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divendres, 4 de desembre del 2015

Todo el mundo miente.

Eduard Puigventós López (2015) L'home del piolet. Biografia de l'assassí de Trotski. Barcelona: Ara Llibres. (620 págs.)
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El asesinato de Trotsky a manos del comunista catalán/español Ramon Mercader es uno de los acontecimientos contemporáneos sobre los que más se ha escrito. Hay memorias, ensayos, novelas, reportajes, películas para llenar una pequeña biblioteca. Se suma ahora esta biografía del asesino, que es la tesis doctoral en Historia del autor. Es un texto académico, minucioso, sistemático y una verdadera biografía, que narra desde el nacimiento a la muerte del biografiado y, por tanto, un documento que quedará como fuente de información para cuantos se sientan atraídos por el episodio en sí y por la personalidad del asesino. Porque 75 años después de aquel crimen en la casa de Coyoacán, México, D. F., el hecho sigue suscitando vivo interés y mucha curiosidad, como si todavía quedara algo por saber, alguna clave oculta, algún dato que permita interpretar algo tan peculiar como anodino a la par que misterioso, intrigante y revelador dentro de su vulgaridad y su miseria. Como si en el momento culminante, de todos conocido y mil veces relatado,  en que un hombre al servicio de la NKVD, entra en el despacho del viejo revolucionario comunista, último opositor de categoría a Stalin, y lo asesina hincándole un piolet de alpinista en la cabeza, hubiera un misterio oculto que todavía quedara por resolver.

Y, en efecto, así es. Este crítico, sin ir más lejos, que ha leído buena parte (no todo, ni mucho menos) de lo que se ha escrito sobre este asesinato, mantiene una teoría sobre el significado y el alcance del hecho que la lectura de la interesante biografía de Puigventós no ha desbaratado, aunque tampoco confirmado. En definitiva, se trata de un libro académico, una acumulación de datos y hechos, pero con escasa, por no decir nula, intención interpretativa. Y lo fascinante de esta archiconocida historia, precisamente, es su significado, si alguno tiene.

Pero no vamos a adelantarnos. Propondremos nuestra interpretación al final, tras dar cumplida cuenta del libro en comentario que, efectivamente, es una magnífica biografía de corte clásico.

Ramon Mercader nació en Barcelona en 1913. Uno de los cinco hijos del acomodado matrimonio de Pau Mercader y Caridad del Río Hernández. La relación familiar fue tormentosa y terminó en divorcio no sin que antes Pau hubiera recluido a su mujer en un manicomio en 1924/1925 en una cura de desintoxicación de drogas, aunque no esté claro de si realmente se trataba de eso o de apartar a Caridad de las relaciones con elementos anarquistas y radicales catalanes de la época. La mujer no debía estar del todo bien porque tuvo un intento de suicidio en 1928 ya en Francia. Siempre se ha dicho que la acción de Mercader fue movida por su madre, que ejercía una enorme influencia sobre él. Y tal cosa queda atestiguada en el libro de Puigventós en varias ocasiones, aunque no con la fuerza de convicción que cabría esperar. De hecho, tras entrar en la cárcel mexicana convicto y confeso Mercader, la madre se esforzó por sacarlo de diversas formas (interfiriendo asimismo en los intentos en igual sentido de la NKVD que quiso recurrir al soborno (p. 455)) sin conseguir otra cosa que empeorar sus condiciones (p. 477). A partir de ahí las relaciones materno-filiales se deterioraron y, en los últimos años de Caridad, ya casi ni se hablaban (p. 527).  

La juventud de Mercader coincide con la guerra civil y, sobre todo, la guerra civil dentro de la guerra civil en Barcelona en 1937, achacada sobre todo a los anarquistas y trotskistas por los comunistas españoles, entre los cuales se contaban los Mercader, madre e hijo que, habiendo contactado con un agente de la NKVD, el bielorruso Nahum Isakovich Eitingon se pusieron incondicionalmente al servicio de Stalin a su través (p. 83) y del jefe de la organización en España, Alexandr Orlov, uno de los responsables directos del asesinato de Andreu Nin (p. 99). Fue la época en que la III Internacional, al servicio de Stalin, ordenó el exterminio de los trotskistas en todo el mundo como agentes de Hitler y Franco, trola que los Mercader jamás cuestionaron. Tras ser herido en el frente de Aragón, Ramon Mercader pasa a Francia, en donde se pierde su pista un tiempo y el autor opina que estaba siendo adiestrado por Eitingon en la incorporación de una personalidad falsa, el belga Jacques Mornard, sin que de momento se pensara utilizarlo como asesino de Trotsky (p. 174).

Puigventós intercala aquí un documentado capítulo sobre la trayectoria de Trotsky, desde su comienzo en la revolución de 1905 hasta su exilio en Alma-Ata primero, Prinkipo después y el comienzo de su errar por el mundo, siempre perseguido por los esbirros de Stalin: Francia (en donde, al parecer, la NKVD asesinó a su hijo Lev Sedov, tras haber asesinado antes a su nieto Serguei en Rusia), Oslo y, por último, México. El trasfondo, la biografía de Trotsky como comisario de asuntos exteriores (paz de Brest-Litovsk), jefe del ejército rojo, enfrentamiento con Stalin y maniobras de este en contra de los bolcheviques (Kamenev, Zinoviev, Bujarin, Radek, etc.) hasta exterminarlos a todos. El destino de Trotsky. 

En París, Jacques Mornard/Ramon Mercader seducirá a la joven y entusiasta trotskista Sylvia Ageloff, estadounidense de origen ruso, y, tras muchas peripecias, valiéndose de ella, que tenía acceso irrestricto a Trotsky, ya en México, conseguiría llegar hasta él y asesinarlo. En toda esta parte de la vida del revolucionario ruso, ya al final, tiene mucha importancia la rama trotskista en los Estados Unidos, en donde había un Comité de Defensa de León Trotsky y donde también se formó una comisión, presidida por el filósofo John Dewey para examinar las acusaciones de los soviéticos que, por supuesto, llegó a la conclusión de que todas eran maquinaciones de Moscú (p. 215).

El libro concentra el foco sobre este último año de la vida de Trotsky, 1940, para relatar el episodio del primer atentado que sufrió el exiliado a manos de los comunistas mexicanos dirigidos por el pintor David Alfaro Siqueiros. Trotsky tuvo bastante relación con el muralismo mexicano, era amigo de Diego Ribera e incluso tuvo un romance con la mujer de este, la también pintora Frida Kahlo, pues, entre otras cosas, residió una temporada en su casa antes de trasladarse a la de la vecina calle Viena, en Coyoacán, en donde murió y en donde está hoy enterrado junto a su mujer, Natalia Sedova. Este crítico conoce muy bien la casa pues la ha visitado varias veces, siempre en busca de alguna clave que le permitiera entender el crimen que en ella se cometió.

La decisión de asesinar a Trotsky la toma (o la transmite) Eitingon en junio de 1940 en compañía de Caridad Mercader y Ramon (p. 323). Por aquel entonces el Partido Socialista de América, de James Burnham y Max Schachtman se había escindido a raíz de la ocupación rusa de Polonia, Bielorrusia y Ucrania entre la minoría (para la que la URSS había dejado de ser un Estado obrero) y la mayoría, con Trotsky, según la cual la URSS seguía siendo un Estado obrero, aunque hubiera ocupado aquellos países. Burnham y Bruno Rizzi, (en La burocratización del mundo 1939) decían que la URSS había visto una "revolución" de los administradores (la famosa doctrina de Burnham de la managerial revolution)  y le había pasado como a la revolución francesa: había reemplazado una forma de dominación por otra (pp. 334/335). Jacques Mornard que, por entonces se llamaba, Frank Jacson, repentinamente convertido al trotskismo e interesado en esta polémica concreta, se ofreció a escribir un artículo sobre este asunto y enseñárselo a Trotsky. Se titulaba Tercer campo y frente popular (p. 338). Así llegó hasta él y, mientras Trotsky leía la pieza (cuya primera versión no le había gustado nada), lo asesinó. Leonid Eitingon y Caridad Mercader lo esperaban en un auto a poca distancia de la casa, pero tuvieron que irse cuando las cosas se complicaron (p. 373).

El proceso por el asesinato fue largo y estuvo lleno de altibajos y paradojas. Entre otros ejemplos de incidentes y dilaciones, el abogado defensor, Octavio Medellín Ostos, trató de obtener la nulidad de las actuaciones porque, no constando interrogatorio de dos policías que estuvieron en el lugar de los hechos, no se podía saber si, como sostenía la defensa, en realidad el asesinato fue en defensa propia de Mercader, pues fue atacado por Trotsky (p. 430). Siguió siendo Jacques Mornard aunque, según explica Julián Gorkín, su identidad era un secreto a voces, como lo prueba que fuera a verlo a la cárcel Sarita Montiel con su marido, el comunista Juan Plaza (p. 423). La verdadera identidad de Ramon Mercader no se conoció hasta 1950 (p. 445), pero él siguió siendo Jacques Mornard.

El libro vuelve a cambiar de perspectiva cuando Mercader sale por fin de la cárcel en 1960, habiendo cumplido veinte años de prisión, con un pasaporte a nombre de Jacques Mornard, aunque ahora su nacionalidad decía ser checoslovaca (p. 497). Tras una breve escala en Cuba, ya por entonces comunista, Mercader llegó a la Unión Soviética, en donde lo recibió el jefe del KGB,  Alexandr Nicolaievich Shelepin (p. 501). Poco después, el 8 de junio de 1961, se le concedió la medalla de héroe de la Unión Soviética, la Orden de Lenin (p. 503). Al fin al cabo, la NKVD condecoró en 1941 a seis personas que habían tenido directamente que ver con el asesinato de Trotsky, entre ellas, Caridad Mercader, y con el acuerdo de Beria y Stalin (p. 457) 

Mercader seguía siendo un comunista fiel. Las autoridades le dieron un buen piso en una zona residencial y acceso a las tiendas y servicios para cargos importante y extranjeros. Los de PCE también lo acogieron bien y, vista su formación, que había profundizado en la cárcel,  le dieron trabajo en la redacción de la obra colectiva Guerra y revolución en España, 1936-1939 que había de exponer la participación de los comunistas en la guerra civil,  pero su nombre acabó por no aparecer en la redacción final por discrepancias con la dirección del proyecto (p. 513). Para los comunistas españoles, como para los soviéticos, Mercader era un héroe y, al mismo tiempo, un personaje incómodo porque, al fin, era un asesino. El propio Mercader acabó por no sentirse a gusto en la URSS, por distanciarse de su partido, aunque sin articular críticas. Fueron  los años de las purgas en el PCE (Líster, Claudín, Semprún) (p. 532) que dejarían huella. Aunque había adoptado dos niños junto con su esposa, la mexicana Roquelia Mendoza Buenabad, con quien se casó estando aún en la cárcel, suspiraba por marcharse, en concreto a Cuba. 

