En la sala de exposiciones del Canal de Isabel II de Madrid, una completa de la obra de Paco Gómez, fotógrafo que vivió entre 1918 y 1998. Su hija ha donado todo el fondo de su obra a la Fundación Foto Colectania que exhibe ahora unos 400 trabajos y otros doscientos en cuatro vídeos monográficos: sobre París en los cincuenta y primeros sesenta, Madrid en varios años e Ibiza a primeros de los sesenta. La exposición, titulada Archivo Paco Gómez. El instante poético y la imagen arquitectónica está muy bien, el comisario Alberto Martín hace un gran trabajo, empezando por el título, que es una muestra de una buena capacidad para hacer de necesidad virtud. Porque Paco Gómez, virtualmente un desconocido, no tiene casi nada que lo haga acreedor a grandes alharacas como no sea su tesón casí bíblico en hacer carrera en la fotografía, cosa que no consiguió o que consiguió tan a medias que bien podría decirse a cuartas. El hombre fue fotógrafo autodidacta y se ganaba honradamente la vida con una sastrería en Madrid que había heredado de su padre luego de trasladarse toda la familia a vivir a la capital.
Así pues, el sastre que, por todo cuanto sabemos, llevó una vida gris y anodina, dedicaba todos sus ratos libres a fotografiar lo que tenía alrededor y trataba de abrirse camino en el mundo de la fotografía madrileña de la postguerra y años posteriores. Y digo "por todo cuanto sabemos" porque sabemos muy poco. La exposición contiene información biográfica del autor pero es muda respecto a un dato que llama la atención. Habiendo nacido en Pamplona en 1918, la guerra civil lo pilló con 18/21 años, una edad muy propicia para hacer algo en tiempos turbulentos. Sin embargo, no sabemos nada de si luchó o no luchó y, si lo hizo, en qué bando. Esa ausencia de información biográfica es una especie de sino y se extiende como un manto a toda su obra que tampoco dice gran cosa.
Gómez ingresó en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid en 1956, con 38 años. No era ya un chaval. Luego entró o fundó alguna asociación con otros fotógrafos, como "Afal" o "La Palangana", con los que hizo algunas exposiciones colectivas, dos de ellas en París, en la embajada de España, en 1957 y 1962. Trabajaba también como fotógrafo de la revista Arquitectura, del Colegio de Arquitectos de Madrid (de 1959 a 1972), en donde entró poco más que como ilustrador anónimo y acabó consiguiendo que se le reconociera la autoría de sus fotos, ilustró tres libros y eso fue todo lo que hizo en el ámbito público. El resto de su ingente obra, para su contemplación personal y privada.
Y eso es lo que llama la atención: que habiendo fotografiado su país (sobre todo, Madrid, de donde prácticamente, no se movió) su gama de temas es extraordinariamente limitada: calles, gentes anónimas, descampados, tranvías, fachadas destartaladas de casas. La dos series de París en los años 1957 y 1962 dan casi ganas de llorar por lo limitado, convencional y anodino de sus temas; y la de Ibiza en 1962, más ganas de tirarse de los pelos. Al margen de algunas tomas de interés (viejucas de negro sobre fondos enjalbelgados, luz ibicenca restallante) el resto es tan aburrido y nimio como el conjunto de su obra. Sin duda, con los años, llegó a adquirir una gran pericia técnica pero, al parecer, nada en su interior le previno sobre el interés de la época en que le tocó vivir, sobre todo, los años cincuenta y sesenta. Ni rastro de revolución, apertura, desarrollo, nuevos tiempos. Nada. A sus ojos, España seguía siendo el mismo lugar aburrido, gris, cenizo, subdesarrollado que él, obviamente, habia conocido en la postguerra.
A eso se le puede llamar, claro, "instante poético" o, en realidad, pobreza de espíritu y conformismo, como si Gómez hubiera interiorizado el consejo del dictador: "no se metan en política". En política ni en nada. Gómez no tiene una línea específica de trabajo. La exposición agrupa las fotos por temas: retratos, descampados, etc que solo indican que un fotógrafo algo tendrá que fotografiar. Pero no lo que él busca, sino lo que tiene más a mano o a objetivo. Y así, hay una serie de autorretratos, evidencia misma de falta de proyecto, empuje, élan. Hizo cientos de fotos de edificios para resaltar los méritos de los colegiados del Colegio de arquitectos. Su interés reside en los edificios mismos, no en las fotos, unos edificios muy de aquellos años, muchos de ellos de una pretenciosidad estomagante y clara evidencia del poder de los nuevos ricos que aquel régimen inmundo iba produciendo. Alguno, en verdad irrisorio.
Y aquí está el último pliegue del interés de la exposición de Gómez. A pesar de él mismo, su tarea como fotógrafo contumaz de su realidad inmediata, esto es, una sastrería madrileña situada seguramente en el Madrid de los Austrias o cercanías, nos trasmite la imagen de un país en una larguísima y triste posguerra; un país sucio, pobre, miserable, de gentes resignadas por calles mortecinas. El franquismo.