(Cielo nocturno, Anagrama, Barcelona, 242 págs).
Cada libro que leo de Soledad Puértolas me parece mejor que el anterior, prueba inequívoca de que lo que me gusta es la escritora que no me atreveré a sostener sea la mejor española ya que sostener esas cosas en literatura es majadero, pero sí la que más me gusta. Y es la que más me gusta porque consigue eso que Carmen Martín Gaite explicaba muy bien en un ensayo sobre la narrativa: que el lector sienta que le está hablando a él y de él. Lo cual es doblemente curioso porque en este libro Puértolas sólo habla de ella y para ella, por lo demás como hace casi siempre. Yo no nací en provincias, en una familia de padre falangista ni fui a un colegio de monjas, sino que lo hice en Madrid, en una familia de republicanos represaliados y fui a un colegio diocesano. Sin embargo la historia de Puértolas es mi historia, me identifico con ella a través de esa prosa sencilla, cristalina, tenue, un poco sosa, casi sin adjetivos que parece como si fuera dibujando a las personas, los edificios, los días, las cosas con un solo trazo sutil. Así uno no lee sino que se deja llevar por la lectura y ve, siente, experimenta vicariamente una realidad que Puértolas ha ido a buscar a Dios sabe dónde en sus recuerdos y se despliega como algo ajeno y próximo al mismo tiempo, con una cadencia irónica.
Al cerrar el libro sucumbe uno a la odiosa manía taxonómica y se pregunta uno qué clase de obra sea ésta. Una pregunta estúpida porque no tiene clase, es única, original, propia. Si como dicen por ahí toda novela es autobiográfica (vaya cuento), ésta sería una autobiografía novelada pero extraordinariamente solipsista. Escrita en primera persona, con una baile de tiempos verbales que es un modo indirecto de decir que la narradora está viviendo en este momento el tiempo que narra, los otros personajes, tan reales como la narradora misma, sólo aparecen como ella los ve y como los ve según va creciendo. Con lo cual pareciera que de novela le queda poco. Y sin embargo es novela. Es más novela que una novela pues simula ser narración en lo que hoy se llama "tiempo real". En una autobiografía el autor nos anticipa los destinos últimos de algunos personajes cuando han sido decisivos en su vida. No aquí. La relación de la autora (cuyo nombre, si no recuerdo mal, no se menciona en todo el libro) con Mauricio es determinante en su vida, pero la vivimos como si fuera una relación abierta a cualquier fin siendo así que tiene uno y es sorprendente.
Es un libro rebelde porque cuenta una rebelión y lo hace de una forma inclasificable. Pero en todo caso magistral. Lo del magisterio no es hipérbole. Puértolas es una escritora de pura raza y cuenta las cosas como le da la gana; en este caso, parte de una vida, y decisiva, en dos escenarios: el colegio y la universidad y en el ínterin una capital de provincia, supongo que Zaragoza, en los años oscuros del franquismo, los cincuenta, los años de dar vuelta a la ropa, tirar de las costuras y ropa vieja de cena. Los Moraleda se me van a quedar ya como el símbolo de la burguesía frustrada igual que los Venturin son el de la nobleza paleta en Proust. Por cierto, esa semimonja, Carmen, fascinada por Saint-Exupéry y Proust, es un personaje bien curioso. Me pregunto qué es lo que la atraería del uno y del otro.
Puértolas habla de sus tiempos, que son los míos. Hemos visto las mismas cosas, situaciones, personas, acontecimientos, festejos, rutinas, por los mismos años, aunque ella es cuatro más joven. Así que nada de extraño tiene que uno se entusiasme cuando una autora tan magnífica habla de algo que uno también conoce. Produce una gran alegría encontrar sentimientos propios expresados con tanta elegancia por otra que está hablando de los suyos. Y que lo hace de una forma como abriéndolos al mundo. "¿Qué es lo que Mauricio ve en mí?, ¿qué busca, qué quiere de mí? Aún recuerdo lo que yo esperaba de él; lo que en el fondo esperaba de la vida: ser entendida." (p. 152) Ahí es nada. Ojalá lo haya conseguido. Porque hace falta un artista para substituir el socrático "conócete" por el propio y solipsista "conóceme".
Es magnífica la primera parte (algo menos de la mitad del libro) en que se narra la niñez y adolescencia hasta la salida del colegio rumbo a la universidad, cosa que se hace relatando fragmentos que no tienen más hilo entre sí que uno endeblemente cronológico al que apenas se hace alguna referencia. Y lo más curioso es, para mí, leérsela a una niña, cuando uno se ha tirado toda la vida escuchando las experiencias de infancia y adolescencia en historias de chicos, desde Guillermo Tell a Tom Sawyer. Niños y niñas son experiencias tremendamente distintas sobre todo en sistemas educativos segregados. Y cuando digo segregados me refiero a todas las posibles segregaciones, también en mi colegio había escolares que no pagaban porque eran huérfanos de Hacienda o huérfanos de ferroviarios, dos orfandades al parecer bienquistas del Régimen.
Los años de la universidad son casi los míos, posteriores, que fueron aun mejores. Y la forma en que están contados con mucha ironía y bastante delicadeza. Es muy bueno el paralelismo que se establece en la evolución de la autora entre un aspecto vital y otro teórico. Habla mucho del vital porque es un implicación sentimental y es lo que más le interesa y entendemos que esa evolución se completa en el tránsito de Mauricio a Carlos, al final de la cual hay una crisis de la que Puértolas no quiere hablar. De la teórica apenas se ocupa, no le interesa, pero la retrata a la perfección al narrar cómo, tras ser expedientada, es acogida por profesores y ayudantes en una especie de seminario especial para ayudarle a preparar las asignaturas y ella concluye que eran parecidos a los del grupo izquierdista de Mauricio. Sólo que, allí, dice Puértolas, el santón era Popper. Viaje de parte importante de la izquierda española, es verdad, de Marx a Popper.
Vuelvo a la rebeldía, que es el núcleo central del relato. Lo que Puértolas cuenta es cómo va acumulándose en ella una especie de energía de rechazo durante los años del colegio que por fin estalla en la universidad. Eso la lleva a enfrentarse con su padre y a emanciparse (por cierto, el lugar en donde lo hace no puede ser más divertido, una especie de comuna en la que todo dios daba a la maría), pero como es ella misma, se trata de una ruptura sin gritos, sin aspavientos, prácticamente sin palabras, con miradas, con silencios. Así se va de su casa. Y poco después, del libro. Se queda uno pensando cuando podrá leer la continuación y si habrá continuación. Al fin y al cabo Puértolas disfruta del bien ganado privilegio de escribir de lo que le apetece y si privilegiado es hacerlo contando la propia vida como se quiere, no menos lo es dejando de hacerlo. Pero abrigo la esperanza de la habrá. Puértolas es una mujer observadora; fue una niña, una adolescente, una joven observadora, no exactamente introvertida pero con mucha mirada interior, mucho diálogo interno. Y por eso le fascina explicarse a sí misma por las cosas que observa que le suceden.