Fue el propio Fidel Castro quien ordenó que lo autorizaran a ir a vivir allí. La familia lo hizo sin problemas. Al llegarle el turno a su vez, cayó enfermo y estuvo hospitalizado, no pudiendo salir de inmediato. Hubo sospechas de que lo habían envenenado (p. 544). Por último recibió permiso para salir de la Unión Soviética en agosto de 1974. En Cuba le asignaron un chalet en la colonia Miramar, barrio residencial (p. 546). Allí vivió, rodeado de comodidades, complementadas con un trabajo más o menos ficticio de "asesor" en el Ministerio del Interior, a donde iba cuatro horas todos los días. Hasta el final hizo vida bajo el nombre de Ramón López (p. 549). Murió de un cáncer de huesos o de las complicaciones derivadas de él y, lógicamente, resurgió la teoría del envenenamiento, por lo demás poco probable (p. 565). Está enterrado en Moscú.

El autor añade algunas reflexiones finales sobre Ramón Mercader. En su opinión, no fue escogido al azar para su tarea de asesino sino porque en él coincidían elementos que lo hacían idóneo, entre ellos el hecho de ser de lengua española (p. 580) y de estar totalmente entregado a la causa comunista.

Justamente aquí es donde, a modo de colofón, el crítico apuntará su interpretación. ¿Qué sentido tenía, qué beneficio para la oligarquía estalinista asesinar a un hombre huido de la URSS, a más de 10.000 kilómetros, exiliado, derrotado, rechazado de todas partes y que no podía hacer daño alguno? ¿Por qué exponerse a la condena mundial con un crimen cuya autoría intelectual acabaría descubriéndose y acumulando más desprestigio sobre la Unión Soviética como una dictadura cruel, vengativa y sanguinaria? ¿Tanta fuerza tenía el odio de Stalin, su inquina particular hacia una personalidad mucho más brillante que la suya y con una ejecutoria de revolucionario auténtico?

El crítico sostiene que este asesinato quizá pueda explicarse recurriendo a consideraciones sociales y políticas, sin olvidar, por supuesto, los factores personales. Y la primera de todas es el valor simbólico del hecho. Trotsky tuvo siempre fuerza y personalidad propia en la revolución soviética. Sus relaciones con Lenin eran más de igual a igual que las de los bolcheviques, empezando por el propio Stalin. De hecho, en la escisión de 1903, Trotsky se unió a los mencheviques y, al comienzo de la revolución de 1917, es claro que las famosas Tesis de abril, de Lenin, que impulsan la revolución hasta la toma del Palacio de Invierno, siguen la teoría trotskista de la revolución permanente. Trotsky, en realidad, era otro Lenin. Mientras él viviera, a pesar de Kronstadt y a pesar de todo, el espíritu soviético original subsistiría y serviría como espejo en el que podría observarse la degeneración del comunismo estalinista. Solo eliminándolo personalmente se apagaría la luz bolchevique, se legitimaría la dictadura de Stalin y su doctrina del socialismo en un solo país se impondría a la vigencia de la revolución permanente. Por descontado, esa eliminación serviría para dar una lección en el interior de la Unión Soviética y terminar de aterrorizar a cualquier núcleo de oposición que se organizara.

Con su piolet, Ramon Mercader no acabó solo con la vida de Leon Trotsky, sino con su símbolo y su doctrina.

Por supuesto, tiene razón Puigventós al decir que Mercader no fue escogido por casualidad. La influencia de la madre, Caridad Mercader, fue decisiva. Una de las conclusiones de las abundantes pruebas psicológicas y psiquiátricas a que se sometió a Ramon fue que tenía un fortísimo complejo de Edipo (p. 411). No obstante, el mismo autor reconoce que, entre las filas comunistas de entonces se hubieran encontrado abundantes voluntarios para llevar a cabo aquel crimen. Recoge una idea de Teresa Pàmies, comunista estalinista de primera hornada y esposa de Gregorio López Raimundo, el secretario general del PSUC, en el sentido de que, en aquella época cualquier militante comunista se hubiera prestado a la misión de matar a Trotsky (p. 381). El más alto honor de un comunista era obedecer ciegamente las órdenes del camarada Stalin.

La historia se complica extraordinariamente por su origen en el curso de la guerra civil española y su involucración con las actividades del PCE, la NKVD y la Unión Soviética, un sórdido mundo de maniobras oscuras, agentes dobles, espionaje, denuncias, ejecuciones extrajudiciales, secuestros, fusilamientos, juicios farsa, torturas, desapariciones, purgas, expulsiones: la historia del comunismo "realmente existente". Informa el autor de que la investigación de la vida de Ramon Mercader fue difícil porque, como dice Leonardo Padura, (el autor de  El hombre que amaba a los perros),  es una historia en la que todo el mundo miente (p. 584). Un rasgo característico de las muchas otras historias que afectan a los comunistas de la mayor parte del siglo XX, desde la del espía Willy Münzenberg a la de la deposición de Dubcek tras la primavera de Praga, pasando por las fosas de Katyn, la huida de Victor Kravchenko o la destitución de Gorbachov. Historias en las que todo el mundo miente.

divendres, 9 d’octubre del 2015

Gran Bretaña, años 80.


Hoy, viernes, 9 de octubre, Palinuro participa en un coloquio organizado por el Departamento de Historia Contemporánea de la UNED sobre la Gran Bretaña de la época de Margaret Thatcher. Comparto mesa con el eximio Nigel Townson.

Líder del Partido Conservador de 1975 a 1990 y primera ministra de 1979 a 1990, la dama de hierro cogió las riendas de un Reino Unido que se encontraba en un momento delicado de su historia, con alguna conciencia de decadencia, incómodo dentro de la CE, en la que acababa de ingresar, con una crisis galopante en las estructuras del Estado del bienestar y cierta hegemonía de la izquierda política y sindical. A su modo y, con su peculiar personalidad, determinada y elemental, se propuso reconstruir la sociedad británica con un retorno a las políticas económicas liberales, derrotar a la izquierda y, en definitiva, reconstruir la tasa de beneficio del capital, en claro descenso. Fue el suyo un típico de gobierno de clase. Con ella se inició las ola de privatizaciones que culminó en el mandato de Tony Blair, también conocido en broma como Tory Blair y se jibarizó el potente Welfare State británico que pusieron en marcha los laboristas en la postguerra a raíz del Informe Beveridge.

En el orden internacional, su acción fue no menos determinante y, por su decisión, contundencia, intransigencia y belicosidad (claramente manifiesta en la guerra de las Malvinas) consiguió elevar asimismo el prestigio exterior del Reino Unido, así como su peso a través de la special relationship con los Estados Unidos. Selló una buena relación y hasta amistad con Mijaíl Gorbachov, lo cual fue asimismo decisivo para propiciar el desmantelamiento de la URSS y el fin de la guerra fría en 1991, un año después de que una sublevación interna de barones del Partido Conservador, la expulsara del liderazgo del partido y del gobierno.

Hablaremos de todo ello a partir de las 18:00 en el Salón Siglo XXI del Excmo. Ayuntamiento del Real Sitio de la granja de San Ildefonso.

Todo el mundo bien venid@.

divendres, 18 de setembre del 2015

El final de los imperios.


Cuando, hace ya algunos años, vi la película de Ridley Scott, Gladiator, los planos de Russell Crowe (Máximo) entrando o saliendo de su mansión campestre en España, me trajeron a la memoria la villa romana de la Olmeda en Pedrosa de la Vega, provincia de Palencia.  Son las escenas en flash back en que el general  recuerda sus campos cultivados y su vida familiar en compañía de su mujer y su hijo asesinados luego por orden del emperador Cómodo, quien también ordena destruir e incendiar la mansión para castigarlo por negarse a acatarlo como emperador. Imposible no ver en la memoria, o quizá imaginar, los campos cercanos al río Carrión en los que algún noble romano hizo construir su mansión hacia el siglo IV, muy cerca de otra villa anterior, del siglo I, más en la época de Cómodo, pero destruida en el siglo III. No se conocen los nombres de los propietarios del latifundio, aunque hay señales de que uno de ellos pudiera haber sido Asturius, general quizá de Constantino o Teodosio, como Máximo lo era de Marco Aurelio.  La villa de la Olmeda, obra tardoimperial, fue destruida a lo largo del sigloVI. Visión y recuerdo, en la película y en la realidad. Así que este verano hicimos una escapada a Pedrosa de la Vega y, luego, a Saldaña, en cuya iglesia de San Pedro se conservan muchas piezas arqueológicas procedentes del latifundio y dependencias adyacentes así como necrópolis, a ver cómo seguían las excavaciones.
 
Porque la primera vez que la visité fue a mediados de los ochenta  después de que el ingeniero agrónomo Javier Cortés, propietario del terreno, donara el conjunto a la diputación de Palencia para que prosiguiera las excavaciones. Él hizo el primer descubrimiento por casualidad en 1968 y, durante doce años, fue desenterrando construcciones, reparando mosaicos, ampliando lo excavado, hasta que vio que era una tarea superior a sus posibilidades e hizo la donación de lo que está considerado como uno de los mayores yacimientos arqueológicos europeos y una de las mayores villas de todo el imperio romano. El hallazgo de una vida.
 
 La diputación reabrió el sitio en 1984 al tiempo que seguía ampliando las excavaciones. Desde entonces se han hecho muchas ampliaciones y, aunque la parte rústica queda por descubrir, la urbana está ya toda a la vista, en magnífico estado de conservación y muy cómoda visita mediante unas pasarelas fijas que permiten contemplar los mosaicos del oecus, la parte noble. Son muchas las habitaciones que conservan mosaicos y para observarlos es muy útil una detallada guía de José Antonio Abásolo y Rafael Martínez, catedráticos de Arqueología de la Universidad de Valladolid. Hay multitud de dibujos, pautas, formas y colores, motivos vegetales y sobre todo geométricos. Llaman la atención las cruces gamadas tranto dextrógiras como levógiras, por razones comprensibles porque parece que son signos iranios pero que obviamente habían hecho un largo recorrido. También la primera vez que visité el lugar me llamó la atención una cantidad regular de conchas de ostras que testifican de cierto lujo en el vivir, hoy reducidas a una pequeña muestra pero igualmente significativa.
 
