El otro día, en la conferencia de Figueres sobre el derecho a decidir, desarrollé al comienzo la idea de que, en realidad, además de un derecho de decidir se da un deber de decidir. Partía en mi supuesto de la idea kantiana de la autonomía del individuo y lo enlazaba con la doctrina existencialista de que el ser humano está obligado a ser libre. No que haya que obligar al ser humano a ser libre, como paradójicamente planteaba Jean Jacques Rousseau, sino que no tiene otro remedio que serlo. Y la libertad no es otra cosa que elección y decisión. Si he de adoptar un criterio pero no tengo opción a elegir, en realidad, no soy libre. Tenemos, pues, un deber de decidir de carácter ontológico: solo decidiendo somos seres humanos. No es un deber moral, sino uno de necesidad; no es un "deber de", sino un "deber" a secas. Luego lo extrapolé a las decisiones colectivas. Si la comunidad tiene un derecho a decidir en cuanto agregado de los derechos a decidir que tienen cada uno de sus adheridos, tendrá también un deber de decidir.
Posteriormente, un par de lectores me llamaron la atención sobre el hecho de que conclusión era idéntica a la que en vida adoptó el clérigo y senador independentista catalán Lluís Maria Xirinacs. Incluso uno de ellos me hizo llegar un artículo del senador, precisamente titulado el deber de la independencia. Doy las gracias por la información y me siento muy honrado de haber tocado una tecla análoga a la de Xirinacs, a quien siempre tuve por un hombre digno y cabal.
Xirinacs plantea el deber desde la perspectiva fundamentalmente moral y lo predica de la acción colectiva, admitiendo la posibilidad de que se pueda decidir también la dependencia, aunque ello le parece mal. Mi posición tiene la ventaja, creo, de que se plantea en el terreno de la necesidad: hay que decidir porque, si no se hace, otros decidirán por ti como individuo y como colectividad y pondrán en peligro tu supervivencia. Además, yo me mantengo en la cuestión del deber de decidir, previo a la independencia porque, en efecto, la dependencia también es una decisión.
La perspectiva moral me parece más apropiada al enfoque individualista y también aquí la hago mía como deber de independencia del individuo. Pero esto ya se abre a otra perspectiva: el individuo debe ser independiente siempre porque solo la independencia garantiza una vida plena, autónoma, de realización personal. Solo el individuo libre es individuo. Quien se atiene a una doctrina del tipo que sea -religiosa, civil, política, etc- o debe lealtad a otro que lo protege, o es militante de alguna organización política o asimiladas no puede actuar con independencia y libertad. Y, ya se sabe que la libertad es el don más preciado que los dioses han dado a los hombres. Nadie puede administrármela, ni negármela, ni condicionármela. Ni aunque me encarcelen, como ya señaló Boecio en la consolación de la filosofía. Porque se puede encarcelar el cuerpo, pero no el espíritu. El espíritu solo puede encarcelarse a sí mismo. Y no es infrecuente que tal cosa suceda, mostrando así de paso el funcionamiento despiadado de la complejidad de la realidad, fragmentada en unidades inconexas y enajenadas. Sometidas.