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divendres, 3 d’octubre del 2008

El fundamento moral de la comunidad (II).

Vamos con la segunda entrega de la reseña del interesante libro de Sandel (Filosofía pública. Ensayos sobre moral y política, Barcelona, Marbot ediciones, 2008, 366 págs), la que se refiere al modo en que la jurisprudencia constitucional del Tribunal Supremo (TS) estadounidense ha tratado dos cuestiones morales que son decisivas en el debate con el liberalismo "basado en los derechos", el aborto y la homosexualidad. Me parece asimismo la parte más brillante de la obra en la que el autor toma la decisión que autoriza el aborto en la famosa sentencia de Roe v. Wade (1972) como punto de referencia para la jurisprudencia sobre la homosexualidad. De ahí que, aunque afirme que tratará ambas cuestiones, la reflexión versa casi exclusivamente sobre la homosexualidad.

Afirma Sandel de entrada que hay dos modos de condenar tanto el aborto como la homosexualidad, el que él llama "ingenuo", consistente en afirmar sin más que ambas prácticas son moralmente malas y el "sofisticado", según el cual la decisión sobre si autorizarlas o no debe reservarse a la de la mayoría sin pronunciamiento alguno previo sobre su bondad o maldad (p. 171).

El arranque del tratamiento aparece en el caso Griswold v. Connecticut (1965) en el que el TS anulaba una ley de Connecticut que prohibía el uso de preservativos argumentando que violaba el derecho a la intimidad del demandante y negando el del Estado a inmiscuirse en ella. Es decir empleaba la vía "sofisticada" en lugar de la ingenua y no se pronunciaba sobre la cuestión de fondo. Posteriormente en un caso parecido (Eisenstadt v. Daird, 1972), el TS anulaba otra ley estatal que no prohibía el uso de preservativos pero sí su distribución y daba un paso muy significativo en el entendimiento de la intimidad puesto que afirmaba el derecho de los particulares a tomar las decisiones que quisieran en el ámbito de su privacidad; es decir había un comienzo de una valoración moral positiva de la intimidad lo que, a juicio de Sandel abría ya el camino a Roe v. Wade (1972) (p. 180). En el mismo sentido había ido otra sentencia en el caso Stanley v. Georgia (1969) que afirmaba el derecho de los ciudadanos a tener materiales obscenos en la privacidad de sus hogares. Se deducía de todo ello que para el TS la intimidad está protegida por el principio de autonomía (p. 187)

Sin embargo cuando se volvió a plantear en este contexto el problema de la homosexualidad o sodomía el TS adoptó una actitud más estricta y en Bowers v. Hardwick (1986) afirmó que aquel principio de autonomía que cubría la intimidad afectaba a la pornografía, el uso y/o distribución de preservativos o el aborto, pero que nada se había dicho de la sodomía, que continuaba siendo un comportamiento vituperable y delictivo. Bowers v. Hardwick contó con un interesante voto particular discrepante del juez Blackmun que argumentaba que pues el derecho de intimidad en las relaciones sexuales protegía la libertad del individuo para elegir la forma que quisiera darles, ese derecho tenía que amparar también las relaciones homosexuales. (p. 184)

Hasta aquí llegaba la construcción jurisprudencial del TS del derecho a la intimidad, argumentada en función del principio de autonomía enarbolado por el liberalismo "basado en derechos" que a nuestro autor le parece criticable por dos razones: 1ª) porque no está claro que se vaya a alcanzar siempre un acuerdo suficiente para la autonomía y siempre ha de haber algún tipo de acuerdo y, sobre todo, 2ª) porque la calidad del respeto que garantiza a ese derecho que dice proteger es muy baja. Asegura Sandel, con mucha razón: "el intento de dejar al margen las cuestiones morales topa con sus propias dificultades, unas dificultades que dan la razón a la visión "ingenua", según la cual la justicia o la injusticia de las leyes contra el aborto y la conducta homosexual tiene algo que ver finalmente con la moralidad o la inmoralidad de las prácticas en cuestión (p. 195)

Por si lo anterior parece algo abstracto, Sandel da cuenta de cómo Bowers v. Hardwick fue revocada por la decisión Lawrence v. Texas (2003) que anulaba una ley del Estado de Texas que penalizaba lo que llamaba "relaciones sexuales desviadas" (p. 196) afirmando a las claras, no ya el derecho de cada cual a hacer de su capa un sayo en el seno de su intimidad, sino la legitimidad moral de la homosexualidad (p. 197), esto es, el hecho de que los bienes morales que se procuran (y hay que proteger) con las relaciones heterosexuales son los mismos que los que se procuran con las homosexuales. Por eso concluye triunfantemente Sandel que: "...ni la tolerancia liberal ni la sumisión al principio de la mayoría pueden evitar la necesidad de la argumentación moral sustantiva" (p. 198) que, además de coronar el debate sintetiza admirablemente el punto principal de contradicción que el autor tiene con los liberales estilo Rawls.