Los dos conjuntos de mosaicos más interesantes tienen motivos figurativos y muy curiosos. Uno de ellos representa el episodio en que Ulises, "el de los mil trucos", según Homero, descubre a Aquiles, disfrazado de  doncella entre las hijas del Rey Licomedes, a donde le había llevado su madre para evitar que fuera a la muerte en la guerra de Troya. Es un tema que se repite mucho en la pintura del clasicismo y el neoclasicismo porque es muy sugestivo, el del reto para el artista de representar el momento en que surge el hombre en ímpetu viril y belicoso del cuerpo de una dulce joven y el pasmo e intriga de su compañeras.
 
El otro mosaico también muy bien conservado son figuras de animales, leones, ciervos, etc en escenas de caza, muy vivas, muy fidedignas pero, eso, escenas de caza que nunca me han parecido especialmente interesantes, aunque sin duda tienen mucho mérito.
 
El palacio es una maravilla de proporción y variedad. Con la guía de Abásolo se pueden ir siguiendo los conductos del sistema de calefacción del hipocausto porque es fácil imaginar el frío que debe pasarse en invierno en Palencia, clima continental. Igualmente es magnífico el complicado sistema de baños con todos sus apartados y diferentes funcionalidades.
 
A la entrada se erige una arcada minuciosamente recostruida con las piezas auténticas que se encontraron dispersas y enterradas. Da paso al peristilo, el patio interior cuadrado que reproduce a escala menor del cuadrilátero del palacio, flanqueado por cuatro torres y que, en su tiempo, constaba de dos plantas.
 
Esta villa era el centro, casi una pequeña ciudad, de una intensa actividad agropecuaria en la que interactuaban personas de muy diversa condición, criados, esclavos, libertos, ciudadanos romanos, la familia, los comerciantes y extranjeros, muchos de ellos con nombres griegos o de otras procedencias. Una actividad que fue decayendo poco a poco, para dar paso a las medievales en los alrededores (como se prueba por las necrópolis) hasta desembocar luego en la nobiliaria Saldaña. Un imperio sustituía a otro.
 
 

dimarts, 4 d’agost del 2015

El nazismo y la poesía.


Thomas Harding (2015) Hanns y Rudolf. El judío alemán y la caza del Kommandant de Auschwitz. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
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Es célebre la rotunda reflexión de Adorno escrita en 1949, a su regreso del exilio en los Estados Unidos: "Después de Auschwitz, escribir poesía es cosa de bárbaros". Sobre esta agónica conclusión se han vertido ríos de tinta. Bien es cierto, casi toda en prosa. De pocos acontecimientos y acaeceres se ha escrito más que sobre los campos de exterminio, la "solución final", el holocausto. Quizá sólo la guerra civil española sea comparable y es temática indirectamente relacionada. Toneladas de ensayos, recuerdos, memorias, investigaciones, testimonios, piezas teatrales, películas y, por supuesto, novelas. Ignoro si se ha escrito mucha poesía sobre Auschwitz, pero es obvio que se ha escrito mucha, muchísima, después de Auschwitz. Es más, por extraños vericuetos que llevan a lo más profundo del alma humana, la poesía se ha infiltrado en muchos textos en prosa, transfigurándolos. Todas las obras de Primo Levi, escritas en prosa, son poemas, se leen como poemas porque ponen en contacto a un ser humano, la víctima, con otro, el lector, de modo inmediato, directo, inefable. Y esto pasa con muchos relatos de protagonistas, supervivientes, personas que sobrevivieron quizá por un error administrativo de una maquinaria asesina, por el fracaso de un plan, por una obstinación sobrehumana o por un golpe de suerte. Cualquiera sabe que el azar es pura poesía y, si es a vida o muerte, poesía trágica.

La barbarie nazi ha sido incuestionablemente documentada por cientos de especialistas que han llegado a formar una cofradía empeñada en que el olvido no sepulte su recuerdo. Me honro con la amistad de uno de ellos, Joaquim Pisa, que ha hecho un trabajo impagable sobre las deportaciones de españoles al campo de Mauthausen y sobre el campo en sí. Algún otro ha dejado verdaderos monumentos a esa facultad tan preciosa de la humanidad que es la memoria, la primera que todos los tiranos del mundo pretenden anular. La inmensa película, Shoah, de Claude Lanzmann, con sus nueve horas y media de duración es, ante todo, eso, un monumento a una memoria que no puede borrarse.

 En qué medida la realidad haya desmentido la conclusión adorniana es algo que depende del sentido que le demos, pero no seguiremos este sendero porque estamos a otra cosa. Auschwitz, Dachau, Mauthausen, Treblinka, Belsen, Buchenwald, etc aparecen una y otra vez en el gran relato humano de la segunda mitad del siglo XX, hasta formar una amalgama con nuestras experiencias, nuestras vivencias, ambiciones y temores. Quienes han  visitado alguno o todos los campos de exterminio, han tratado con supervivientes de ellos o sus familiares, han comprobado los números tatuados en los brazos, han leído libros, visto películas, escuchado composiciones que los han aproximado a la agonía, la experiencia límite de unos seres humanos deshumanizados y tratados como reses en los mataderos. Y lo han interiorizado, convertido en algo suyo. El holocausto late hoy en la conciencia de los vivos.

Entre otras cosas porque cuando alguien presenta un relato sobre algún aspecto de esta monstruosidad, suele tener elementos personales, íntimos, que todos nos apropiamos de modo empático. Es el caso de este libro en comentario.

Hace unos años, con motivo del fallecimiento del ciudadano británico Howard Harvey Alexander, nacido alemán y judío como Hanns Alexander, el autor de esta obra, sobrino-nieto del fallecido, supo que su tío abuelo fue quien capturó al Kommandant del campo de Auschwitz, Rudolf Höss y lo entregó a las autoridades británicas, quienes se lo pasaron a las polacas. Fueron estas quienes lo juzgaron, lo condenaron a muerte y ahorcaron en el mismo campo en el que había cometido sus atrocidades. Este es el elemento personal, íntimo, privado que hay en esta historia y que la hace tan fascinante: pues, como en muchos otros relatos sobre el holocausto, lo personal se mezcla siempre con lo colectivo y le da un especial interés.
 
En este caso, el autor traza una especie de vidas paralelas entre dos ciudadanos alemanes, contemporáneos, aunque no exactamente coetáneos, dado que uno es más de 15 años más joven que el otro. El joven, el judío berlinés, Hanns Alexander, hijo de un reconocido médico de la capital, acostumbrado a una vida de altos vuelos si no directamente de lujo, ante el ascenso del nazismo en los últimos años veinte y primeros treinta, se ve obligado a huir de su país, así como el resto de su familia y a refugiarse en Inglaterra. Allí se presentará voluntario para combatir contra Alemania en el ejército inglés, en donde llegó a teniente, siendo destinado al final de la contienda a la primera comisión de investigaciones sobre crímenes  de guerra de los jefes nazis, aprovechando su bilingüismo alemán/inglés.
 
El protagonista de la otra vida es el oficial alemán Rudolf Höss, de origen mucho más modesto, trabajador del campo, teóricamente ario puro que sirve en el ejército de su país durante la primera guerra mundial, es herido varias veces en acciones arriesgadas en las que muestra gran valor, condecorado y devuelto luego a la vida civil en los tumultuosos años veinte en la República de Weimar, cuando crece la peste nazi tan bien retratada por Christoher Iserwood. Höss ingresa en las SS, hace carrera y mantiene una relación de proximidad con Heinrich Himmler quien lo manda al frente del campo de Auschwitz con el encargo de poner en práctica la solución final. Höss fue  directamente responsable de la matanza de millones de personas y, cuando el III Reich se hundió, se despojó del uniforme, vistió un traje de paisano y huyó a refugiarse en secreto a una aldea al norte de Alemania, ya cerca de la frontera con Dinamarca, con ánimo de escapar del país como hacían entonces muchos responsables nazis, para llegar a Latinoamérica y empezar allí una nueva vida bajo identidad falsa.
 
El conjunto del relato de Harding contiene abundantes episodios de brutalidad, crueldad y barbarie de las que eran responsables los nazis y también muchos otros ejemplos de eso que, desde la descripción de Hannah Arendt se conoce como la banalidad del mal. Höss no era solo una bestia inhumana. El autor subraya otros aspectos contradictorios: era un buen esposo y padre de familia y tenía algunas convicciones ideológicas, la primera de las cuales era, claro, la ciega obediencia al mando y la lealtad incuestionable al Führer. Si Himmler (quien recibía las órdenes directamente de Hitler) le encomendaba poner en práctica la solución final con escasísimos medios materiales, él cumpliría las órdenes velando por realizar la tarea con sentido burocrático e industrial y la mayor eficiencia posible. Quiso el destino que fuera él quien, por indicación de un subordinado, pusiera en marcha el procedimiento de gasear a los internos a cientos con el gas Zyklon B y hacer desaparecer luego los cadáveres en los hornos crematorios o quemados en fosas comunes. Es decir, la importancia de Höss para la historia es que fue el primero en acometer el exterminio de los judíos con eficacia industrial.
 
A su vez recae sobre el otro hombre, Hanns Alexander, el singular honor de haber sido también uno de los primeros, sino el primero, en cazar nazis, el primer caza-nazis de la historia. El antecesor de Simon Wiesenthal. Y, en efecto, después de haber localizado y arrestado a algunos mandos intermedios, sus jefes le encomendaron la caza y captura, a ser posible vivo, del Kommandant Höss. Y Hanns cumplió. Acabó encontrándolo, obligando a su esposa a revelar su escondite, aunque fuera por el no muy noble procedimiento de amenazarla con enviar a Siberia a su hijo menor, entonces un niño. Es muy de agradecer que, así como Harding busca facetas no enteramente repulsivas del oficial de las SS, tampoco intente embellecer la figura de su tío abuelo. En la guerra, en la inmediata postguerra, las pasiones volaban muy alto y los valores más sagrados crujían. Que cada cual juzgue ese dato del chantaje a la madre como crea justo, el autor cumple escrupulosamente con su deber de darnos los datos para el juicio.
 
El hecho, pue, es que Hanns cazó a Höss, el responsable material del desencadenamiento de la solución final. Solo faltaba que confesase, cuestión necesaria porque, aunque no había escasez de testigos, faltaban casi todas las pruebas materiales ya que los nazis, al verse perdidos, pasaron a destruir sistemáticamente documentación, archivos, laboratorios, instalaciones, todo. Con lo cual se daba pie a las teorías negacionistas. Por fortuna, durante el tiempo en que Höss estuvo en prisión preventiva, aguardando su proceso, un psicólogo le proporcionó papel y pluma para que escribiera lo que quisiera. De vez en cuando, pasaba a recoger lo escrito y animaba al preso a seguir. Al final, movido por una mezcla de despecho, arrepentimiento, desconcierto, desesperanza y quizá odio, quien sabe incluso si contra sí mismo, el hombre acabó confesándolo todo por escrito.
 
