De siempre me han llamado la atención los ojos de las estatuas sumerias. Dos enormes almendras de esclerótica con una pupila dilatadísima, que ocupa todo el iris. Transmiten una sensación de asombro metafísico, universal, como si aquellos habitantes de Ur, Uruk, Lagash, estuvieran pasmados de lo que veían. La explicación materialista dice que los sumerios hacían así los ojos porque no sabían hacerlos de otra manera; igual que los egipcios representaban la figura humana en un perfil dislocado porque tampoco conocían otra forma de hacerlo. Es posible. Los materiales -piedra caliza, mármol, terracota- obligaban a hacer unas cuencas enormes que luego había que llenar de algún modo. Pero nada los obligaba a que fueran obligadamente negros y con la pupila al máximo. Conocían y aplicaban muchos colores. Pero eso es igual. Algo de estos ojos creo rastrear en los rostros de los etruscos, también aficionados, como los caldeos, a las barbas ensortijadas. Aunque los etruscos añadieron su famosa sonrisa.
En todo caso, los ojos de los caldeos son asombrosos. No es para menos. Como si el arte comenzara su andadura allá por el año 3000 a.d.C., cumpliendo ya su función de presentar al ser humano su propia imagen y, de ese modo, crearlo. Así que, si no suena algo hiperbólico, cabe adjudicar a los sumerios la invención del arte. Lo admito, no soy imparcial. Los sumerios (y los acadios) me son tan simpáticos que estoy dispuesto a adjudicarles lo que sea. Pero, en justicia, es lo que son. En Mesopotamia, en algún momento del siglo V a.d.C. se inventó la escritura. Es decir, se pasó de la prehistoria a la historia. En cascada vinieron también el invento del cálculo, el cómputo del tiempo, la astronomía, el ordenpolítico, el derecho (el Código de Hamurabi), la educación, la agricultura por regadío, etc.
En realidad, el origen de nuestra historia, que solemos fijar en Grecia y Roma, está en las marismas en la desembocadura del Tigris y el Éufrates. Eso de la agricultura y el regadío es esencial pues es lo que permitió a los sumerios hacerse sedentarios, fundar las ciudades. Hacia el año 6000 los sumerios entran en el neolítico mientras que los acadios del norte siguen siendo cazadores nómadas y hay entre los dos un estado de permanente guerra, entreverado de alianzas. Es decir, los sumerios hacen la transición de la humanidad del paleolítico al neolítico. ¿Cómo no se les iban a quedar los ojos como se les quedaron? ¿A quién no? De hecho, más o menos contemporáneas de la mesopotamia son las civilizaciones de Egipto y la de Mohenjo-Daro, en el valle del Indo. Pero ninguna representa a los seres humanos en esa actitud de asombro y veneración al mismo tiempo, perplejos ante lo que están viendo y haciendo
La exposición de la Caixaforum Antes del diluvio, que es magnífica, trae unas 400 piezas de esta civilización, concentrada en el intervalo desde 2600 al 1800, más o menos. Las dificultades de datación al tratarse de materiales como el adobe o las cerámicas hacen que se admitan desfases de hasta cien años arriba o abajo. Pero está muy bien organizada, con muchas explicaciones, vídeos, recursos informáticos. Hay hasta un espacio para que los niños jueguen con imitaciones de cosas sumerias. Los caldeos daban mucha importancia a los niños. Kramer, el de La historia empieza en Sumer comenta emocionado las abundantes tablillas cuneiformes que se conservan de tareas infantiles, como si fueran pizarrines donde los escolares poco aplicados de entonces escribían cien veces el equivalente a cosas como "Haber se escribe con hache". También hay una parte documental interesantísima de diarios, libros, correspondencia de los primeros arqueólogos que a comienzos del siglo XX empezaron a descubrir aquella culturas. Uno de los descubridores de una ciudad (no recuerdo cual) cercana al Éufrates, miembro de la primera expedición angloamericana, comunicó su descubrimiento a su universidad y a su periódico con un telegrama en latín, para evitar filtraciones.
Pero lo interesante de la exposición son las piezas en sí mismas, las maquetas, los bustos, las cerámicas de los distintos periodos, los amuletos, las herramietas, los adornos, la figuras votivas. Llaman la atención la figurillas que se enterraban en los cimientos de las casas para aplacar a las potencias subterráneas, las reproducciones de mujeres sin rostro pero con los órganos sexuales desmesurados, muy al estilo de la Venus de Willendorf y otros lugares centroeuropeos de donde quizá llegaran aquellos caldeos, que no eran semitas.
Toda la exposición consigue hacernos ver el contraste entre la riqueza polícroma de tantos artefactos y el medio natural hoy (hay abundantes y muy buenas fotografías) desértico en lo que hace miles de años quizá fuera un vergel debido a las redes de canales. E insiste mucho en la importancia de las ciudades, aunque se relativiza el que tuvieran carácter de ciudades-Estados. Se entiende el mensaje. Obviamente, la civilización es cosa de ciudades. Hay abundante muestra sobre esas imponentes construcciones, los zigurat, mezclas de templo y fortaleza que representaba la unión del primer poder político: reyes y sacerdotes con una casta de burócratas que formaba la base de lo quelos marxistas llaman "modo asiático e producción". Quizá en el zigurat de Babilonia que los judíos vieron en su segundo cautiverio, quizá tomaran por la torre de Babel.
Hay en la exposición mucho eco de la Biblia (libros de Daniel y Ester). Cosa nada de extrañar porque, el fin y al cabo, Abraham nació en Ur. La histora del diluvio universal y el arca es sumeria y se narra con pelos y señales en la exposición. También es sumeria, por cierto, aunque aquí, me parece, no se menciona, la historia de Moisés abandonado en un cesto que los acadios contaban de Sargón, el que inicia la primera dinastía acadia. Por cierto, los sumerios tenían en alta estima los bueyes y toros y de ahí que consideraran la cornamenta como un distintivo de nobleza. Otra influencia sobre los judíos, cuyos sumos sacerdotes o levitas, empezando por Moisés, lucen dos protuberancias frontales.
En fin, el visitante no perderá el tiempo. Entre zigurat y zigurat se encontrará con Gilgamesh, uno de los primeros poemas, que narra la lucha del hombre contra su condición mortal. Y contemplará esa "ciudad de los muertos", con su complicado nombre caldeo, de la que procede la humanidad.
(La segunda imagen (Un mesopotamio rezando, 2750/2600 a.d.C.) es una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).