Queda para mañana ver sí en el terreno más estrictamente filosófico-político Sandel se impone tan bien como en el filosófico-jurídico.

dijous, 2 d’octubre del 2008

El fundamento moral de la comunidad (I).

Sandel (Filosofía pública. Ensayos sobre moral y política, Barcelona, Marbot ediciones, 2008, 366 págs) es uno de los más interesantes filósofos políticos contemporáneos. Pertenece a la corriente comunitarista, cosa que se echa de ver en que, como todos los comunitaristas, no está conforme con el calificativo.

En este libro reúne una serie de ensayos y artículos, unos extensos y otros muy breves que han venido apareciendo en distintos lugares desde el decenio de 1980 hasta hace poco. Los ha recopilado siguiendo un criterio de unidad de contenido o intencionalidad y lo ha conseguido tanto que a veces es un poco reiterativo. Por ejemplo, una descripción de la evolución digamos "político-filosófica" de los EEUU desde la "nacionalización" del país en tiempos del primer Roosevelt al New Deal del segundo aparece como tres veces en distintos apartados. No obstante estas repeticiones, cuando son teóricas en lugar de meramente históricas, son bien venidas porque ayudan a entender mejor el pensamiento del autor que es denso y profundo. Por ejemplo, la mención sobre las dos formas primeras del liberalismo anterior al liberalismo "basado en los derechos" o "progresista" de John Rawls, en concreto la utilitarista y la kantiana aclara bastante su perspectiva de crítica al primero, cuestión a la que ha dedicado buena parte de su vida y la tercera de este volumen.

Los otras dos, de las que me ocuparé en esta primera entrega de la reseña, esto es, La vida cívica estadounidense y Argumentos morales y políticos versan sobre aspectos más concretos y prácticos y se dan en territorios históricos, hasta periodísticos e incluso jurídicos. En el jurídico me entretendré algo más porque es muy interesante al versar sobre el tratamiento constitucional en jurisprudencia del Tribunal Supremo de los EEUU de la cuestión del derecho de aborto (esa sentencia Roe v. Wade de 1972 que al parecer es la única con la que la gobernadora Palin no coincide) y la no menos controvertida de la homosexualidad.

Es curioso comprobar que Sandel, que es hombre de concepciones que pueden llamarse "progresistas" en el ámbito moral, sólo polemiza con filósofos liberales-progresistas, muy poco con liberales-libertarios (Nozick, por ejemplo, al que acusa de haber instrumentalizado el pragmatismo de Dewey en favor de su liberalismo de neutralidad moral del Estado) y nada con los conservadores por no hablar de los neoconservadores.

En su polémica con los liberales "progresistas", si lo he entendido bien, sus argumentos son:

**que los liberales "progresistas" parten de una idea equivocada del ser humano como ser dotado de autonomía en cuanto que competente para determinar sus propios fines, lo que tiene todo el sentido kantiano, pero no sólo kantiano ya que dicha autonomía también se entiende como condición primera, siendo así que, para Sandel, en el ser humano importa mucho su comunidad de origen que no entra en su autonomía;
**que ese ser autónomo a veces incurre en conflicto con el creciente poder de otras instancias, como empresas, etc (pp. 31, 77/78) que amenazan su autonomía. Las respuestas, entiende Sandel en el campo práctico fueron la "nacionalización del país" a cargo de Teddy Roosevelt, el New Deal a cargo de Franklin D. Roosevelt (p. 57) y ahora estamos en el tercer conflicto de la globalización y habrá que ver cómo se resuelve la propuesta cosmopolita que duda Sandel pueda generar la suficiente lealtad cívica, condición necesaria para mantener un orden político democrático (pp. 50/51);

**que, consecuencia de estos errores, se produce otro cuando los liberales progresistas tratan de resolver problemas morales sosteniendo que, como no tienen solución, el Estado democrático debe ser neutral (p. 35), cosa que Sandel considera tan poco posible (amén de no recomendable) que, en un momento, recaba de los demócratas (del Partido Demócrata) que dejen esa posición de neutralidad moral (p. 67) y que la dejen porque es indefendible a su juicio a nada que uno se pregunte por qué en cambio el Estado no puede ser neutral también respecto a determinados valores del liberalismo como la tolerancia o la imparcialidad del propio Estado (p. 207);