La solución final había sido un hecho y de tal envergadura que se le llegó a atribuir la muerte de la poesía.

diumenge, 2 d’agost del 2015

El mítico Franco.

Julián Casanova (Comp.) (2015) 40 años con Franco. Barcelona: Crítica. 403 págs.
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Hace aproximadamente un mes, Palinuro dio cuenta de una exposición sobre el franquismo que, comisariada por Julián Casanova, podía visitarse en Zaragoza. En la exposición cabía adquirir también el libro ahora en comentario, lo que quizá sea un catálogo bien original. Compilado por el comisario, en él colabora un grupo de especialistas en diversos campos del saber para dar una visión cruzada del franquismo. Paso a comentar las aportaciones:

Abre un ensayo de Paul Preston titulado Franco: mitos, mentiras y manipulaciones. Cuando se ha escrito lo que muchos consideran la biografía canónica del personaje, puede resultar difícil condensar tanto saber en unas cuarenta de páginas. Sobre todo si, como da la impresión, están escritas un poco a vuelapluma y con cierto descuido. La intención del trabajo es clara: trazar un cuadro, a modo de resumen, del conjunto de la persona de Franco y su obra. Desde la insistencia en la ignorancia científica (especiamente en economía) y la credulidad del caudillo, hasta el altísimo concepto que tenía de sí mismo como enviado providencial, el ensayo traza los episodios más conocidos de su vida: la autarquía; el sistema educativo como "una especie de lavado de cerebro nacional" (p. 21); el control férreo de la prensa; los ditirambos imperiales de los intelectuales del régimen; la corrupción de este, que fue una de sus garantías de pervivencia; el desembarco de los tecnócratas del Opus en el plan de estabilización; la transición y el "exorbitante precio que España pagó por los 'triunfos' de Franco" (p. 49). Es una visión de conjunto muy crítica, si bien da la impresión de estar matizada por una especie de leve síndrome de Estocolmo. Tantos años conviviendo con el objeto de estudio hacen que Preston atribuya a Franco algunas habilidades y cualidades que no suelen reconocérsele y, en principio, con razón.

Julián Casanova, La dictadura que salió de la guerra. Fue de hecho una dictadura de la "victoria". Lo fue hasta el final, y todavía hoy el arco del triunfo que se yergue en La Moncloa se llama oficialmente "Arco de la victoria". La Iglesia se encargó de fabricar el mito de la cruzada, Franco enviado providencial que salvó a España en una leyenda que se cultiva en el NO-DO (p. 58). Esa exaltación contrastaba con la represión que se vivió en el día a día. Entre fines de 1939 y comienzos de 1940 había 270.719 presos de los que 23.232 eran mujeres (p. 63). Toda la vida del país estuvo marcada por la "causa general", una monstruosidad jurídica que sirvió para alimentar el clima de odio, venganzas y rencor que se había impuesto (p. 66). Un Estado policial fascistizado en el que se había organizado la División azul, con el pleno dominio de la Iglesia. Esta forma parte de la triada que, con el ejército y la Falange, constituyó la base del régimen de Franco (p. 75).

Ángel Viñas, Años de gloria, años de sombra, tiempos de crisis. Viñas, un reconocido especialista, dedica su trabajo a revelar los contenidos de la politica exterior de Franco en sus diversas etapas: la autarquía, el fracaso de las fantasías imperiales (p. 86) y el comienzo de la "estabilidad" para el que algunos apologetas acuñaron el término más suave de "dictadura desarrollista" (p. 88). El "contubernio de Múnich" de 1962 y, por supuesto, las relaciones más importantes y humillantes para España con los Estados Unidos, acostumbrados a tratar a los militares españoles como "cipayos" (p. 97), porque, en realidad, España no podía aportar nada de interés para los estadounidenses fuera de su posición geoestratégica, mientras que estaba muy necesitada del reconocimiento internacional que los yanquies proporcionaban. En Europa, la política exterior española de Franco solo tenía límites (p. 100)  y era la única posible. Las otras políticas de apertura al Este y similares era un puro Ersatz, en expresión que Viñas toma prestada a Fernando Morán (p. 101). En realidad, toda la hagiografía que presenta a Franco como caudillo sapientísimo que supo dirigir siempre la nave del Estado por las procelosas aguas internacionales era la consabida mitología franquista (p. 111).

Borja de Riquer, La crisis de la dictadura. El ensayo se concentra en los años de 1973 a 1974, parte del llamado "tardofranquismo", la época de Carrero Blanco y Arias Navarro. Menciona al comienzo algunos puntos de interés, como los nerviosos debates en Consejo Nacional del Movimiento entre 1971 y 1973, muy ilustrativos de la mentalidad de la clase franquista y poco aprovechados hasta el momento (p. 117). Da importancia a la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes que, bajo la dirección del Cardenal Tarancón, aprobó por gran mayoría (217 votos a favor y 26 en contra) una declaración sobre la independencia entre la Iglesia y el Estado. Otra declaración que pedía perdón por el comportamiento de la Iglesia en la guerra civil no prosperó (p. 119), lo cual debe tomarse en cuenta a la hora de aceptar la tesis de la oposición democrática católica sobrevenida en el tardofranquismo. El resto del capítulo se mantiene en los limites de la interpretación mainstream de la época, con una referencia (hoy de amargo recuerdo para sus protagonistas) de cómo el PCE y el PSOE propugnaban por entonces el derecho de autodeterminación de las naciones "periféricas" (p. 139). Se añade un interesante colofón: a pesar de los esfuerzos de la dictadura por "educar"  a la población, fracasó en el intento. Los sondeos del tardofranquismo muestran una cultura política democrática (p. 147). De Riquer no indaga en qué razones explican esta disonancia cognitiva y no ha lugar aquí a preguntar por ellas. Pero sí parece evidente hoy día que la afirmación final del autor de que la agonía de Franco fue la de su régimen "que ya era considerado anacrónico por una mayoría pasiva, pero esperanzada, de españoles" (p. 148) es aguda, pero quizá puede matizarse a la vista del apoyo que tiene el partido neofranquista PP.

Carlos Gil Andrés, Los actores, es un trabajo poco frecuente en estos libros, pero muy conveniente: una serie de breves semblanzas de algunos protagonistas del franquismo, especialmente el tardío y la transición. Se lee con gusto y se obtienen enseñanzas de las biografías de Arias Navarro, Carrero Blanco, Carrillo, Fraga, López Rodó, Muñoz Grandes, Pla y Deniel (con su pastoral sobre las dos ciudades, no las de Dickens, sino la celestial y la terrenal, con la que daba apoyo a la doctrina de la sublevación fascista como una cruzada), Pilar Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo y Serrano Suñer.

Mary Nash, Vencidas, represaliadas y resistentes: las mujeres bajo el orden patriarcal franquista,  aporta la imprescindible perspectiva de género en este asunto. La represión franquista se cebó con las mujeres, las rojas, porque rompían la falsa imagen que pretendía acuñar de la función que les correspondía. El adoctrinamiento (la "fiel esposa", sierva del marido, recluida en el hogar para garantizar la reproducción) corría a cargo de la Sección Femenina de la Falange (p. 196). Por supuesto, la represión de las rojas (tanto las que se suponía lo eran por sí mismas como las que pagaban por el mero hecho de ser parientes de rojos) mostraba la hipocresía de esta ideología franquista y nacionalcatólica. Todavía era más patente la contradicción en el terreno laboral: la doctrina franquista de la mujer en el hogar, concentrada en la maternidad que trataba de sacar a las mujeres del mercado laboral tropezaba con el hecho de que, con pocos hombres disponibles (muertos en la guerra, exiliados o presos), los empresarios contrataban mano de obra femenina que, además, tenía la ventaja de percibir salarios inferiores a los de los hombres y no respetaban siquiera las normas franquistas de fomento del matrimonio y excedencia obligada de las casadas (p. 214).

José-Carlos Mainer, Letras e ideas bajo (y contra) el franquismo es un documentado trabajo sobre la producción literaria y ensayística bajo el franquismo, desde los primeros tiempos de lealtad imperial de Escorial, pasando por la literatura del "tiempo de silencio" hasta las obras ya claramente opositoras a partir de los años sesenta. Pero no hay nada sustancialmente nuevo en relación con el resto de la obra de Mainer en este campo. Es interesante, con todo, la rápida mirada lanzada a la literatura y cultura populares las revistas gráficas (de donde surgiría Triunfo), los tebeos y, cómo no, los seriales radiofónicos, especialmente de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca, que están pidiendo a gritos un estudio semiológico (p. 244).

Agustín Sánchez Vidal, El cine español durante el franquismo tambien un ambicioso proyecto que queda algo desbordado por el alcance del tema. Desde el cine de la inmediata postguerra (y la Raza del caudillo) hasta las últimas películas de los años setenta, se pasa por muy diversas épocas, géneros  e intencionalidades nada fáciles de resumir. Filmes aparentemente realistas, abundante cine histórico ("de cartón piedra), temas intrascendentes (p. 282). Tratamiento especial reserva el autor a un espíritu incipientemente crítico, en concreto la obra de Berlanga (pp. 286 ss.), hasta el nuevo cine de los años sesenta (dentro del cual hay que contar el Franco, ese hombre, de José Luis Sáenz de Heredia, para festejar los "XXV años de paz")  y el destape. Lo que está claro es que la industria cinematográfica vencería los angostos límites de la organización institucional de la censura. Otra cosa sería la calidad de los productos, sobre todo si, como no suele hacerse en la bibliografía sobre cine español, se comparan sus producciones con las extranjeras.

Enrique Moradiellos, Franco y el franquismo en tinta sobre papel: narrativas sobre el régimen y su caudillo, es un trabajo en el que se encara el muy peculiar y a veces bizantino asunto de la naturaleza del régimen. El autor lo aborda tras recordar que el conocimiento científico depende de las tipologías y las clasificaciones y por eso es imprescindible tipificar correctamente el fenómeno en cuestión. No seré yo quien niegue esta resplandeciente verdad, pero sí me permitiré cuestionar su pertinencia para una perspectiva histórica ya que la historia, como ciencia, es el reino indiscutible de lo único, incomparable, irrepetible. Las tipologías y clasificaciones son sin duda imprescindibles para las ciencias sociales, que son "idiográficas", según los neokantianos, pero tienen menos importancia para la más idiográfica de todas, precisamente, la historia. De hecho, el autor no tarda en dar vueltas a la ya bastante vista cuestión de la tipificación del franquismo como totalitarismo o régimen autoritario (Linz) (p. 329), tras pasar en volandas por las caracterizaciones bonapartistas. Es como el asunto del elefante descrito por diez ciegos: cada uno de ellos toma la parte que palpa por el elefante entero. Algo similar cabe decir de un régimen tan longevo, tan proteico, oportunista y pragmático, capaz de contradecirse en 24 horas si lo creía necesario: el franquismo fue bonapartista, totalitario, autoritario, nacionalcatólico, seudoimperial, corporativo, militarista, etc, según el momento y el fondo de la cuestión. Y lo mismo cabe decir del propio Francisco Franco en persona, del que se ocupa una serie de biografías de un lado y del otro y de las que Moradiellos da cumplida cuenta. Sin olvidar que el de la biografía es un género interminable.

