dilluns, 22 de setembre del 2008

143.353.

Son los nombres de las personas torturadas, fusiladas y hechas desaparecer por los franquistas durante la guerra civil y la larga posguerra cuya relación entregarán hoy al juez Garzón los representantes de unas doscientas asociaciones para la recuperación de la memoria histórica. Ciento cuarenta y tres mil trescientos cincuenta y tres seres humanos, en su inmensa mayoría hombres jóvenes y no tan jóvenes, campesinos, trabajadores, dependientes, empleados, pero también muchos viejos, mujeres, algunas embarazadas y niños. De todo. Aquellos criminales que acababan de ganar una guerra y todavía tenían el miedo metido en el cuerpo de lo que hubiera podido pasar de triunfar la República o alguna de las revoluciones que incubaba, no dieron cuartel a los vencidos, no tuvieron piedad con ellos. A lo largo y a lo ancho del país se persiguió a los republicanos, combatientes, militantes de organizaciones izquierdistas, simpatizantes, gentes consideradas tibias. Las denuncias anónimas, un simple chivatazo solía bastar para que una escuadra de asesinos falangistas se llevara a un vecino incómodo, a veces alguien a quien el denunciante debía dinero, le daba "el paseo" y amanecía en una cuneta apaleado, desfigurado, con un tiro en la nuca. Los demás vecinos lo enterraban en donde podían.

Todo el territorio nacional se llenó de campos de concentración, de cárceles improvisadas desde donde se despachaba a la gente con escasos trámites identificativos a otras cárceles o directamente al paredón. En todas partes se torturaba, en las comisarías de policía, en los cuartelillos de la Guardia Civil, en las dependencias de la Falange. Se persiguió a la gente troje por troje, huerto por huerto, casa por casa; se "peinó" el país durante meses, años. Nadie estaba seguro; todos podían ser reconocidos en algún momento, delatados, arrestados y asesinados sin juicio ni proceso alguno a veces sólo para que sus ejecutores se quedaran con sus propiedades pues, además de asesinos, fueron ladrones. Y así hasta 143.353... documentados. Faltan los que hasta la fecha no ha sido posible documentar porque, entre otras cosas, a la muerte del genocida supremo, los jerarcas de su régimen mandaron quemar archivos y registros básicos, esenciales, de la Falange y de otras entidades para ocultar sus crímenes y que ¿cuántos serán? Es imposible saberlo. Pero 143.353 son ya una cantidad que permite hablar de genocidio o, cuando menos, crimen de lesa humanidad.

Pues fue una matanza sistemática, metódica, perpetrada con procedimientos racionales, fría, calculada. Con ella se perseguían tres objetivos: castigar del modo más atroz a todos los que directa o indirectamente hubieran ayudado al "enemigo", esto es, el Gobierno legítimo de la República; aniquilar toda sombra de resistencia al Estado Nuevo que los delincuentes facciosos erigieron, justificado por las teorías de unos seudintelectuales paniaguados cuyos nombres es mejor olvidar; y sembrar el terror en la población, inculcarle el miedo, paralizarla.

Y voto a tal que consiguieron los tres objetivos: si los muertos desaparecidos documentados son 143.353 cálculese cuántos serán los muertos también documentados pero ejecutados por procedimientos "normales" más los simplemente torturados, apaleados y encarcelados, a veces durante veinte años. Sin duda, un castigo atroz, colectivo, "ejemplar". Al tiempo que se aniquilaba la guerrilla en los campos se exterminaba toda resistencia en las ciudades. Hasta 1951 (huelga de tranvías de Barcelona en febrero) no se dio movimiento alguno de protesta digno de tal nombre y, después de él, hubo que esperar hasta 1962 para que se produjeran los primeros movimientos de protesta de importancia, las primeras huelgas de masas, las de las cuencas mineras de Asturias en 1962.

Pero en donde la represión generalizada y metódica, la masacre ejemplarizante, consiguió más plenamente su objetivo fue en la tarea de sembrar el terror e inculcar el miedo a la gente. La sensación dominante durante lo que el poeta llamo a longa noite da pedra de la dictadura fue el miedo; miedo en las miradas cuando alguien mencionaba algo comprometedor, miedo al paso de la pareja de la guardia civil, miedo a las provocaciones de los chulos falangistas, miedo a los curas que eran unos miserables al servicio del fascismo, miedo al vecino, miedo al pariente... Todavía hoy conozco gente que tiene miedo o, lo que es peor, lo ha heredado.

La derecha no está dispuesta a asumir esa pesada herencia de crimen de lesa humanidad; pero tampoco a renunciar a ella. Por eso dice un falangista como el señor Aznar que es la derecha "sin complejos". Cuando dicen eso de "sin complejos" se refieren a ese pasado que, como los políticos astutos, no "afirman ni desmienten". Al fin y al cabo, bien claro está que en repetidas ocasiones, en 1993, 1996, 2004, han jugado con ese miedo cerval que aquellos asesinos correligionarios suyos inculcaron en una población civil inerme. Miedo.

Miedo del que por fin podrán librarse muchos , cuando recuperen oficialmente los restos de sus familiares o allegados sin que suceda nada y cuando vean que, al contrario, la siguiente batalla que habrá que dar, una vez que conocemos los nombres y apellidos de las 130.137 víctimas, será conocer los de los victimarios con todas las circunstancias pertinentes, incluidas las reparaciones y devoluciones de todo lo robado.

No queremos venganza. Queremos justicia.

(La primera imagen es una foto de Jaume d'Urgell, bajo licencia de Creative Commons).