Estupenda exposición en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona sobre Ramon Llull, comisariada con gran competencia por Amador Vega Esquerra y titulada con evidente intencionalidad La màquina de pensar. Digo intencionalidad porque orienta y acota la profusa, desconcertante, exuberante, a veces fantástica capacidad de reflexión y producción intelectual de este laico asimilado a franciscano y filósofo del siglo XIII/XIV a su implícito proyecto de fabricar lo que hoy llamaríamos una regla universal del pensar, un lenguaje planetario y a las huellas que esta pretensión ha dejado en distintas manifestaciones artísticas a la largo de la historia y en el siglo XX. Al respecto, la exposición aporta pruebas y elementos contundentes y muy reveladores de los que me quedo en especial con los documentos sobre las referencias de Juan-Eduardo Cirlot, el del Dau al Set y el diccionario de símbolos y Arnold Schönberg, quien pudo haber caído en la idea del dodecafonismo por influencia de la visión integral de la escala de los seres llulliana.
No estoy muy seguro de que, en conjunto, la exposición resulte del todo convincente en establecer un puente entre la obra de Llull y el pensamiento/realidad reticular contemporánea. Probablemente por mi falta de capacidad. Me propongo asistir a alguna de las visitas guiadas que realiza el comisario cuando regrese a Barcelona y estoy seguro de me ilustraré mucho más. Tengo una imagen tridimensional de Ramon Llull que, probablemente, esté llena de lagunas. La exposición documenta por vía de curiosas recreaciones en vídeo la biografía al uso del sabio "catalán de Mallorca", como él mismo se llamaba, y que descansa esencialmente en el relato autobiográfico que hizo a unos frailes predicadores que lo recogieron para nosotros. Esa historia, necesariamente incompleta, nos presenta una biografía de resonancias paulinas:
En primer lugar, el joven noble aficionado a las trovas galantes, la vida cortesana y ligera, experimenta repentinamente hacia la treintena una súbita conversión que ya lo orienta el resto de su larga vida (más de cincuenta años más) a la elaboración de su doctrina, su obra evangelizadora y su teoría de integración de los saberes. De ahí resalta sobre todo la famosa historia con el moro que Llull compró (como él mismo dice) para que le enseñara la lengua arábiga y lo que pasó después, que es una verdadera lección de usos y mores de la época.
En segundo lugar, el doctor sutil, experto en saberes medievales y filosofías aristotélicas, heredadas (y combatidas) a través de Averroes, con las preocupaciones propias de la época de la baja Edad Media y albores del pensamiento renacentista, específicamente las relaciones entre razón y fe y su síntesis a través de esa ars combinatoria. El sabio la fue perfeccionando, arreglando, retocando a lo largo de su vida con la finalidad de expansión de la "verdadera fe" mediante razones necesarias, esto es, incontrovertibles. En esa expansión a todos los horizontes de un saber integral, Llull ocupa un lugar intermedio en la gran trilogía medieval del pensamiento catalán: Ramon de Penyafort (de quien Llull recibió algún consejo) y Arnau de Vilanova, a quien no parece que llegara a tratar pero en cuyo misticismo muy probablemente influyó.
En tercer lugar, el reformador de reglas, viajero incansable, hombre de acción, que pasa su vida de corte en corte y ciudad en ciudad y no solamente Roma, Montepellier, París, Génova, sino también lugares más peligrosos in partibus infidelium, a donde se sentía llamado con fines de predicación y evangelización, igual que otro famoso tocayo suyo (y de palinuro), Ramon Nonato, iba a la conversión de los gentiles. Me atrevería a considerar a Llull en este capítulo no tanto un adelantado del pensamiento de redes como un verdadero especialista en comunicación y, sin empacho alguno, quizá el primer propagandista de la historia si tenemos en cuenta que la propaganda aparece, precisamente en el seno de la iglesia católica, para propagar la fe.
La idea de que la conjunción de las tres culturas, cristiana, musulmana y hebrea debe articularse en un lenguaje universal en el que los cristianos puedan definitivamente convencer a los otros pueblos de sus verdades "necesarias", pertenecen al mismo propósito: una combinación de signos, figuras, números en una máquina de razonamiento general. Ese que también lo llevó a embarcarse para pasar al Irán cuando se enteró de que el Gran Kan tártaro lo había conquistado, solo para interrumpir su viaje a la altura de Chipre, al comprobar que la noticia era falsa. Allí, sin duda, aprovechó para hacer amistad con el gran maestre del Temple, con lo que ya estaría servido que la leyenda posteriormente vinculara su nombre con el incalificable proceso que el Papa y Felipe el Hermoso hicieron a los templarios con fines expoliatorios.
Bienvenida sea esta exposición para completar la fragmentaria visión que solemos tener de Llull, deudora sobre todo del hecho de que sus obras más leídas, si muy felices, desde luego, poco tienen que ver con el ars combinatoria, esto es, Blanquerna, Felix y el libro del amado y el amigo que ya se anuncia en Blanquerna. Palinuro siente, además, una especial devoción por el libro del orden de caballería, uno de los primeros de su producción y del género, por cierto, en donde se aprende grandemente sobre la moral caballeresca.