Hay al final una especie de epílogo a cargo de Ignacio Martínez de Pisón bajo el título Cuarenta años sin Franco, un texto interesante, en estilo de autobiografía y recuerdo, inteligente y con acierto. Recojo una última exclamación del escrito especialmente significativa, aunque no me parezca cierta: "El fracaso de la socialdemocracia es también (¡ay!) el fracaso de mi generación..." (p. 360). Habría bastante que hablar sobre qué se entienda por "fracaso", de qué "socialdemocracia" se hable y en cuanto a si afecta a su generación, eso ya es asunto de ella misma, si se reconoce como tal.

En resumen, un buen libro y actual sobre el franquismo, con las virtudes y los defectos de las obras compiladas, estén o no escritos los trabajos a propósito para la obra. Lo que se busca es analizar el mito (o los mitos) del caudillo por la gracia de Dios. Ese término de mito quizá sea el que más suena en todas las investigaciones sobre Franco. Aparece aquí, está en el título del capítulo de Preston, lo emplean otros autores de esta obra. Y no es casual: ya estaba en una de las más famosas, la de Herbert Routledge Southworth, El mito de la cruzada de Franco y también en otra más reciente de Alberto Reig Tapia, Franco caudillo: mito y realidad. Todo en el franquismo es mito. No es este lugar para ahondar en el asunto pero habrá que hacerlo algún día, aunque solo sea para librar ese hermoso concepto de mito de cualquier afinidad con esa basura espiritual que fue el franquismo en todos sus aspectos, militar, jurídico, civil, intelectual, religioso, etc. Esa vergüenza colectiva que arrastramos los españoles como un baldón por la historia: la de haber sido (y, en buena medida, seguir siendo) un pueblo al que se negó la libertad y se humilló, haciéndolo pasar por la indignidad de tratarlo como menor de edad. Como lo pretende hoy un gobierno de franquistas.

dilluns, 20 de juliol del 2015

De literatura e historia.

Eusebio Lucía Olmos, Cosas veredes. Madrid: Endymion, 2008. 654 págs.
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Hace unos días publicaba una reseña de un reciente libro de Juan Maestre Alfonso en el que se hablaba de mi barrio de niñez y adolescencia, cosa que me tira mucho. Las memorias de Maestre se inscriben en el cuadrilátero Glorieta de Bilbao, Quevedo, Argüelles y Plaza del Dos de Mayo. Barrio Maravillas ligeramente escorado hacia el Oeste. Quizá por ser más andarín o revoltoso, las mías se sitúan entre Bilbao, los Cuatro Caminos, Rosales y el Noviciado. No es un perímetro mucho más grande, pero cualquier conocedor de la zona verá que hay algunas diferencias, sobre todo al Norte y al Sur. Ahora cae en mis manos esta novela de Eusebio Lucía Olmos, encuadrada más menos en similares lindes, aunque con sus variantes: calle ancha de San Bernardo, Bulevares, Argüelles y el Noviciado. Y, como esto de los recuerdos primeros llega muy hondo, no me resisto a comentarla pues, aunque no es de muy reciente publicación, tengo amistad con el autor, que fue al mismo colegio que yo, el Divino Maestro, por cierto, el mismo al que fue Rafael Chirbes.

En lo que ya no hay coincidencia es en la época de la narración. Ni para el autor ni para mí puesto que se desarrolla entre 1915 y 1917, mucho antes de que ambos naciéramos. Es una novela histórica aunque no al uso, de esas llenas de faraones, princesas de Samarkanda, monjes cistercienses, templarios, mosqueteros o corsarios, sino de gente corriente, vecinos de Madrid, de condición generalmente modesta, que malviven en la capital durante los últimos años de la primera guerra mundial y que presencian la huelga general de agosto de 1917, la intermitente guerra del Africa, la epidemia de gripe de febrero de 1918 y las elecciones al Parlamento del mismo año. Casi podría calificarse de crónica novelada. Y todo ello entre las calles del Norte, de la Palma, de San Dimas y la plaza de las Comendadoras, el hinterland de la de San Bernardo, en la que vivía yo.

La novela es asimismo autobiográfica con la consiguiente adaptación cronológica. El protagonista, Hilario Medina, es un mozo que entra a trabajar en la fábrica nacional de moneda y timbre gracias a la influencia de Juan José Morato, el socialista díscolo. Su familia, que perdió al padre, otro socialista de primera hornada, compuesta por la madre y dos hijas más, malviven en una buhardilla de la calle del Norte y lucha por salir adelante haciendo economías y juntando los escasos cuartos que traen todos sus miembros, pues todos ellos trabajan, la madre y una hija cosiendo en casa e Hilario y una hermana fuera de ella. Seguimos los avatares de todos en esos años, especialmente los de Hilario quien mantiene una relación de discípulo-maestro con el señor Morato. La función de este en la novela es la de narrador e intérprete de los acontecimientos. En este aspecto, la obra se separa de la tradicion de la novela histórica para entrar en el territorio de la "novela de formación" o Bildungsroman, típica del romanticismo. También podría llamarse "los años de aprendizaje de Hilario Medina", para situarla en un marco solemne. 

Y no es poca cosa el aprendizaje. Morato ilustra a Hilario sobre las cuestiones teóricas socialistas, la vida de partido, las relaciones de este con los republicanos, la personalidad de Iglesias, el abuelo, las diferencias históricas entre anarquistas y socialistas, etc. Hilario tiene un primo, Narciso, residente en Cataluña y genuino confederal que será casi el otro protagonista de la historia y para quien el autor tiene reservada una peripecia muy especial que el crítico no puede revelar pero que da buena prueba de la imaginación del autor. Poco a poco, aunando la doctrina moratiana y la experiencia vivida, Hilario va alcanzando lo que en otros tiempos llamábase una madura conciencia de clase, entendiendo las dificultades, tiras y aflojas de la política parlamentaria de un partido marxista y revolucionario, como pensaba ser el PSOE por aquellos años. El título de la obra, Cosas veredes remite a la contraseña que, al pie de un artículo anónimo en El socialista, había de dar la señal para el comienzo de la huelga general de 1917.

Los acontecimientos políticos son como un trasfondo de una historia que tiene también aspectos económicos y sociales así como urbanísticos. Lucía Olmos es un consumado conocedor del Madrid clásico que podría sentar plaza de cronista de la Villa. Su dominio del callejero y de la historia de los edificios lo sitúan en la estela de los escritores "madrileños", como Mesonero Romanos o Pedro de Répide y dado que a los madrileños, desdeñosos como aparentamos ser con nuestra ciudad, en realidad nos apasiona que nos hablen de ella, el lector, si es gato -y aunque no lo sea, sino más de aluvión- se lo pasará en grande paseando por las calles de la Villa de la mano de tan avezado guía.

La estructura novelística es clásica y tradicional, de estilo realista, de un realismo mas de la época que describe que en la que se escribe, tiene ambición descriptiva y apunta a otros territorios, además de la narración de misterio del primo anarquista. Así se narran las experiencias sexuales inciáticas del héroe Hilario, la segunda de las cuales, una fogosa y breve pasión con una vecina del inmueble encierra, quizá, la clave de un frecuente recurso del autor en sus intervenciones actuales en las nuevas tecnologías. Porque Hilario ha crecido, se ha jubilado en la Casa de la Moneda, se ha hecho escritor pero en su muro de Facebook siguen apareciendo unas vecinas muy interesantes.

dijous, 14 de maig del 2015

Meneses y el Angelus Novus
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Muy interesante la exposición de 90 fotografías del gran fotoperiodista Enrique Meneses, que falleció hace un par de años. Parte importante de los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX está aquí captada en instantáneas directas, naturales, espontáneas, sin arreglos ni artificio, desde la nacionalización del Canal de Suez por obra de Gamal Abdel Nasser y que provocaría la guerra del canal hasta reportajes mucho más actuales para la televisión española y fotos más recientes de creadores y personalidades que fueron cayendo a lo largo de los años, Dominguín, Dalí, Picasso.
 
Documentos vivos, esenciales, que vuelven a aparecer una y otra vez  cuando alguien quiere visualizar el pasado. Por ejemplo, en la foto que ilustra esta crítica puede verse a Fidel Castro y al Che Guevara en Sierra Maestra, en 1958, escuchando el informe de un espía sobre el enemigo. Ya para valoración de entendidos, el que aparece en el último plano y algo fuera de foco es el mítico Camilo Cienfuegos. Meneses fue el único fotoperiodista que consiguió romper el cerco de Batista y subir a Sierra Maestra, en donde estuvo un mes conviviendo con los guerrilleros castristas del 26 de julio. Su reportaje se publicó en Paris Match y muchas otras revistas internacionales, incluida la cubana Bohemia, lo que después costó un disgusto a Meneses a manos de los policías de la dictadura de Batista.
 
Desde el primer momento en que se entra en la exposición del Canal es difícil que no se venga a la memoria Walter Benjamin por dos vías conexas que se imponen de modo evidente: por su reflexión sobre la reproducibilidad mecánica de la obras de arte y por sus consideraciones sobre el Angelus Novus, de Paul Klee. Respecto a la primera, no hay duda: Meneses captó algunas de las imágenes que han pasado a ser emblemáticas del siglo XX: Nasser, le revolución cubana, la lucha por los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos, el discurso I have a Dream, de Martin Luther King, la crisis cubana de los misiles, el asesinato de Kennedy y ya en tono menor las bodas de Fabiola y Balduino en Bélgica y la de Juan Carlos y Sofía en Atenas. Son fotos que se han reproducido miles de veces, que se han constituido en imágenes de una época, que colgaban en paredes y espacios públicos en donde han sido a su vez fotografiadas como objetos de interés en sí mismos. Forman parte de la memoria de mucha gente. Son elementos ya del pasado gráfico de la especie.
 
Por otro lado, el Angelus Novus, el ángel de la historia. El tiempo ha pasado, el ángel ha emprendido el vuelo, la memoria ha quedado congelada y se acumula como el sedimento del progreso de la humanidad. Las figuras se suceden en un encadenamiento cuya razón, de haber alguna, está fuera de él: la Begum, Melina Mercouri, el Shah, Farah Diba, Castro, el Che, Kennedy, Baez, Dylan, Davies, Heston, Brando. Todas las gentes y los elementos que intervinieron en los sobresaltos en que nació el mundo de hoy, a su vez destinado a estar en el fondo de la memoria del de mañana.

