Pelillos a la mar. Vamos a olvidarnos de las triquiñuelas de los políticos, con unos negando que hubiera crisis cuando ya nos estaba comiendo por los pies y los otros asegurando que poseían la solución sin tener ni idea de por dónde venían las bofetadas. Vamos a ignorar la vanidad de académicos, expertos y analistas, "yayos" (ya yo lo dije) y "yoyas" (yo ya lo advertí) que no tenían ni tienen ni probablemente tendrán la más zorrupia idea de por dónde nos andamos. Vamos a perdonar magnánimamente las sórdidas jugarretas de los agentes económicos que trucaron datos, falsificaron balances, mintieron en las cuentas para sacar provecho de una situación que creyeron pasajera siendo así que tiene pinta de ser muy duradera. Vamos a hacer caso omiso de los frikies del mundo entero, empezando por el Papa, que dice que los bancos están para ayudar a la gente y él está a la cabeza de uno de los más importantes, el del Espíritu Santo, que no ha movido ni moverá un solo dígito para realizar tan excelso propósito.
Vamos a ser modestos, a reconocer que no tenemos ni idea de cómo salir del maldito embrollo, que la crisis nos ha cogido in puribus, que no tiene precedentes y que, por tanto, las recetas de antaño, como las nieves del poeta, a saber en dónde están y que debemos situarnos ante la amenaza que supone con la actitud mental de la tabula rasa de Avicena o el velo de la ignorancia de Rawls, para venirnos más a nuestro tiempo. No es esto apresurado ni timorato. Hace unos meses, cuando entrábamos en recesión, se negaba que hubiera crisis; hoy, que quizá estemos asomándonos a una depresión, se dice que todavía no estamos en recesión. Sobrevalorar los riesgos es de agoreros pero infravalorarlos es de estúpidos y lo que ayer parecía imposible, por ejemplo, alcanzar una tasa de paro del quince por ciento, puede ser una cifra optimista para dentro de un mes y quizá convertirse en utópica dentro de tres en que dicha tasa a lo mejor está en el veinte o veintitantos por ciento. Y eso con los demás indicadores en escarlata, el déficit presupuestario, el comercial, los precios, las ventas, el consumo... Una catástrofe.
No sabemos a qué nos enfrentamos. Es la primera crisis del capitalismo global y tenemos que ser capaces de encontrar soluciones inventándolas y prácticamente sin tiempo para experimentarlas en prácticas de prueba y error. Hay que ser imaginativos. Al respecto, algunos de los remedios que se proponen son adecuados pero quizá insuficientes y, sobre todo, carentes de un planteamiento uniforme y general, son medidas bienintencionadas pero erráticas a las que hay que dotar de fuerza por dos vías:
Primera.Han de ir acompañadas de condiciones estrictas a los sectores que se beneficien de ellas. Adaptadas a la naturaleza propia de cada uno, pero exigentes y en favor del interés público. Por ejemplo, el dinero puesto a disposición de los bancos debe ir acompañado de medidas de vigilancia y control, de la exigencia de que se dirija a donde debe y de que se impedirá que se emplee en emolumentos desproporcionados de los directivos. El dinero que se inyecte en la industria automovilística debe ir acompañado también de exigencias. Está bien lo que pide el señor Rodríguez Zapatero de que las empresas no despidan trabajadores, pero es insuficiente (aparte de irrealizable porque ¿cómo conseguir que las empresas los mantengan si no los emplean?) y debe ir acompañada de otras muy estrictas, por ejemplo: que fabriquen coches que no contaminen, coches eléctricos, así como todo tipo de medios públicos de transporte, lo que vendrá apoyado por una intensificación de la inversión pública en infraestructuras viarias, todo lo cual generará puestos de trabajo. Esto último lo saco de un fascinante artículo de Mike Davis en Tomdispatch.com titulado Can Obama See the Grand Canyon? En el caso de la industria del ladrillo (otro sector que no cabe dejar caer, como el del automóvil), las ayudas deben ir orientadas a la exigencia de que las empresas pongan en el mercado el stock de viviendas con los precios rebajados entre el veinticinco y el cuarenta por ciento en que están sobrevalorados y con el Estado saliendo avalista de las hipotecas de los compradores de rentas más bajas.
Segunda.Éstas y otras medidas son obviamente de emergencia porque la situación lo es. Y, siendo tal la situación, quizá no esté de más empezar a pensar en gobiernos de concentración, con colaboración de varios partidos y, a ser posible, de los dos nacionales, cuando menos durante uno o dos ejercicios presupuestarios para afrontar la crisis con más fuerza, generar más confianza en los mercados y los agentes e impedir el sistemático debilitamiento de la labor de gobierno con una oposición que caerá siempre en la tentación de posponer el interés general al del partido. Y quien diga que ésta es una perspectiva irreal que recuerde que todos los gobiernos sin excepción han estado y están dispuestos a concertar sus acciones en el orden internacional siendo así que pertenecen a partidos enfrentados en la divisoria izquierda/derecha. Resulta algo absurdo que no puedan hacer en casa lo que pueden fuera de ella.