El Centre d'Estudis d'Opinió. (CEO) ha publicado su Enquesta sobre context polític a Catalunya. 2014 con trabajo de campo hace unos días. Probablemente la prensa española no le dará mucha relavancia, pues está más pendiente de los barómetros del CIS. Y debiera, in embargo, ya que los trabajos del CEO son tan importantes para Cataluña y, por ende, para España como los del CIS para España y, por ende, para Cataluña. La enquesta catalana da un cuadro que los partidos españoles harían bien en considerar. Porque es un cuadro distinto al español. Repasando las partes del sondeo se echa de ver enseguida que Cataluña es otra cosa. La autoubicación ideológica del electorado no coincide con la de España y hay otros datos no menos significativos. Uno por todos: la intención directa de voto de Podemos en elecciones autonómicas está en un miserable 4,6%, a dos décimas del PSC pero muy por debajo de CiU y ERC. Compárese con la intención de voto en Andalucía, en donde, si no he leído mal, es la primera o la segunda. Sube, sin embargo, a un 14,7% y es la primera, en unas hipotéticas elecciones al Congreso de los diputados, lo cual indica un comportamiento dual del voto, muy digno de tenerse en cuenta. Por lo que hace al PP, si su intención de voto en Andalucía es alta, en Cataluña en las autonómicas está en un ridículo 1,8%, con claro riesgo de quedarse en un partido extraparlamentario y tampoco aumenta mucho en unas generales, pues se quedaría en un 3,4%. Realmente, es otra cosa. Eso se nota en un sistema de partidos más complejo y fragmentado que en el resto de España.
El dato más significativo es que, en este momento, los contrarios a la independencia de Cataluña son mayoría. Por poco, pero mayoría. Cuando se desglosa esa mayoría, otra mayoría en su seno propugna una estatalidad federal frente a otros que quieren ser una autonomía en España o, mucha menor medida, una región española. Lo cual significa que, de las propuestas de los partidos españoles para Cataluña, la que parecería gozar de mejores perspectivas sería la federal del PSOE. Tiene centralidad. A ella podrían sumarse algunos partidarios del estatuto de Comunidad Autónoma por exceso y otros partidarios de la independencia por defecto, pues cálculo humano habitual suele ser quedarse con el mal menor. Esto obliga al PSOE a perfilar con mayor esmero esa oferta federal. Porque federalismos hay de varios tipos y, si ha de recurrirse a la reforma de la Constitución (CE) (y dado el puntillismo del PP que quiere conocer hasta las comas de cualquier proyecto de revisión) conviene especificar lo más posible.
A su vez los soberanistas, aun estando en minoría, cuentan con un apoyo sustancial, pero no podrán cuantificarlo en tanto no haya elecciones formales. Y elecciones reclama el bloque soberanista. Si no están fijadas ya es, al parecer, debido a la falta de acuerdo acerca de cómo concurrirá a ellas, con o sin lista única. Es un debate complicado que depende exclusivamente de los catalanes. Estos, a su vez, juegan en un horizonte de elecciones municipales que son españolas. Por eso las autonómicas catalanas han de ser antes ya que de ellas se quiere que salga otra decisión política trascendental: una declaración unilateral de independencia o la convocatoria de otro referéndum y, tanto en un caso como en el otro, tendrían lugar en el proceso hacia las elecciones legislativas españolas de 2015. Resulta absurdo ignorar que en esas elecciones va a ser decisiva la cuestión catalana.
Con eso cuenta el bloque soberanista y por eso las CUPs apremian a Podemos a clarificar su posición respecto a un posible referéndum de autodeterminación. Podemos, con su 4,6% de intención de voto, muy inferior a la del resto del Estado pero que puede tener su peso. La cuestión es si Podemos puede clarificar. Hacerlo a favor de la autodeterminación se considera receta segura para perder votos en España. Hacerlo en contra tiene difícil acomodo en una perspectiva de izquierda.
Los nacionalistas españoles no disponen de más salida que la opción federal y una reforma a fondo de la CE. Y no tienen garantizado en modo alguno el éxito. Para los soberanistas llega tarde y es insuficiente. Para los integristas españoles es un salto en el vacío. Por cierto, lamentable también ese obstinado rechazo a toda reforma de la Constitución. Indica el mismo miedo que la negativa al derecho de autodeterminación de los catalanes; miedo a que salga lo que no se quiere que salga, pero cuya posibilidad se admite porque, en el fondo, los negacionistas no confían en su propia nación ni en la Constitución que dicen defender. Ya se sabe y por eso no se dice que la verdadera dificultad es la Monarquía y la eventualidad de que una reforma quisiera afectarla. Claro, la Monarquía está prendida con alfileres y su defensa consiste en imposibilitar la reforma de la CE. Sin embargo seguirá siendo problemática mientras su legitimidad no proceda de la voluntad popular.
A este respecto los catalanes también son otra cosa. En Cataluña es mayoritario un partido expresamente republicano, cosa que en España el PSOE no se atreve a ser, habiéndose convertido en un partido dinástico. Se escuda en la hoja de parra de la teoría de la accidentalidad de las formas de gobierno que en España, con su historia, no es admisible.