Y luego está la peripecia biográfica de Meneses, un hombre que se coló, por así decirlo, de rondón en los grandes acontecimientos de su tiempo, desde la muerte de Manolete hasta el fin del comunismo y que lo hizo casi siempre en precario, a base de audacia, trabajo, tesón y de lo que él llamaba muy gráficamente potra, esto es, "suerte", para las actuales generaciones. La potra de tener ángel, el ángel de la historia.

dimecres, 4 de març del 2015

Palinuro en Imagine TV.

Para el desocupado lector que quiera entretener sus ocios escuchando a Palinuro hablar sobre casi todo en este país, va una entrevista que me hicieron hace unos días en Imagine TV, a cargo de Salva González. El entevistador está muy bien. Al entrevistado ya lo tengo muy visto y no voy a juzgar su actuación. Pero no debe de ser mala del todo porque la verdad es que Salva hace que uno se sienta como en casa o como paseando por una senda umbría para quien no se encuentra en casa y eso ayuda a conectar lo que se piensa con lo que se dice con el único hilo que merece la pena, el de la verdad.

Y la verdad es que dimos un repaso a todo.


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A todo significa exactamente eso, a todo: a España ayer y hoy, a la Iglesia , a los curas, la oligarquía, los partidos, las instituciones, la gente... a todo. Y también a mi último libro, que lució gallardo sobre la mesa durante toda la entrevista: La desnacionalización de España. De la nación posible al Estado fallido. (2015) Valencia: Tirant Lo Blanch.
 


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El programa se llama La verdad escondida, The Hidden Truth. Buen título y dinámico. Es mi esperanza que, al final de él, la verdad, lejos de seguir oculta, relumbrara a la luz que ella misma irradia.

diumenge, 22 de febrer del 2015

La belleza del cisne.


La historia la escriben los vencedores, dice el saber convencional, dando por supuesto que aquella es producto de batallas y guerras. Ampliemos sin miedo a otras actividades que, siendo humanas, tendrán su parte belicosa. Al arte, por ejemplo. La historia del arte del siglo XIX la han escrito los vencedores, los que se alzaron contra el gusto dominante y empezaron siendo rechazados por este, los refusés, los que tuvieron que montar salones paralelos, alternativos, porque los consagrados querían condenarlos a la invisibilidad. Al final fueron los únicos visibles, prevalecieron y, claro, escribieron la historia. En ella desaparecieron los pintores academicistas, los de temas históricos, mitológicos, religiosos y si quedaron los simbolistas fue como precedente del triunfo incontestable del impresionismo y sus derivados vanguardistas. Sin embargo, las otras corrientes sobrevivieron, siguieron tratándose temas históricos en formatos de gran tamaño con un espíritu edificante, aleccionador, moralizante. No era un arte muy apropiado para la burguesía con ínfulas que pronto tiraría por otros formatos y, sobre todo, otros temas, más de la vida cotidiana. Pero sí lo era para los grandes espacios, las obras públicas, los monumentos. Y las autoridades e instituciones, las que financiaban los "salones" siguieron encargándolos y los artistas consagrados produciéndolos con un estilo cada vez más refinado y que pronto pasó la frontera de lo artificioso, relamido, falso. Este arte académico es frío tanto en la forma como en el contenido. Pero sigue siendo bello y de grata contemplación a pesar de tiempo pasado porque, como dice Keats, A thing of beauty is a joy forever" ("la belleza es una alegría eterna").

El canto del cisne, llama la Fundación Mapfre de Madrid a la exposición que ha abierto hace unos días en su sala del Paseo de Recoletos. Una ocasión única. 84 piezas representativas de la pintura academicista francesa de la segunda mitad del XIX, algunas míticas. Vienen del Museo d'Orsay y son todas francesas ¡Qué país, Francia! ¡Qué genio artístico! Porque si el impresionismo de la época es extraordinario, aquellos contra los que se alzó, a los que combatió, los academicistas, los vencidos, no lo son menos. A su modo claro. El título de la expo lo dice todo: "el canto del cisne", el crepúsculo, el ocaso de un estilo, de un arte bello como un cisne.

Si no yerro, todas los autores son franceses excepto un Böcklin, un Sargent y un Franz von Stück. Aquí están Ingres, Meissonier, Tissot, Bonnat, Bouguereau, Belly, Puvis de Chavanne, Gérome, Courbet, Cabanel, Laurens, Moreau y otros. Por supuesto, hay notables diferencias de temas y tratamientos. Para pasarse horas mirando y remirando.
Recibe al visitante El manantial, de Ingres que, además, se emplea como banderola para anunciar la exposición. Ese desnudo es el más representativo de la imagen femenina que luego se adoptaría como patrón y se llevaría al extremo en los dos Nacimiento de Venus de Cabanel y de Bouguereau que también pueden admirarse aquí. Y es un experimento bien curioso: son desnudos integrales femeninos que quieren revestir de erotismo una estatua clásica a base de encarnar sus redondeces pero privándola de sexo. La verdad es que en el caso de Bouguereau (del que se exhiben cuatro telas, entre ellas su sorprendente Virgen de la consolación) es un poco estomagante. Lo mismo con Cabanel, del cual también hay cuatro cuadros: la consabida ninfa raptada por el fauno para el desnudo y dos obras de más interés, una Tamar y un Dante y Virgilio en el episodio de Francesca de Rimini. Esto apunta a otro factor de esta pintura: que hay que venirse con la enciclopedia británica bajo el brazo, porque está llena de referencias cultas. Un episodio napoleónico de Meissonier; el Herculano de Leroux, que trata de trasmitir un sentimiento de catástrofe inminente casi al modo en que podría haberlo hecho Racine; los famosos Peregrinos a la Meca de Belly; un par de Orfeos y el Jasón y Medea, de Moreau, un cuadro que cuenta una leyenda.

Un par de retratos. Está Victor Hugo, maduro, pintado por Bonnat (de quien también hay un Job). Al lado, casi como no queriendo, el retrato de Marcel Proust de Jacques-Émile Blanche. Junto al león romántico y revolucionario de Cromwell y Los miserables, un pisaverde de veintiún años, atildado como un dandy, con un cuello almidonado, una orquídea en la solapa y la raya del pelo al medio, un diletante de la alta sociedad que diez o doce años después empezaría a escribir En busca del tiempo perdido. En otras partes hay otros retratos, de esos de marquesas y condes sin mayor interés.

La historia la escriben los vencedores, pero los vencidos también cuentan su batalla.

diumenge, 15 de febrer del 2015

Palinuro en aguas procelosas.

Traigo aquí mi último libro, que acaba de aparecer, sobre la cuestión nacional española. Un tema arduo, que me ha llevado su tiempo. Es el último de los trabajos. responsables del cierre de Palinuro por unos meses. Espero el perdón de la benevolencia de l@s lector@s y asimismo comprensión si en un futuro próximo me veo obligado a hacer lo mismo. Trato de organizar mi tiempo, convencido como Ford y Taylor, de que la organización del trabajo es el secreto de la productividad pero, por desgracia para mí, con resultados económicamente mucho menos lucidos. Habiendo aprendido con la experiencia, ojalá no me vea obligado a dejar de nuevo a Palinuro en dique seco unos meses. De momento, Cronos me da holgura. La cosa se pondrá chunga hacia abril/mayo. Por nada del mundo quisiera Palinuro perderse las elecciones en el mes de María.

Y el libro, ¿de qué va? Reproduzco el texto de la contracubierta, que es bastante descriptivo, con unas gotitas de ditirambo, lo cual es lógico. Nadie publica un libro señalando en la contracubierta que es un bodrio insufrible. Además, estoy razonablemente seguro de que no es el caso. De todos modos, el único juicio que vale es el de l@s lector@s, suponiendo que l@s tenga.

"¿Es España una nación? ¿Un haz de ellas? ¿Un Estado que oprime a las naciones no castellanas? La cuestión secular, sigue siendo tema de debate preferente en la esfera pública y la privada de las gentes. La mentira franquista de la Una, Grande, Libre comenzó a deshacerse con la Transición, penúltimo intento de resolver el sempiterno contencioso territorial. El auge soberanista catalán, las propuestas de reformar la Constitución en un sentido federal o de abrir un nuevo proceso constituyente son pruebas de que se avecinan tiempos de transformaciones profundas. Este libro indaga en los orígenes y evolución de la cuestión del ser de España, hasta llegar al momento actual y sus perspectivas. Lo hace con rigor y seriedad pero en un lenguaje llano, sin falsos distanciamientos y accesible a todos pues versa sobre un asunto de importancia esencial, que afecta directamente a la vida cotidiana de todos."

Quienes quieran adquirirlo, pueden pinchar en la imagen o ir a la página de la editorial, Tirant Lo Blanch.

divendres, 30 de gener del 2015

Podemos y la Historia.


Por una vez Palinuro está de acuerdo con Julio Anguita. En parte. Él no lo expresa así. Cuando leyó la entrevista con el excoordinador de IU ya tenía redactado el título Podemos y la Historia. Para Anguita la historia ha dado la oportunidad a Pablo Iglesias. Para Palinuro, a Podemos. La discrepancia no es menuda, pues se refiere al sujeto. Anguita, con una visión más caudillista, se refiere a la personalidad; Palinuro, más colectivista, a la multitud. Marx enseña que la historia la hacen los hombres pero, añade, en condiciones determinadas. Determinadas... y determinantes. Anguita, que es noble, se identifica con Pablo Iglesias. Y la historia ¿no le dio la oportunidad? Lo que no le dio fue las condiciones. No le dio las multitudes, mediante las cuales la personalidad hace la historia. Y sí se las ha dado a Pablo Iglesias. La historia de la razón no tiene por qué coincidir con la razón de la historia.

Pero bueno, lo esencial es que aparece la conciencia de que la Historia está a la puerta. Los de Podemos la tienen y la irradian. Por eso han convocado esa Marcha del cambio que ven como un hito más en un proceso de cambio histórico y, si este término resulta en exceso vago, de cambio de época, de nuevo giro copernicano en el que la democracia, en lugar de pivotar sobre los poderes no electos, lo haga sobre la ciudadanía.

Si un giro copernicano no es historia, no sabemos qué lo será. Pero sí lo sabemos. Lo sabemos tod@s. No solo l@s de Podemos. Tod@s. Especialmente los dos partidos dinásticos y el conjunto de instituciones oficiales y oficiosas en el que han amurallado. En ese baluarte hay la misma conciencia de giro histórico que en el exterior y desde él ha comenzado a armarse un poderoso frente anti-Podemos que frene su avance y, a ser posible, destruya la empresa. A ese frente, en el que, bien se ha visto, se recurre literalmente a todas las armas, ardides, triquiñuelas, provocaciones y mentiras en un espectáculo diario de juego sucio indignante, se han sumado en los últimos días dos unidades combatientes de distinto peso. De un lado, El País, del otro el presidente del gobierno.

