El centro cultural Galileo, dependiente del Ayuntamiento de Madrid, presenta una exposición con las ilustraciones que hizo Enrique Herreros en tres ocasiones distintas para otras tantas ediciones del Quijote. Debe de ser de los pocos artistas, si no el único, que haya ilustrado tres veces la misma obra. Se aprecia en ello algo exuberante, hasta que uno se entera de que Herreros era un coleccionista de Quijotes como quiza no haya habido otro igual. Según su hijo llegó a tener 600 ediciones de la novela más famosa de todos los tiempos. El primer ejemplar se lo regaló una tía suya en 1909, teniendo él entonces seis años. Y allí comenzó una pasión que le duró 63 años más y lo llevó a ilustrar la obra tres veces. Todo en Herreros era exuberante. Él mismo: humorista, pintor, dibujante, grabador, cartelista, actor, montañista, cineasta y varias cosas más era casi un cruce de caminos.
La exposición trae quince ejemplares de cada bloque de ilustración y hay así un "quijote codornicesco", otro "expresionista" y otro "cubista". Pero todos ellos son de humor. Herreros era, además, condigno representante del ala humorística de la generación de 27, Miguel Mihura, Wenceslao Fernández-Florez, Jardiel Poncela, Edgar Neville, etc. Pero es justo en este elemento del humor en donde se encuentra el problema que afecta a todas las ilustraciones. En su conjunto dan una extraña impresión de ser como pegotes, frías referencias a las escenas que ilustran. ¿Cómo es posible que un hombre apasionado por el Quijote que lo conoce al dedillo lo ilustre de una forma tan fría y tan distanciada? Sencillamente por eso, por el humor. Todo el Quijote es humor, es un inmenso chiste, una carcajada sostenida cuyo roce acaba provocando sangre y lágrimas, pero carcajada al fin al cabo. Una carcajada sardónica, como la de algunos grabados de Goya o cuadros de Solana, dos referencias, por cierto, de Herreros. El humor sobre el humor no agarra. Es imposible ridiculizar más a don Quijote de lo que lo hace Cervantes. Por eso, los chistes no tienen sentido.
Las tres tandas de ilustraciones presentan variaciones estilísticas muy acusadas. La primera, la del Quijote "codornicesco", es el estilo de las portadas de Herreros para La Codorniz. La revista más audaz, para el lector más inteligente, sucesora de La ametralladora, una revista de humor en el bando sublevado con la que Herreros también colaboró y que tenía permiso del régimen franquista para publicar siempre que incluyera propaganda falangista y no se metiera con la Iglesia. De las portadas de La Codorniz viene mi conocimiento de Herreros pues, creyéndome lector inteligente, lo era de la revista. Herreros estaba muy presente y marcaba un estilo que tenía algo que ver con el primer Tono, antes de que este se estilizara en extremo. Bueno, de las portadas de La Codorniz y también de los carteles de cine de la Gran Vía en los años 50 y 60. En eso de la cartelística, no tenía rival.
Pero si la exposición no sirve mucho para ver algo nuevo sobre el Quijote, cosa por lo demás comprensible porque es el libro sobre el que se han hecho más comentarios, interpretaciones, referencias, evocaciones de la historia, sí sirve para traernos a la memoria a un notabilísimo dibujante, muy caído en el olvido y una publicación, La Codorniz que, aunque llena de franquistas de camisa azul, permitía sobrevivir en la asfixia intelectual del régimen y hasta ser pasto para posiciones de izquierda. Las ilustraciones "codornicescas" traen una muy notable que es una copia/imitación de Las meninas velazqueñas cuyo contenido es la muerte de Alonso Quijano. Están todos los personajes de Velázquez pero, en la famosa imagen del fondo, la que plantea la dimensión metafísica de la obra de Diego de Silva, se ve a don Quijote agonizando y, a su vera, la muerte que viene a buscarlo en forma de esqueleto. La muerte era tema preferido de Herreros. En el supuesto de que la imagen del fondo sea un espejo, ya sabemos que el cuadro lo pintó la muerte misma. El fallo está en que no aparece el pintor, como Velázquez se autorretrató, pues ha sido sustituido por el notario, encargado de levantar acta del triste suceso.
Las ilustraciones expresionistas son las más logradas a mi gusto porque no pretenden ser humorísticas. Algunas tienen una evidente impronta picassiana. Las ilustraciones "cubistas", las últimas, ya son casi adaptaciones de Picasso. Hasta la que muestra a Sancho relatando a la duquesa las aventuras de su señor don Quijote, de ambientación velazqueña, está vista con los ojos del malagueño y el propio don Quijote, al advertir a Sancho sobre el buen gobierno de la ínsula Barataria, es una reproducción de un famoso Picasso de la época azul. Por no hablar de su interpretación del retablo de Maese Pedro, que no es ilustración del Quijote pero es de gran valor porque consiste en una composición picassiana inconfundible: el Gernika.
Merece la pena pasarse por el centro cultural Galileo, a ver cómo mantean al pobre Sancho o cómo la pareja de orates, montada sobre Clavileño, cree cruzar los espacios sublunares.
Y, pues es imposible escribir sobre don Quijote sin soltar una "quijotada" con ánimo de pasar a la gloria aupado por tan insigne ángel, ahí va la mía: sospecho que don Quijote, en realidad, era un reencarnación de Merlín. La última.