento que es movimiento pero que está fragmentado en multitud de entes que se interrelacionan en ese mundo virtual que coexiste con el real en forma de red.

- Un movimiento que es una malla que envuelve el planeta. No creas que me cueste imaginarlo. Lo entiendo muy bien; yo vivo en él, aunque no me considero parte de movimiento alguno. Lo veo funcionando en los espacios sociales virtuales cuando de pronto aparece uno en la pantalla diciendo que se ha hecho seguidor de la doctrina del Satyagraha de gandhi y que hace el número cientocincuentaysietemil. A veces me apunto a alguna de esas cosas. Apuntarme y ya está, no creas. No vuelvo a oír hablar de ello. Pero, además de moverse, el movimiento se mueve en una dirección con un propósito. ¿Cuáles son las del movimiento de alterglobalización, por ejemplo?

- No lo sé. Creo que no lo sabe nadie. Andamos buscando, pedimos cosas razonables como la tasa universal sobre transferencia de capitales o la práctica del comercio justo, aunque no tenemos una idea clara de cómo se pondrían en práctica. Algunas cosas son más etéreas pero no menos importantes. Por ejemplo, hay que someter el capital a control democrático, o sea el cascabel al gato. Pero, en todo caso, te juro que la claridad o practicabilidad de los objetivos del movimiento no son la razón por la que uno se implica en estas cosas, al extremo de desplazarse a otra ciudad unos días para asistir a una manifa alterglobalizadora o un boicot de algún tipo.

- Que es lo que haces tú.

- Bueno, sí, y lo que me propongo hacer ahora. Por eso quiero el año libre. Para vivir la vida cotidiana según las convicciones que compartimos en el movimiento.

Así que era eso. Me había costado varios días y un viaje a Melilla con escala a la vuelta en Jerez de la Frontera pero al final me había enterado del motivo de Eugenio para querer interrumpir los estudios que tan nervioso tenía a Daniel. Hicimos alto en Puerto Lápice para estirar las piernas y comer un bocado.

- O sea, que quieres suspender un año los estudios para llevar vida de altermundista, quizá hacerte de alguna ONG...

- Quizá, sí, no es seguro; pero sí, eso es.

- ¿Puedo contárselo a tu padre así mismo?

- No, si él lo sabe. Lo que sucede es que no lo entiende, que no es igual y por eso te ha embarcado a ti en la operación.

Me dejó un poco perplejo, pensando mientras comía una paella grasienta que había pedido en maldita la hora. Eugenio, entretanto, había vuelto al caso de Hamilton e Ivvy y seguía hablando de los problemas de convivencia multicultural en nuestras sociedades, sobre todo en las poblaciones pequeñas en que todo el mundo se conoce. El mestizaje es complicado. Porque uno está acostumbrado a que un cruce de calles de la capital de España o de algunas de sus grandes ciudades, como Barcelona sea una concurrida y abigarrada mezcla de colores, atuendos, acentos y lenguas, pero ya no es tan frecuente que eso mismo se dé un poblaciones más reducidas, como Torrelaguna, por ejemplo, en donde conviven chinos, suramericanos y moros con los españoles y todos siguen conociéndose.

Apenas lo escuchaba porque pensaba en la conversación que tendría con Daniel. Así que, decidido a poner término a la tarea, hice una seña a Eugenio, me levanté de la mesa y marqué el móvil de Daniel que no podía hablar porque iba conduciendo pero que puso el manos libres y me preguntó que cómo iba todo, que en dónde estaba y qué había pasado con Eugenio. Le dije que su hijo quería pasar un año haciendo de alterglobalizador y que me había dicho que él ya lo sabía. Dijo que sí pero que no se lo creía y que quería averiguar si era en serio.

- Me ha dicho que tú no lo entendías.

- Pues claro que lo entiendo. Lo que quería saber es si era una excusa para otra cosa, si me estaba diciendo la verdad que con los chicos nunca se sabe.

Es verdad, nunca se sabe por qué hacen los hijos las cosas que hacen. Cuando regresé a la mesa, Eugenio estaba en el postre.

- ¿Estáis ya de acuerdo las dos autoridades paternas? ¿Cuento con vuestra aprobación?

La verdad es que me lo había pasado bien con Eugenio y que aquel absurdo viaje de ida y vuelta a Melilla había resultado agradable. Me gustaba el chaval porque era franco, directo y nada tonto con puntos de vista muy agudos que con mucha frecuencia me pillaban con el pie cambiado y haciéndome defender cosas con las que en realidad no estaba de acuerdo. Una verdadera experiencia, como si estuviera uno poniéndose a prueba en cada instante. Habíamos hablado de muchísimas cosas, de mayor o menor fuste, por supuesto mucho sobre emigración y también sobre la juventud, los amores, los planes en la vida, el Derecho como vocación, las varias corrupciones del tiempo, El Rojo y el negro, que ya estaba acabando, con Julien Sorel camino del cadalso, la vida de familia, el orden mundial, la justicia, los recuerdos, la mentira, etc. Al hacer el balance final de los temas de conversación me sorprendió con uno que no me esperaba. Quería saber cómo nos habíamos conocido su padre y yo y qué tal nos llevábamos. Si, su padre se lo había contado alguna vez pero ahora quería oír mi versión. Eso me llevó a recordar los tiempos del servicio militar. Le dije que la mili es el tema que prefieren los mayores para aburrir a los jóvenes pero me contestó que no me importara, que escucharía con dedicación.

Lo primero que había que explicar era el servicio militar obligatorio porque, desde que el ejército es voluntario, aquel ya no era algo tan universalmente conocido en la sociedad. Cuesta hoy entender qué significaba que el Estado tuviera a varios miles de reclutas en un campamente de instrucción enseñándoles a desfilar gallardamente, saludar a la bandera con corrección militar, limpiar el correaje, las cartucheras y el arma que te hubiera correspondido para que brillaran como los chorros del oro, hacer marchas kilométricas, correr a paso ligero por la explanada, etc. Era la iniciación a la vida castrense. Daniel y yo no nos habíamos conocido en el Campamento de instrucción sino en el cuartel que nos había tocado después de la jura de bandera, un regimiento de carros de combate en las afueras de Madrid, a la altura de Campamento, en la carretera de Extremadura. Aquello era otro mundo.

Así que enfilamos el último tramo de carretera hacia Madrid hablando del ejército.

(Continuara).

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).