El País no desdeña ya sumarse a las denuncias de escándalos no suficientemente probados y con tintes de amarillismo. Además, ha decidido emplearse a fondo en una especie de deconstrucción de Podemos. Parece habérselo encargado a sus columnistas más brillantes. Así, ha publicado tres piezas seguidas de John Carlin, la última de las cuales se titula La religión por otros medios, tan inteligente y brillante como su título y como las otras dos. Es una acertadísima disección de Podemos, con sus virtudes y defectos, abundancia de defectos, cierto. Pero deja de lado algo importante: Podemos es una realidad (hace un año todo lo más era una quimera) viva, cambiante, on the go, in fieri. Se está haciendo, está ocupando el espacio público. El mediático y la calle. El 31 se verá. Pero lo importante es que, frente a él, no hay nada. Carlin lo reconoce al no dar papel al partido socialista y admitir que Rajoy no es adversario.

Pero se ha sumado. Mejor fuera que no lo hiciera. Vino hablando de adanes, un término pintoresco que delata una mentalidad momificada. Y ahora se enfrenta a la amenaza de giro copernicano, cambio histórico, subrayando el valor de la estabilidad, la paz, la quietud, la vida cotidiana y la seguridad de que mañana habrá pan en los supermercados. El discurso del miedo al caos. Aparte de su cobardía y necedad, ese discurso tiene un defecto mortal: que es falso. No hay una contraposición de la estabilidad al caos sino del caos real al caos imaginario.

Hace ya siete años que los ciudadanos vivimos en una situación de caos, disfrazado de crisis económica para difundir la idea de que es transitorio cuando es permanente y estructural. Sin duda hay una crisis económica, probablemente provocada por la codicia y la ineptitud de las élites económicas. Pero esto no hace al caso. Nada tienen que ver con la crisis económica la corrupción generalizada, los abusos de los políticos, la venalidad de la administración, la perversión de la justicia o el uso de los medios como aparatos de propaganda. Si los ciudadanos no saben si los medios los manipulan, los gobernantes les mienten, los funcionarios les roban o los jueces prevarican, la sensación es de desamparo y caos. Como, además, no llegan a fin de mes, esa sensación se torna en indignación. Y las multitudes salen a la calle.

Así lo hicieron el 15M. Y si, en ese momento, hay alguien capaz de encarnar la indignación, darle un sentido, convertirla en un instrumento de acción, ese alguien puede cambiar la historia. Ahí es donde está la personalidad de Iglesias, a quien nadie da nada, sino que es capaz de convertir las ideas -o la indignación- en una fuerza material. Algo que los demás no consiguen hacer y la prueba es que el país está lleno de aspirantes a hacerlo, presentes y pasados, Anguita el primero. Pero no saben. O no pueden.

Dos últimos puntos: 1º) comprendo que a los españoles nos encantará que, si hay un cambio histórico, lo sea en toda España, Cataluña incluida. Pero los signos son que Cataluña -al menos el nacionalismo catalán- ha optado por hacer su propio giro copernicano. Se plantea pues la cuestión de qué tiene que decir Podemos al respecto. Y es difícil porque aquí Podemos sí tiene alguien enfrente, el independentismo, cuyo discurso no es el de las vaciedades del caos o el del atolondramiento del PSOE sino el de la aurora nacional.

El 2º) punto hace referencia al PSOE. No es una buena idea cerrar filas con el frente antiPodemos. No está en su naturaleza ni en su interés actual. La alianza con el PP -ayer se firmó el acuerdo sobre la retrógrada reforma del Código Penal- es suicida porque se basa en el supuesto de que el bipartidismo fucionará cuando lo cierto es que, si lo hace, será a costa de los socialistas. Un caso obvio en el que te buscas la ruina si consigues lo que pretendes. Con un PSOE desdibujado, si hay que votar entre dos, los dos son PP y Podemos.

Encontrar un punto intermedio entre ambos es muy difícil, sobre todo porque no puede ser intermedio o equidistante. El PSOE no puede estar a la misma distancia de Podemos que del PP. Encontrar, sin embargo, un lugar distintivo propio es vital y eso no se hace a base de acuñar consignas de mítines, aunque sus resultados sean consignas de mítines. Los socialistas tienen que reflexionar, pero tampoco con tanta parsimonia que les pase la historia de largo por la puerta de su casa.

¿Memoria o raíces?

Jeremy Treglown (2014) La cripta de Franco. Viaje por la memoria y la cultura del franquismo. Barcelona: Ariel/Planeta. Traducción de Joan Adreano Weyland.

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Los españoles estamos tan absortos en nuestro tumulto que, cuando alguien llega con una visión desde fuera, paramos un instante para escucharlo y acogemos con simpatía sus opiniones. Agradecemos mucho la mirada del otro, primero porque somos un buen pueblo, consciente de nuestro apasionamiento, siempre necesitado de la ponderación que solo puede proceder de fuera. Y, en segundo lugar, porque esa mirada del exterior suele venir de personas muy competentes, que investigan España y lo español con genuino interés y que, más arriba o más abajo, forman la ya secular dinastía de los hispanistas. Los ingleses y los franceses son legión. Algo menos los estadounidenses y los alemanes, pero también los hay. Muchos de ellos son más conocidos aquí que en sus países. Algunos hasta se nacionalizan españoles o viven en España. Se funden en un abrazo intelectual con los autóctonos y rivalizan con estos en su principal afición, casi obsesión colectiva: el misterioso ser de los españoles. Ya nos gustaría que entre nosotros hubiera gentes que tuvieran el conocimiento de Inglaterra, Francia, Alemania equivalente al que los hispanistas de estos países tienen del nuestro. De hecho, lo que hay es españoles especialistas en el estudio de los ingleses especialistas en España.

Treglown encaja en el esquema. Por su doble condición de literato en su tierra y residente regular en España de espíritu nómada pertenece a las dos corrientes dominantes del inglés viajero, estilo Borrow, aunque con otras aficiones, y el inglés erudito, estilo Balfour, aunque más atento a las cuestiones artísticas que a las históricas. Tiene razón Molina Foix en una brillante reseña en El País, titulada Abrir la cripta de Franco cuando dice que es como si Treglown hubiera intentado fundir dos libros en uno solo: una visión plástica, impresionista de España y otra más de crítica literaria, incluido aquí el cine en su faceta narrativa. El libro responde a la personalidad del autor quien a su vez ya lo divide en dos parte: una primera titulada "lugares y vistas" y otra "narraciones e historias".

¿Tiempo? Básicamente el franquismo (con ocasionales incursiones en la guerra civil) y la transición que, por cierto, sostiene que no ha acabado y sigue viva en los años posteriores a 2010 (p. 227). [Las citas y páginas corresponden a la edición de Farrar, Strauss y Giroux, Nueva York, ya que no dispongo de la edición española. Las traducciones son mías]. Franquismo/Transición o sea, franquismo y lo de después. Lo curioso es que esta cesura temporal lo sea también temática. Aunque haya referencias a la literatura en el franquismo, el estudio se hace propiamente literario en la segunda parte. Y, a la inversa, la exposición plástica se limita al franquismo y, salvo alguna referencia aislada, no hay consideración especial a lo escultórico, lo arquitectónico o incluso lo pictórico. La pintura, ampliamente tratada en la primera parte, acaba con Millares, Zóbel. Pérez Villalta, Barceló, ni aparecen, aunque otros artistas, singularmente literatos vivos, por ejemplo, Javier Marías, acerca de quien se dicen cosas muy interesantes (pp. 251/257) sí lo hace. En resumen, todo esto es para señalar que el libro es sobre la memoria pero, mientras la primera parte es memoria plástica, visual, la segunda es conceptual. Sin duda las dos son simbólicas pero de formas muy distintas y Palinuro confiesa descaradamente su predileción por la primera.

¿Grado de haughtiness? Se trata de la tradicional altanería o desdén que los españoles creen detectar enseguida en los ingleses hispanófilos y los ingleses se desviven por evitar con lo cual suelen enconarlo más, al estilo del círculo vicioso de todo prejuicio que se hace tanto más hondo cuanto más se lucha contra él. Un grado bajísimo, por no decir inexistente, aunque a veces sea inevitable alguna gota. Refiriéndose a la miseria en la España de Franco y la película Los golfos, de Carlos Saura, habla del último plano con los ojos sin vida de un toro muerto sin sentido y, dice, lo que es peor desde un punto de vista español, de un modo chapucero (p. 212). En verdad ¿hay un "punto de vista español" sobre algo? ¿Y, específicamente sobre el modo de matar toros? Sospecho que no.

El autor es increíblemente perspicaz y administra muy bien sus sentimientos. Es una rara habilidad porque, dados los conflictos de los que habla, no puede ocultarlos, pero los justifica muy bien. El libro arranca con un intento de exhumación del cuerpo de un republicano asesinado y enterrado en algún lugar perdido de la provincia de León. Esto nos introduce en el mundo de las fosas comunes y la Ley de la Memoria Histórica, con sus vaivenes y queda pendiente para cerrarse en el epílogo cuando, unos años después, el autor contacta de nuevo con la bisnieta del asesinado para interesarse de cómo iban los trámites y se entera de que acaba de tener un hijo y ha perdido el interés en buscar al bisabuelo. Y con esta nota simbólica se cierra la obra.

El capítulo siguiente es un hallazgo desde el punto de vista plástico: "Los pantanos del caimán". La inauguración de pantanos era un rito. La estética franquista descansaba sobre un modelo cesarista, ciclópeo, de carácter religioso como el conjunto del Valle de los Caídos y su cripta que da título a la obra, y la ingeniería civil, cuyo ejemplo más destacado eran los pantanos. Muchos llamaban a Franco a este propósito Paquito el rana, por andar de embalse en embalse. No falta, claro, la observación de que se trata de planes de obras públicas y desarrollo hidráulico anteriores. Pero lo original del tratamiento es su versión literaria, al poner la atención en el vaciamiento de los pueblos, los cambios de los paisajes, reflejados en la literatura de algunos de los novelistas llamados "leoneses", sigularmente Llamazares con su Lluvia amarilla. Podría coronarse el símbolo con la imagen que el autor evoca de Juan Benet en las largas tardes de invierno a cargo de la construcción de alguno de estos pantanos perdidos en los montes de León escribiendo Volverás a región.