**que estos errores proceden de que los liberales "progresistas" (y mucho menos los libertarios) no entienden las ideas básicas del comunitarismo que consisten en sostener que los seres humanos son en buena medida producto de la comunidad en que nacen, se hacen en ella y conservan siempre una peculiar relación con ella. Así, en la controversia sobre qué tipo de normas son justas, cuando Rawls dice que las que no tienen nada que ver con comunidad o sistema alguno de valores, Sandel dice que sí, que las de la comunidad en que se da esa justicia. Pero, a diferencia de Rawls, que es tajante, él mismo se mantiene en la ambigüedad ya que tampoco está dispuesto a sostener que justicia sean simplemente las normas de la comunidad;

**que en todo caso, en los conflictos morales no ve por qué no cabe atender a la existencia de algo en lo que pueda haber acuerdo que se llame "bien común" y no que sea bien común porque haya acuerdo, sino que haya acuerdo porque sea el bien común, para lo cual tiene sentido preguntarse por el valor intrínseco de las cuestiones morales;

**los seres humanos, así "comunitarizados", digamos, cuentan con unos "cuerpos intermedios", se entiende entre el individuo y la colectividad, trátese esta de la nación o de la cosmópolis. Echa Sandel mano de Robert F. Kennedy, el asesinado hermano del asesinado presidente John F. Kennedy, para probar que el comunitarismo está más extendido de lo que se cree: La veta cívica de la política de Kennedy le permitía abordar las mismas inquietudes de finales de los sesenta que han perdurado hasta nuestros días: la desconfianza hacia el gobierno, la sensación de pérdida de poder e influencia, y el temor de que el tejido moral de la comunidad se esté desintegrando." (p. 93) (Negritas, mías). De todas formas, cada vez que oigo hablar de "cuerpos intermedios" me acuerdo de los hugonotes de la Vindiciae y luego del siglo XVIII y de ahí no paso. Porque suena raro eso de los "cuerpos intermedios", suena a corporativista y pian piano a orgánico. La verdad es que eso del "comunitarismo", que tanto trae también a la memoria la Gemeinschaft de Tönnies no tiene buen cartel en la tradición liberal se entiende;

**que hemos de preguntar siempre por las cuestiones del bien común, los valores morales, porque somos de la comunidad. Supongo que en la medida en que el neoconservadurismo tiene mucha herencia de la actitud de Leo Strauss hacia las cuestiones morales ("No existe la moral, ni el bien ni el mal; y desde luego toda noción de un más allá es un cuento de viejas"), Sandel no podría ser jamás un neoconservador;

**que estas ideas, postulados, teorías comunitaristas tienen algunos efectos prácticos. Por ejemplo:

***las loterias del Estado son inmorales (p. 103);

***la publicidad en las aulas fomenta la corrupción y de los chavales (p. 110);

***es absolutamente condenable que el deporte, que es un elemento vital en la formación de la identidad cívica de los ciudadanos, esté convertido en un negocio (p. 119);

***la discriminación positiva que, si se argumenta según criterios de liberalismo basado en derechos queda sin defensa posible, resulta sin embargo convincente y sólida si se entiende como elemento importante para el bien común (p. 148), es decir, en perspectiva moral;

***el suicidio asistido, defendido como "derecho" por un impresionante elenco de filósofos liberales (Dworkin, Nagel, Nozick, Rawls, Scanlon y Thomson) no acaba de convencer, no tiene defensa a secas y, si no ando errado, sólo puede argumentarse de modo casuístico (p. 163);

Hasta aquí la primera entrega de esta reseña que tendrá tres. La de mañana, sobre la jurisprudencia del Tribunal Supremo de los EEUU en materia de aborto y homosexualidad. La de pasado, sobre el examen y crítica de Rawls por obra de Sandel.

La obra de Sandel es muy interesante, vista como una especie de comunitarismo progresista. Su crítica al liberalismo es una crítica llena de empatía. Coincide con éste en muchos fines, pero muy poco en los medios. En general y como nos pasa a todos, es mucho mejor en la crítica que hace que en la defensa de su propia posición. Si lo sabrá él que la niega por suya (como Pedro negó al Señor tres veces) y que cierra su obra con un capítulo sobre Los límites el comunitarismo.