Con independencia del alcance que cada cual dé al adjetivo "malo", la curiosa expresión banco malo parece una redundancia. Ya, ya sé que es expresión coloquial, siempre muy gráfica, aunque no sea precisa técnicamente. Lo coloquial es inevitablemente abigarrado y hasta contradictorio. Se puede ser "malo" éticamente o desde el punto de vista de la eficacia práctica; incluso se puede estar "malo" El nombre oficial es mucho más ajustado y explicativo: Sociedad de gestión de activos.
J. L. Austin, con su teoría de los "actos de habla", ya dejó claro que con los enunciados no solo se afirma o se niega algo sino que realmente se hace algo, que se hacen cosas con las palabras, sobre todo cuando estas incluyen promesas, órdenes, sugerencias, prohibiciones; es decir, la materia de que está hecha la política, en donde llueven las promesas, las órdenes, las prohibiciones. De lo que se trata aquí es de un juego de prestidigitación para fabricar una realidad engañosa, una forma sutil de estafa, vaya.
El acto locutivo propiamente dicho que habría que analizar, el que tendría que formular De Guindos, quien habitualmente se pierde entre las palabras, es: (prometo que) la creación de la sociedad de gestión de activos nos sacará de la crisis. Pero es un acto de habla que viene edulcorado porque no se dice que esos activos, en realidad, son pasivo, son activos también llamados popularmente tóxicos. Es decir, se pone al banco malo a gestionar deudas ajenas; es un banco de hombres de negro.
A continuación viene una extraña ceremonia de la confusión financiera con lo cual no es de extrañar que el efecto ilocutivo del acto quede borroso, confuso. El surgimiento de esta extraña criatura del banco malo es un intento de resolver el antagonismo entre las interpretaciones europeas y las españolas acerca de ¿quién responde en último término de los 100.000 millones del ala que lloverán sobre España como el maná sobre el Sinaí? "La banca", dice el Estado español. "El Estado español", dice la banca alemana. "El banco malo", dice la banca española que está más avezada en las artes del Lazarillo de Tormes.
El banco malo es una ficción típica porque se trata de una dependencia del Estado. Este participa con el 50 % y el resto viene del FROB (que también es el Estado) y de las hipotéticas aportaciones privadas fuertemente incentivadas. No me parece aceptable que el gobierno trate de engañar una vez más a los ciudadanos, presentando como privada una financiación pública pues bien claro está que todo el dinero es público, como gasto o como lucro cesante y, si la sociedad de gestión falla, pagará el Estado, es decir, todos los contribuyentes.
De ahí que el resultado perlocutivo de este acto de habla pueda medirse y de hecho se mida en puntos de la prima de riesgo. La respuesta a la creación del banco malo ha sido que la prima de riesgo ha escalado por encima de los 550 puntos básicos en donde se mantiene en suspenso sobre la cabeza del banco malo, como la espada sobre la de Damocles.
Y dice el ministro De Guindos, ya liado en las palabras, que el banco malo no tendrá coste alguno para el erario público. Como muestra, larga 4.500 millones de euros más a Bankia que salen ¿de dónde? De donde siempre, ¿no? No van a salir de Cáritas. Bankia, que ha sufrido una retirada catastrófica de depósitos en los últimos meses.
Hay un prejuicio rondando los mentideros según el cual los conservadores gestionan mejor la economía. A la vista está: este puñado de competentísimos gestores ha conseguido provocar un pánico bancario de los del siglo XIX, de manual, que tratan de mantener oculto pero que de vez en cuando aflora con cantidades pasmosas: 220.000 millones de euros se retiraron de los bancos entre enero y julio. Una gestión brillante que, por desgracia, ya no cabe achacar a la herencia de Zapatero. Empiezo a sospechar por qué se fue Rato tan inopinadamente del Fondo Monetario Internacional. No se fue; lo echaron. Como luego de Bankia. El terror es que, incomprensiblemente, siga al frente de Cajamadrid.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).