Hay algunas referencias más al legado monumental de la dictadura hasta recaer en el Pazo de Meirás, que tiene especial significación porque pocos puntos concentran con tanta claridad el significado de aquel gobierno basado en la guerra, la victoria, la rapiña, la brutalidad, la arbitrariedad y el despotismo. Especialmente porque sigue siéndolo. El palacio de Meirás, antigua propiedad de Pardo Bazán, pasó a propiedad de Franco. El gobernador de A Coruña y un próspero industrial, Pedro Barrié de la Maza, se lo regalaron al dictador adquiriéndolo mediante una colecta en la que se tomaba buena nota de cuánto tenían que aportar "voluntariamente" los contribuyentes y que el régimen presentó como una suscripción popular. Barrié de la Maza montó luego un emporio energético gracias a los tratos de favor del Estado (Fuerzas Electricas del Norte de España, FENOSA) y el dictador, que no tenía el menor sentido del ridículo, lo nombró Conde de FENOSA.

Los avatares posteriores de la propiedad y el éxito de la familia Franco en impedir que esta propiedad se administrara según la normativa vigente en materia de Patrimonio Nacional, que obliga a abrirla al público en fechas acordadas, demuestra hasta qué punto sigue presente en España la huella del franquismo (p.80), como lo hace asimismo la abundante estatuística glorificadora de la dictadura y sus episodios más significativos. Quizá sea este el aspecto más concreto en que se concentra la siempre viva cuestión de la memoria histórica. Viva y complicada porque sigue enfrentando dos mentalidades con recuerdos que chocan, tan complicada que el autor advierte que quizá eliminar un pasado incómodo no sea la forma mejor de dar cuenta de él (p. 81) pero sin que tampoco a Treglown se le ocurra nada más positivo ni constructivo. La consideración viene a propósito de la estatuta ecuestre de Franco en El Ferrol, y los problemas que planteó. Y eso que no se ha parado a pensar en la estatua a pie firme del comandante Franco en Melilla y que fue erigida en 1977, dos años después de la muerte del dictador. Es inevitable pensar en las dos Españas, por más que la transición haya traído la fábula de su superación.

El último capítulo de esta primera parte de la memoria plástica está dedicado a la pintura y su contenido trata de probar lo que, por lo demás, viene a ser la tesis general del libro, esto es que, siendo justos, debe reconocerse que, durante el franquismo no se extinguió la actividad creadora en el interior de España, sino que, aun con dificultades esta prosiguió. Ello es en buena parte cierto, efectivamente, tratándose de la artes plásticas y también de la música, a la que el autor no dedica atención alguna. Pero no lo es tanto de la creación literaria, como viene a decir en la segunda parte. Algo que, obviamente, tiene que ver con la muy distinta naturaleza de estas actividades artísticas. El análisis de la pintura en la España franquista (los grupos Pórtico en Zaragoza, Dau al Set en Barcelona, El Paso en Madrid y el Equipo Crónica en Valencia) y el estudio de los creadores concretos, especialmente Chillida (para la escultura), Tàpies, Millares y Saura, muestra familiaridad, conocimiento y apreciación de la obra de estos grandes maestros. Dos de las escasísimas reproducciones en blanco y negro que contiene el libro son El peine de los vientos, (1952/1977) de Chillida y el retrato imaginario de Brigitte Bardot (1958), de Antonio Saura. La extensa referencia a la labor de la Academia Breve, creación de Eugenio D'Ors va en la misma dirección de romper prejuicios y sectarismos en el juicio estético y apuntar a la complejidad de una conciencia que, teniendo una visión ideológica y cerradamente doctrinaria de la sociedad, era capaz de reconocer y fomentar la obra creativa ajena y opuesta a sus cánones (p. 106). Esta visión, conjuntamente con la valoración de la obra de Fernando Zóbel en el empuje del abstracto español y la creación del celebrado Museo de Arte Abstracto de Cuenca en 1966, es lo que le permite suscribir la idea de Juan Benet de que , en realidad, la cultura española había empezado a ser antifranquista mucho antes del fin de la dictadura (p. 112).

Hasta aquí, correcto, aunque optimista en exceso a juicio de este crítico. Pero, ¿sucede lo mismo con las narraciones y las historias, con la "memoria conceptual" del franquismo? Aun con la buena voluntad de tratar amortiguar el efecto del enfrentamiento entre las dos Españas, el autor aborda el campo minado de la historia en el que no se siente muy seguro. Pero tiene el valor de Daniel en la cueva de los leones abordando el Diccionario biográfico español, publicado por la Real Academia de la Historia, obra que, a pesar de sus muchos méritos, pues son miles de voces encomendadas a los más competentes especialistas, muestra su intención legitimatoria de la Dictadura y, por lo tanto, continuadora de la tradición de las dos Españas, al encargar la redacción de la entrada Francisco Franco a un acérrimo franquista, cuya única función es embellecer la figura del dictador. El Diccionario, dice Treglown, es un microcosmos del legado de Franco en la cultura española (p. 130). Es decir, carece de autoridad. No menos interés tiene que el autor dedique considerable atención a la obra de Pío Moa, de quien admite que es cierto que, en algunos aspectos España floreció con el régimen (p. 141). Hablar de Moa es, precisamente, señalar la persistencia de los enfrentamientos de los relatos españoles y, aunque también hay referencia a algún historiador de seria consideración, como Santos Juliá (aunque no estoy seguro de que interprete en su complejidad el pensamiento de este autor) la total ausencia de otros de gran alcance que elaboran relatos contrarios, como Julián Casanova o el británico Preston, debilita mucho la argumentación del capítulo.

Restan otro tres sobre la narrativa española, fundamentalmente novelística y uno intercalado sobre el cine. No hay mención del teatro, tampoco de la poesía y de la música no se dice nada, casi como si la obra careciera de banda sonora. Sin embargo, los dos primeros son los campos en los que más evidente resulta la cesura entre la España del exterior ("el exilio y el llanto") y la del interior. No en cuanto a la calidad sino al de la pura escisión. El teatro de Max Aub, Casona hasta su regreso o el del exiliado posterior Arrabal, tiene su pendant en el de Pemán, pero también Buero o Sastre. Igual que la poesía de Juan Ramón, Cernuda o Guillén, lo tienen en la de Dámaso Alonso, Hierro o Rodríguez. La relación entre una cultura y sus obras es endemoniada, sobre todo si, además, está escindida y es en parte ella contra sí misma. Se añade que la cultura española no solo aparece escindida sino también como desflecada y entreverada de otras. El cosmopolita Aub acabó siendo más mexicano que español y Jorge Semprún, ampliamente tratado como español en el libro y vástago de ilustre familia española, escribìa en francés, jamás renunció a su nacionalidad francesa ni para ser ministro de España. Una de las películas más importantes para entender la cultura española de la resistencia y que aquí no se menciona, La guerra ha terminado, dirigida por Alain Resnais e interpretada por Yves Montand, llevaba guión de Semprún. Para complicar las cosas, en la cultura española del franquismo hay que contar con el "exilio interior", difícil de aquilatar pero que el autor conoce bien como demuestra su consideración de la figura emblemática de este, Julián Marías (pp. 248/251).

El capítulo dedicado al cine tiene mucho interés. Un acierto tratar con detenimiento Raza, sobre la novela de Franco, dirigida por el director del régimen, José Luis Sáenz de Heredia, primo del fundador de la falange e interpretada por Alfredo Mayo cosa que, teniendo en cuenta el carácter autobiográfico de la obra, sí que era embellecer al dictador. Hay luego un tratamiento muy apreciable de los dos directores típicos del franquismo profundo, Berlanga y Bardem y alguna atención a la Viridiana de Buñuel, lo cual pone de manifiesto la ausencia de referencia a su otra filmografía. El resto observaciones penetrantes sobre algunos de los directores más significativos del franquismo tardío y la primera transición, Saura, Patino, Erice, continuados luego con muchas referencias a Almodóvar. Lógicamente, tratamiento abundante de la colección de películas acerca de la guerra civil y la postguerra. El juicio es libre y respetable aunque alguno suscita perplejidad. Encuentro injusto el adjetivo preposterous dedicado a Tierra y libertad, (1995), de Ken Loach (p. 196). Como no se fundamenta habrá que creer que se origina en un conocimiento intuitivo del autor por tratarse de un cineasta británico, pero más parece proceder de falta de familiaridad con el conflicto interno al bando republicano entre anarquistas/poumistas y comunistas.

Finalmente, los tres capítulos de crítica literaria forman la parte más cohesionada del libro y suponen casi un ensayo por derecho propio sobre la literatura española de los últimos 80 años. Es obra de un literato, plena de subjetividad y personalismo. Pero, por eso mismo, tiene un gran interés. Abre con Cela y el olvidado Fernández Flórez (p. 158) y tiene páginas muy acertadas sobre los del exterior, Aub, Sender y Barea, otro casi olvidado, cuya Forja de un rebelde fue muy influyente. Palinuro recuerda haberlo leído emocionado. Del interior so recogen Gironella, Laforet y Sánchez Ferlosio, cuyo El Jarama es puesto en relación con la famosa batalla del sitio y su escuetísimo tratamiento en la obra tomado como símbolo de una memoría "minimalista" del interor (p. 190).

Un grupo formado por Martín Santos, Delibes y Semprún subraya de nuevo la imposibilidad de encontrar elemento unificador común en obras tan dispares. Todo es literatura, claro. Pero es que la literatura es el mundo. En el último capítulo, siendo más amplia la muestra con los autores actuales, es más variada, por supuesto, también más subjetiva y le ofrece la posiblidad de encontrar alguna muestra de obra que apunte más a la tesis del mayor eclecticismo en la memoria de la guerra, como se ve en las observaciones sobre los Soldados de Salamina de Cercas, novela y película. Los demás, todos imprescindibles y tratados con mucho tino: Muñoz Molina (Sefarad), Javier Marías que recibe trato de favor pues su obra viene introducida por la consideración de la biografía paterna que tanto influye en aquella, en las claves de aquella. Juan Marsé irrumpe de forma marsiana, si así puede hablarse y hay unas páginas muy bien puestas sobre la obra mínima/máxima de Alberto Méndez, de quien Palinuro a veces se siente como un heterónimo pessoano. Se cierra con Manuel de Lope y, algo antes con Almudena Grandes y su Corazón helado. Por cierto, si no ando equivocado, la única mujer, junto a Carmen Laforet de las que se habla en este panorama de la cultura española, excepción hecha de Maria Blanchard que solo aparece circunstancialmente al hablar de pintura.

Se agradece una nueva visión fresca y externa de la cultura española del franquismo. Y una visión inteligente e informada. No está de más señalar que española quiere decir castellanohablante pues no hay sino referencias ocasionales a las otras culturas nacionales, gallega, vasca y catalana.