Los últimos veinticinco años han sido de dominio del discurso económico neoliberal. Con la crisis, ese dominio se ha hecho total. No solamente lo repite machaconamente la derecha y es el único que encuentra eco en los medios y los centros de fabricación de ideología sino que también lo repiten como papagayos las izquierdas. Todas. La siniestra fórmula thatcherista, TINA (There Is No Alternative), no hay alternativa a las privatizaciones, desregulaciones, recortes, injusticia fiscal, desigualdades, etc. se ha impuesto en todas partes. Entre las izquierdas también. En todas, no seamos ingenuos ni nos traguemos los pretextos y excusas de unas banderías izquierdistas para refutar a otras, pero solo por el amor al sillón y no a las cuestiones de fondo.
Por supuesto, hay sus matices. Los que más género neoliberal han comprado han sido los socialistas y socialdemócratas, quienes, salvas algunas excepciones, recitan íntegras las mentiras neoliberales sobre el mercado y los embustes de la libre competencia. Suelen compensarlo señalando que, a su vez, han sido ellos los únicos en implantar reformas favorables a los más necesitados, políticas redistributivas, han atendido más a la justicia social y la igualdad, poniendo en pie los Estados del bienestar. Cierto. Las otras izquierdas sostenían que se trataban de reformas engañadoras, en complicidad con los capitalistas para desmovilizar al pueblo trabajador, y que lo necesario eran medidas revolucionarias capaces de cambiar la situación de la gente y no meramente cosméticas. Por supuesto, no pudieron poner ni una en práctica; se limitaron a maldecir a los socialdemócratas. Con la crisis, también han aceptado la doctrina TINA y, habiendo olvidado sus discursos radicales, ahora fingen que, al estar en peligro el Estado del bienestar, traicionado por los socialdemócratas, les corresponde a ellos, la verdadera izquierda, defenderlo, restablecerlo, agrandarlo, consolidarlo. Pero tampoco han hecho nada salvo hablar y siempre mal de los socialistas, pues en casi ninguna parte han sido elegidos para nada y, por tanto, no han tenido actividad de gobierno alguna.
La izquierda no tiene una política económica propia de conjunto, distintiva, que sea clara alternativa al neoliberalismo. Nadie piensa en cambiar de modelo productivo ni en reformas de calado del capitalismo sino en algunos parches aquí y allá para ir tirando y, si acaso, se discute sobre esos parches, dando a entender que una medida de reforma del sector bursátil, por ejemplo, es radicalmente distinta a otra medida de reforma del mismo sector bursátil, siendo así que son en todo análogas. Es posible que las fuerzas económicas internacionales no permitan otra cosa. El caso de Syriza es paradigmático. Según parece ya se conforma con salvar las pensiones. En política económica, las izquierdas son coros de plañideras.
Pero, se dice, es que la verdadera marca de la izquierda ya no está en estas cuestiones económicas sino en el terreno de los principios, de los ideales, de las realidades que afectan a los derechos, en definitiva, de los valores posmaterialistas, como los llama Ronald Inglehart. La lucha de la izquierda está hoy en el campo de la libertad y las libertades, de la ampliación de los derechos, de la lucha contra la arbitrariedad, el oscurantismo religioso, el patriotismo obligatorio, la corrupción, el enchufismo y la patrimonialización del Estado en manos de unos caciques de la derecha que tienen capturado el Estado como fuente de sus exacciones.
No es verdad. En el campo de los valores posmaterialistas, solo los socialdemócratas han hecho algo. El PSOE, en España, normas muy avanzadas en materia de igualdad de géneros, de derechos de las minorías, de reconocimiento de la pluralidad de valores, de avances culturales y protección de los más débiles. Pero lo han pagado al precio de una mayor corrupción que siempre hará más daño a la izquierda que a la derecha debido a sus mayores exigencias morales. Las demás izquierdas, "verdaderas", "transformadoras", etc. están por estrenarse, no han hecho más que hablar y también se han llevado su parte de corrupción si bien es cierto que en menor medida que la otra.
En punto a bastantes de estos valores, las izquierdas están igual que las derechas. O peor, porque tienen menos posibilidades y menos dinero para comprar voluntades. La prueba es que, de todos los transfuguismos ideológicos (no de partidos), casi la totalidad, algo así como el 99%, son de la izquierda a la derecha. No al revés. Follow the money.
Sea como sea, las izquierdas muestran los mismos (o similares) grados de amiguismo, enchufismo, fulanismo y caciquismo que la derecha. Basta con observar sus diarios digitales. Todos ellos son capillas de compadres y amigos más o menos enchufados, que apenas discrepan entre sí y mantienen relaciones privilegiadas con unos u otros sectores o grupos de una izquierda política muy fragmentada. Son en gran medida "periódicos de partido" o de fracción de partido, en el sentido de la clasificación de sistemas de medios de Hallin y Mancini. Prensa militante en la que la información tiene un notable sesgo interpretativo y la opinión es tan monocolor como en la prensa de la derecha. Dentro de cada capilla no hay controversias: los capilleros se doran mutuamente la píldora, hablan bien de los libros de unos y otros o de las conferencias y las propuestas de otros y unos.
Tampoco hay mucha polémica de unas capillas a otras. Estas suelen dejarse a los comentaristas que en la prensa digital son legión. Igualmente no las hay cuando las columnas se convierten en debates en radio o televisión. En lo audivisual rige idéntico sistema de capillas. Al no haber polémicas reales, ocurre con estos medios y sus capillas lo que con los de la derecha: los intervinientes son perfectamente previsibles y todo el mundo sabe lo que dirán y hasta cómo lo dirán. Además esos intervinientes mantienen erre que erre sus interpretaciones, por erróneas o torticeras que sean, pues nadie las cuestiona desde su propio campo.
Quizá sea una actitud comercialmente acertada. Los clientes, los lectores, los auditorios de radio y televisión conectan generalmente con los medios en donde les van a contar lo que quieren oír. Eso, la derecha, que tiene un sentido pragmático de la existencia, lo borda. En la izquierda empieza a darse también porque se abre paso un pragmatismo de nuevo cuño con el objetivo de ganar como sea. No se trata de informar, debatir, confrontar intrerpretaciones o aclararlas, sino de imponer doctrina y salirse con la suya.
Para eso se necesitan las capillas como entidades cerradas de Verdaderos creyentes y los que no son admisibles son los dubitativos, los críticos, los objetores, los que no aceptan la diciplina de la capilla, los independientes. A esos se los censura, ningunea o silencia porque, como también piensa la derecha con razón, no son de fiar. Pero, en el caso de las izquierdas, se riza el rizo cuando se acusa a las otras capillas de hacer lo mismo que hacen ellas.
Y estos van a regenerar el país.