El hombre propone y Dios dispone. No sé si podré mantener la promesa de los veinte posts dedicados a las edades de la vida dada la abundancia de material interesante. Hay una vertiente de la leyenda en la que el asunto de las edades no es el objeto del relato, sino que, por así decirlo, es la urdimbre de que está hecha una narración distinta, un cuento diferente en el que el paso de las edades de la vida se da por supuesto y no es objeto directo de la atención. Y, sin embargo, tiene una representación plástica abundantísima.
Se trata del mito de Edipo y, en concreto, el episodio del encuentro de Edipo con la esfinge. Se recordará que ésta le plantea una pregunta al futuro Rey de Tebas, la misma que plantea a todos los caminantes que están forzados a pasar por el estrecho desfiladero ante ella y con idénticas condiciones: si la contesta correctamente, pasará; si no, morirá. Y la pregunta reza: "¿Cuál es el animal que primero anda a cuatro patas, luego a dos y por último a tres?" A lo que el sagaz Edipo responde que es el hombre que de niño va a gatas, de maduro en posición bípeda y ya anciano se sirve de un bastón o cayado para ayudarse en su tembloroso caminar. Con esta respuesta correcta (niñez, madurez, ancianidad, las edades de la vida), Edipo continúa su viaje hacia su terrible destino mientras la esfinge se precipita en el vacío.
Ya dije que la leyenda tiene una abundantísima representación. Más arriba vemos un plato griego bastante grande del siglo IV a.d.C., una representación muy elegante del momento en que la esfinge, subida a una columna jónica, plantea el enigma a Edipo, ataviado de peregrino. Pero el motivo ha seguido apareciendo en el arte occidental hasta el día de hoy. A la derecha, la interpretación que hizo Ingres en 1808 y se encuentra en el Museo del Louvre, en París. Vemos al caminante en el momento de descifrar el enigma en una zona de riscos, con el paso angosto que lleva a Tebas y cierra el monstruo. En el suelo, huesos y restos de seres humanos que lo intentaron antes y perecieron. La esfinge, apenas entrevista, acentúa la voluptuosidad de los rasgos femeninos, pero sigue fiel a la imagen clásica: abdomen y patas de león y alas de ave. No entiendo bien la figura del fondo, como no sea la de alguien que se asusta de lo que supone va a pasar.
Lo curioso de esta leyenda y de la figura de Edipo, que es central en muchos campos, incluido el del psicoanálisis, es el batiburrillo que se organiza precisamente con el tema de las edades. El hijo de Yocasta responde con clarividencia: niñez, madurez, ancianidad; pero luego, al seguir su camino y cumplir su destino sin saberlo, las lía todas: tiene cuatro hijos en una relación incestuosa involuntaria con su madre de forma que, como repite horrorizado el coro en la tragedia de Sófocles, es el marido de su madre y el padre de sus hermanos. El orden natural de las edades de la vida alterado por el ciego designio del destino contra el que nada pueden los seres humanos. Sabedor finalmente Edipo de cómo se cumplió la fatídica profecía que lo hacía asesino de su padre y esposo de su madre, se ciega arrancándose los ojos (un requisito, el de la ceguera, en el mundo mitológico para alcanzar el don de la profecía) y pasa el resto de sus días maldiciendo el día en que nació o en que no le dejaron morir abandonado en el monte. Pero no recuerdo (corríjaseme si me equivoco) que en ningún momento se arrepienta de haber resuelto el enigma de la esfinge.